Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 568-580, día 193

El pecado de un hombre causó la derrota de todo el ejército de Israel. Una conducta equivocada que una persona sigue hacia su hermano apartará la luz de Dios de su pueblo hasta que se investigue el mal y se vindique la causa del oprimido. Dios requiere de su pueblo que sus sentimientos y juicios sean tiernos; mientras se ensanchen sus corazones, sus sentimientos debieran ser amplios y profundos, no estrechos, egoístas y mezquinos. Se necesitan nobleza y grandeza de alma, así como benevolencia desinteresada. Entonces la iglesia puede triunfar en Dios. Pero mientras la iglesia sufra de egoísmo que seque la bondad compasiva y la ternura, el amor considerado y el interés por sus hermanos, cada virtud se desgastará. Debiera estudiarse el ayuno de Isaías y efectuarse un cuidadoso autoexamen para discernir si hay en ellos los principios que se le requiere al pueblo de Dios que posea a fin de que puedan recibir las ricas bendiciones prometidas.

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Dios requiere que su pueblo no permita que los pobres y afligidos sean oprimidos. Si quebrantan todo yugo y liberan a los oprimidos, y son generosos y tienen una consideración bondadosa hacia los necesitados, entonces las bendiciones prometidas serán suyas. Si hay en la iglesia quienes hacen que los ciegos tropiecen, debieran ser llevados a la justicia: porque Dios nos ha hecho guardianes de los ciegos, los afligidos, las viudas y los huérfanos. El obstáculo al que se refiere la Palabra de Dios no significa un trozo de madera colocado ante los pies del ciego para hacerlo tropezar, sino que significa mucho más que esto. Significa cualquier conducta que pueda seguirse para lesionar la influencia de su hermano ciego, para obrar en contra de sus intereses, o para impedir su prosperidad.

Un hermano que es ciego y pobre y enfermo, y que se está esforzando al máximo para ayudarse a sí mismo a fin de no ser dependiente, debiera recibir aliento de sus hermanos en toda forma posible. Pero aquellos que profesan ser sus hermanos y que tienen el uso de todas sus facultades, que no son dependientes, pero que olvidan su deber hacia el ciego hasta el punto de confundir y entorpecer su camino, están haciendo una obra que requerirá arrepentimiento y restauración antes que Dios acepte sus oraciones. Y la iglesia de Dios que ha permitido que su infortunado hermano sea injustamente tratado será culpable de pecado hasta que hagan todo lo que está en su poder para corregir la injusticia.

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Sin duda todos están familiarizados con el caso de Acán. Está registrado en la historia sagrada para todas las generaciones, pero más especialmente para aquellos sobre quienes los fines del mundo han llegado. Josué yacía sobre su rostro lamentándose ante Dios porque el pueblo fue obligado a retirarse vergonzosamente delante de sus enemigos. El Señor le ordenó a Josué que se levantara: “Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro?” ¿He humillado sin causa quitando mi presencia de ti? ¿Abandona Dios a su pueblo sin una causa? No; le dice a Josué que hay algo que tiene que hacer antes que su oración pueda ser contestada. “Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres”. Declara: “Ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros”. Josué 7:10-12.

Aquí en este ejemplo tenemos una idea de la responsabilidad que descansa sobre la iglesia y la obra que Dios les requiere que hagan a fin de tener su presencia. En cualquier iglesia es un pecado no investigar la causa de su oscuridad y de las aflicciones que han estado en medio de ellos. La iglesia en _____ no puede ser una iglesia activa, próspera, hasta que sean más conscientes de las injusticias que hay entre ellos, y que impiden que la bendición de Dios descienda sobre ellos. La iglesia no debiera permitir que se trate injustamente a sus hermanos que están en aflicción. Son precisamente ellos los que debieran despertar la compasión en todos los corazones y apelar a que se manifiesten sentimientos nobles y benevolentes de parte de todos los seguidores de Cristo. Los verdaderos discípulos de Cristo trabajarán en armonía con él y, siguiendo su ejemplo, ayudarán a aquellos que necesitan ayuda. La ceguera del hermano E es una calamidad terrible, y todos debieran tratar de ser ojos para el ciego y de ese modo hacerle sentir su pérdida tan pequeña como sea posible. Hay algunos que mejoran sus ojos estando atentos en busca de oportunidades para trabajar para su propio beneficio a fin de obtener ganancias, pero Dios puede traer confusión sobre ellos en una manera que no esperan.

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Si Dios en su misericordia le ha dado al ciego facultades inventivas que puede usar para su propio bien, no permita Dios que alguien le tenga envidia por este privilegio y lo despoje de los beneficios que podría derivar de este don que Dios le ha dado. El ciego enfrenta desventajas por todas partes por la pérdida de su vista. El corazón en el cual no se despiertan la compasión y la solidaridad al ver a un ciego tanteando su camino en un mundo que para él está cubierto de tinieblas, ciertamente es un corazón duro y debe ser ablandado por la gracia de Dios. El ciego no puede mirar el rostro de nadie y leer allí compresión y verdadera benevolencia. No puede contemplar las bellezas de la naturaleza y descubrir el dedo de Dios en sus obras creadas. Los alegres mensajes del mundo natural no le hablan para consolarlo y bendecirlo cuando el desaliento se cierne sobre él. Cuán rápidamente canjearía su ceguera y cada bendición temporal por la bendición de la vista. Pero él está encerrado en un mundo de tinieblas, y los derechos que Dios le ha dado han sido pisoteados para que otros puedan conseguir ganancias.

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El deber del hombre hacia sus semejantes

Se me han mostrado algunas cosas en cuanto a la familia del hermano I, que me han preocupado tan fuertemente desde que estoy en este lugar, que me atrevo a expresarlas por escrito. Se me ha mostrado, hermano I, que en su familia hay un elemento de egoísmo que se adhiere a ustedes como la lepra. Este egoísmo debe ser descubierto y vencido, porque es un pecado grave a la vista de Dios. Como familia ustedes han tenido en cuenta por tanto tiempo sus propios deseos, sus propios placeres y conveniencias, que no sienten que otros tienen derechos sobre ustedes. Sus pensamientos, planes y esfuerzos son para el beneficio de ustedes. Viven para el yo; no cultivan la benevolencia desinteresada, la cual, si la ejercitaran, aumentaría y se fortalecería hasta ser su delicia vivir para el bien de otros. Sentirían que tienen un objetivo en la vida, un propósito que les traería ganancias de mayor valor que el dinero. Ustedes necesitan tener un interés más especial por la humanidad, y al hacerlo pondrían sus almas en una conexión más estrecha con Cristo y serían imbuidos de tal manera con su Espíritu y se unirían a él con una tenacidad tan firme que nada podría separarlos de su amor.

Cristo es la Vid viviente; y si ustedes son los sarmientos de esa Vid, el alimento vivificador que corre por ella los alimentará para que no sean improductivos o infructíferos. Ustedes, como familia y como individuos, se han vinculado abiertamente con el servicio de Cristo; y sin embargo son pesados en las balanzas del santuario y hallados faltos. Todos ustedes necesitan experimentar una transformación completa antes que puedan hacer esas cosas que los cristianos altruistas y consagrados debieran hacer. Nada sino una conversión cabal puede darles un sentido correcto de sus defectos de carácter. En gran medida, todos ustedes tienen el espíritu y amor del mundo. Dice el apóstol Juan: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. 1 Juan 2:15. Su espíritu egoísta estrecha y empequeñece sus mentes restringiéndolas a sus propios intereses. Necesitan una religión pura e incontaminada. La sencillez de la verdad los inducirá a sentir compasión ante las aflicciones ajenas. Están aquellos que necesitan su comprensión y amor. Cultivar esos rasgos de carácter es parte del trabajo de la vida que Cristo nos ha dado a todos para que hagamos.

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Dios no lo excusará por no tomar la cruz y practicar la abnegación haciendo bien a otros con motivos desinteresados. Si se esfuerza para practicar la abnegación requerida de los cristianos, usted puede, por la gracia de Dios, estar calificado para ganar almas para Cristo. Dios tiene derechos sobre usted a los que nunca ha respondido. Hay muchos a nuestro alrededor que tienen hambre de comprensión y amor. Pero, como muchos otros, usted ha estado casi desprovisto de ese amor humilde que fluye naturalmente en compasión y solidaridad por los destituidos, los sufrientes y los necesitados. El rostro humano en sí mismo es un espejo del alma, leído por otros, y tiene una influencia reveladora sobre ellos para el bien o para el mal. Dios no nos pide a ninguno de nosotros que observemos a nuestros hermanos y nos arrepintamos de sus pecados. Nos ha dejado un trabajo para hacer, y nos pide que lo hagamos resueltamente, en su temor, con el solo propósito de buscar su gloria.

Toda persona, ya sea fiel o no, debe dar a Dios razón de sí, no de otros. El ver faltas en otros profesos cristianos y condenar su conducta no nos excusará ni contrapesará siquiera un error nuestro. No debiéramos convertir a otros en nuestro criterio ni excusar nada en nuestra conducta porque otros han hecho mal. Dios nos ha dado nuestra propia conciencia. En su Palabra han sido expuestos grandes principios, que son suficientes para guiarnos en nuestra trayectoria cristiana y conducta general. Ustedes, mis queridos amigos, como familia, no han guardado los principios de la ley de Dios. Nunca han sentido la carga del deber que le incumbe al hombre respecto a sus semejantes.

“Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo:

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“Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”. Lucas 10:25-37.

Aquí nuestro Salvador, de la manera más sencilla, expresa claramente las condiciones para heredar la vida eterna. El hombre que fue herido y robado representa a aquellos que necesitan nuestro interés, comprensión y apoyo. Si descuidamos los casos de los necesitados y desafortunados cuya situación viene a nuestro conocimiento, no importa quiénes puedan ser, no tenemos seguridad de la vida eterna; porque no satisfacemos las demandas que Dios nos hace. No manifestamos compasión y comprensión por la gente porque quizás ellos no son amigos ni parientes nuestros. Han sido hallados transgresores del segundo gran mandamiento, del cual dependen los últimos seis mandamientos. Cualquiera que ofende en un punto es culpable de todos. Aquellos que no abren sus corazones a las necesidades y sufrimientos de la humanidad no abrirán sus corazones a las demandas de Dios como se las declara en los primeros cuatro preceptos del Decálogo. Los ídolos reclaman el corazón y los afectos, y Dios no es honrado ni reina supremo.

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Ustedes, como familia, han fracasado tristemente. En el sentido más estricto, no son observadores de los mandamientos. Pueden ser enteramente exactos en algunas cosas, sin embargo descuidan los asuntos más importantes: el juicio, la misericordia y el amor de Dios. Aunque las costumbres del mundo no son nuestro criterio, sin embargo se me ha mostrado que la comprensión compasiva y la benevolencia del mundo hacia los desafortunados en muchos casos avergüenzan a los profesos seguidores de Cristo. Muchos manifiestan indiferencia hacia aquellos a quienes Dios ha colocado entre ellos con el propósito de probarlos, y revelar lo que está en sus corazones. Dios lee. Él anota cada acto de egoísmo, cada acto de indiferencia hacia los afligidos, las viudas y los huérfanos; y anota junto a sus nombres: “Culpables, deficientes, transgresores de la ley”. Seremos recompensados según hayan sido nuestras obras. Cualquier descuido del deber hacia los necesitados y los afligidos es un descuido del deber hacia Cristo en la persona de sus santos.

Cuando los casos de todos pasen en revista ante Dios, no se formulará la pregunta: ¿Qué profesaron?, sino, ¿qué hicieron? ¿Han sido hacedores de la Palabra? ¿Han vivido egoístamente, o han practicado obras de benevolencia, actos de bondad y amor, dando preferencia a otros antes que a ustedes mismos, y negándose para poder bendecir a otros? Si el registro muestra que ésta ha sido su vida, que sus caracteres se han distinguido por la ternura, la abnegación y la benevolencia, recibirán la bendita certeza y bendición de Cristo: “Bien hecho”. “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Mateo 25:34. Cristo se ha apenado y ha sido herido debido a su manifiesto amor egoísta y su indiferencia hacia las aflicciones y necesidades de otros.

Muchas veces nuestros esfuerzos en favor de otros pueden ser pasados por alto y aparentemente perderse. Pero esto no debiera ser ninguna excusa para que nos cansemos de hacer el bien. Cuán a menudo Jesús ha venido para encontrar fruto en las plantas que están bajo su cuidado y no ha encontrado sino hojas. Podemos chasquearnos ante el resultado de nuestros mejores esfuerzos, pero esto no debiera inducirnos a ser indiferentes ante las aflicciones de otros y a no hacer nada. “Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes”. Jueces 5:23. ¡Cuán a menudo Cristo se chasquea con aquellos que profesan ser sus hijos! Les ha dado evidencias inequívocas de su amor. Él se hizo pobre, para que mediante su pobreza nosotros pudiéramos ser enriquecidos. Murió por nosotros para que pudiéramos no perecer, sino tener vida eterna. ¿Qué habría pasado si Cristo se hubiera negado a llevar nuestra iniquidad porque fue rechazado por muchos y porque tan pocos apreciaron su amor y las bendiciones infinitas que vino a traerles? Necesitamos estimular los esfuerzos pacientes y cuidadosos. Ahora se necesita el valor, no el abatimiento perezoso ni la murmuración malhumorada. Estamos en este mundo a fin de trabajar para el Maestro y no para analizar nuestras inclinaciones y placeres, con el fin de servirnos y glorificarnos a nosotros mismos. ¿Por qué, entonces, tenemos que ser inactivos y desanimarnos porque no vemos los resultados inmediatos que deseamos?

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Nuestra tarea es trabajar en la viña del Señor, no meramente para nosotros mismos, sino para el bien de otros. Nuestra influencia es una bendición o una maldición para otros. Estamos aquí para formar caracteres perfectos para el Cielo. Tenemos algo que hacer además de quejarnos y murmurar frente a las providencias de Dios, y de recriminarnos a nosotros mismos. Nuestro adversario no nos permitirá descansar. Si somos ciertamente los hijos de Dios seremos hostigados y asediados severamente, y no necesitamos esperar que Satanás o aquellos bajo su influencia nos traten bien. Pero hay ángeles sumamente poderosos que estarán con nosotros en todos nuestros conflictos si tan sólo somos fieles. Cristo conquistó a Satanás en nuestro favor en el desierto de la tentación. Él es más poderoso que Satanás, y en breve lo aplastará bajo nuestros pies.

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Ustedes, como familia y como individuos, se han excusado de prestar un servicio ferviente, activo, en la causa de su Maestro. Han sido demasiado indolentes y han dejado que otros lleven muchas de las cargas más pesadas que ustedes podrían y deberían haber llevado. Su fuerza espiritual y sus bendiciones estarán en proporción al trabajo de amor y a las buenas obras que realicen. La orden del apóstol Pablo es: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Gálatas 6:2. La observancia de los mandamientos de Dios requiere de nosotros buenas obras, abnegación, sacrificio propio y devoción para el bien de otros; no es que nuestras buenas obras solas puedan salvarnos, pero seguramente no podemos ser salvos sin buenas obras. Después que hemos hecho todo lo que somos capaces de hacer, tenemos que decir entonces: No hemos hecho nada más que nuestro deber, y a lo sumo somos siervos inútiles, indignos del favor más pequeño de Dios. Cristo debe ser nuestra justicia y la corona de nuestro regocijo.

La justicia propia y la seguridad carnal los han cercado como un muro. Como familia ustedes poseen un espíritu de independencia y orgullo. Este elemento los separa de Dios. Es una falta, un defecto, que debe ser visto y vencido. Para ustedes es casi imposible ver sus errores y faltas. Tienen una opinión demasiado buena de ustedes mismos, y les resulta difícil ver los errores de sus vidas y quitarlos mediante la confesión. Se sienten inclinados a justificar y defender su conducta en casi todo, ya sea bueno o malo. Mientras no es demasiado tarde para corregir los errores, acerquen sus corazones a Jesús mediante la humillación y la oración, y procuren conocerse a ustedes mismos. Están perdidos a menos que se despierten y trabajen con Cristo. Ustedes se encierran en una armadura fría, insensible, carente de comprensión. Hay poca vida y calor en la relación que tienen con otros. Viven para ustedes, no para Cristo. Son insensibles e indiferentes hacia las necesidades y condiciones de otros menos afortunados que ustedes. En torno a ustedes están aquellos que tienen hambre del alma y que ansían un amor expresado en palabras y hechos. La comprensión y los verdaderos sentimientos de tierno interés en otros traerían a sus almas bendiciones que ustedes nunca han experimentado todavía y que los pondrían en estrecha relación con nuestro Redentor, cuyo advenimiento al mundo fue con el propósito de hacer bien y cuya vida hemos de imitar. ¿Qué están haciendo por Cristo? “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán”. Lucas 13:24.

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Ternura y solidaridad en el hogar

Hay muchos en nuestro mundo que están hambrientos del amor y la comprensión que tendría que dárseles. Muchos hombres aman a sus esposas, pero son demasiado egoístas para manifestarles su amor. Tienen orgullo y una dignidad falsa y no mostrarán su amor mediante palabras y hechos. Hay muchos hombres que nunca saben cuán hambriento está el corazón de la esposa de escuchar palabras de tierno aprecio y afecto. Entierran a sus seres queridos y murmuran contra la providencia de Dios que los ha privado de sus compañeras, cuando, si pudieran mirar en la vida interior de esas compañeras, verían que su propia conducta fue la causa de su muerte prematura. La religión de Cristo nos inducirá a ser amables y corteses y no tan persistentes en nuestras opiniones. Debiéramos morir al yo y estimar a otros como mejores que nosotros mismos.

La Palabra de Dios es nuestra norma, ¡pero cuán lejos de ella se ha apartado su pueblo profeso! Nuestra fe religiosa debe ser no sólo teórica sino práctica. La religión pura y sin mancha no nos permitirá pisotear los derechos de la más pequeña de las criaturas de Dios, mucho menos de los miembros de su cuerpo y los miembros de nuestra propia familia. Dios es amor, y quienquiera que mora en él vive en amor. La influencia del egoísmo mundano, que algunos llevan consigo como una nube, enfriando la misma atmósfera que otros respiran, hace que el alma se enferme y frecuentemente provoca la muerte.

Para usted será una gran prueba cultivar un amor puro, abnegado, y una benevolencia desinteresada. Renunciar a sus opiniones e ideas, desistir de su juicio y seguir el consejo de otros será una gran prueba para usted. Los diversos miembros de su familia tienen ahora sus propias familias. Pero el mismo espíritu que existió en mayor o en menor medida en la casa paterna se encuentra en los hogares de sus hijos y nietos y lo sienten quienes están fuera del círculo de sus familias. Les falta la dulce sencillez, la ternura semejante a la de Cristo y su amor desinteresado. Tienen que esforzarse para vencer estos rasgos egoístas de carácter a fin de ser sarmientos fructíferos de la Vid verdadera. Cristo dijo: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto”. Juan 15:8. Necesitan traer a Jesús cerca de ustedes, tenerlo en sus hogares y en sus corazones. No sólo debieran tener un conocimiento de lo que es correcto, sino que debieran practicarlo con motivos correctos, teniendo el único propósito de glorificar a Dios. Usted puede ayudar, si cumple con las condiciones dadas en la Palabra de Dios.

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La religión de Cristo es más que hablar. La justicia de Cristo consiste en actos correctos y en buenas obras que proceden de motivos puros y altruistas. La justicia exterior, mientras esté faltando el adorno interior, será en vano. “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. 1 Juan 1:5-7. Si no tenemos la luz y el amor de Dios no somos sus hijos. Si no recogemos con Cristo, esparcimos. Todos ejercemos una influencia, y esa influencia afecta el destino de otros para su bien presente y futuro o para su pérdida eterna.

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