Mientras el ángel de Dios presentaba estos hechos relativos a los viajes y la experiencia de los hijos de Israel, me sentí profundamente impresionada por la honda consideración de Dios por su pueblo. A pesar de sus errores, desobediencias y rebeliones, seguían siendo el pueblo escogido de Dios. Los había honrado especialmente al descender de su santa morada al Monte Sinaí, para darles los diez mandamientos con majestad, gloria y terrible grandeza a oídos de todo el pueblo, y para escribirlos con su propio dedo sobre tablas de piedra. El Señor dice esto acerca de su pueblo Israel: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos, los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres”. Deuteronomio 7:6-8.
Se me mostró que los que están tratando de obedecer a Dios y purifican sus almas mediante la obediencia a la verdad, son el pueblo elegido de Dios, su moderno Israel. Dios dice de ellos por medio de Pedro: “Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. 1 Pedro 2:9. Así como era un crimen para Amalec aprovecharse de los hijos de Israel, de su debilidad y su cansancio, para molestarlos, sumirlos en la perplejidad y desanimarlos, no fue pecado pequeño el que usted se mantuviera vigilando estrechamente para descubrir las debilidades, las vacilaciones, los errores y los pecados del afligido pueblo de Dios, con el fin de exponerlos ante sus enemigos. Usted estaba haciendo la obra de Satanás, no la de Dios. Muchos de los adventistas observadores del sábado de _____ han sido muy débiles. Han sido representantes miserables de la verdad. No han sido una honra para la causa de la verdad presente, que hubiera estado mejor sin ellos. Usted ha hecho de la vida no consagrada de algunos observadores del sábado una excusa para asumir una actitud de duda e incredulidad. También su incredulidad se fortaleció cuando observó que algunos de estos hermanos no consagrados profesaban tener una fe poderosa en las visiones, vindicándolas frente a la oposición, y defendiéndolas calurosamente con muchísimo celo, a la vez que pasaban por alto las enseñanzas dadas por medio de ellas, y obraban directamente en contra de ellas. En este sentido fueron piedras de tropiezo para el Hno. U, y desacreditaron las visiones por medio de su conducta falsa y negativa.
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Hno. V: se me mostró que usted tiene un corazón orgulloso, y cuando creyó que sus escritos habían sino menospreciados en la oficina de la Review, su orgullo se sintió herido, y comenzó entonces una lucha comparable a la de Saulo cuando daba coces contra el aguijón. Se ha asociado con los que vuelven la verdad de Dios en mentira. Ha fortalecido las manos de los pecadores, y se ha opuesto al consejo de Dios en detrimento de su propia alma. Ha estado luchando contra algo que no conoce. No se dio cuenta de la clase de obra que estaba haciendo. Vi que su esposa luchaba con Dios en oración, su fe firmemente asida de usted, y al mismo tiempo aferrada del trono, mientras invocaba las infalibles promesas de Dios. Su corazón se ha condolido al verificar que usted proseguía su lucha contra la verdad. Se me mostró que lo hacía ignorantemente, enceguedido por Satanás. Mientras se hallaba empeñado en esta lucha no crecía ni en espiritualidad ni en su devoción por Dios. No tenía el testimonio de que sus caminos fueran agradables al Señor. Tenía celo; pero no según ciencia. No tenía mayor información acerca de mi vocación, apenas me había visto, y no tenía idea de mi obra.
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Hno. V: usted posee cualidades que lo capacitarían para prestar un servicio especial en la iglesia de, o en cualquier otra iglesia, si sus talentos estuvieran dedicados a la edificación de la causa de Dios. Vi que sus hijos están actualmente en condición de ser impresionados con la verdad, y que Jesús estaba intercediendo por usted, Hno. V, diciendo: “Presérvalo un poco más”. Se me mostró que si usted se convirtiera a la verdad, sería una columna en la iglesia, y podría honrar a Dios mediante su influencia santificada por la verdad.
Vi que los ángeles de misericordia volaban por encima del Hno. V. Se me mostró que había sido tremendamente engañado con respecto al valor moral y a la situación ante Dios de los que se habían apartado del cuerpo de Cristo. Hay unos pocos honestos entre ellos; serán rescatados; pero la mayor parte no son consagrados de corazón, y los testimonios definidos que recibieron han sido en cierto modo como yugos de esclavitud para ellos. Han arrojado lejos el yugo y han conservado sus hábitos corrompidos. Dios lo intima a separarse de ellos. Apártese definidamente de los que se deleitan en luchar contra la verdad de Dios. Algo de ese verdadero carácter se desarrollará. Ellos pertenecen a la clase de gente que miente y ama la mentira.
Si todo su interés se concentra en la verdad y en la obra de preparación para este tiempo, será santificado por la verdad y recibirá la idoneidad necesaria para heredar la inmortalidad. Está, en peligro de ser demasiado exigente con sus hijos y no tan paciente como sería necesario. Una cabal obra de preparación debe proseguir con todos los que profesan la verdad, que estarán delante del trono de Dios sin falta, ni mancha, ni arruga, ni cosa semejante. Dios lo purificará si usted se somete al proceso correspondiente.
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Número 16—Testimonio para la iglesia
El objeto de los testimonios personales
Queridos hermanos y hermanas,
El Señor se me ha manifestado de nuevo. El 12 de junio de 1868, mientras hablaba a los hermanos en el salón de cultos de Battle Creek, Míchigan, el Espíritu de Dios descendió sobre mí y al instante siguiente me hallaba en visión. La visión fue muy extensa. Había comenzado a escribir el quinto tomo de Spiritual Gifs (Dones espirituales); pero como tenía algunos testimonios de naturaleza práctica que ustedes debían recibir inmediatamente, dejé ese trabajo para preparar este folleto.
En esta última visión se me mostró algo que justifica plenamente mi actitud al publicar testimonios personales. Cuando el Señor destaca algunos casos individuales y define sus errores, otros, que no han sido incluidos en las visiones, con frecuencia dan por sentado que están bien o casi bien. Si a alguien se lo reprende por un error en especial, los hermanos y las hermanas deberían examinarse cuidadosamente a sí mismos para ver por dónde han fallado, y si han sido culpables del mismo pecado. Deberían manifestar un espíritu de humilde confesión. Si algunos creen que están bien, eso no garantiza que lo estén. Dios mira el corazón. De este modo somete a prueba a las almas. Al reprender los errores de uno, trata de corregir a muchos, pero si no aplican la reprensión a sí mismos, y se conforman con la idea de que Dios pasa por alto sus errores porque no los señala especialmente, engañan sus propias almas y quedarán encerrados en tinieblas, abandonados a sus propios caminos, para seguir las imaginaciones de sus corazones.
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Muchos están engañando a sus propias almas, y están sumamente equivocados con respecto a su verdadera condición delante de Dios. El emplea los mejores procedimientos y maneras para cumplir sus propósitos, y para poner en evidencia qué hay en los corazones de sus profesos seguidores. Presenta los errores de algunos para que de ese modo otros sean advertidos, teman y se aparten de sus propios errores. Al examinarse a sí mismos descubrirán que están haciendo las mismas cosas que Dios condena en otros. Si realmente desean servir a Dios y temen ofenderlo, no esperarán a que sus pecados sean señalados antes de confesarlos para volver a Dios con humilde arrepentimiento. Abandonarán las cosas que desagradan a Dios de acuerdo con la luz que se les ha concedido a otros. Si por lo contrario los que no están bien se dan cuenta de que son culpables de los mismos pecados objeto de la reprensión de otros, no obstante lo cual continúan con su conducta no consagrada porque no han sido nombrados definidamente, ponen en peligro sus propias almas, y serán llevados cautivos a voluntad de Satanás.
El traslado a Battle Creek
En la visión que se me dio el 12 de junio de 1868, se me mostró que se podía realizar una gran obra en el sentido de traer almas al conocimiento de la verdad, si previamente se hacían las diligencias apropiadas. En cada pueblo, ciudad y aldea hay personas que abrazarían la verdad si ésta les fuera presentada en forma juiciosa. Se necesitan misioneros entre nosotros, misioneros abnegados que, como nuestro gran Ejemplo, no se complazcan a sí mismos, sino que vivan para el bien de los demás.
Se me mostró que como pueblo somos deficientes. Nuestras obras no están de acuerdo con nuestra fe. Nuestra fe testifica que estamos viviendo en el momento de la proclamación del mensaje más solemne e importante que jamás haya sido dado a los mortales. No obstante, frente a la evidencia de este hecho, nuestros esfuerzos, nuestro celo, nuestro espíritu de sacrificio propio no se compara con el carácter de la obra que tenemos que hacer. Debemos levantarnos de entre los muertos, y Cristo nos dará vida.
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Muchos de nuestros hermanos y hermanas sienten la fuerte inclinación de vivir en Battle Creek. Familias procedentes de todas partes han venido a residir allí, y muchos más están haciendo planes en este mismo sentido. Algunos de los que han venido a Battle Creek desempeñaban cargos en las pequeñas iglesias de donde salieron, y su ayuda y sus esfuerzos se necesitaban allí. Cuando esas personas llegan a Battle Creek y se encuentran con los numerosos observadores del sábado que hay allí, con frecuencia llegan a la conclusión de que su testimonio no se necesita, y en consecuencia entierran sus talentos.
Algunos decidieron venir a Battle Creek por los privilegios espirituales que ofrece ese lugar, no obstante lo cual se preguntan por qué disminuye su espiritualidad después de permanecer allí unos pocos meses. ¿No hay una causa, acaso? El propósito de algunos ha sido obtener ventajas pecuniarias: dedicarse a algún negocio que les proporcionara mayores ganancias. Sus espectativas en este sentido pueden cumplirse, mientras se les reseca el alma y empequeñecen espiritualmente. No se preocupan especialmente de sí mismos, porque se les ocurre que si lo hicieran estarían fuera de lugar. No saben cómo hacer algún tipo de tarea en una iglesia tan grande, y en consecuencia se vuelven ociosos en la viña del Maestro. Todos los que se conducen de esta manera, no hacen más que incrementar la carga de los que deben llevar a cabo la obra de la iglesia. Son cuerpos muertos. Hay muchos en Battle Creek que se están convirtiendo en pámpanos secos.
Algunos que han sido obreros, y que han tenido experiencia en la causa de la verdad presente, se trasladan a Battle Creek y deponen su carga. En lugar de sentir la necesidad de redoblar sus energías, su vigilancia, la oración y el diligente cumplimiento del deber, apenas si hacen algo. Los que hacen frente a responsabilidades en la oficina, y no tienen tiempo para otros deberes fuera de su trabajo específico, se ven obligados a asumir cargos de responsabilidad en la iglesia, y a llevar a cabo tareas importantes y cansadoras, porque si no las hicieran quedarían sin hacer, ya que las demás personas no asumen sus responsabilidades.
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Los hermanos que desean cambiar de ubicación, que tienen la gloria de Dios en vista, y sienten que sobre ellos descansa la responsabilidad individual de beneficiar a los demás, de hacer bien y salvar a las almas por las cuales Cristo no escatimó su vida preciosa, deberían trasladarse a ciudades o aldeas donde hay poca luz o nada de luz, donde realmente pueden ser útiles, y bendecir a otros mediante sus labores y su experiencia. Se necesitan misioneros que vayan a ciudades y pueblos con el fin de levantar el estandarte de la verdad, de modo que los testigos de Dios se diseminen por todo el país, a fin de que la luz de la verdad penetre hasta donde todavía no ha llegado, y el estandarte de la verdad sea enarbolado donde todavía no se lo conoce. Los hermanos no deberían amontonarse en un lugar porque les resulta más agradable hacerlo así, sino que deberían tratar de cumplir su elevada vocación que consiste en hacer el bien a los demás, y ser instrumentos para la salvación de por lo menos un alma. Pero podría salvarse más de una.
El único objetivo de esta obra no debería ser solamente aumentar nuestra recompensa en el cielo. Algunos son egoístas en este sentido. En vista de lo que Cristo ha hecho por nosotros y de lo que ha sufrido por los pecadores, deberíamos, como consecuencia de un amor puro y desinteresado por las almas, imitar su ejemplo sacrificando nuestro propio placer y nuestra conveniencia para hacerles bien. El gozo propuesto a Cristo, que lo sostenía en medio de todos sus sufrimientos, era la salvación de los pobres pecadores. Este debería ser nuestro gozo y el estímulo de nuestras ambiciones en la causa de nuestro Maestro. De esa manera agradamos a Dios, y le manifestamos nuestro amor y devoción como sus siervos. Nos amó primero, y no nos escatimó su propio amado Hijo, sino que sacándoselo de su pecho, por así decirlo, lo envió a morir para que nosotros tuviéramos vida. El amor, el verdadero amor por nuestros semejantes revela que amamos a Dios. Podemos hacer una elevada profesión de fe, pero sin amor, nada valdrá. Nuestra fe puede inducirnos a entregar nuestros cuerpos para ser quemados, pero si no manifestamos un amor abnegado, tal como el que se manifestó en el corazón de Jesús y fue ejemplificado por su vida, somos como metal que resuena o címbalo que retiñe.
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Hay algunas familias que reciben fortaleza espiritual al trasladarse a Battle Creek. Es exactamente el lugar donde algunos pueden recibir ayuda, en circunstancias que es el sitio equivocado para otros. El Hno. A y su esposa son un ejemplo de la gente que puede resultar beneficiada por un traslado a esa ciudad. El Señor los dirigió para que siguieran ese plan. Battle Creek era exactamente el lugar que los podría beneficiar, y ha sido una bendición para toda la familia. Al venir aquí se han fortalecido para posar firmemente su pie en la plataforma de la verdad, y si perseveran en la senda de la humilde obediencia, pueden regocijarse por la ayuda que han recibido en Battle Creek.
Una advertencia a los ministros
En la visión que se me dio el 12 de junio de 1868 me sentí profundamente impresionada por la gran obra que hay que hacer a fin de preparar un pueblo para la venida del Hijo del hombre. Vi que la mies era mucha, mas los obreros pocos. Muchos de los que se encuentran actualmente en el campo trabajando para salvar almas, son débiles. Han asumido pesadas responsabilidades, que los han sometido a prueba y los han fatigado. No obstante, se me mostró que en el caso de algunos de los ministros que están allí ha habido un gran desgaste de energía que en realidad no se necesitaba hacer. Algunos hacen oraciones largas, en voz demasiado alta, lo que consume muchísimo sus pocas fuerzas y desgasta innecesariamente su vitalidad; otros con frecuencia alargan sus discursos entre un tercio y la mitad de lo que deberían ser. Al hacerlo, se cansan demasiado; el interés de la gente disminuye antes de la terminación del discurso, con lo que pierden mucho, porque no lo pueden retener. La mitad de lo que se dijo habría sido mejor que decir mucho. Aunque todo el asunto sea importante, el éxito sería mayor si las oraciones y los discursos fueran más cortos. Se lograrían resultados sin tanto cansancio. Están usando innecesariamente su fuerza y su vitalidad, que por el bien de la causa es necesario conservar. El esfuerzo prolongado y persistente, después de trabajar hasta los límites del cansancio, es lo que fatiga y quebranta.
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Vi que el trabajo extra, llevado a cabo cuando el organismo ya estaba exhausto, consumió la vida del querido Hno. Sperry, y lo llevó prematuramente a la tumba. Si hubiera obrado tomando en cuenta su salud, habría vivido para trabajar hasta el presente. También el trabajo extra consumió la fuerza vital del querido Hno. Cranson, y puso fin a su vida útil.
El cantar mucho, como asimismo las oraciones y los discursos largos, son sumamente cansadores. En muchos casos nuestros ministros no deberían prolongar sus esfuerzos más allá de una hora. Deberían tener algunas actividades preliminares, entrar en el tema inmediatamente, y tratar de que sus discursos terminen cuando el interés de la gente está en su punto culminante. No deberían continuar sus esfuerzos hasta que los oyentes deseen que terminen de hablar. La gente pierde mucho de esta tarea extra, pues a menudo está demasiado cansada para recibir algún beneficio de lo que escucha; y ¿quién puede decir cuánto pierde el ministro que trabaja de esta manera? Al final nada se gana con este drenaje de vitalidad.
Frecuentemente la fuerza ya está agotada al comienzo de un esfuerzo prolongado. Y en el mismo momento cuando hay tanto que ganar o que perder, el dedicado ministro de Cristo, que tiene interés en trabajar y deseos de hacerlo, no está en condiciones de ejercer dominio sobre sus fuerzas. Las ha gastado en cantar, en prolongadas oraciones y largas predicaciones, y la victoria se pierde por falta de una tarea ferviente y bien orientada, llevada a cabo en el momento preciso. Ese áureo momento se malogra. El interés sucitado no fue atendido. Habría sido mejor no despertar interés alguno; porque cuando las convicciones han sido resistidas y vencidas, es muy difícil impresionar de nuevo la mente con la verdad.
Se me mostró que si nuestros ministros tuvieran cuidado para conservar sus fuerzas en lugar de disiparlas innecesariamente, sus labores juiciosas y bien dirigidas producirían más en un año que lo que se podría conseguir con largos discursos, oraciones y cantos, que son tan cansadores y agotadores. En este último caso con frecuencia la gente se ve privada de la atención que tanto necesita en el momento preciso; porque el obrero requiere descanso, y pondrá en peligro su salud y su vida si continúa sus esfuerzos.
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Nuestros queridos Hnos. Matteson y D.T. Bourdeau se han equivocado en esto, y deberían reformarse en cuanto a su manera de trabajar. Deberían hacer discursos y oraciones cortos. Deberían ir al punto de una vez, y suspender sus tareas antes de llegar al cansancio. Ambos pueden hacer un bien mucho mayor si obran así, y al mismo tiempo conservarían sus fuerzas para continuar las labores que tanto aman, sin quebrantarse del todo.