Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 153-161, día 088

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Sus mandamientos y su gracia están adaptados a nuestras necesidades, y sin ellos no podemos ser salvos, no importa qué hagamos. Requiere una obediencia que él pueda aceptar. La ofrenda de bienes, o cualquier otro servicio, sin la participación del corazón, no será aceptado. La voluntad debe ser sometida a él. El Señor requiere de ustedes una mayor consagración, una mayor separación del espíritu y la influencia del mundo. 

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. 1 Pedro 2:9. Cristo los ha llamado a ser sus seguidores, a imitar su vida de abnegación y sacrificio, a interesarse en la gran obra de la redención de la especie caída. Ustedes no tienen una noción exacta de la obra que Dios quiere que lleven a cabo. Cristo es su modelo. Lo que les falta es amor. Este puro y santo principio distingue el carácter y la conducta de los cristianos frente a los mundanos. El amor divino tiene una influencia poderosa y purificadora. Sólo se lo encuentra en los corazones renovados, y entonces fluye naturalmente hacia nuestros semejantes. 

“Amaos los unos a los otros -dice el Salvador-, como yo os he amado”. Juan 15:13. Cristo nos ha dado ejemplo de amor puro y desinteresado. Todavía no se han dado cuenta: ustedes de su deficiencia en este aspecto, y la gran necesidad que tienen de alcanzar este ideal celestial, sin el cual todos los buenos propósitos, y todo el celo, aunque fuera de tal naturaleza que los indujera a dar sus bienes para alimentar a los pobres, y sus cuerpos para ser quemados, nada sería. Necesitan esa caridad que todo lo sufre, que no se irrita, que todo lo soporta, que todo lo cree, que todo lo espera. Sin el espíritu de amor, nadie puede ser semejante a Cristo. Si este principio viviente reside en el alma, nadie puede ser semejante al mundo. 

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La conducta de los cristianos es como la de su Señor. El enarboló el estandarte, y a nosotros nos corresponde decidir si nos vamos a reunir en torno de ese estandarte o no. Nuestro Señor y Salvador dejó a un lado su dominio, sus riquezas y su gloria, y vino a buscarnos, para poder salvarnos de la miseria y hacer de nosotros seres semejantes a él. Se humilló a sí mismo y tomó nuestra naturaleza para que pudiéramos aprender de él y, al imitar su vida de generosidad y abnegación, pudiéramos seguirlo paso a paso hasta el Cielo. No podemos ser iguales al Modelo, pero podemos parecernos a él, y de acuerdo con nuestra capacidad obrar de la misma manera. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente. Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37-39. Debería manifestarse tal amor en el corazón de ustedes como para que estuvieran listos para entregar todos los tesoros y honores de este mundo si de esa manera pudieran ejercer influencia sobre un alma para que se dedique al servicio de Cristo. 

Dios los intima para que con una mano, la mano de la fe, se aferren de su brazo poderoso, y con la otra mano, la del amor, alcancen a las almas que perecen. Cristo es el camino, la verdad y la vida. Síganlo. No anden según la carne, sino según el Espíritu. Anden como él anduvo. La voluntad de Dios es que ustedes sean santificados. La obra que tienen que llevar a cabo es hacer la voluntad del que sostiene su vida para su gloria. Si trabajan para sí mismos, nada aprovecharán. Trabajar para el bien de los demás, preocuparse menos de uno mismo y ser más fervorosos en la dedicación de todo a Dios, es algo que a él le resultará aceptable y que recompensará mediante las riquezas de su gracia. 

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Dios no les ha señalado su parte sólo para que la contemplen y se dediquen a preocuparse de ustedes mismos. Se les pide que sirvan a los demás y los cuiden, y al hacerlo se manifestarán los malos rasgos de carácter que necesitan corrección, y se fortalecerán los puntos débiles que necesitan ser robustecidos. Esta es la parte de la obra que nosotros tenemos que hacer; no con impaciencia, a regañadientes, con mala voluntad, sino con alegría, para alcanzar la perfección cristiana. Eliminar de nuestro carácter todo lo que no es precisamente agradable, es imitar a Cristo. Tienen que ser muy celosos de la honra de Dios. Cuán circunspectos deberían ser precisamente en los aspectos de su conducta que no son lo que deberían ser. Si pudieran ver a los ángeles puros con los ojos fijos en ustedes mientras observan para ver de qué manera glorifica a su Maestro el cristiano; o si pudieran verificar con qué aires de triunfo se regocijan y se burlan los ángeles malos al señalar toda senda torcida, para citar después las Escrituras que han sido violadas de esa manera, y comparar la vida de ustedes con la Biblia que profesan seguir, pero de la cual se han apartado, se asombrarían y se alarmarían por causa de ustedes mismos. Se necesita el todo del hombre para constituir un cristiano valiente. ¡Oh, qué criaturas ciegas y miopes somos nosotros! ¡Cuán poco comprendemos las cosas sagradas y cuán débilmente entendemos las riquezas de su gracia! 

Hay algo con lo cual deseo impresionar las mentes de ustedes. Hay intermediarios especiales de Satanás íntimamente relacionados con ustedes, y su poder y su influencia ejercen un efecto manifiesto sobre ustedes, porque no se encuentran lo suficientemente cerca de Dios como para asegurarse la ayuda especial de los ángeles que exceden en fortaleza. La vinculación de ustedes con los enemigos de su Señor es demasiado estrecha, y no se dan cuenta del peligro en que están de que su fe naufrague. Si aunque sea en lo más mínimo animan ustedes a Satanás a que los tiente, se ubican sobre su campo de batalla, y el conflicto entonces será largo y difícil antes que obtengan la victoria y logren triunfar en el nombre de Jesús, quien ya lo venció. 

Satanás tiene grandes ventajas. Poseía el admirable poder intelectual de un ángel, del cual muy pocos tienen una idea justa. Satanás era consciente de su poder; de otra manera no se habría empeñado en un conflicto con el Dios todopoderoso, el Padre eterno y el Príncipe de paz. Satanás observa detenidamente los sucesos, y cuando encuentra alguien que tiene especialmente desarrollado el espíritu de oposición a la verdad de Dios, llega hasta revelarle acontecimientos que no se han cumplido, a fin de asegurarse más firmemente un lugar en su corazón. El que no vaciló en entrar en conflicto con Aquel que sostiene la creación con su mano, tiene malicia para perseguir y dañar. Actualmente mantiene entrampados a los mortales. Durante su experiencia de casi seis mil años, no ha perdido nada de su habilidad ni de su astucia. Durante todo este tiempo ha observado detenidamente todo lo que concierne a nuestra especie. 

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Satanás emplea como sus médiums a personas que se han opuesto acerbamente a la verdad de Dios. Se les presenta asumiendo la forma y vestimenta de otra persona, tal vez un amigo del médium. Convence a éste usando palabras de ese amigo, y relatando circunstancias que están por ocurrir o que realmente han ocurrido, y de las cuales el médium no sabía nada. A veces antes de un fallecimiento o de un accidente, por medio de un sueño o de una caracterización, conversa con su agente y hasta le imparte conocimiento por medio de sus sugestiones. Pero ésta es sabiduría del infierno y no de lo alto. La sabiduría enseñada por Satanás se opone a la verdad, a menos que sea para servir a sus fines, y se viste aparentemente con la luz que rodea a los ángeles. A cierta clase de mentes les sancionará parte de lo que creen los seguidores de Cristo, mientras que les aconsejará rechazar otra parte considerada como error peligroso y fatal. 

Satanás es un obrero maestro. Emplea con buen éxito su sabiduría infernal. Está dispuesto a enseñar a aquellos que rechazan el consejo de Dios contra su propia alma y está capacitado para ello. Suele revestir de toda la bondad posible, y hacer tan atrayente como puede, la carnada que ha descubierto que le es útil para atraer almas a su red, a fin de asegurarlas en su camino infernal. Todos aquellos a quienes entrampe así aprenderán a un costo espantoso cuán insensato es vender el cielo y la inmortalidad por un engaño de consecuencias fatales. 

Nuestro adversario el diablo, no está desprovisto de sabiduría y fuerza. Anda en derredor como león rugiente, buscando a quien devorar. Obrará “con grande potencia, y señales, y milagros mentirosos, y con todo engaño de iniquidad en los que perecen; por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”. 2 Tesalonicenses 2:9, 10. Debido a que rechazaron la verdad “les envía Dios operación de error, para que crean a la mentira; para que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, antes consintieron a la iniquidad”. Vers. 11, 12. Tenemos que contender con un enemigo poderoso y seductor, y nuestra única seguridad estriba en Aquel que va a venir y que consumirá a este gran engañador con el espíritu de su boca y lo destruirá con el resplandor de su venida. 

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Les recomiendo esto en el temor de Dios, y les ruego que se levanten de entre los muertos y entonces Cristo les dará vida. 

El orgullo en los jóvenes

Querida Hna. O, Tenía la intención de conversar con usted antes de salir de _____, pero muchas cosas me lo impidieron. Le escribo sin muchas esperanzas de que esta carta produzca algún cambio especial en su conducta en lo que a su experiencia religiosa se refiere. 

Me he sentido muy triste con respecto a usted. En las reuniones que celebramos en _____, me refería a principios generales y traté de alcanzar los corazones mediante un testimonio que esperaba produjera un cambio en su vida religiosa. He tratado de escribir, como en el Testimonio n.º 12, respecto de los peligros que enfrenta la juventud. Esa visión me fue dada en Róchester. Allí se me mostró que se había cometido un error en su educación a partir de su infancia. Sus padres creían entonces, y se lo dijeron, que usted era cristiana por naturaleza. Sus hermanas manifestaban un amor por usted que más se parecía a la idolatría que a la santificación. Sus padres tenían un amor no santificado por sus hijos, que no les permitía ver sus defectos. A veces, cuando se sublevaban un poquito, las cosas fueron diferentes. Pero usted ha sido mimada y alabada, hasta el punto de que su interés eterno ha sido puesto en peligro. 

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Vi que usted no se conocía a sí misma. Posee una especie de justicia propia que la sume en el engaño con respecto a sus logros espirituales. A veces ha experimentado algo de la influencia del Espíritu de Dios. Pero no sabe nada de la transformación que se produce por la renovación del entendimiento. “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:2. Usted no ha tenido esta experiencia; por lo tanto, no tiene ancla. No es cristiana; pero se le ha dicho toda la vida que es cristiana por naturaleza. Ha dado por sentado que andaba bien, en circunstancias que estaba muy lejos de ser aceptada por Dios. Este engaño se ha ido desarrollando al mismo tiempo que usted iba creciendo, y se ha fortalecido a medida que usted se fortalecía, y amenaza con ser su ruina. Sus padres se han sentido celosos con respecto a sus hijos, y si éstos les traían informes de que alguien los había despreciado, se interesaban en ello y se enojaban inmediatamente, simpatizando con ellos, y cerraban directamente el camino del bien espiritual. 

Usted y su hermana P han manifestado mucho orgullo, que será como paja en el día de Dios. El amor propio y el orgullo -el orgullo por el vestido y la apariencia-, han prevalecido en ustedes. El egoísmo las ha apartado del bien. Ambas necesitan una conversión completa, una total renovación del entendimiento, una transformación cabal o, en caso contrario, no tendrán parte en el reino de Dios. Su apariencia, su buen aspecto, su vestido, no las congraciarán con Dios. Lo que el gran YO SOY nota es la valía moral. No hay verdadera belleza ni en la persona ni en el carácter aparte de Cristo; no hay verdadera perfección ni en los modales ni en la conducta sin las gracias santificadoras del espíritu de humildad, simpatía y verdadera santidad. 

Se me mostró que hay almas que se perderán como consecuencia de la influencia y el ejemplo de ustedes. Han recibido la luz y han tenido privilegios, y tendrán que rendir cuenta de ellos. Ustedes no son naturalmente religiosas ni devotas; por el contrario, tienen que hacer esfuerzos especiales para concentrar la mente en asuntos religiosos. El yo es prominente en ustedes. Su estima propia es muy grande; pero recuerden que el Cielo aprecia el valor moral, y considera que el carácter es precioso y valioso gracias al adorno interior, el ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. El atavío costoso, el adorno exterior, los atractivos personales, se pierden en la insignificancia si se los compara con este valioso logro: un espíritu afable y apacible. El amor de ustedes por la satisfacción propia y los placeres, su falta de consagración y devoción, han perjudicado a muchos. No pudieron beneficiar a los que habían apostatado, porque las vidas de ustedes, en general, eran semejantes a las de los mundanos. 

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Los que visitan _____ quedan con la impresión de que no hay realidad alguna en la religión de ustedes, gracias a ustedes y a otros jóvenes que no tienen experiencia religiosa. El orgullo se fortalece en ellos; aumentan el amor a la ostentación, a la liviandad y al placer, y las cosas sagradas no se perciben. Llegan a la conclusión de que han sido demasiado concienzudos, demasiado peculiares. Porque si los que viven en el mismo centro de la gran obra reciben tan poca influencia de las solemnes verdades que a menudo presentan, ¿por qué habrían de ser ellos tan peculiares? ¿Por qué habrían de temer gozar de placeres cuando al parecer ése era el objetivo de los que tenían más experiencia religiosa en _____? 

La influencia de los jóvenes de _____ se extiende a todos los lugares donde los conocen, y la falta de consagración de sus vidas es ya algo proverbial; y nadie ha tenido una influencia más perjudicial que ustedes mismas. Han deshonrado su profesión de fe y han sido miserables representantes de la verdad. El Testigo fiel dice lo siguiente: “Yo conozco tus obras, que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Apocalipsis 3:15-16. Si, fueran frías, habría alguna esperanza de que se convirtieran; pero cuando la justicia propia lo ciñe a uno en lugar de la justicia de Cristo, el engaño es tan difícil de percibir, y es tan difícil desembarazarse de esa justicia propia, que el problema es muy difícil de solucionar. Un pecador, inconverso e impío, está en mejor condicion que los tales. 

Ustedes son piedra de tropiezo para los pecadores. Su falta de consagración es notable. Están derramando, en lugar de reunir con Cristo. Si Dios me ayudara a despojarlas de esos mantos de justicia propia, tendría esperanza de que pudieran redimir el tiempo y vivir vidas ejemplares. A menudo se han entusiasmado con ello, pero otras veces se han sumido de nuevo en su anterior inactividad y su justicia propia previa, de modo que tienen nombre que viven, en circunstancias que están muertas. El orgullo de ustedes amenaza con ser su ruina. Dios les ha hablado con respecto a este punto. Si no se reforman, les sobrevendrá aflicción; su gozo se convertirá en tristeza, hasta que humillen sus corazones bajo la mano de Dios. El Señor no acepta sus oraciones. Proceden de corazones llenos de orgullo y egoísmo. Usted, mi querida hermana, es vana; ha vivido una vida sin sentido, en circunstancias que si hubiera sido humilde, y hubiera vivido para bendecir a los demás, habría sido una bendición para sí misma y para todos los que la rodean. Quiera Dios perdonar a sus padres y hermanas por la parte que desempeñaron en hacer de usted lo que es, algo que Dios no puede aceptar, algo que, si no cambia, será paja que el fuego consumirá en el día del Señor. 

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Cuando me mostró la actitud egoísta que prevalecía entre los que trabajaban en la oficina -y había algunos que estaban trabajando sólo por el salario que se les pagaba, como si formaran parte de una empresa común-, ustedes dos se encontraban entre ellos. Las dos eran egoístas y estaban preocupadas de ustedes mismas. Su anhelo consistía en complacerse a sí mismas y en obtener salarios más elevados. Esta actitud ha sido en gran medida una maldición para la oficina, y ha acarreado el desagrado del Cielo. Muchos han manifestado demasiada avidez para conseguir dinero. Todo esto es malo. Ha entrado un espíritu mundano, y Cristo ha salido. Quiera Dios apiadarse de su pueblo. Y yo espero que ustedes se conviertan. 

Han manifestado una actitud liviana, y han sido vanas y superficiales en su conversación. ¡Oh, cuán poco han mencionado a Jesús! Su amor redentor no ha inspirado gratitud ni alabanza, ni declaraciones destinadas a magnificar ni su Nombre, ni su amor inmarcesible y abnegado. ¿Cuál ha sido entre ustedes el tema de conversación? ¿A qué pensamientos se han dedicado con más placer? A decir verdad, se puede afirmar que Jesús y su vida de sacrificio, su gracia inmensa y preciosa, y la redención que a tan alto precio obtuvo para nosotros, apenas si figura en los pensamientos de ustedes; por lo contrario, sus mentes están ocupadas con cosas triviales. Complacerse a sí mismas, lograr objetivos en la vida que concuerden con sus gustos, ése es el tema que llena sus mentes. Me gustaría que no hubieran profesado haber resucitado con Cristo, porque no han cumplido los requisitos. “Si, pues, habéis resucitado con Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Colosenses 3:1-2. Háganse esta pregunta: “¿He cumplido yo con los requisitos señalados aquí por el apóstol inspirado? ¿He puesto en evidencia por medio de mi vida que he muerto al mundo y que mi existencia está escondida con Cristo en Dios? ¿Estoy inmersa en Cristo? ¿Estoy apoyada en Aquel que ha prometido que siempre será un pronto auxilio en todo momento de necesidad?” La religión de usted no es formal, pero no comprende especialmente cuán débil, corrompida y vil es por naturaleza. 

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“¡Cristiana por naturaleza!” Esta ilusión ha servido a muchos como un manto de justicia propia, y ha inducido a otros tantos a suponer que tienen esperanza en Cristo, sin un conocimiento vital de él, de su experiencia, de sus pruebas, de su vida de abnegación y sacrificio. Su propia justicia, que tanto valora, es semejante a trapos inmundos. Cristo, el amado Maestro, dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24. Sí, sígalo tanto en los buenos momentos como en los malos. Sígalo al amistarse con los más necesitados y desamparados. Sígalo al olvidarse de sí misma, y al abundar en actos de abnegación y sacrificio en beneficio de los demás; al no responder a la injuria con injuria; al manifestar amor y compasión por la raza caída. El no consideró preciosa su vida: la dio por todos nosotros. Sígalo desde el humilde pesebre hasta la cruz. El fue nuestro Ejemplo. Le dice que si quiere ser su discípula debe tomar la cruz, esa cruz despreciada, y seguirlo. ¿Puede beber de la copa? ¿Puede participar de ese bautismo? 

Las acciones de ustedes dan testimonio de que son ajenas a Cristo. “¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce. ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Porque la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. Santiago 3:11-18. 

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