Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 173-182, día 355

Deberes domésticos

La educación que los jóvenes de uno y otro sexo que asisten a nuestros colegios debieran recibir sobre la vida doméstica, merece especial atención. En la tarea de edificar el carácter, es de gran importancia que se enseñe a los alumnos que asisten a nuestros colegios a hacer el trabajo que se les asigna, y librarse de toda tendencia a la pereza. Han de familiarizarse con los deberes de la vida diaria. Se les debiera enseñar a cumplir bien y esmeradamente sus deberes domésticos, con el menor ruido y confusión posibles. Todo debiera hacerse decentemente y con orden. La cocina y cualquier otra parte de la casa debe mantenerse barrida y limpia. Los libros deben poder guardarse hasta el momento debido y los estudios no debieran ser más que los que sea posible atender sin descuidar los deberes domésticos. El estudio de los libros no debiera absorber la mente con perjuicio de las obligaciones del hogar, de las cuales depende la comodidad de la familia. 

En el cumplimiento de estos deberes debieran vencerse los hábitos de indiferencia, dejadez y desorden; porque, a menos que se corrijan, esos hábitos serán introducidos en toda fase de la vida y esta verá arruinada su utilidad para la verdadera obra misionera. Si no se corrigen con perseverancia y resolución, vencerán al estudiante para el presente y para la eternidad. Se ha de estimular a los jóvenes a formar hábitos correctos de vestir, de modo que su apariencia sea aseada y atractiva; se les ha de enseñar a conservar su ropa limpia y cuidadosamente arreglada. Todas sus costumbres debieran ser de tal carácter que hagan de ellos una ayuda y un alivio para otros. 

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Se dieron a los ejércitos de los hijos de Israel instrucciones especiales para que, en sus tiendas y alrededor de ellas, todo estuviese limpio y en orden; no fuese que el ángel de Dios pasase por medio de su campamento y viese sus inmundicias. ¿Era el Señor tan meticuloso que se fijaría en estas cosas? Sí, pues se nos dice que si veía sus inmundicias no podría salir con sus ejércitos a la batalla contra sus enemigos. Asimismo él ve todas nuestras acciones. Aquel Dios que tuvo tanto cuidado de que los hijos de Israel adquiriesen hábitos de limpieza, no sancionará hoy impureza alguna en el hogar. 

Dios confió a los padres y maestros la tarea de educar a niños y jóvenes en este sentido, y de cada acto de la vida se les puede enseñar lecciones espirituales. Al inculcarles hábitos de limpieza física, debemos enseñarles que Dios quiere que sean limpios tanto en su mente como en su cuerpo. Al barrer una habitación pueden aprender cómo el Señor purifica la mente. No les bastaría cerrar puertas y ventanas después de poner en la pieza alguna sustancia purificadora, sino que abrirían las puertas y las ventanas de par en par y con esfuerzo diligente eliminarían todo el polvo. Del mismo modo las ventanas de los impulsos y sentimientos han de abrirse hacia el cielo para expulsar el polvo del egoísmo y de la vanidad mundana. La gracia de Dios debe barrer las cámaras de la mente y todo elemento de la naturaleza ha de ser purificado y vitalizado por el Espíritu de Dios. El desorden y el desaliño en los deberes diarios llevará al olvido de Dios y a manifestar una piedad formal en la profesión de la fe, pero sin que sea genuina. Tenemos que velar y orar; de otro modo estaremos asiéndonos de la sombra y perderemos la sustancia. 

Como hebras de oro, una fe viva debe entretejerse con la experiencia cotidiana en el cumplimiento de las pequeñas obligaciones. Entonces los alumnos serán inducidos a comprender los principios puros que según lo ha dispuesto Dios, debieran motivar cada acto de sus vidas. Entonces todo el trabajo diario será de tal índole que promoverá el crecimiento cristiano. Entonces los principios vitales de la fe, la confianza y el amor hacia Jesús penetrarán hasta en los detalles más ínfimos de la vida diaria. Se contemplará a Jesús y el amor hacia él constituirá el móvil constante que proporcione una fuerza vital a cada obligación asumida. Habrá porfía por la justicia y una esperanza que “no avergüenza”. Romanos 5:5. Todo lo que se haga se hará para gloria de Dios. 

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A cada estudiante del internado digo: Sea fiel en las obligaciones domésticas. Sea fiel en el cumplimiento de las pequeñas responsabilidades. Sea en realidad un cristiano lleno de vida en el hogar. Gobiernen los principios cristianos su corazón y fiscalicen su conducta Preste atención a toda sugerencia dada por el maestro; pero obre de modo que no sea necesario decirle siempre lo que tiene que hacer. Discierna las cosas por sí mismo. Vea usted mismo si en su habitación todas las cosas están limpias y en orden; procure que nada de lo que haya en ella ofenda a Dios, sino que cuando los ángeles santos pasen por su pieza se sientan movidos a detenerse, atraídos por el orden y la limpieza que hay en ella. Al realizar sus deberes con buena voluntad, con esmero y fidelidad, actuará como un misionero. Testifique por Cristo. Demuestre que la religión de Cristo no lo convierte en un individuo—ni en principios ni en práctica—desaliñado, ordinario, irrespetuoso hacia sus maestros al punto de prestar poca atención a su consejo e instrucción. Si práctica la religión de la Biblia, ella le hará bondadoso, reflexivo, fiel. Le inducirá a no descuidar las cosas pequeñas que deben hacerse. Adopte por lema las palabras de Cristo: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel”. Lucas 16:10. 

La sociabilidad y la cortesía cristiana

El pueblo de Dios no cultiva bastante la sociabilidad cristiana. Esta rama de la educación no debe descuidarse ni perderse de vista en nuestras escuelas. 

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Se debe enseñar a los alumnos que no son átomos independientes, sino que cada uno es una hebra de hilo que ha de unirse con otras para completar una tela. En ningún departamento puede darse esta instrucción con más eficacia que en el internado escolar. Es allí donde los alumnos están rodeados diariamente de oportunidades que, si las aprovechan, les ayudarán en gran manera a desarrollar los rasgos sociales de su carácter. Pueden aprovechar de tal modo su tiempo y sus oportunidades que logren desarrollar un carácter que los hará felices y útiles. Los que se encierran en sí mismos y no están dispuestos a prestarse para beneficiar a otros mediante amigable compañerismo, pierden muchas bendiciones; porque merced al trato mutuo el entendimiento se pule y refina; por el trato social se normalizan relaciones y amistades que acaban en una unidad de corazón y en una atmósfera de amor agradables a la vista del cielo. 

Especialmente aquellos que han gustado el amor de Cristo debieran desarrollar sus facultades sociales; pues de esta manera pueden ganar almas para el Salvador. Cristo no debiera ser ocultado en sus corazones, encerrado como tesoro codiciado, sagrado y dulce, que sólo ha de ser gozado por ellos; ni tampoco debieran ellos manifestar el amor de Cristo sólo hacia aquellos que les son más simpáticos. Se debe enseñar a los alumnos la manera de demostrar, lo mismo que Cristo, un amable interés y una disposición sociable para aquellos que se hallan en una mayor necesidad, aun cuando los tales no sean sus compañeros preferidos. En todo momento y en todas partes, manifestó Jesús amante interés por la familia humana y esparció en derredor suyo la luz de una piedad alegre. Se debe enseñar a los alumnos a seguir sus pisadas. Se les ha de enseñar a manifestar interés cristiano, simpatía y amor hacia sus compañeros jóvenes y a empeñarse en atraerlos a Jesús; Cristo debiera ser en sus corazones como un manantial de agua que brote para vida eterna, que refresque a todos aquellos con quienes tratan. 

Este ministerio voluntario y amante, prestado a otros momentos de necesidad, es el que Dios aprecia. De esta manera, aun mientras asisten a la escuela, los alumnos pueden ser, si son fieles a su profesión, misioneros vivos para Dios. Todo esto llevará tiempo; pero el tiempo así empleado es de provecho, porque así aprende el alumno a presentar el cristianismo al mundo.

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Cristo no rehusó alternar con otros en trato amistoso. Cuando era invitado a un banquete por un fariseo o un publicano, aceptaba la invitación. En tales ocasiones cada palabra que pronunciaba tenía sabor de vida para sus oyentes; porque hacía de la hora de la comida una ocasión para impartir muchas lecciones preciosas adaptadas a sus necesidades. De este modo Cristo enseñó a sus discípulos cómo debían conducirse cuando se hallasen en compañía, tanto de los que no eran religiosos, como de los que lo eran. Por su ejemplo, les enseñó que al asistir a alguna reunión pública, su conversación no tenía por qué ser como la que se solía sostener en tales casos. 

Si el Señor Jesús habita en el alma de los alumnos cuando estos se sientan a la mesa, saldrán del cofre de su corazón palabras puras y elevadoras. Si Cristo no habita allí, eso se manifestará en la frivolidad, en las chanzas y en los chistes; habrá una distracción que estorbará el crecimiento espiritual y causará pesar a los ángeles de Dios. La lengua es un miembro ingobernable; pero no debiera ser así. Se la debe convertir pues el talento del habla es valiosísimo. Cristo está siempre dispuesto a impartir sus riquezas y nosotros debiéramos adquirir las joyas que proceden de él, a fin de que cuando hablemos esas joyas se desprendan de nuestros labios. 

El temperamento, las peculiaridades personales, los hábitos mediante los cuales se desarrolla el carácter, todo lo que se práctica en el hogar, se revelará de por sí en todas las relaciones de la vida. Las inclinaciones secretas culminarán en pensamientos, palabras y acciones del mismo carácter. Si cada alumno de los que componen la familia escolar, se esforzara por reprimir toda palabra impropia y descortés, y por hablar a todos con respeto; si tuviera presente que se está preparando para ser miembro de la familia celestial; si protegiera su influencia por medio de sagrados centinelas de modo que no apartase a nadie de Cristo; si se esforzara para que cada acto de su vida hiciese públicas las alabanzas de Aquel que lo ha llamado de las tinieblas a su luz admirable, ¡qué influencia reformadora provendría de cada hogar escolar! 

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Ejercicios religiosos

De todas las facetas de la educación que se ha de impartir en los internados de nuestros colegios, los ejercicios religiosos son los más importantes. Debe considerárselos con la mayor solemnidad y reverencia, si bien se les ha de añadir, hasta donde sea posible todo aquello que los haga agradables. No se los debe prolongar al extremo de que se vuelvan tediosos, por cuanto la impresión grabada así en la mente de los jóvenes les haría asociar la religión con todo lo que es árido y desprovisto de interés; e induciría a decidirse por el partido del enemigo a muchos que, si fuesen debidamente enseñados llegarían a beneficiar al mundo y a la iglesia. 

A menos que sean sabiamente dispuestos y vitalizados, además, por el Espíritu Santo, las reuniones del sábado, el culto de la mañana y de la tarde, en el hogar y en la capilla; llegarán a ser los ejercicios más formalistas, desagradables, carentes de atractivo, y, para los jóvenes, serán los más incómodos de todos los ejercicios escolares. Las reuniones de testimonios y todos los demás cultos religiosos debieran prepararse y dirigirse de tal modo que no sólo sean provechosos sino tan agradables que resulen positivamente atrayentes. Orar juntos ligará los corazones con Dios por medio de lazos que perdurarán; confesar a Cristo franca y valientemente, mostrando en nuestro carácter su mansedumbre, humildad y amor; contagiará a otros con la belleza de la santidad. 

En todas estas ocasiones debiera ensalzarse a Cristo como “señalado entre diez mil”, como Aquel que es “todo él codiciable”. Cantares 5:10, 16 ¿Debiera presentársele como la Fuente de todo verdadero placer y satisfacción, como el Dador de toda dádiva buena y perfecta, como el Autor de toda bendición, como Aquel en quien están concentradas todas nuestras esperanzas de vida eterna. Aparezcan en todo ejercicio religioso el amor de Dios y el gozo de la experiencia cristiana en su verdadera belleza. Preséntese al Salvador como el que restaura del efecto toda consecuencia del pecado. 

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Para lograr este resultado debe evitarse toda mezquindad. Se necesitará devoción sincera, ferviente y cordial. Será esencial que haya en los maestros piedad ardiente y activa. Pero hay un gran poder disponible para nosotros si queremos tenerlo. Hay gracia para nosotros si deseamos conseguirlo. Para obtenerlo, el Espíritu Santo aguarda tan sólo que lo pidamos con una ardiente dedicación proporcional al valor del objeto que perseguimos. Los ángeles del cielo están tomando nota de toda nuestra obra y observando para decidir cómo ministrar a cada uno de modo que todos reflejen la imagen de Cristo en su carácter y que se amolden a la similitud divina. Cuando los encargados de los hogares de nuestras escuelas aprecien los privilegios y las oportunidades que tienen, harán para Dios una obra que el cielo aprobará. 

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La reforma industrial

Por el hecho de que surjan dificultades no tenemos que abandonar las industrias establecidas como ramas de la educación. Mientras asisten a la escuela, los jóvenes deben tener la oportunidad de aprender a manejar herramientas. Bajo la dirección de obreros de experiencia, carpinteros aptos para enseñar, pacientes y bondadosos; los mismos alumnos deben levantar edificios en los terrenos de la escuela y hacer las mejoras necesarias. Así aprenderán, mediante lecciones prácticas, a construir de una manera económica. Se debe adiestrar también a los alumnos en los detalles de los diversos trabajos relacionados con la imprenta, tales como la composición, la impresión y la encuadernación; también en la confección de tiendas y otros trabajos útiles. Se deben plantar frutales pequeños y cultivarse flores y verduras, haciendo salir a las jóvenes alumnas al aire libre para realizar estas labores. Así, mientras ejercitan la mente, los huesos y los músculos, estarán adquiriendo también conocimientos de la vida práctica. 

La cultura en todas estas cosas hará a nuestros jóvenes útiles para llevar la verdad a los campos extranjeros. Así no tendrán que depender de las personas entre quienes vivan para cocinar, coser o edificar; tampoco será necesario gastar dinero para trasladar hombres a miles de kilómetros para trabajar en la construcción de escuelas, capillas y viviendas. Los misioneros ejercerán mayor influencia entre la gente si pueden enseñar a los inexpertos a trabajar de acuerdo con los mejores métodos y obtener los mejores resultados. Podrán demostrar así que los misioneros pueden llegar a ser educadores industriales; y esta clase de instrucción será apreciada especialmente donde los recursos son limitados. Se requerirán menos fondos para sostener a tales misioneros; por cuanto, en combinación con sus estudios dieron el mejor empleo a sus facultades físicas en el trabajo práctico. Dondequiera que vayan les resultará ventajoso todo lo que hayan logrado en este sentido. Los alumnos de los departamentos industriales, ya sea que se ocupen en trabajos domésticos, en el cultivo del suelo o en otras actividades, deben tener tiempo y oportunidad para poder asociar lecciones prácticas y espirituales que han aprendido con sus labores. En todos los deberes prácticos de la vida, deben hacerse comparaciones con las enseñanzas de la naturaleza y de la Biblia. 

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Los motivos que en algunos lugares nos han inducido a alejarnos de las ciudades y a situar nuestras escuelas en el campo, se adaptan bien a las escuelas que vayamos a establecer en otros lugares. El gastar dinero en construcciones adicionales cuando una escuela está ya muy endeudada, no está de acuerdo con el plan de Dios. Si el dinero que nuestras escuelas más grandes emplearon en edificios costosos se hubiese invertido en la adquisición de terrenos donde los alumnos pudiesen haber recibido una educación apropiada, no habría ahora un número tan grande de alumnos luchando bajo la carga de una pesada deuda, y la obra de dichas instituciones se hallaría en una condición más próspera. Si se hubiese seguido esa conducta, habría habido algunas quejas de parte de los alumnos y muchas objeciones de parte de los padres; pero los alumnos habrían obtenido una educación adecuada que los habría preparado no solamente para la labor práctica en oficios diversos, sino para un lugar en la viña del Señor en la tierra renovada. 

Si todas nuestras escuelas hubieran estimulado el trabajo en los diversos ramos de la agricultura, habrían alcanzado resultados muy diferentes. No habría desalientos tan grandes. Se habrían vencido las influencias opositoras; habrían cambiado las condiciones financieras. En cuanto a los alumnos, el trabajo habría sido equilibrado, y todos participando proporcionalmente, se habría desarrollado una mayor fuerza física y mental. Pero la instrucción que el Señor tuvo a bien dar se acogió tan tibiamente que no se han vencido los obstáculos. 

Revela cobardía el avanzar con tanta lentitud e incertidumbre en lo que concierne al trabajo, fase esa que ha de suministrar el mejor tipo de educación. Mirad la naturaleza. Hay sitio dentro de sus vastos límites para establecer escuelas donde los terrenos puedan ser preparados para la labranza y cultivados. Este trabajo es esencial para la educación que más favorece el progreso espiritual; pues la voz de la naturaleza es la voz de Cristo que nos enseña lecciones innumerables de amor, poder, sumisión y perseverancia. Algunos no aprecian el valor del trabajo agrícola. Estos no debieran estar a cargo de formular planes para nuestras escuelas; pues detendrían el avance de cualquier en las direcciones debidas. En pasado su influencia ha sido un impedimento.

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Si se cultiva la tierra, ella proveerá con la bendición de Dios, para nuestras necesidades. No tenemos que desanimarnos en cuanto a las cosas temporales, en virtud de fracasos aparentes ni debiéramos descorazonarnos a causa de las demoras. Debiéramos trabajar la tierra en forma alegre, esperanzada y agradecidamente; estando persuadidos de que la tierra encierra en su seno ricas provisiones para el obrero fiel, provisiones más preciosas que oro o plata. La mezquindad que se le atribuye a la tierra es falso. Mediante un cultivo adecuado e inteligente, la tierra entregará sus tesoros para provecho de la humanidad. Las montañas y las colinas están cambiando; la tierra se está envejeciendo como ropa de vestir; empero la bendición del Dios que preparó la mesa para su pueblo en el desierto no cesará jamás. 

Nos esperan tiempos solemnes, y existe gran necesidad de que las familias salgan de las ciudades y se internen en el campo, a fin de que la verdad pueda llevarse a los vallados así como a los caminos de la tierra. Mucho depende de que se tracen nuestros planes de acuerdo con la Palabra del Señor y se lleven a término con perseverante energía. El éxito depende más de la consagrada actividad y perseverancia que del genio y del estudio de los libros. Todos los talentos y las aptitudes otorgadas a los agentes humanos, si no se usan, son de escaso valor. 

Un retorno a los métodos más sencillos será apreciado por los niños y los jóvenes. El trabajo en la huerta y en el campo constituirá una variación agradable en la cansadora rutina de las lecciones abstractas, a las cuales sus jóvenes inteligencias no debieran jamás ser limitadas. Esta variación será especialmente valiosa para el niño nervioso que encuentra en los libros lecciones agotadoras y difíciles de recordar. Habrá para él salud y dicha en el estudio de la naturaleza y las impresiones obtenidas no desaparecerán de su mente, por cuanto estarán asociadas con objetos que se hallan constantemente ante su vista. 

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