El hermano R no carece de habilidad para revestir sus ideas con palabras, pero le falta espiritualidad y verdadera santidad de corazón. No ha bebido profundamente en la fuente de verdad. Si hubiera aprovechado sus momentos de oro para estudiar la Palabra de Dios podría ser ahora un obrero capaz, pero es demasiado indolente como para aplicar su mente rigurosamente y aprender por sí las razones de nuestra esperanza. Está contento con tomar material que otras mentes y plumas han trabajado para producir, y con usar sus pensamientos, que están listos a su disposición, sin esfuerzo ni empeño de su mente, ni reflexión cuidadosa, o meditación acompañada de oración que él mismo practique.
Al hermano R no le agrada aplicarse profundamente ya sea al estudio de las Escrituras o al trabajo físico. Prefiere un camino más fácil, y todavía no conoce nada experimentalmente de la carga de la obra de Dios. Es más fácil para él repetir los pensamientos de otros que investigar diligentemente la verdad por sí mismo. Es sólo mediante el esfuerzo personal, la rigurosa aplicación de la mente y una dedicación completa al trabajo que los hombres llegan a ser competentes para el ministerio.
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Dice Cristo: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?” Mateo 5:13. El sabor de la sal es gracia divina. Todos los esfuerzos hechos para hacer avanzar la verdad no son sino de poco valor a menos que el Espíritu de Dios los acompañe. Usted ha convertido la enseñanza de la verdad en un juego de niños. Su mente ha estado concentrada en su propia comodidad y placer, siguiendo sus inclinaciones. Usted y su esposa no tienen un sentido real del carácter sagrado de la obra de Dios. Ambos piensan más en agradar sus caprichos y en estudiar cómo gratificar sus deseos de comodidad y placer que en dedicarse a los deberes severos de la vida, especialmente las responsabilidades vinculadas con la obra de advertir al mundo en cuanto al juicio venidero.
Usted ha visto al hermano S doblegado bajo las cargas y desgastado por el trabajo físico; pero ha tenido un apego tan grande a su comodidad y ha querido tanto mantener su propia importancia que se ha mantenido distante, excusándose de ocuparse en los deberes que alguien estaba obligado a realizar. Ha pasado días en confortable indolencia sin beneficiar a nadie, y luego su conciencia pudo permitirle, sin remordimiento, informar tiempo mayormente gastado en haraganería y recibir paga de la tesorería de Dios.
Usted ha mostrado por su conducta que no tenía un sentido elevado de las cosas sagradas. Ha robado a Dios y ahora debería tratar de hacer una obra completa de arrepentimiento. No intente enseñar a otros. Cuando esté convertido, entonces puede ser capaz de fortalecer a sus hermanos, pero Dios no necesita hombres de su estampa de carácter en su viña. Cuando usted se quite esa estampa, y lleve la impronta de lo divino, entonces podrá trabajar para la causa de Dios. Debe aprender casi todo y apenas tiene un corto tiempo en el cual aprender estas lecciones. Dios le ayude a trabajar fervientemente y concentrándose en lo que hace. He escrito mucho más sobre principios generales, pero no puedo encontrar tiempo para darle a usted por ahora.
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Los padres como reformadores
El 3 de enero de 1875 me fue mostrado que ninguno de nosotros comprende los peligros que nos acechan a cada paso. Tenemos un enemigo vigilante, y sin embargo no estamos despiertos ni nos aplicamos seriamente en nuestros esfuerzos para resistir las tentaciones de Satanás y vencer sus engaños.
Dios ha permitido que la luz de la reforma pro salud brille sobre nosotros en estos últimos días, para que caminando en la luz podamos escapar de los muchos peligros a los cuales estaremos expuestos. Las tentaciones de Satanás sobre la familia humana son poderosas para conducirlos a complacer el apetito, gratificar las inclinaciones, y vivir una vida de insensatez descuidada. Presenta atracciones en una vida de placeres personales, tratando de gratificar el instinto animal. El libertinaje prevalece en un grado alarmante y está arruinando el organismo de las personas para toda la vida, y no sólo esto, sino que las facultades morales son sacrificadas. La complacencia intemperante está reduciendo las energías vitales del cuerpo y la mente. Coloca al que es vencido en el terreno del enemigo, donde Satanás puede tentar, molestar y finalmente controlar la voluntad a su placer.
Aquellos que han sido vencidos en el área del apetito y están usando tabaco abundantemente están degradando sus facultades mentales y morales y colocándolas en servidumbre de lo animal. Y cuando se complace el apetito por el licor fermentado, el hombre voluntariamente coloca en sus labios la poción que lo degrada por debajo del nivel del bruto, a él que fue hecho a la imagen de Dios. La razón es paralizada, el intelecto es entorpecido, las pasiones animales son excitadas, y luego siguen crímenes del carácter más vil. Si los hombres llegaran a ser temperantes en todas las cosas, si no tocaran, ni gustasen, ni manejaran, los licores fermentados y los narcóticos, la razón sostendría las riendas del gobierno en sus manos y controlaría los apetitos animales y las pasiones. En esta era de tensiones, cuanto menos excitantes sean los alimentos, mejor. La temperancia en todas las cosas y la firme negación del apetito son el único camino seguro.
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Satanás viene al hombre, como vino a Cristo, con sus tentaciones avasalladoras para complacer el apetito. Conoce bien su poder para vencer al hombre en este punto. Venció a Adán y Eva en el Edén en el apetito, y ellos perdieron su dichoso hogar. Cuánta miseria y crímenes acumulados han llenado nuestro mundo a consecuencia de la caída de Adán. Ciudades enteras han sido borradas de la faz de la tierra a causa de los crímenes degradantes y la iniquidad repugnante que las convirtió en una mancha sobre el universo. La indulgencia del apetito fue el fundamento de todos sus pecados. A través del apetito, Satanás controló la mente y el ser entero. Miles que podrían haber vivido, pasaron prematuramente a sus tumbas, arruinados física, mental y moralmente. Tenían buenas facultades, pero sacrificaron todo a la complacencia del apetito que los indujo a someterse al dominio de la concupiscencia. Nuestro mundo es un vasto hospital. Los hábitos viciosos están aumentando.
Es desagradable, si no peligroso, permanecer en un coche de ferrocarril o en una habitación atestada que no está completamente ventilada, donde la atmósfera está impregnada con las propiedades del licor y el tabaco. Los ocupantes dan evidencia por el aliento y las emanaciones del cuerpo que el sistema está lleno del veneno del licor y el tabaco. El uso del tabaco es un hábito que frecuentemente afecta el sistema nervioso en una manera más poderosa que el uso del alcohol. Ata a la víctima con fajas de esclavitud más fuertes que las de la copa intoxicante; el hábito es más difícil de vencer. En muchos casos, el cuerpo y la mente están más gravemente intoxicados con el uso del tabaco que con los licores fermentados, porque éste es un veneno más sutil.
La intemperancia está aumentando por todas partes, pese a los esfuerzos intensos hechos durante el año pasado* para detener su progreso. Se me mostró que el poder gigantesco de la intemperancia no será controlado por ninguno de esos esfuerzos tal como han sido hechos. La obra de la temperancia debe comenzar en nuestras familias, en nuestras mesas. Las madres tienen una importante obra que hacer para que puedan dar al mundo, a través de la correcta disciplina y la educación, hijos que serán capaces de ocupar casi cualquier puesto, y que también puedan honrar y disfrutar de los deberes de la vida doméstica.
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La obra de la madre es muy importante y sagrada. Desde la cuna debería enseñar a sus hijos a practicar hábitos de abnegación y dominio propio. Si su tiempo se ocupa mayormente con las insensateces de esta era degenerada, si los vestidos y las fiestas absorben su precioso tiempo, sus hijos dejarán de recibir esa educación que es esencial que tengan para poder formar caracteres correctos. El afán de la madre cristiana no debiera concentrarse meramente en lo externo, sino en que sus hijos puedan tener organismos sanos y buena moral.
Muchas madres que deploran la intemperancia que existe por doquier no miran suficientemente profundo para ver la causa. Están preparando diariamente una variedad de platos y comida altamente sazonada que tientan el apetito y estimulan el comer en exceso. Las mesas de nuestro pueblo norteamericano están generalmente preparadas como para formar borrachos. El apetito es el principio dominante en un gran grupo de personas. Quienquiera que complazca el apetito comiendo demasiado a menudo y consumiendo comida que no es saludable, está debilitando su poder para resistir los clamores del apetito y la pasión en otros respectos, en proporción a cuánto ha fortalecido la propensión a tener hábitos incorrectos de alimentación. Las madres necesitan ser impresionadas acerca de su obligación hacia Dios y el mundo de proporcionar a la sociedad hijos que tengan caracteres bien desarrollados. Los hombres y mujeres que llegan al escenario de la acción con principios firmes estarán capacitados para permanecer sin mancha en medio de la contaminación moral de esta era corrupta. Es el deber de las madres aprovechar sus oportunidades áureas para educar correctamente a sus hijos a fin de que sean útiles y cumplan con su deber. Su tiempo pertenece a sus hijos en un sentido especial. No debiera dedicarse el tiempo precioso a trabajos innecesarios en la vestimenta con fines de ostentación, sino que se lo debiera emplear pacientemente en instruir y enseñar cuidadosamente a los hijos sobre la necesidad de la abnegación y el dominio propio.
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Las mesas de muchas profesas mujeres cristianas están puestas diariamente con una variedad de platos que irritan el estómago y producen una condición febril del sistema. La comida a base de carne constituye el artículo principal del alimento sobre las mesas de algunas familias, hasta que su sangre se llena de humores cancerosos y escrofulosos. Sus cuerpos se componen de lo que comen. Pero cuando viene sobre ellos el sufrimiento y la enfermedad, se considera que es una calamidad procedente de la Providencia.
Repetimos: la intemperancia comienza en nuestras mesas. Se complace el apetito hasta que su gratificación se convierte en una segunda naturaleza. Por el uso del té y el café se forma un apetito por el tabaco, y esto estimula el apetito por los licores.
Muchos padres, para evitar la tarea de educar pacientemente a sus hijos en los hábitos de la abnegación y enseñarles cómo utilizar correctamente todas las bendiciones de Dios, los consienten en el comer y beber toda vez que ellos quieren. El apetito y la complacencia egoísta, a menos que sean positivamente restringidos, aumentan con el crecimiento y se fortalecen con la fuerza. Cuando estos niños comienzan a vivir por cuenta propia y toman su lugar en la sociedad, son impotentes para resistir la tentación. La impureza moral y la iniquidad grosera abundan por doquiera. La tentación a complacer el gusto y gratificar las inclinaciones no ha disminuido con el aumento de los años, y la juventud en general está gobernada por impulsos y es esclava del apetito. En el glotón, el devoto del tabaco, el borrachín y el ebrio vemos los resultados malignos de la educación defectuosa.
Cuando oímos las tristes lamentaciones de hombres y mujeres cristianos sobre los terribles males de la intemperancia, inmediatamente se levantan preguntas en la mente: ¿Quiénes han educado a la juventud y les han dado su sello de carácter? ¿Quiénes han fomentado en ellos los apetitos que han adquirido? ¿Quiénes han descuidado la más solemne responsabilidad de moldear sus mentes y formar sus caracteres para que sean útiles en esta vida, y aptos para la sociedad de los ángeles celestiales en la vida venidera? Una gran cantidad de seres humanos que encontramos por doquiera son una maldición viviente para el mundo. Viven para ningún otro propósito que complacer el apetito y la pasión, y para corromper el alma y el cuerpo con hábitos disolutos. Éste es un reproche terrible para las madres que son devotas de la moda, que han vivido para los vestidos y la ostentación, que han descuidado de hermosear sus propias mentes y formar sus propios caracteres según el Modelo divino, y que también han descuidado el sagrado cometido confiado a ellas, de criar a sus hijos en el nutrimiento y la admonición del Señor.
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Vi que Satanás, a través de sus tentaciones, está instituyendo modas siempre cambiantes y fiestas y entretenimientos atractivos, para que las madres puedan ser inducidas a dedicar a asuntos frívolos el tiempo de prueba que Dios les ha dado, de modo que tengan apenas poca oportunidad para educar e instruir debidamente a sus hijos. Nuestros jóvenes necesitan madres que les enseñen desde su misma cuna a controlar la pasión, a negar el apetito, y a vencer el egoísmo. Necesitan instrucción línea sobre línea y precepto sobre precepto, un poquito aquí y un poquito allá.
A los hebreos se les dieron instrucciones sobre cómo educar a sus hijos para evitar la idolatría y la maldad de las naciones paganas: “Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes”. Deuteronomio 11:18, 19.
Tenemos un deseo ferviente de que la mujer ocupe el puesto que Dios le designó originalmente, como igual a su esposo. Necesitamos tanto madres que sean madres no meramente de nombre, sino en todo el sentido de lo que la palabra implica. Podemos decir con seguridad que la dignidad e importancia de la misión y los deberes distintivos de la mujer son de un carácter más sagrado y santo que los deberes del hombre.
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Hay especulaciones en cuanto a los derechos y deberes de la mujer respecto al ejercicio del voto. Muchas no están de ninguna manera disciplinadas para entender el alcance de cuestiones importantes. Han vivido vidas de gratificación en el momento presente porque esto era la moda. Mujeres que podrían desarrollar buenos intelectos y tener verdadero valor moral son ahora meras esclavas de la moda. No tienen amplitud de pensamiento ni han cultivado el intelecto. Pueden hablar con conocimiento de la última moda, de los estilos de vestido, o de esta o aquella fiesta o delicioso baile. Tales mujeres no están preparadas para asumir inteligentemente una puesto prominente en cuestiones políticas. Son meras criaturas de las modas y las circunstancias. Ojalá que cambie este orden de cosas. Ojalá que la mujer comprenda el carácter sagrado de su obra y, con la fuerza y el temor de Dios, emprenda su misión en la vida. Ojalá que eduque a sus hijos para que sean útiles en este mundo e idóneos para el mundo mejor.
Nos dirigimos a madres cristianas. Rogamos que sientan su responsabilidad como madres y que vivan no para agradarse a ustedes mismas, sino para glorificar a Dios. Cristo no se agradó a sí mismo, sino que tomó sobre sí la forma de un siervo. Dejó las cortes reales y condescendió a vestir su divinidad con humanidad, para que mediante su condescendencia y su ejemplo de abnegación pudiera enseñarnos cómo llegar a ser elevados a la posición de hijos e hijas de la familia real, hijos del Rey celestial. Pero ¿cuáles son las condiciones de estas bendiciones sagradas y elevadas? “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”. 2 Corintios 6:17, 18.
Cristo se humilló desde la autoridad más elevada, desde la posición de uno igual a Dios, al lugar más humilde, el de un siervo. Su hogar estuvo en Nazaret, que era proverbial por su maldad. Sus padres estaban entre los pobres de baja posición. Su oficio era el de un carpintero, y él trabajaba con sus manos para hacer su parte en el sostenimiento de la familia. Durante treinta años estuvo sujeto a sus padres. Aquí la vida de Cristo nos señala nuestro deber de ser diligentes en el trabajo y de proveer e instruir a los débiles e ignorantes. En sus lecciones de instrucción a sus discípulos, Jesús les enseñó que su reino no era un reino mundanal, donde todos están luchando por alcanzar el puesto más elevado.
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La mujer ha de ocupar un puesto más sagrado y elevado en la familia que el rey en su trono. Su gran obra es hacer de su vida un ejemplo viviente que quisiera que sus hijos imitasen. Por precepto como también por ejemplo ha de almacenar en sus mentes conocimiento útil y guiarlos para que realicen trabajo abnegado por el bien de otros. El gran estímulo para la madre llena de afanes y cargas debería ser que cada hijo que es educado rectamente, y que tiene el adorno interior, el ornamento de un espíritu manso y apacible, será idóneo para el cielo y brillará en los atrios del Señor.
¡Cuán pocos ven algo atractivo en la verdadera humildad de Cristo! Su humildad no consistió en tener una baja estima de su propio carácter y cualidades, sino en humillarse tomando la humanidad caída a fin de elevarlos consigo a una vida superior. Los mundanos tratan de encumbrarse al puesto de quienes están por encima de ellos o llegar a ser superiores a ellos. Pero Jesús, el Hijo de Dios, se humilló a sí mismo para elevar al hombre, y el verdadero seguidor de Cristo tratará de encontrar a las personas donde ellas están a fin de elevarlas.
¿Sentirán las madres de esta generación el carácter sagrado de su misión y no tratarán de rivalizar con sus vecinos ricos en las apariencias, sino que tratarán de superarlos en el cumplimiento fiel de la obra de instruir a sus hijos para la vida mejor? Si los hijos y los jóvenes fueran entrenados y educados para tener hábitos de abnegación y dominio propio, si se les enseñara que han de comer para vivir en vez de vivir para comer, habría menos enfermedades y menos corrupción moral. Habría poca necesidad de cruzadas de temperancia, que significan tan poco, si en la juventud que forma y modela a la sociedad, pudieran implantarse principios correctos en cuanto a la temperancia. Tendrían entonces valor e integridad moral para resistir, en la fuerza de Jesús, la contaminación de estos últimos días.
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Es un asunto sumamente difícil desaprender los hábitos a los que se ha cedido a lo largo de la vida y que han pervertido el apetito. No se conquista fácilmente el demonio de la intemperancia. Es de fuerza gigantesca y difícil de vencer. Pero que los padres comiencen una cruzada contra la intemperancia en sus propios hogares, en sus propias familias, con los principios que enseñan a sus hijos a seguir desde su misma infancia, y podrán esperar el éxito. Valdrá la pena, madres, usar las horas preciosas que Dios os ha dado en formar, desarrollar y entrenar los caracteres de vuestros hijos, y en enseñarles a adherirse estrictamente a los principios de temperancia en la comida y la bebida.
Los padres pueden haber transmitido a sus hijos tendencias al apetito y la pasión, las que harán más difícil la obra de educar e instruir a estos hijos para ser estrictamente temperantes y para que tengan hábitos puros y virtuosos. Si el apetito por comida insalubre y por estimulantes y narcóticos les ha sido transmitido como un legado de sus padres, ¡qué responsabilidad terriblemente solemne descansa sobre los padres para contrarrestar las tendencias malignas que les han dado a sus hijos! ¡Cuán ferviente y diligentemente debieran trabajar los padres para cumplir con su deber, en fe y esperanza, en favor de su infortunada descendencia!
Los padres debieran considerar que su primera tarea es comprender las leyes de la vida y la salud, para que nada sea hecho por ellos en la preparación de los alimentos o mediante cualquier otro hábito, que desarrolle tendencias erróneas en sus hijos. Cuán cuidadosamente debieran estudiar las madres cómo preparar sus mesas con el alimento más sencillo y saludable, para que los órganos digestivos no se debiliten, las fuerzas nerviosas no se desequilibren, y la instrucción que debieran dar a sus hijos no se vea contrarrestada por el alimento colocado ante ellos. Este alimento debilita o fortalece los órganos del estómago y tiene mucho que ver con el control de la salud física y moral de los hijos, que son propiedad de Dios comprada por su sangre. ¡Qué cometido sagrado se les confía a los padres para que protejan la constitución física y moral de los hijos, de modo que el sistema nervioso pueda estar bien equilibrado y el alma no se vea en peligro! Aquellos que complacen el apetito de sus hijos, y no controlan sus pasiones, verán el terrible error que han cometido, en el esclavo que ama el tabaco y el consumo de licores, cuyos sentidos están entorpecidos y cuyos labios declaran falsedades y profanidad.
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Cuando padres e hijos enfrenten el rendimiento final de cuentas, ¡qué escena se presentará! Miles de hijos que han sido esclavos del apetito y el vicio degradante, cuyas vidas son ruinas morales, comparecerán cara a cara con los padres, que los hicieron lo que son. ¿Quiénes sino los padres deben llevar esta terrible responsabilidad? ¿El Señor hizo corruptos a estos jóvenes? ¡Oh, no! Él los hizo a su imagen, un poco menor que los ángeles. ¿Quién, entonces, ha hecho la terrible obra de formar el carácter de la vida? ¿Quién cambió sus caracteres de modo que no llevaran el sello de Dios, y deban estar separados para siempre de su presencia como demasiado impuros para tener algún lugar con los ángeles puros en un cielo santo? ¿Fueron los pecados de los padres transmitidos a los hijos en apetitos y pasiones pervertidos? ¿Y la madre amante de los placeres completó la obra al descuidar de educarlos debidamente de acuerdo con el modelo que ella recibió? Todas estas madres pasarán en revista ante Dios tan seguramente como ellas existen. Satanás está listo para hacer su obra y presentar tentaciones que ellas no tendrán voluntad ni poder moral para resistir.