Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 536-546, día 190

Muchos padres educan los gustos de sus hijos y forman su apetito. Les permiten comer carne y beber té y café. Los alimentos a base de carne y altamente sazonados, y el té y café cuyo consumo algunas madres fomentan en sus hijos, los preparan para desear estimulantes más fuertes, como el tabaco. El uso de éste despierta el deseo de ingerir bebidas alcohólicas; y el consumo de tabaco y bebidas reduce invariablemente la energía nerviosa. 

Si las sensibilidades morales de los cristianos se aguzaran en el tema de la temperancia en todas las cosas, podrían, por su ejemplo, y principiando en sus mesas, ayudar a los que tienen poco dominio propio, a los que son casi incapaces de resistir a las instancias de su apetito. Si pudiéramos comprender que los hábitos que adquirimos en esta vida afectarán nuestros intereses eternos, y que nuestro destino eterno depende de que nos habituemos a ser temperantes, lucharíamos para ser estrictamente temperantes en el comer y beber. Por nuestro ejemplo y esfuerzo personales, podemos ser instrumentos para salvar a muchas almas de la degradación de la intemperancia, el crimen y la muerte. Nuestras hermanas pueden hacer mucho en la obra de la salvación de los demás, al poner sobre sus mesas únicamente alimentos sanos y nutritivos. Pueden dedicar su precioso tiempo a educar los gustos y apetitos de sus hijos, a hacerles adquirir hábitos de temperancia en todas las cosas, y a estimular la abnegación y la benevolencia para beneficio de los demás. 

No obstante el ejemplo que Cristo nos dio en el desierto de la tentación al negarse a complacer el apetito y al vencer su poder, son muchas las madres cristianas que, por su ejemplo y por la educación que dan a sus hijos, los están preparando para que lleguen a ser glotones y bebedores. Con frecuencia se permite a los niños que coman lo que prefieren y cuando quieren, sin tener en cuenta su salud. Son muchos los niños a quienes se educa desde su infancia para que lleguen a ser glotones. Por la complacencia del apetito, padecen de dispepsia desde su tierna infancia. La complacencia propia y la intemperancia en el comer se desarrollan y fortalecen con el aumento de vigor. El poder mental y físico es sacrificado por la indulgencia de los padres. Adquieren gusto por ciertos manjares de los cuales no reciben beneficio, sino perjuicio, y como el organismo se recarga, la constitución se debilita.

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Los predicadores, maestros y alumnos no se enteran como debieran de la necesidad del ejercicio al aire libre. Descuidan este deber, que es de lo más esencial para la conservación de la salud. Se aplican detenidamente al estudio de los libros, e ingieren la alimentación de un trabajador manual. Con tales hábitos, algunos adquieren corpulencia porque el organismo está obstruido. Otros enflaquecen y se debilitan, porque sus fuerzas vitales se agotan con el trabajo de desechar el exceso de alimentos; el hígado se recarga y le es imposible eliminar las impurezas de la sangre; y la enfermedad es el resultado. Si el ejercicio físico se combinara con el mental, se apresuraría la circulación de la sangre, la acción del corazón sería más perfecta, las impurezas se eliminarían, y todo el cuerpo experimentaría nueva vida y vigor.

Cuando los ministros, los maestros y los estudiantes excitan continuamente su cerebro por el estudio, y dejan al cuerpo inactivo, los nervios de la emoción se recargan, mientras que los del movimiento permanecen inactivos. Al usarse solamente los órganos mentales, éstos se desgastan y debilitan, mientras que los músculos pierden su vigor por falta de actividad. No hay inclinación a ejercitar los músculos mediante el trabajo físico, porque el ejercicio parece penoso. 

Los ministros de Cristo, que profesan ser sus representantes, deben seguir su ejemplo, y ante todo deben adquirir hábitos de estricta temperancia. Deben mantener la vida y el ejemplo de Cristo delante de la gente por medio de su propia vida abnegada, de sacrificio propio y activa generosidad. Cristo venció el apetito en favor de los hombres; y en su lugar ellos deben presentar a los demás un ejemplo digno de ser imitado. Los que no sienten la necesidad de dedicarse a la obra de vencer al apetito, dejarán de obtener preciosas victorias, y llegarán a ser esclavos del apetito y la concupiscencia, que están llenando la copa de iniquidad de ios que moran en la tierra.

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Los hombres que se dedican a dar el último mensaje de amonestación al mundo, un mensaje que ha de decidir el destino de las almas, deben hacer en su propia vida una aplicación práctica de las verdades que predican a los demás. Deben ser para la gente ejemplos en su manera de comer y beber y en su casta conversación y comportamiento. En todas partes del mundo, la glotonería, la complacencia de las pasiones viles y los pecados graves son ocultados bajo el manto de la santidad por muchos que profesan representar a Cristo. Hay hombres de excelente capacidad natural, cuya labor no alcanza a la mitad de lo que podría ser si ellos fuesen temperantes en todas las cosas. La satisfacción del apetito y la pasión embota la mente, disminuye la fuerza física y debilita el poder moral. Sus pensamientos no son claros. No pronuncian sus palabras con poder; éstas no son vivificadas por el Espíritu de Dios para alcanzar los corazones de los oyentes.

Así como nuestros primeros padres perdieron el Edén por complacer el apetito, nuestra única esperanza de reconquistar el Edén consiste en dominar firmemente el apetito y la pasión. La abstinencia en el régimen alimentario y el dominio de todas las pasiones conservarán el intelecto y darán un vigor mental y moral que capacitará a los hombres para poner todas sus propensiones bajo el dominio de las facultades superiores, para discernir entre lo bueno y lo malo, lo sagrado y lo profano. Todos los que tienen un verdadero sentido del sacrificio hecho por Cristo al abandonar su hogar del cielo para venir a este mundo a fin de mostrar al hombre, por su propia vida, cómo resistir la tentación, se negarán alegremente ellos mismos y resolverán participar de los sufrimientos de Cristo.

El temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Los que venzan como Cristo venció, necesitarán precaverse constantemente contra las tentaciones de Satanás. El apetito y las pasiones deben ser sometidos al dominio de la conciencia iluminada, para que el intelecto no sufra perjuicio, y las facultades de percepción se mantengan claras a fin de que las obras y trampas de Satanás no sean interpretadas como providencia de Dios. Muchos desean la recompensa y la victoria finales que han de ser concedidas a los vencedores, pero no están dispuestos a soportar los trabajos, las privaciones y la abnegación como lo hizo su Redentor. Únicamente por la obediencia y el esfuerzo continuo seremos vencedores como Cristo lo fue.

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El poder dominante del apetito causará la ruina de millares de personas, que, si hubieran vencido en ese punto, habrían tenido fuerza moral para obtener la victoria sobre todas las demás tentaciones de Satanás. Pero los que son esclavos del apetito no alcanzarán a perfeccionar el carácter cristiano. La continua transgresión del hombre durante seis mil años ha producido enfermedad, dolor y muerte. Y a medida que nos acerquemos al fin, la tentación de complacer el apetito será más poderosa y más difícil de vencer.

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Liderazgo

Hermano A, su experiencia de hace dos años relativa al liderazgo fue para su propio beneficio y le resultó sumamente beneficiosa. Usted tenía puntos de vista muy pronunciados, definidos, respecto a la independencia individual y el derecho al juicio privado. Usted lleva al extremo estas opiniones. Razona que debe tener luz y evidencias personales acerca de su deber.

Me fue mostrado que ninguna persona debiera someter su juicio al de cualquier otro hombre. Pero cuando la Asociación General, que es la máxima autoridad que Dios tiene sobre la tierra, toma sus decisiones, no deben mantenerse la independencia y el juicio privado, sino que deben abandonarse. Su error estuvo en sostener persistentemente su propio juicio en cuanto a su deber, contra la voz de la suprema autoridad que el Señor tiene sobre la tierra. Después que usted tomó su tiempo y que el trabajo se vio trabado por su demora, vino a Battle Creek en respuesta a las notificaciones urgentes y repetidas de la Asociación General. Usted sostuvo firmemente que había hecho lo correcto al seguir sus propias convicciones del deber. Consideraba que era una virtud suya mantener persistentemente su independencia. Parecía no tener un verdadero sentido del poder que Dios ha dado a la iglesia en la voz de la Asociación General. Usted pensaba que al responder al requerimiento que le había hecho la Asociación General se estaba sometiendo al juicio y la mente de un hombre. Por consiguiente manifestó un espíritu independiente, rígido, voluntarioso, que estaba completamente mal.

Dios le dio una experiencia preciosa en aquel momento que fue de valor para usted y que ha aumentado grandemente su éxito como ministro de Cristo. Usted rindió su voluntad orgullosa, inflexible. Experimentó una conversión genuina. Esto lo indujo a reflexionar y a adoptar su presente postura sobre el liderazgo. Sus principios referentes al liderazgo son correctos, pero usted no los aplica correctamente. Si usted permitiera que el poder en la iglesia, la voz y el juicio de la Asociación General, estuvieran en el lugar que le ha dado a mi esposo, entonces no habría problemas con el puesto que ocupa. Pero usted yerra grandemente al dar a la mente y el juicio de un hombre esa autoridad e influencia con la que Dios ha investido a su iglesia a través del juicio y la voz de la Asociación General.

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Cuando este poder que Dios ha colocado en la iglesia es acreditado a un hombre y a él se lo inviste con la autoridad de ser criterio para otras mentes, entonces se cambia el verdadero orden bíblico. Los esfuerzos de Satanás sobre la mente de tal hombre serán sumamente sutiles y a veces irresistibles, porque a través de esta mente él piensa que puede afectar a muchos otros. Su posición acerca del liderazgo es correcta, si usted le da a la suprema autoridad organizada en la iglesia lo que le ha dado a un hombre. Dios nunca planeó que su obra llevara el sello de la mente de un hombre y el juicio de un individuo.

La gran razón por la que los hermanos B y C en este momento son deficientes en la experiencia que ya debieran tener es porque no han cultivado la confianza propia. Han rehuido responsabilidades porque al asumirlas se harían visibles sus deficiencias. Han estado demasiado dispuestos a que mi esposo dirija y lleve responsabilidades, y le han permitido que fuera mente y juicio para ellos. Estos hermanos son débiles en donde debieran ser fuertes. No se han atrevido a seguir su propio juicio independiente, no sea que cometieran errores y se los culpara por ello; en cambio estuvieron dispuestos a ser tentados y a hacer responsable a mi esposo si pensaban que podían ver errores en su conducta. No han levantado las cargas con él. Han consultado continuamente a mi esposo, haciéndolo llevar las responsabilidades que debieran haber compartido con él, hasta que se han vuelto débiles en esas cualidades en las que deberían ser fuertes. Son débiles en poder moral cuando podrían ser gigantes, capacitados para permanecer como pilares en la causa de Dios.

Estos hermanos no confían en ellos mismos, no confían en que Dios ciertamente los guiará si siguen la luz que él les ha dado. Dios nunca se propuso que hombres fuertes e independientes,de intelecto superior, se aferraran a otros en busca de apoyo como la hiedra se aferra al roble. Todas las dificultades, los contratiempos, las privaciones y los chascos que los siervos de Dios enfrentarán en el trabajo activo sólo los fortalecerán en la formación de caracteres correctos. Al poner en uso las energías de su mente, los obstáculos que enfrenten resultarán para ellos bendiciones positivas. Ganarán fuerzas mentales y espirituales para ser usadas en ocasiones importantes con los mejores resultados. Aprenderán a confiar en ellos mismos y ganarán confianza por propia experiencia de que Dios realmente los está conduciendo y guiando. Y al enfrentar el peligro y experimentar verdadera angustia de espíritu se ven obligados a meditar y se los hace sentir la necesidad de orar en su esfuerzo por avanzar inteligentemente y promover la causa de Dios; encuentran que el conflicto y la perplejidad requieren el ejercicio de la fe y la confianza en Dios, y de esa firmeza que desarrolla poder. Constantemente está surgiendo la necesidad de nuevos medios y recursos para enfrentar emergencias. Se pide que entren en uso facultades que estarían inactivas si no fuera por estas necesidades apremiantes de la obra de Dios. Esto proporciona una experiencia variada de modo que no habrá necesidad de hombres de una sola idea y de aquellos que sólo tienen una preparación parcial.

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Los hombres de fuerza y poder en esta causa, a quienes Dios usará para su gloria, son aquellos que han sufrido oposición, frustración y obstrucción en sus planes. Los hermanos B y C podrían haber convertido sus fracasos en victorias importantes; pero en vez de esto, han rehuido las responsabilidades que los expondrían a la posibilidad de cometer errores. Estos preciosos hermanos han fracasado en obtener esa educación que se fortalece por la experiencia, y que la lectura y el estudio y todas las ventajas obtenidas de otro modo jamás les darán.

Usted, hermano A, ha tenido fuerza para llevar algunas responsabilidades. Dios ha aceptado sus labores enérgicas y bendecido sus esfuerzos. Ha cometido algunos errores, pero debido a algunos fracasos en ninguna manera debiera interpretar mal su capacidad ni desconfiar de la fuerza que puede encontrar en Dios. No ha estado dispuesto y listo para asumir responsabilidades. Se inclina naturalmente a rehuirlas y a elegir un puesto más fácil, a escribir y ejercitar la mente donde no están implicados intereses especiales, vitales. Usted comete un error al depender de mi esposo para que le diga qué hacer. Ésta no es la obra que Dios le ha dado a mi esposo. Usted debiera investigar qué debe hacer y levantar usted mismo las cargas desagradables. Dios lo bendecirá si lo hace. Debiera llevar responsabilidades vinculadas con la obra de Dios de acuerdo con su mejor juicio. Pero debe estar en guardia, no sea que su juicio sea influenciado por las opiniones de otros. Si es evidente que ha cometido errores, es su privilegio convertir esos fracasos en victorias evitando de hacer lo mismo en el futuro. Al decírsele qué hacer usted nunca obtendrá la experiencia necesaria para ningún puesto importante.

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Lo mismo se aplica a todos los que están ocupando los diferentes puestos de confianza en las diversas oficinas en Battle Creek. No se los debe instar y mimar y ayudar a cada paso, porque esto no hará hombres competentes para cargos importantes. Son los obstáculos los que hacen fuertes a los hombres. No son las ayudas, sino las dificultades, los conflictos, los desaires, los que les dan a los hombres fibra moral. Demasiadas comodidades y el evitar responsabilidades han hecho debiluchos y enanos a aquellos que debieran ser hombres responsables de poder moral y de fuertes músculos espirituales.

Hombres que en cada emergencia debieran ser tan fieles como la brújula al polo, han llegado a ser ineficientes debido a sus esfuerzos por protegerse de la censura y al evadir responsabilidades por temor al fracaso. Hombres de intelecto gigantesco son bebés en disciplina porque son cobardes para asumir y llevar las cargas que debieran. Están descuidando la oportunidad de llegar a ser eficientes. Por demasiado tiempo han confiado en un hombre que planee para ellos y que realice el trabajo de pensar, que ellos son altamente capaces de hacer sin depender de otros en el interés de la causa de Dios. Enfrentamos deficiencias mentales a cada paso. Hombres que están contentos de permitir que otros planeen y piensen en su lugar no están plenamente desarrollados. Si se los dejara planear solos, se encontraría que son hombres juiciosos y prudentes. Pero cuando se los coloca en conexión con la causa de Dios, esto es enteramente distinto para ellos; pierden esta facultad casi por completo. Están contentos de permanecer como personas incompetentes e ineficientes como si otros debieran en gran medida planear y pensar por ellos. Algunos hombres parecen completamente incapaces de abrirse un camino por cuenta propia. ¿Deben depender siempre de otros para que planeen y estudien en lugar de ellos, y para que sean mente y juicio para ellos? Dios está avergonzado de tales soldados. No honran a Dios teniendo ellos cualquier parte en su obra mientras son meras máquinas. 

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Se necesitan hombres independientes, esforzados, no hombres tan impresionables como masilla. Los que desean que su trabajo se adapte a sus conveniencias, que quieren una cantidad fija para hacer y un salario fijo, y que desean demostrar que son enteramente aptos para el trabajo sin tomarse la molestia de adaptarse o entrenarse, no son los hombres a quienes Dios llama para trabajar en su causa. La persona que no puede adaptar sus aptitudes a casi cualquier lugar cuando la necesidad lo requiere, no es el hombre para este tiempo. Los hombres a quienes Dios vinculará con su obra no son flojos y sin espina dorsal, sin músculo o fuerza moral de carácter. Es sólo mediante esfuerzo continuo y perseverante que los hombres pueden ser disciplinados para desempeñar una parte en la obra de Dios. Estos hombres no debieran desanimarse si las circunstancias que los rodean son muy desfavorables. No debieran abandonar su propósito y pensar que han fracasado por completo hasta llegar al punto de convencerse fuera de duda que no pueden hacer mucho por el honor de Dios y el bien de las almas.

Hay hombres que se jactan de que podrían hacer algo grande y bueno si tan sólo las circunstancias fueran diferentes, mientras que no hacen uso de las facultades que ya tienen, trabajando en los puestos donde la Providencia los ha colocado. El hombre puede crear sus circunstancias, pero las circunstancias no debieran modelar al hombre jamás. El hombre debiera apoderarse de las circunstancias como sus instrumentos con los cuales trabajar. Debiera dominar las circunstancias, pero nunca debiera permitir que ellas lo dominen. La independencia y el poder individual son las cualidades que se necesitan ahora. No necesita sacrificarse el carácter individual, sino que éste debiera ser ajustado, refinado y elevado.

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Se me mostró que mi esposo debe dejar las responsabilidades que otros estarían contentos que él llevara porque así se liberan de muchas dificultades. El juicio alerta y el claro discernimiento de mi esposo, que ha obtenido a través de la preparación y la práctica, lo han inducido a asumir muchas cargas que otros debieran haber llevado. 

Hermano A, usted es demasiado lento. Debiera cultivar las cualidades opuestas. La causa de Dios demanda hombres que puedan ver rápidamente y actuar en forma instantánea en el momento correcto y con poder. Si usted espera para medir cada dificultad y pesar cada perplejidad que enfrente, hará muy poco. A cada paso encontrará obstáculos e inconvenientes, y usted, con firme propósito, debe estar decidido a dominarlos, o ellos lo dominarán a usted.

A veces, maneras y propósitos diversos, modos de operación diferentes en conexión con la obra de Dios, están casi a un mismo nivel en la mente; pero es precisamente en este punto donde se necesita el discernimiento más delicado. Y si algo se logra en relación con el propósito fijado, debe hacerse en el momento oportuno. Debiera advertirse la más leve inclinación del peso en la balanza y debiera decidirse el asunto inmediatamente. Las largas demoras cansan a los ángeles. Incluso es más excusable cometer a veces una decisión equivocada que estar continuamente en una posición fluctuante, vacilando, a veces inclinados en una dirección y luego en otra. La vacilación y las dudas a veces causan más perplejidad y desgracia que proceder apresuradamente.

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Se me ha mostrado que las victorias más notables y las derrotas más terribles han tenido lugar en cuestión de minutos. Dios requiere prontitud de acción. Las demoras y dudas, la vacilación e indecisión frecuentemente le dan al enemigo todas las ventajas. Mi hermano, usted necesita reformarse. La habilidad de escoger el momento oportuno de las cosas puede decir mucho en favor de la verdad. Frecuentemente se pierden victorias debido a las demoras. Habrá crisis en esta causa. Una acción rápida y decidida en el momento oportuno ganará triunfos gloriosos, mientras que la demora y el descuido resultarán en grandes fracasos y en un deshonor seguro para Dios. Los movimientos rápidos en el momento crítico a menudo desarman al enemigo, y él queda chasqueado y derrotado porque había esperado que hubiera tiempo para trazar planes y valerse de ardides.

Dios quiere que los hombres vinculados con su obra en Battle Creek decidan en forma inmediata y que sus mentes, cuando es necesario, actúen como relámpago. Se necesita positivamente la mayor prontitud en la hora de riesgo y peligro. Cada plan puede estar bien trazado para lograr ciertos resultados, y sin embargo una demora muy breve puede hacer que las cosas asuman una forma enteramente diferente, y los grandes objetivos que podrían haberse ganado se pierden por falta de una previsión rápida y una eficiencia inmediata. Mucho puede hacerse para entrenar la mente a fin de que venza la indolencia. Hay momentos cuando se necesita cautela y cuidadosa reflexión; actuar en forma arrebatada sería insensato. Pero aun ahí se ha perdido mucho debido a una vacilación demasiado grande. Se requiere cautela, hasta cierto punto; pero la vacilación y la prudencia en ocasiones particulares han sido más desastrosas que lo que habría sido un fracaso debido a la precipitación.

Mi hermano, usted necesita cultivar la prontitud. Deseche su manera vacilante. Usted es lento y descuidado para emprender el trabajo y completarlo. Debe abandonar esta manera estrecha de trabajar, porque corresponde a un sistema de tiempo equivocado. Cuando la incredulidad se apodera de su alma, su trabajo es tan vacilante, inseguro, fluctuante, que no logra nada e impide a otros que lo hagan. Usted tiene suficiente interés como para ver las dificultades e iniciar las dudas, pero carece del interés o del valor para vencer las dificultades o despejar las dudas. En momentos tales necesita rendirse a Dios. Necesita fuerza de carácter y menos terquedad y obstinación. Esta lentitud, esta pereza de acción, es uno de los mayores defectos en su carácter, y es un impedimento para que llegue a ser útil. 

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