Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 134-144, día 153

Se me mostró que el tiempo de prueba de algunos en los alrededores de pronto iba a concluir, y que era importante que su trabajo estuviera terminado como para ser aceptado por Dios, para que en el arreglo final de cuentas puedan oír del Maestro las palabras “Bien hecho”. También se me mostró la inconsistencia de aquellos que profesan creer la verdad mientras retienen sus recursos de la causa de Dios, para que puedan dejarlos a sus hijos. Muchos padres y madres son pobres en medio de la abundancia. En cierta medida, reducen sus propias comodidades personales y frecuentemente se abstienen de aquellas cosas que son necesarias para disfrutar de vida y salud, mientras que tienen amplios recursos a su disposición. Sienten que les está vedado, por decirlo así, apropiarse de sus medios para su propia comodidad o con propósitos caritativos. Tienen ante sí un objetivo, esto es, guardar sus bienes para dejarlos a sus hijos. Esta idea es tan prominente, se encuentra tan entretejida con todas sus acciones, que sus hijos aprenden a anticipar el momento cuando la propiedad será de ellos. Dependen de ello, y esta perspectiva ejerce una influencia importante, aunque no favorable, en sus caracteres. Algunos llegan a ser derrochadores, otros se vuelven egoístas y avaros, y aun otros llegan a ser indolentes y precipitados. Muchos no cultivan hábitos de economía; no procuran llegar a ser independientes. Andan a la deriva, y tienen poca estabilidad de carácter. Las impresiones recibidas en su infancia y juventud forman parte de la textura de su carácter y llegan a ser el principio motor de su vida madura.

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Aquellos que se han familiarizado con los principios de la verdad debieran seguir de cerca la Palabra de Dios como su guía. Debieran dar a Dios las cosas que son de Dios.

Se me mostró que varios en Vermont estaban cometiendo un gran error al apropiarse de los medios que Dios había confiado a su custodia. Estaban pasando por alto las demandas de Dios sobre todo lo que tienen. El enemigo de la justicia había cegado sus ojos, y estaban tomando un curso de acción que resultaría desastroso para ellos y para sus queridos hijos. 

Los hijos estaban influyendo sobre sus padres para que dejaran su propiedad en las manos de ellos a fin de apropiarse de ella de acuerdo con su criterio. Con la luz de la Palabra de Dios, tan sencilla y clara respecto al dinero prestado a los mayordomos, y con las advertencias y reprensiones que Dios ha dado mediante los Testimonios en cuanto a la distribución de los recursos; si con toda esta luz ante ellos, los hijos, ya sea directa o indirectamente influyen sobre sus padres para que repartan su propiedad mientras vivan, o para que la den en testamento principalmente a los hijos a fin de que pase a manos de ellos después de la muerte de sus padres, asumen enormes responsabilidades. Los hijos de padres ancianos que profesan creer la verdad, debieran, en el temor de Dios, aconsejar y suplicar a sus padres que sean fieles a su profesión de fe y que tomen un curso de acción referente a sus recursos, que Dios pueda aprobar. Los padres debieran depositar para ellos tesoros en el cielo destinando sus recursos ellos mismos para el avance de la causa de Dios. No debieran privarse ellos mismos del tesoro celestial dejando un exceso de recursos a personas que tienen suficiente; al hacer esto no sólo se privan del precioso privilegio de depositar en los cielos un tesoro que no falla, sino que roban de la tesorería de Dios.

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En el congreso declaré que cuando la propiedad es dejada en testamento principalmente a los hijos, mientras que no se destina nada a la causa de Dios, o si acaso, una cantidad mezquina indigna de ser mencionada, esta propiedad frecuentemente resultaría en una maldición para los hijos que la heredan. Sería una fuente de tentación y abriría una puerta por la cual estarían corriendo el riesgo de caer en muchas concupiscencias peligrosas y dañinas. 

Los padres deberían ejercer el derecho que Dios les ha dado. Les ha confiado los talentos que tendrían que usar para su gloria de acuerdo a su voluntad. Los hijos no debieran llegar a ser responsables de los talentos del padre. Mientras tienen mentes sanas y buen juicio, los padres debieran—con piadosa consideración y con la ayuda de consejeros adecuados que tengan experiencia en la verdad y un conocimiento de la voluntad divina—disponer de sus bienes. Si tienen hijos que están enfermos o que están luchando con la pobreza, y que harán un uso juicioso de los recursos, debieran ser tenidos en cuenta. Pero si tienen hijos incrédulos que poseen abundancia de las cosas de este mundo, y que están sirviendo al mundo, cometen un pecado contra el Amo de todo, que los ha hecho sus mayordomos, al colocar medios en las manos de ellos meramente porque son sus hijos. No se deben considerar livianamente los requerimientos de Dios. 

Y debiera entenderse claramente que por el hecho de que los padres han hecho su testamento, esto no les impedirá dar recursos a la causa de Dios mientras vivan. Debieran hacerlo. Tendrían que tener la satisfacción aquí, y la recompensa en el más allá, de disponer de sus recursos extra mientras vivan. Debieran hacer su parte para promover la causa de Dios. Debieran usar los medios que el Amo les ha prestado para llevar adelante la obra que necesita hacerse en su viña. 

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El amor al dinero yace a la raíz de casi todos los delitos cornetidos en el mundo. Los padres que retienen egoístamente sus recursos para enriquecer a sus hijos, y que no ven las necesidades de la causa ni las alivian, cometen un error terrible. Los hijos a quienes piensan bendecir con sus recursos son malditos a través de ellos. 

El dinero dejado a los hijos frecuentemente se convierte en una raíz de amargura. A menudo disputan sobre la propiedad que se les dejó y en caso de un testamento, rara vez están todos satisfechos con la distribución hecha por el padre. Y en vez de que los recursos dejen una animada gratitud y reverencia por su memoria, crean insatisfacción, murmuración, envidia y falta de respeto. Hermanos y hermanas que estaban en paz entre ellos entran a veces en desacuerdo, y las disensiones familiares son a menudo el resultado de los recursos heredados. Las riquezas son deseables sólo como un medio para suplir las necesidades presentes y de hacer bien a otros. Pero las riquezas heredadas, más frecuentemente llegan a ser una trampa para el poseedor que una bendición. Los padres no debieran tratar que sus hijos enfrenten las tentaciones a las que los exponen al dejarles recursos que ellos mismos no han hecho ningún esfuerzo para ganar. 

Se me mostró que algunos hijos que profesan creer en la verdad, en una manera indirecta han influido sobre el padre para que guarde sus recursos para sus hijos en vez de asignarlos a la causa de Dios mientras vive. Aquellos que han influenciado sobre su padre para que cambie la administración de sus bienes para beneficiarlos a ellos, poco saben lo que están haciendo. Están acumulando sobre ellos mismos una doble responsabilidad, la de inclinar la mente del padre para que no cumpla el propósito de Dios en la distribución de los medios que Dios le prestó, a fin de ser usados para su gloria, y la responsabilidad adicional de convertirse en mayordomos de medios que el padre debería haber prestado a los banqueros, para que el Amo pudiera recibir lo suyo con intereses. 

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Muchos padres cometen un gran error al sacar sus propiedades de sus manos y colocarlas en las de sus hijos mientras ellos mismos son responsables por el uso o abuso del talento que Dios les ha prestado. La transferencia de los bienes no hace más felices ni a los padres ni a los hijos. Y los padres generalmente lamentan esta acción de su parte, incluso si viven pocos años más. El amor a los padres por parte de los hijos no aumenta con este curso de acción. Los hijos no sienten mayor gratitud ni obligación hacia sus padres por su liberalidad. A la raíz del asunto parece haber una maldición, que aflora en egoísmo de parte de los hijos y en desdicha y sentimientos miserables de dependencia restringida de parte de los padres. 

Si los padres, mientras viven, ayudaran a sus hijos a valerse por ellos mismos, esto sería mejor que dejarles una suma grande de dinero al morir. Los hijos a quienes se les permite confiar principalmente en sus propios esfuerzos llegan a ser mejores hombres y mujeres, y están mejor capacitados para la vida práctica que aquellos hijos que han dependido de los bienes de su padre. Los hijos a quienes se les permite depender de sus propios recursos generalmente valoran sus aptitudes, mejoran sus privilegios, y cultivan y dirigen sus facultades para cumplir un propósito en la vida. Frecuentemente desarrollan caracteres con rasgos de laboriosidad, frugalidad y valor moral, que yacen en el fundamento del éxito en la vida cristiana. Aquellos hijos por quienes los padres hacen más, frecuentemente sienten la menor obligación hacia sus progenitores. Los errores de los que hemos hablado han existido. Los padres han transferido la administración de sus bienes a sus hijos.

En el congreso campestre, en 1870, apelé a aquellos que tenían recursos a que los usaran en la causa de Dios como sus fieles mayordomos, y que no dejaran esta obra a sus hijos. Es una tarea que Dios les ha dejado a ellos para que lo hagan, y cuando el Amo los llame a rendir cuentas, ellos puedan, como fieles mayordomos, devolverle lo que les ha prestado, tanto el capital inicial como el interés.

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Me fueron presentados los hermanos X, Y y Z. Estos hombres estaban cometiendo un error respecto a la asignación de sus recursos. Algunos de sus hijos estaban influyendo sobre ellos en este asunto, y estaban acumulando sobre sus almas responsabilidades que no estaban en condiciones de llevar. Estaban abriendo una puerta e invitando al enemigo a entrar con sus tentaciones para hostigarlos y destruirlos. Los dos hijos menores del hermano X estaban en gran peligro. Se estaban asociando con individuos de una clase de carácter que no los elevaría, sino que los degradaría. La influencia sutil de estas amistades estaba ejerciendo una influencia imperceptible sobre estos jóvenes. La conversación y la conducta de malos compañeros eran de tal carácter que los separaba de la influencia de sus hermanas y de los esposos de sus hermanas. Mientras hablaba sobre este tema en el congreso, me sentí profundamente afectada. Conocía a las personas que estaban ante mí a quienes había visto en visión. Les insistí a quienes me oían en la necesidad de una completa consagración a Dios. No mencioné nombres porque no se me permitía hacer esto. Debía explayarme sobre los principios, apelar a los corazones y conciencias, y dar una oportunidad para desarrollar el carácter a aquellos que profesaban amar a Dios y observar sus mandamientos. Dios les enviaría advertencias y admoniciones, y si realmente deseaban hacer su voluntad tenían una oportunidad. Fue dada la luz, y luego tendríamos que esperar y ver si ellos vendrían a la luz.

Dejé el congreso con una carga de ansiedad en mi mente en relación con las personas cuyo peligro se me había mostrado. En unos pocos meses nos llegaron noticias de la muerte del hermano Y. Su propiedad fue dejada a sus hijos. En el pasado mes de diciembre tuvimos una cita para celebrar reuniones en Vermont. Mi esposo estaba indispuesto y no pudo ir. A fin de atenuar un chasco demasiado grande, consentí en ir a Vermont en compañía de la hermana Hall. Hablé a la gente con cierta libertad, pero las reuniones de nuestra conferencia no estuvieron libres de obstáculos. Sabía que el Espíritu del Señor no podía tener un camino libre de impedimentos hasta que se hicieran confesiones y hubiese un quebrantamiento del corazón ante Dios. No pude guardar silencio. El Espíritu del Señor estaba sobre mí y relaté brevemente la esencia de lo que he escrito. Mencioné los nombres de algunos presentes que estaban interponiéndose en el camino de la obra de Dios.

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Se había demostrado ante ellos el resultado de dejar la propiedad a los hijos mediante un testamento, y también de que los padres traspasaran la responsabilidad de su mayordomía a sus hijos mientras aún vivían. La codicia había inducido a los hijos del hermano Y a seguir un curso de conducta erróneo. Esto era especialmente cierto de uno de sus hijos. Trabajé fielmente, contando las cosas que había visto en relación con la iglesia, especialmente respecto a los hijos del hermano Y. Uno de estos hermanos, él mismo, un padre, tenía corrompido el corazón y la vida, y era un descrédito para la causa preciosa de la verdad presente; su baja norma moral estaba pervirtiendo a la juventud.

El Espíritu del Señor vino a las reuniones, y algunos hicieron confesiones humildes, acompañadas de lágrimas. Después de la reunión tuve una entrevista con los hijos menores del hermano X. Les rogué y les imploré que por el bien de sus almas dieran un cambio radical a su conducta, abandonaran la compañía de aquellos que los estaban conduciendo a la ruina, y buscaran las cosas que contribuyeran a su paz. Mientras intercedía por estos jóvenes, mi corazón se sintió atraído a ellos, y anhelé verlos sometidos a Dios. Oré por ellos y los insté a orar por ellos mismos. Estábamos ganando la victoria; estaban cediendo. Se oyó la voz de cada uno de ellos en oración humilde y penitencial, y sentí que ciertamente la paz de Dios descansaba sobre nosotros. Parecía que a nuestro alrededor había ángeles, y me vi envuelta en una visión de la gloria de Dios. Nuevamente se me mostró el estado de la causa. Vi que algunos se habían descarriado lejos de Dios. La juventud estaba en un estado de apostasía.

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Me fue mostrado que los dos hijos menores del hermano X eran por naturaleza jóvenes de buen corazón, concienzudos, pero que Satanás había cegado su percepción. Sus compañeros no eran todos de ese grupo que fortalecería y mejoraría la moral de ellos o aumentaría su comprensión y amor por la verdad y las cosas celestiales. “Un pecador destruye mucho bien”. Eclesiastés 9:18. El ridículo y la conversación corrupta de estos compañeros habían tenido su efecto para desvanecer las impresiones serias y religiosas. 

Es un error que los cristianos se asocien con aquellos cuya moral es relajada. Un trato íntimo y cotidiano que ocupa el tiempo sin contribuir en ninguna medida a la fuerza del intelecto o a la moral es peligroso. Si la atmósfera moral que rodea a las personas no es pura y santificada, sino que está contaminada con corrupción, aquellos que la respiran encontrarán que actúa casi insensiblemente sobre el intelecto y el corazón para envenenar y arruinar. Es peligroso estar relacionado con aquellos cuyas mentes se mueven naturalmente en un nivel bajo. Aquellos que por naturaleza son concienzudos y aman la pureza, en forma gradual e imperceptible se colocarán en el mismo nivel y participarán y simpatizarán con las estupideces y la aridez moral con las que constantemente son puestos en contacto.

Era importante que las amistades de estos jóvenes cambiaran. “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres”. 1 Corintios 15:33. Satanás ha actuado mediante sus agentes para arruinar a estos jóvenes. Nadie puede impedir en forma más efectiva o desterrar las impresiones serias y los buenos deseos, que la compañía con personas vanas, descuidadas y de mente corrompida. Cualesquiera sean los atractivos que puedan poseer tales personas mediante su ingenio, sarcasmo y espíritu divertido, el hecho de que tratan la religión con liviandad e indiferencia es suficiente razón para no asociarse con ellas. Cuanto más cautivantes sean en otros respectos, más debiera temerse su influencia como compañeros, porque ponen tantos atractivos peligrosos en torno a una vida irreligiosa.

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Estos jóvenes debieran escoger como sus compañeros a aquellos que aman la pureza de la verdad, cuya moral está incontaminada y cuyos hábitos son puros. Deben cumplir con las condiciones delineadas en la Palabra de Dios, si en verdad han de llegar a ser hijos de Dios, miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré”. 2 Corintios 6:17. Dios ama a estos jóvenes, y si ellos siguen las sugerencias de su Espíritu y caminan en su consejo, él será su fuerza.

Dios le ha dado al hermano A Y buenas aptitudes, percepciones rápidas y una buena comprensión de su Palabra. Si su corazón estuviera santificado, podría ejercer una influencia para bien sobre sus hermanos, como también sobre sus vecinos y sobre aquellos con quienes se relaciona. Pero el amor al dinero se ha apoderado tan firmemente de su alma, y ha estado tan entrelazado con todas las transacciones de la vida, que se ha amoldado al mundo en vez de ser transformado mediante la renovación de la mente. Sus facultades se han pervertido y degradado por el amor sórdido a las ganancias, lo que lo ha vuelto egoísta, tacaño y arrogante. Si sus cualidades hubieran sido puestas en uso activo en el servicio de su Maestro, en vez de ser usadas para servir sus propios intereses egoístas, las cualidades mentales que Dios le ha dado le impartirían energía, humildad y eficiencia a su carácter, lo que necesariamente impondría respeto y le daría influencia sobre todos aquellos con quienes se relacionara. 

Se me mostró que la propiedad dejada por el padre había sido ciertamente una raíz de amargura para sus hijos. Había perturbado grandemente su paz y felicidad, y su confianza mutua. El hermano A Y no necesitaba la propiedad de su padre. Tenía suficientes talentos para manejar lo que Dios le había confiado a fin de administrarlo. Si hiciera un arreglo adecuado para distribuir lo que tenía, al menos estaría entre aquellos que fueron fieles en lo pequeño. La adición de la administración de la propiedad de su padre, que él había deseado codiciosamente, era una responsabilidad más pesada que lo que él podía manejar.

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Por varios años el amor al dinero ha estado extirpando el amor a la humanidad y el amor a Dios. Y como los recursos de su padre estaban a su alcance, deseaba retener en sus manos todo lo que le fuera posible. Se condujo en forma egoísta hacia sus hermanos porque estaba en una situación ventajosa y podía hacerlo. Sus hermanos no tuvieron los debidos sentimientos. Sintieron amargura hacia él. Él se ha beneficiado grandemente a expensas de otros, hasta que su proceder ha desacreditado la causa de Dios. Ha perdido el dominio de sí mismo. Su mayor objetivo ha sido conseguir ganancias, ganancias egoístas. El amor al dinero en el corazón fue la raíz de todo este mal. Se me mostró que si él hubiera encauzado sus facultades para trabajar en la viña del Señor habría hecho mucho bien, pero estas aptitudes pervertidas pueden hacer mucho daño.

Los hermanos B no han tenido la ayuda que deberían haber tenido. A B ha trabajado en forma muy desventajosa. Ha tomado sobre sí demasiadas cargas, lo que ha debilitado sus labores de modo que no ha aumentado su vigor espiritual y su valor como debería haberlo hecho. La iglesia, que tiene la luz de la verdad y que debería ser fuerte en Dios para querer y hacer, y si es necesario, para sacrificarse por causa de la verdad, ha sido semejante a niños débiles. Ha requerido el tiempo y el trabajo del hermano A B para arreglar dificultades que nunca deberían haber existido. Y cuando estas dificultades han surgido debido al egoísmo y a corazones no santificados, se las podría haber eliminado en una hora, si hubiera habido humildad y un espíritu de confesión.

Los hermanos B cometen un error al permanecer . Debieran cambiar su ubicación y no visitar este lugar más que unas pocas veces por año. Tendrían mayor libertad para dar su testimonio. Estos hermanos no se han sentido libres para hablar la verdad y expresar los hechos tal como han ocurrido. Si hubieran vivido en otra parte, habrían estado más libres de cargas, y su testimonio habría tenido una influencia diez veces mayor en aquellas ocasiones en que visitasen esta iglesia. Mientras se ha recargado al hermano A B con problemas insignificantes de la iglesia y se lo ha mantenido, tendría que haber estado trabajando en el extranjero. Ha servido a las mesas hasta que su mente se ha nublado, y no comprende la fuerza y el poder de la verdad. No ha estado atento a las verdaderas necesidades de la causa de Dios. Ha estado perdiendo espiritualidad y valor. Se ha descuidado la obra de mantener la benevolencia sistemática. Algunos de los hermanos, cuyo total interés en un tiempo era el progreso de la causa de Dios, se han vuelto cada vez más egoístas y mezquinos en vez de llegar a ser más abnegados y de aumentar su devoción y amor por la verdad. Se han vuelto menos piadosos y más semejantes al mundo. El padre C es uno de ellos. Necesita una nueva conversión. El hermano C ha sido favorecido con privilegios superiores, y si no los mejora, vendrán condenación y oscuridad iguales a la luz que él ha tenido, por no mejorar los talentos que Dios le ha prestado para que los acreciente. 

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Los hermanos en Vermont han agraviado al Espíritu de Dios al permitir que decline su amor por la verdad y su interés en la obra de Dios. 

El hermano D B abusó de sus fuerzas la temporada pasada mientras se ocupaba de campos nuevos con la carpa sin ayuda adecuada. Dios no le requiere a este hermano, ni a ninguno de sus siervos, que perjudique su salud por exponerse a diversos inconvenientes y trabajar en forma agotadora. Los hermanos deberían haber sentido un interés [en la causa] que se habría mostrado por sus obras. Podrían haber obtenido ayuda si hubieran estado atentos a los intereses de la causa de Dios y sentido el valor de las almas. Aunque el hermano D B sintió un profundo aprecio por la obra de Dios y el valor de las almas, lo que requería un esfuerzo continuo, una iglesia grande en _____, por sus dificultades mezquinas impidió que el hermano A B ayudara a su hermano. Estos hermanos debieran actuar con renovado valor, liberarse de las pruebas y desalientos que los han retenido y debilitado su testimonio, y reclamar fuerzas del Todopoderoso. Ellos tendrían que haber dado un testimonio claro y directo a los hermanos X y Y, y comunicar la verdad en forma certera, y haber hecho lo que pudieran para conseguir que estos hombres hicieran un arreglo apropiado para distribuir sus bienes. El hermano A B, al tomar tantas cargas, está disminuyendo su fuerza mental y física. 

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