Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 338-345, día 037

Los ministros deben levantarse. Profesan ser generales del ejército del gran Rey, y al mismo tiempo son simpatizantes con el gran dirigente rebelde y su hueste. Algunos han expuesto la causa de Dios, y las sagradas verdades de su palabra, a los vituperios de las huestes rebeldes. Se han despojado de una parte de su armadura, y Satanás les ha lanzado sus dardos envenenados. Han fortalecido las manos de los dirigentes rebeldes y se han debilitado, y permitido que Satanás y su hueste diabólica levantaran sus cabezas en triunfo y se regocijaran por la victoria que se les ha permitido ganar. ¡Oh, cuánta falta de sabiduría! ¡Cuánta ceguera! ¡Qué táctica necia manifestada al abrir sus puntos débiles a sus enemigos más mortales! ¡Cuán diferente del proceder de Lutero! Estaba dispuesto a sacrificar su vida, si eso era necesario, pero jamás la verdad. El dijo: “Tan sólo cuidemos de que el Evangelio no quede expuesto a los insultos de los impíos, y derramemos nuestra sangre en su defensa antes que permitirles triunfar. ¿Quién puede decir si mi vida o mi muerte harían una mayor contribución a la salvación de mis hermanos?”

Dios no depende de ningún hombre para el progreso de su causa. Está suscitando hombres y los está capacitando para que lleven el mensaje al mundo. Puede perfeccionar su fortaleza en la debilidad de los hombres. El poder es de Dios. La facilidad de palabra, la elocuencia y los grandes talentos no convertirán una sola alma. Los esfuerzos realizados en el púlpito puede ser que estimulen las mentes, los claros argumentos pueden ser convincentes, pero Dios produce los resultados. Hombres piadosos, fieles y santos, que practican en su vida diaria lo que predican, ejercerán influencia para salvación. Un poderoso discurso presentado desde el púlpito puede afectar las mentes; pero una pequeña imprudencia cometida por el ministro, una falta de seriedad en la predicación y de piedad genuina, contrarrestarán su influencia y suprimirán las buenas impresiones que haya producido. Los conversos serán suyos, y en muchos casos no tratarán de elevarse más alto que su ministro. No llevarán a cabo un trabajo cabal en el corazón. No se han convertido a Dios. La obra es superficial y su influencia será un perjuicio para los que verdaderamente buscan al Señor.

El éxito de un ministro depende en gran medida de su comportamiento cuando no está en el púlpito. Cuando deja de predicar y se aleja del púlpito, su obra no ha concluido; tan sólo ha comenzado. Entonces debe practicar lo que ha predicado. No debe actuar descuidadamente, sino que debe velar sobre sí mismo para que ninguna cosa que haga o diga sea aprovechada por el enemigo para acarrear oprobio sobre la causa de Cristo. Los ministros no pueden ser descuidados, especialmente cuando están con los jóvenes. No debieran emplear un lenguaje liviano, ni hacer bromas y chistes, sino que debieran recordar que están en el lugar de Cristo y que debieran ilustrar la vida de Cristo mediante su ejemplo. “Porque nosotros somos colaboradores juntamente con Dios”. 1 Corintios 3:9. “Así pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios”. 2 Corintios 6:1.

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Se me mostró que la utilidad de los jóvenes ministros, casados o solteros, con frecuencia queda destruida por el apego afectivo que mujeres jóvenes manifiestan hacia ellos. Tales hermanas no comprenden que otros ojos las miran, y que su comportamiento puede tender a perjudicar en gran medida la influencia del ministro a quien prestan tanta atención. Si respetaran estrictamente los principios que gobiernan el comportamiento adecuado, sería mucho mejor para ellas y para su ministro. Eso los coloca en una posición desagradable y hace que otros los juzguen mal. Sin embargo vi que la responsabilidad en este asunto corresponde a los ministros mismos. Debieran considerar con disgusto estas actitudes, y si adoptan el comportamiento que Dios desea que sigan, no serán importunados durante mucho tiempo. Debieran evitar toda apariencia de mal, y cuando algunas mujeres jóvenes sean demasiado sociables, es su deber hacerles ver que eso no les agrada. Deben rechazar ese atrevimiento aun a riesgo de parecer descorteses. Esas actitudes deben ser reconvenidas para evitar que la causa se cubra de oprobio. Las mujeres jóvenes que se han convertido a la verdad y a Dios escucharán el reproche y cambiarán de actitud.

Los pastores debieran continuar los esfuerzos realizados en público mediante trabajo privado y personal efectuado en favor de las almas toda vez que se presente una oportunidad, conversando en el hogar e instando a la gente a buscar las cosas que contribuyen a proporcionarles paz. Nuestra obra terrena pronto concluirá, y cada persona recibirá su recompensa según sus obras. Se me mostró la recompensa de los santos, la herencia inmortal, y vi que quienes habían soportado más por causa de la verdad no pensarán en las tribulaciones y dificultades que tuvieron que soportar, sino que pensarán que el Cielo vale mucho más que sus padecimientos.

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Mal empleo de las visiones

Se me ha mostrado que algunos, especialmente en el Estado de Iowa, convierten las visiones en reglas para medirlo todo, y han adoptado una manera de proceder que mi esposo y yo nunca hemos seguido. Algunos no están familiarizados conmigo ni con mi trabajo y son muy escépticos con cualquier cosa que se parezca a una visión. Esto es algo natural y puede superarse sólo mediante la experiencia. Si hay personas que se sienten inseguras con respecto a las visiones, no hay que desecharlas. La manera de proceder con ellas se encuentra en el Testimonio número 8, en este mismo tomo; espero que todos lo lean. Los ministros debieran manifestar compasión con algunos miembros para ayudarles; otros se salvan por temor y hay que sacarlos del fuego. Los ministros de Dios debieran actuar con sabiduría para dar a cada uno su porción de comida, y para hacer esa diferencia con distintas personas según lo requiera cada caso. El trato dado a algunos en Iowa, que no estaban familiarizados conmigo, no ha sido cuidadoso ni consecuente. Los que no tenían conocimiento de las visiones han sido tratados del mismo modo como los que habían tenido mucha luz y experiencia con ellas. A algunos se les ha exigido que respaldasen las visiones, cuando no podían hacerlo a conciencia, y de este modo algunas personas honradas han sido empujadas a oponerse a las visiones y a mi persona, cosa que no habrían hecho si sus casos se hubieran manejado con discreción y misericordia.

Algunos de nuestros hermanos tienen larga experiencia con la verdad y durante años han estado familiarizados conmigo y con la influencia de las visiones. Han probado la veracidad de estos testimonios y han afirmado su creencia en ellos. Han experimentado la poderosa influencia del Espíritu de Dios sobre ellos como testimonio de la autenticidad de las visiones. Si tales personas, cuando son reprochadas por las visiones, se alzan contra ellas y trabajan en secreto para perjudicar nuestra influencia, habría que tratar fielmente con ellas, porque su influencia pone en peligro a los que no tienen experiencia.

Los ministros de la verdad presente debieran manifestar paciencia, mientras presentan testimonios específicos, reprochan males individuales y procuran desbaratar los ídolos y quitarlos del campamento de Israel. Debieran predicar la verdad en toda su solemnidad e importancia, y si esto se abre camino hasta el corazón, hará en favor del que recibe el testimonio una obra que ninguna otra cosa puede realizar. Pero si la verdad expresada en la manifestación del Espíritu no desbarata los ídolos, no servirá de nada censurar y sancionar a la persona. Podría parecer que algunos están unidos a sus ídolos, pero vi que debiéramos resistirnos a abandonar a esas pobres personas engañadas. Debiéramos recordar siempre que todos somos mortales que cometemos errores, y que Cristo actúa con mucha misericordia hacia nuestras debilidades, y nos ama aunque erremos. Si Dios nos tratara en la misma forma como tratamos a otros, seríamos consumidos. Mientras los ministros predican la verdad clara y penetrante, deben dejar que la verdad corte y desbaste y no hacerlo ellos. Debieran colocar el hacha, las verdades de Dios, a la raíz del árbol, porque así se conseguirá algo.

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Entregad el testimonio tan recto como se encuentra en la palabra de Dios, con un corazón rebosante de la cálida y vivificante influencia de su Espíritu, con ternura y anhelo por las almas, y la obra entre el pueblo de Dios se llevará a cabo. La razón por la cual se manifiesta tan poco del Espíritu de Dios es que los ministros aprenden a pasarse sin él. Les falta la gracia de Dios, carecen de misericordia y paciencia, adolecen de espíritu de consagración y sacrificio; y ésta es la única razón por la cual algunos dudan de la evidencia de la palabra de Dios. El problema no se encuentra de ningún modo en la palabra de Dios, sino en ellos mismos. Les falta la gracia de Dios, devoción, piedad personal y santidad. Eso los hace ser inestables, y con frecuencia los arroja en el campo de batalla de Satanás. Vi que por muy eficazmente que los hombres hayan defendido la verdad, por muy piadosos que causen la impresión de ser, cuando comienzan a hablar de incredulidad en relación con algunos pasajes bíblicos, alegando que los hacen dudar de la inspiración de la Biblia, debiéramos temerles, porque Dios está muy lejos de ellos.

Padres e hijos

Se me ha mostrado que mientras los padres que temen a Dios imponen restricciones a sus hijos, deben estudiar sus disposiciones y temperamentos, y tratar de suplir sus necesidades. Algunos padres atienden cuidadosamente las necesidades temporales de sus hijos; los cuidan bondadosa y fielmente mientras están enfermos, y luego consideran que han cumplido todo su deber. En esto cometen un error. Tan sólo han empezado su trabajo. También deben suplir las necesidades de sus mentes. Se requiere habilidad para aplicar los debidos remedios a la curación de una mente herida.

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Los niños deben soportar pruebas tan duras, y de naturaleza tan aflictiva, como las de las personas mayores. Los padres mismos no tienen siempre una disposición anímica uniforme. A menudo experimentan incertidumbre e indecisión. Trabajan bajo la influencia de opiniones y sentimientos erróneos. Satanás los azota y ceden a sus tentaciones. Hablan con irritación y de una manera que estimula la ira en sus hijos, y son a veces exigentes e irritables. Los pobres niños participan del mismo espíritu, y los padres no están preparados para ayudarles, porque ellos son la causa de la dificultad. A veces todo parece ir mal. Hay intranquilidad en el ambiente, y todos pasan momentos desdichados. Los padres echan la culpa a los pobres niños, y piensan que son desobedientes e indisciplinados, los peores niños del mundo, cuando la causa de la dificultad reside en ellos mismos.

Algunos padres causan borrascas emocionales por su falta de imperio sobre sí mismos. En vez de pedir bondadosamente a sus hijos que hagan esto o aquello, les dan órdenes en tono de reprensión, y al mismo tiempo tienen en los labios censuras o reproches que sus hijos no merecían. Padres, este comportamiento destruye la alegría y la ambición en vuestros hijos. Cumplen vuestras órdenes, no por amor, sino porque no se atreven a obrar de otro modo. No ponen su corazón en el asunto. Les resulta un trabajo penoso en vez de un placer; y a menudo por esto mismo se olvidan de seguir todas vuestras indicaciones, lo cual hace crecer vuestra irritación y empeora la situación de los niños. Las censuras se repiten; se les pinta con vivos colores su mala conducta, hasta que el desaliento se posesiona de ellos, y no les interesa agradaros. Se apodera de ellos un espíritu que los impulsa a decir: “A mí qué me importa”, y van a buscar fuera del hogar, lejos de sus padres, el placer y deleite que no encuentran en casa. Frecuentan las compañías de la calle, y pronto se corrompen tanto como los peores.

¿Sobre quién pesa este gran pecado? Si se hubiese hecho atrayente el hogar, si los padres hubiesen manifestado afecto por sus hijos, si con bondad les hubiesen encontrado ocupación, enseñándoles con amor a obedecer a sus deseos, habrían hallado respuesta en sus corazones; y los hijos, con corazones, manos y pies voluntarios, les habrían obedecido prestamente. Ejerciendo dominio sobre sí mismos, hablándoles con bondad y elogiándolos cuando tratan de hacer lo recto, los padres pueden estimular los esfuerzos de sus hijos, hacerlos muy felices y rodear el círculo de la familia con un encanto que despejará toda lobreguez y hará penetrar en él la alegría como la luz del sol.

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A veces los padres disculpan su propio mal comportamiento con la excusa de que no se sienten bien. Están nerviosos y piensan que no pueden ser pacientes ni serenos, ni hablar de una manera agradable. En esto se engañan y agradan a Satanás, quien se regocija porque ellos no consideran que la gracia de Dios es suficiente para vencer las flaquezas naturales. Pueden y deben dominarse en toda ocasión. Dios se lo exige. Deben darse cuenta de que cuando ceden a la impaciencia e inquietud hacen sufrir a otros. Los que los rodean son afectados por el espíritu que ellos manifiestan, y si a su vez actúan impulsados por el mismo espíritu, el daño aumenta y todo sale mal.

Padres, cuando os sentís nerviosos, no debéis cometer el grave pecado de envenenar a toda la familia con esta irritabilidad peligrosa. En tales ocasiones, ejerced sobre vosotros mismos doble vigilancia, y resolved en vuestro corazón no ofender con vuestros labios, sino pronunciar solamente palabras agradables y alegres. Decíos: “No echaré a perder la felicidad de mis hijos con una sola palabra de irritación”. Dominándoos así vosotros mismos, os fortaleceréis. Vuestro sistema nervioso no será tan sensible. Quedaréis fortalecidos por los principios de lo recto. La conciencia de que estáis desempeñando fielmente vuestro deber, os fortalecerá. Los ángeles de Dios sonreirán al ver vuestros esfuerzos, y os ayudarán.

Cuando os sentís impacientes, con demasiada frecuencia pensáis que la causa está en vuestros hijos, y les echáis la culpa cuando no la merecen. En otras ocasiones, ellos podrían hacer las mismas cosas, y todo sería aceptable y correcto. Los niños conocen, notan y sienten estas irregularidades y ellos tampoco son siempre los mismos. A veces están más o menos preparados para arrostrar actitudes variables; y en otras ocasiones están nerviosos e intranquilos, y no pueden soportar la censura. Su espíritu se subleva en rebelión contra ella. Los padres quieren que se tenga en cuenta su estado mental, y sin embargo no siempre ven la necesidad de hacer las mismas concesiones a sus pobres hijos. Disculpan en sí mismos aquello que censurarían severamente si lo advirtieran en sus hijos, que no tienen tantos años de experiencia y disciplina.

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Algunos padres de temperamento nervioso, cuando están cansados por el trabajo y oprimidos por la congoja, no conservan la serenidad mental, sino que manifiestan hacia aquellos que debieran serles más preciosos en este mundo una irritación e intolerancia que desagradan a Dios y extienden una nube sobre la familia. Con tierna simpatía, debe calmarse a los niños en sus dificultades. La bondad y tolerancia mutuas harán del hogar un paraíso y atraerán a los ángeles santos al círculo de la familia.

La madre puede y debe hacer mucho para dominar sus nervios y su ánimo cuando está deprimida. Aun cuando esté enferma, puede, si se educa a sí misma, manifestar una disposición agradable y alegre, y puede soportar más ruido de lo que una vez creyera posible. No debiera hacer sentir a los niños su propia flaqueza y nublar sus mentes jóvenes y sensibles por su propia depresión de espíritu, haciéndoles sentir que la casa es una tumba y que la alcoba de la madre es el lugar más lúgubre del mundo. La mente y los nervios se entonan y fortalecen por el ejercicio de la voluntad. En muchos casos, la fuerza de voluntad resultará ser un poderoso calmante de los nervios.

No dejéis que vuestros hijos os vean con rostros ceñudos. Si ellos ceden a la tentación, y luego ven su error y se arrepienten de él, perdonadles tan generosamente como esperáis ser perdonados por vuestro Padre celestial. Instruidlos bondadosamente y ligadlos a vuestro corazón. Este es un tiempo crítico para los hijos. Los rodearán influencias tendientes a separarlos de vosotros, y debéis contrarrestarlas. Enseñadles a hacer de vosotros sus confidentes. Permitidles contaros sus pruebas y alegrías. Así los salvaréis de muchas trampas que Satanás ha preparado para sus pies inexpertos. No tratéis a vuestros hijos únicamente con severidad, olvidándoos de vuestra propia niñez, y olvidando que ellos no son sino niños. No esperéis de ellos que sean perfectos, ni tratéis de obligarlos a actuar como hombres y mujeres en seguida. Obrando así, cerraríais la puerta de acceso que de otra manera pudierais tener hacia ellos, y los impulsaríais a abrir la puerta a las influencias perjudiciales, que permitirían a otros envenenar sus mentes juveniles antes de advertir el peligro.

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Satanás y su hueste están haciendo arduos esfuerzos para desviar la mente de los niños, y éstos deben ser tratados con franqueza, ternura y amor cristianos. Esto os dará una poderosa influencia sobre ellos, y les hará sentir que pueden depositar una confianza ilimitada en vosotros. Rodead a vuestros hijos de los encantos del hogar y de vuestra compañía. Si lo hacéis, no tendrán mucho deseo de trabar relaciones con otros jóvenes. Satanás obra por medio de dichas relaciones, y trata de que las mentes ejerzan una mutua influencia corruptora. Esta es la manera más eficaz en que pueda trabajar. Los jóvenes tienen una influencia poderosa unos sobre otros. Su conversación no es siempre selecta y elevada. Oyen malas conversaciones que, si no se resisten con decisión, se alojan en el corazón, para arraigar allí, crecer hasta dar frutos y corromper las buenas costumbres. A causa de los males que imperan hoy en el mundo, y de la restricción que es necesario imponer a los hijos, los padres deben tener doble cuidado de ligarlos a sus corazones y de hacerles comprender que buscan su felicidad.

Los padres no deben olvidar cuánto anhelaban en su niñez la manifestación de simpatía y amor, y cuán desgraciados se sentían cuando se les censuraba y reprendía con irritación. Deben rejuvenecer sus sentimientos, y transigir mentalmente para comprender las necesidades de sus hijos. Sin embargo, con firmeza mezclada de amor, deben exigirles obediencia. La palabra de los padres debe ser obedecida implícitamente.

Los ángeles de Dios vigilan a los niños con el más profundo interés para ver qué carácter adquieren. Si Cristo tratase con nosotros como a menudo tratamos a los demás y a nuestros hijos, tropezaríamos y caeríamos de puro desaliento. Vi que Jesús conoce nuestras flaquezas, y ha experimentado lo mismo que nosotros en todo, menos en el pecado. Por lo tanto, nos ha preparado una senda adecuada a nuestra fuerza y capacidad, y como Jacob, ha andado suavemente y con serenidad con los niños según lo que ellos pudieran soportar, a fin de sostenernos por el consuelo de su compañía y servirnos de guía perpetuamente. El no desprecia, descuida ni deja atrás a los niños del rebaño. El no nos ha ordenado que avancemos y los dejemos. El no ha viajado tan apresuradamente como para dejarnos rezagados juntamente con nuestros hijos. ¡Oh, no; sino que ha emparejado la senda de la vida, aun para los niños! Y requiere que los padres, en su nombre, los conduzcan por el camino estrecho. Dios nos ha señalado una senda adecuada a la fuerza y capacidad de los niños.

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Tatiana Patrasco