Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 330-339, día 171

Cuando Aarón dio el primer paso en la dirección equivocada, fue imbuido del espíritu que había movido al pueblo, y asumió la iniciativa y dirigió como un general, y el pueblo fue singularmente obediente. Aquí Aarón sancionó en forma decidida los pecados más graves, porque esto era menos difícil que estar en defensa de lo correcto. Cuando se desvió de su integridad al aprobar los pecados del pueblo parecía inspirado con una decisión, seriedad y celo nuevos para él. Su timidez pareció desaparecer repentinamente. Con un celo que nunca había manifestado en erguirse en defensa del honor de Dios contra el error, tomó los instrumentos para convertir el oro en la imagen de un becerro. Ordenó que se edificara un altar y, con una certeza digna de mejor causa, proclamó al pueblo que el día de mañana sería un día de fiesta al Señor. Los trompeteros llevaron la palabra de la boca de Aarón e hicieron sonar la proclamación en compañía de los ejércitos de Israel. 

La serena certidumbre de Aarón en un curso equivocado de conducta le dio mayor influencia sobre el pueblo que la que podría haber tenido Moisés al conducirlos en el curso correcto y sofocar su rebelión. ¡Qué ceguera espiritual terrible había descendido sobre Aarón que llamó a la luz tinieblas y a las tinieblas luz! ¡Qué presunción la de él al proclamar una fiesta al Señor disimulando su adoración idólatra de una imagen de oro! Aquí se ve el poder que Satanás tiene sobre las mentes que no están plenamente controladas por el Espíritu de Dios. Satanás había colocado su bandera en medio de Israel, la que fue exaltada como la bandera de Dios. 

“Israel—dijo Aarón sin vacilación o vergüenza—, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto”. Éxodo 32:4. Aarón influyó sobre los hijos de Israel para que fueran a mayores extremos en su idolatría de lo que se les había ocurrido. Ya no les preocupaba que tal vez la gloria ardiente como llama de fuego sobre el monte hubiera consumido a su dirigente. Pensaban que tenían un general que les convenía muy bien a ellos, y estaban listos para hacer cualquier cosa que él sugiriese. Sacrificaron a su dios de oro; ofrecieron ofrendas de paz, y se entregaron al placer, la jarana y la borrachera. Llegaron a la conclusión de que no habían tenido tantos problemas en el desierto porque estuvieran equivocados, sino que, después de todo, la dificultad estaba con su dirigente. No era el tipo correcto de hombre. Era demasiado inflexible y continuamente les echaba en cara sus pecados, advirtiendo, reprobando y amenazándolos con el desagrado de Dios. Había llegado un nuevo orden de cosas, y estaban complacidos con Aarón y complacidos con ellos mismos. Pensaban: ¡Si Moisés sólo hubiera sido tan amable y blando como Aarón, qué paz y armonía habrían prevalecido en el campamento de Israel! Ahora no les preocupaba si Moisés alguna vez descendía del monte o no.

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Cuando Moisés vio la idolatría de Israel y se despertó su indignación ante su vergonzoso olvido de Dios hasta el punto de que lanzó las tablas de piedra y las rompió, Aarón permaneció mansamente, soportando la censura de Moisés con plausible paciencia. El pueblo estaba encantado con el espíritu amable de Aarón y sentía disgusto ante la conducta precipitada de Moisés. Pero Dios ve no como el hombre ve. No condenó el ardor y la indignación de Moisés contra la vil apostasía de Israel.

El verdadero general toma entonces su posición del lado de Dios. Ha venido directamente de la presencia del Señor, donde intercedió ante él para que aparte su ira de su pueblo errante. Ahora tiene otra obra que hacer, como ministro de Dios, para vindicar su honor ante el pueblo y para hacerles ver que el pecado es pecado, y que la justicia es justicia. Tiene una obra que hacer para contrarrestar la terrible influencia de Aarón. “Se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres. Entonces Moisés dijo: Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre vosotros”. Éxodo 32:26-29. 

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Aquí Moisés define la consagración genuina como obediencia a Dios, para levantarse en vindicación de lo correcto y mostrar una disposición para ejecutar el propósito de Dios en los deberes más desagradables, mostrando que las demandas de Dios son más elevadas que las demandas de amigos o las vidas de los familiares más cercanos. Los hijos de Leví se consagraron a Dios para ejecutar su justicia en contra del crimen y el pecado. 

Aarón y Moisés pecaron ambos al no dar gloria y honor a Dios en las aguas de Meriba. Ambos estaban cansados y se sintieron provocados por las continuas quejas de Israel y, en un momento cuando Dios iba a desplegar misericordiosamente su gloria ante el pueblo, para suavizar y subyugar sus corazones y para conducirlos al arrepentimiento, Moisés y Aarón se atribuyeron el poder de abrir la roca para ellos. “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” Números 20:10. Aquí había una oportunidad de oro para santificar al Señor en medio de ellos, para mostrarles a los israelitas la paciencia de Dios y su tierna compasión hacia ellos. Habían murmurado contra Moisés y Aarón porque no habían podido encontrar agua. Moisés y Aarón consideraron estas murmuraciones como una gran prueba y un deshonor para ellos, olvidando que era Dios a quien el pueblo estaba agraviando. Era en contra de Dios que estaban pecando y a quien estaban deshonrando, no en contra de aquellos que fueron nombrados por Dios para ejecutar su propósito. Estaban insultando a su mejor Amigo al acusar a Moisés y Aarón por sus calamidades; estaban murmurando contra la providencia de Dios.

Este pecado de estos nobles dirigentes fue grande. Sus vidas podrían haber sido ilustres hasta el fin. Habían sido grandemente exaltados y honrados; sin embargo, Dios no excusa el pecado de aquellos que están en posiciones exaltadas antes de hacerlo con aquellos que están en posiciones más humildes. Muchos cristianos profesos consideran a hombres que no reprueban o condenan el error como hombres de piedad y ciertamente cristianos, mientras que piensan que aquellos que se mantienen valientemente en defensa de lo recto y no ceden su integridad ante influencias no consagradas, carecen de piedad y de un espíritu cristiano.

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Aquellos que permanecen en defensa del honor de Dios y mantienen la pureza de la verdad a cualquier costo tendrán múltiples pruebas, como ocurrió con nuestro Salvador en el desierto de las tentaciones. Mientras que aquellos que tienen temperamentos complacientes, que no tienen valor para condenar el error, pero guardan silencio cuando se necesita su influencia para mantenerse en defensa de lo recto contra cualquier presión, pueden evitar muchos dolores de cabeza y eludir muchas perplejidades, pero también perderán una muy rica recompensa, si no sus propias almas. Aquellos que están en armonía con Dios y que mediante la fe en él reciben fuerza para resistir el error y mantenerse en defensa de lo correcto, siempre tendrán conflictos severos y frecuentemente tendrán que permanecer casi solos. Pero obtendrán victorias preciosas mientras dependan de Dios. La gracia divina será su fuerza. Su sensibilidad moral será aguda y clara, y sus facultades morales podrán resistir las influencias erróneas. Su integridad, como la de Moisés, será del carácter más puro. 

El espíritu blando y condescendiente de Aarón, y su deseo de agradar al pueblo, cegaron sus ojos a los pecados de ellos y a la enormidad del crimen que estaba sancionando. Su conducta al apoyar con su influencia el error y el pecado en Israel costó la vida de tres mil hombres. En contraste con esto está la conducta de Moisés. Después de haber evidenciado al pueblo que no podían jugar impunemente con Dios; después que les hubo mostrado el justo desagrado de Dios a causa de sus pecados, dando el terrible decreto de matar a amigos y parientes que persistían en su apostasía; después del acto de justicia para alejar la ira de Dios, sin tener en cuenta los sentimientos de afecto hacia los amigos y familiares que continuaron obstinados en su rebelión; después de esto, Moisés estaba preparado para otro trabajo. Demostró quién era el verdadero amigo de Dios y el amigo del pueblo.

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“Y aconteció que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Vosotros habéis cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado. Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito. Y Jehová respondió a Moisés: Al que pecare contra mí, a éste raeré yo de mi libro. Ve, pues, ahora, lleva a este pueblo a donde te he dicho; he aquí mi ángel irá delante de ti; pero en el día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado. Y Jehová hirió al pueblo, porque habían hecho el becerro que formó Aarón”. Éxodo 32:30-35. 

Moisés suplicó a Dios en favor del Israel pecador. No trató de empequeñecer su pecado ante Dios; no los excusó en su pecado. Reconoció francamente que habían cometido un gran pecado y que se habían hecho dioses de oro. Luego pierde su timidez, y su interés en Israel está tan estrechamente entretejido con su vida que acude osadamente ante Dios y ora para que él perdone a su pueblo. Si su pecado es tan grande, implora, que Dios no puede perdonarlos, si sus nombres deben ser borrados de su libro, ora al Señor para que también borre su nombre. Cuando el Señor renovó su promesa a Moisés, que su ángel iría delante de él conduciendo al pueblo a la Tierra Prometida, Moisés supo que su petición había sido concedida. Pero el Señor le aseguró a Moisés que si era provocado para visitar al pueblo por sus transgresiones, seguramente los castigaría también por este grave pecado. Pero si de ahí en adelante fueran obedientes, él borraría este gran pecado de su libro. 

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A un joven ministro y su esposa

Queridos hermanos A: Por algunos meses he sentido que era tiempo de escribirles algunas cosas que el Señor se agradó en mostrarme respecto a ustedes hace varios años. Me fueron señalados sus casos en relación con los de otros que tuvieron que esforzarse con el fin de estar capacitados para el trabajo de presentar la verdad. Se me mostró que ustedes dos eran deficientes en los requisitos esenciales y que si no los reunían, su utilidad y la salvación de sus propias almas estarían en peligro. Ustedes tienen algunas fallas en sus caracteres que es muy importante que corrijan. Si descuidan de encargarse del trabajo resueltamente y con empeño, estos errores aumentarán y debilitarán grandemente su influencia en la causa y la obra de Dios, lo que finalmente tendrá como resultado la separación de ustedes de la obra de predicar la verdad que aman tanto.

En la visión que se me dio para B, se me mostró que él tenía un molde de carácter muy desafortunado. No había sido disciplinado y su temperamento no había sido subyugado. Se le había permitido tomar sus propias decisiones y hacer en gran medida lo que quería. Era muy deficiente en su reverencia a Dios y al hombre. Tenía un espíritu fuerte, insumiso, y una idea muy vaga de la gratitud debida a aquellos que estaban haciendo el máximo por él. Era extremadamente egoísta.

Se me mostró que un espíritu independiente, una voluntad firme e inflexible, una falta de reverencia y del debido respeto a otros, el egoísmo y una confianza propia demasiado grande, distinguen el carácter de la hermana A. Si ella no vigila estrechamente esos defectos en su carácter y los vence, seguramente no llegará a sentarse con Cristo en su trono.

Con respecto al hermano A, se me mostró que muchas de las cosas mencionadas en el Testimonio para B se aplican a usted. Se me señaló su vida pasada. Vi que desde niño usted ha sido confiado en sí mismo, terco y porfiado, y ha seguido sus propias ideas. Usted tiene un espíritu independiente, y le ha sido muy difícil ceder ante nadie. Cuando debía ceder frente a otros en su modo de actuar y en sus deseos, usted llevaba a cabo los asuntos en su propia manera precipitada. Usted ha sentido que era plenamente competente para pensar y actuar por sí mismo, independientemente. Ha aceptado y amado la verdad de Dios, la que ha hecho mucho por usted, pero no ha realizado toda la transformación necesaria para el perfeccionamiento del carácter cristiano. Cuando usted empezó primero a trabajar en la causa de Dios era más humilde y estaba dispuesto a ser aconsejado. Pero cuando comenzó a tener cierta medida de éxito, su confianza propia aumentó, y fue menos humilde y se volvió más independiente.

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Cuando examinó la obra del pastor y la hermana White usted pensó que podía ver dónde habría hecho mejor que ellos. Usted ha albergado en su corazón sentimientos contra ellos. Era naturalmente escéptico, infiel, en sus sentimientos. Cuando examinó el trabajo de ellos y oyó los reproches dados a aquellos que estaban equivocados, se preguntó cómo aceptaría un testimonio directo como ése. Llegó a la conclusión de que no podría recibirlo, y comenzó a afirmarse en su resistencia a la manera de trabajar de ellos, y así abrió una puerta en su corazón para las sospechas, las dudas y para sentir celos de ellos y de su trabajo.

Usted llegó a albergar prejuicios contra el trabajo de ellos. Observó, y escuchó y reunió [toda la información] que pudo, y supuso mucho. Porque Dios le había dado una medida de éxito, comenzó a colocar su corta experiencia y labores en un nivel por encima de las labores del hermano White. Se jactaba de que, si estuviera en su lugar, podría hacer mucho mejor que él. Comenzó a agrandarse en sus propios ojos. Pensó que su conocimiento era mucho más extenso y valioso de lo que realmente era. Si hubiese tenido una centésima parte de la experiencia que el hermano White ha tenido en el trabajo, los cuidados y perplejidades reales, y en la experiencia de llevar cargas en esta causa, usted podría entender mejor su trabajo y estar mejor preparado para solidarizarse con él en sus labores, en vez de murmurar y albergar sospechas y tenerle celos.

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En cuanto a su propio puesto de trabajo, debería desconfiar grandemente de usted mismo, no sea que falle en hacer su obra de un modo que sea acepto para Dios, no sea que falle en honrar la causa de la verdad en sus labores. Usted debiera, con humillación de alma, sentir [lo que sintió el apóstol]: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” 2 Corintios 2:16. La razón por la que ustedes dos están tan listos para cuestionar y conjeturar respecto al trabajo del pastor White es porque conocen muy poco al respecto. Tan pocas cargas reales han recaído sobre sus almas, tan poca angustia genuina por la causa de Dios ha tocado sus corazones, tan poca perplejidad y verdadera aflicción han sobrellevado por otros, que no están mejor preparados para apreciar el trabajo del hermano White que lo que está un niño de diez años para entender los cuidados, ansiedad y trabajo fatigoso de su agobiado padre. El niño puede andar gozoso de espíritu porque no tiene la experiencia de su padre agobiado y lleno de inquietudes. Puede preguntarse el porqué de los temores y ansiedades del padre, que a él le parecen innecesarios; pero cuando se le añadan a su vida años de experiencia, cuando asuma y lleve sus verdaderas cargas, entonces podrá mirar retrospectivamente la vida de su padre y comprender lo que para él era misterioso en su niñez; porque la amarga experiencia le ha dado conocimiento.

Se me mostró que usted está en peligro de situarse por encima de la sencillez del trabajo y de colocarse sobre el pináculo. Usted siente que no necesita reprensión y consejo, y el lenguaje de su corazón es: “Soy capaz de juzgar, discriminar y determinar entre lo correcto y lo erróneo. No veré violados mis derechos. Nadie me dirá lo que tengo que hacer. Soy capaz de formar mis propios planes de acción. Soy tan bueno como cualquiera. Dios está conmigo y me da éxito en mis esfuerzos. ¿Quién tiene autoridad para interponerse en mi camino?” Le he oído declarar estas palabras cuando su caso estaba pasando delante de mí en visión, pero no dirigidas a ninguna persona, sino como si conversara con usted mismo. Mi ángel asistente repitió estas palabras, mientras los señalaba a ustedes dos: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”. Mateo 18:3, 4.

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Vi que la fuerza de los hijos de Dios está en su humildad. Cuando son pequeños en sus propios ojos, Jesús será para ellos su fuerza y su justicia, y Dios prosperará sus labores. Se me mostró que Dios probaría al hermano A. Le daría una medida de prosperidad; y si soportaba la prueba, si usaba provechosamente las bendiciones que Dios le dé, sin tomar honor para sí y sin volverse engreído, egoísta y lleno de confianza propia, el Señor continuaría dándole sus bendiciones por amor a su causa y para su propia gloria. 

Vi, hermano A, que usted está en el mayor peligro de volverse orgulloso, lleno de justicia propia y de autosuficiencia, y de sentir que es rico y no necesita nada. A menos que se ponga en guardia contra estos puntos, el Señor le permitirá continuar su camino hasta que usted haga evidente a todos su debilidad. Será puesto en situaciones donde será severamente tentado si otros no lo consideran en una luz tan exaltada como usted se estima a sí mismo y su capacidad. Se me mostró que estaba pobremente preparado para tener mucha prosperidad y una medida grande de éxito. Sólo una conversión cabal hará la obra que necesita hacerse en su caso.

Se me ha mostrado que usted y su esposa son naturalmente egoístas. A menos que estén en guardia, están en constante peligro de pensar y actuar con referencia a ustedes mismos. Trazarán sus planes para su propia conveniencia, sin tener en cuenta cuánto pueden incomodar a otros. Están inclinados a ejecutar sus ideas y planes sin considerar los planes ni respetar los puntos de vista o sentimientos de otros. Ambos debieran cultivar la deferencia y el respeto a otros.

Hermano A, usted ha considerado que su trabajo era de una importancia demasiado grande como para rebajarse a fin de ocuparse en deberes domésticos. A usted no le agradan estos requerimientos. Los descuidó en sus días más juveniles. Pero estos pequeños deberes que usted descuida son esenciales para la formación de un carácter bien desarrollado. 

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Se me ha mostrado que nuestros ministros generalmente son deficientes en hacerse útiles en las familias donde son hospedados. Algunos dedican su mente al estudio porque aman esta ocupación. No sienten que Dios les ordena a los ministros el deber de ser una bendición en las familias que visitan, sino que muchos entregan su mente a los libros y se aíslan de la familia y no conversan con ellos sobre los temas de la verdad. Los intereses religiosos en la familia son apenas mencionados. Esto está totalmente mal. Los ministros que no llevan sobre sí la carga y los cuidados de la obra de publicaciones, y que no tienen las perplejidades y numerosas preocupaciones de todas las iglesias, no debieran sentir que su trabajo es excesivamente difícil. Debieran sentir el interés más profundo en las familias que visitan; no tendrían que sentir que deben ser mimados y servidos mientras no dan nada a cambio. Descansa una obligación sobre las familias cristianas de hospedar a los ministros de Cristo, y también los ministros que reciben la hospitalidad de amigos cristianos tienen el deber de sentirse bajo la obligación mutua de llevar sus propias cargas tanto como sea posible y no ser una carga para sus amigos. Muchos ministros abrigan la idea de que deben ser especialmente favorecidos y servidos, y los tales frecuentemente se ofenden y su utilidad se debilita al ser tratados como animalitos domésticos. 

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