Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 460-471, día 183

Dios lo ha colocado en relación con sus colaboradores designados en su iglesia para que ellos puedan ayudarlo. Su conexión anterior con el espiritismo hace que su peligro sea mayor que el que sería de otro modo, porque su juicio, sabiduría y criterio han sido pervertidos. Usted no puede discernir siempre los espíritus por cuenta propia y decir qué espíritus son, porque Satanás es muy artero. Dios lo ha puesto en conexión con su iglesia para que puedan ayudarle.

A veces usted es demasiado formal, frío y poco amigable. Debe encontrar a la gente donde está y no colocarse demasiado por encima de ellos ni requerir demasiado de ellos. Necesita ser completamente enternecido y subyugado por el Espíritu de Dios mientras predica a la gente. Debiera educarse en cuanto a la mejor manera de trabajar para obtener el fin deseado. Su trabajo debe caracterizarse por el amor de Jesús abundando en su corazón, ablandando sus palabras, moldeando su temperamento y elevando su alma.

Usted frecuentemente habla demasiado largo cuando no tiene la influencia vivificadora del Espíritu del cielo. Cansa a los que lo oyen. Muchos al predicar cometen el error de no terminar mientras se mantiene el interés. Siguen perorando hasta que muere el interés que se había levantando en las mentes de los oyentes y la gente realmente se cansa con palabras que no tienen peso ni interés especial. Pare antes de llegar a ese punto. Deténgase cuando no tiene nada de importancia especial para decir. No siga con palabras aburridas que sólo excitan el prejuicio y no ablandan el corazón. Usted necesita estar unido a Cristo hasta el punto de que sus palabras derritan el corazón y lleguen ardientes hasta el alma. Meras palabras tediosas son insuficientes para este tiempo. Los argumentos son buenos, pero puede haber demasiados argumentos y muy poco del espíritu y la vida de Dios. 

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Sin el poder especial de Dios para trabajar con sus esfuerzos, sin su espíritu subyugado y humillado ante Dios, sin que su corazón esté enternecido y que sus palabras manen de un corazón de amor, sus labores serán cansadoras para usted y no producirán resultados bendecidos. Hay un punto al cual llega el ministro de Cristo, más allá del cual el conocimiento y la habilidad humanas son impotentes. Estamos luchando con errores gigantescos, y males que somos impotentes para remediar o para despertar a la gente de modo que vea y entienda, porque no podemos cambiar el corazón. No podemos avivar el alma para que discierna la pecaminosidad del pecado y sienta la necesidad de un Salvador. Pero si nuestras labores llevan el sello del Espíritu de Dios, si un poder más elevado y divino acompaña a nuestros esfuerzos para sembrar la semilla del evangelio, veremos frutos de nuestras labores para la gloria de Dios. Sólo él puede regar la semilla sembrada.

Así sucede con usted, hermano A. No debe apresurarse demasiado y esperar demasiado de mentes oscurecidas. Debe albergar la humilde esperanza de que Dios impartirá bondadosamente la influencia misteriosa, vivificadora de su Espíritu, sólo mediante la cual sus labores no serán en vano en el Señor. Necesita aferrarse a Dios mediante una fe viviente, comprendiendo a cada momento sus peligros y su debilidad, y buscando constantemente esa fuerza y poder que sólo Dios puede dar. Por más que se esfuerce lo mejor que pueda, por usted mismo no puede hacer nada.

Usted necesita educarse para poder tener sabiduría a fin de tratar con las mentes. Con algunos debiera mostrarse compasivo, haciendo una diferencia, mientras que a otros puede salvarlos con temor, sacándolos del fuego. Nuestro Padre celestial frecuentemente nos deja en la incertidumbre en cuanto a nuestros esfuerzos. Debemos sembrar junto a todas las aguas, no sabiendo qué prosperará, si esto o aquello. Podemos estimular nuestra fe y energía en base a la Fuente de nuestra fuerza, y apoyarnos en él con plena y completa dependencia.

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Hermano A, usted necesita trabajar con la máxima diligencia para controlar el yo y desarrollar un carácter en armonía con los principios de la Palabra de Dios. Necesita educarse y prepararse a fin de llegar a ser un pastor de éxito. Necesita cultivar un temperamento bueno: amable, alegre, animado, generoso, compasivo, cortés, con rasgos compasivos de carácter. Debiera vencer un espíritu malhumorado, intolerante, estrecho, criticón, arrogante. Si está vinculado a la obra de Dios necesita batallar vigorosamente contra el yo y formar su carácter tras el Modelo divino. 

Sin un esfuerzo constante de su parte aparecerá alguna manifestación negativa, bajo la influencia de una mente corrupta, la que obstruirá su camino; ante este obstáculo usted se sentirá inclinado a acusar a algo que no es la verdadera causa. Usted necesita autodisciplina. Nuestra piedad no debiera ser agria, fría y adusta, sino amante y dócil. Un espíritu censurador pondrá barreras en su camino y cerrará los corazones contra usted. Si no depende humildemente de Dios, frecuentemente cerrará su propio camino con obstáculos y causará lo mismo en la senda de otros. 

Usted necesita estar en guardia para no enseñar la verdad ni cumplir sus deberes con un espíritu intolerante, lo que excitará el prejuicio. Necesita estudiar cómo puede mostrarse aprobado ante Dios, como un obrero que no tiene de qué avergonzarse. Pregúntese cuál es su disposición natural, qué carácter ha desarrollado. Debiera esforzarse, como también todo ministro de Cristo, en practicar la mayor vigilancia para no cultivar hábitos de acción, y tendencias mentales y morales, que no quisiera que aparecieran entre aquellos a quienes usted les está enseñando la verdad.

Se les ordena a los ministros de Cristo que sean ejemplos del rebaño de Dios. La influencia de un ministro puede hacer mucho para moldear el carácter de su pueblo. Si el ministro es indolente, si no es puro en el corazón y en la vida, y si es hiriente, criticón, censurador, egoísta, independiente y carente de dominio propio, en gran medida enfrentará estos mismos elementos desagradables entre su pueblo, y es un trabajo difícil poner las cosas en orden donde las influencias erróneas han creado confusión. Lo que se ve en su ministro producirá una gran diferencia en cuanto al desarrollo de las virtudes cristianas en la gente. Si su vida es una combinación de excelencias, aquellos a quienes él conduce al conocimiento de la verdad mediante sus labores, en gran medida, si verdaderamente aman a Dios, reflejarán su ejemplo e influencia, porque él es un representante de Cristo. Así el ministro debiera sentir su responsabilidad de adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador en todas las cosas. 

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Los mayores esfuerzos del ministro evangélico debieran ser para dedicar todos sus talentos a la obra de salvar almas; entonces tendrá éxito. Todo aquel que nombra el nombre de Cristo necesita ejercer una disciplina sabia y vigilante; pero esto es esencial en un sentido mucho más elevado para el ministro evangélico, que es un representante de Cristo. Nuestro Salvador infundía temor por su pureza y moralidad elevada, mientras que su amor y benignidad los inspiraba con entusiasmo. Los más pobres y humildes no temían acercarse a él; aun los niñitos se sentían atraídos a él. Les encantaba subir a su regazo y besar su rostro pensativo, benigno y lleno de amor. Usted necesita esta ternura amante. Debiera cultivar el amor. Las expresiones de solidaridad y los actos de cortesía y respeto por los demás no le restarán nada de su dignidad, sino que le abrirán muchos corazones que ahora están cerrados contra usted. 

Cristo fue precisamente lo que cada ministro debiera tratar de ser. Debiéramos aprender a imitar su carácter y combinar la justicia estricta, la pureza, la integridad, el amor y la noble generosidad. Un rostro agradable en el cual se refleja el amor, con modales amables y corteses, hará más, además de los esfuerzos desde el púlpito, de lo que puede hacer el trabajo en el escritorio sin estas virtudes. Conviene que cultivemos una deferencia hacia el juicio de otras personas cuando, en mayor o en menor medida, dependemos absolutamente de ellas. Debiéramos cultivar la verdadera cortesía cristiana y una compasiva ternura, aun hacia los casos más rudos y difíciles de la humanidad. Jesús vino de las cortes puras del cielo para salvar precisamente a personas como esas. Usted cierra su corazón demasiado pronto a muchos que aparentemente no tienen interés en el mensaje que usted lleva, pero que todavía son súbditos de la gracia y preciosos a la vista del Señor. “El que gana almas es sabio”. Proverbios 11:30. Pablo se hizo todas las cosas a todos los hombres si por algún medio podía salvar a alguno. Usted debe adoptar una posición similar. Debe renunciar a su independencia. A usted le falta humildad en su manera de pensar. Necesita la influencia suavizadora de la gracia de Dios sobre su corazón, para no irritarse sino suavizar su camino a los corazones de los hombres, aunque esos corazones puedan estar afectados por el prejuicio. 

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La causa de Dios necesita grandemente hombres concienzudos, hombres que abunden en celo, esperanza, fe y valor. No son los hombres obstinados los que pueden enfrentar las demandas para este tiempo, sino los hombres sinceros, responsables. Tenemos demasiados ministros susceptibles que son débiles en su experiencia, deficientes en las virtudes cristianas, que carecen de consagración y se desaniman fácilmente; que procuran intensamente gratificar su propia voluntad y son perseverantes en sus esfuerzos para cumplir sus propios propósitos egoístas. Tales hombres no satisfarán las demandas para este tiempo. En estos últimos días necesitamos hombres que estén siempre alertas. Se necesitan soldados de la cruz que sean sinceros en su amor por la verdad y que estén dispuestos a trabajar sacrificadamente si así pueden promover la causa de Dios y salvar almas preciosas. Se necesitan hombres en este trabajo que no murmurarán ni se quejarán ante las dificultades o pruebas, sabiendo que esto es parte del legado que Jesús les ha dejado. Debieran estar dispuestos a salir del campamento y sufrir oprobios y llevar cargas como buenos soldados de Cristo. Llevarán la cruz de Cristo sin quejas, sin murmuraciones ni malhumor, y serán pacientes en la tribulación.

A nosotros se nos ha confiado la verdad solemne, decisiva, para estos últimos días, y debiéramos hacer de ella una realidad. Hermano A, usted debiera evitar de convertirse en el criterio para otros. Evite, le ruego, llamar la atención a sus propias dificultades. Todo lo que podemos sufrir, y todo lo que alguna vez podamos ser llamados a sufrir por causa de la verdad, parecerá demasiado pequeño en comparación de lo que nuestro Salvador soportó por nosotros pecadores. No necesita esperar siempre que se lo juzgue o describa correctamente. Cristo dice que en el mundo tendremos aflicción, pero en él tendremos paz. 

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Usted ha cultivado un espíritu combativo. Cuando alguien se cruza en su camino, usted inmediatamente asume una posición defensiva; y aunque pueda estar entre sus hermanos que aman la verdad y que han dado sus vidas a la causa de Dios, usted se justificará a sí mismo, mientras los critica y siente celos de sus palabras y desconfía de sus motivos, y de ese modo pierde grandes bendiciones que es su privilegio obtener mediante la experiencia [espiritual] de sus hermanos.

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Evitar las discusiones

A usted le ha encantado sostener debates por la verdad y tener discusiones; pero estas contiendas no han contribuido a que usted forme un carácter cristiano armonioso, porque constituyen una oportunidad favorable para la exhibición de los mismos rasgos de carácter que usted debe vencer si alguna vez entrará al cielo. No siempre pueden evitarse las discusiones. En algunos casos las circunstancias son tales que debe elegirse de los dos males el menor, que es la discusión. Pero debieran evitarse toda vez que se pueda, porque el resultado raramente honra a Dios. 

La gente a la que le encanta ver contender a los oponentes podrá pedir a voces que se tenga una discusión. Otros, que desean oír las evidencias de ambos lados, pueden instar a que haya una discusión con motivos totalmente honestos, pero debieran evitarse las discusiones toda vez que sea posible. Generalmente fortalecen la combatividad y debilitan ese amor puro y la compasiva ternura que siempre debieran existir en el corazón de los creyentes, aunque puedan diferir en sus opiniones.

En esta época del mundo las discusiones no son verdaderas evidencias del deseo sincero de parte de la gente de investigar la verdad; tienen lugar por la afición a la novedad y la excitación que generalmente acompañan a las discusiones. En estas contiendas rara vez se glorifica a Dios o se promueve la verdad. La verdad es demasiado solemne, demasiado trascendental en sus resultados, como para empequeñecerla ya sea que se la reciba o se la rechace. Discutir sobre la verdad para mostrar a los oponentes la habilidad de los contendientes es siempre un pobre plan de acción, porque hace muy poco para promover la verdad.

Los oponentes a la verdad mostrarán habilidad en presentar falsamente a su oponente. Convertirán en objeto de ridículo las verdades más solemnes y sagradas. Generalmente se burlarán y ridiculizarán la verdad preciosa y sagrada y la colocarán en una luz tan falsa ante la gente que las mentes oscurecidas por el error y contaminadas por el pecado no discernirán los motivos y propósitos de estos hombres intrigantes, que de ese modo encubren y falsifican la verdad preciosa e importante. Debido a los hombres que se ocupan en ellas, no hay sino pocas discusiones que es posible conducir en base a principios rectos. Ambas partes dan golpes hirientes demasiado frecuentemente, se hacen comentarios despreciativos acerca de otras personas, y con frecuencia ambos contendientes descienden al sarcasmo y las agudezas. Se pierde el amor por las almas en el deseo mayor de alcanzar la supremacía. El prejuicio, profundo y amargo, es a menudo el resultado de las discusiones.

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He contemplado a los ángeles embargados de tristeza cuando las más preciosas joyas de verdad han sido colocadas ante hombres completamente incapaces de apreciar las evidencias en favor de la verdad. Todo su ser estaba en guerra contra los principios de verdad; su naturaleza estaba en enemistad con ella. Su propósito al discutir no era que ellos mismos pudieran captar las evidencias de la verdad o que la gente pudiera tener una comprensión clara de nuestra verdadera posición, sino que pudieran confundir la comprensión de los oyentes colocando la verdad en una luz pervertida ante la gente. Hay hombres que se han educado como combatientes. Su política es caracterizar falsamente a un oponente y encubrir los argumentos claros con sofismas deshonestos. Han dedicado las facultades que Dios les ha dado a este trabajo deshonesto, porque en sus corazones no hay nada en armonía con los principios puros de verdad. Cogen cualquier argumento del que pueden valerse con el cual denigrar a los abogados de la verdad, cuando ellos mismos no creen las cosas con las que arguyen contra sus oponentes. Se afirman en su posición escogida, sin tener en cuenta la justicia y la verdad. No consideran que ante ellos está el juicio, y que luego de su triunfo mal habido, con todos sus resultados desastrosos, aparecerá todo en su verdadero carácter. El error, con todas sus tácticas engañosas, con todos sus serpenteos y giros y vueltas para cambiar la verdad en mentira, aparecerá entonces en toda su deformidad. Ninguna victoria permanecerá en el día de Dios, excepto aquella que la verdad pura, elevada, sagrada, ganará para la gloria de Dios.

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Los ángeles lloran al ver la verdad preciosa de origen celestial echada ante los cerdos, para ser tomada por ellos y pisoteada en el fango y la inmundicia. No “echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen”. Mateo 7:6. Estas son las palabras del Redentor del mundo. 

Los ministros de Dios no debieran considerar como un gran privilegio la oportunidad de participar en una discusión. No deben llevarse al frente todos los puntos de nuestra fe y ser presentados ante multitudes llenas de prejuicio. Jesús habló en parábolas ante los fariseos y saduceos, ocultando la claridad de la verdad bajo símbolos y figuras porque ellos usarían incorrectamente las verdades que él les presentaba; pero a sus discípulos les hablaba claramente. Debiéramos aprender del método de enseñanza de Cristo y tener cuidado de no herir a la gente presentando verdades que, al no estar explicadas plenamente, ellos de ninguna manera están preparados para recibirlas. 

Debieran exponerse primero las verdades que sustentamos en común y obtenerse la confianza de los oyentes; luego, cuando puede llevarse al público con uno, podemos avanzar lentamente con los temas que se presenten. Se necesita gran sabiduría para presentar de la manera más cautelosa una verdad impopular ante un público con prejuicios, de modo que pueda ganarse acceso a sus corazones. Las discusiones colocan ante la gente, que ignora nuestra posición y desconoce la verdad bíblica, un conjunto de argumentos hábilmente elaborados y arreglados cuidadosamente para encubrir por completo los claros puntos de verdad. Algunos hombres se han especializado en encubrir afirmaciones claras sobre verdades de la Palabra de Dios mediante sus teorías engañosas, que las hacen plausibles a aquellos que no han investigado por su cuenta. 

Estos agentes de Satanás son difíciles de enfrentar, y cuesta tener paciencia con ellos. Pero cada ministro de Cristo debiera cultivar calma, paciencia y dominio propio. Los que combaten la verdad se han educado para la batalla intelectual. Están preparados para presentar los sofismas y las aseveraciones superficiales como la Palabra de Dios. Confunden a las mentes ingenuas y oscurecen la verdad, mientras presentan a la gente fábulas agradables en lugar de la pura verdad bíblica.

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Muchos eligen la oscuridad en vez de la luz porque sus hechos son malos. Pero existen aquellos que, si la verdad pudiera haber sido presentada en una manera diferente, bajo distintas circunstancias, dándoles una oportunidad justa para pesar los argumentos personalmente y para comparar la Escritura con la Escritura, se habrían quedado encantados con su claridad y la habrían aceptado. 

Nuestros ministros han sido muy indiscretos al publicar al mundo los sofismas arteros del error, provistos por hombres intrigantes para encubrir la verdad solemne y sagrada de Jehová y hacerla de ningún efecto. Estos hombres taimados que están al acecho para engañar a los incautos dan la fuerza de su intelecto a la tarea de pervertir la Palabra de Dios. Los inexpertos e ingenuos son engañados para su ruina. Ha sido un gran error publicar todos los argumentos con los que los oponentes batallan contra la verdad de Dios, porque al hacerlo se les provee a mentes de todo tipo argumentos en los cuales muchos de ellos nunca habían pensado. Muchos deben rendir cuentas por este liderazgo imprudente. 

Los argumentos contra la verdad sagrada, sutiles en su influencia, afectan a mentes que no están bien informadas en cuanto a la fuerza de la verdad. La sensibilidad moral de la comunidad en general está embotada por la familiaridad con el pecado. El egoísmo, la deshonestidad y los diversos pecados que prevalecen en esta era degenerada han embotado los sentidos hacia las cosas eternas, de modo que la verdad de Dios no es discernida. Al dar publicidad a los argumentos erróneos de nuestros oponentes, la verdad y el error se colocan en un mismo nivel en sus mentes, cuando, si pudieran tener la verdad ante ellos en su claridad por suficiente tiempo como para ver y comprender su carácter sagrado y su importancia, se convencerían de los fuertes argumentos en su favor y entonces estarían preparados para enfrentar los argumentos propugnados por los opositores. 

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Aquellos que están tratando de conocer la verdad y comprender la voluntad de Dios, que son leales a la luz y celosos en el desempeño de sus deberes diarios, seguramente conocerán de la doctrina porque serán guiados a toda verdad. Dios no promete, por los actos magistrales de su providencia, traer irresistiblemente a los hombres al conocimiento de su verdad, cuando ellos no la buscan y no tienen deseos de conocerla. Los hombres tienen el poder de apagar el Espíritu de Dios; queda con ellos la facultad de elegir. Se les otorga libertad de acción. Pueden ser obedientes mediante el nombre y la gracia de nuestro Redentor, o pueden ser desobedientes y hacerse cargo de las consecuencias. El hombre es responsable de recibir o rechazar la verdad sagrada y eterna. El Espíritu de Dios está continuamente convenciendo, y las almas se están decidiendo a favor o en contra de la verdad. La conducta, las palabras, las acciones del ministro de Cristo pueden inclinar a un alma en favor de la verdad o en contra de ella. Cuán importante es que cada acto de la vida sea de tal naturaleza que uno no necesite arrepentirse de él. Esto es especialmente importante entre los embajadores del Salvador, que actúan en el lugar de Cristo. 

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La autoridad de la iglesia

El Redentor del mundo invistió a su iglesia con gran poder. Presenta las reglas que deben aplicarse a los casos en que se juzga a los miembros. Después de dar indicaciones explícitas en cuanto a la conducta que se ha de seguir, dice: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo”. Mateo 18:18. De manera que aun la autoridad celestial ratifica la disciplina de la iglesia con respecto a sus miembros, cuando se ha seguido la regla bíblica.

La Palabra de Dios no da licencia a ningún hombre para oponer su juicio al de la iglesia, ni le permite insistir en sus opiniones contrarias a las de la misma. Si no hubiera disciplina ni gobierno de la iglesia, ésta se reduciría a fragmentos; no podría mantenerse unida como un cuerpo. Siempre hubo seres humanos de espíritu independiente, que aseveraron que estaban en lo correcto, que Dios los había instruido, impresionado y conducido en forma especial. Cada uno tiene una teoría propia, opiniones que le son peculiares, y cada uno sostiene que sus opiniones están de acuerdo con la Palabra de Dios. Cada cual sustenta diferente teoría y fe, aunque todos aseguran tener una luz especial de Dios. Apartan a los demás del cuerpo y cada uno es en sí mismo una iglesia separada. Todos no pueden estar en lo cierto, y sin embargo, se declaran conducidos por el Señor. La palabra de la inspiración no es sí y no, sino sí y amén en Cristo Jesús.

Después de impartir sus instrucciones, nuestro Salvador promete que si dos o tres se unen para pedir algo a Dios, eso les será concedido. Cristo demuestra con esto que debe haber unión con los demás, aun para desear un objeto determinado. Se da gran importancia a la oración unánime, a la unión de propósito. Dios oye las oraciones de las personas; pero en esta ocasión Jesús daba lecciones sumamente importantes, que se relacionaban en especial con su iglesia recién organizada en la tierra. Debe haber acuerdo en las cosas que se desean y por las cuales se ora. No debía tratarse simplemente de los pensamientos y la actividad de una mente expuesta a engaño; la petición debía reflejar el deseo ferviente de varias mentes concentradas en el mismo punto.

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