Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 399-407, día 116

El caso de N. Fuller ha apenado y angustiado mi espíritu en gran manera. Es terrible que se haya entregado al control de Satanás y que haya obrado iniquidad como lo ha hecho. Creo que es la voluntad de Dios que este caso de hipocresía e infamia sea traído a la luz de un modo tal que resulte de advertencia a otros. He quí un hombre que conocía las enseñanzas de la Biblia, y que había escuchado personalmente los testimonios presentados por mí en contra de los pecados que él practicaba. Más de una vez me había oído hablar decididamente acerca de los principales pecados de esta generación, me había oído decir que la corrupción abundaba en todo lugar, que las bajas pasiones controlaban generalmente a los hombres y las mujeres, que entre las masas se cometían continuamente los crímenes más sombríos, y se contaminaban en su propia corrupción. Las iglesias nominales están llenas de fornicación y adulterio, crimen y asesinato, como resultado de las bajas pasiones y la concupiscencia; pero estas cosas se mantienen ocultas. Hay ministros que ocupan altos cargos, que son culpables; sin embargo un manto de santidad cubre sus oscuros actos, y continúan año tras año con su proceder hipócrita. Los pecados de las iglesias nominales han alcanzado al cielo, y los honestos de corazón recibirán luz y saldrán de entre ellos. 

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De acuerdo con la luz que Dios me ha dado, un gran número de los adventistas del primer día [domingo] consideran la fornicación y el adulterio como pecados que Dios pasa por alto. Estos pecados se practican muy comúnmente. No reconocen las exigencias de la ley de Dios. Han transgredido los mandamientos del gran Jehová y celosamente enseñan a sus oidores a hacer lo mismo, declarando que la ley de Dios ha sido abolida y no tiene jurisdicción sobre ellos. De acuerdo con este libre estado de cosas, el pecado no parece tan tremendamente pecaminoso; “pues por la ley es el conocimiento del pecado”. Podemos encontrar en este grupo a hombres que han de engañar, mentir, y dar rienda suelta a sus concupiscencias. Pero los hombres que reconocen como vigentes los Diez Mandamientos, que observan el cuarto mandamiento del Decálogo, debieran practicar en sus vidas los principios de los diez preceptos promulgados con sobrecogedora grandiosidad en el Sinaí. 

Los adventistas del séptimo día, que profesan esperar y amar la aparición de Cristo, no debieran seguir el proceder de los mundanos. Estos no son la regla para los observadores de los mandamientos. Tampoco debieran tomar ejemplo de los adventistas del primer día, que se niegan a reconocer las demandas de la ley de Dios y la pisotean. Esta clase de gente no debiera ser criterio para ellos. Los adventistas que guardan los mandamientos ocupan un lugar especial exaltado. Juan los vio en una santa visión y los describió así: “He aquí los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. Apocalipsis 14:12. 

El Señor hizo un pacto especial con el antiguo Israel: “Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa”. Éxodo 19:5-6. Se dirige al pueblo que guarda sus mandamientos en estos últimos días diciendo: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”. 

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No todos los que profesan guardar los mandamientos de Dios guardan sus cuerpos en santificación y honor. El más solemne mensaje que alguna vez haya sido encomendado a mortales ha sido confiado a este pueblo, y pueden tener una influencia poderosa si permiten que este mensaje los santifique. Profesan estar asentados sobre el elevado pedestal de la verdad eterna, y guardar todos los mandamientos de Dios; por lo tanto, si se complacen en el pecado, y cometen fornicación y adulterio, su crimen es diez veces más grande que el de las personas que he mencionado, quienes no reconocen la vigencia de la ley de Dios. De un modo muy especial los que profesan guardar la ley de Dios lo deshonran y desacreditan la verdad al transgredir sus preceptos. 

Fue el predominio de este mismo pecado, la fornicación entre el pueblo del antiguo Israel, lo que les acarreó la manifestación clara del desagrado de Dios. Sus juicios luego siguieron inmediatamente a su infame pecado; miles cayeron, y sus cuerpos corruptos fueron abandonados en el desierto. “Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. No seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire no caiga”. 1 Corintios 10:5-12. 

Sobre todos los demás pueblos del mundo, los adventistas del séptimo día debieran ser modelos de piedad, santos de corazón y conducta. Afirmé en presencia de N. Fuller que del puebloescogido por Dios como su tesoro peculiar, se requería que fuese elevado, refinado y santificado, partícipe de la naturaleza divina, habiendo escapado a la corrupción que está en el mundo por la concupiscencia. Si los que hacen tan alta profesión de fe se complacen en el pecado y la iniquidad, su culpa será muy grande. El Señor reprende los pecados de uno para que los demás también se sientan amonestados y teman. 

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Las amonestaciones y reprensiones no se dan a los que yerran entre los adventistas porque su vida sea más censurable que la de los profesos cristianos de las iglesias nominales, no porque su ejemplo o sus actos sean peores que los de los adventistas que no quieren prestar obediencia a los requisitos de la ley de Dios; sino porque tienen gran luz, y porque por su profesión de fe han asumido la posición de pueblo especial y escogido de Dios, y llevan la ley de Dios escrita en su corazón. Al prestar obediencia a las leyes de su gobierno manifiestan su lealtad al Dios del Cielo. Son los representantes de Dios en la tierra. Cualquier pecado que haya en ellos los separa de Dios, y de una manera especial, deshonra su nombre y brinda a los enemigos de su santa ley la ocasión de echar oprobio sobre su causa y su pueblo, a quien ha llamado “linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido” (1 Pedro 2:9), a fin de que manifiesten las alabanzas de Aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. 

Las personas que se oponen a la ley del gran Jehová, y que consideran virtud especial el hablar, escribir y actuar en la forma más acerba y odiosa para revelar el desprecio que sienten por aquella ley, pueden hacer una exaltada profesión de amar a Dios y aparentar mucho celo religioso, como lo hacían los príncipes de los sacerdotes y ancianos judíos; y sin embargo, en el día de Dios, la Majestad del cielo dirá de ellos: “Hallado falto”. “Por la ley es el conocimiento del pecado” Romanos 3:20. Se enfurecen contra el espejo que habría de descubrirles los defectos de su carácter, porque les señala sus pecados. Los dirigentes adventistas que han rechazado la luz están encendidos de furor contra la santa ley de Dios, como lo estuvo la nación judía contra el Hijo de Dios. Terriblemente engañados, engañan a otros. No quieren acudir a la luz que reprendería sus acciones. No quieren ser enseñados. Pero el Señor reprende y corrige a los que profesan observar su ley. Señala sus pecados y presenta su iniquidad, porque desea separar de ellos todo pecado y perversidad, a fin de que perfeccionen la santidad en su temor, y estén preparados para morir en el Señor, o ser trasladados al Cielo. Dios los reprende y corrige, a fin de que sean refinados, santificados, elevados, y finalmente exaltados a su propio trono. 

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El pastor Fuller ha escuchado el testimonio presentado en público de que en el profeso pueblo de Dios no eran todos santos, que algunos eran corruptos. Dios trataba de elevarlos, pero ellos se negaban a acceder a un plano superior de acción. Los corruptos instintos animales predominaban, y las facultades morales e intelectuales eran sojuzgadas y hechas sus siervas. Los que no controlan sus pasiones bajas no pueden apreciar la expiación ni darle el valor correcto al alma. No experimentan ni entienden la salvación. La gratificación de los instintos animales es la más alta ambición de sus vidas. Dios no aceptará otra cosa que no sea la pureza y la santidad; una mancha, una arruga, un defecto en el carácter, los excluirá por siempre del Cielo, con todas sus glorias y tesoros. 

Se han hecho amplias provisiones para todos los que sincera, seria, y reflexivamente se empeñan en la obra de perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Fortaleza, gracia y gloria han sido provistas a través de Cristo, para que los ángeles ministradores las lleven a los herederos de salvación. Nadie es tan bajo, tan corrupto y vil que no pueda encontrar en Jesús, quien murió por él, fortaleza, pureza y justicia, si consiente en apartarse de sus pecados, cesar en su proceder inicuo, y volverse con un corazón sincero al Dios vivo. El está esperando para quitarles sus vestiduras manchadas y contaminadas por el pecado, y ponerles las blancas y brillantes vestiduras de justicia; y les manda que vivan y no mueran. En él pueden florecer. Sus ramas no se marchitarán ni quedarán sin fruto. Si moran en él, pueden extraer savia y nutrimento de él, ser imbuidos de su Espíritu, andar como él anduvo, vencer como él venció, y ser exaltados a su propia mano derecha. 

El pastor Fuller ha sido amonestado. Las advertencias dadas a otros lo condenan. Los pecados censurados en otros lo censuraban a él y le dieron suficiente luz para ver cómo Dios con sideraba los crímenes del tipo de los que él estaba cometiendo, sin embargo él no consintió en apartarse de su mal camino. Continuó llevando adelante su espantosa e impía obra, corrompiendo los cuerpos y almas de su rebaño. Satanás había fortalecido las concupiscencias que este hombre no refrenaba, y las utilizaba en su causa para llevar a las almas a la muerte.

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A pesar de que profesaba guardar la ley de Dios, estaba, del modo más inexcusable, violando sus claros preceptos. Se ha dado a la gratificación del placer sensual. Se ha vendido para obrar mal. ¿Cuál será la paga de un hombre tal? La indignación y la ira de Dios lo castigarán por el pecado. La venganza de Dios se levantará en contra de aquellos cuyas concupiscencias han sido ocultadas bajo una capa ministerial. Mientras que profesaba ser un pastor del rebaño, estaba llevando al rebaño a una ruina segura. Estos tremendos resultados son los frutos de la mente carnal, que “son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. Romanos 8:7. 

Me fue señalado este texto: “No reine, pues el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”. Romanos 6:12-13. Profesos cristianos, aunque no se os dé más luz que la contenida en este texto, no tendréis excusa si permitís que os controlen las bajas pasiones. 

La Palabra de Dios es suficiente para iluminar la mente más oscurecida y puede ser comprendida por los que así deseen hacerlo. Pero a pesar de todo esto, algunos que profesan estudiar la Palabra de Dios se muestran en oposición directa con sus más claras enseñanzas. Luego, para dejar a los hombres y mujeres sin excusas, Dios da testimonios claros y agudos, atrayéndolos a la Palabra de la que descuidadamente se han apartado. No obstante, los que van en pos de sus propias concupiscencias se alejan de esta luz. No quieren dejar su conducta pecaminosa, sino que continúan complaciéndose en la injusticia frente a las amenazas y la venganza de Dios en contra de los que hacen tales cosas. 

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Hace mucho que he planeado hablar a mis hermanas y decirles que, de acuerdo con lo que el Señor se ha complacido en mostrarme de vez en cuando, ellas están en gran error. No son cuidadosas de abstenerse de toda apariencia de mal. No son lo suficientemente discretas en su comportamiento como corresponde a mujeres que profesan santidad. Sus palabras no son tan cuidadas y bien elegidas como debieran ser las de mujeres que han recibido la gracia de Dios. Tratan a sus hermanos con demasiada familiaridad. Permanecen cerca de ellos, se inclinan hacia ellos y parecen elegir su compañía. Se sienten altamente gratificadas con su atención. 

Según la luz que me ha dado el Señor, nuestras hermanas debieran comportarse de otro modo. Debieran ser más reservadas, menos atrevidas y fomentar entre ellas “pudor y modestia”. Tanto los hermanos como las hermanas se complacen en mantener charlas demasiado joviales cuando están juntos. Mujeres que profesan santidad participan en demasiadas bromas, chistes y risas. Esto es impropio y entristece al Espíritu de Dios. Estas exhibiciones revelan una falta del verdadero refinamiento cristiano. No fortalecen el alma en Dios, sino acarrean gran oscuridad; alejan a los puros y refinados ángeles celestiales y rebajan a un nivel inferior a los que practican estos errores lamentables. 

Nuestras hermanas siempre debieran desarrollar una mansedumbre genuina; no debieran ser audaces, conversadoras y atrevidas, sino modestas y recatadas, cuidadosas al hablar. Deben fomentar la cortesía. Ser bondadosas, tiernas, compasivas, perdonadoras y humildes sería apropiado y muy agradable a Dios. Si tienen este comportamiento los caballeros no las molestarán con una atención indebida, ya sea en la iglesia o afuera. Todos notarán que hay un sagrado círculo de pureza que rodea a estas mujeres temerosas de Dios, el cual las proteje de cualquiera de estas licencias injustificables. 

Algunas mujeres que profesan santidad se comportan con una libertad descuidada y vulgar que lleva al mal. Pero esas mujeres piadosas cuyas mentes y corazones están ocupados en meditar en temas que fortalecen una vida pura, y que elevan el alma y la disponen a la comunicación con Dios, no serán fácilmente alejadas de la senda de rectitud y virtud. Serán fortalecidas en contra de los sofismas de Satanás; estarán preparadas para resistir sus seductoras artimañas. 

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La vanagloria, las modas del mundo, los deseos del ojo, y las concupiscencias de la carne están relacionadas con la caída de los desafortunados. Se fomenta lo que es agradable al corazón natural y a la mente carnal. Si hubieran erradicado de sus corazones las concupiscencias de la carne, no serían tan débiles. Si nuestras hermanas sintieran la necesidad de purificar sus pensamientos, y nunca se permitieran una conducta descuidada que lleva a actos incorrectos, no mancharían para nada su pureza. Si vieran las cosas como Dios me las ha presentado, sentirían tal repudio por los actos impuros que no se encontrarían entre los que caen en las tentaciones de Satanás. 

Un predicador puede tratar temas sagrados y santos y sin embargo no tener un corazón santo. Puede entregarse a Satanás para que obre maldad y corrompa las almas y cuerpos de su rebaño. No obstante, si las mentes de las mujeres y las jóvenes que profesan amar y temer a Dios, fueran fortificadas con su Espíritu, si hubieran ejercitado sus mentes con pensamientos puros y se hubieran preparado para evitar toda apariencia de mal, estarían a salvo de cualquier insinuación impropia y estarían protegidas de la corrupción que prevalece a su alrededor. Refiriéndose a sí mismo el apóstol Pablo escribió: “Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”. 1 Corintios 9:27. 

Si un ministro del Evangelio no controla sus bajas pasiones, si no logra seguir el ejemplo del apóstol, y deshonra su profesión de fe con el sólo hecho de mencionar la práctica del pecado, nuestras hermanas ni por un instante debieran engañarse creyendo que el crimen pierde su pecaminosidad en lo más mínimo porque su ministro se atreve a practicarlo. El hecho de que hombres que ocupan lugares de responsabilidad se muestren familiarizados con el pecado no debiera disminuir la culpa y la enormidad del pecado en las mentes de nadie. El pecado debiera aparecer exactamente tan pecaminoso, tan horrendo, como había sido hasta entonces; y las mentes de los puros y elevados debieran repudiar y evitar al que práctica el pecado, como huirían de una serpiente cuya mordedura fuera mortal. 

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Si las hermanas fuesen nobles y puras de corazón, cualquier insinuación corrupta, aun de parte de sus ministros, sería repelida con tal firmeza que no se repetiría nunca más. Deben ser mentes terriblemente confundidas por Satanás las que escuchan la voz del seductor porque es un ministro, y en consecuencia faltan a los claros y positivos mandamientos de Dios y se engañan pensando que no cometen pecado. Acaso no tenemos las palabras de Juan: “El que dice: Yo le he conocido, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y no hay verdad en él”. 1 Juan 2:4. ¿Qué dice la ley? “No cometerás adulterio”. Cuando un hombre profesa guardar la santa ley de Dios, y es un ministro de las cosas sagradas, se aprovecha de la confianza que su rango inspira y busca satisfacer sus bajas pasiones, este sólo hecho debiera ser suficiente para hacer ver a una mujer que profesa la piedad que, aunque su profesión es tan exaltada como los cielos, una propuesta impura de parte de él viene de Satanás vestido de ángel de luz. No puedo creer que la Palabra de Dios sea una presencia constante en los corazones de los que tan fácilmente rinden su inocencia y virtud ante el altar de las concupiscencias. 

Hermanas mías, evitad hasta la apariencia del mal. En esta era disoluta y abundante en corrupción, no estáis seguras a menos que permanezcáis en guardia. La virtud y la modestia son raras. Os ruego que como seguidoras de Cristo, con una exaltada profesión de fe, fomentéis la preciosa e inestimable gema de la modestia. Esta protegerá la virtud. Si albergáis la esperanza de ser finalmente exaltadas para estar en la compañía de los ángeles puros y sin pecado, y vivir en una atmósfera donde no hay la más pequeña mancha de pecado, sed modestas y virtuosas. Nada sino la pureza, la sagrada pureza, podrá soportar el gran examen, resistir el día de Dios, y ser recibida en un cielo puro y santo. 

Las más pequeñas insinuaciones, vengan de quien vinieran, invitándoos a cometer pecado o a permitir la menor licencia injustificada para con vuestras personas, debieran ofenderos como el peor de los insultos a vuestra dignidad de mujeres. Un beso en la mejilla, en un momento y lugar inoportunos, debiera haceros rechazar al emisario de Satanás con disgusto. Si viene de alguien que detenta un importante puesto y se ocupa de las cosas sagradas, el pecado es diez veces más grande, y debiera hacer que una mujer o joven temerosa de Dios se aparte con horror, no sólo del pecado que os haría cometer, sino también de la hipocresía y bajeza de quien la gente respeta y honra como siervo de Dios. Está manejando asuntos sagrados, y sin embargo ocultando la bajeza de su corazón con su vestimenta de ministro. Temed cualquier manifestación de familiaridad semejante. Estad seguras de que el más mínimo atisbo de esta familiaridad evidencia una mente lasciva y un ojo concupiscente. Si esta actitud se alienta en lo más mínimo, si se tolera cualquiera de las libertades mencionadas, tenéis la mejor evidencia de que vuestras mentes no son puras y castas como debieran ser, y que el pecado y el crimen son atractivos para vosotras. Rebajáis el nivel de vuestro carácter de mujeres dignas y virtuosas, y dais clara evidencia de que habéis permitido que una pasión concupiscente, baja, brutal y ordinaria se mantenga viva en nuestro corazón y nunca haya sido crucificada. 

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