El aprovechamiento de los talentos
Dios quiere que aquellos que le siguen dediquen su vida al mejoramiento y progreso propios y que sean guiados y regidos por una experiencia correcta. El hombre verdadero es aquél que está dispuesto a sacrificar su propio interés por el beneficio de los demás, y aquél que se ejercita en aliviar a los de corazón quebrantado. El verdadero objeto de la vida apenas comenzó a ser entendido por muchos; pero ese deseo real y substancial de sus vidas queda sacrificado por causa de los errores que albergan.
Nerón y César eran conocidos por el mundo como grandes hombres; pero, ¿los consideraba Dios así? No; no estaban unidos por una fe viva al gran Corazón de la humanidad. Estaban en el mundo, y comían, bebían y dormían como hombres del mundo pero eran satánicos en su crueldad. Dondequiera que fueran esos monstruos de la humanidad, su senda quedaba señalada por el derramamiento de sangre y la destrucción. El mundo los alabó mientras vivieron; pero cuando fueron sepultados, el mundo se regocijó. En contraste con la vida de estos hombres, podemos poner la de Lutero. Él no nació príncipe, no llevó corona real. Su voz se dejó oír desde la celda de un monasterio, y se sintió su influencia. Tenía un corazón humano, que palpitaba para bien de los hombres. Defendió valientemente la verdad y lo recto, e hizo frente a la oposición del mundo para beneficiar a sus semejantes.
El intelecto solo no hace al hombre de acuerdo a la norma divina. Habrá poder en el intelecto, si está santificado y regido por el Espíritu de Dios. Es superior a las riquezas y al poder físico; pero debe ser cultivado a fin de beneficiar al hombre. El derecho que uno tiene a ser tenido por hombre queda determinado por el uso que ha hecho del intelecto. Byron tenía concepto intelectual y profundidad de pensamiento, pero no era hombre según la norma divina. Era agente de Satanás. Sus pasiones eran feroces e indomables. Durante toda su vida estuvo sembrando semillas que florecieron para la corrupción. La obra de su vida rebajó la norma de la virtud. Este hombre era uno de los hombres distinguidos por el mundo; sin embargo, el Señor no le reconocería como hombre, sino como uno que abusó de los talentos que Dios le dio. El escéptico Gibbon y muchos otros a quienes Dios dotó de mentes portentosas y a quienes el mundo llamó grandes, se alistaron bajo la bandera de Satanás y emplearon los dones de Dios para pervertir la verdad y destruir las almas humanas. Un gran intelecto, cuando es hecho esclavo del vicio, es una maldición para su poseedor y para todos los que caen dentro del círculo de su influencia.
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Lo que bendecirá a la humanidad es la vida espiritual. Si el hombre está en armonía con Dios, dependerá continuamente de él para tener fuerza. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. La obra de nuestra vida consiste en buscar la perfección del carácter cristiano, luchando continuamente para sujetarnos a la voluntad de Dios. Los esfuerzos empezados en la tierra, continuarán durante toda la eternidad. La medida que Dios tiene para el hombre es tan elevada como el más alto significado del término, y si él obra colocándose a la altura de la virilidad que Dios le ha dado, favorecerá en esta vida una felicidad que le conducirá a la gloria y la recompensa eterna en la vida venidera.
Los miembros de la familia humana tienen derecho al título de hombres y mujeres únicamente cuando emplean sus talentos, en toda manera posible, en beneficio de los demás. La vida de Cristo está delante de nosotros como modelo, y tan sólo cuando atendemos, como ángeles de misericordia, a las necesidades de los demás, quedamos íntimamente aliados con Dios. La naturaleza del cristianismo tiende a hacer feliz a la familia y a la sociedad. Todo hombre y mujer que posea el verdadero espíritu de Cristo, apartará de sí la discordia, el egoísmo y la disensión.
Los que participan del amor de Cristo no tienen derecho a pensar que pueden fijar límite a su influencia y obra, al tratar de beneficiar a la humanidad. ¿Se cansó Cristo en sus esfuerzos para salvar a los hombres caídos? Nuestra obra ha de ser continua y perseverante. Hallaremos una obra que hacer hasta que el Maestro nos invite a deponer la armadura a su pies. Dios es un gobernante moral, y debemos aguardar, sumisos a su voluntad, listos y dispuestos a cumplir nuestro deber donde quiera que haya trabajo por hacer.
Los ángeles están dedicados noche y día en el servicio de Dios para elevación del hombre de acuerdo con el plan de salvación. Se requiere del hombre que ame a Dios supremamente; es decir, con toda su fuerza, mente y corazón, y a su prójimo como a sí mismo. Esto no lo puede hacer a menos que se niegue a sí mismo. Dijo Cristo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24.
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La abnegación, es el gobierno del espíritu cuando la pasión quiere predominar; es resistir a la tentación de censurar y de criticar; es tener paciencia con el niño torpe, cuya conducta agravia e impacienta; es permanecer en el puesto del deber cuando otros fracasan; es llevar responsabilidades cuándo y donde quiera que se pueda, no con el fin de recibir aplausos, ni por política, sino por amor al Maestro, el cual nos encomendó una obra para que la hiciéramos con fidelidad inquebrantable; es guardar silencio y dejar que otros labios nos alaben, cuando podríamos alabarnos nosotros mismos. Negarnos a nosotros mismos es hacer bien a otros cuando nuestra inclinación nos induciría a servirnos y agradarnos a nosotros mismos. Aun cuando nuestros semejantes no hayan de apreciar nunca nuestros esfuerzos, ni reconocerlos, debemos seguir trabajando.
Escudriñemos cuidadosamente y veamos si la verdad que hemos aceptado ha llegado a ser un firme principio para nosotros. ¿Llevamos a Cristo con nosotros cuando salimos de la cámara de oración? ¿Está nuestra religión de guardia a la puerta de nuestros labios? ¿Se siente nuestro corazón atraído con simpatía y amor por los demás fuera de los de nuestra propia familia? ¿Estamos tratando diligentemente de obtener una comprensión más clara de la verdad bíblica para que podamos dejar resplandecer nuestra luz en los demás? ¿Podemos contestar estas preguntas en nuestras propias almas? Sea nuestra conversación sazonada con gracia y revele nuestra conducta elevación cristiana.
Ha comenzado un nuevo año. ¿Qué ganó nuestra vida cristiana el año pasado? ¿Cuál es nuestro registro en el cielo? Os ruego que hagáis una entrega sin reserva a Dios. ¿Han estado divididos nuestros corazones? Démoslos completamente al Señor ahora. Hagamos de la historia del año próximo, algo diferente de la del año pasado. Humillemos nuestras almas delante de Dios. “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”. Santiago 1:12. Despojémonos de toda pretensión y afectación. Actuemos con sencillez y naturalidad. Sed veraces en todo pensamiento, palabra y acción, y “con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”. Filipenses 2:3. Recordemos que la naturaleza moral necesita ser fortalecida por la vigilancia y la oración constantes. Mientras miremos a Cristo estamos seguros; pero en cuanto pensemos en nuestros sacrificios y dificultades, y empecemos a simpatizar con nosotros mismos y a mimarnos, perderemos nuestra confianza en Dios y estaremos en grave peligro.
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Muchos limitan la Providencia divina, y divorcian la misericordia y el amor de su carácter. Ellos insisten en que la grandeza y majestad de Dios les impiden que se interesen en las preocupaciones de las más débiles de sus criaturas. “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos”. Mateo 10:29.
Es difícil para los seres humanos prestar atención a los asuntos menores de la vida mientras la mente se concentra en negocios de vasta importancia. Pero, ¿debe existir esta unión? El hombre formado a la imagen de su Hacedor debe unir las mayores responsabilidades con las menores. Puede estar enfrascado en ocupaciones abrumadoras y descuidar la instrucción que sus hijos necesitan. Puede considerar estos deberes como los menores de la vida, cuando en realidad constituyen el mismo cimiento de la sociedad. La felicidad de las familias y de las iglesias depende de las influencias que se sienten en el hogar. Los intereses eternos dependen del debido cumplimiento de los deberes de esta vida. El mundo no necesita tanto grandes intelectos como hombres buenos que sean una bendición en sus hogares.
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Número 30—Testimonio para la iglesia
Los siervos de Dios
Dios eligió a Abraham como mensajero suyo para comunicar por su medio la luz al mundo. La palabra de Dios no llegó a él presentándole perspectivas halagüeñas de un salario elevado en esta vida, o un gran aprecio y honores mundanales. “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”, fue el mensaje divino enviado a Abraham. El patriarca obedeció, y “salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8) como portador de la luz de Dios, para mantener el nombre del Dios vivo en la tierra. Abandonó su país, su hogar, sus parientes y todas las gratas compañías de la primera parte de su vida, para hacerse peregrino y advenedizo en la tierra.
Con frecuencia, es más esencial de lo que muchos creen que las relaciones sostenidas en la primera parte de la vida queden rotas, a fin de que aquellos que han de hablar “en nombre de Cristo” (2 Corintios 5:20) estén en situación de poder ser educados por Dios y de prepararse para su gran obra. A menudo los parientes y amigos tienen una influencia que, a la vista de Dios, estorbaría grandemente las instrucciones que él se propone dar a sus siervos. Los que no están en relación con el cielo harán sugestiones que si se escuchan apartarán de su obra santa a aquellos que debieran ser portadores de la luz divina.
Antes que Dios pudiese usarlo, Abraham debía separarse de sus asociados anteriores, a fin de no ser dominado por la influencia humana, y dejar de fiar en la ayuda humana. Una vez que se hubo relacionado con Dios, este hombre debía morar entre extraños. Su carácter debía ser peculiar, diferente de todo el mundo. No podía siquiera explicar su conducta de manera comprensible para sus amigos, porque eran idólatras; las cosas espirituales deben discernirse espiritualmente; por lo tanto sus motivos y sus actos no podían ser comprendidos por sus deudos y amigos.
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La incondicional obediencia de Abraham fue uno de los casos más notables de fe y confianza en Dios que se encuentran en los anales sagrados. Con la sola promesa de que sus descendientes poseerían Canaán, sin la menor evidencia externa, siguió adonde Dios le llevaba, cumpliendo plena y sinceramente las condiciones de su parte y confiando en que el Señor cumpliría fielmente su palabra. El patriarca fue adonde Dios le indicó que era su deber ir; pasó por el desierto sin terror; vivió entre naciones idólatras, con el único pensamiento: “Dios habló; obedezco su voz; él me guiará y me protegerá”.
Los mensajeros de Dios necesitan hoy una fe y una confianza como la que tuvo Abraham. Pero muchos de aquellos a quienes el Señor podría usar no quieren avanzar oyendo y obedeciendo su voz sobre todas las demás. La relación con sus deudos y amigos, las antiguas costumbres y compañías, tienen a menudo tanta influencia sobre los siervos de Dios que él sólo puede darles poca instrucción, comunicarles poco conocimiento de sus propósitos; y con frecuencia después de un tiempo los pone a un lado y llama en su lugar a otros, a quienes prueba de la misma manera. El Señor haría mucho por sus siervos si ellos estuviesen completamente consagrados a él, estimando sus servicios por encima de los vínculos de la parentela y toda otra asociación terrenal.
Los ministros del evangelio tienen una obra sagrada. Tienen que dar al mundo un solemne mensaje de amonestación, un mensaje que será sabor de vida para vida, o de muerte para muerte. Son mensajeros de Dios al hombre, y nunca deben perder de vista su misión ni sus responsabilidades. No son como los mundanos; ni pueden ser como ellos. Si fuesen fieles a Dios, conservarían su carácter separado y santo. Si dejan de estar relacionados con el cielo, están en mayor peligro que otros, y pueden ejercer una intensa influencia en la mala dirección; porque Satanás tiene constantemente su ojo sobre ellos, esperando que manifiesten alguna debilidad, con la cual pueda hacer un ataque con éxito. ¡Cómo se regocija cuando tiene éxito! Porque cuando el que es embajador de Cristo no está en guardia, el gran adversario lo usa como medio para asegurarse muchas almas.
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Los que están íntimamente relacionados con Dios pueden no prosperar en las cosas de esta vida; con frecuencia son afligidos y probados. José fue vilipendiado y perseguido porque conservó su virtud e integridad. David, el mensajero elegido de Dios, fue acechado como una fiera por sus perversos enemigos. Daniel fue arrojado al foso de los leones, porque era firme e íntegro en su fidelidad a Dios. Job fue privado de sus posesiones mundanales, y tan afligido en su cuerpo que le aborrecían sus parientes y amigos; sin embargo, conservó su fidelidad e integridad a Dios. Jeremías habló las palabras que Dios había puesto en su boca, y su sencillo testimonio enfureció de tal manera al rey y a los príncipes que le arrojaron a una repugnante mazmorra. Esteban fue apedreado porque predicaba a Cristo, y Cristo crucificado. Pablo fue encarcelado, azotado, apedreado, y finalmente muerto, porque era fiel mensajero en llevar el evangelio a los gentiles. El amado Juan fue desterrado a la isla de Patmos, “por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo”. Apocalipsis 1:9.
Estos ejemplos de firmeza humana, mediante la fuerza del poder divino, son para el mundo un testimonio de la fidelidad de las promesas de Dios, de su permanente presencia y de su gracia sostenedora. Cuando el mundo mira a estos hombres humildes, no puede discernir el valor moral que tienen para Dios. Es obra de fe reposar serenamente en Dios en la hora más sombría y sentir que nuestro Padre está al timón, por severamente probado y agitado por la tempestad que uno esté. Sólo el ojo de la fe puede ver más allá del tiempo y de los sentidos para estimar el valor de las riquezas eternas.
Un gran jefe militar conquista naciones, sacude los ejércitos de medio mundo; pero muere vencido y en el destierro. El filósofo que recorre el universo encontrando por doquiera las manifestaciones del poder de Dios y deleitándose en su armonía, con frecuencia deja de contemplar en estas admirables maravillas la mano que las formó. “El hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que perecen”. Salmos 49:20. Ninguna esperanza de inmortalidad gloriosa alumbra el futuro de los enemigos de Dios. Pero los héroes de la fe tienen la promesa de una herencia más valiosa que cualquier riqueza terrenal, una herencia que satisfará los anhelos del alma. Pueden ser desconocidos por el mundo, pero son anotados como ciudadanos en los libros de registro del cielo. Una grandeza exaltada, un eterno peso de gloria, será la recompensa final de aquellos a quienes Dios ha hecho herederos de todo.
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Los ministros del evangelio deben hacer de la verdad de Dios el tema de su estudio, meditación y conversación. La mente que se espacia mucho en la voluntad de Dios revelada al hombre, será fuerte en la verdad. Los que leen y estudian con el ferviente deseo de tener luz divina, sean ministros o no, no tardarán en descubrir en las Escrituras una belleza y armonía que cautivarán su atención, elevarán sus pensamientos y les darán una inspiración y una energía de argumentos que les harán poderosos para convencer y convertir las almas.
Hay peligro de que los ministros que profesan creer la verdad presente se queden satisfechos con presentar la teoría solamente, mientras que sus propias almas no sienten su poder santificador. Algunos no tienen el amor de Dios en el corazón para suavizar, amoldar y ennoblecer su vida. El salmista declara del hombre bueno: “En la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche”. Salmos 1:2. Se refiere a su propia experiencia, y declara: “¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”. Salmos 119:97. “Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos”. Salmos 119:148.
Ningún hombre está calificado para levantarse en el púlpito sagrado a menos que haya sentido la influencia transformadora de la verdad de Dios sobre su propia alma. Entonces, y no antes, puede, por precepto y ejemplo, representar debidamente la vida de Cristo. Pero muchos, en su trabajo, se ensalzan a sí mismos más bien que a su Maestro; y sus conversos se han convertido al ministro, en vez de a Cristo.
Me duele saber que algunos de los que predican la verdad presente no son hombres verdaderamente convertidos. No están relacionados con Dios. Tienen una religión mental, pero ninguna conversión del corazón; y estos son los que mas confían en sí mismos y creen bastarse a sí mismos; y esta confianza propia les impedirá adquirir la experiencia esencial para ser obreros eficaces en la viña del Señor. ¡Ojalá pudiese despertar a los que aseveran ser atalayas en los muros de Sión, para que comprendiesen su responsabilidad! Se despertarían y asumirían una posición más elevada por Dios; porque hay almas que perecen por su negligencia. Deben tener una devoción sincera hacia Dios que los conducirá a ver como Dios ve, y a recibir de él las palabras de amonestación y hacer oír la alarma a los que están en peligro. El Señor no ocultará su verdad del centinela fiel. Los que hacen la voluntad de Dios conocerán de su doctrina. “Los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos comprenderán”. Daniel 12:10.
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Jesús dijo a sus discípulos: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Mateo 11:29. Ruego a los que han aceptado la responsabilidad de ser maestros que primero aprendan humildemente, y permanezcan siempre como alumnos en la escuela de Cristo para recibir del Maestro lecciones de mansedumbre y humildad de corazón. La humildad de espíritu, combinada con la actividad ferviente, resultará en la salvación de las almas compradas a tan alto precio por la sangre de Cristo. El ministro puede comprender y creer la teoría de la verdad, y aun puede presentarla a otros; pero esto no es todo lo que se requiere de él. “La fe, si no tiene obras, es muerta”. Santiago 2:17. Él necesita aquella fe que obra por amor y purifica el alma. Una fe viva en Cristo pondrá toda acción de la vida y toda emoción del alma en armonía con la verdad y con la justicia de Dios.
La inquietud, la exaltación propia, el orgullo, la pasión y cualquier otro rasgo de carácter que difiera de nuestro Dechado santo, debe ser vencido; y entonces la humildad, la mansedumbre y la sincera gratitud a Jesús por nuestra salvación, fluirán continuamente del manantial puro del corazón. La voz de Jesús debe oírse en el mensaje que cae de los labios de su embajador.
Debemos tener un ministerio convertido. La eficiencia y el poder que acompañan a un ministro verdaderamente convertido harían temblar a los hipócritas de Sión y harían temer a los pecadores. El estandarte de la verdad y de la santidad está siendo arrastrado en el polvo. Si los que hacen oír las solemnes notas de amonestación para este tiempo pudiesen comprender cuán responsables son ante Dios, verían la necesidad que tienen de la oración ferviente. Cuando las ciudades eran acalladas en el sueño de la medianoche, cuando cada hombre había ido a su casa, Cristo, nuestro ejemplo, se dirigía al monte de los Olivos, y allí, en medio de los árboles que le ocultaban, pasaba toda la noche en oración. El que no tenía mancha de pecado, el que era alfolí de bendición; Aquel cuya voz oían a la cuarta vigilia de la noche, cual bendición celestial, los aterrorizados discípulos, en medio de un mar tormentoso, y cuya palabra levantaba a los muertos de sus sepulcros, era el que hacía súplicas con fuerte clamor y lágrimas. No oraba por sí mismo, sino por aquellos a quienes había venido a salvar. Al convertirse en suplicante, y buscar de la mano de su Padre nueva provisión de fuerza, salía refrigerado y vigorizado como substituto del hombre, identificándose con la humanidad doliente y dándole un ejemplo de la necesidad de la oración.
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Su naturaleza era sin mancha de pecado. Como Hijo del hombre, oró al Padre, mostrando que la naturaleza humana requiere todo el apoyo divino que el hombre puede obtener a fin de quedar fortalecido para su deber y preparado para la prueba. Como Príncipe de la vida, tenía poder con Dios y prevaleció por su pueblo. Este Salvador, que oró por los que no sentían la necesidad de la oración, y lloró por los que no sentían la necesidad de las lágrimas, está ahora delante del trono, para recibir y presentar ante su Padre las peticiones de aquellos por quienes oró en la tierra. Nos toca seguir el ejemplo de Cristo. La oración es una necesidad en nuestro trabajo por la salvación de las almas. Sólo Dios puede dar crecimiento a la semilla que sembramos.
Fracasamos muchas veces porque no comprendemos que Cristo está con nosotros por medio de su Espíritu, tan ciertamente como cuando, en los días de su humillación, vivía en la tierra. El tiempo transcurrido no ha obrado cambio alguno en la promesa que hiciera a sus discípulos al separarse y ser alzado de ellos al cielo: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20. Él ordenó que debía haber una sucesión de hombres herederos de la autoridad de los primeros maestrosde la fe, para que continuasen predicando a Cristo y a Cristo crucificado. El gran Maestro ha delegado potestad en sus siervos que tienen “este tesoro en vasos de barro”. 2 Corintios 4:7. Cristo dirigirá la obra de su embajadores, si ellos aguardan sus instrucciones y su dirección.