Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 499-508, día 316

La mundanalidad

Estimado hermano F,Ya es tiempo de que examinemos nuestros corazones para ver si estamos o no en la fe y en el amor de Dios. Si no hay un despertar entre nosotros, que hemos recibido tan grande luz y tantos privilegios, nos hundiremos en la ruina, y nuestro destino será peor que el de Corazín y Betsaida; “Porque”, como Cristo dijo acerca de esas ciudades, “si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, ya hace tiempo que se hubieran arrepentido en saco y en ceniza”. Mateo 11:21.

Ya es tiempo de que usted esté profundamente preocupado por su alma y las almas de sus hijos. Su llamado en Cristo lo requiere. Mi alma está sobrecargada de dolor, mi corazón está enfermo y triste, cuando considero su condición; porque yo sé que a menos que usted se transforme, su anclaje se moverá de un lado a otro constantemente. Oh, “buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano”. Isaías 55:6. Le ruego que humille su corazón ante Dios y que nunca, pero nunca deje de esforzarse hasta que sea un hombre diferente. Siento un profundo interés en su condición espiritual y quiero verlo luchar fervientemente en favor de su propia salvación y la de sus queridos hijos, quienes me consta son manejados de una manera muy parecida a la que usaba Elí para gobernar a los suyos. Que sus hijos vean que usted no es una persona que actúa impulsivamente, sino que es un hombre que no vacila en sus principios. Ellos imitarán el ejemplo que usted les dé. Hasta que yo no vea un cambio para el bien en usted, no dejaré de implorarle y exhortarlo.

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Estamos acercándonos al fin del tiempo. Deseamos no solamente enseñar la verdad presente en el púlpito, sino vivirla fuera de él. Examine cuidadosamente el fundamento de su esperanza de salvación. Mientras ocupe usted el puesto de heraldo de la verdad, de centinela sobre las murallas de Sión, no puede permitir que su interés esté entretejido con negocios de minas o bienes raíces y al mismo tiempo llevar a cabo eficazmente la sagrada obra que le ha sido encomendada. Cuando están en peligro las almas de los hombres, y se trata de intereses eternos, el interés no puede estar dividido sin peligro. Esto es especialmente cierto en el caso suyo. Mientras ha estado envuelto en este negocio, usted no ha estado cultivando una consagración genuina. Ha tenido un deseo febril de obtener ganancias. Les ha hablado a muchas personas acerca de las ventajas financieras que hay en invertir en la compra de terrenos en _____. Repetidas veces se ha ocupado usted en representar ante otros las ventajas de estas empresas; y lo ha hecho siendo un ministro ordenado de Cristo, comprometido a entregar su alma, cuerpo y espíritu a la obra de la salvación de las almas. Al mismo tiempo estaba usted recibiendo dinero de la tesorería para su sostén y el de su familia. Sus palabras han tenido el propósito de desviar la atención y el dinero de la gente para que no lo entregaran a nuestras instituciones, y a la obra de fomentar el reino de nuestro Redentor en la tierra. La tendencia de sus palabras ha sido la de engendrar en ellos el deseo de invertir sus recursos donde usted les aseguraba que se duplicarían en corto tiempo, y de halagarlos con la perspectiva de que podrían ayudar a la obra mucho más si lo hacían así. Quizá usted no les aconsejó conscientemente que retiraran sus recursos de la obra de la causa de Dios; pero algunos no tenían ningún dinero a mano excepto el que habían invertido en nuestras instituciones, y les ha sido quitado para ser invertido conforme a sus instrucciones. 

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En cierto sentido somos guardas de nuestros hermanos. Estamos individualmente relacionados con almas que pueden, a través de los méritos de Cristo, buscar gloria, honor, e inmortalidad. Su pureza, sinceridad, celo, constancia y consagración son afectados por nuestras palabras, nuestras obras, nuestro comportamiento, nuestras oraciones y nuestro fiel cumplimiento del deber. Cristo dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”. Los ministros de Jesucristo deben enseñar tanto en la iglesia como ante los individuos, el hecho de que una profesión de fe, aun cuando la hagan los adventistas del séptimo día, no tiene poder para el bien a menos que proceda de una sincera devoción sentida de corazón. La luz de la religión ha de irradiar de la iglesia, y en especial de los ministros, en rayos nítidos y constantes. No ha de fulgurar en ocasiones especiales para luego opacarse y parpadear, como si estuviera a punto de apagarse. La excelencia de Jesucristo brillará para siempre en el carácter de los verdaderos creyentes, y ellos engalanarán la doctrina de nuestro Salvador. De esa manera se revelan la excelencia y el poder del Evangelio. Se requiere que cada miembro de la iglesia se mantenga en conexión viva con la Fuente de toda luz, y que sea un obrero espiritual y que haga su parte para reflejar luz al mundo por medio de sus buenas obras. 

Especialmente el ministro debiera mantenerse libre de toda atadura mundanal y unirse a la Fuente de todo poder, para representar correctamente lo que significa ser cristiano. Debe desprenderse de todo lo que en alguna forma distraiga su mente de Dios y de la gran obra para este tiempo. Cristo espera que él, como siervo a su servicio, sea como él en mente, pensamiento, palabra y acción. Espera que todo hombre que exponga las Escrituras ante los demás trabaje cautelosa e inteligentemente, sin ejercer sus facultades imprudentemente para poder hacer toda buena obra para el Señor. Toda alma es llamada a prestar servicio activo en alguno de los varios departamentos de la obra, y el pastor guiará y conducirá su rebaño. 

El ministro no debe emplear su lengua para decir a los hombres cuál es la mejor manera de enterrar sus bienes en la tierra; debe decirles cómo invertirlos con seguridad en el banco del cielo. Que el Señor le imparta discernimiento espiritual es mi oración; porque de seguro que su fe naufragará a menos que entre usted en una condición espiritual diferente. Usted necesita el poder convertidor de Dios, y a menos que sea transformado, se apartará de la verdad. Pero aunque se gane el mundo entero, sería una recompensa pobre a cambio de la pérdida de su alma. Que el Señor le ayude, hermano mío, a recobrar pronto su buen sentido y actuar como un hombre que tiene una mente equilibrada. Que realice usted su trabajo con corazón y labios consagrados y camine con humildad ante Dios. 

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La piedad práctica

Estimados hermanos de Oakland,Mi espíritu se siente impulsado a escribiros. Vez tras vez me encuentro hablándoos en mis sueños, y en cada caso estáis en dificultad. Pero venga lo que venga, no permitáis que ello debilite vuestro valor moral, ni haga degenerar vuestra religión hasta convertirse en un formalismo en el cual no tenga parte el corazón. El amante Jesús está listo para bendeciros abundantemente; pero necesitamos obtener experiencia en la fe, en la oración ferviente, y regocijarnos en el amor de Dios. ¿Será alguno de nosotros pesado en la balanza y hallado falto? Debemos velar sobre nosotros mismos, vigilar los menores impulsos profanos de nuestra naturaleza, no sea que traicionemos las altas responsabilidades que Dios nos ha confiado como sus agentes humanos. 

Debemos estudiar las amonestaciones y correcciones que dio a su pueblo en tiempos pasados. No carecemos de luz. Sabemos qué obras debemos evitar, y qué requerimientos nos ha ordenado observar; así que si no procuramos saber y hacer lo correcto, es porque el obrar mal conviene más al corazón carnal que hacer el bien. 

Siempre habrá algunos sin fe, que esperarán ser llevados adelante por la fe de otros. No tienen conocimiento experimental de la verdad, y por consiguiente no han sentido su poder santificador en su propia alma. Incumbe a todo miembro de la iglesia escudriñar queda y diligentemente su propio corazón, y ver si su vida y carácter están en armonía con la gran norma de justicia divina. 

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El Señor ha hecho grandes cosas por vosotros en California, y particularmente en Oakland; pero hay mucho más que le agradaría hacer si hicieseis corresponder vuestras obras a vuestra fe. Dios no honra nunca la incredulidad con ricas bendiciones. Recapitulad lo que Dios ha hecho, y sabed entonces que es sólo el principio de lo que está dispuesto a hacer. 

Debemos conceder a las Escrituras mayor valor del que les hemos concedido, porque en ellas está revelada la voluntad de Dios a los hombres. No es suficiente asentir meramente a la veracidad de la Palabra de Dios, sino que debemos escudriñar las Escrituras para aprender lo que contienen. ¿Recibimos la Biblia como el “oráculo de Dios”? Es tan realmente una comunicación divina como si sus palabras nos llegasen con voz audible. No conocemos su carácter precioso, porque no obedecemos sus instrucciones. 

Hay malos ángeles que trabajan en todo nuestro derredor, pero porque no discernimos su presencia con nuestra visión natural, no consideramos como debiéramos la realidad de su existencia, según está presentada en la Palabra de Dios. Si nada de lo contenido en las Escrituras resultase difícil de comprender, el hombre, al escudriñar sus páginas, se llenaría de orgullo y suficiencia propia. Nunca es lo mejor para uno creer que entiende todas las fases de la verdad, porque no es así. Por lo tanto, no se lisonjee nadie de que tiene una comprensión correcta de todas las porciones de la Escritura, ni piense que es su deber hacer a todos los demás comprenderlas como él las entiende. Destiérrese el orgullo intelectual. Alzo mi voz en amonestación contra toda especie de orgullo espiritual que abunda en la iglesia hoy. 

Cuando la verdad que apreciamos fue reconocida por primera vez como verdad bíblica, ¡cuán extraña parecía y cuán fuerte era la oposición que tuvimos que afrontar al presentarla a la gente al principio; pero cuán fervientes y sinceros eran los obreros obedientes que amaban la verdad! Eramos realmente un pueblo peculiar. Eramos pocos en número, sin riqueza, sin sabiduría ni honores mundanales; pero creíamos en Dios, y éramos fuertes y teníamos éxito, atemorizando a los que obraban mal. Nuestro amor mutuo era firme; y no se conmovía fácilmente. Entonces el poder de Dios se manifestaba entre nosotros, los enfermos eran sanados, y había mucha calma y gozo santo y dulce. 

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Pero si bien la luz ha continuado aumentando, la iglesia no ha avanzado proporcionalmente. El oro puro se ha empañado gradualmente, y la muerte y el formalismo han venido a trabar las energías de la iglesia. Sus abundantes privilegios y oportunidades no han impulsado al pueblo de Dios hacia adelante y hacia arriba, hacia la pureza y la santidad. Un fiel aprovechamiento de los talentos que Dios le ha confiado aumentaría grandemente estos talentos. Donde mucho ha sido dado, mucho será pedido. Los que aceptan fielmente y aprecian la luz que Dios nos ha dado, y toman una alta y noble decisión, con abnegación y sacrificio, serán conductos de luz para el mundo. Los que no avancen, retrocederán, aun en los mismos umbrales de la Canaán celestial. Me ha sido revelado que nuestra fe y nuestras obras no corresponden en ninguna manera a la luz de la verdad concedida. No debemos tener una fe tibia, sino la fe perfecta que obra por amor y purifica el alma. Dios os invita a los que estáis en California a entrar en comunión íntima con él.

En un punto habrá que precaverse, y es en el de la independencia individual. Como entre soldados del ejército de Cristo, debe haber acción concertada en los diversos departamentos de la obra. Nadie tiene derecho a emprender la marcha por su propia responsabilidad y presentar en nuestros periódicos ideas acerca de ciertas doctrinas bíblicas, cuando se sabe que otros entre nosotros tienen opiniones diferentes al respecto y que eso creará controversia. Los adventistas del primer día hicieron esto. Cada uno siguió su propio juicio independiente y trató de presentar ideas originales, hasta que no hay acción concertada entre ellos, excepto, tal vez, en cuanto a oponerse a los adventistas del séptimo día. No debemos seguir su ejemplo. Cada obrero debe obrar teniendo en cuenta a los demás. Los que siguen a Cristo no obrarán independientemente unos de otros. Nuestra fuerza debe fundarse en Dios, y estar unida para manifestarse en una acción noble y concentrada No debe desperdiciarse en movimientos sin sentido. 

La unión hace la fuerza. Debe haber unión entre nuestras casas editoras y nuestras otras instituciones. Si existiese esta unidad, serían una fuerza. No debe existir contención ni divergencia entre los obreros. La obra es una, presidida por un Caudillo. Los esfuerzos ocasionales y espasmódicos han hecho daño. Por enérgicos que hayan sido, son de poco valor; porque vendrá seguramente la reacción. Debemos cultivar una perseverancia constante, tratando continuamente de conocer y hacer la voluntad de Dios. 

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Debemos saber lo que debemos hacer para ser salvos. Hermanos y hermanas, no debemos flotar a la deriva con la corriente popular. Nuestra obra actual consiste en salir del mundo y separarnos de él. Esta es la única manera en que podemos andar con Dios, como anduvo Enoc. Las influencias divinas estaban obrando constantemente con sus esfuerzos humanos. Como él, somos llamados a tener una fe fuerte, viva y activa, y ésta es la única manera en que podemos ser colaboradores con Dios. Debemos cumplir las condiciones trazadas en la Palabra de Dios, o morir en nuestros pecados. Debemos saber qué cambios morales son esenciales hacer en nuestro carácter, por la gracia de Cristo, a fin de ser aptos para las mansiones celestiales. Os digo, en el temor de Dios, que estamos en peligro de vivir como los judíos: destituidos del amor de Dios e ignorantes de su poder, mientras que la resplandeciente luz de la verdad brilla en derredor nuestro.

Miles de millares pueden profesar obedecer la ley y el Evangelio, y sin embargo vivir en transgresión. Los hombres pueden presentar de una manera clara lo que la verdad requiere de otros, y sin embargo ser carnales en su propio corazón. Pueden amar y practicar el pecado en secreto. La verdad de Dios puede no ser verdad para ellos, porque su corazón no ha sido santificado por ella. Es posible que el amor del Salvador no ejerza poder constreñidor sobre sus pasiones bajas. Sabemos por la historia pasada que los hombres pueden ocupar puestos sagrados, y sin embargo manejar con engaño la verdad de Dios. No pueden alzar manos santas a Dios, “sin ira ni contienda”. 1 Timoteo 2:8. Esto es porque Dios no domina su mente. La verdad no fue nunca estampada sobre su corazón. “Con el corazón se cree para justicia”. “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón y de toda tu alma, y de todas tus fuerzas, y de todo tu entendimiento” Romanos 10:10; Lucas 10:27. ¿Estáis haciendo esto? Muchos no lo hacen ni lo han hecho nunca. Su conversión ha sido tan sólo superficial. 

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“Si habéis pues resucitado con Cristo” -dice el apóstol-, “buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Colosenses 3:1, 2. El corazón es la ciudadela del hombre. De él mana la vida o la muerte. Mientras su corazón no esté purificado, una persona queda descalificada para tener parte alguna en la comunión de los santos. ¿No sabe el que escudriña el corazón quiénes están permaneciendo en pecado, sin consideración por sus almas? ¿No hubo acaso un testigo que vio las cosas más secretas de la vida de cada uno? Fui obligada a oír las palabras de adulación, palabras que querían engañar e infatuar. Satanás emplea todos estos medios para destruir almas. Algunos de vosotros podéis haber sido así sus agentes; y en tal caso, tendréis que afrontar estas cosas en el juicio. El ángel dijo acerca de esta clase: “Su corazón no ha sido nunca entregado a Dios. Cristo no está en ellos. La verdad no está allí. Su lugar está ocupado por el pecado, el engaño, la mentira. No creen la Palabra de Dios ni actúan de acuerdo con ella”. 

La presente actividad de Satanás, en su manera de obrar sobre los corazones, las iglesias y naciones, debe despertar a todo estudiante de la profecía. El fin se acerca. Levántense nuestras iglesias. Experimenten los miembros individuales en su corazón el poder convertidor de Dios; y entonces veremos los profundos impulsos del Espíritu de Dios. El perdón de los pecados no es el único resultado de la muerte de Jesús. El hizo el sacrificio infinito, no sólo para que el pecado fuese quitado, sino para que la naturaleza humana pudiese ser restaurada, reembellecida, reconstruida desde sus ruinas y hecha idónea para la presencia de Dios. 

Debemos mostrar nuestra fe por nuestras obras. Debe manifestarse más ansia de tener una medida mayor del Espíritu de Cristo; porque en esto residirá la fuerza de la iglesia. Es Satanás quien está contendiendo para conseguir que los hijos de Dios se separen. ¡Oh cuán poco amor tenemos, amor a Dios y amor los unos a los otros! La palabra y el espíritu de la verdad morando en el corazón nos separarán del mundo. Los inmutables principios de la verdad y del amor vincularán los corazones y la fuerza de la unión estará de acuerdo con la medida de la gracia y de la verdad que se disfrute. 

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Sería bueno que cada uno de nosotros alzase el espejo, la real ley de Dios, para ver en ella el reflejo de su propio carácter. Tengamos cuidado de no pasar por alto las señales de peligro y las amonestaciones dadas en su Palabra. A menos que se preste atención a estas amonestaciones y se venzan los defectos del carácter, éstos vencerán a quienes los posean, y ellos caerán en el error, la apostasía y el pecado abierto. La mente que no se eleve a la norma más alta, perderá con el tiempo su fuerza de retener lo que había ganado una vez. “Así que, el que piensa estar firme, mire, no caiga”. “Así que vosotros, oh amados, pues estáis amonestados, guardaos que por el error de los abominables no séais juntamente extraviados, y caigáis de vuestra firmeza. Mas creced, en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” 1 Corintios 10:12; 2 Pedro 3:17, 18. 

Dios ha elegido en estos postreros días un pueblo al que ha hecho depositario de su ley, y este pueblo tendrá siempre tareas desagradables que cumplir. “Yo sé tus obras, y tu trabajo y paciencia; y que tú no puedes sufrir los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado por mi nombre, y no has desfallecido”. Apocalipsis 2:2, 3. Se requerirá mucha diligencia y una lucha continua para mantener el mal apartado de nuestras iglesias. Debe ejercerse una disciplina rígida e imparcial; porque algunos que tienen una apariencia de religión, tratarán de minar la fe de los demás y trabajarán privadamente para ensalzarse a sí mismos. 

En el monte de las Olivas, el Señor Jesús declaró categóricamente que “por haberse multiplicado la maldad, la caridad de muchos se resfriará”. Mateo 24:12. Habla de una clase de personas que ha caído de un alto estado de espiritualidad. Penetren en los corazones estas declaraciones con poder solemne y escrutador. ¿Dónde están el fervor y la devoción a Dios que corresponden a la grandeza de la verdad que aseveramos creer? El amor al mundo y a algún pecado favorito desarraigó del corazón el amor a la oración y a la meditación en las cosas sagradas. Se sigue cumpliendo una serie de servicios religiosos formales; pero, ¿dónde está el amor de Jesús? La espiritualidad está muriendo. ¿Ha de perpetuarse este sopor, este lamentable deterioro? ¿Ha de vacilar y apagarse en las tinieblas la lámpara de la verdad porque no se la abastece con el aceite de la gracia? 

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Quisiera que cada predicador y cada uno de nuestros obreros pudiese ver este asunto como me ha sido presentado. La estima y la suficiencia propias están matando la vida espiritual. Se ensalza el yo y se habla de él. ¡Ojalá muriese el yo! “Cada día muero” (1 Corintios 15:31), dijo el apóstol Pablo. Cuando esta suficiencia propia, orgullosa y jactanciosa, y esta justicia propia complaciente, compenetran el alma, no hay lugar para Jesús. Se le da un lugar inferior, mientras que el yo crece en importancia y llena todo el templo del alma. Tal es la razón por la cual el Señor puede hacer tan poco por nosotros. Si él obrase con nuestros esfuerzos, el instrumento atribuiría toda la gloria a su propia habilidad, sabiduría y capacidad, y se congratularía como el fariseo: “Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que poseo” Lucas 18:12. Cuando el yo se oculte en Cristo, no subirá a la superficie con tanta frecuencia. ¿Satisfaremos el deseo del Espíritu de Dios? ¿Nos espaciaremos más en la piedad práctica y mucho menos en los arreglos mecánicos?

Los siervos de Cristo deben vivir como a la vista de él y de los ángeles. Deben tratar de comprender los requerimientos de nuestro tiempo y prepararse para hacerles frente. Satanás está atacándonos constantemente en forma nueva y desconocida, y ¿por qué habrían de ser deficientes los oficiales del ejército de Dios? ¿Por qué dejarían sin cultivar alguna facultad de su naturaleza? Hay que hacer una gran obra, y si falta acción armoniosa para hacerla, es por causa de la estima y el amor propios. Es únicamente cuando nos esmeramos por ejecutar las órdenes del maestro sin dejar sobre la obra nuestra estampa e identidad, cuando trabajamos eficiente y armoniosamente. “Uníos” -dijo el ángel-, “uníos”.

Ruego a los que ministráis en las cosas sagradas, que os espaciéis más en la religión práctica. ¡Cuán raramente se ve la conciencia sensible, el verdadero pesar del alma y sentida convicción del pecado! Es porque no hay entre nosotros profundos impulsos del Espíritu de Dios. Nuestro Salvador es la escalera que Jacob vio, cuya base descansaba en la tierra, y cuya cúspide alcanzaba a los altos cielos. Esto revela el método de salvación señalado. Si alguno de nosotros se ha de salvar finalmente, será por haberse aferrado a Jesús como a los peldaños de una escalera. Para el creyente, Jesús es hecho sabiduría y justificación, santificación y redención. Nadie se imagine que es una cosa fácil vencer al enemigo, que puede ser llevado a una herencia incorruptible sin esfuerzo de su parte. Mirar atrás es sentir vértigo; soltarse es perecer. Pocos aprecian la importancia de luchar constantemente para vencer. Cesan en su diligencia, y como resultado se vuelven egoístas y sensuales. No creen esencial la vigilancia espiritual. No dedican a la vida cristiana el fervor de los esfuerzos humanos. 

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