El espíritu del mundo es una trampa
Estimados hermano y hermana P,Mi alma se entristece en extremo al repasar vuestro caso. Anoche mi mente estaba profundamente preocupada. En sueño conversaba con usted, hermano P. Su separación de Dios era tan evidente, y su ceguedad concerniente a su verdadera condición tan grande, que tratar de hacerle discernir su verdadero estado era como decirle a un ciego que viese.
No he podido dormir desde las tres, y he implorado a Dios que me dé una medida mayor de su Espíritu. Una y otra vez me pregunto: ¿Quién da abasto a estas cosas? No me atrevo a permanecer en silencio cuando Dios me ha impartido luz. Tengo que hablar; no obstante, lo hago estremecida por temor a que el mensaje sea rechazado y que las almas para quienes va dirigido queden envueltas en una oscuridad más densa que la que los rodeaba antes de que recibiesen la luz. Es menester que me allegue a Jesús. He puesto mi mano en la suya, orando con fervor: “Dirígeme, condúceme; no poseo la sabiduría necesaria para proceder sola”. Siento que Jesús está muy cerca de mí; tengo la profunda impresión de que él está a punto de hacer una obra especial en favor de su pueblo, particularmente por aquellos que obran por medio de la Palabra y la doctrina. El está dispuesto a ayudaros a los dos, si es que vosotros estáis dispuestos a recibir la ayuda como él la disponga, pero no puedo pronunciaros ni una palabra de ánimo mientras os mantengáis en vuestra presente posición. Las palabras que Cristo dirigió a los fariseos, “y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40), se aplican a vosotros.
Ojalá pudiéramos hacer algo para ayudaros; pero mientras permanezcáis en el cauce mundanal en que os habéis colocado, ¿qué se puede hacer por vosotros? Amáis al mundo, y el mundo os ama a vosotros porque, en lo que se refiere a una vida práctica de consagración, no hay ninguna separación entre vosotros y los mundanos. Al parecer de ellos, vosotros sois simpáticos, inteligentes y buenos; ven en vosotros dos lo que a ellos les agrada. Os han encomiado y hablado cosas suaves, y de esa manera os han logrado halagar y consolar; y vosotros a la vez los habéis halagado y consolado a ellos en su indiferencia descuidada de lo que Dios requiere de ellos. Habéis alentado su orgullo y amor por el placer; porque por vuestras acciones le habéis dicho al pecador: “Todo te irá bien”. Al relacionaros con los mundanos, vuestro discernimiento se ha pervertido; y los pecados que Dios abomina son a vuestro parecer inocuos e inofensivos.
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Temo en gran manera que por vuestra justicia propia estáis erigiendo barreras que nada podrá derribar. No habéis estado más cerca de Dios, ni haciendo más sus obras, ni más llenos de su Espíritu, que los profesos cristianos de las iglesias nominales. No habéis tenido una verdadera comprensión de la santidad del sábado, y Dios no ha aceptado vuestra observancia de su día santo. No habéis tenido verdadera consagración, ni sincera devoción. Dios no ha sido honrado por ninguno de vosotros; no lo habéis conocido por experiencia propia. Habéis caminado lejos de él tanto tiempo que es casi un extraño para vosotros. Las cosas espirituales se disciernen espiritualmente; pero habéis cultivado gustos y hábitos mundanales por tanto tiempo que no os será fácil inclinar vuestra mente en otra dirección.
Pensaréis: “Duras palabras son éstas; ¿quién las puede oír?” Juan 6:60. Pero el mundo no puede comprender al pueblo de Dios. No existe armonía entre los hijos de luz y los hijos de las tinieblas. Pregunta Pablo: “¿Y qué armonía Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué concordia entre el santuario de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el santuario del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os acogeré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis por hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. 2 Corintios 6:15-18. Juan da el siguiente testimonio: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza puesta en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” 1 Juan 3:2-3. Santiago pregunta: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. Santiago 4:4.
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Jesús dijo a sus discípulos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de la verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, guardará mi palabra; y mi Padre le amará, e iremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras”. Juan 14:15-17; 21-24.
Las palabras de Cristo no hallan respuesta en vosotros, porque se han cegado vuestros ojos y endurecido vuestros corazones. En los libros del cielo ambos estáis registrados como si fueseis del mundo. A veces se conmueven vuestros corazones, pero no lo suficiente para llevaros al arrepentimiento y a un cambio de proceder. El mundo ha cautivado vuestros afectos y sus costumbres son de mayor agrado para vosotros que la obediencia hacia el Maestro divino.
El ejemplo que dais a vuestros hijos no está en ninguna manera de acuerdo con la verdad que decís amar. La verdad no os santifica ni a vosotros ni a ellos. Amáis el placer egoísta; y las lecciones que enseñais a vuestros hijos mediante el precepto y el ejemplo no han sido del carácter necesario para alentar en ellos la humildad, la mansedumbre y una disposición semejante a la de Cristo. Los estáis amoldando conforme a la norma del mundo. Cuando Jesús abra ante vuestra vista los libros de registro, donde día tras día vuestras palabra y hechos han sido fielmente anotados, os daréis cuenta de, que la vida de ambos ha sido un terrible fracaso.
No me es posible determinar cómo os haya afectado vuestra reciente aflicción; pero si ha tenido el poder de abrir vuestros ojos y traer convicción a vuestras almas, entonces ciertamente seguiréis un curso que dé evidencia de ello. Sin una conversión cabal, nunca podréis recibir la corona de vida eterna, y vuestros hijos nunca tendrán parte con la hueste que ha sido lavada en la sangre [de Cristo], a menos que desaprendan las lecciones que les habéis enseñado y que se han hecho parte de su vida y carácter. Vuestro ejemplo los ha llevado a pensar que la religión es como una vestimenta que se puede poner o quitar según lo requiera la ocasión o lo dicte la conveniencia; y a menos que haya un cambio total en las influencias que los presionan, estas ideas flojas de lo que Dios requiere se mantendrán adheridas a ellos. Ellos no saben lo que constituye la vida cristiana; no han aprendido lo que es vivir la verdad y llevar la cruz.
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“Si el mundo os aborrece” -dijo Jesús-, “sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros”. Juan 15:18. Habéis acariciado la opinión de que la razón porque el mundo se opone tanto a nosotros como pueblo, es que somos demasiado antisociales, demasiado sencillos en nuestro vestido, y demasiado estrictos en cuanto a las diversiones se refiere, que nos apartamos demasiado del mundo en conducta y normas. Habéis pensado que si fuésemos menos exclusivos y nos relacionásemos más con los mundanos, sus opiniones e impresiones acerca de nosotros cambiarían grandemente. Pero este es el error más grande que pueda afectar la mente humana. Dijo Cristo: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho. El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado”. Juan 15:18-21.
Estas son las palabras de uno acerca de quien aun sus enemigos se vieron precisados a admitir: “Nunca habló hombre como éste”. Juan 7:46. Las palabras de los hombres expresan sus propios pensamientos; pero las de Cristo son espíritu y son vida. “Si vosotros permanecéis en mi palabra seréis verdaderamente mis discípulos”. Juan 8:31. “El que es de Dios, escucha las palabras de Dios” (Juan 8:47), pero estas declaraciones divinas no encuentran cabida en el corazón de uno que es del mundo y ama los placeres mundanales.
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Dios nos ha dado instrucciones exactas, de manera que no es necesario que ninguno se equivoque. “No sólo de pan vivirá el hombre” -dice él-, “sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” Mateo 4:4. La verdad impartida por la inspiración “es útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. 2 Timoteo 3:16. El hombre vivirá, no de una sola palabra, no de muchas palabras, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. No podéis despreciar ni una palabra, ni un solo mandato que él ha dado, por más liviano que os parezca, y estar seguros. “Por tanto, cualquiera que suprima uno de estos mandamientos, aun de los más insignificantes, y enseñe así a los hombres, será llamado el menor en el reino de los cielos; mas cualquiera que los cumpla y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos”. Mateo 5:19. Cualquiera que intencionalmente quebrante un mandamiento no podrá en espíritu y en verdad guardar ninguno de ellos. Podrá sostener que con excepción de lo que él considera ser ligeras desviaciones, los guarda todos; sin embargo, si voluntariamente ofende en un punto, es culpable de todos.
Hermano y hermana P, a la vez que habéis estado profesando el cristianismo, habéis retenido parte del precio. Le habéis robado a Dios en pensamiento y devoción; le habéis robado vuestros talentos e influencia. Vuestras inclinaciones os han servido de tropiezo. No habéis seguido la luz que Dios por su gracia os ha dado mediante testimonios; y habéis hecho cosas que, a no ser que os arrepintáis y experimentéis una reforma, os excluirán del cielo. Si hubieseis atendido las amonestaciones que os envió el Espíritu Santo, ahora estaríais firmes en el Señor y muy avanzados en vuestra experiencia cristiana y hubieseis tenido un registro enteramente distinto en los libros del cielo.
“El que me rechaza, y no recibe mis palabras” -dijo Jesús-, “tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el último día”. Juan 12:48. Cuánta vergüenza y confusión no cubrirá en ese día los rostros de aquellos que recibieron semejante luz y privilegios, para quienes el sacrificio infinito de Cristo puso a su alcance la salvación y que, no obstante, no aprovecharon estos preciosos dones. Por medio de su Palabra, Dios constantemente nos señala el camino correcto, el camino elevado y glorioso de los justos. Los que transitan por este camino no andan en tinieblas, porque está iluminado por el Sol de Justicia; pero vosotros lo habéis rechazado, porque estaba demasiado apartado del mundo. El amor propio y la ambición egoísta no pueden pasar por la puerta estrecha ni caminar por el sendero estrecho ascendente.
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Se descubrirá en el día del ajuste final que Dios conocía a cada uno por nombre. Cada acción de la vida tiene un testigo invisible. “Yo conozco tus obras”, dice Aquel que está “en medio de los siete candeleros”. Apocalipsis 3:15; 1:13. El sabe qué oportunidades han sido despreciadas, cuán incansables han sido los esfuerzos del buen Pastor para buscar a los que andaban desviados por sendas tortuosas, y para traerlos a la senda de la seguridad y paz. Repetidas veces, Dios ha llamado a los que amaban los placeres, y ha hecho fulgurar la luz de su Palabra a través de su senda, para que pudiesen ver su peligro y escapar. Pero siguen adelante, bromeando mientras van por el camino ancho, hasta que al fin termina su tiempo de gracia. Los caminos de Dios son justos y ecuánimes; y cuando la sentencia sea pronunciada contra aquellos que sean hallados faltos, toda boca quedará cerrada…
Cuán diferentes serían las cosas para vosotros dos si hubieseis comprendido en su verdadera luz la alabanza y honra que proviene de los hombres. Los dos tenéis más sed de las alabanzas del mundo que del agua de vida. La idea de ser considerados como importantes entre los hombres del mundo os ha embriagado; sus palabras de encomio os han engañado. Cuando deis la debida importancia a los asuntos eternos, la amistad y estima de los ricos y eruditos no ejercerán ninguna influencia sobre vosotros. El orgullo, no importa de qué forma se manifieste, no vivirá más en vuestros corazones. Pero habéis bebido por tanto tiempo del turbio manantial de la mundanalidad que no os parece que haya una manera mejor de vivir.
Una y otra vez Dios ha extendido su mano para salvaros, mostrándoos cuáles sean vuestros deberes y obligaciones. Estos deberes cambian de naturaleza según haya aumentado la luz. Cuando la luz brilla, manifestando y reprendiendo errores que fueron expuestos, debe haber un cambio correspondiente en la vida y el carácter. Hay errores que eran el resultado natural de la ignorancia, o fallos en el discernimiento; pero a menos que se lleve a cabo una reforma decidida conforme a la luz impartida, entonces se convierten en pecados de presunción. La oscuridad moral que os rodea se hará cada vez más densa; vuestros corazones se endurecerán cada vez más, y causaréis mayor ofensa ante la vista de Dios. Vosotros no os dais cuenta del peligro en que estáis, el peligro que existe de que en vuestro caso la luz se desvanezca del todo, cubierta por una oscuridad total. Cuando recibáis la luz y la apliquéis, crucificaréis el pecado, moriréis verdaderamente para el mundo y viviréis para Dios. Abandonaréis vuestros ídolos, y vuestro ejemplo estará de parte de la abnegación en lugar de la indulgencia propia.
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Hermano y hermana P, si hubieseis hecho caso a los testimonios del Espíritu de Dios, estaríais ahora andando en la luz y en armonía con el pueblo de Dios; pero vuestra incredulidad os ha impedido disfrutar de un gran bien. La hermana P no se ha sublevado en contra de los testimonios, pero tampoco ha demostrado confianza en ellos obedeciéndolos como algo proveniente del Señor. Le agrada ver que el mundo alabe y honre a su marido; es algo que alimenta el orgullo en ella, el cual no es pequeño en ninguna manera. Los dos podéis con razón preguntaros: “¿Por qué dilato tanto en salir del mundo y apropiarme de Cristo? ¿Por qué he de amar y honrar a quienes sé que no aman a Dios ni respetan sus requerimientos? ¿Por qué razón he de querer retener la amistad de los que son enemigos de mi Señor? ¿Por qué he de seguir sus costumbres y dejarme influir por sus opiniones?” Mis caros amigos, no podéis servir a Dios y a Mammón. Es menester que hagáis una entrega incondicional, de otra manera la luz que ilumina vuestro sendero se desvanecerá en la oscuridad de la desesperación. Estáis en terreno del enemigo. Os habéis colocado allí voluntariamente y el Señor no os protegerá de sus asechanzas.
En vuestro estado presente estáis haciendo mucho más mal que bien; por cuanto poseéis una apariencia de piedad y profesáis creer la verdad, mientras que vuestras palabras y hechos están diciendo: “Ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la vida y muchos son los que entran por ella” véase Mateo 7:14. Si vuestra vida es una confesión de Cristo, entonces podremos a la verdad decir que el mundo se ha ido en pos de él. Vuestra profesión puede ser correcta; empero, ¿poseéis humildad y amor, mansedumbre y devoción? “Cualquiera que me confiese delante de los hombres”, por medio de una vida consagrada y un comportamiento piadoso, “el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios”. Lucas 12:8. Nadie puede confesar a Cristo, a no ser que tenga el pensamiento y Espíritu de Cristo; no puede comunicar lo que él mismo no posee. La vida cotidiana ha de ser una expresión del poder santificador de la verdad, y una evidencia de que Cristo habita en el alma por la fe. Todo lo que se oponga al fruto del Espíritu, o a la obra de Dios que separa a su pueblo del mundo, es una negación de Cristo, cuyas palabras son: “Todo aquel que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios”. Lucas 12:8-9.
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Podemos negar a Cristo por medio de nuestra conversación mudanal o nuestro vestido ostentoso. Tenéis un círculo de amistades que constituyen una trampa para vosotros y vuestros hijos. Amáis el compañerismo con ellos. A través de vuestra asociación con ellos, os veis impelidos a vestiros vosotros y vuestros hijos conforme a las modas que siguen aquellos que no tienen ningún temor de Dios. De esta manera dais a entender que sois amigos del mundo. “En las muchas palabras no falta pecado”. Proverbios 10:19. El intercambio con estos amigos, ¿os conduce a visitar el lugar secreto y pedir el poder y la gracia divina, o aleja vuestra mente de Dios? ¿Y qué de vuestros queridos hijos? ¿Qué logra en su favor vuestro olvido de los intereses eternos? Vuestro ejemplo los ha animado a apresurarse por el camino de la vida con presunción descuidada y una confianza propia ciega, no teniendo principios religiosos fijos que los guíen. No tienen un cuidado concienzudo por el sábado, o por lo que Dios requiere de ellos; no tienen amor por los deberes cristianos, y se desvían cada vez más lejos de la Fuente de luz, paz y gozo.
Sin fe es imposible agradar a Dios; porque “todo lo que no es de fe, es pecado”. Romanos 14:23. La fe que se requiere no es el mero asentimiento a las doctrinas; es la fe que obra por amor y purifica el alma. La humildad, la mansedumbre y la obediencia no son la fe; pero son los efectos o frutos de la fe. Tenéis todavía que alcanzar estas gracias aprendiendo en la escuela de Cristo. No conocéis los sentimientos y los principios del cielo; su lenguaje es casi un lenguaje extraño para vosotros. El Espíritu de Dios intercede todavía en vuestro favor; pero tengo serias y dolorosas dudas acerca de si escucharéis esa voz que ha estado suplicándoos durante años. Espero que la escucharéis, os convertiréis y viviréis.
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¿Os parece que es un sacrificio demasiado grande dar vuestras pobres e indignas personas a Jesús? ¿Preferiréis la desesperada servidumbre del pecado y la muerte, en vez de que vuestra vida sea separada del mundo, y unida con Cristo por vínculos de amor? Jesús vive todavía para interceder por nosotros. Esto debe provocar diariamente gratitud en nuestro corazón. El que se da cuenta de su culpabilidad e impotencia, puede venir tal cual es y recibir la bendición de Dios. La promesa es para aquel que la reciba por fe. El que es, a su propio juicio, rico, honorable y justo, que ve como el mundo, y llama bueno a lo malo y malo a lo bueno, no puede pedir y recibir, porque no siente necesidad alguna. Se siente satisfecho, y por lo tanto se va vacío.
Si os alarmáis por vuestras propias almas, si buscáis a Dios diligentemente, él será hallado de vosotros; pero él no acepta arrepentimiento a medias. Si queréis abandonar vuestros pecados, él está siempre listo para perdonarlos. ¿Queréis entregaros ahora? Miraréis al Calvario y preguntaréis: “¿Hizo Jesús ese sacrificio por mí? ¿Soportó la humillación, la vergüenza y el oprobio, y sufrió la cruel muerte de la cruz, porque deseaba salvarme de los sufrimientos de la culpabilidad y el horror de la desesperación, y hacerme indeciblemente feliz en su reino?” Mirad a Aquel que vuestros pecados atravesaron, y resolved: “El Señor recibirá el servicio de mi vida. Ya no me uniré con sus enemigos; no prestaré ya mi influencia a los rebeldes contra su gobierno. Todo lo que tengo y soy es demasiado poco para consagrarlo a Aquel que de tal manera me amó que dio su vida por mí, toda su persona divina por un ser tan pecaminoso y errante”. Separaos del mundo. Colocaos completamente de parte del Señor. Seguid luchando hasta las puertas y obtendréis gloriosas victorias.
Bienaventurado es aquel que escucha las palabras de vida eterna. Guiado por “el Espíritu de verdad”, será conducido a toda verdad. No será honrado, amado y alabado por el mundo; pero será precioso a la vista del Cielo. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios: por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a él”. 1 Juan 3:1.