El joven rico preguntó a Jesús qué debía hacer para heredar la vida eterna. Jesús le señaló los Diez Mandamientos de su Padre, diciéndole que la obediencia a ellos era necesaria para su salvación. Cristo le dijo que él conocía los mandamientos, y que si los obedecía, tendría vida. Nótese su respuesta: “Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud”. A este joven engañado Jesús lo mira con piedad y amor. Está a punto de revelarle que falla en no guardar de corazón los mandamientos que confiadamente aseveró que estaba obedeciendo. Jesús le dice: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz”. Marcos 10:21.
Jesús llama la atención de este joven directamente al defecto de su carácter. El cita su propia vida de abnegación, en la que aceptó llevar su cruz. Había dejado todo por la salvación del hombre, instó al joven a imitar su ejemplo, y le aseguró que debiera tener un tesoro en el cielo. ¿Saltó de gozo el corazón del joven ante la seguridad de que de cierto tendría un tesoro en el cielo? ¡Oh, no! Sus tesoros terrenales eran su ídolo, eclipsaban el valor de la herencia eterna. Se vuelve de la cruz, de la vida de sacrificio del Redentor, hacia este mundo. Siente un persistente deseo por la herencia celestial, no obstante se muestra reacio a aceptar la perspectiva. Fue una lucha decidir qué elegir, pero finalmente decidió continuar con su amor por sus tesoros terrenales.
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Este joven tenía grandes posesiones, y su corazón estaba fijo en ellas. No podía consentir en transferir sus tesoros al cielo apartando sus afectos de ellos y haciendo bien con ellos bendiciendo a la viuda y al huérfano, y ser así rico en buenas obras. El amor de este joven por sus tesoros terrenales era más fuerte que su amor por sus semejantes y por la herencia inmortal. Hizo su elección. El incentivo presentado por Cristo, de asegurarse un tesoro en el cielo, fue rechazado, por cuanto no podía consentir en cumplir con las condiciones. El poder de su amor por sus riquezas terrenales triunfó, y el cielo, con toda su atractiva gloria, fue sacrificado por los tesoros del mundo. El joven estaba muy triste, por cuanto quería los dos mundos; y sacrificó el celestial por el terrenal.
Muy pocos se dan cuenta del poder de su amor por las riquezas hasta que se ven obligados a pasar por la prueba. Muchos que profesan ser seguidores de Cristo, muestran entonces que no están preparados para el cielo. Sus obras testifican que aman las riquezas más que a sus semejantes o a su Dios. Igual que el joven rico, preguntan por el camino a la vida, y cuando se les señala el camino, y consideran el costo, y se convencen de que deben sacrificar sus riquezas terrenales y llegar a ser ricos en buenas obras, deciden que el cielo cuesta demasiado. Cuanto más grandes son los tesoros acumulados en la tierra, más difícil es para el que los posee darse cuenta de que no son suyos, sino que le son prestados para usarlos para la gloria de Dios.
Jesús aquí aprovecha la oportunidad para dar a sus discípulos una impresionante lección: “Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” “Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Marcos 10:23, 25.
Aquí se ve el poder de las riquezas. La fuerza del amor a las riquezas en la mente humana es casi paralizadora. Muchos se emboban por las riquezas, y actúan como si no estuvieran en su sano juicio. Cuanto más tienen, de las riquezas de este mundo, más desean. Sus temores de verse en necesidad aumentan con sus riquezas. Están siempre dispuestos a acumular bienes para el futuro. Son mezquinos y egoístas, y temen que Dios no haga provisión para sus necesidades futuras. Tales personas son ciertamente pobres con Dios. A medida que se han acumulado sus riquezas, han puesto su confianza en ellas y no han tenido fe en Dios ni en sus promesas.
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El hombre pobre que tiene fe y confianza en Dios, que confía en el amor y el cuidado del Señor, que abunda en buenas obras, y que con buen criterio usa lo poco que tiene para bendecir a los demás con sus recursos, es rico en Dios. Considera que su prójimo tiene derechos que él no puede descuidar sin dejar de obedecer el mandamiento de Dios: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Los pobres que son ricos en Dios consideran la salvación de sus semejantes de mayor importancia que todo el oro y la plata que el mundo contiene.
Cristo señala el modo por el cual los que tienen riquezas terrenales y no son ricos en Dios pueden conseguir las verdaderas riquezas. Dice: Vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. El remedio que Jesús propone a los ricos es transferir sus afectos de las riquezas terrenales a la herencia eterna. Al invertir sus recursos en la causa de Dios para ayudar en la salvación de las almas, y al bendecir a los necesitados con sus bienes, llegan a ser ricos en buenas obras y están “atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna”. 1 Timoteo 6:19. Esta será una inversión segura. Pero muchos muestran por sus obras que no se atreven a confiar en el banco del cielo. Prefieren invertir sus recursos en la tierra más bien que enviarlos para que los precedan al cielo, para que sus corazones puedan estar en sus tesoros celestiales.
Hermano mío, usted tiene una obra ante sí, esforzarse por vencer la codicia y el amor a las riquezas mundanales, y especialmente la confianza en sí mismo debido al éxito aparente que ha tenido en conseguir las cosas de este mundo. Los pobres hombres ricos, que profesan servir a Dios, son dignos de piedad. Mientras profesan conocer a Dios, por sus obras lo niegan. ¡Cuán grande es la oscuridad de tales personas! Profesan creer en la verdad, pero sus obras no están de acuerdo con su profesión. El amor a las riquezas los hace egoístas, exigentes y altaneros. La riqueza es poder, con frecuencia el amor a ellas deprava y paraliza todo lo noble y toda semejanza a Dios que hay en el hombre.
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Las riquezas acarrean grandes responsabilidades. Obtener riquezas por medios injustos, estafando en las transacciones comerciales, oprimiendo a la viuda y al huérfano o acaparando riquezas y distendiendo las necesidades de los indigentes, eventualmente traerá la justa retribución descrita por el inspirado apóstol: “¡Velad ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos”. Santiago 5:1-4.
Los más humildes y los más pobres de los fieles discípulos de Cristo, ricos en buenas obras, son más benditos y más preciosos a la vista de Dios que los hombres que se jactan de sus grandes riquezas. Son más honorables en las cortes celestiales que los reyes y nobles más exaltados que no son ricos en Dios.
El apóstol Pablo exhortó a Timoteo para que instara a los ricos: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna”. 1 Timoteo 6:17-19. La amonestación es aplicable a usted, hermano N, y a muchos que profesan creer en la verdad para estos últimos días. Los que acumulan riquezas o invierten mucho en tierras, mientras que privan a sus familias de las comodidades de la vida, actúan como hombres insensatos. No permiten que sus familias gocen de las cosas que Dios les ha dado abundantemente. Sin embargo tienen grandes posesiones, sus familias se ven frecuentemente obligadas a trabajar mucho más de lo que les permiten sus fuerzas para ahorrar aun más recursos y acumularlos. El cerebro, los huesos y los músculos están sobrecargados al extremo para acumular, y la religión y los deberes cristianos se descuidan. Trabajo, trabajo, trabajo, es todo lo que ansían desde la mañana hasta la noche.
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Muchos no manifiestan un ferviente deseo de comprender la voluntad de Dios y entender sus demandas. Algunos de los que tratan de enseñar la verdad a otros, ellos mismos no obedecen la Palabra de Dios. Cuanto más maestros de este tipo tenga la causa de Dios, tanto menos próspera será.
Muchos a quienes Dios ha confiado riquezas no consideran que están obrando en contra de sus propios intereses eternos al retener egoístamente sus recursos. El apóstol les muestra que al llegar a ser ricos en buenas obras están obrando en su favor. Están haciendo provisión para ellos mismos, acumulando en el cielo un perdurable tesoro, para poder apropiarse de la vida eterna. Al distribuir sus recursos según las necesidades de la causa, y ayudar a los necesitados, están fielmente haciendo la obra que Dios les ha asignado; y el registro de sus abnegados, generosos y amantes actos se escribirá en el libro del cielo. Todo acto de justicia será inmortalizado, aunque el que lo hizo pueda pensar que no ha hecho nada digno de notarse. Si el comportamiento diario de los que profesan la verdad fuera un ejemplo vivo de la vida de Cristo, emitirían una luz que guiaría a otros al Redentor. Sólo en el cielo serán completamente apreciados los benditos resultados, en la salvación de otros, de una vida consecuente, armoniosa y santa.
Hermano mío, usted tiene mucho que hacer en su familia para mostrarles que la verdad ha hecho una buena obra en usted y que ha tenido una influencia suavizante, refinadora, elevadora en su vida y en su carácter. Usted profesa creer que vivimos en los últimos días y que estamos dando el mensaje probatorio y de advertencia al mundo; ¿muestra usted esto por sus obras? Dios lo está probando, y él revelará los verdaderos sentimientos de su corazón.
El Señor le ha confiado talentos en recursos para usarlos en el progreso de su causa, para bendecir a los necesitados, y para aliviar al desamparado. Usted puede hacer mucho más bien con sus recursos que lo que puede hacer predicando mientras que retiene sus bienes. ¿Ha entregado sus talentos en bienes a los cambistas, para que cuando el Maestro venga y diga, “Da cuenta de tu mayordomía”, pueda, sin turbarse, presentarle los talentos duplicados, tanto el capital como el interés, porque no los ha acumulado, no los ha enterrado egoístamente en la tierra, sino que los ha utilizado? Revise la historia de su vida pasada. ¿A cuántos ha bendecido con sus recursos? ¿Cuántos corazones se han sentido agradecidos por sus actos liberales? Por favor lea el capítulo 58 de Isaías. ¿Ha desatado las ligaduras de impiedad? ¿Ha intentado soltar las cargas de opresión, ha dejado libres a los quebrantados, y ha roto todo yugo? ¿Ha cubierto al desnudo?
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Si usted ha sido rico en estas buenas obras, puede reclamar las promesas dadas en este capítulo: “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás y te oirá Jehová; clamarás y dirá él: Heme aquí”. “Y si dieres tu pan al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan”. Pero ahora usted no tiene derecho a estas bendiciones prometidas. No se ha ocupado en hacer esta obra. Mire hacia atrás en su pasado y considere cuán pobre es en actos buenos, nobles y generosos. Usted ha hablado de la verdad, pero no la ha vivido. Su vida no ha sido elevada y santificada, sino que ha estado caracterizada por el egoísmo y la avaricia. Usted se ha servido a sí mismo fielmente. Es tiempo de que cambie de proceder y trabaje con diligencia para asegurarse el tesoro celestial.
Usted ha perdido mucho que nunca podrá recuperar. No aprovechó las oportunidades para hacer el bien, y su infidelidad ha sido registrada en los libros del cielo. La vida de Cristo fue caracterizada por la abnegación, el renunciamiento y la benevolencia desinteresada. Usted no tiene una visión correcta de la preparación necesaria para el reino de Dios. Sus ideas son demasiado mezquinas. Hablar es barato, no cuesta mucho. Las obras, los frutos determinan el carácter del árbol. ¿Qué frutos ha dado usted? El apóstol Santiago exhorta a sus hermanos: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” Santiago 2:14-16. Sus buenos deseos, hermano mío, no satisfarán las necesidades. Las obras deben testificar de la sinceridad de su simpatía y amor. ¿Cuántas veces ha cumplido usted el ejemplo anterior al pie de la letra?
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Usted tiene muy buen concepto de sí mismo, sin embargo tiene una obra que hacer que ningún otro hombre puede hacer por usted. Debe cambiar su carácter, debe haber una transformación de su ser entero. Usted ama la verdad en palabra, pero no en obra. Ama al Señor un poco, pero ama más a sus riquezas. ¿Le diría el Maestro, si lo encontrara como se haya usted ahora: “Bien, buen siervo y fiel;… entra en el gozo de tu Señor?” ¿A qué gozo se refiere aquí? “El cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Hebreos 12:2. El gozo puesto delante de Jesús fue el de ver almas redimidas por el sacrificio de su gloria, su honor, sus riquezas y su propia vida. La salvación del hombre era su gozo. Cuando todos los redimidos estén reunidos en el reino de Dios, él verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho.
Los que son colaboradores de Cristo participantes con él en su abnegación y su sacrificio, pueden ser un instrumento para traer almas a Cristo, y pueden verlas salvas, eternamente salvas, para alabar a Dios y al Cordero que las ha redimido.
Pleasanton, Kansas,
15 de octubre 1870.
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No habrá tiempo de gracia después que venga Cristo
Hermano O,
Al escribir acerca de los peligros de otros, su caso me preocupa. Por varios meses he estado buscando una oportunidad de escribirle a usted y a otros; pero el trabajo constante me ha impedido escribir todos los testimonios que me han sido dados para casos individuales.
Con frecuencia su caso me ha preocupado, pero no me he sentido libre de escribirle. He escrito muchos testimonios que me han sido dados para otros, algunos de los cuales, en muchos aspectos, se aplicarían a usted. El objeto de publicar los testimonios es que aquellos que no están señalados personalmente, pero que están tanto en el error como los que fueron reprendidos, puedan ser advertidos por medio de las reprensiones dirigidas a otros. Pensé que no era mi deber dirigirme a usted personalmente. Sin embargo, al escribir testimonios individuales a los que están en peligro de descuidar su deber hacia la causa de Dios, y así causar un daño, una pérdida a su propia alma, no me siento libre de dejar su caso sin escribirle.
La última visión que recibí fue hace más de dos años. Entonces se me indicó enunciar principios generales, al hablar y al escribir, y al mismo tiempo especificar los peligros, errores y pecados de algunos individuos, para que todos pudieran ser advertidos, reprobados y aconsejados. Vi que todos debieran escudriñar su propio corazón y su vida de cerca para ver si ellos no han cometido los mismos errores por los cuales otros fueron corregidos, y si las amonestaciones dadas a otros, no se aplicaban a su propio caso. Si así fuera, debieran considerar que el consejo y las reprensiones fueron dadas especialmente para ellos, y debieran aplicarlas de un modo tan práctico como si fueran dirigidas especialmente a ellos mismos.
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Los que tienen un amor natural por el mundo y han sido remisos en cumplir su deber, pueden ver sus propias faltas especificadas en los casos de otros que han sido reprendidos. Dios tiene el propósito de probar la fe de todos los que sostienen ser seguidores de Cristo. El probará la sinceridad de las oraciones de todos los que aducen que seriamente desean conocer su deber. El les aclarará su deber. Dará a todos amplia oportunidad de revelar lo que está en su corazón. El conflicto será muy íntimo entre el yo y la gracia de Dios. El yo luchará por lograr el dominio, y se opondrá a la obra de poner la vida y los pensamientos, la voluntad y los afectos, en sujeción a la voluntad de Cristo. La negación de uno mismo y la cruz están a lo largo de todo el camino a la vida eterna; por eso, “pocos son los que la hallan”.
Dios está probando el carácter de todos. Está probando su amor por su causa y por la propagación de la verdad que profesan que es de inestimable amor. El que escudriña los corazones está juzgando, por los frutos que llevan, quiénes son realmente seguidores de Cristo; quiénes, como su divino Modelo, renunciarán a los honores y tesoros del mundo, y consentirán en llegar a ser de ninguna reputación, prefiriendo el favor de Dios y la cruzde Cristo, para que al fin puedan asegurarse las verdaderas riquezas, el tesoro guardado en el cielo, la recompensa, la gloria eterna.
Los que no desean realmente conocerse, dejarán que las reprensiones y advertencias pasen a otros, y no discernirán que se refieren a sus propios casos, y que señalan sus errores y peligros. Motivos terrenales y egoístas enceguecen la mente y actúan sobre el alma, de modo que no puede renovarse según la imagen divina. Los que por medio de su propia naturaleza perversa no resisten la voluntad de Dios, no serán dejados en tinieblas, sino que serán renovados en conocimiento y verdadera santidad, y hasta se gloriarán en la cruz de Cristo.
Se me ha mostrado que, en el tiempo oportuno, Dios me impondría la carga de decirle a algunos individuos, como Natán le dijo a David: “Tú eres el hombre”. Muchos aparentemente creen en los testimonios dados a otros, y como David, expresan su juicio acerca de ellos, cuando debieran escudriñar de cerca su propio corazón, analizar su propia vida, y hacer una aplicación práctica de las minuciosas reprensiones y advertencias dadas a otros.
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Hermano O, se me ha mostrado que sus afectos están más en sus tesoros terrenales de lo que usted se da cuenta. Está confundido en su percepción del deber. Y cuando el Espíritu de Dios opera en su mente y lo lleva a hacer lo que está de acuerdo con la voluntad y los requerimientos de Dios, otras influencias que no están en armonía con la obra de Dios para este tiempo le impiden obedecer los llamados de la voluntad divina. El resultado es que su fe no es perfeccionada por las obras. Debiera apartar sus afectos de sus tesoros terrenales. A veces, cuando en contra de sus deseos y cálculos, sus recursos pasaban a las filas del enemigo, y así se perdían para la causa de Dios, usted parecía muy perplejo y preocupado. Talentos en riquezas le han sido confiados por el Maestro para que los acreciente para su gloria. Usted es su mayordomo y debiera ser muy cauteloso para no descuidar su deber. Por naturaleza es un hombre que ama al mundo, e inclinado a reclamar como suyos los talentos de las riquezas confiadas a su cuidado. Pero, con el tiempo, escuchará: “Da cuenta de tu mayordomía”.