Aquí se exponen claramente los deberes de los padres. La Palabra de Dios ha de ser su monitor diario. La instrucción que da es tal que los padres no necesitan errar con respecto a la educación de sus hijos; pues no da lugar a ninguna indiferencia o negligencia. La ley de Dios ha de mantenerse ante la mente de los hijos como la gran norma moral. Al levantarse, al sentarse, al salir y al entrar, esta ley ha de enseñárseles como la gran regla de la vida y sus principios han de entretejerse con su experiencia. Ha de enseñárseles a ser honrados, veraces, temperantes, económicos y esmerados, y a amar a Dios de todo corazón. Esto es lo que significa criarlos en disciplina y amonestación del Señor. Esto es lo que significa colocar sus pies en el sendero del deber y la seguridad.
Los jóvenes son ignorantes e inexpertos, y el amor de la Biblia y sus verdades sagradas no es algo que les resulta natural. A menos que se hagan grandes esfuerzos para levantar en torno de ellos barreras para protegerlos contra las artimañas de Satanás, quedarán sujetos a sus tentaciones y serán llevados cautivos por él a su gusto. En sus años tempranos ha de enseñarse a los niños las exigencias de la ley de Dios y la fe en nuestro Redentor para purificarlos de las manchas del pecado. Esta fe ha de enseñarse día tras día, por precepto y ejemplo.
Una solemne responsabilidad descansa sobre los padres, y ¿cómo puede el Señor bendecirlos mientras positivamente descuidan su deber? A los niños se los puede amoldar cuando son pequeños. Pero los años transcurren cuando sus corazones son tiernos y susceptibles a las impresiones de la verdad, pero se dedica muy poco tiempo a su cultura moral. Las preciosas lecciones de verdad y deber se les deben inculcar en sus corazones diariamente. Deberían tener un conocimiento de Dios y sus obras creadas; esto les será de mayor valor a ellos que cualquier conocimiento obtenido de los libros.
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“No con sólo el pan vivirá el hombre, sino con toda palabra que sale de la boca de Dios”, son las palabras de nuestro Salvador. Están multiplicándose los errores doctrinales y enroscándose con sutileza serpentina en torno a los afectos de la gente. No hay ni una doctrina bíblica que no se haya negado. Las grandes verdades proféticas, que nos indican dónde estamos en la historia del mundo, han sido despojadas de su belleza y poder por el clero, que toma estas verdades de suma importancia y procura hacerlas oscuras e incomprensibles. En muchos casos los niños se apartan de los antiguos hitos. El Señor ordenó al pueblo de Israel: “Mañana, cuando te pregunte tu hijo, diciendo: ¿Qué significan los testimonios y estatutos y decretos que Jehová nuestro Dios os mandó?, entonces dirás a tu hijo: Nosotros éramos siervos de Faraón en Egipto, y Jehová nos sacó de Egipto con mano poderosa. Jehová hizo señales y milagros grandes y terribles en Egipto, sobre Faraón y sobre toda su casa, delante de nuestros ojos; y nos sacó de allá, para traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres. Y nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos, temiendo a Jehová nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días, y para que nos conserve la vida, como hasta hoy. Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová nuestro Dios, como él nos ha mandado”. Deuteronomio 6:20-25.
He aquí principios que no hemos de considerar con indiferencia. Aquellos que han visto la verdad y sentido su importancia, y han gozado de una experiencia en las cosas de Dios, han de enseñar sana doctrina a sus hijos. Deben familiarizarlos con los grandes pilares de nuestra fe, las razones por las cuales somos adventistas del séptimo día, por qué se nos ha llamado a ser, al igual que los hijos de Israel, un pueblo especial, una nación santa, separados y diferentes de toda la demás gente sobre la faz de la tierra. Estas cosas deben explicarse a los niños en lenguaje sencillo y fácil de entender; y, al ir aumentando en edad, las lecciones impartidas deberán adaptarse a su creciente capacidad, hasta que los fundamentos de la verdad hayan sido echados amplia y profundamente.
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Padres, vosotros profesáis ser hijos de Dios; ¿sois hijos obedientes? ¿Estáis haciendo la voluntad de vuestro Padre celestial? ¿Estáis siguiendo sus instrucciones, o andáis a la luz de vuestro propio fuego? ¿Estáis diariamente trabajando para aventajar en liderazgo al enemigo y salvar a vuestros hijos de sus engaños? ¿Estáis abriendo ante ellos las preciosas verdades de la Palabra de Dios, explicándoles las razones de vuestra fe, de manera que sus tiernos pies puedan plantarse sobre la plataforma de la verdad?
La Biblia con sus preciosas joyas de verdad no fue escrita para los eruditos solamente. Al contrario, fue ideada para la gente común; y la interpretación dada por la gente común, con el auxilio del Espíritu Santo, es la que más concuerda con la verdad tal cual es en Jesús. Las grandes verdades necesarias para la salvación han sido hechas claras como el mediodía, y ninguno errará ni perderá el camino excepto aquellos que siguen su propio criterio en vez de la voluntad revelada de Dios.
La paciencia del cristiano
Estimados hermano y hermana H,Concerniente a vuestras presentes relaciones con la iglesia, os aconsejaría que hagáis todo lo que podáis de vuestra parte para colocaros en armonía con los hermanos. Cultivad un espíritu bondadoso y conciliador y no permitáis que ningún sentimiento de venganza entre en vuestras mentes y corazones. Nos queda apenas un poco de tiempo en este mundo, de manera que debemos trabajar para el tiempo presente y para la eternidad. Sed diligentes en la tarea de afianzar vuestro llamado y elección. Cuidaos de no errar y poner en peligro vuestro derecho a un hogar en el reino de Cristo. Si vuestro nombre está registrado en el Libro de la Vida del Cordero, entonces todo os irá bien. Estad deseosos y ansiosos de confesar vuestras faltas y abandonarlas para que vuestros errores y pecados vayan a juicio de antemano y sean borrados.
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A mí me parece que estáis progresando. Sin embargo, permitid que la obra sea aún más profunda, más cabal, más seria. Que nada de lo que hagáis sea hecho a medias. Caminad humildemente con Dios, guardad vuestros corazones, venced el yo, y velad para evitar todo artificio de Satanás. Cuando el corazón esté en armonía con Jesús, cuando en palabra, espíritu y comportamiento imiteis al Modelo, las costumbres se refinarán y elevarán, convenciendo a los demás de que en vosotros se ha obrado un cambio radical. Entonces seréis contados entre el número de aquellos que son seguidores de Jesús y que son virtuosos y temerosos de Dios.
Hermano mío, su registro está muy manchado. Dios y su propia alma lo saben. Pero nadie se regocijará más que yo al ver que sus pies se posan en el camino que Cristo recorrió, al encontrarme con usted en el reino de Dios. Es difícil que nos comprendamos a nosotros mismos, que tengamos un conocimiento correcto de nuestros propios caracteres. La Palabra de Dios es clara, pero a menudo se cometen errores en la aplicación personal de la misma. Existe una inclinación a engañarnos a nosotros mismos y a pensar que sus amonestaciones y reprensiones no se aplican a nosotros. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién podrá conocerlo?” Jeremías 17:9. La adulación de nosotros mismos se puede confundir con la emoción y el celo cristianos. El amor propio y la confianza propia podrán asegurarnos que estamos en lo correcto, cuando en realidad estamos lejos de cumplir los requisitos de la Palabra de Dios.
La Biblia es completa, clara y precisa. Define con exactitud cuál debiera ser el carácter del verdadero discípulo de Cristo. Para que de ninguna manera nos engañemos con respecto a nuestro verdadero carácter, es preciso que escudriñemos las Escrituras con corazones contritos, temblando ante la palabra del Señor. Hemos de esforzarnos con perseverancia para vencer el egoísmo y la confianza propia. El examen de conciencia ha de ser completo para que no exista ningún peligro de autoengaño. No basta un ligero examen de sí mismo. Cada día examine el fundamento de su esperanza y asegúrese de que en realidad está en el amor de Cristo. Examine sinceramente su corazón, porque en lo que a esto se refiere no puede permitirse correr ningún riesgo. Determine lo que significa ser cristiano de corazón y luego vístase con la armadura de Dios. Estudie el Modelo; mire a Jesús, e imítelo. Su paz mental, su esperanza de vida eterna dependen de su fidelidad en esta obra. Como cristianos nos preocupamos menos del examen personal que de cualquier otra cosa; no es de extrañar que nuestro progreso en entendernos a nosotros mismos sea tan lento.
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Le escribo estas cosas porque anhelo que sea salvo. No quiero causarle desánimo, sino más bien alentarlo para que realice un esfuerzo más dedicado y vigoroso. El amor propio hará que la obra de examen personal sea superficial; pero no permita que ninguna vana confianza le robe la vida eterna. No se base en las faltas y errores de los demás, sino más bien resuelva entre usted y su Dios la cuestión de la cual depende su destino eterno.
“El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7), el corazón humano con sus emociones conflictivas de gozo y tristeza, el corazón divagante y voluntarioso que es el asiento de tanta impureza y engaño. El conoce sus motivaciones, sus verdaderas intenciones y propósitos. Acuda a él con su alma tal cual es, toda mancillada. Como el salmista, abra las cámaras del corazón ante el ojo que todo lo ve y dígale: “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” Salmos 139:23, 24. Someta su corazón para que sea refinado y purificado; entonces llegará a ser participante de la naturaleza divina “habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. 2 Pedro 1:4. Entonces estará siempre preparado “para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”. 1 Pedro 3:15. La paz de Cristo será de usted. Su nombre quedará registrado en el Libro de la Vida; su título de la herencia divina llevará el sello real, el cual nadie en este mundo se atreverá a disputar. Ninguno podrá obstruir sus pasos hacia los portales de la ciudad de Dios, y así tendrá libre acceso a la presencia real y al templo de Dios en los cielos.
Unas cuantas palabras más pesan en mi mente. Deseo que se mantenga unido a la iglesia, no porque considere que los miembros de iglesia son perfectos o porque usted se crea perfecto. Dios tiene personas de valor en su iglesia; hay también hombres y mujeres que son como la cizaña entre el trigo. Pero el Señor no le ha asignado a usted ni a nadie el oficio de determinar quiénes son cizaña y quiénes son trigo. Es posible que veamos y condenemos las faltas de los demás, teniendo nosotros mismos mayores defectos de los que nunca nos hemos dado cuenta, pero que otros ven claramente. Dios requiere que usted dé un ejemplo al mundo y a la iglesia, una vida que refleje a Jesús. Hay tareas que realizar y responsabilidades que llevar. No hay suficientes cristianos verdaderos en el mundo; la iglesia nos necesita; la sociedad no puede prescindir de ellos. La oración de Cristo en favor de sus discípulos fue así: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. Juan 17:15. Jesús sabe que estamos en el mundo, expuestos a sus tentaciones, pero nos ama y nos impartirá su gracia para que triunfemos sobre sus influencias corruptoras. El quiere que seamos perfectos de carácter para que ningún desvío nuestro ocasione deformidad moral en los demás.
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Usted ve que sus hermanos en la fe no están a la altura de la norma bíblica, que tienen defectos; y se concentra en ellos. Se alimenta de ellos en lugar de alimentarse de Cristo, y contemplando dichos defectos es transformado a la misma imagen. Pero no critique a nadie; no ponga su propio procedimiento estricto en contraste con las deficiencias ajenas. Luego puede caer en el peligro de querer corregir a los demás y hacerles sentir sus faltas. No lo haga. Esta no es la labor que Dios le ha asignado. El no lo ha puesto como reparador de la iglesia. Hay muchas cosas que usted ve a la luz de la Biblia. Sin embargo, aunque tenga razón en algunos puntos, no piense que sus opiniones son siempre correctas, porque en muchos puntos sus ideas están distorsionadas y no resistirán el escrutinio.
Procure no exaltarse a sí mismo, sino que aprenda la mansedumbre y la humildad en la escuela de Cristo. Usted sabe cómo era el carácter de Pedro, cuán prominentemente fueron cultivados sus rasgos peculiares. Antes de su estrepitosa caída era siempre exagerado y dictatorial, y hablaba en forma imprudente e impulsiva. Estaba siempre listo para corregir a los demás y expresar su parecer antes de comprenderse bien a sí mismo o lo que tenía que decir. Pero Pedro se convirtió, y el Pedro convertido era muy diferente del Pedro irreflexivo e impetuoso. Aunque mantuvo su antiguo fervor, la gracia de Cristo templaba su celo. En lugar de ser impetuoso, lleno de confianza y exaltación propia, era calmado, sereno y dócil. Ahora sí podía apacentar tanto a los corderos como a las ovejas de la grey de cristo.
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Usted, mi estimado hermano, tiene una gran labor que hacer por sí mismo cada día. Debe esforzarse constantemente para refrenar su mal genio y sus inclinaciones hacia el mal. Estos han crecido a medida que usted ha ido creciendo, y sólo Jesús puede darle la fuerza para vencerlos. Debe considerarse un siervo de Cristo y procurar ser como él en carácter. Procure ser agradable a los demás. Aun en sus relaciones comerciales, sea cortés, bondadoso y tolerante, revelando así que tiene la mansedumbre de Jesús y que su Espíritu lo domina. Usted forma parte de la humanidad y debe ser paciente, bondadoso y misericordioso. Sea atento y subyugue el egoísmo. Pregúntese: “¿Cómo puedo yo ser una bendición para los demás?” Si su corazón anhela hacer el bien a otros, aunque le cause inconveniencia, tendrá la bendición de Dios. Cuando se lo eleva fuera del ámbito de la pasión y el impulso, el amor se espiritualiza y se manifiesta en palabras y hechos. Un cristiano ha de poseer ternura y amor santificados, libre de impaciencia o malhumor; los modales rudos y bruscos han de ser suavizados por la gracia de Cristo.
Oh, mis hermanos, educaos en la escuela de Cristo. Que el espíritu de controversia cese en el hogar y en la iglesia. Que vuestros corazones se estrechen en amor por el pueblo de Dios. Los corazones que están llenos del amor de Cristo nunca se apartarán demasiado el uno del otro. La religión es amor, y un hogar cristiano es aquel donde reina el amor y se expresa en palabras y en actos de considerada bondad y gentil cortesía. Que no se pronuncien palabras ásperas. Sea el culto familiar algo agradable e interesante. Hermano mío, sea un caballero cristiano, ya que los mismos principios que caracterizan la vida hogareña serán transferidos a la iglesia. Una falta de cortesía, un instante de irritación, una sola palabra áspera y desconsiderada, dañará su reputación y podría cerrar la puerta de los corazones de tal manera que nunca pueda alcanzarlos.
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Ya le he declarado sus peligros, y le digo que hay preciosas victorias que puede obtener. No podremos ver nunca el reino de los cielos a menos que poseamos el pensamiento y el espíritu de Cristo. Entonces, imite al Modelo en el hogar, en el trabajo y en la iglesia. No intente enseñar a los demás o ver cuán marcadamente puede diferir de sus hermanos, sino más bien cuánto puede acercarse a ellos, cuán plenamente puede estar en armonía con ellos. Al hacer todo lo que pueda de su parte para perfeccionar un carácter cristiano, entregue su corazón a Dios para que él lo amolde conforme a su voluntad. Que Dios bendiga a usted y a sus hijos; mi oración es que pueda verles junto al gran trono blanco.
La ambición mundanal
Mi estimado hermano I,Desde que lo conocí en la reunión campestre del Estado de Maine, he sentido que no es demasiado tarde para que ponga su corazón y su casa en orden. Sé que el Espíritu lo ha impresionado; y ahora le hago esta pregunta: En respuesta a esta invitación al arrepentimiento, ¿entregará su corazón gozosamente a Dios? Su caso se me ha presentado en visión; pero mientras usted estaba bajo el control del enemigo de las almas, no tenía yo el valor de enviarle el mensaje que el Señor me había dado. Temía que usted lo tomara livianamente y que el Espíritu Santo fuera contristado por última vez. Pero ahora siento la urgencia de mandarle este testimonio que tendrá para usted olor de vida para vida, o de muerte para muerte.
No lea esto si es que ha decidido escoger las tinieblas en lugar de la luz, servir a Mammón en vez de Cristo. Pero si realmente desea hacer la voluntad de Dios, y está dispuesto a ser salvo en la forma que él determine, entonces lea este testimonio. Sin embargo, no lo lea para ponerle reparos, ni para pervertirlo, ridiculizarlo o despreciarlo, porque en ese caso tendrá para usted sabor de muerte para muerte y testificará contra usted en el día del juicio. Antes de leer este mensaje de amonestación, preséntese solo ante Dios y pídale que le quite el espíritu de resistencia, rebelión e incredulidad, y que derrita y enternezca su corazón de piedra.
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Nosotros no comprendemos la grandeza y la majestad de Dios ni recordamos la inconmensurable distancia que existe entre el Creador y las criaturas que formó con su mano. Aquel que está entronizado en los cielos, blandiendo el cetro del universo en su mano, no juzga conforme a nuestra norma finita, ni calcula conforme a nuestros cómputos. Nos equivocamos si pensamos que lo que es grande para nosotros debe ser grande para Dios, y que lo que es pequeño para nosotros debe ser pequeño para él. No sería más exaltado que nosotros si sólo poseyera las mismas facultades.
Dios no considera todos los pecados de igual magnitud. Ante su vista hay grados de culpabilidad como los hay también en el concepto del hombre finito. Pero no importa cuán insignificante parezca algún rasgo equivocado de conducta ante los ojos humanos, ningún pecado es pequeño ante la vista de Dios. Los pecados que el hombre tiende a ver como pequeños pueden ser los mismos que Dios cuente como grandes delitos. Al borracho se le desprecia y se le dice que su pecado lo excluirá del cielo, mientras que el orgullo, el egoísmo y la avaricia no son reprochados. Pero estos pecados son especialmente ofensivos para Dios. El “resiste a los soberbios” (1 Pedro 5:5), y Pablo nos dice que la avaricia es idolatría Colosenses 3:5. Los que están familiarizados con las denunciaciones contra la idolatría que aparecen en la Palabra de Dios, verán de inmediato cuán grave ofensa es este pecado.
Dios habla por medio de su profeta: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá compasión de él, y a nuestro Dios, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová. Porque así como los cielos son más altos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. Isaías 55:7-9. Necesitamos claro discernimiento para que midamos el pecado conforme a las nomas de Dios y no las nuestras. Adoptemos como nuestra regla la Palabra divina, no nuestras opiniones humanas.
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Nos encontramos en el gran campo de batalla de la vida, y no olvidemos jamás que somos individualmente responsables por el resultado de la lucha; que aunque Noé, Job y Daniel estuviesen en medio del país, ni a sus hijos ni a sus hijas librarían por su justicia. Ezequiel 14:16. Usted, hermano mío, no ha pensado en esto. Sin embargo, ha justificado su propio proceder porque pensó que sus hermanos no obraron correctamente. A veces ha actuado como un niño mimado y consentido y ha expresado incredulidad y duda por despecho a los demás; pero, ¿valdrá la pena hacer esto? ¿Existe algo en su familia, la iglesia o el mundo que justifique su indiferencia hacia las exigencias de Dios? ¿De qué le servirá alguna de sus excusas cuando se halle cara a cara ante el Juez de toda la tierra? Cuán insensato y pecaminoso parecerá entonces su proceder egoísta y avariento. Cuán irresponsable le parecerá haber permitido que las opiniones mundanas y las ganancias materiales eclipsaran la recompensa que se dará a los fieles: dicha eterna en el Paraíso de Dios.
Cuando sufría un grave padecimiento físico y la ciencia humana no le ofrecía esperanza alguna, el Señor tuvo misericordia de usted y compasivamente le alivió la enfermedad. Satanás ha procurado afligirlo y arruinarlo, y hasta ha querido arrebatarle la vida; pero el Salvador lo ha escudado vez tras vez, para que no fuese abatido cuando su corazón estaba lleno de desvarío satánico, y su lengua pronunciaba palabras de amargura e incredulidad contra la Biblia y contra la verdad que en un tiempo defendía. Cuando Satanás ha clamado por usted, reclamándolo como suyo, Cristo ha repelido al enemigo cruel y maligno con estas palabras: “Todavía no he retirado mi Espíritu de él. El tiene dos pasos más que dar antes de cruzar el límite de mi misericordia y amor. Las almas son compradas por mi sangre. El Señor te reprenda, oh Satanás; el Señor te reprenda”.
Luego fui llevada al pasado de su vida, y lo vi cuando su corazón abrigaba la verdad. El Espíritu de Dios lo convenció concerniente al camino que debía seguir, y sostuvo una gran lucha contra el yo. Usted había sido un hombre perspicaz y maquinador. No había tratado a otros como hubiera deseado que lo trataran a usted, sino que se aprovechaba de ellos cuantas veces podía. Tenía que librar una batalla pesada y rigurosa para dominar el yo y amortiguar el orgullo; y era solamente mediante la gracia de Dios que esta obra se podía realizar. En vez de llevar a cabo una reforma total, unió usted la verdad a un carácter remendado, el cual no resistiría la tentación. No comenzó buscando a Dios con corazón contrito y humillado y corrigiendo errores. Si lo hubiera hecho, no hubiese tropezado y caído en la red del enemigo. Sus motivos estaban mezclados con un egoísmo que usted mismo no percibía claramente. Razonamientos arraigados en su interés mundanal, su nivel social y su relativa respetabilidad, influyeron en usted para que no se decidiera a hacer una obra sincera y cabal ante Dios y los hombres. El querer alcanzar la norma del mundo dañó la sinceridad y pureza de su carácter cristiano; y no logró hacer fruto digno de arrepentimiento.