Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 135-143, día 086

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Nos hemos unido en ferviente oración en derredor del lecho de hombres, mujeres y niños enfermos, y hemos sentido que nos fueron devueltos de entre los muertos en respuesta a nuestras fervorosas oraciones. En esas oraciones nos parecía que debíamos ser positivos, y que, si ejercíamos fe, no podíamos pedir otra cosa que la vida. No nos atrevíamos a decir: “Si esto ha de glorificar a Dios”, temiendo que sería admitir una sombra de duda. Hemos observado ansiosamente a los que nos fueron devueltos, por así decirlo, de entre los muertos. Hemos visto a algunos de éstos, especialmente jóvenes, que recobraron la salud: se olvidaron luego de Dios, se entregaron a una vida disoluta, ocasionaron así pesar y angustia a sus padres y a sus amigos, y avergonzaron a aquellos que temían orar. No vivieron para honrar y glorificar a Dios, sino para maldecirlo con sus vidas viciosas.

Ya no trazamos un camino, ni procuramos hacer que el Señor cumpla nuestros deseos. Si la vida de los enfermos puede glorificarlo, oramos que vivan, pero no que se haga como nosotros queremos, sino como él quiere. Nuestra fe puede ser muy firme e implícita si rendimos nuestro deseo al Dios omnisapiente, y, sin ansiedad febril, con perfecta confianza, se lo consagramos todo a él. Tenemos la promesa. Sabemos que él nos oye si pedimos de acuerdo con su voluntad. Nuestras peticiones no deben cobrar forma de órdenes, sino de una intercesión para que él haga las cosas que deseamos que haga. Cuando la iglesia esté unida, tendrá fuerza y poder; pero cuando parte de sus miembros están unidos al mundo, y muchos están entregados a la avaricia, que Dios aborrece, poco puede hacer el Señor por ella. La incredulidad y el pecado nos apartan de Dios. Somos tan débiles que no podemos soportar mucha prosperidad espiritual; corremos el riesgo de atribuirnos la gloria y de considerar que nuestra bondad y justicia son los motivos de la señalada bendición de Dios, cuando todo se debe a la gran misericordia y al amor de nuestro compasivo Padre celestial, y no a cosa buena alguna que haya en nosotros.

Deberíamos ejercer siempre una influencia santificadora entre los que nos rodean. Esta influencia salvadora y ennoblecedora ha sido muy débil en _____. Muchos se han mezclado con el mundo y han participado de su espíritu e influencia, y esa amistad los ha separado de Dios. Jesús les lleva una ventaja de un día de viaje. Ya no pueden oír su voz de consejo y amonestación, y siguen su propia sabiduría y su propio juicio. Siguen un camino que les parece derecho pero que después van a descubrir que es insensatez. Dios no va a permitir que su obra se mezcle con procedimientos humanos. Los hombres del mundo, astutos y calculadores, no deben desempeñar cargos directivos en esta obra tan solemne y sagrada. O se convierten, o se dedican a una vocación apropiada a sus inclinaciones mundanas, que no impliquen consecuencias eternas. Dios jamás hará sociedad con los mundanos. A cada cual Cristo invita a elegir: “¿Me quieres a mí, o al mundo? ¿Estás dispuesto a sufrir reprensión y vergüenza, a ser peculiar y celoso de buenas obras, aunque el mundo te aborrezca, para llevar mi nombre, o vas a buscar la estima, el honor, el aplauso y las ventajas que el mundo está dispuesto a dar, y no tener parte conmigo?” “No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Mateo 6:24.

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Valor en el ministerio

Querido Hno. G, Se me mostró que usted era sumamente deficiente en el desempeño de sus deberes como ministro. Carece de algunas cualidades esenciales. No tiene espíritu misionero. No está dispuesto a sacrificar la comodidad y el placer para salvar almas. Hay hombres, mujeres y jóvenes que traer a Cristo, que abrazarían la verdad si se les presentara la luz. En su propio vecindario hay quienes tienen oídos para oír.

Vi que usted procuraba instruir a algunos; pero en el mismo momento cuando necesitaba perseverancia, valor y energía, usted se descorazonaba, y se desanimaba, se volvía desconfiado y abandonaba la tarea. Deseaba conservar su propia comodidad, y permitía que ese interés, que podría haber aumentado, se disipara. Podría haberse producido una gran ganancia de almas; pero en ese momento la oportunidad de oro pasó por causa de su falta de energía. Vi que a menos que usted se decida a revestirse de toda la armadura, y esté dispuesto a sufrir privaciones como buen soldado de la cruz de Cristo, y crea que puede gastar y ser desgastado para traer almas al Señor, debería abandonar el ministerio y dedicarse a alguna otra vocación.

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Su alma no está santificada para hacer la obra. No asume la responsabilidad que implica. Elije una suerte más fácil que la que le está reservada al ministro de Cristo. El no consideraba que su vida le fuera preciosa. No se complació a sí mismo, sino que vivió en beneficio de los demás. Se anonadó a sí mismo y tomó la forma de siervo. No basta que seamos capaces de presentar los argumentos favorables a nuestra posición delante de la gente. El ministro de Cristo debe poseer un amor inextinguible por las almas, un espíritu de abnegación, de sacrificio propio. Debería estar dispuesto a dar la vida, si fuera necesario, para hacer la obra de salvar a sus semejantes por quienes Jesús murió.

Necesita convertirse a la obra de Dios. Necesita sabiduría y juicio para aplicarse a ella y orientar sus labores. Estas no son solicitadas por las iglesias. Debería ir a otros lugares para someter a prueba su vocación. Vaya con la disposición de trabajar para convertir almas a la verdad. Si se da cuenta del valor de las almas, la menor manifestación de interés regocijará su corazón, y perseverará aunque tuviera que trabajar y cansarse en el esfuerzo. Después de haber presentado el tema de la verdad, no abandone el lugar mientras haya la menor manifestación de interés. ¿Espera cosechar sin trabajar? ¿Cree usted que Satanás está dispuesto a permitir que sus súbditos pasen sin más ni más de sus filas a las de Cristo? Hará todo lo posible para mantenerlos aherrojados con cadenas de tinieblas y bajo su negro estandarte. ¿Cómo espera usted ganar la victoria en la ganancia de almas sin hacer esfuerzos fervientes, cuando tiene que enfrentar y combatir a semejante enemigo?

Tiene que tener más valor, más celo, y hacer mayores esfuerzos, o tendrá que llegar a la conclusión de que se ha equivocado de vocación. Un ministro que se desanima fácilmente perjudica la causa que desea promover, y comete una injusticia contra sí mismo. Todos los que profesan ser ministros de Cristo deberían aprender sabiduría al estudiar la historia del Hombre de Nazaret, y también la de Martín Lutero y las vidas de otros reformadores. Sus tareas eran arduas, pero soportaron dificultades como fieles soldados de la cruz de Cristo. No debería esquivar las responsabilidades. Con humildad, debería estar dispuesto a recibir consejo e instrucción. Después de recibir consejo de los sabios y juiciosos, queda todavía un Consejero cuya sabiduría es infalible. No deje de presentarle su caso y suplicar su dirección. Ha prometido que si usted le falta sabiduría y se la pide, se la dará generosamente y sin regatear. La obra sagrada y solemne en que estamos empeñados requiere hombres plenamente convertidos, de todo corazón, cuyas vidas estén entretejidas con la de Cristo. Obtienen savia y alimento de la Vid viviente, y florecen en el Señor. Aunque se dan cuenta de la magnitud de la tarea, y se sienten inducidos a exclamar: “Para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Corintios 2:16) no esquivan los trabajos y tareas, y por lo contrario trabajan con fervor y abnegación para salvar almas. Si los subpastores son fieles en el cumplimiento de sus deberes, entrarán en el gozo de su Señor, y tendrán la satisfacción de ver en el Cielo almas salvadas gracias a sus fieles esfuerzos.

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Una conducta mezquina

Querido Hno. H, He estado esperando la oportunidad de escribirle, pero algo me lo ha impedido. Después de mi última visión sentí que era mi deber presentarle con premura lo que el Señor había tenido a bien presentarme. Se me señaló el pasado y se me mostró que por años, aun antes de su casamiento, se había manifestado en usted la tendencia a aprovecharse de los demás en sus transacciones comerciales. Usted poseía un amor a las ganancias, una tendencia a la mezquindad perjudicial para su progreso espiritual, y que en buena medida menoscabó su influencia. La familia de su padre consideraba estos asuntos desde el punto de vista del mundo, y no con respecto a la elevada norma mencionada por nuestro divino Señor, es a saber: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Mateo 22:37-39. En esto ha fallado usted. Cuando somos mezquinos e injustos con el prójimo, desagradamos a Dios. No pasará por alto esta clase de errores y pecados si no hacemos una confesión cabal de ellos y los abandonamos completamente.

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Se me mostró el pasado y pude ver cuán livianamente consideraba usted estos asuntos. El Señor destacó ante mí una operación consistente en llevar al mercado un cargamento de animales de calidad inferior, tan inferior realmente que no valía la pena conservarlos, y precisamente por eso usted los destinó a ser alimento de la gente, y los llevó al mercado para que fueran vendidos a fin de ser comidos por los seres humanos. Parte de uno de esos estuvo sobre nuestra mesa por un poco de tiempo para servir de alimento a nuestra numerosa familia en los días de nuestra pobreza. Usted no era el único culpable. Algunos otros miembros de su familia eran tan culpables como usted. No tiene importancia que hayan sido vendidos para que los comiéramos nosotros o los mundanos. Es la violación del principio que está en juego lo que desagrada a Dios. Usted transgredió su mandamiento; no amó a su prójimo como a sí mismo; porque no le habría gustado que le hicieran lo mismo a usted. Lo habría considerado un insulto. Esta actitud avara lo indujo a apartarse de los principios cristianos, y a descender a un nivel comercial que le permite obtener beneficios en desmedro de los demás.

Cuando se me presentó el tema del consumo de carne hace cinco años, y pude ver cuán poco sabe la gente acerca de lo que está comiendo cuando consume la carne, se me mostró también esta operación comercial suya. El resultado de consumir la carne de esos animales en mal estado de salud es sangre enfermiza, enfermedad y fiebre. Se me mostraron muchos casos semejantes producidos cada día entre los mundanos. Usted, mi querido hermano, no ha visto este error suyo como el Señor lo ve. Nunca creyó que estaba cometiendo un gran pecado. Muchas cosas semejantes han ocurrido en su vida, y usted va a descubrir que han sido fielmente escritas por el ángel anotador, y con las cuales tendrá que encontrarse de nuevo en el futuro, a menos que enderece lo torcido mediante el arrepentimiento y la confesión. 

Se me ordenó que esperara y viera. Se me indicó que hablara claramente, le diera principios generales y lo dejara para que usted mismo los aplicara. Se me mostró que Dios no señala frecuentemente los errores cometidos por su pueblo; en cambio, le permite escuchar principios generales, verdades definidas y al punto, para que todos sus miembros se convenzan y vean, sientan y entiendan si están o no condenados. Usted no ha actuado estricta y fielmente con su propia alma. El ángel dijo: “Lo voy a probar; me voy a oponer a él hasta que reconozca la mano de Dios en su trato con él.”

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Vi que mientras usted estaba en _____ las personas relacionadas con su familia no obraron correctamente. Usted manifestó una actitud mezquina, muy cercana a la estafa y la deshonestidad. Usted no podría haber ejercido la más mínima influencia en favor del bien en ese lugar hasta redimir el pasado mediante un total cambio de conducta en su trato con sus semejantes. Su luz era tinieblas para la gente, y su influencia, mientras estuvo allí fue sumamente perjudicial para la causa de la verdad presente. Arrojó baldón sobre la verdad, y su mezquindad influyó para que su nombre fuera objeto de burla entre la gente. Con frecuencia descendió a niveles inferiores a los de los mundanos, con respecto a las transacciones comerciales honorables. El pastor I no pudo hacer nada en _____. Sus palabras son como agua derramada sobre la tierra porque estaba relacionado con usted y participó de sus operaciones mezquinas. En muchos sentidos parecía mundano en sus transacciones comerciales. Era mezquino y rápidamente se volvió egoísta. Su conducta, en muchas cosas, estaba calculada como para destruir su influencia, y estaba dejando de ser un ministro de Cristo. Me dijo el ángel, en la visión que tuve en Róchester, Nueva York, en 1866: “Mi mano causará adversidad. Podrá reunir, pero yo voy a derramar hasta que redima el pasado y haga una obra limpia para la eternidad”. Ningún verdadero cristiano debería condescender con el espíritu inferior y mercantil de los mundanos. 

Usted no es miserable; le gusta ser generoso, franco, de corazón y manos abiertos; lo que anda mal en usted es la actitud mencionada en esta carta, es a saber, no amar a su prójimo como a sí mismo; es el no ver sus errores ni corregirlos cuando la luz, definida y eficaz, le ha dicho con toda claridad cuál es su deber. Le gusta la hospitalidad, y Dios no permitirá que usted sea engañado por el gran seductor de la humanidad; por lo contrario, él vendrá directamente a usted para mostrarle dónde se ha equivocado con el fin de que retome sus pasos. Lo invita ahora a redimir el pasado, y a ascender a un nivel de acción más elevado, de modo que el registro de su vida no contenga manchas de avaricia ni de un egoísta amor a las ganancias. 

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Su juicio con respecto a las cosas mundanales se convertirá en insensatez a menos que consagre todo a Dios. Ni usted ni su esposa son devotos. La espiritualidad de ustedes no es lo que el Señor quisiera que fuera. Parecería que una parálisis ha hecho presa de ustedes; no obstante, los dos son capaces de ejercer una poderosa influencia en favor de Dios y su verdad, si adornan su profesión de fe mediante vidas bien ordenadas y una piadosa conversación. Frecuentemente usted se apresura mucho, y como consecuencia de eso se vuelve regañón e impaciente, y da órdenes a sus ayudantes con mucha nerviosidad. Esto impide su progreso espiritual. 

El tiempo es corto, y no tiene tiempo que perder para hacer la necesaria preparación del corazón con el fin de trabajar fervorosa y fielmente por su propia alma, y por la salvación de sus amigos y vecinos, y de todos los que están al alcance de su influencia. Trate de vivir siempre en la luz para que esta influencia pueda ser santificadora sobre los que se relacionan con usted, ya sea en el campo de los negocios o en las actividades comunes de la vida. En Jesús hay plenitud. Puede recibir fuerzas de él que podrían calificarlo para andar como él anduvo; pero no debe separar sus afectos de él. Requiere la plenitud del hombre: alma, cuerpo y espíritu. Cuando usted hace todo lo que está de su parte para hacer lo que él pide, obrará en su favor, para bendecirlo y fortalecerlo con la riqueza de su gracia. 

La opresión de los asalariados

Querido Hno. J, Un gran sentido de solemnidad se ha apoderado de mi mente desde la visión que se me dio la tarde del viernes 12 de junio de 1868. Se me mostró que usted no se conoce a sí mismo. No se ha reconciliado con el testimonio que se le dio referente a su caso, y no ha hecho tampoco una cabal obra de reforma. Se me hizo notar esta declaración de Isaías: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?” Isaías 58:6-7. Si usted hace estas cosas, recibirá la bendición prometida. 

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Puede hacer esta pregunta: “¿Por qué… ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido?” vers. 3. Dios ha dado razones para explicar por qué sus oraciones no han recibido respuesta. Usted creyó que otros eran la causa, y los acusó de ello. Pero vi que había suficientes razones en usted mismo. Tiene que hacer una obra especial para poner en orden su propio corazón. Debe comprender que esta obra tiene que comenzar en usted mismo. Ha oprimido a los destituidos, y se ha beneficiado aprovechándose de sus necesidades. En lo que se refiere a los medios económicos, usted ha sido mezquino, y ha tratado injustamente a su prójimo. No ha manifestado esa clase de actitud amable, noble y generosa que debería caracterizar siempre la vida de un seguidor de Cristo. Ha oprimido a sus empleados y obreros en lo que se refiere a sus salarios. Usted vio a una mujer pobremente vestida, trabajadora, que sabía era concienzuda y temerosa de Dios; pero se aprovechó de ella porque podía hacerlo. Vi que el dejar de ver sus necesidades y no comprenderlas, más el bajo salario que usted le pagaba, todo está escrito en los Cielos como si hubiera sido hecho a Jesús en la persona de uno de sus santos. Al hacerlo a la última de sus discípulas, se lo ha hecho a él mismo. El Cielo ha observado la mezquindad manifestada por usted hacia los que han servido en su casa, y permanecerá fielmente anotada en su contra, a menos que se arrepienta y haga restitución. Un solo error puede hacer más daño que el que se puede deshacer en años; si el malhechor pudiera ver hasta dónde llega el mal, surgirían de su alma clamores angustiosos. Usted es egoísta con respecto a sus medios económicos. En el caso del Hno. K el ángel de Dios lo señaló a usted y dijo: “Por cuanto lo hicisteis a uno de los discípulos de Cristo, se lo hicisteis a Jesús en persona”. 

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Los casos que le he mencionado no son los únicos. Me gustaría que usted viera estas cosas como el Cielo me las ha mostrado. Las mentes están sometidas a un triste engaño. Usted necesita la religión de Cristo. El no se complació a sí mismo, sino que vivió en beneficio de los demás. Usted tiene una obra que hacer, y no debiera perder tiempo para humillar su corazón delante de Dios, y mediante humilde confesión eliminar las manchas que aparecen en su carácter cristiano. Entonces podrá dedicarse a la solemne tarea de trabajar por la salvación de los demás sin cometer tantos errores. 

¿De qué ha valido el tiempo que usted ha dedicado a hacer una obra que el Señor no le había pedido que hiciera? Se han producido impresiones en las mentes y se han tenido experiencias que para borrarlas se va a necesitar mucho trabajo. Algunas almas errarán en tinieblas, perplejidad e incredulidad, y otras jamás se recuperarán. Con ayuno y oración ferviente, con profundo escudriñamiento del corazón, con estricto examen propio, desnude su alma, y trate de que ningún acto suyo escape a su examen crítico. Entonces, con el yo muerto, y con su vida escondida con Cristo en Dios, eleve sus humildes peticiones. Si usted alberga iniquidad en el corazón, el Señor no lo oirá. Si hubiera escuchado sus oraciones, usted se habría exaltado. Satanás estaba a su lado para sacar el mayor provecho posible de la ventaja que había obtenido. 

¡Oh, cuán importante es que la fidelidad en las cosas pequeñas caracterice nuestras vidas, que una verdadera integridad se manifieste en toda nuestra conducta, y que siempre tengamos presente que los ángeles de Dios están al tanto de todos nuestros actos! Y que lo que les hagamos a los demás recaerá sobre nosotros. Siempre deberíamos tener temor de tratar injusta y egoístamente a los demás. Mediante la enfermedad y la adversidad el Señor nos quitará mucho más de lo que hemos obtenido explotando a los pobres. Un Dios justo evalúa exactamente todos nuestros motivos y actos. 

Se me mostró el caso del Hno. L y su esposa. El amor al mundo ha corroído de tal manera la verdadera piedad, y ha anublado de tal forma las facultades de sus mentes, que la verdad no ha podido ejercer una influencia transformadora sobre sus vidas y sus caracteres. El amor al mundo ha cerrado sus corazones a la compasión y a la consideración de las necesidades de los demás; su actitud los ha separado de Dios. Hermano, hermana: Tienen una obra que hacer para salir de debajo de la basura del mundo; necesitan hacer esfuerzos fervientes para vencer su amor al mundo, su egoísmo y su mezquindad. Son pecados que están acarreando maldición al pueblo de Dios. Se me mostró la comunidad donde vivían ustedes antes de trasladarse a _____. Eran tacaños y exigentes en sus transacciones allí, y se aprovechaban del prójimo todas las veces que podían hacerlo. Traté de buscar en las vidas de ustedes algunos actos caracterizados por la abnegación y la generosidad, y no los pude encontrar: eran tan raros. Su luz iluminó a los demás de tal manera que se sintieron disgustados con ustedes y con la fe que profesaban. La verdad ha sido despreciada allí por la mezquindad y el carácter doloso de sus transacciones comerciales. Quiera Dios ayudarles a verlo todo como él lo ve, y a odiar el mal como él lo hace. Así alumbre la luz de ustedes sobre los demás, de manera que al ver sus buenas obras se sientan inducidos a glorificar a nuestro Padre que está en los cielos. A Dios le ha desagradado la conducta de ustedes, porque ha llevado la marca del interés propio. Continúa su desagrado por ella, y tendrán que vérselas con él en el juicio, a menos que se desembaracen de esa actitud mezquina, y traten de que la verdad los santifique. La fe sola, sin obras, es muerta. La fe nunca los salvará a menos que esté respaldada por las obras. Dios requiere que ustedes sean “ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna”. 1 Timoteo 6:18-19. 

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