Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 126-134, día 085

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El espíritu que existe en la iglesia es de tal naturaleza que puede apartar de Dios y de la senda de la santidad. Muchos miembros han atribuido su condición de ceguera espiritual a la influencia que ejercen los principios enseñados en el Sanatorio. Esto no es del todo correcto. Si la iglesia se hubiera sometido al consejo de Dios, el Sanatorio habría estado bajo control. La luz de la iglesia se habría extendido hacia ese ramo de la obra, y no se habrían manifestado allí los errores que se han cometido. Las tinieblas morales de la iglesia ejercieron una tremenda influencia para producir las tinieblas morales y la muerte espiritual en el Sanatorio. Si la iglesia hubiera estado en condición saludable, habría podido enviar una corriente vitalizadora y de salud a este brazo del cuerpo. Pero la iglesia estaba enferma y no gozaba del favor de Dios ni de la luz de su rostro. Una influencia enfermiza y mortal circuló por todo el cuerpo viviente, hasta que la enfermedad resultó evidente en todo lugar.

El querido Hno. D no ha comprendido la condición de su propio corazón. El egoísmo ha encontrado alojamiento allí, y la paz, la saludable paz, se ha marchado. A todos ustedes les falta eso que se llama amor: amor a Dios y amor al prójimo. La vida que ahora viven, no la viven por fe en el Hijo de Dios. Falta una firme confianza, se teme entregar todo en manos de Dios, como si él fuera incapaz de guardar lo que se le ha confiado. Temen que surja algún mal designado para hacerles daño, a menos que se pongan a la defensiva y comiencen una batalla para defenderse. Los hijos de Dios son sabios y poderosos en la medida en que confíen en Su sabiduría y Su poder. Son fuertes y felices en la medida en que se separan de la sabiduría y la ayuda de los hombres.

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Daniel y sus compañeros estaban cautivos en tierra extraña, pero Dios no permitió que la envidia y el odio de sus enemigos prevalecieran contra ellos. Los justos siempre han recibido ayuda de lo alto. Cuán a menudo los enemigos de Dios han unido su fuerza y su sabiduría para destruir el carácter y la influencia de unas pocas personas sencillas que confiaban en él. Pero puesto que Dios estaba con ellos, nadie pudo prevalecer contra ellos. Si los seguidores de Cristo se mantienen unidos, triunfarán. Si se separan de sus ídolos y del mundo, éste no podrá separarlos de Dios. Cristo es nuestro Salvador presente y plenamente suficiente. En él mora toda plenitud. Es privilegio de los cristianos saber que ciertamente Cristo mora en ellos en verdad. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”. 1 Juan 5:4. Todas las cosas son posibles para el que cree; y todo lo que deseemos cuando oramos, si creemos que lo vamos a recibir, lo tendremos. Esta fe atraviesa la nube más oscura, y derrama rayos de luz y esperanza sobre el alma doblegada y desanimada. La ausencia de esta fe y de esta confianza produce perplejidad, temores angustiosos y sospechas de males. Dios hará grandes cosas por su pueblo cuando ponga toda su confianza en él. “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento”. 1 Timoteo 6:6. La religión pura e incontaminada se manifestará en la vida. Cristo será una fuente de poder que nunca se agotará, una ayuda constante en momentos de tribulación.

El caso de Ana More

En el caso de la Hna. More se me mostró que el descuido a que se la sometió equivalió a descuidar a Jesús en la persona de ella. Si el Hijo de Dios hubiera aparecido en la forma humilde y discreta que lo caracterizó mientras viajaba de lugar en lugar cuando estuvo aquí en la tierra, no habría tenido una recepción mejor. Lo que se necesita es el profundo principio de amor que se hallaba en el seno del humilde Hombre del Calvario. Si la iglesia hubiera vivido en la luz, habría apreciado a esta humilde misionera cuyo ser entero rebosaba del anhelo de participar en el servicio de su Maestro. Incluso su interés tan sincero fue malinterpretado. Su aspecto exterior no era exactamente lo que podría haber inspirado la aprobación del ojo habituado al buen gusto a la moda; porque su habituación a la estricta economía y la pobreza había dejado su huella en su atuendo. El dinero que ganaba con trabajo muy árduo lo gastaba tan rápidamente como lo ganaba en beneficio de los demás, para dar la luz a los que esperaba conducir a la cruz de la verdad.

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Incluso la así llamada iglesia de Cristo, con sus exaltados privilegios y su elevada profesión de fe, no pudo distinguir la imagen de Cristo en esta abnegada hija de Dios, porque sus miembros estaban tan lejos de Cristo que no reflejaban su imagen. Juzgaron por las apariencias externas, y no se tomaron un trabajo especial para descubrir el adorno interior. Era una mujer cuyos recursos de conocimiento y genuina experiencia en los misterios de la piedad excedían a los de cualquiera de los residentes de _____, y cuya manera de comunicarse con los jóvenes y los niños era agradable, instructiva y saludable. No era áspera, sino correcta y simpática, y habría demostrado que era una de las obreras más útiles en el campo como instructora de los jóvenes, y como compañera y consejera útil e inteligente para las madres. Podría haber alcanzado los corazones mediante su presentación sincera y sencilla de los incidentes de su vida religiosa, que había dedicado al servicio de su Redentor. Si la iglesia hubiera salido de la oscuridad y el engaño para introducirse en la clara luz, sus corazones se habrían ido tras esa solitaria extranjera. Sus oraciones, sus lágrimas, su pesar al ver que no se abría una vía de servicio para ella, han sido vistos y oídos en el Cielo. El Señor le ofreció a sus hijos una ayudante talentosa, pero ellos estaban ricos y enriquecidos, y no necesitaban de nada. Se apartaron de una bendición muy preciosa, y la rechazaron, y ya van a sentir su necesidad de ella. Si el Hno. E hubiera permanecido en la clara luz de Dios, y hubiera estado imbuido de su Espíritu cuando se le dio a conocer a esta sierva de Jesús, solitaria, sin hogar, y sedienta de trabajar para su Maestro, su espíritu habría respondido al de ella como el rostro que se refleja en la imagen que aparece en el espejo; su corazón se habría sentido atraído por esta discípula de Cristo, y la habría comprendido. Lo mismo ocurrió con la iglesia. Han padecido de tal ceguera espiritual que se han olvidado del sonido de la voz del verdadero Pastor, y estaban siguiendo la voz de un extraño, que los estaba apartando del redil de Cristo.

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Muchos consideran la gran obra que debe llevar a cabo el pueblo de Dios, y sus oraciones se elevan en súplica de ayuda para la gran cosecha. Pero si la ayuda no viene exactamente como la esperan, no la reciben y se apartan de ella así como la nación judía se apartó de Cristo desilusionada por la forma como apareció. Su advenimiento fue caracterizado por mucha pobreza y humildad, y en su orgullo rechazaron al que había venido para darles vida. En este aspecto Dios quiere que los miembros de la iglesia humillen sus corazones, y vean la gran necesidad de corregir su manera de vivir delante de él, no sea que venga para juzgarlos. Muchos de los que profesan piedad hacen del adorno exterior algo mucho más importante que el adorno interior. Si la iglesia se hubiera humillado delante del Señor, y hubiera corregido tan plenamente sus errores pasados como para comprender su voluntad, no sería tan deficiente en su capacidad de evaluar la excelencia moral del carácter de una persona.

La luz de la Hna. Ana More se ha extinguido en circunstancias que podría estar brillando para iluminar el camino de muchos que avanzan por los senderos entenebrecidos del error y la rebelión. Dios invita a la iglesia a despertarse de este sopor, para inquirir con fervor profundo cuál es la causa de este autoengaño que se manifiesta entre profesos cristianos cuyos nombres están anotados en los registros de la iglesia. Satanás los está engañando y estafando en este gran asunto de la salvación. Nada hay más traicionero que el engaño del pecado. El dios de este mundo es quien engaña, enceguece y lleva a la destrucción. Satanás no llega de golpe con todas sus tentaciones. Las disfraza con una apariencia de bondad; mezcla cierto provecho con la insensatez y los entretenimientos, y las almas engañadas esgrimen como excusa para entregarse a ellos el gran bien que esperan recibir. Esta es sólo la parte engañosa; las artes infernales de Satanás están disfrazadas. Las almas engañadas dan un paso, y así se preparan para el siguiente. Es más agradable seguir las inclinaciones del propio corazón que ponerse a la defensiva y resistir la primera insinuación del artero enemigo, para cerrarle el paso de ese modo. ¡Oh, cómo observa Satanás para ver con cuánta rapidez desaparece su carnada, y de qué manera las almas caminan en la misma senda que él les ha preparado! No quiere que dejen de orar, ni que dejen de mantener la forma de los deberes religiosos, porque mientras lo hagan más útiles serán en su servicio. Une sus sofismas y sus trampas engañosas con la experiencia y la profesión de fe de ellos, y de esa manera impulsa a maravillas su causa. Los fariseos hipócritas oraban y ayunaban, y mantenían una forma de piedad, pero sus corazones estaban corrompidos. Satanás está de pie para burlarse de Cristo y de sus ángeles, y para insultarlos diciendo: “¡Los tengo! ¡Los tengo! He preparado mis engaños para ellos. Tu sangre nada vale aquí. Tu intercesión, tu poder y tus obras maravillosas pueden cesar porque los tengo. ¡Son míos! A pesar de su elevada profesión como súbditos de Cristo, a pesar de que una vez gozaron de la luz de su presencia, me voy a apoderar de ellos en la misma cara del Cielo, acerca del cual ellos hablan tanto. Son precisamente estos súbditos los que necesito para que me sirvan de carnada para los demás”.

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Salomón dice: “El que confía en su propio corazón es un necio” (Proverbios 28:26); y hay cientos de ellos entre los que profesan piedad. Dice el apóstol: “No ignoramos sus maquinaciones” 2 Corintios 2:11. ¡Oh, qué arte, qué pericia, qué astucia se ejerce para inducir a los profesos seguidores de Cristo a unirse con el mundo al buscar felicidad en los entretenimientos del mundo con la ilusión que algún bien se va a lograr de ellos! Y así los desprevenidos avanzan directamente hacia la red, con la ilusión de que no hay ningún mal en ese camino. Los afectos y las simpatías de los tales se excitan, y de ese modo ponen un fundamento muy débil para edificar su confianza de que son hijos de Dios. Se comparan con los demás, y se tranquilizan con la idea de que son mejores que muchos verdaderos cristianos. Pero, ¿dónde resplandece el profundo amor de Cristo en sus vidas para que sus brillantes rayos bendigan a los demás? ¿Dónde está su Biblia? ¿Cuánto la estudian? ¿En qué se concentran sus pensamientos? ¿En el Cielo y en las cosas celestiales? No es natural que su mente avance en esa dirección. El estudio de la Palabra de Dios no les interesa. No hay nada en ella que excite ni afiebre la mente, y el corazón natural, irregenerado, prefiere algún otro libro a la Palabra de Dios. Su atención está absorbida por el yo. No desean sincera y profundamente la influencia del Espíritu de Dios sobre la mente y el corazón. Dios no está en todas sus meditaciones.

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¡Cómo podría soportar el pensamiento de que la mayor parte de los jóvenes de nuestra época van a perder la vida eterna! ¡Oh, que termine el sonido de los instrumentos musicales y que no malgasten más de su precioso tiempo en complacer su propia fantasía! ¡Oh, que dediquen menos tiempo a la ropa y a la conversación vana, y eleven oraciones sinceras y agonizantes a Dios para tener una sana experiencia cristiana! Se necesita mucho un profundo examen propio a la luz de la Palabra de Dios; cada cual debería hacerse la pregunta: “¿Estoy bien, o está corrompido mi corazón? ¿He sido renovado en Cristo, o todavía es carnal mi corazón, y me he revestido sólo de un ropaje exterior?” Cíñase para comparecer delante del gran tribunal, y examínese a la luz de Dios para ver si no hay algún pecado secreto que está acariciando, algún ídolo que no ha sido sacrificado. Ore, sí, ore como nunca antes, para que no sea engañado por las artimañas de Satanás, para que no se entregue a una actitud descuidada y vana, y para que no asista a las reuniones religiosas sólo para calmar su propia conciencia.

Es inadecuado que los cristianos de cualquier época de la historia del mundo sean amantes de los placeres, pero cuánto más ahora cuando pronto terminarán las escenas de la historia de la tierra. Ciertamente los fundamentos de vuestra esperanza de vida, eterna no pueden ser demasiado seguros. El bienestar de vuestra alma, y vuestra eterna felicidad, dependen de que vuestro fundamento esté afirmado en Cristo. Mientras algunos se van detrás de los placeres terrenales, id vosotros detrás de la seguridad absoluta del amor de Dios, mientras clamáis sincera y fervientemente: “¿Quién podrá mostrarme cómo asegurar mi vocación y elección?” Una de las señales de los últimos días es que los profesos cristianos son más amadores de los placeres que de Dios. Sed leales con vuestra propia alma. Examinaos cuidadosamente. Cuán pocos, después de un detenido examen, pueden dirigir su mirada al Cielo para decir: “¡No soy uno de ésos! ¡No soy más amador de los placeres que de Dios!” Cuán pocos pueden decir: “¡Estoy muerto al mundo, y la vida que ahora vivo, la vivo por fe en el Hijo de Dios! Mi vida está escondida con Cristo en Dios, y cuando el que es mi vida aparezca, también apareceré yo con él en gloria”. ¡Qué amor y qué gracia las de Dios! ¡ Oh, qué preciosa gracia! Es más valiosa que el oro fino. Eleva y ennoblece el espíritu mucho más que cualquier otro principio, y fija los afectos en el Cielo. Aunque los que nos rodean sean vanos, y estén entregados a la búsqueda de placeres y a la insensatez, nuestra conversación debe ser en los Cielos, de donde aguardamos al Salvador; el alma se eleva a Dios en procura de perdón y paz, de justicia y verdadera santidad. La comunión con Dios y la contemplación de las cosas de lo alto, transforman el alma a semejanza de Cristo.

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La oración por los enfermos

En el caso de la Hna. F, se necesitaba hacer una gran obra. Los que se unieron para orar por ella necesitaban que se hiciera una obra en favor de ellos. Si Dios hubiese contestado sus oraciones, les habría causado la ruina. En tales casos de aflicción, cuando Satanás domina la mente, antes de dedicarse a la oración debe haber el más detenido examen propio para descubrir si no hay pecados de los cuales sea necesario arrepentirse, para confesarlos y abandonarlos. Es necesaria una profunda humildad de alma delante de Dios, y una confianza firme y humilde en los méritos de la sangre de Cristo únicamente.

Nada lograrán el ayuno y la oración mientras el corazón esté enajenado de Dios por una conducta errónea. “¿No es antes el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, deshacer los haces de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes metas en casa; que cuando vieres al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu carne?” Isaías 58:6-7. “Entonces invocarás, y oírte ha Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el extender el dedo, y hablar vanidad; y si derramares tu alma al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el medio día; y Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías hartará tu alma, y engordará tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manadero de aguas, cuyas aguas nunca faltan”. vers. 9-11.

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El Señor requiere que se realice un cambio de corazón, que haya buenas obras que broten de un corazón lleno de amor. Todos deben considerar con cuidado y oración los pasajes arriba citados, e investigar sus motivos y acciones. La promesa que Dios nos hace se basa en una condición de obediencia, de obediencia a todos sus requerimientos. “Clama a voz en cuello -dice el profeta Isaías- no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado. Que me buscan cada día, y quieren saber mis caminos, como gente que hubiese obrado justicia, y que no hubiese dejado el derecho de su Dios: pregúntanme derechos de justicia, y quieren acercarse a Dios. ¿Por qué, dicen, ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido?” vers. 1-3.

Aquí se habla a un pueblo que hace una alta profesión de fe, que tiene costumbre de orar, y que se deleita en los ejercicios religiosos, pero al cual, sin embargo, le falta algo. Se da cuenta de que sus oraciones no reciben contestación; sus esfuerzos celosos y fervientes no son observados en el cielo, y pregunta con anhelo por qué el Señor no le responde. No es que haya negligencia de parte de Dios. La dificultad estriba en el pueblo mismo. Mientras profesa tener piedad, no lleva frutos para gloria de Dios; sus obras no son lo que debieran ser. Descuida sus deberes positivos. A menos que los cumpla, Dios no puede contestar sus oraciones para su gloria. En el caso en que se elevaron oraciones en favor de la Hna. F, hubo una confusión de sentimientos. Algunos eran fanáticos y obraban por impulso. Poseían celo, pero no de acuerdo con el conocimiento. Algunos esperaban que en este caso se realizara algo grande, y empezaron a triunfar antes que se obtuviese la victoria. Se manifestaba mucho el espíritu demostrado por Jehú cuando dijo: “Ven conmigo, y verás mi celo por Jehová”. 2 Reyes 10:16. En lugar de manifestar esta seguridad y confianza propia, el caso debería haberse presentado a Dios con espíritu de humildad y desconfianza de sí mismo, y con el corazón genuinamente quebrantado y contrito.

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Me fue mostrado que en caso de enfermedad, cuando está expedito el camino para ofrecer oración por el enfermo, el caso debe ser confiado al Señor con fe serena, y no con tempestuosa excitación. Sólo él conoce la vida pasada de la persona, y sabe cuál será su futuro. El que conoce todos los corazones, sabe si la persona, en caso de sanarse, glorificaría su nombre o lo deshonraría por su apostasía. Todo lo que se nos pide que hagamos es que roguemos a Dios que sane al enfermo si esto está de acuerdo con su voluntad, creyendo que él oye las razones que presentamos y las oraciones fervientes que elevamos. Si el Señor ve que ello habrá de honrarlo, contestará nuestras oraciones. Pero no es correcto insistir en el restablecimiento sin someternos a su voluntad.

Dios puede cumplir en cualquier momento lo que promete, y la obra que él ordena a su pueblo que haga puede realizarla por su medio. Si ellos quieren vivir de acuerdo a toda palabra que él pronunció, se cumplirán para ellos todas las buenas palabras y promesas. Pero, si no prestan una obediencia perfecta, las grandes y preciosas promesas quedarán sin efecto.

Todo lo que puede hacerse al orar por los enfermos es importunar fervientemente a Dios en su favor, y entregar en sus manos el asunto con perfecta confianza. Si miramos a la iniquidad y la conservamos en nuestro corazón, el Señor no nos oirá. El puede hacer lo que quiere con los suyos. El se glorificará por medio de aquellos que le sigan tan completamente que se sepa que es su Señor, que sus obras se realizan en Dios. Cristo dice: “Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará”. Juan 12:26. Cuando acudimos a él, debemos orar porque nos permita comprender y realizar su propósito, y que nuestros deseos e intereses se pierdan en los suyos. Debemos reconocer que aceptamos su voluntad, y no orar para que él nos conceda lo que pedimos. Es mejor para nosotros que Dios no conteste siempre nuestras oraciones en el tiempo y la manera que nosotros deseamos. El hará para nosotros algo superior al cumplimiento de todos nuestros deseos; porque nuestra sabiduría es insensatez.

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Tatiana Patrasco