Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 391-399, día 115

Un llamado a la iglesia

El 2 de octubre de 1868 me fue mostrada la condición del profeso pueblo de Dios. Muchos estaban en gran oscuridad, sin embargo parecían ser insensibles a su verdadera condición. El discernimiento de un gran número de ellos parecía estar entumecido en lo que se refiere a la captación de las cosas espirituales y eternas, mientras que sus mentes parecían estar bien despiertas a los intereses mundanos. Muchos adoraban a ídolos en sus corazones y practicaban la iniquidad, lo que los separaba de Dios y los transformaba en cuerpos oscuros. Vi a muy pocos que permanecían en la luz, teniendo discernimiento y espiritualidad para descubrir estas piedras de tropiezo y quitarlas del camino. Hay hombres que están en puestos de responsabilidad en el corazón de la obra y están dormidos. Satanás los ha paralizado con el fin de que no descubran sus planes y ardides, mientras que él está activo seduciendo, engañando y destruyendo. 

Algunos que están en los puestos de vigía para advertir al pueblo del peligro han dejado de vigilar y descansan con comodidad. Son centinelas infieles. Permanecen inactivos, mientras su artero enemigo entra en el fuerte y trabaja con éxito a su lado para derribar lo que Dios mandó que se construyera. Ven que Satanás está engañando a los inexpertos e ingenuos; no obstante se quedan callados como si no tuvieran un interés especial, como si estas cosas no fueran de su incumbencia. No ven ningún peligro especial; no ven razón para dar la alarma. A ellos les parece que todo va bien, y no consideran necesario hacer sonar la trompeta con los fieles toques de advertencia que los claros testimonios les presentan, para mostrar al pueblo sus transgresiones y a la casa de Israel sus pecados. Estos reproches y advertencias interrumpen la calma de estos soñolientos centinelas amantes de la comodidad, y se sienten disgustados. Dicen en su corazón, si no en palabras: “No merecemos esto. Es demasiado severo, demasiado duro. Estos hombres están preocupados y excitados sin necesidad, y parecen no estar dispuestos a dejarnos descansar en paz. ‘Os preocupáis demasiado, considerando que toda la congregación es santa, todos y cada uno de ellos’. No nos dejan sentirnos cómodos, ni en paz ni felices. A estos vigías irrazonables y difíciles de complacer sólo los satisface el trabajo, la fatiga, y la incesante vigilancia. ¿Por qué no profetizan cosas gratas, y gritan: paz, paz? Así todo iría mejor”.

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Estos son los verdaderos sentimientos de muchos de nuestro pueblo. Y Satanás se alegra ante su éxito en controlar las mentes de tantos que profesan ser cristianos. Los ha engañado, ha entumecido su discernimiento, y ha plantado su estandarte infernal en medio de ellos, y ellos están tan completamente engañados que no lo reconocen. El pueblo no ha erigido imágenes talladas, sin embargo su pecado no es menor a la vista de Dios. Adoran a Mammón. Aman las ganancias mundanas. Algunos sacrifican su conciencia para obtener su objetivo. El profeso pueblo de Dios es egoísta y ególatra. Aman las cosas de este mundo, y son amigos de las obras de las tinieblas. Se complacen en la injusticia. No tienen amor a Dios ni a sus semejantes. Son idólatras, y son peores, mucho peores, a la vista de Dios que los paganos, adoradores de imágenes talladas que no conocen nada mejor. 

Se requiere que los seguidores de Cristo salgan del mundo, y estén separados, y no toquen lo inmundo, para tener la promesa de ser los hijos e hijas del Altísimo, miembros de la familia real. Pero si no cumplen con las condiciones, no puede cumplirse en ellos la promesa. Una profesión de cristianismo no es nada a la vista de Dios; pero la sincera, humilde, voluntaria obediencia a sus requerimientos señala a sus hijos adoptivos, a los receptores de su gracia, a los participantes de su gran salvación. Estos serán distintos, un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Se notará su carácter peculiar y santo, que los separará claramente del mundo, de sus afectos y lujuria. 

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Vi que sólo pocos de entre nosotros se ajustan a esta descripción. Su amor a Dios es de palabra, no de hecho y en verdad. Su proceder, sus obras, testifican que no son hijos de la luz sino de las tinieblas. No han obrado según Dios sino por egoísmo, y en injusticia. Sus corazones son extraños a su gracia renovadora. No han experimentado el poder transformador que los lleva a andar como Cristo anduvo. Los que son ramas vivas de la vid celestial participarán de la savia y el alimento de la vid. No serán ramas marchitas sin fruto, sino que mostrarán vida y vigor, y florecerán y darán fruto para la gloria de Dios. Se preocuparán por apartarse de toda iniquidad y por perfeccionar su santidad en el temor de Dios.

Como el antiguo Israel, la iglesia ha deshonrado a su Dios apartándose de la luz, descuidando sus deberes, y abusando del alto y exaltado privilegio de ser de un carácter peculiar y santo. Sus miembros han violado el pacto por el que prometieron vivir por Dios y sólo por él. Se han unido con los egoístas y amadores del mundo. Han fomentado el orgullo, el amor por el placer y el pecado, y Cristo se ha apartado de ellos. Su Espíritu se ha extinguido en la iglesia. Satanás trabaja hombro con hombro con los profesos cristianos; no obstante les falta tanto discernimiento espiritual que no lo detectan. No sienten la responsabilidad de la obra. Las solemnes verdades que profesan creer no son una realidad para ellos. No tienen una fe genuina. Los hombres y mujeres actuarán de acuerdo con la fe que en realidad poseen. Por sus frutos los conoceréis. No su profesión de fe, sino los frutos que llevan, muestran la clase de árbol del que dependen. Muchos tienen una forma de piedad, sus nombres están en los registros de la iglesia; pero tienen un registro manchado en el Cielo. El ángel registrador ha escrito fielmente sus obras. Cada acto egoísta, cada palabra equivocada, cada deber no realizado, cada pecado secreto, cada astuto fingimiento está fielmente asentado en el libro de registros que lleva el ángel registrador. 

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Una gran cantidad de los que profesan ser siervos de Cristo no lo son en realidad. Están engañando a sus almas para su propia destrucción. Mientras profesan ser siervos de Cristo, no viven en obediencia a su voluntad. “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” Muchos, mientras profesan ser siervos de Cristo, obedecen a otro amo, trabajando diariamente en contra del Maestro al que profesan servir. “Ninguno puede servir a dos Señores; o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y las riquezas”. Mateo 6:24. 

Intereses mundanos y egoístas ocupan el alma, la mente y el vigor de los profesos seguidores de Dios. En todos sus intereses y objetivos son siervos de Mammón. No han experimentado la crucifixión al mundo, con sus afectos y lujuria. Pero pocos de entre los muchos que profesan ser seguidores de Cristo pueden decir con el apóstol: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. Gálatas 6:14. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la came, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a si mismo por mí”. Gálatas 2:20. Si una obediencia voluntaria y un verdadero amor caracterizan las vidas del pueblo de Dios, su luz brillará con un brillo santo hacia el mundo. 

Las palabras que Cristo dirigió a sus discípulos estaban dedicadas a todos los que habrian de creer en su nombre: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres”. Mateo 5:13. Una profesión de santidad sin el principio viviente es tan completamente sin valor como la sal sin sus cualidades preservativas. Un profeso cristiano sin principios es un objeto de escarnio, un reproche para Cristo, una deshonra para su nombre. “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Asi alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:14-16. 

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Las buenas obras del pueblo de Dios tienen una influencia más poderosa que las palabras. Al ver su vida virtuosa y sus actos generosos el que los observa desea la misma justicia que produjo tan buenos frutos. Se siente cautivado por ese poder de Dios que transforma a los egoístas seres humanos a la imagen divina, y Dios recibe honra y su nombre, gloria. Pero el hecho de que el pueblo de Dios está esclavizado por el mundo deshonra al Señor y desacredita su causa. Su pueblo está en amistad con el mundo, el enemigo de Dios. Su única esperanza de salvación es separarse del mundo y celosamente mantener su carácter de pueblo apartado, santo y peculiar. ¡Oh! ¿por qué el pueblo de Dios insiste en no cumplir con los requerimientos expresos de su Palabra? Si lo hicieran tomarían conciencia de las excelentes bendiciones dadas gratuitamente por Dios a los humildes y obedientes. 

Me sentí azorada al ver la terrible oscuridad de muchos de los miembros de nuestras iglesias. La falta de verdadera santidad era tal que eran cuerpos de oscuridad y muerte, en lugar de ser la luz del mundo. Muchos profesaban amar a Dios, pero lo negaban en sus obras. No lo amaban, servían ni obedecían. Sus propios intereses egoístas estaban en primer lugar. Un gran número parecía tener una alarmante carencia de principios. Influencias no consagradas los desviaban y parecían no estar bien arraigados. Pregunté qué significaban estas cosas. ¿Por qué había tal falta de espiritualidad, y tan pocos que tuvieran una experiencia viva de las cosas religiosas? Se me señalaron las palabras del profeta: “Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro. ¿Acaso he de ser yo en modo alguno consultado por ellos? Háblales, por tanto, diles: Así ha dicho Jehová el Señor: Cualquier hombre de la casa de Israel que hubiere puesto sus ídolos en su corazón, y establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro, y viniere al profeta, yo Jehová responderé al que viniere conforme a la multitud de sus ídolos, para tomar a la casa de Israel por el corazón, ya que se han apartado de mí todos ellos por sus ídolos”. Ezequiel 14:3-5. 

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Se me mostró que el pueblo de Dios se había descarriado. No tiene su mira en la gloria de Dios. Su propia gloria es lo que importa. Tratan de gloriarse a sí mismos y no obstante se llaman cristianos. La santidad de corazón y la pureza de la vida era el gran tema de las enseñanzas de Cristo. En el Sermón del Monte, después de especificar lo que debe y no debe hacerse para recibir bendiciones, dice: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. 

La perfección, la santidad, nada menos que esto, les permitiría practicar los principios que él les había dado. Sin esta santidad el corazón humano es egoísta, pecador y perverso. La santidad hará que el que la posee lleve frutos y abunde en buenas obras. Nunca se cansará de hacer el bien, tampoco tratará de escalar posiciones en este mundo. Solamente pondrá su interés en el momento cuando la Majestad del Cielo exaltará a los santificados a su trono. Entonces les dirá: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Mateo 25:34. Luego el Señor enumerará las obras de abnegación, misericordia, compasión y justicia, que ellos han hecho. La santidad del corazón producirá buenas acciones. Es la ausencia de espiritualidad, de santidad, lo que lleva a las malas acciones, a la envidia, al odio, a los celos, a las malas sospechas, y a todo pecado odioso y abominable.

En el temor de Dios he tratado de presentar al pueblo sus riesgos y sus pecados, y me he esforzado, poniendo en mi debilidad lo mejor de mí misma, para despertarlos. He anunciado cosas sorprendentes que, si hubiesen creído, les habrían causado angustia y terror, y los hubieran llevado a ser celosos y arrepentirse de sus pecados e iniquidades. Les he dicho que, de acuerdo a lo que se me mostró, sólo un pequeño número de los que ahora profesan creer en la verdad serían al fin salvos, no porque no podían ser salvos, sino porque no quisieron ser salvos del modo indicado por Dios. El camino señalado por nuestro divino Señor es demasiado angosto y la puerta demasiado estrecha para admitirlos mientras que estén sujetos al mundo o mientras abriguen egoísmo o pecado de cualquier tipo. No hay lugar para estas cosas; y sin embargo hay sólo pocos que aceptan separarse de ellas, para poder andar por la senda angosta y entrar por la puerta estrecha. 

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Las palabras del Señor son claras: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta: porque os digo que muchos procurarán entrar y no podrán”. Lucas 13:24. No todos los profesos cristianos son cristianos de corazón. Hay pecadores en Sión ahora, como los había en la antigüedad. Isaías se refiere a ellos cuando habla del día de Dios: “Los pecadores se asombraron en Sión, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas? El que camina en justicia y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala; éste habitará en las alturas; fortaleza de rocas será su lugar de refugio; se le dará su pan, y sus aguas estarán seguras”. Isaías 33:14-16. 

Hay hipócritas que tiemblan cuando pueden verse a sí mismos. Su propia vileza los aterrorizará en aquel día que llegará pronto, un día en que “Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él”. Isaías 26:21. ¡Oh, quisiera que pudieran ser presa del terror, que pudieran tener una sensación vívida de su condición y despertar mientras haya misericordia y esperanza, confesar sus pecados, y humillar sus almas grandemente delante de Dios, para que él pueda perdonar sus transgresiones y restaurar sus pecados! El pueblo de Dios no está preparado para las aterradoras, angustiosas escenas que tenemos por delante, para permanecer libre del mal y las pasiones entre los peligros y corrupciones de esta era degenerada. No tienen puesta la armadura de la justicia, y no están preparados para luchar en contra de la predominante iniquidad. Muchos no obedecen los mandamientos de Dios, no obstante profesan hacerlo. Si fueran fieles en obedecer todos los estatutos de Dios tendrían un poder que llevaría convicción a los corazones de los incrédulos. 

He tratado de cumplir con mi deber. He señalado los pecados específicos de algunos. Se me mostró que en la sabiduría de Dios no serían revelados los pecados y errores de todos. Todos tendrían luz suficiente para ver sus pecados y errores, si así lo deseaban y sinceramente anhelaban dejarlos, y perfeccionar la santidad en el temor del Señor. Podrían ver qué pecados Dios señalaba y desaprobaba en los demás. Si ellos acariciaban estos mismos pecados, debían darse cuenta de que Dios los aborrecía y estaban separados de él; y que a menos que celosamente se propusieran dejarlos de lado serían dejados en tinieblas. Dios es demasiado puro para contemplar la iniquidad. Un pecado es tan lamentable a su vista en un caso como en el otro. No hará excepciones un Dios imparcial. Estos testimonios individuales están dirigidos a todos los que son culpables, aunque sus nombres puedan no estar ligados con el testimonio especial presentado; y si las personas pasan por alto y encubren sus propios pecados porque sus nombres no son mencionados específicamente, Dios no los hará prosperar. No pueden avanzar en la vida divina, sino que llegarán a estar cada vez más en tinieblas, hasta que la luz del Cielo se apartará completamente de ellos. 

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Los que profesan santidad, pero no están santificados por la verdad que profesan, no cambiarán sustancialmente su proceder, el cual -según saben- es desagradable a la vista de Dios, porque no se los ha hecho pasar por la prueba de ser censurados individualmente por sus pecados. Ven, por medio de los testimonios de otros, que se les presenta fielmente su caso. Están fomentando el mismo mal. Al continuar en su camino de pecado, violan sus conciencias, endurecen sus corazones, y se mantienen altivos, exactamente como lo hubiesen hecho si el testimonio hubiera sido dirigido directamente a ellos. Al pasarlo por alto y negarse a dejar de lado sus pecados y corregir sus errores por medio de la humilde confesión, el arrepentimiento y la humillación, eligen su propio camino, y son abandonados a él, y finalmente son tomados cautivos por Satanás y sujetos a su voluntad. Pueden llegar a ser muy osados porque pueden ocultar sus pecados de los demás y porque los juicios de Dios no los alcanzan de un modo visible. Pueden ser aparentemente prósperos en este mundo. Pueden engañar a los pobres, miopes mortales y ser considerados como ejemplos de piedad aunque estén en sus pecados. Pero no pueden engañar a Dios. “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal. Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios”. Eclesiastés 8:11-13. Aunque la vida de un pecador pueda prolongarse en la tierra, sin embargo no será así en la tierra nueva. Deberá estar entre el grupo que David menciona en su salmo: “Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra”. Salmos 37:10-11. 

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Se promete misericordia y verdad a los humildes y penitentes, pero el juicio está preparado para los pecadores y rebeldes. “Justicia y juicio son el cimiento de tu trono”. Un pueblo malvado y adúltero no escapará a la ira de Dios y al castigo que justamente merece. El hombre ha caído; y será la obra de toda una vida, ya sea larga o corta, recuperarse de esa caída, y restaurar, por medio de Cristo, la imagen divina que perdiera por el pecado y las continuas transgresiones. Dios requiere una completa transformación del alma, cuerpo, y espíritu a fin de recuperar la condición perdida por medio de Adán. Dios misericordiosamente envía rayos de luz para mostrar al hombre su verdadera condición. Si se empeña en no andar en la luz es porque es evidente que se complace en las tinieblas. No se acerca a la luz por temor de ser reconvenido por sus obras. 

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