Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 141-149, día 015

Pero eso no es todo. Falta el amor que debiera existir entre los hermanos. “¿Soy yo guarda de mi hermano?” es lo que algunos han dicho. En los corazones de los hermanos ha habido un espíritu de egoísmo y codicia. En lugar de buscar los intereses de los hermanos y en lugar de ocuparse de ellos, han mostrado manifiestamente un espíritu cerrado y egoísta que Dios desprecia. Los que hacen una profesión tan elevada y se cuentan entre el pueblo peculiar de Dios, diciendo por su profesión que son celosos de buenas obras, debieran ser nobles y generosos, y debieran manifestar siempre una disposición a favorecer a sus hermanos en lugar de sí mismos, y debieran dar a sus hermanos la mejor oportunidad. La generosidad genera generosidad. El egoísmo engendra egoísmo.

Vi que desde el verano pasado ha predominado la actitud de apoderarse de tanto de este mundo como sea posible. No se han guardado los mandamientos de Dios. Servimos a la ley de Dios con la mente, pero las mentes de muchos han estado sirviendo al mundo. Y mientras sus mentes estaban completamente ocupadas con las cosas terrenas y sirviéndose a sí mismos, no podían servir a la ley de Dios. No se ha guardado el sábado. En el caso de algunos, el trabajo de seis días se ha prolongado hasta el séptimo. Con frecuencia se ha tomado una hora y aún más, al comienzo y al final del sábado.

Algunos de los observadores del sábado que dicen al mundo que están esperando la venida de Jesús, y que creen que tenemos el último mensaje de misericordia, ceden a sus sentimientos naturales y compran y venden, y su habilidad comercial es proverbial entre los incrédulos, ya que son muy despiertos y siempre obtienen la mejor parte en un negocio. Sería mejor que esas personas perdieran un poquito y ejercieran una mejor influencia en el mundo, y una influencia más feliz entre los hermanos, mostrando así que este mundo no es su dios.

Vi que los hermanos debieran interesarse los unos por los otros. Especialmente los que han sido bendecidos con riquezas debieran tener una gran consideración y cuidado por los que no tienen buena salud. Debieran recordar la lección enseñada por Jesús con la parábola del buen samaritano.

Jesús dijo: “Que os améis unos a otros, como yo os he amado”. Juan 15:12. ¿Cuánto? Es imposible medir su amor. El dejó la gloria que tenía junto al Padre antes de la creación del mundo. “Más él herido fue por nuestras rebeliones. Y molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. Isaías 53:5. El soportó pacientemente todas las indignidades y el escarnio. ¡Contemplad su agonía en el huerto, cuando oró que la copa pasara de él! ¡Contemplad sus sufrimientos en el Calvario! Y todo esto por el hombre culpable y perdido. Jesús dice: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado”. ¿Cuánto? Bien, lo que sea suficiente para induciros a dar vuestra vida por un hermano. ¿Pero hemos llegado al punto en que el yo debe ser gratificado y descuidada la palabra de Dios? El mundo es su Dios. Le sirven, lo aman y el amor de Dios ha desaparecido. Si amáis al mundo, el amor del Padre no está en vosotros.

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La palabra de Dios ha sido descuidada. En ella se encuentran las advertencias para el pueblo de Dios que señalan los peligros que lo amenazan. Pero han tenido tantas preocupaciones y perplejidades que difícilmente dejan tiempo para orar. Ha existido un formalismo vacío pero sin el poder. Jesús oraba, ¡y cuán fervientes eran sus oraciones! ¡Y eso que él era el Hijo amado de Dios!

Si Jesús manifestó tanta intensidad, tanta energía y agonía, cuánta mayor necesidad existe que los que él ha llamado a ser herederos de la salvación dependan de Dios para recibir toda la fortaleza que necesitan, tengan toda el alma dispuesta a luchar con Dios diciendo: “No te dejaré, si no me bendices”. Génesis 32:26. Pero vi que los corazones estaban recargados con los cuidados de esta vida, y que Dios y su Palabra han sido descuidados.

Vi que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que un rico entrara en el reino. “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mateo 6:19.

Vi que cuando se presenta la verdad debiera hacerse con el poder del Espíritu. Llevad a la gente al punto en que deban realizar una decisión. Mostradles la importancia de la verdad, que es de vida o muerte. Sacad las almas del fuego con celo y dignidad. ¡Pero qué influencia desalentadora han ejercido muchos que profesan esperar a su Señor y que sin embargo poseen grandes y atractivas parcelas de terreno! Las granjas han predicado en voz alta, sí, en voz mucho más alta que las palabras, diciendo que este mundo es su hogar. Postergan el día malo. Reinan la paz y la seguridad. ¡Oh, qué influencia más dañina! Dios detesta esa preocupación por el mundo. “Apartaos, apartaos”, fueron las palabras del ángel.

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Se me mostró que todos debieran preocuparse de dar gloria a Dios. Los que tienen posesiones han estado demasiado dispuestos a excusarse por causa de su esposa y sus hijos. Pero vi que no se puede tratar livianamente con Dios. Cuando él habla, debe ser obedecido. Si la esposa o los hijos se encuentran en el camino e impiden que se haga la obra, ellos debieran decir como Jesús le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!” Mateo 16:23. ¿Por qué me tentáis a retener de Dios lo que a él le pertenece con justicia, y arruinar mi propia alma? Preocupaos de la gloria de Dios.

Vi que muchos tienen que aprender en qué consiste ser cristiano, ya que no se trata de serlo de nombre; en cambio significa tener la mente de Cristo, sometiendo la voluntad a Dios en todas las cosas. Especialmente los jóvenes tienen una gran obra que hacer, porque no han conocido lo que son privaciones o dificultades, y tienen una voluntad determinada, y no someten esa voluntad a la gloria de Dios. Todo funciona muy bien hasta que se contraría su voluntad, y entonces pierden el control sobre sí mismos. No toman en cuenta la voluntad de Dios. No se preocupan de la mejor manera de glorificar a Dios, o de adelantar su causa, o de hacer bien a los demás. Su única preocupación consiste en el yo, y en cómo gratificarlo. Esa religión carece de valor. Los que la poseen serán pesados y hallados faltos.

El verdadero cristiano se deleitará en esperar y vigilar para recibir las enseñanzas de Dios y la conducción de su Espíritu. Pero en el caso de muchos, la religión no es nada más que una práctica formal. Falta la piedad vital. Muchos se atreven a decir: haré esto o aquello, o bien no haré esto; y difícilmente sienten temor de ofender a Dios. Los que actúan en esta forma, se me mostró, no podrán entrar en el cielo tales como son. Pueden complacerse a sí mismos pensando en que serán salvados, pero Dios no se complace en ellos. Sus vidas no le agradan. Sus oraciones son una ofensa para él.

Cristo ahora les dice: “Sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Apocalipsis 3:19. Los amonesta bondadosa y fielmente a que compren oro, vestidos blancos y colirio. Pueden elegir ser celosos y participar abundantemente de la salvación o bien ser vomitados con disgusto de la boca del Señor, y ser lanzados lejos de él. Dios no los soportará para siempre. Manifiesta una tierna piedad, y sin embargo su Espíritu puede ser contristado por última vez. La dulce voz de la misericordia no volverá a oírse. Sus últimos preciosos sones habrán desaparecido a la distancia, y los rebeldes a los que nos hemos referido quedarán abandonados a su propia conducta y serán llenos de sus propias obras.

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Vi que los que profesan estar esperando la venida del Señor no debieran tener un espíritu mezquino ni tacaño. Algunos de los que han sido llamados a hablar de la verdad y atender a las almas como quienes tendrán que dar cuenta, han malgastado mucho tiempo precioso para salvar a unos pocos, cuando su tiempo valía mucho más de lo que han ganado. Esto desagrada a Dios. Es verdad que es necesario economizar, pero algunos han extendido la economía hasta convertirla en mezquindad sin otro propósito que añadir a sus tesoros, los que dentro de poco les comerán la carne como fuego, a menos que como mayordomos fieles dispongan correctamente de los bienes de su Señor.

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Número 4—Testimonio para la iglesia

Los jóvenes observadores del sábado

El 22 de agosto de 1857, en la casa de oración de Monterrey, Estado de Míchigan, se me mostró que muchos no han oído todavía la voz de Jesús, ni se ha posesionado de su alma el mensaje salvador para realizar una reforma en su vida. Muchos de los jóvenes no abrigan el espíritu de Jesús. El amor de Dios no mora en su corazón, y por lo tanto, todas las tendencias naturales que los asedian obtienen la victoria, en lugar del Espíritu de Dios y la salvación.

Los que poseen realmente la religión de Jesús no se avergonzarán ni temerán llevar la cruz ante aquellos que tienen más experiencia que ellos. Desearán toda la ayuda que puedan obtener de los cristianos de más edad, si anhelan con fervor obrar con rectitud. Aquellos les ayudarán gustosamente; las bagatelas no estorbarán en la carrera cristiana a los de corazón enternecido por el amor de Dios. Hablarán de lo que el Espíritu de Dios obra en ellos. Lo expresarán con canto y oración. Es la falta de religión, la falta de una vida santificada, lo que hace retroceder a los jóvenes. Su vida los condena. Ellos saben que no viven como debieran vivir los cristianos; por lo tanto, no tienen confianza ante Dios, ni ante la iglesia.

Cuando los jóvenes sienten más libertad al estar ausentes los mayores, es porque están con los de su clase. Cada uno piensa que es tan bueno como el otro. Todos quedan por debajo de lo que debieran ser; pero se miden por sí mismos, se comparan entre sí y descuidan la única norma perfecta y verdadera. Jesús es el verdadero Modelo. Su vida de abnegación es nuestro estandarte.

Vi cuán poco se estudia el Modelo, cuán poco se lo ensalza delante de ellos. ¡Cuán poco sufren los jóvenes, o se niegan a sí mismos por su religión! Apenas si se piensa en el sacrificio entre ellos. No imitan al Modelo a este respecto. Vi que el lenguaje de su vida es: el yo debe ser complacido, el orgullo debe ser satisfecho. Se olvidan del Varón de dolores, que conoció el pesar. Los sufrimientos de Jesús en el Getsemaní, su sudor como de grandes gotas de sangre en el huerto, la apretada corona de espinas que hirió su sagrada frente, no los conmueven. Se han encallecido. Sus sensibilidades están embotadas, y han perdido toda noción del gran sacrificio hecho por ellos. Pueden quedar sentados escuchando la historia de la cruz, y oyendo cómo los crueles clavos traspasaron las manos y los pies del Hijo de Dios sin conmoverse hasta lo más profundo del alma.

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Dijo el ángel: “Si los tales fueran introducidos en la ciudad de Dios, y se les dijera que toda su rica belleza y gloria serán para que las disfruten eternamente, no se darían cuenta de cuán elevado precio se pagó por esta herencia que se les destina. Nunca comprenderán las inconmensurables profundidades del amor del Salvador. No han bebido de su copa ni han sido bautizados con su bautismo. El cielo se mancillaría si los tales moraran allí. Únicamente aquellos que han participado de los sufrimientos del Hijo de Dios y han subido de la gran tribulación y lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero, pueden disfrutar de la gloria indescriptible y la belleza insuperable del cielo”.

La falta de esta preparación necesaria excluirá a la mayor parte de los jóvenes que profesan el cristianismo; porque éstos no trabajan con bastante fervor y celo para obtener el reposo que queda para el pueblo de Dios. No quieren confesar sinceramente sus pecados, para que les sean perdonados y borrados. Estos pecados se revelarán dentro de poco en toda su enormidad. El ojo de Dios no dormita. Conoce todo pecado oculto ante el ojo mortal. Los culpables saben exactamente qué pecados han de confesar para que sus almas queden limpias delante de Dios. Jesús les está dando ahora oportunidad de confesarlos, y arrepentirse con profunda humildad y purificar su vida obedeciendo a la verdad y viviendo de acuerdo con ella. Ahora es el momento de corregir los males y de confesar los pecados, o aparecerán delante del pecador en el día de la ira de Dios.

Los padres confían generalmente demasiado en sus hijos; y sucede con frecuencia que, cuando los padres confían en ellos, estos hijos están sumidos en iniquidad oculta. Padres, velad sobre vuestros hijos con cuidado celoso. Exhortadlos, reprendedlos, aconsejadlos cuando os levantáis y cuando os sentáis; cuando salís y cuando entráis; “mandamiento tras mandamiento,… línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”. Isaías 28:10. Subyugad a vuestros hijos cuando son jóvenes. Muchos padres descuidan esto lamentablemente. No asumen una actitud tan firme y decidida como debieran asumirla con respecto a sus hijos. Les permiten ser como el mundo, amar la ostentación de la vestimenta y asociarse con los de influencia venenosa porque odian la verdad. Al obrar así, estimulan en sus hijos una disposición mundanal.

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Vi que debe ser siempre un principio fijo para los padres cristianos mantenerse unidos en el gobierno de sus hijos. Algunos padres fallan al respecto; les falta unión. El defecto se advierte a veces en el padre, pero con más frecuencia en la madre. La madre cariñosa mima a sus hijos. El trabajo del padre le obliga a menudo a ausentarse de la casa y de la sociedad de sus hijos. La influencia de la madre se hace sentir. Su ejemplo contribuye mucho a formar el carácter de los hijos.

Algunas madres cariñosas les permiten a sus hijos costumbres que no debieran ser toleradas por un momento. A veces se le ocultan al padre las faltas de los hijos. La madre concede ciertas prendas de vestir o algunas otras complacencias, con el entendimiento de que el padre no sabrá nada de ello; porque él reprendería tales cosas.

Con esto se les enseña eficazmente a los niños una lección de engaño. Luego, si el padre descubre estas faltas, se presentan excusas, pero se dicen medias verdades. La madre no es franca. No considera debidamente que el padre tiene el mismo interés que ella en los hijos, y que no debiera dejarle ignorar los males o debilidades que se les debiera corregir mientras son jóvenes. Se ocultan las cosas. Los hijos conocen la falta de unión que hay entre los padres, y ello tiene su efecto. Los hijos empiezan desde muy jóvenes a engañar y a encubrir tanto a su padre como a su madre las cosas y presentarlas con matices muy diferentes de los verdaderos. La exageración se vuelve un hábito, y se llega a contar mentiras abiertas con pocos remordimientos de conciencia.

Estos males se iniciaron cuando la madre ocultó las cosas al padre, que tiene igual interés que ella en el desarrollo del carácter de sus hijos. El padre debiera haber sido consultado libremente. Debiera habérsele revelado todo. Pero la conducta opuesta, seguida para ocultar los yerros de los hijos, estimula en ellos una disposición a engañar y falta de veracidad y sinceridad.

La única esperanza de estos hijos, sea que profesen la religión o no, consiste en que sean cabalmente convertidos. Todo su carácter debe cambiar. Madre irreflexiva, ¿piensa usted, mientras enseña a sus hijos, en que toda la experiencia religiosa de éstos queda afectada por lo que se les enseña cuando son jóvenes? Subyúguelos cuando jóvenes; enséñeles a someterse a usted, y tanto más fácilmente aprenderán a obedecer a los requerimientos de Dios. Estimule en ellos una disposición veraz y sincera. No les dé nunca ocasión de dudar de su sinceridad y estricta veracidad.

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Vi que los jóvenes profesan creer en el poder salvador de Dios, pero no gozan de él. Carecen de religión, carecen de la salvación. Y, ¡cuántas palabras sin provecho pronuncian! Se lleva un registro fiel de ellas, pues los mortales serán juzgados de acuerdo con los actos cometidos por el cuerpo. Jóvenes amigos, vuestras acciones y vuestras palabras ociosas quedan escritas en el Libro. Vuestra conversación no ha versado sobre cosas eternas, sino sobre este, aquel o el otro asunto común y mundano, al que no debieran dedicarse los cristianos. Todo queda escrito en el Libro.

Vi que a menos que se manifieste en los jóvenes un cambio completo y una conversión cabal, pueden perder la esperanza de alcanzar el cielo. Por lo que me ha sido mostrado, no están verdaderamente convertidos ni siquiera la mitad de los jóvenes que profesan la religión y la verdad. Si hubiesen estado convertidos, darían frutos para la gloria de Dios. Muchos se apoyan en una esperanza supuesta, sin verdadero fundamento. La fuente no ha sido limpiada; por lo tanto los raudales que proceden de ella no son puros. Limpiad la fuente y los raudales serán puros. Si el corazón está bien, vuestras palabras, vuestra indumentaria, vuestros hechos también lo estarán. Falta la verdadera piedad. No quisiera deshonrar a mi Maestro admitiendo siquiera que es cristiana una persona negligente, trivial y que no ora. No; el cristiano obtiene la victoria sobre los pecados que lo asedian y sobre sus pasiones. Hay un remedio para el alma enferma de pecado. Ese remedio está en Jesús. ¡Precioso Salvador! Su gracia basta para los más débiles; y los más fuertes deben recibir también su gracia o perecer.

Vi cómo se puede obtener esta gracia. Id a vuestra recámara, y allí a solas, suplicad a Dios; “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí”. Salmos 51:10. Tened fervor y sinceridad. La oración ferviente es muy eficaz. Como Jacob, luchad en oración. Agonizad. En el huerto Jesús sudó grandes gotas de sangre; pero habéis de hacer un esfuerzo. No abandonéis vuestra recámara hasta que os sintáis fuertes en Dios; luego velad y mientras veléis y oréis, podréis dominar los pecados que os asedian, y la gracia de Dios podrá manifestarse en vosotros; y lo hará.

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No permita Dios que yo deje de amonestaros. Jóvenes amigos, buscad al Señor de todo corazón. Acudid a él con celo, y cuando sintáis sinceramente que sin la ayuda de Dios habríais de perecer, cuando le anheléis a él como el ciervo anhela las corrientes de agua, entonces el Señor os fortalecerá prestamente. Entonces vuestra paz sobrepujará todo entendimiento. Si esperáis la salvación, debéis orar. Tomad tiempo para ello. No os apresuréis ni seáis negligentes en vuestras oraciones. Rogad a Dios que obre en vosotros una reforma cabal, para que los frutos de su Espíritu moren en vosotros y permanezcáis como luminarias en el mundo. No seáis un estorbo ni una maldición para la causa de Dios; podéis ser una bendición. ¿Os dice Satanás que podéis disfrutar de una salvación plena y gratuita? No le creáis.

Vi que es privilegio de todo cristiano gozar de las profundas emociones del Espíritu de Dios. Una paz dulce y celestial invadirá la mente y os deleitaréis en meditar en Dios y en el cielo. Os regocijarán las gloriosas promesas de su Palabra. Pero sabed primero que habéis iniciado la carrera cristiana. Sabed que habéis dado los primeros pasos en el camino de la vida eterna. No os engañéis. Sé que muchos de vosotros no sabéis lo que es la religión. Habéis sentido cierta excitación, cierta emoción, pero nunca habéis reconocido la enormidad del pecado. Nunca habéis sentido que estabais perdidos, ni os habéis apartado de vuestros malos caminos con amargo pesar. Nunca habéis muerto al mundo.

Amáis todavía sus placeres; os deleita conversar de asuntos mundanales. Pero, cuando se introduce la verdad de Dios no tenéis nada que decir. ¿Por qué calláis así? ¿Por qué habláis tanto de cosas mundanales, y guardáis silencio sobre el tema que más os concierne, un tema que debiera embargar toda vuestra alma? La verdad de Dios no mora en vosotros.

Vi que muchos hacen una admirable profesión de fe, mientras que su interior está corrompido. No os engañéis los que profesáis así la religión con corazón falso. Dios mira al corazón. “De la abundancia del corazón habla la boca”. Mateo 12:34. Vi que el mundo está en el corazón de los tales, pero no la religión de Jesús. Si los que profesan ser cristianos aman más a Jesús que al mundo, se deleitarán al hablar de él como de su mejor amigo, en quien concentran los más caros afectos. El acudió en su auxilio cuando ellos se sintieron perdidos y a punto de perecer. Cuando estaban cansados y agobiados por el pecado, se volvieron hacia él. El quitó su carga de la culpabilidad del pecado, quitó su pesar y aflicción, y desvió toda corriente de sus afectos. Aborrecen ahora las cosas que una vez amaron, y aman las cosas que aborrecían.

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Tatiana Patrasco