Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 117-125, día 084

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En general, los jóvenes que hay entre nosotros están aliados con el mundo. Pocos libran una batalla especial contra el enemigo interno; pocos tienen un deseo sincero y ferviente de conocer la voluntad de Dios. Pocos tienen hambre y sed de justicia, y pocos saben algo del Espíritu de Dios y de sus reprensiones y consuelos. ¿Dónde están los misioneros? ¿Dónde están los abnegados, capaces de sacrificarse a sí mismos? ¿Dónde se encuentran los que están dispuestos a llevar la cruz? El yo y los intereses personales han consumido los principios nobles y elevados. Los asuntos de interés eterno no causan la menor impresión sobre la mente. Dios requiere que cada uno de ellos individualmente llegue al punto de hacer una entrega completa de la vida. “No podéis servir a Dios y las riquezas”. Mateo 6:24. No podéis servir al yo y al mismo tiempo ser siervos de Cristo. Debéis morir al yo, morir a vuestro amor al placer, y aprender a preguntar: “¿Le agradará a Dios que yo compre estos objetos con mi dinero? ¿Lo glorificaré con esto?”

Se nos ordena que, sea que comamos, bebamos o hagamos cualquier otra cosa, lo hagamos todo para la gloria de Dios. ¿Cuántos obran por principios más bien que por impulsos, y obedecen esta orden al pie de la letra? ¿Cuántos de los jóvenes discípulos de la localidad de _____ han hecho de Dios su apoyo y heredad, y han procurado fervientemente conocer y hacer su voluntad? Hay muchos que son siervos de Cristo de nombre, pero no en verdad.

Cuando uno se rige por los principios religiosos, corre poco peligro de cometer graves errores, porque el egoísmo, que siempre enceguece y engaña, queda subordinado. El sincero deseo de hacer bien a otros, predomina de tal manera que se olvida al yo. El sustentar firmes principios religiosos es un tesoro inestimable. Es la influencia más pura, elevada y sublime que pueden sentir los mortales. Los que disponen de ella, cuentan con un ancla. Reflexionan antes de dar un solo paso, no sea que su efecto perjudique a otros y los aparte de Cristo. Preguntan constantemente: Señor, ¿cómo puedo servirte mejor, y glorificar tu nombre en la tierra? ¿Cómo puedo conducir mi vida para alabar tu nombre en la tierra e inducir a otros a amarte, servirte y honrarte? Permíteme tan sólo desear y elegir cumplir tu voluntad. Sean las palabras y el ejemplo de mi Redentor la luz y fortaleza de mi corazón. Mientras confíe en él, no me dejará perecer. El será mi corona de regocijo.

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Si tomamos equivocadamente la sabiduría del hombre por la de Dios, nos extraviará la insensatez de la sabiduría humana. Tal es el gran peligro de muchos de los que están en _____. No tienen experiencia propia. No han seguido el hábito de considerar con oración por su cuenta, sin prejuicios, las cuestiones y los temas nuevos que puedan surgir. Esperan para ver lo que piensan otros. El disentimiento ajeno es todo lo que se necesita para convencerlos de que el tema considerado carece de importancia. Aunque esta clase de personas es numerosa, ello no cambia el hecho de que no tienen experiencia y que su mente es débil porque cedieron durante mucho tiempo al enemigo. Serán siempre tan enfermizos como infantes; andarán a la luz ajena y vivirán según la experiencia de otros; sentirán como sientan los demás, y actuarán como ellos, como si no tuvieran individualidad, porque su identidad está fundida en la ajena. Son simplemente sombras de quienes para ellos tienen razón.

A menos que se percaten de su carácter vacilante y lo corrijan, se verán todos privados de la vida eterna; no podrán resistir los peligros de los postreros días. No poseerán energía para resistir al diablo; porque no saben que de él se trata. Es necesario que haya alguien a su lado para indicarles si se acerca un enemigo o un amigo. No son espirituales, y por lo tanto no disciernen las cosas espirituales. No son sabios en las cosas que se relacionan con el reino de Dios. Ni los jóvenes ni los ancianos tienen excusa por confiar en que los otros tengan experiencia en su lugar. Dice el ángel: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo”. Jeremías 17:5. En la experiencia y la lucha cristianas, se necesita una noble independencia.

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Hombres, mujeres y jóvenes, Dios requiere de vosotros que poseáis valor moral, firmeza de propósito, fortaleza y perseverancia, mentes que no admitan los asertos ajenos, sino que investiguen por su cuenta antes de aceptarlos o rechazarlos, y escuchen y pesen las evidencias, y las lleven al Señor en oración. “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada”. Santiago 1:5. Ahora bien, se impone la condición: “Pero pida en fe, no dudando nada: porque el que duda es semejante a la onda de la mar, que es movida del viento, y echada de una parte a otra. No piense pues el tal hombre que recibirá ninguna cosa del Señor”. vers. 6, 7. Esta petición de sabiduría no debe ser una oración sin sentido, que se olvide tan pronto como se haya terminado. Es una oración que expresa el enérgico y ferviente deseo inspirado al corazón por un consciente anhelo de poseer sabiduría para discernir la voluntad de Dios.

Después de hecha la oración, si no obtenemos inmediatamente la respuesta, no nos cansemos de esperar, ni nos volvamos inestables. No vacilemos. Aferrémonos a la promesa: “Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará”. 1 Tesalonicenses 5:24. Como la viuda importuna, presentemos nuestros casos con firmeza de propósito. ¿Es importante el objeto y de gran consecuencia para nosotros? Por cierto que sí. Entonces, no vacilemos; porque tal vez se pruebe nuestra fe. Si lo que deseamos es valioso, merece un esfuerzo enérgico y fervoroso. Tenemos la promesa; velemos y oremos. Seamos firmes, y la oración será contestada; porque, ¿no es Dios quien ha formulado la promesa? Cuanto más nos cueste obtener algo, tanto más lo apreciaremos cuando lo obtengamos. Se nos dice claramente que si vacilamos, ni podemos pensar que recibiremos algo del Señor. Se nos recomienda aquí que no nos cansemos, sino que confiemos firmemente en la promesa. Si pedimos, él nos dará liberalmente, sin zaherir.

En esto es donde muchos yerran. Vacilan en su propósito y les falta la fe. Esta es la razón por la cual no reciben nada del Señor, fuente de nuestra fortaleza. Nadie necesita andar en tinieblas, tropezando como ciego, porque el Señor ha provisto luz si queremos aceptarla como él lo indica, y no elegir nuestro propio camino. El exige de todos un cumplimiento diligente de los deberes de cada día. Esto lo requiere especialmente de los que están empeñados en la obra solemne e importante de la oficina de publicaciones: tanto de aquellos sobre quienes pesan las más pesadas responsabilidades del trabajo, como de los que llevan las responsabilidades menores. Pero estos deberes pueden cumplirse únicamente pidiendo a Dios la capacidad de hacer fielmente lo recto ante el cielo, gobernados por motivos abnegados, como si todos viesen el ojo de Dios que nos contempla e investiga nuestras acciones.

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El pecado más difundido que nos separa de Dios y provoca tantos trastornos espirituales contagiosos, es el egoísmo. No se puede volver al Señor excepto mediante la abnegación. Por nosotros mismos no podemos hacer nada; pero si Dios nos fortalece, podemos vivir para hacer bien a otros, y de esta manera rehuir el mal del egoísmo. No necesitamos ir a tierras paganas para manifestar nuestros deseos de consagrarlo todo a Dios en una vida útil y abnegada. Debemos hacer esto en el círculo del hogar, en la iglesia, entre aquellos con quienes tratamos y con aquellos con quienes hacemos negocios. En las mismas vocaciones comunes de la vida es donde se ha de negar al yo y mantenerlo en sujeción. Pablo podía decir: “Cada día muero”. 1 Corintios 15:31. Es esa muerte diaria del yo en las pequeñas transacciones de la vida lo que nos hace vencedores. Debemos olvidar el yo por el deseo de hacer bien a otros. A muchos les falta decididamente amor por los demás. En vez de cumplir fielmente su deber, procuran más bien su propio placer.

Dios impone positivamente a todos los que le siguen el deber de beneficiar a otros con su influencia y recursos, y de procurar de él la sabiduría que los habilitará para hacer todo lo que esté en su poder para elevar los pensamientos y los afectos de aquellos sobre quienes pueden ejercer su influencia. Al obrar por los demás, se experimentará una dulce satisfacción, una paz íntima que será suficiente recompensa. Cuando estén movidos por un elevado y noble deseo de hacer bien a otros, hallarán verdadera felicidad en el cumplimiento de los múltiples deberes de la vida. Esto les proporcionará algo más que una recompensa terrenal; porque todo cumplimiento fiel y abnegado del deber es notado por los ángeles, y resplandece en el registro de la vida. En el cielo nadie pensará en sí mismo, ni buscará su propio placer; sino que todos, por amor puro y genuino, procurarán la felicidad de los seres celestiales que los rodeen. Si deseamos disfrutar de la sociedad celestial en la tierra renovada, debemos ser gobernados aquí por los principios celestiales.

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Cada acto de nuestra vida afecta a otros para bien o para mal. Nuestra influencia tiende hacia arriba o hacia abajo; los demás la sienten, obran de acuerdo con ella, y la reproducen en mayor o menor grado. Si por nuestro ejemplo ayudamos a otros a adquirir buenos principios, les impartimos poder de obrar el bien. A su vez, ellos ejercen la misma influencia benéfica sobre otros, y así ejercemos sobre centenares y millares de personas nuestra influencia inconsciente. Pero, si por nuestros actos fortalecemos o ponemos en actividad las malas facultades que poseen los que nos rodean, participamos de su pecado, y tendremos que dar cuenta por el bien que podríamos haberles hecho y que no les hicimos, porque no hallamos en Dios nuestra fortaleza, nuestro guía, nuestro consejero.

El amor verdadero

El amor verdadero no es una pasión impetuosa, arrolladora y ardiente. Por el contrario, es sereno y profundo. Mira más allá de lo externo, y es atraído solamente por las cualidades. Es prudente y capaz de discriminar y su devoción es real y permanente. Dios nos prueba por los sucesos comunes de la vida. Son las cosas pequeñas las que revelan lo más recóndito del corazón Son las pequeñas atenciones, los numerosos incidentes cotidianos y las sencillas cortesías, las que constituyen la suma de la felicidad en la vida; y el descuido manifestado al no pronunciar palabras bondadosas, afectuosas y alentadoras ni poner en práctica las pequeñas cortesías, es lo que contribuye a formar la suma de la miseria de la vida. Se encontrará al fin que el haberse negado a sí mismo para bien y felicidad de los que nos rodean, constituye una gran parte de lo que se registra en el cielo acerca de la vida. Se revelará también el hecho de que el preocuparse de sí mismo, sin tener en cuenta el bien o la felicidad de los demás, no deja de ser notado por nuestro Padre celestial.

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Hno. B, el Señor está obrando en beneficio suyo, y le bendecirá y fortalecerá si hace lo recto. Usted comprende la teoría de la verdad, y debiera estar obteniendo todo el conocimiento posible acerca de la voluntad y obra de Dios, a fin de estar preparado para ocupar una posición de más responsabilidad, si él, viendo que usted puede glorificar mejor su nombre así, se lo requiriese. Pero tiene todavía que adquirir experiencia. Es demasiado impulsivo y se deja afectar con demasiada facilidad por las circunstancias. Dios está dispuesto a fortalecerle, establecerle y asentarle, si quiere con fervor y humildad pedir sabiduría al que no yerra y que promete no dejársela pedir en vano.

Al enseñar la verdad a otros, está en peligro de hablar en una forma demasiado categórica, que no guarda relación con su corta experiencia. Abarca las cosas con una mirada, y puede ver fácilmente la orientación de los temas. Todos no están capacitados como usted, y no pueden hacer esto. Usted no está dispuesto a esperar con paciencia y calma que pesen las evidencias aquellos que no pueden apreciarlas tan rápidamente como usted. Correrá el peligro de instar demasiado a los demás para que vean enseguida como usted, y sientan todo el celo y la necesidad de acción que usted siente. Si no se realizan sus expectativas, habrá peligro de que usted se desanime, se inquiete y desee un cambio.

Usted debe rehuir la disposición a censurar y abrumar a otros. Evite todo lo que sepa a espíritu de denuncia. No agrada a Dios que este espíritu anime a ninguno de sus siervos de larga experiencia. Es propio de un joven, si tiene esta gracia de la humildad y el adorno interior, que manifieste ardor y celo; pero la actitud de un joven de pocos años de experiencia que manifiesta un celo atropellado y un espíritu denunciador, es muy impropia y causa profundo desagrado. Nada podría destruir tan pronto como esto su influencia. La mansedumbre y la amabilidad, la tolerancia y la longanimidad, el no sentirse fácilmente provocado y el soportarlo, esperarlo y sufrirlo todo, esas cosas son los frutos que produce el precioso árbol del amor, de crecimiento celestial. Este árbol, si se lo nutre, se mantendrá siempre verde, sus ramas no caerán ni se marchitarán sus hojas. Es inmortal, eterno, y regado de continuo por los rocíos del cielo.

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El amor es poder. Este principio encierra una fuerza intelectual y moral, que no puede separarse de él. El poder de la riqueza tiende a corromper y destruir. El poder de la fuerza es grande para hacer daño; pero la excelencia y el valor del amor puro consisten en su eficiencia para hacer bien, solamente el bien. Cualquier cosa que se haga por puro amor, por pequeña o despreciable que sea a la vista de los hombres, es completamente fructífera; porque Dios considera más con cuánto amor se trabajó que la cantidad lograda. El amor es de Dios. El corazón inconverso no puede producir esta planta cultivada por el Cielo, porque ésta vive y florece solamente donde Cristo reina.

El amor no puede vivir sin acción, y cada acto lo aumenta, fortalece y extiende. El amor alcanzará la victoria donde la discusión y la autoridad sean impotentes. El amor no obra por ganancia o recompensa; sin embargo, Dios ha manifestado que toda labor de amor tendrá una gran ganancia como seguro resultado. Su naturaleza es difundirse, y obrar en forma tranquila, aunque en su propósito es poderoso para vencer grandes males. Su influencia enternece y transforma, y al apoderarse de la vida de los pecaminosos afecta su corazón aún cuando ningún otro medio haya tenido éxito.

Dondequiera que se emplee el poder del intelecto, de la autoridad o de la fuerza, y no se manifieste la presencia del amor, los afectos y la voluntad de aquellos a quienes procuramos alcanzar, asumen una actitud defensiva y rebelde, y se refuerza su resistencia. Jesús fue Príncipe de paz. Vino al mundo para poner en sujeción a sí mismo la resistencia y la autoridad. Podía disponer de sabiduría y fortaleza, pero los medios que empleó para vencer el mal, fueron la sabiduría y la fuerza del amor. No permita que nada divida su interés de su obra actual, hasta que Dios considere propio darle otro trabajo en el mismo campo. No procure la felicidad, porque nunca se la halla buscándola. Cumpla sus deberes. Deje que la fidelidad caracterice todas sus acciones, y vístase de humildad.

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“Todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Mateo 7:12. Como fruto de una conducta tal se verán resultados bienaventurados. “Con la misma medida que midiereis, os será vuelto a medir”. Lucas 6:38. Estos son los poderosos motivos que deben constreñirnos a amarnos unos a otros con corazón puro y con fervor. Cristo es nuestro ejemplo. El anduvo haciendo bienes. Vivió para beneficiar a otros. El amor embelleció y ennobleció todas sus acciones. No se nos ordena que nos hagamos a nosotros mismos lo que desearíamos que otros hiciesen con nosotros; debemos hacer a otros lo que quisiéramos que ellos nos hiciesen en iguales circunstancias. Siempre se nos vuelve a aplicar la medida con que medimos.

El amor puro es sencillo en sus manifestaciones, y distinto de cualquier otro principio de acción. El amor por la influencia y el deseo de que otros nos estimen, puede producir una vida bien ordenada, y con frecuencia una conversación intachable. El respeto propio puede inducirnos a evitar la apariencia de mal. Un corazón egoísta puede ejecutar acciones generosas, reconocer la verdad presente y expresar humildad y afecto exteriormente, y sin embargo, los motivos pueden ser engañosos e impuros; las acciones que fluyen de un corazón tal pueden estar privadas del sabor de vida, de los frutos de la verdadera santidad, y de los principios del amor puro. Debe albergarse y cultivarse el amor, porque su influencia es divina.

Los entretenimientos en el sanatorio

Cuando se introdujeron los entretenimientos en el Sanatorio, algunos en _____ manifestaron la superficialidad de su carácter. Estaban contentos y satisfechos; todo concordaba con la frivolidad de su mente. Creyeron que eran buenas para ellos las cosas que se recomendaban para los inválidos; y el Dr. C no es responsable de todos los resultados producidos por el consejo dado a sus pacientes. Los no consagrados, que se hallan en diversas iglesias de los alrededores, se aferraron de la primera apariencia de excusa para entregarse al placer, la hilaridad y la insensatez. Tan pronto como se supo que los médicos del Sanatorio habían recomendado juegos y diversiones para apartar la mente de los pacientes de sí mismos con el fin de infundirles pensamientos más alegres, el asunto se propagó como el fuego en el rastrojo; los jóvenes de _____ y otras iglesias creyeron que necesitaban esas cosas, y muchos depusieron la armadura de justicia. Al no tener más freno, se dedicaron a esas cosas con tanto fervor y perseverancia, como si la vida eterna dependiera de su celo en este asunto. Esa fue la oportunidad de distinguir entre los concienzudos seguidores de Cristo y los que se habían engañado a sí mismos. Algunos no han tomado en serio la causa de Dios. La obra de la verdadera santidad no se ha llevado a cabo en sus almas. No han puesto su confianza en Dios; son inestables, y sólo necesitan una ola para que sus pies queden en el aire y sean llevados de aquí para allá. Los tales pusieron de manifiesto que poseían muy poca estabilidad e independencia moral. No tenían una verdadera experiencia, y por lo tanto andaban a la luz de las chispas que ellos mismos habían encendido. No tenían a Cristo en el corazón para confesarlo al mundo. Profesaban ser sus seguidores, pero las cosas terrenas y temporales mantenían en sujeción sus corazones frívolos y egoístas.

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Había otros que parecían no preocuparse de los entretenimientos en cuestión. Tenían tal confianza en que Dios enderezaría todas las cosas, que su paz mental no se perturbó. Llegaron a la conclusión de que algo recetado a los inválidos no era para ellos y que por lo tanto no tenían por qué preocuparse. Lo que los demás hicieran en la iglesia o en el mundo no tenía nada que ver con ellos; porque -decían- ¿acaso no tenemos que seguir a Cristo? Nos ha dado la orden de andar como él anduvo. Debemos vivir como viendo al Invisible, y hacer de corazón lo que hacemos, como al Señor, y no a los hombres.

Cuando tales cosas surgen, se desarrolla el carácter. El valor moral se puede evaluar ciertamente entonces. No es difícil determinar dónde se encuentran los que profesan piedad y que sin embargo hacen del mundo la fuente de sus placeres y su felicidad. Sus afectos no están dirigidos hacia las cosas de arriba, sino hacia las de la tierra, donde reina Satanás. Andan en tinieblas, y no pueden amar y disfrutar las cosas celestiales porque no las perciben. Están alejados de la vida de Cristo, con el entendimiento entenebrecido. Las cosas del Espíritu les son locura. Sus objetivos concuerdan con los del mundo, y sus intereses y perspectivas se asimilan al mundo y a las cosas terrenales. Si pueden seguir adelante, llevando el nombre de cristianos, y no obstante servir a Dios y a las riquezas, se sienten satisfechos. Pero van a ocurrir algunas cosas para revelar el corazón de éstos que son sólo una carga y una maldición para la iglesia.

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Tatiana Patrasco