Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 154-163, día 353

Podemos evitar una mala actuación ahora. Escribimos nuestra historia diariamente. El ayer está más allá de nuestra posibilidad de enmendarlo o controlarlo; hoy es lo único que nos pertenece. Por lo tanto, no entristezcamos hoy el Espíritu de Dios, pues, mañana tal vez no podamos recordar lo que hemos hecho. Hoy será entonces como si fuera el día de mañana. 

Procuremos seguir el consejo de Dios en todas las cosas, porque él es infinito en sabiduría. Aunque en el pasado no hicimos lo que debíamos por nuestros niños y jóvenes, arrepintámonos ahora y redimamos el tiempo. El Señor dice: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová lo ha dicho”. Isaías 1:18-20. El mensaje que dice “Avanzad”, debe oírse aún y repetirse. Los diversos acontecimientos extraños que están sucediendo en el mundo requieren que se trabaje par confrontarlos. El Señor necesita personas espiritualmente inteligentes y de clara visión, que estén ciertamente recibiendo maná fresco del cielo. El Espíritu Santo trabaja en los corazones de tales personas, y Palabra de Dios refleja luz a la mente y revela como nunca antes la verdadera sabiduría.

La educación dada a los jóvenes amolda toda la estructura social. Por todo el mundo la sociedad está en desorden y se necesita una completa transformación. Muchos creen que mejores recursos educacionales, mayor pericia y métodos más recientes pondrán las cosas en su lugar. Profesan creer y aceptar los oráculos vivos, y, no obstante, dan a la Palabra de Dios un puesto inferior en el gran contexto de la educación. Lo que debiera estar primero pasa a ser algo accesorio de las invenciones humanas. 

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Es muy fácil dejarse llevar por planes, métodos y costumbres del mundo y no dedicar al tiempo en que vivimos, o a la gran obra que debe hacerse, más reflexión de la que dedicaron en su tiempo los contemporáneos de Noé. Existe el peligro constante de que nuestros educadores sigan el mismo camino que los judíos, amoldándose a costumbres, prácticas y tradiciones que Dios no dio. Con tenacidad y firmeza, algunos se adhieren a viejos hábitos y a una afición por diversos estudios que no son esenciales, como si su salvación dependiera de estas cosas. Al hacer esto se apartan de la obra especial de Dios e imparten a los alumnos una educación deficiente y errónea. Las mentes son desviadas de un sencillo “Así dice Jehová” que entraña intereses eternos, hacia teorías y enseñanzas humanas. La revelación de Dios, verdad eterna e infinita, es explicada según interpretaciones humanas, cuando solamente el poder del Espíritu Santo puede revelar las cosas espirituales. La sabiduría humana es insensatez, pues pasa por alto el conjunto de las providencias de Dios, que apuntan a la eternidad. 

Los reformadores no son destructores. Jamás tratarán de arruinar a los que no estén en armonía con sus planes ni se amolden a ellos. Los reformadores deben avanzar, no retroceder. Deben ser decididos, firmes, resueltos, indómitos; empero la firmeza no debe degenerar en un espíritu autoritario. Dios quiere que todos los que le sirvan sean firmes como una roca, en cuanto a principios se refiere; pero mansos y humildes de corazón, como lo fue Cristo. Entonces, permaneciendo en Cristo, podrán hacer la obra que él haría si estuviese en el lugar de ellos. Un espíritu brusco y condenador no es esencial para ser heroico en las reformas de este tiempo. Todos los métodos egoístas que se practiquen en el servicio de Dios son una abominación delante de él. 

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Satanás está obrando para invalidar totalmente la oración de Cristo. Se esfuerza constantemente para originar rencor y discordia; porque donde existe unidad hay poder; una unidad que ni todos los poderes infernales pueden romper. Todos los que ayuden a los enemigos de Dios a causar debilidad, aflicción y desánimo a un miembro del pueblo de Dios, por razón de su manera de ser y su temperamento perverso; están obrando directamente contra la oración de Cristo. 

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Carácter y obra de los maestros

La obra que se lleva a cabo en nuestras escuelas no debe parecerse a la que se hace en los colegios y seminarios del mundo. En la grandiosa tarea de la educación, la enseñanza de las ciencias no ha de ser de carácter inferior, pero se ha de considerar de primera importancia aquel conocimiento que habilite a un pueblo para estar firme en el gran día de la preparación de Dios. Nuestras escuelas deben asemejarse más a las escuelas de los profetas. Deben ser escuelas preparatorias donde los alumnos sean puestos bajo la disciplina de Cristo para aprender del gran Maestro. Deben ser escuelas familiares donde cada estudiante reciba ayuda especial de parte de sus maestros, así como los miembros de la familia debieran recibirla en el hogar. Se han de fomentar la ternura, la simpatía, la unidad y el amor. Debe haber maestros abnegados, consagrados y fieles, que constreñidos por el amor de Dios y llenos de ternura, cuiden de la salud y felicidad de los alumnos, y procuren hacerlos progresar en toda rama importante del saber. 

Deben elegirse maestros entendidos para nuestras escuelas, maestros que se sientan responsables ante Dios por grabar en las inteligencias la necesidad de conocer a Cristo como Salvador personal. Desde el grado más alto al más bajo, deben mostrar especial cuidado por la salvación de los alumnos, y mediante su esfuerzo personal procurarán guiar sus pies por senderos rectos. Deben mirar con compasión a aquellos que han sido mal enseñados en la infancia y tratar de remediar defectos, que si se conservan, perjudicarán grandemente el carácter. No puede hacer esta obra quien no haya aprendido primero en la escuela de Cristo la debida manera de enseñar. 

Todos los que enseñan en nuestras escuelas deben mantener una estrecha unión con Dios y una perfecta comprensión de su Palabra, a fin de que puedan volcar la sabiduría y el conocimiento divinos en la obra de educar a los jóvenes para su utilidad en esta vida y para la vida futura e inmortal. Deben ser hombres y mujeres que no solamente reconozcan la verdad, sino que también sean hacedores de la Palabra de Dios. El “Escrito está” debiera manifestarse en sus vidas. Mediante su propio proceder deben enseñar sencillez y hábitos correctos en todas las cosas. Nadie debe unirse a nuestras escuelas como educador si no ha tenido experiencia en obedecer la Palabra del Señor. 

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Los directores y maestros tienen necesidad de ser bautizados con el Espíritu Santo. La ferviente oración de las almas contritas será acogida ante el trono de Dios y él la contestará a su debido tiempo, si por la fe nos aferramos de su brazo. Ruegue el yo a Cristo y Cristo en Dios, y habrá una manifestación de su poder que enternecerá y subyugará los corazones. Cristo enseñó de una manera completamente diferente de los métodos ordinarios; y nosotros debemos cooperar con él. 

La enseñanza significa mucho más de lo que muchos suponen. Se requiere gran habilidad para hacer comprender la verdad. Por esta razón cada maestro debe procurar que aumente su conocimiento de la verdad espiritual; pero no puede obtener este conocimiento si se aparta de la Palabra de Dios. Si quiere que mejoren diariamente sus facultades y aptitudes, debe estudiar; debe comer y asimilar la Palabra, y trabajar como trabajó Cristo. Cada facultad del alma que se nutre con el pan de vida será vigorizada por el Espíritu de Dios. Esta es la comida que a vida eterna permanece. 

Los maestros que aprenden del gran Maestro percibirán la ayuda de Dios como la entendieron Daniel y sus compañeros. Les es necesario ascender hacia el cielo en lugar de permanecer en el llano. La experiencia cristiana debe combinarse con la educación verdadera. “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados una casa espiritual, y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios mediante Jesucristo”. 1 Pedro 2:5. Los maestros y alumnos deben estudiar esta ilustración y ver si pertenecen a la clase que, en virtud de la abundante gracia ofrecida, alcanza la experiencia que ha de tener todo hijo de Dios antes de que pueda pasar el grado superior. En toda su enseñanza, los maestros deben impartir luz del trono de Dios, porque la educación es una obra cuyos efectos se verán durante los siglos sin fin de la eternidad. 

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Los maestros deben inducir a los alumnos a pensar, y a comprender claramente la verdad por sí mismos. No basta que el maestro explique o que el alumno crea; se ha de provocar la investigación e incitar al alumno a enunciar la verdad en su propio lenguaje para demostrar que valora su fuerza y se la aplica. Con esmerado esfuerzo deben grabarse así en la mente las verdades vitales. Podrá ser este un procedimiento lento; pero vale más que atender con demasiada prisa asuntos importantes sin darles la consideración debida. Dios desea que sus instituciones sobrepujen a las del mundo por cuanto le representan. Quienes se hallen verdaderamente unidos con Dios mostrarán al mundo que él es quien dirige el timón. 

Nuestros maestros necesitan aprender de continuo. Los reformadores deben reformarse a sí mismos no sólo en sus métodos de trabajo, sino también en su corazón. Necesitan ser transformados por la gracia de Dios. Cuando Nicodemo, un gran Maestro de Israel, vino a Jesús, el Maestro le reveló las condiciones de la vida divina, y le enseñó cuáles eran las bases de la conversión. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? Juan 3:9, 10 Esta pregunta podría dirigirse a muchos de los que ahora ocupan el puesto de maestros, sin embargo han descuidado la preparación esencial que los habilite para dicha tarea. Si las palabras de Cristo fueran recibidas íntimamente, habría una percepción mucho más elevada y un conocimiento espiritual mucho más profundo de lo que constituye un discípulo, un sincero seguidor de Cristo y un educador a quien él pueda aprobar. 

Deficiencias de los maestros

Muchos de nuestros maestros tienen bastante que desaprender y que aprender, en diversos sentidos. A menos que estén dispuestos a hacer esto, a menos que lleguen a familiarizarse perfectamente con la Palabra de Dios y sus inteligencias se dediquen a estudiar las gloriosas verdades referentes a la vida del gran Maestro, fomentarán precisamente los errores que el Señor está tratando de corregir. Planes y opiniones que no debieran concebirse se grabarán en su mente; y con toda sinceridad llegarán a conclusiones erróneas y peligrosas. De este modo se sembrará una semilla que no es grano verdadero. Muchas costumbres y prácticas comunes en la obra escolar, y que tal vez se tienen por cosas pequeñas, no deben ahora introducirse en nuestras escuelas. Podrá ser difícil para los maestros abandonar ideas y métodos por largo tiempo acariciados; con todo, si quieren, sincera y humildemente, preguntarse a cada paso: ¿Es éste el camino del Señor? Y se entregan a su dirección, él los conducirá a medida que vayan adquiriendo experiencia. 

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Los maestros de nuestras escuelas tienen necesidad de escudriñar las Escrituras hasta que las comprendan individualmente; abriendo sus corazones a los preciosos rayos de luz que Dios ha dado, y andando en su luz. Entonces serán enseñados por Dios y trabajarán de modo enteramente diferente, mezclando con sus enseñanzas menos de las teorías y sentimientos de hombres que jamás estuvieron en unión con Dios. Honrarán mucho menos la sabiduría finita, y sentirán en el alma un hambre profunda por aquella sabiduría que procede de Dios.

A la pregunta formulada por Jesús a los doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” Pedro contestó: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creido y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente” Juan 6:67-69. Si los maestros entrelazan estas palabras con la labor de sus aulas, el Espíritu Santo estará presente para efectuar su obra sobre las mentes y los corazones.

La obra del maestro

Los maestros deben colaborar con Dios para promover y efectuar la obra que Cristo, por su propio ejemplo, les ha enseñado a realizar. Deben ser, en verdad, la luz del mundo, porque revelan los agradables atributos revelados en el carácter y la obra de Cristo: atributos que enriquecerán y embellecerán sus propias vidas como discípulos de Cristo. 

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¡Qué solemne, sagrado, e importante es el esfuerzo para exponer el carácter de Cristo y su Espíritu ante nuestro mundo! Éste es el privilegio de cada director y maestro conectados con él en la obra de educar, entrenar y disciplinar las mentes de los jóvenes. Todos necesitan estar bajo la inspiración, la segura convicción de que están llevando realmente el yugo de Cristo y transportando su carga. 

Habrá pruebas en esta obra; el desánimo abrumará a los maestros cuando vean que sus obras no son siempre apreciadas. Satanás ejercerá su poder sobre ellos mediante tentaciones, desánimos, aflicciones por enfermedades físicas; esperando poder hacerlos murmurar contra Dios y cerrar su entendimiento a su bondad, misericordia y amor. El excelente peso de gloria que será la recompensa del vencedor. Pero Dios dirige estas almas para que adquieran una confianza más perfecta en su Padre celestial. Su ojo está sobre ellos cada momento; y si ellos claman ante él con fe, y si le rinden sus almas en su incertidumbre, el Señor los presentará como oro afinado. El Señor Jesús ha dicho: “No te desampararé, ni te dejaré”. Hebreos 13:5. Dios permitirá que una serie de circunstancias los induzca a huir en busca de la Fortaleza, y avanzar por fe hacia el trono de Dios en medio de nubes de oscuridad; porque aun aquí, su presencia está velada. Pero Dios está siempre listo para liberar a todos los que confían en él: “Aunque él me matare, en él esperaré”. Job 13:15. “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labradores no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación”. Habacuc 3:17, 18.

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Un llamado personal

Suplico a los maestros que trabajan en nuestras instituciones educativas que no permitan que retrocedan el celo y el ardor religioso. Que no se haga ningún movimiento de retroceso, sino que vuestra consigna sea: “Avanzad”. Nuestras escuelas deben elevarse hacia un plano de acción más prominente; hay que tener perspectivas más amplias; hay que manifestar una fe más fuerte y más profunda piedad; Palabra de Dios debe ser raíz y rama de toda sabiduría y realizaciones intelectuales. Cuando el poder transformador de Dios se apodere de ellos, comprenderán que el conocimiento de Dios cubre un campo mucho más amplio que los así llamados “métodos avanzados” de educación. En toda la educación impartida, los educadores deben recordar las palabras de Cristo: “Vosotros sois la luz del mundo”. Mateo 5:14. Cuando lo recuerden, entonces no experimentarán tantas dificultades en la preparación de misioneros que saldrán a impartir sus conocimientos a otros. 

Hemos recibido toda la capacitación necesaria y las facilidades requeridas para cumplir las responsabilidades que recaen sobre nosotros. Debemos estar agradecidos a Dios porque por su misericordia tenemos estas ventajas, y porque poseemos el conocimiento de su gracia, de la verdad presente y el deber. ¿Procuráis, entonces, como maestros, mantener la falsa educación que habéis recibido? ¿Estáis perdiendo las preciosas oportunidades otorgadas para relacionaros con los planes y métodos de Dios? ¿Creéis en Palabra de Dios? ¿Estáis siendo cada día más capaces de entender, de entregaros al Señor y ser usados en su servicio? ¿Sois misioneros dispuestos a realizar la voluntad de Dios? ¿Creéis la Biblia y hacéis lo que dice? ¿Creéis que vivimos en los últimos días de la historia de esta tierra? ¿Y tenéis corazones capaces de sentir? Tenemos una gran obra delante de nosotros; debemos ser portadores de la sagrada luz del mundo que debe iluminar todas las naciones. Somos cristianos, ¿y qué estamos haciendo? 

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Ocupad vuestras posiciones, maestros, como verdaderos educadores, y con palabras y expresiones de interés por la salvaciòn de los alumnos, colocad en sus corazones la corriente viva del amor redentor. Consultadlos antes de que sus mentes se preocupen con sus trabajos literarios. Suplicadles que busquen a Cristo y su justicia. Explicadles los cambios que ciertamente ocurrirían si entregaran el corazón a Cristo. Afianzad su atención en él; esto cerrará la puerta a las aspiraciones insensatas que naturalmente surgirán y preparará sus mentes para recibir la verdad divina. Debe enseñarse a la juventud que el tiempo es oro, que es peligroso pensar que pueden divertirse todo lo que quieran sin después recoger una cosecha de ruina y miseria. Debe enseñárseles a ser sobrios y admirar lo bueno en el carácter de los demás. Edúqueselos para que coloquen su voluntad junto a la de Dios y para que finalmente puedan cantar el nuevo cántico y unirse con las armonías celestiales. 

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