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“Así que, yo de esta manera corro, no como a cosa incierta; de esta manera peleo, no como quien hiere al aire; antes hiero mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre”. En esto tiene una obra que hacer todo hombre, mujer y niño. Satanás procura constantemente obtener el dominio de nuestro cuerpo y espíritu. Pero Cristo nos ha comprado, y somos su propiedad. Nos toca obrar unidos con Cristo y con los santos ángeles que ministran en nuestro favor. Nos toca mantener en sujeción al cuerpo. A menos que lo hagamos, perderemos ciertamente la vida eterna y la corona de la inmortalidad. Y, sin embargo, algunos dicen: “¿A quién le importa lo que como o bebo?” Os he mostrado qué relación tiene con los demás vuestra conducta. Habéis visto que tiene mucho que ver con la influencia que ejercéis sobre vuestras familias. Tiene un gran papel en la obra de moldear el carácter de vuestros hijos.
Como he dicho antes, vivimos en una era corrupta. Es un tiempo en que Satanás parece ejercer un dominio casi perfecto sobre las mentes que no están plenamente consagradas a Dios. Por lo tanto, descansa una gran responsabilidad sobre los padres y los tutores que tienen que criar a los niños. Los padres han asumido la responsabilidad de traer estos niños a la vida; y ahora, ¿cuál es su deber? ¿Consiste en dejarlos criarse lo mejor que puedan o como quieran? Permitidme deciros que recae una pesada responsabilidad sobre esos padres. “Si pues coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios”. 1 Corintios 10:31. ¿Hacéis esto cuando preparáis alimento para vuestras mesas, y llamáis a la familia a participar de ellos? ¿Estáis colocando delante de vuestros hijos solamente alimentos que producirán la mejor sangre? ¿Contribuirá este alimento a conservar sus cuerpos en la condición menos febril? ¿Es de clase que los pondrá en la mejor condición de vida y salud? ¿Es tal el alimento que procuráis colocar delante de vuestro hijos? ¿O será que, sin mirar a su bienestar futuro, les dais alimentos malsanos, estimulantes e irritantes?
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Permitidme deciros que los niños se inclinan al mal. Satanás parece dominarlos. Se posesiona de sus mentes juveniles y son corrompidos. ¿Por qué obran los padres y las madres como si estuviesen aletargados? No sospechan que Satanás está sembrando mala semilla en sus familias. Son ciegos, negligentes y temerarios hasta el colmo en estas cosas. ¿Por qué no despiertan y se dedican a leer y estudiar estos asuntos? Dice el apóstol: “Mostrad en vuestra fe virtud, y en la virtud ciencia; y en la ciencia templanza, y en la templanza paciencia”, etc. 2 Pedro 1:5-6. Esta es una obra que incumbe a todos los que profesan seguir a Cristo; consiste en vivir de acuerdo con el plan divino de la adición.
Se me ha revelado capítulo tras capítulo. Puedo señalar en esta casa a niños de muchas familias, cada uno de los cuales es tan corrupto como el mismo infierno. Algunos profesan ser seguidores de Cristo, y vosotros sus padres, sois tan indiferentes como si hubierais sufrido un ataque de parálisis.
He dicho que algunos de vosotros sois egoístas. No habéis comprendido lo que quise decir. Habéis estudiado qué tipo de comida tendría mejor sabor. Han prevalecido el gusto y el placer, en lugar de la gloria de Dios y el deseo de avanzar en la vida divina y de perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Habéis consultado vuestro propio placer, vuestro propio apetito; y mientras lo hacíais, Satanás ganaba terreno y, como generalmente sucede, frustraba vuestros esfuerzos en cada ocasión.
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Algunos de vosotros, padres, habéis llevado a vuestros hijos al médico para saber qué les pasaba. Yo podría haberos dicho en dos minutos cuál era el problema. Vuestros hijos están corrompidos. Satanás ha logrado controlarlos. Se ha introducido pasando por delante de vosotros, que sois como Dios para ellos, para guardarlos, mientras estabais tranquilos, atontados y dormidos. Dios os ha mandado que los forméis en el temor y la educación del Señor. Pero Satanás ha pasado por delante de vosotros y ha levantado barreras a su alrededor. Y sin embargo seguís durmiendo. Que el Cielo se compadezca de vosotros y vuestros hijos, pues necesitáis su compasión.
Si hubieseis aceptado la reforma pro salud; si hubieseis añadido a vuestra fe virtud, a la virtud ciencia, y a la ciencia templanza, las cosas podrían haber sido diferentes. Pero habéis sido conmovidos sólo en parte por la iniquidad y la corrupción de vuestros hogares. Sólo habéis entreabierto los ojos y luego os habéis acomodado para seguir durmiendo. ¿Creéis que los ángeles pueden entrar en vuestras casas? ¿Creéis que vuestros hijos pueden ser alcanzados por influencias santas en estas circunstancias? Puedo ver que una familia tras otra han caído casi completamente bajo el control de Satanás. Sé que estas cosas son verdaderas, y quiero que la gente se despierte antes de que sea demasiado tarde, y la sangre de las almas, aun la sangre de las almas de sus propios hijos, manche sus vestiduras.
Las mentes de algunos de estos niños están tan debilitadas que su intelecto es sólo la mitad o un tercio de lo brillante que podría haber sido si hubieran sido virtuosos y puros. Las han derrochado como consecuencia de la masturbación. Aquí mismo en esta iglesia, la corrupción rebosa por todos lados. De vez en cuando hay un canto, o alguna reunión con fines de placer. Cada vez que escucho estas cosas, deseo vestirme de silicio. “¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuente de lágrimas!” “Perdona a tu pueblo, oh Señor”. Me siento angustiada. El sufrimiento de mi alma es indescriptible. Vosotros estáis dormidos. ¿Los relámpagos y los truenos del Sinaí lograrían conmover a esta iglesia? ¿Os inducirían a vosotros, padres y madres, a comenzar la obra de reforma en vuestros propios hogares? Debierais enseñar a vuestros hijos. Debierais instruirlos acerca de cómo rehuir los vicios y las corrupciones de esta era. En lugar de hacer esto, muchos estáis ocupados en cómo proveer algo bueno para comer. Colocáis en vuestras mesas manteca, huevos y carne, y vuestros hijos se sirven de ellos. Los alimentáis precisamente con lo que excita sus pasiones animales, y luego os reunís y pedís a Dios que bendiga y salve a vuestros hijos. ¿Cuán alto llegan vuestras oraciones? Tenéis una obra que hacer primero. Cuando hayáis hecho por vuestro hijos todo lo que Dios os ha dejado para hacer, entonces podréis reclamar con confianza la ayuda especial que Dios ha prometido daros.
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Debierais considerar la temperancia en todas las cosas. Debéis considerarla en lo que coméis y en lo que bebéis. Y sin embargo decís: “A nadie le importa lo que como, o lo que bebo, o lo que coloco sobre mi mesa”. Siempre le importa a alguien, a menos que os llevéis a vuestros hijos y los encerréis, o vayáis al desierto donde no seréis una carga para nadie, y donde vuestros indisciplinados y viciosos hijos no corromperán a la sociedad a la que se incorporan.
Muchos que han adoptado la reforma pro salud han abandonado todo lo perjudicial; pero ¿se sigue de ello que porque han dejado estas cosas, pueden comer tanto como quieran? Se sientan a la mesa, y en vez de considerar cuánto deben comer, se entregan al apetito y comen en exceso. Luego, el estómago debe trabajar hasta el extremo durante el resto del día para eliminar la carga que se le ha impuesto. Todo alimento ingerido, del cual el organismo no deriva beneficio, es una carga para la naturaleza en su trabajo. Estorba la máquina viviente. El organismo queda obstruido y no puede realizar su trabajo con éxito. Los órganos vitales quedan recargados innecesariamente, y la fuerza nerviosa del cerebro es desviada al estómago para ayudar a los órganos digestivos a realizar su obra de disponer de una cantidad de alimento que no beneficia al organismo.
De esta manera la fuerza del cerebro es disminuida por las exigencias que se le imponen para ayudar al estómago a llevar su pesada carga. Y después de realizada la tarea ¿qué sensaciones se experimentan como resultado de este gasto innecesario de fuerza vital? Una sensación de debilidad y desfallecimiento, como que se debiera comer más. Tal vez esta sensación se produce precisamente antes de la hora de comer. ¿Cuál es la causa? La naturaleza se quedó agotada por su trabajo; de ahí viene esa sensación de cansancio. Y pensáis que el estómago dice: “más alimento”, cuando su cansancio dice claramente: “dadme reposo”.
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El estómago necesita descansar a fin de recuperar sus energías agotadas, para dedicarlas al próximo trabajo. Pero en vez de concederle un período de descanso, pensáis que necesita más alimento e imponéis otra carga a la naturaleza y le negáis el reposo que necesita. Es como el caso de un hombre que trabaja en el campo durante toda la primera parte del día hasta cansarse. Al llegar a casa a las doce, dice que está cansado y agotado; pero se le indica que vuelva a trabajar para obtener alivio. Así es como tratáis al estómago. Está totalmente agotado. Pero en vez de darle reposo, se le da más alimento, y luego se desvía la vitalidad de otras partes del organismo hacia el estómago para ayudar en el trabajo de la digestión.
Muchos de vosotros a veces habéis sentido una especie de sopor en el cerebro. Os habéis sentido desganados ante cualquier trabajo que requería esfuerzo ya sea mental o físico, hasta después de haber descansado de esta sobrecarga impuesta al organismo. Luego aparece de nuevo esa sensación de debilidad. Pero vosotros decís que se necesita mas comida y hacéis que el estómago soporte una doble carga. Aun cuando seáis estrictos en cuanto a la calidad de la comida, ¿glorificáis a Dios en vuestros cuerpos y espíritus, que son suyos, al serviros tal cantidad de comida? Los que colocan tanta comida en su estómago, y de ese modo recargan a la naturaleza, no podrían apreciar la verdad aunque la oyeran explicada en detalle. No podrían despertar el entumecido discernimiento del cerebro para tomar conciencia del valor de la expiación y del gran sacrificio hecho por el hombre caído. Es imposible para tales personas apreciar la grande, preciosa, y sumamente rica recompensa que está reservada para los fieles vencedores. Nunca debiera permitirse que la parte animal de nuestra naturaleza gobierne a la parte moral e intelectual.
¿Y cómo influye el comer en exceso sobre el estómago? Lo debilita, los órganos digestivos flaquean, y la enfermedad, con su secuela de males, aparece como resultado. Si las personas ya estaban enfermas, de este modo aumentan sus dificultades y disminuyen su vitalidad cada día de su vida. Hacen que sus poderes vitales trabajen innecesariamente para digerir la comida que colocan en sus estómagos. ¡Qué terrible es estar en estas condiciones! Sabemos algo acerca de la dispepsia por la experiencia propia. La tuvimos en nuestra familia, y consideramos que es una enfermedad a la que debe temerse. Cuando alguien llega a ser definidamente dispéptico, sufre mucho, mental y físicamente; y sus amigos necesariamente sufren también a menos que sean tan insensibles como animales. ¿Y seguiréis insistiendo en que “a nadie le importa lo que como o qué conducta sigo”? Simplemente haced algo que los irrite de algún modo. ¡Qué fácil les resulta irritarse! Se sienten mal y les parece que sus hijos son muy malos. No pueden hablarles con calma, ni actuar con calma en sus hogares a menos que reciban una porción especial de gracia. Todos los que los rodean son afectados por la enfermedad que los aqueja; todos tienen que sufrir las consecuencias de su dolencia. Proyectan una sombra oscura. Entonces, ¿no afectan a otros vuestros hábitos en el comer o el beber? Por cierto que sí. Debierais ser muy cuidadosos y preservaros en el mejor estado de salud de modo que podáis brindar a Dios un servicio perfecto y cumplir con vuestras obligaciones para con la sociedad y vuestra familia.
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Pero aun los que adoptan la reforma pro salud pueden errar en cuanto a la cantidad de comida. Pueden comer sin moderación una comida saludable y de calidad. Algunos en esta casa erran en cuanto a la calidad. Nunca han aceptado la reforma pro salud. Han decidido comer y beber lo que desean y cuando les da la gana. Están deteriorando sus organismos en este modo. No sólo esto sino también están perjudicando a sus familias al presentarles en sus mesas alimentos excitantes que aumentan los instintos animales de sus hijos y los harán prestar poca atención a las comidas celestiales. Los padres están así reforzando los instintos animales de sus hijos y disminuyendo su capacidad espiritual. ¡Qué severo castigo tendrán que sobrellevar en el fin! ¡Y todavía se sorprenden de que sus hijos sean moralmente tan débiles!
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Los padres no han dado la correcta educación a sus hijos. Frecuentemente manifiestan las mismas imperfecciones que se ven en sus hijos. Comen de un modo incorrecto, y esto requiere que su energía nerviosa se concentre en el estómago, y no les queda vitalidad para aplicarla en otras direcciones. No pueden controlar a sus hijos correctamente por causa de su propia impaciencia; tampoco pueden enseñarles el camino correcto. Quizás los tratan rudamente e, impacientes, los golpean. He dicho que al golpear a un niño, mientras permitimos que entren dos malos espíritus, sacamos sólo uno. Castigar físicamente a un niño que se comporta mal sólo empeora las cosas. No lo inducirá a someterse. Cuando el organismo no está en perfectas condiciones, cuando la circulación está alterada, y el sistema nervioso no puede hacer otra cosa que ocuparse de una comida de mala calidad o aun de demasiada cantidad de lo que es bueno, los padres no tienen dominio propio. No pueden darse cuenta de la consecuencia de sus acciones. Aquí está la razón por la cual en su relación con sus familias son más los problemas que causan que los que solucionan. Parecen no comprender la relación que existe entre la causa y el efecto, y obran como si fueran ciegos. Parecen actuar como si al comportarse como salvajes glorificaran a Dios de un modo especial, y si algún miembro de la familia hace algo malo lo sancionan con rudeza y violencia.
¿Quiénes son nuestros hijos? Son solamente nuestros hermanos y hermanas menores en la familia que Dios reconoce como suya. Estamos tratando con los miembros de la familia del Señor. Y mientras se los confía a nuestro cuidado, con cuánto esmero deberíamos educarlos para el Señor, de modo que cuando el Maestro venga podamos decir: “He aquí, Señor, nosotros y los hijos que nos has dado”. ¿Podremos entonces decir: “Hemos tratado de hacer nuestra obra, y hemos tratado de hacerla bien”?
He visto madres de familias numerosas que no se daban cuenta del trabajo que tenían ante sí y ante su propia familia.Querían ser misioneras y hacer una obra grande. Deseaban un puesto elevado, pero descuidaban el mismo trabajo que en su casa se les había asignado. ¡Cuán importante es que la gente se despeje! ¡Cuán importante es que el cuerpo esté tan libre como sea posible de la enfermedad, a fin de que podamos hacer el trabajo que el Señor nos ha encomendado, y esto de una manera que permita al Maestro decir: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu Señor”. Mateo 25:21. Hermanas mías, no despreciéis las pocas tareas que el Señor os ha dado que hacer. Sean las acciones cotidianas tales que en el día del ajuste final de cuentas, no tengáis que avergonzaros frente a lo que anotó el ángel registrador.
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Pero ¿qué diremos del régimen empobrecido? He hablado de cuán importante es que la cantidad y la calidad de los alimentos estén estrictamente de acuerdo con las leyes de la salud. Pero no quisiera recomendar un régimen alimenticio empobrecido. Se me ha mostrado que muchos adoptan una opinión errónea acerca de la reforma pro salud y siguen un régimen demasiado pobre. Se sustentan con alimentos baratos y de mala calidad, preparados sin cuidado ni consideración de la nutrición del organismo. Es importante que el alimento sea preparado con cuidado y que agrade al apetito no pervertido. Debido a que por principio descartamos el uso de carne, manteca (mantequilla), pasteles de carne, especias, tocino y cosas que irritan el estómago y destruyen la salud, nunca debiera inculcarse la idea de que poco importa lo que comemos.
Hay quienes van a los extremos. Según ellos deben comer cierta cantidad precisa y exactamente determinada, y limitarse a dos o tres cosas. Permiten que tanto a ellos como a sus familias se les sirvan pocos alimentos. Al comer cantidades reducidas de alimento, que no son de la mejor calidad, no ingieren lo que puede nutrir adecuadamente el organismo. El alimento de mala calidad no puede convertirse en sangre buena. Un alimento poco nutritivo empobrecerá la sangre. Mencionaré el caso de la hermana A, que se me presentó como un caso extremo.
Se me presentaron dos clases: primero, los que no vivían de acuerdo con la luz que Dios les había dado. Comenzaron la reforma porque otros lo hicieron. No comprendieron el sistema por sí mismos. Hay muchos de vosotros que profesáis la verdad, que la habéis recibido porque otros así lo hicieron, y de ningún modo podríais dar razón de vuestra fe. Por esto sois tan débiles e inseguros. En lugar de considerar vuestros motivos a la luz de la eternidad, en vez de tener un conocimiento práctico de los principios que sustentan vuestras acciones, en lugar de haber cavado vosotros mismos hasta el fondo y construído sobre el fundamento correcto, andáis a la luz de lo que otros hicieron. Y fracasaréis en esto como habéis fracasado en la reforma pro salud. Pero, si os hubieseis guiado por principios esto no hubiera sucedido.
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A algunos no les impresiona la necesidad de comer y beber para la gloria de Dios. La santificación del apetito los afecta en todas las relaciones de la vida. Ello se ve en sus familias, en la iglesia, en la reunión de oración y en la conducta de sus hijos. Ha sido la maldición de sus vidas. Es imposible hacerles comprender las verdades destinadas a estos postreros días. Dios ha provisto abundantemente para el sustento y la felicidad de todas sus criaturas; y si no se violasen sus leyes, y si todos obrasen en armonía con la voluntad divina, se experimentaría salud, paz y felicidad, en vez de miseria y malestar continuos.
Otra clase de personas que han adoptado la reforma pro salud son muy estrictos. Toman una posición, y se mantienen empeci nadamente en esa posición a toda ultranza. La hermana A era una de estas personas. No era comprensiva, amable ni afectuosa como nuestro divino Señor. La justicia era prácticamente lo único que podía entender. Llegó a extremos mayores que el Dr. Trall. Sus pacientes tenían que irse porque no se les daba suficiente alimento. Su dieta empobrecida les daba sangre empobrecida.
Ingeridas como alimento las carnes perjudican a la sangre. Al cocinar carnes con muchos condimentos, y al comerlas con pasteles y tortas suculentas, se obtiene sangre de mala calidad. El organismo está demasiado recargado para asimilar esa clase de alimentos. Los pasteles de carne y los encurtidos, que nunca debieran hallar cabida en un estómago humano, proporcionarán una sangre de pésima calidad. Y un alimento de mala clase, cocinado en forma impropia y en cantidad insuficiente, no puede formar buena sangre. Los alimentos suculentos a base de carne y un régimen empobrecido producirán los mismos resultados.
Acerca de la leche y el azúcar, diré lo siguiente: Conozco personas que se han asustado por la reforma pro salud, y han dicho que no querían saber nada de ella, porque hablaba contra el uso copioso de estas cosas. Los cambios deben hacerse con gran cuidado, y debemos obrar cautelosa y sabiamente. Necesitamos seguir una conducta que nos recomiende a los hombres y mujeres inteligentes del país. Las grandes cantidades de leche y azúcar ingeridas juntas son perjudiciales. Comunican impurezas al organismo. Los animales de los cuales se obtiene la leche no son siempre sanos. Pueden sufrir enfermedades. Una vaca puede estar aparentemente sana por la mañana y morir antes de la noche. En tal caso estaba enferma por la mañana, y su leche también; pero no lo sabíais. La creación animal está llena de enfermedades, y las carnes también. Si pudiésemos saber que los animales estaban en perfecta salud, yo recomendaría a la gente que comiese carne antes que grandes cantidades de leche y azúcar. No les haría el daño que les hacen estas últimas cosas. El azúcar recarga el organismo y estorba el trabajo de la máquina viviente.