“Vosotros sois la luz del mundo,” dice el Maestro celestial. No todos tienen la misma experiencia en su vida religiosa. Pero si se reúnen los que han pasado por diversas circunstancias, pueden hablar con sencillez y humildad de lo que han experimentado. Todos los que prosiguen adelante en la carrera cristiana, deben tener y tendrán una experiencia viva, nueva e interesante. Una experiencia viva se compone de pruebas diarias, conflictos y tentaciones, arduos esfuerzos y victorias y mucha paz y gozo obtenidos mediante Jesús. Un simple relato de estas cosas da luz, fuerza y conocimiento que ayudarán a otros en su progreso en la vida cristiana. El culto de Dios debe ser interesante e instructivo para los que aman las cosas divinas y celestiales.
Jesús, el Maestro celestial, no se mantenía alejado de los hijos de los hombres, sino que, a fin de beneficiarlos, vino del cielo a la tierra, donde estaban, para que la pureza y la santidad de su vida resplandeciesen sobre la senda de todos e iluminasen el camino del cielo. El Redentor del mundo procuró hacer claras y sencillas sus lecciones de instrucción, a fin de que todos las comprendiesen. Generalmente prefería dar sus discursos al aire libre. No había paredes que pudiesen contener la multitud que le seguía; pero tenía razones especiales por recurrir a los huertos y las playas a fin de dar allí sus instrucciones. Podía contemplar el panorama y hacer uso de objetos y escenas familiares para los de humilde condición, a fin de ilustrar con ellas las verdades importantes que les hacía conocer. A estas lecciones asociaba las obras de Dios en la naturaleza. Las aves que gorjeaban sus cantos sin preocupación, las flores del valle que resplandecían de hermosura, el nenúfar que lucía su pureza en el seno del lago, los altos árboles, la tierra cultivada, los ondeantes cereales, el suelo árido, el árbol que no daba fruto, las colinas eternas, el burbujeante arroyo, el sol poniente que teñía y doraba los cielos, todas estas cosas las empleaba para grabar en la mente de sus oyentes la verdad divina. Relacionaba las obras puestas por la mano de Dios en los cielos y sobre la tierra con las palabras que deseaba grabar en sus mentes, a fin de que mientras mirasen las obras admirables de Dios en la naturaleza, sus lecciones se mantuviesen frescas en su recuerdo.
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En todos sus esfuezos Cristo procuraba hacer interesantes sus enseñanzas. Sabía que una muchedumbre cansada y hambrienta no podía obtener beneficio espiritual, y no olvidaba sus necesidades corporales. En cierta ocasión realizó un milagro para alimentar a cinco mil personas que se habían reunido para escuchar las palabras de vida que brotaban de sus labios. Jesús tenía en cuenta los alrededores cuando daba su preciosa verdad a las multitudes. El panorama era de tal naturaleza que atraía los ojos y despertaba admiración en el pecho de los que amaban lo bello. Podía ensalzar la sabiduría de Dios en las obras que había creado, y podía vincular estas lecciones sagradas dirigiendo sus mentes de la naturaleza al Dios de ella.
Así el panorama, los árboles, las aves, las flores del valle, las colinas, el lago y los hermosos cielos, se asociaban en su recuerdo con las verdades sagradas que serían santificadas en su memoria cuando mirasen aquellas cosas después de la ascensión de Cristo al Cielo.
Cuando enseñaba a la gente, no dedicaba el tiempo a la oración. No les imponía, como los fariseos, largas y tediosas ceremonias y oraciones. Enseñó así a orar a sus discípulos: “Y cuando oras, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles en pie, para ser vistos de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su pago. Mas tú, cuando oras, éntrate en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público. Y orando, no seáis prolijos, como los gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosa tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Mateo 6:5-9.
Cristo inculcó en sus discípulos la idea de que sus oraciones debían ser cortas y expresar exactamente lo que querían, y nada más. Le indicó la longitud y el contenido que debían caracterizar sus oraciones; debían expresar sus deseos de bendiciones temporales y espirituales, y su gratitud por las mismas. ¡Cuán abarcante es esta oración modelo! Se refiere a la necesidad real de todos. Uno o dos minutos bastan para cualquier oración común. Hay casos en que la oración nos es dictada en una forma especial por el Espíritu de Dios, cuando se eleva la súplica en el Espíritu. El alma anhelante siente agonía y gime en busca de Dios. El espíritu lucha como luchó Jacob, y no quiere descansar sin manifestaciones especiales del poder de Dios. Así quiere Dios que sea.
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Pero muchos elevan oraciones áridas como si fueran sermones. Oran a los hombres y no a Dios. Si estuvieran orando a Dios, y comprendiesen realmente lo que están haciendo, se alarmarían por su audacia; porque dirigen un discurso al Señor a modo de oración, como si el Creador del universo necesitase información especial sobre temas generales relacionados con las cosas que suceden en el mundo. Tales oraciones son todas como metal que resuena y címbalo que retiñe. No son anotadas en el Cielo. Los ángeles de Dios se cansan de ellas, tanto como los mortales que están obligados a escucharlas.
A Jesús se le encontraba a menudo en oración. Se retiraba a los huertos solitarios o a las montañas para dar a conocer sus peticiones a su Padre. Cuando había terminado los quehaceres y los cuidados del día, y los cansados buscaban reposo, Jesús dedicaba el tiempo a la oración. No quisiéramos desalentar el espíritu de oración; porque no se ora ni se vela bastante. Y menos aún se ora con el Espíritu y también con comprensión. La oración ferviente y eficaz es siempre oportuna, y nunca cansará. Una oración tal interesa y refrigera a todos los que tienen amor por la devoción.
Se descuida la oración secreta, y ésta es la razón por la cual muchos hacen oraciones tan largas, tediosas y sin valor cuando se reúnen para adorar a Dios. Repasan en sus oraciones una semana de deberes descuidados y oran en círculo, esperando compensar su negligencia y apaciguar su conciencia. Esperan ganar por su oración el favor de Dios. Pero con frecuencia estas oraciones logran solamente hacer bajar a otros al nivel de las tinieblas espirituales en que está la persona que las hace. Si los cristianos quisieran apropiarse las enseñanzas de Cristo acerca de velar y orar, rendirían un culto más inteligente a Dios.
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Cómo observaremos el sábado
Dios es misericordioso. Sus requerimientos son razonables y concuerdan con la bondad y la benevolencia de su carácter. El sábado fue creado para que toda la humanidad recibiese beneficio. No fue hecho el hombre para adaptarse al sábado; sino que el sábado fue hecho después de la creación del hombre, para satisfacer sus necesidades. Después que Dios hubo hecho el mundo en seis días, reposó y luego santificó y bendijo el día en que había reposado de todas sus obras que había creado y hecho. Puso aparte ese día especial para que el hombre descansase en él de su trabajo, a fin de que mientras mirase la tierra y los cielos, pudiese reflexionar que Dios había hecho todo esto en seis días y reposado en el séptimo, y que al contemplar las pruebas tangibles de la sabiduría infinita de Dios, su corazón se llenase de amor y reverencia hacia su Creador.
A fin de santificar el sábado, no es necesario que nos encerremos entre paredes, y que nos privemos de las hermosas escenas de la naturaleza, del aire libre y vigorizador y de la hermosura del cielo. En ningún caso debemos permitir que las cargas y las transacciones comerciales distraigan nuestra mente en el sábado del Señor el cual ha santificado. No debemos permitir que nuestra mente se espacie siquiera en cosas de carácter mundanal. Pero la mente no puede ser refrigerada, vivificada y elevada si quedamos encerrados durante casi todas las horas del sábado entre paredes, escuchando largos sermones y oraciones tediosas y formales. El sábado del Señor recibe un uso erróneo si se lo celebra así. No se alcanza el objeto por el cual fue instituido. El sábado fue hecho para el hombre, para beneficiarle al apartar su espíritu de la labor secular a fin de que contemple la verdad y la gloria de Dios. Es necesario que el pueblo de Dios se reúna para hablar de él, para intercambiar pensamientos e ideas acerca de las verdades contenidas en su Palabra, y dedicar una parte del tiempo a la oración apropiada. Pero estos momentos, aun en sábado, no deben ser hechos tediosos por su dilación y falta de interés.
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Durante una porción del día, todos debieran tener oportunidad de salir al aire libre. ¿Cómo pueden los niños recibir un conocimiento más correcto de Dios y una impresión mental mejor, que pasando una parte del tiempo al aire libre, no jugando, sino en compañía de sus padres? Asóciense sus mentes juveniles con Dios en los hermosos panoramas de la naturaleza, llámeseles la atención hacia las manifestaciones de su amor por el hombre en sus obras creadas y se sentirán atraídos e interesados. No correrán el peligro de asociar el carácter de Dios con todo lo severo y adusto; sino que al ver las cosas bellas que creó para la felicidad del hombre, serán inducidos a considerarle como un Padre tierno y amable. Verán que sus prohibiciones no han sido hechas simplemente para manifestar su poder y autoridad, sino que busca la felicidad de sus hijos. Y al cobrar el carácter de Dios el aspecto atrayente del amor, la benevolencia y la belleza, se sentirán inducidos a amarle. Podéis llamarles la atención a las aves hermosas que llenan el aire de música con sus felices cantos, los tallos de la hierba y las flores perfectas de llamativos matices que perfuman el aire. Todas estas cosas proclaman el amor y la habilidad del Artista celestial, y revelan la inigualable y perfecta gloria de Dios.
Padres, ¿por qué no hacéis uso de las lecciones preciosas que Dios nos ha enseñado en el libro de la naturaleza para dar a vuestros hijos una idea correcta de su carácter? Los que sacrifican la sencillez por la moda, y se privan de admirar la belleza de la naturaleza, no pueden ser espirituales, no pueden comprender la habilidad y el poder de Dios según se revelan en sus obras creadas; por lo tanto sus corazones no palpitan con nuevo amor e interés, y no se llenan de reverencia al vislumbrar a Dios en la naturaleza.
Todos los que aman a Dios deben hacer lo que puedan para que el sábado sea una delicia, santo y honorable. No pueden hacer esto buscando sus propios placeres en diversiones pecaminosas y prohibidas, sin embargo, pueden hacer mucho para exaltar el sábado en sus familias y hacer de él el día más interesante de la semana. Debemos dedicar tiempo a interesar a nuestros hijos. Un cambio ejercerá una influencia feliz sobre ellos. Podemos andar con ellos al aire libre; podemos sentarnos con ellos en los huertos y bajo la alegre luz del sol y dar a sus mentes inquietas algo en qué ocuparse, conversando con ellos de las obras de Dios. Podemos inspirarles amor y reverencia llamando su atención a los hermosos objetos de la naturaleza.
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El sábado debe resultar tan interesante para nuestras familias que su visita semanal sea saludada con gozo. De ninguna manera mejor pueden los padres exaltar y honrar el sábado que ideando medios de impartir la debida instrucción a sus familias, e interesadas en las cosas espirituales, dándoles una visión correcta del carácter de Dios, y de lo que él requiere de nosotros a fin de perfeccionar el carácter cristiano y alcanzar la vida eterna. Padres, haced del sábado una delicia para que vuestros hijos puedan esperarlo con placer y recibirlo con gozo en su corazón.
La recreación cristiana
He estado pensando en el contraste que habría entre nuestra reunión de hoy aquí y las reuniones que celebran generalmente los incrédulos. En vez de hacer oración y mencionar a Cristo y las cosas religiosas, se oirían risas torpes y conversaciones triviales. Su objeto sería pasar momentos alegres. La reunión comenzaría con insensatez y terminaría con vanidad. Nosotros queremos que estas reuniones sean dirigidas de tal manera, y que nos conduzcamos de tal modo que podamos volver a nuestros hogares con una conciencia libre de ofensas contra Dios y el hombre, con el conocimiento de que no hemos herido en nada a aquellos con quienes nos hemos asociado, ni hemos ejercido-influencia perniciosa sobre ellos.
En esto fracasan muchos. No consideran que son responsables de la influencia que ejercen diariamente; que deben dar cuenta a Dios de las impresiones que causan y de la influencia que difunden en todo su trato de la vida. Si esta influencia es tal que tienda a apartar de Dios la mente de otros y atraerlos hacia la vanidad y la insensatez, induciéndolos a buscar su propio placer en diversiones y complacencias insensatas tendrán que dar cuenta de ello. Si estas personas son hombres y mujeres de influencia, si su posición es tal que su ejemplo afectará a otros, recaerá sobre ellos un pecado mayor por no regir su conducta de acuerdo con la norma bíblica.
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La ocasión que estamos celebrando hoy concuerda precisamente con mis ideas acerca de la recreación. He procurado exponer mis opiniones al respecto, pero es más fácil ilustrarlas que exponerlas. Estuve en este terreno hace más o menos un año, cuando asistí a una reunión similar a esta. Casi todo transcurrió muy agradablemente entonces, pero había una cosa que objetar. Algunos se entregaron a muchas bromas. No todos eran observadores del sábado, y se manifestaba una influencia que no era tan agradable como podríamos haber deseado.
Pero creo que aun mientras procuramos refrigerar nuestros espíritus y vigorizar nuestros cuerpos, Dios requiere de nosotros que empleemos todas nuestras facultades en todos los momentos con el mejor propósito. Podemos asociarnos como lo hacemos hoy, y hacerlo todo para gloria de Dios. Podemos y debemos dirigir nuestras recreaciones de tal manera que nos dejen más idóneos para desempeñar con éxito los deberes que nos incumben, y para que nuestra influencia sea más benéfica sobre aquellos con quienes tratamos. Tal debiera ser especialmente el caso en una ocasión como ésta, que debiera alegrarnos a todos. Podemos volver a nuestras casas con el espíritu animado y el cuerpo refrigerado, preparados para reanudar el trabajo con mejor esperanza y más valor.
Creemos que cada día de nuestra vida es nuestro privilegio glorificar a Dios aquí en la tierra; que no hemos de vivir en este mundo simplemente para divertirnos y agradarnos a nosotros mismos. Estamos aquí para beneficiar a la humanidad, para ser una bendición para todos. Y si dejamos que nuestro espíritu se rebaje al nivel en el cual muchos de los que procuran solamente la vanidad y la insensatez permiten que se espacie el suyo, ¿cómo podemos beneficiar a la sociedad, a nuestra especie y generación? No podemos dedicarnos inocentemente a cualquier diversión que nos incapacite para el más fiel desempeño de los deberes comunes de la vida.
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Queremos buscar lo elevado y hermoso. Queremos desviar la mente de lo superficial vano e inestable. Lo que deseamos es obtener nuevas fuerzas de todo aquello en lo cual participamos. De todas estas reuniones destinadas a la recreación, de todo trato agradable, queremos obtener nueva fuerza para llegar a ser mejores hombres y mujeres. De toda fuente posible adquiramos nuevo valor, nueva fuerza, nuevo poder, a fin de elevar nuestra vida a la pureza y la santidad, y no descender al bajo nivel de este mundo.
Oímos a muchos que profesan la religión de Cristo hablar a menudo así: “Debemos todos descender a cierto nivel”. Para los cristianos no hay tal descenso. Abrazar la verdad de Dios y la religión de la Biblia no es descender, es ascender a un nivel elevado, a un punto más alto, donde podemos comunicarnos con Dios.
Por esta misma razón Cristo se humilló a sí mismo, tomó nuestra naturaleza para que por su propia humillación, sufrimiento y sacrificio él pudiera llegar a ser un escalón para los hombres caídos, para que por los méritos de Cristo pudieran elevarse, y para que por medio de la excelencia y virtud de Cristo, sus esfuerzos por guardar la ley de Dios pudieran ser aceptos por él. Aquí no hay tal cosa como descender a cierto nivel. Estamos tratando de colocar nuestros pies sobre la elevada y exaltada plataforma de la verdad eterna. Tratamos de llegar a ser más semejantes a los ángeles celestiales, y ser más puros de corazón, más libres de pecado, inocentes e inmaculados.
Buscamos la pureza y la santidad de la vida, para que al final podamos estar aptos para la sociedad celestial en el reino de gloria. Y el único medio para lograr esta elevación del carácter cristiano es Jesucristo. No hay otro modo de exaltar la familia humana. ¡Algunos hablan de la humillación que sufren y del sacrificio que hacen al adoptar la verdad de origen celestial! Es cierto que el mundo no acepta la verdad, los incrédulos no la reciben. Ellos pueden hablar de los que han abrazado la verdad y buscado al Salvador, y presentarlos como quienes lo han dejado todo, renunciado a todo, y sacrificado todo lo que vale la pena retener. Pero no me digan eso a mí. Yo conozco la realidad. Por experiencia sé que es todo lo contrario. No pueden decir que tenemos que abandonar nuestros tesoros más queridos sin recibir algo equivalente. ¡Por cierto que no! El Creador, que preparó el hermoso Edén para nuestros primeros padres, que ha plantado para nosotros los bellos árboles y flores, y proveyó todo lo que es hermoso y glorioso en la naturaleza para que la raza humana lo disfrute, se propuso que los seres humanos lo disfrutaran. Entonces no piensen que Dios desea que abandonemos todo lo que nos da felicidad. El requiere que abandonemos sólo lo que no sería para nuestro bien y felicidad retener.
Ese Dios que ha plantado estos nobles árboles y los ha vestido con su rico follaje, que nos ha dado las brillantes y hermosas tonalidades de las flores, y cuya bella obra vemos en el reino de la naturaleza, no tiene la intención de hacernos infelices; no se propone que no gustemos ni disfrutemos de estas cosas. Es su voluntad que las disfrutemos y seamos felices con los encantos de la naturaleza, que son su propia creación.