Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 264-274, día 165

Pese a que la advertencia del apóstol está ante nosotros de abstenernos “de toda especie de mal” (1 Tesalonicenses 5:22), algunos persisten en seguir un rumbo de conducta indigno de los cristianos. Dios requiere de su pueblo que sea santo, que se mantengan separados de las obras de las tinieblas, que sean puros de corazón y vida, y que no se contaminen con el mundo. Los hijos de Dios, por fe en Cristo, son su pueblo escogido; y cuando se mantienen firmes sobre el terreno sagrado de la verdad bíblica serán salvados del compañerismo con las obras infructuosas de las tinieblas. 

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Hermano R, usted se ha interpuesto directamente en el camino de la obra de Dios y ha traído grandes tinieblas y desaliento sobre su causa. Satanás lo ha cegado. Ha trabajado en busca de aceptación y la ha conseguido. Si hubiera permanecido en la luz podría haber discernido el poder de Satanás en acción para engañarlo y destruirlo. Los hijos de Dios no comen y beben para agradar el apetito, sino para preservar la vida y la fuerza a fin de hacer la voluntad de su Maestro. Se visten para cuidar la salud, no por ostentación o para mantenerse a tono con la moda cambiante. Por principio, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida están desterrados de su guardarropa y de sus vidas. Actúan movidos por una sinceridad piadosa, y su conversación es elevada y celestial. 

Dios es muy compasivo, porque él entiende nuestras debilidades y tentaciones; y cuando acudimos a él con corazones quebrantados y espíritus contritos, él acepta nuestro arrepentimiento, y promete que, mientras nos aferremos a su fuerza para hacer las paces con él, haremos paz con él. ¡Oh, qué gratitud, qué gozo debiéramos sentir porque Dios es misericordioso!

Usted ha fallado al no depender de la fuerza de Dios. Se ha explayado en su persona y ha hecho de sí el tema de pensamiento y conversación. Ha magnificado sus pruebas delante de sí mismo y ante otros, y su mente se ha apartado de la verdad, del Modelo que se nos pide que copiemos, y le ha fijado en el débil hermano R. 

Al estar fuera del púlpito usted tendría que haber sentido el valor de las almas y haber buscado oportunidades para presentar la verdad a la gente, pero no ha sentido la responsabilidad que le incumbe a un ministro evangélico. Jesús y su justicia no han sido sus temas, y se han perdido muchas oportunidades que, si hubieran sido aprovechadas, más de una veintena de almas podría haberse decidido para dar todo a Cristo y la verdad. Pero usted no levantó la carga. La obra pastoral implicaba una cruz, y usted no se ocupó de ella. 

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Vi ángeles de Dios observando las impresiones que usted hace y los frutos que produce fuera de la reunión, y su influencia general sobre creyentes y no creyentes. Vi a estos ángeles velando sus rostros con tristeza y apartándose afligidos y renuentemente de su lado. Con frecuencia usted se ha ocupado en asuntos de menor importancia, y cuando tenía que hacer esfuerzos que requerían el vigor de todas sus energías, un pensamiento claro y oraciones fervientes, usted seguía su propio placer e inclinación, y confiaba en su propia fuerza y sabiduría para enfrentar no sólo a los hombres, sino a principados y potestades, a Satanás y sus ángeles. Esto es hacer la obra de Dios negligentemente, colocando en riesgo la verdad y la causa de Dios, y poniendo en peligro la salvación de las almas. 

Debe obrarse en usted un cambio completo antes que se le pueda confiar la obra de Dios. Usted debiera considerar que la vida es una realidad solemne y que no es un sueño ocioso. Como centinela en los muros de Sion, usted debe responder por las almas. Debiera afirmarse en Dios. Actúa sin la debida consideración, en base a impulsos antes que por principios. No ha sentido la necesidad positiva de educar su mente ni crucificar en usted el viejo yo con sus afectos y concupiscencias. Necesita estar equilibrado por el peso del Espíritu de Dios, y que todos sus actos estén regulados por él. Ahora se siente inseguro en todas sus empresas. Hace y deshace; edifica y luego derriba; aviva un interés y luego, por falta de consagración y de sabiduría divina, lo apaga. No ha sido fortalecido, establecido y afirmado. Ha tenido poca fe; no ha vivido una vida de oración. Necesita mucho unir su vida con Dios, y entonces no sembrará para la carne ni al fin cosechará corrupción. 

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Chancear, bromear y tener conversaciones mundanas pertenecen al mundo. Los cristianos que tienen la paz de Dios en sus corazones estarán contentos y felices sin entregarse a la liviandad o la frivolidad. Mientras estén velando en oración tendrán una serenidad y paz que los elevará por encima de todas las superfluidades. El misterio de la piedad, abierto a la mente del ministro de Cristo, lo elevará por encima de los deleites terrenales y sensuales. Será un participante de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que está en el mundo mediante la concupiscencia. La comunicación abierta entre Dios y su alma lo hará fructífero en el conocimiento de la voluntad de Dios y abrirá ante él tesoros de temas prácticos que puede presentar a la gente, que no causarán frivolidad o el asomo de una sonrisa, sino que solemnizarán la mente, tocarán el corazón y despertarán la sensibilidad moral hacia las sagradas demandas que Dios tiene sobre los afectos y la vida. Aquellos que trabajan en palabra y doctrina debieran ser hombres de Dios, puros en el corazón y en la vida. 

Usted está en el mayor peligro de acarrear oprobio a la causa de Dios. Satanás conoce sus debilidades. Sus ángeles comunican sus puntos débiles a aquellos que son engañados por sus maravillas mentirosas, y ya lo cuentan a usted como uno de los suyos. Satanás se regocija al conseguir que usted siga un rumbo insensato porque se coloca en el terreno del enemigo y con ello le da ventajas sobre usted. Él sabe bien que la indiscreción de los hombres que defienden la Ley de Dios apartará a las almas de la verdad. Usted no ha colocado sobre su alma la carga del trabajo ni ha trabajado cuidadosa y fervientemente, en privado, para impresionar favorablemente a las mentes en relación con la verdad. Demasiado frecuentemente usted se vuelve impaciente, irritable y pueril, y se hace de enemigos con sus modales abruptos. A menos que esté en guardia, usted suscita prejuicios en las almas contra la verdad. A menos que experimente una transformación, y ponga en práctica en su vida los principios de las verdades sagradas que presenta en el púlpito, sus trabajos significarán muy poco. 

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Sobre usted descansa un peso de responsabilidad. Es el deber del centinela estar siempre en su puesto, velando por las almas como quien debe dar cuenta de ellas. Si su mente se desvía de la gran obra y se llena de pensamientos profanos; si planes y proyectos egoístas le roban el sueño, y en consecuencia disminuye la fuerza mental y física, usted peca contra su propia alma y contra Dios. Su discernimiento está embotado, y las cosas sagradas son colocadas en el mismo nivel que las comunes. Dios es deshonrado, su causa sufre oprobio, y la buena obra que usted podría haber hecho si hubiera depositado su confianza en Dios, se malogra. Si hubiera preservado el vigor de sus facultades para volcar sin reservas las fuerzas de su cerebro y de todo su ser en la importante obra de Dios, usted habría realizado una tarea mucho más grande, y la habría llevado a cabo más eficazmente. 

Sus labores han sido defectuosas. Un operario experto ocupa a sus hombres para que le hagan un trabajo muy hermoso y valioso, lo que requiere estudio y mucha reflexión cuidadosa. Al estar de acuerdo con hacer el trabajo, saben que a fin de cumplir la tarea correctamente, todas sus facultades necesitan estar alertas y en la mejor condición para rendir sus mejores esfuerzos. Pero un hombre de la compañía está gobernado por un apetito perverso. Ama la bebida fuerte. Día tras día gratifica su deseo de algo estimulante y, al estar bajo la influencia de ese estímulo, el cerebro se nubla, los nervios se debilitan, y sus manos son inseguras. Continúa su trabajo día tras día y casi arruina la obra que se le ha confiado. Ese hombre pierde sus salarios y le causa a su empleador un daño casi irreparable. Debido a su infidelidad, pierde la confianza de su patrón como también la de sus compañeros de trabajo. Se le confió una gran responsabilidad, y al aceptar esa confianza reconoció que era competente para hacer el trabajo de acuerdo con las instrucciones dadas por su empleador. Pero debido a su amor al yo, gratificó el apetito y se arriesgó a enfrentar las consecuencias. 

Su caso, hermano R, es similar a este. Pero la responsabilidad de un ministro de Cristo, que debe amonestar al mundo de un juicio venidero, es mucho más importante que la de un trabajador corriente como las cosas eternas son de más consecuencia que las temporales. Si el ministro del evangelio cede a su inclinación antes que ser guiado por el deber, si complace el yo a expensas de la fuerza espiritual, y como resultado obra indiscretamente, se levantarán las almas en el juicio para condenarlo por su infidelidad. En sus ropas se encontrará la sangre de las almas. A un ministro no consagrado le puede parecer poca cosa ser vacilante, impulsivo y carente de consagración; edificar y luego derribar; desalentar, angustiar y desanimar a las mismas almas que han sido convertidas por la verdad que él ha presentado. Es triste perder la confianza de las mismas personas por las cuales ha estado trabajando para salvar. Pero el resultado de una conducta insensata que el ministro ha seguido nunca se comprenderá plenamente hasta que el ministro vea las cosas como Dios las ve. 

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Un excesivo amor de ganancias

Hermano S, el 10 de diciembre de 1871 se me mostró que hay serios defectos en su carácter, los cuales, a menos que sean vistos y vencidos, resultarán ser su ruina; y usted no sólo será pesado en las balanzas del santuario y hallado falto, sino que su influencia determinará el destino de otros. O usted está recogiendo con Cristo o está desparramando. 

Se me mostró que usted tiene una pasión profundamente arraigada por el mundo. El amor al dinero es la raíz de todos los males. Usted se ufana de estar cerca de lo correcto, cuando no lo está. Dios ve no como el hombre ve. Él mira el corazón. Sus caminos no son nuestros caminos, ni sus pensamientos, nuestros pensamientos. Su gran afán y ansiedad es adquirir recursos materiales. Esta pasión absorbente ha ido aumentando en usted hasta que está teniendo más preponderancia que su amor por la verdad. Su alma se está corrompiendo a través del amor al dinero. Su amor por la verdad y su progreso es muy débil. Sus tesoros terrenales demandan y retienen sus afectos. 

Usted tiene un conocimiento de la verdad; no es ignorante de los reclamos de la Escritura; usted conoce la voluntad de su Maestro porque él la ha revelado claramente. Pero su corazón no está inclinado a seguir la luz que brilla en su camino. Usted tiene una gran medida de arrogancia. Su amor por el yo es mayor que su amor por la causa de la verdad presente. Su confianza propia y su autosuficiencia ciertamente resultarán ser su ruina a menos que pueda ver su debilidad y sus errores, y se reforme. Usted es arbitrario. Tiene una voluntad propia firme que mantener, y aunque las opiniones de otros puedan ser correctas, y sus juicios erróneos, usted es un hombre que no cede. Mantiene firmemente la opinión que ha expuesto, sin tener en cuenta el juicio de otros. Cómo quisiera que viese el peligro de continuar la trayectoria que ha estado siguiendo. Si sus ojos pudieran ser iluminados por el Espíritu de Dios, usted vería estas cosas claramente. 

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Su esposa ama la verdad y ella es una mujer práctica, una mujer de principios. Pero usted no aprecia su valor. Ella ha trabajado esforzadamente por el bien común de la familia, pero usted no le ha dado su confianza. No le ha pedido su consejo ni ha compartido con ella el suyo, como era su deber. En gran medida, usted mantiene en reserva sus propios asuntos; no le agrada abrirle su corazón a su esposa y permitir que ella conozca lo que piensa y su verdadera fe y sentimientos. Usted es reservado. Su esposa no ocupa en su familia el lugar de honor que ella merece y que es capaz de llenar. 

Usted siente que su esposa no debiera interferir con sus planes y arreglos, y demasiado frecuentemente establece su voluntad y planes de operación en oposición a los de ella. Actúa como si la identidad de ella debiera fusionarse en la suya. No está satisfecho con que ella actúe como si tuviera una individualidad, una identidad propia. Dios la considera a ella responsable por su individualidad. Usted no la puede salvar, y ella no lo puede salvar a usted. Ella tiene una conciencia propia por la que debe guiarse. Usted está demasiado dispuesto a ser conciencia para ella y a veces para sus hijos. Dios tiene derechos superiores sobre su esposa que los que usted pueda tener. Ella debe formar un carácter por sí misma, y es responsable ante Dios por el carácter que desarrolle. 

Usted tiene un carácter que formar y es responsable ante Dios por ese carácter. Su influencia es dominante y posee un espíritu dictatorial, lo que no concuerda con la voluntad de Dios. Necesita dejar de ser tan exigente. Usted se ha enorgullecido por su gusto delicado y su capacidad de organización. Tiene muy buenas ideas, pero no ha transferido a su carácter y conducta esta percepción exacta y fina. Ha fallado en perfeccionar un carácter simétrico. Tiene buenas ideas de orden y arreglo, pero todas estas magníficas cualidades de la mente se han embotado al pervertirse. Usted no ha cumplido con las condiciones expuestas en la Palabra de Dios para llegar a ser un hijo de Dios. Todas las promesas de Dios son condicionales. “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” 2 Corintios 6:17-7:1. Usted todavía tiene que obtener esta experiencia. A usted le encanta estar en la compañía de los incrédulos y oírlos hablar, y también le gusta hablar con ellos. Jesús no puede ser glorificado con su conversación, y si usted hubiera tenido el espíritu de Jesús no podría haber estado tanto tiempo en la compañía de quienes no tenían el amor por la verdad de Dios. 

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Usted ha sentido que había obstáculos para que sus hijos llegaran a ser cristianos, y ha sentido que se debía culpar a otros. Pero no se engañe respecto a este asunto. Su influencia como padre ha sido suficiente para interponerse en el camino de ellos, aunque no hubiera habido ninguna otra cosa que lo impidiera. Su ejemplo y su conversación han sido de tal carácter que sus hijos no podían creer que su conducta fuera consecuente con su profesión. Su conversación con incrédulos ha sido de una naturaleza tan baja, y tan liviana, tan llena de chanzas y bromas, que su influencia jamás pudo elevarlos. Su trato con otros no ha sido siempre estrictamente honesto. No ha amado a Dios con todo su corazón, mente y fuerzas, y a su prójimo como a usted mismo. Si hubiera estado en su poder, se habría aprovechado de la desventaja de su prójimo. Cada dólar que le llega de esta manera llevará consigo una maldición que usted sentirá tarde o temprano. Dios marca cada acto de injusticia, sea hecho a un creyente o a un incrédulo, y no lo pasará por alto. Su disposición codiciosa es una trampa para usted. Su trato con sus semejantes no puede soportar la prueba del juicio. 

Su carácter cristiano está manchado de avaricia. Estas manchas tendrán que ser quitadas, o usted perderá la vida eterna. Cada uno de nosotros tiene un trabajo que hacer para el Maestro; cada uno de nosotros posee talentos para mejorar. El más humilde y pobre de los discípulos de Jesús puede ser una bendición para otros. Quizás no entienda que está haciendo alguna cosa buena en especial pero, por su influencia inconsciente, puede iniciar olas de bendición que se ensancharán y profundizarán, y el feliz resultado de sus palabras y conducta consecuente quizás nunca será conocido hasta la distribución final de recompensas. No siente ni sabe que está haciendo nada grande. No se le pide que se recargue de ansiedad respecto al éxito. Él sólo tiene que ir hacia adelante, no con muchas palabras ni con vanagloria y jactancia, sino callada, fielmente, haciendo la obra que la providencia de Dios le ha asignado, y no perderá su recompensa. Esto es lo que ocurrirá en su caso. El memorial de su vida estará escrito en el libro de registros; y, si usted es finalmente un vencedor, habrá almas salvadas mediante sus esfuerzos, por su abnegación, sus palabras buenas y su vida cristiana consecuente. Y cuando finalmente se distribuyan a todos las recompensas según hayan sido sus obras, las almas redimidas lo bendecirán, y el Maestro dirá: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu señor”. Mateo 25:21. 

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El mundo ciertamente está lleno de prisa, y de orgullo, egoísmo, avaricia y violencia; y puede parecernos que es una pérdida de tiempo y esfuerzo estar siempre listos, a tiempo y fuera de tiempo, y en toda ocasión estar preparados para hablar palabras amables, puras, elevadoras, castas y santas, a pesar del torbellino de confusión, bullicio y luchas. Y sin embargo las palabras habladas apropiadamente, procedentes de corazones y labios santificados, y respaldadas por una conducta cristiana piadosa, consecuente, serán como manzanas de oro con figuras de plata. Usted ha sido como uno de los que hablan vanamente y ha aparecido como uno del mundo. A veces ha sido descuidado en sus palabras e imprudente en su conversación y se ha rebajado como un cristiano en la opinión de los incrédulos. A veces ha hablado acerca de la verdad, pero sus palabras no han llevado el tono serio y anheloso que llegaría al corazón. Han estado acompañadas de observaciones livianas, triviales, que harían llegar a aquellos con quienes usted conversa a la conclusión de que su fe no es genuina y que no cree las verdades que profesa. Las palabras en favor de la verdad, habladas con sereno aplomo, procedentes de un propósito recto y de un corazón puro, harán mucho para desarmar a la oposición y para ganar almas. Pero un espíritu duro, egoísta, denunciatorio, sólo alejará de la verdad y despertará un espíritu de oposición. 

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No tiene que aguardar la llegada de grandes ocasiones, ni esperar hasta tener aptitudes extraordinarias, antes de trabajar fervientemente para Dios. No tiene que preocuparse en absoluto de qué pensará el mundo de usted. Si su relación con ellos y su conversación piadosa son un testimonio viviente de la pureza y la sinceridad de su fe, y ellos están convencidos de que usted desea beneficiarlos, sus palabras no se perderán completamente en la experiencia de ellos, sino que producirán frutos para el bien. 

Un siervo de Cristo, en cualquier departamento de servicio cristiano, tendrá una influencia salvadora sobre otros por precepto y ejemplo. La buena semilla que ha sido sembrada puede yacer algún tiempo en un corazón frío, mundano, egoísta, sin evidencia de que ha echado raíz; pero frecuentemente el Espíritu de Dios obra en ese corazón y lo riega con el rocío del cielo, y la semilla por largo tiempo oculta brota, y finalmente lleva fruto para la gloria de Dios. En nuestra vida no sabemos qué prosperará, si esto o aquello. Éstas no son preguntas para que nosotros, pobres mortales, las resolvamos. Tenemos que hacer nuestro trabajo, dejando el resultado a Dios. Si usted estuviera en la oscuridad y la ignorancia, no sería tan culpable. Pero ha tenido gran luz y ha oído mucha verdad; pero sin embargo, es un hacedor de la Palabra.

La vida de Cristo es un ejemplo para todos nosotros. Su ejemplo de abnegación, de sacrificio propio y benevolencia desinteresada es para que lo sigamos. Toda su vida es una demostración infinita de su gran amor y condescendencia para salvar al hombre pecador. “Ámense unos con otros como yo los he amado” (Juan 15:12 (La Biblia Latinoamérica)), dice Cristo. ¿De qué modo nuestra vida de abnegación, sacrificio y benevolencia se compara con la vida de Cristo? “Vosotros sois la luz del mundo”, dice Cristo dirigiéndose a sus discípulos. “Vosotros sois la sal de la tierra” Mateo 5:14, 13. Si éste es nuestro privilegio y también nuestro deber, y somos personas llenas de oscuridad e incredulidad, ¡qué terrible responsabilidad asumimos! Podemos ser canales de luz o de tinieblas. Si hemos descuidado [nuestro deber] de aumentar la luz que Dios nos ha dado, y hemos fallado en avanzar en conocimiento y verdadera santidad cuando la luz ha dirigido el camino, somos culpables y estamos en oscuridad de acuerdo con la luz y la verdad que hemos descuidado en mejorar. En estos días de iniquidad y peligro, los caracteres y las obras de los profesos cristianos por lo general no resistirán la prueba ni soportarán ser expuestos cuando la luz que ahora brilla sobre ellos los examine. No hay concordia entre Cristo y Belial; no hay comunión entre la luz y las tinieblas. ¿Cómo, entonces, pueden estar en armonía el espíritu de Cristo y el espíritu del mundo? El Señor nuestro Dios es un Dios celoso. Él requiere el afecto sincero y la confianza sin reservas de aquellos que profesan amarlo. Dice el salmista: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”. Salmos 66:18. 

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