Desean que la causa de Dios progrese, pero sus esfuerzos en esa dirección son pocos. Si ustedes, y otros que profesan nuestra santa fe, pudieran ver cuál es su posición real y se dieran cuenta de la responsabilidad contraída con Dios, serían colaboradores sinceros de Jesús. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Mateo 22:37. No puede haber división de intereses, porque todo el corazón, toda el alma y toda la mente incluye a toda la persona.
El apóstol dice: “No sois vuestros. Porque habéis sido comprados por precio”. 1 Corintios 6:19, 20. Cuando el pecador mísero y condenado estaba sujeto a la maldición de la ley, Jesús lo amó tanto que se dio a sí mismo por el transgresor. Lo redimió con la virtud de su sangre. No podemos dar el valor justo al precioso rescate pagado para redimir al hombre caído. Los mejores y más santos afectos del corazón deben ser devueltos para pagar tan maravilloso amor. Recibieron en préstamo los dones temporales que disfrutan para que ayudaran al progreso del reino de Dios.
Hablo del sistema de diezmos, que me parece tan precario. ¡Cuán vano es el esfuerzo de medir con reglas matemáticas el tiempo, el dinero y el amor ante un amor y un sacrificio sin medida! ¡Los diezmos para Cristo son una limosna tan mísera, un precio tan irrisorio, para pagar algo que costó tanto! Desde la cruz del calvario, Cristo pide una rendición incondicional. Prometió al joven rico que si vendía todo lo que tenía y lo daba a los pobres y después tomaba su cruz y lo seguía tendría un tesoro en el cielo. Todo lo que poseemos debería estar consagrado a Dios. La Majestad del cielo vino al mundo para morir en sacrificio por los pecados del hombre. El corazón humano es tan frío y egoísta que se aparta de un amor tan incomparable y se interesa en las cosas vanas de este mundo.
Cuando la autocomplacencia luche por vencerlos, tengan en la mente a Aquel que dejó los gloriosos atrios celestiales, se despojó de las vestiduras reales por amor a ustedes y se hizo pobre para que por medio de su pobreza ustedes sean hechos ricos. ¿Menospreciarán ese gran amor y esa misericordia sin límites rechazando afrontar las dificultades y rehusando negarse a ustedes mismos por amor a él? ¿Se aferrarán a los tesoros de esta vida y desatenderán la ayuda en el avance de la obra de verdad?
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En la antigüedad, los hijos de Israel, que habían caído en la degradación moral, recibieron la orden de ofrecer un sacrificio por toda la congregación con el fin de purificarlos. Ese sacrificio era una becerra alazana y representaba la ofrenda más perfecta que podía redimir de la contaminación del pecado. Fue un sacrificio especial destinado a purificar a todos aquellos que, intencionada o accidentalmente, habían tocado a un muerto. Todos los que de algún modo habían entrado en contacto con la muerte estaban considerados ceremonialmente impuros. Esto estaba destinado a ilustrar de manera gráfica a los hebreos que la muerte vino a consecuencia del pecado y es su representante. La única becerra, la única arca, la única serpiente de bronce, apuntan de manera clara a la única gran ofrenda, el sacrificio de Cristo.
La becerra tenía que ser alazana, símbolo de la sangre. Tenía que estar libre de mancha y defecto y no haber sido uncida a yugo alguno. Una vez más era el tipo de Cristo. El Hijo de Dios vino voluntariamente para cumplir la obra de expiación. No había ningún yugo de obligación que lo ligara, porque era independiente y estaba por encima de la ley. Los ángeles, como mensajeros inteligentes de Dios estaban bajo el yugo de la obligación, ningún sacrificio personal de su parte podría expiar la culpa del hombre caído. Solamente Cristo estaba fuera de las exigencias de la ley para tomar sobre sí la redención de la raza pecadora. Tenía poder para entregar su vida y volver a tomarla. “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”. Filipenses 2:6.
El Ser glorioso amó tanto a los pobres pecadores que tomó sobre sí la forma de un siervo para sufrir y morir en favor de los hombres. Jesús pudo haber permanecido a la diestra de su Padre, con la corona real en la sien y vistiendo las ropas reales. Sin embargo, escogió cambiar las riquezas, el honor y la gloria del cielo por la pobreza de la humanidad y su posición de alto mando porlos horrores del Getsemaní y la humillación de la agonía del Calvario. Se hizo varón de dolores y experimentado en quebrantos para, mediante el bautismo de sufrimiento y muerte, purificar y redimir un mundo culpable. “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10:7) fue la gozosa exclamación.
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La becerra del sacrificio fue conducida fuera del campamento y degollada de modo impresionante. Del mismo modo, Cristo sufrió fuera de las puertas de Jerusalén, porque el Calvario estaba fuera de los muros de la ciudad. Esto mostraba que Jesús no murió únicamente por los judíos, sino por toda la humanidad. Proclama al mundo caído que vino para ser su Redentor y lo exhorta a aceptar la salvación que ofrece. Con la becerra solemnemente sacrificada, el sacerdote, cubierto con vestiduras bancas y puras, tomó la sangre en sus manos tal como salió del cuerpo de la víctima y la aspergió siete veces en dirección al templo. “Teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” Hebreos 10:21, 22.
Quemaron el cuerpo de la becerra alazana hasta convertirlo en cenizas, signo de un sacrificio completo. Luego, un hombre no contaminado por el contacto con los muertos reunió las cenizas y las depositó en una vasija con agua procedente de un río. Después, el sacerdote tomó una vara de cedro con hisopo y grana y aspergió el contenido de la vasija sobre el tabernáculo y el pueblo congregado. Esta ceremonia se repitió varias veces con el fin de ser escrupulosos en la purificación del pecado.
Así, Cristo, en su justicia sin mácula, después de esparcir su preciosa sangre, entra en el lugar santo para purificar el santuario. Allí la grana es llevada al servicio de reconciliación de Dios con el hombre. A algunos, la ceremonia del sacrificio de la becerra les parecerá sin sentido, pero se hizo por orden de Dios y tiene un profundo significado que no ha perdido aplicación en el tiempo presente.
El sacerdote usó cedro e hisopo, los sumergió en el agua purificadora y aspergió a los que eran impuros. Simbolizaba la sangre de Cristo, derramada para purificarnos de las impurezas morales. Las aspersiones repetidas ilustran la meticulosidad con que el pecador arrepentido debe llevar a cabo la obra. Tiene que consagrar todas sus posesiones. No sólo debe limpiar y purificar su alma, sino que debe esforzarse por consagrar a Dios su familia, su casa, sus propiedades y todas sus posesiones.
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Después de que se purificara el tabernáculo con el hisopo, sobre la puerta de los que fueron purificados se escribió: “No soy mío, Señor, soy tuyo”. Así debería ser con aquellos que profesan estar limpios por la sangre de Cristo. Dios no exige menos ahora que en los tiempos antiguos. En su oración, el salmista se refiere a esta ceremonia simbólica diciendo: “Purifícame con hisopo, y seré limpio, lávame, y seré más blanco que la nieve”. “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. “Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente”. Salmos 51:7, 10, 12.
La sangre de Cristo es eficaz, pero debe ser aplicada constantemente. Dios no sólo quiere que sus siervos usen los medios que ha dispuesto para ellos para glorificarlo, sino que desea que se consagren ellos mismos a su causa. Si ustedes, hermanos, se han vuelto egoístas y se están apartando del Señor, a quien deberían entregarse alegremente en servicio, necesitan que se les aplique con urgencia la sangre del sacrificio y consagrarse ustedes y todas sus posesiones a Dios.
Muy respetados hermanos, no tienen la sincera y generosa dedicación a la obra de Dios que él les pide. Han dedicado su atención a los asuntos terrenales. Han ocupado la mente en negocios destinados a beneficiarlos a ustedes mismos. Pero Dios los llama a una unión más estrecha con él, para que así se amolden y se ocupen en su obra. En el antiguo Israel se declaró solemnemente que aquel hombre que rechazase la purificación y permaneciese impuro, fuera apartado de la congregación. Para nosotros tiene un significado especial. Si en la antigüedad los que eran impuros debían purificarse con la sangre aspergida, tanto más necesitan los que viven en los peligros de los últimos días y están expuestos a las tentaciones de Satanás que la sangre de Cristo se aplique a sus corazones. “Porque si la sangre de los toros y los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociados a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” Hebreos 9:13, 14.
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Ambos tienen que hacer mucho más de lo que han hecho hasta ahora para sobrellevar las cargas de la obra del Señor. Les insto a que se levanten de su letargo, abandonen la idolatría de las cosas mundanas y, con sinceridad, se aseguren la herencia eterna. Trabajen mientras hay tiempo. No pongan en peligro sus almas desaprovechando las oportunidades que se les presentan. No den a sus intereses eternos una importancia secundaria. No pongan el mundo por delante de la religión, ni se esfuercen día tras día por obtener sus riquezas, mientras los amenaza el peligro de la bancarrota eterna. Cada día los acerca más al tributo final. Estén prontos para devolver los talentos que se les prestaron con los intereses obtenidos con su uso prudente.
No tienen capital suficiente para sacrificar el cielo o arriesgar su seguridad. No permitan que el engaño de las riquezas los lleve a descuidar su tesoro inmortal. Satanás es un enemigo implacable que siempre está presto a interponerse en su camino y se esfuerza en ponerles señuelos que los dirijan a la ruina. Estamos en un tiempo de espera. Cíñanse el lomo y enciendan las lámparas para poder esperar al Señor cuando regrese de las bodas, para que cuando venga y llame a la puerta puedan abrirle inmediatamente.
Hermanos, estén atentos a la primera vacilación de su luz, al primer descuido en la oración, al primer síntoma de desfallecimiento espiritual. “El que persevere hasta el fin, éste será salvo”. Mateo 10:22. Con el ejercicio constante de la fe y el amor los creyentes brillan como linternas en el mundo. Si sirven a Mammón a la vez que profesan servir a Dios no se preparan para la venida del Maestro. Cuando aparezca deberán presentarle los talentos que enterraron en la tierra, que descuidaron, abusando de ellos con malos usos; un amor dividido.
Ambos han profesado ser siervos de Cristo. Necesitan obedecer los consejos de su Maestro y ser fieles en el cumplimiento de su deber. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. 1 Juan 3:1. Ese amor no tiene comparación porque da a los hombres el rango de hijos de Dios. Por lo tanto, el Padre espera que sus hijos lo obedezcan y requiere una disposición adecuada de las propiedades que ha puesto en sus manos. No las recibieron para su uso y disfrute personal, sino que son el capital de Dios puesto bajo nuestra responsabilidad.
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Hijos del Señor, ¡cuán preciosa es la promesa! ¡Cuán completa es la expiación que el Salvador hizo de nuestras culpas! Con un corazón lleno de amor inmutable, el Redentor aún presenta su sangre derramada en beneficio del pecador. Las manos heridas, el costado perforado, los pies desollados, interceden elocuentemente por el hombre caído y su redención es adquirida a un precio infinito. ¡Qué gran condescendencia! Ni el tiempo ni los acontecimientos pueden desmerecer la eficacia del sacrificio expiatorio. Como la fragrante nube de incienso se elevaba aceptable hacia el cielo y Aarón aspergía la sangre sobre el trono de misericordia del antiguo Israel y purificaba al pueblo de la culpa, así también Dios acepta hoy los méritos del Cordero inmolado como un medio de purificación de la degeneración del pecado.
“Velad y orad, para que no entréis en tentación”. Mateo 26:41. Deberán librar duras batallas. Revístanse con toda la armadura de justicia y muéstrense fuertes y resueltos al servicio del Redentor. Dios no quiere ociosos en su campo, sino colaboradores de Cristo, centinelas vigilantes, valientes soldados de la cruz, prontos para la acción en favor de la causa por la que se alistaron.
La riqueza y el intelecto no dan la felicidad; sino el valor moral real y el sentido del deber cumplido. Pueden obtener la recompensa del vencedor y levantarse ante el trono de Cristo para cantar su alabanza en el día de la asamblea de sus santos; pero sus vestiduras deben ser purificadas en la sangre del Cordero y la caridad debe cubrirlos como un manto para que sean encontrados limpios y sin mancha.
Juan dice: “Después de esto miré, y he aquí que una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: ‘La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero’”. “Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos”. Apocalipsis 7:9, 10, 14-17.
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Autoalabanzas
Apreciado hermano N: En la última visión se me presentó su caso. Se me mostró que su carácter cristiano tiene defectos que debe vencer antes de perfeccionar su santidad en el temor del Señor. Ama la verdad, pero necesita que la verdad lo santifique. No es soberbio o parco en hospitalidad o en el sostenimiento de la causa de la verdad, sino que su corazón abriga cierta soberbia. Se aferra a sus opiniones y pone sus propios juicios por encima de los de los demás. Corre el peligro de creerse superior a sus hermanos. Es exigente y tiende a llevar a cabo sus ideas sin tener en cuenta a sus hermanos porque considera que su inteligencia y su experiencia son superiores a las suyas. En este punto no aplica la orden dada por los apóstoles: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”. Filipenses 2:3. Usted tiene sus ideas, sus propósitos y sus planes y se imagina que nunca pueden estar equivocados.
En el gobierno de su casa siempre ha tomado sobre sus espaldas demasiada carga. Si sus opiniones o sus planes se tuercen, en lugar de hacer concesiones o llegar a compromisos con quienes se le oponen, considerando que tanto ellos como usted tienen derecho a tener su propio juicio independiente, se siente herido y humillado. No puede soportar que su familia ponga en duda sus planes o haga sugerencias distintas de sus opiniones. La consecuencia de este desagradable estado es que su familia le ha sometido sus deseos y ha permitido que haga y deshaga a su gusto para conservar la armonía en el hogar. Por eso, su familia hace mucho que sufre pacientemente sus antojos. Le parece que esto es la observancia apropiada de su autoridad y considera que su gobierno es sensato y correcto.
Siempre que su obstinación por poner en práctica sus propios juicios contra viento y marea ha puesto a sus amigos a en completa oposición con usted y los ha obligado a sentirse menospreciados por su arbitrariedad, ha sentido y ha creído y se ha convencido de que toda esa oposición se debía a la instigación del enemigo. Por eso se ha empecinado aún más en poner en práctica sus ideas sin tener en cuenta los deseos de los demás.
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Corre el peligro de pasar por dificultades porque no está dispuesto a permitir la libertad de juicio y opinión de aquellos que lo rodean. Sería bueno que recordara que pueden tener en tan alta estima sus maneras y sus opiniones como usted tiene las suyas. Es muy fácil que, cuando censuramos a otros porque no están de acuerdo con nosotros, perdamos de vista este punto. Gobierna a los miembros de su familia con demasiada rigidez. Es muy puntilloso y los carga de preceptos y órdenes; y si, por ventura, su opinión es distinta, se obstina aún más en actuar según sus ideas y demostrar que es el dueño indiscutible de su casa.
En apariencia, considera que basta con decir que una cosa debe ser hecha para que se haga del modo exacto en que usted indica. A menudo, su arbitrariedad pone sus ideas y juicios entre sus familiares y su propio sentido de lo correcto o apropiado según las circunstancias. Ha cometido un gran error al quebrantar la voluntad y el juicio de su esposa, requiriéndole que se rinda incondicionalmente a su sabiduría superior so pena de traer la discordia al hogar.
No gobierne los actos de su esposa ni la trate como alguien que depende servilmente de usted no se ponga jamás por encima de ella, ni se excuse diciendo: “No tiene experiencia y es inferior a mí”. Deje de someter irracionalmente la voluntad de ella a la de usted, porque su esposa posee su propia individualidad que no se debe fundir con la de usted. He observado que muchas familias naufragaban a causa del despótico gobierno que la cabeza de familia ejercía, mientras que el diálogo y el consenso podrían haber sido los impulsores de la armonía y bienestar.
Hermano, usted presume de sí mismo. Ejerce su autoridad aun fuera de sus propios dominios. Se imagina que conoce la mejor manera de hacer el trabajo de la cocina. Tiene sus peculiares ideas sobre el funcionamiento del departamento de trabajo y espera que los demás se adapten como máquinas a tales ideas y observen el orden específico que le complace.
Los esfuerzos por conseguir que sus amigos se rindan mansamente a su voluntad son fútiles y vanos. Ninguna mente ha sido moldeada del mismo modo, y no está bien que así sea; porque si fueran idénticas habría menos armonía y adaptabilidad natural de los unos con los otros que ahora. Sin embargo, se nos representa como miembros de un cuerpo unidos en Cristo. Ese cuerpo está compuesto por varios miembros y ninguno de ellos puede desempeñar exactamente la misma función que otros. Los ojos ven, y no tiene sentido que desempeñen la función de las orejas, que están destinadas a oír. Tampoco las orejas pueden suplantar a la boca, ni la boca tomar las funciones de la nariz. Aun así, todos los órganos son necesarios para un todo perfecto y trabajan en hermosa armonía. Las manos tienen su trabajo, y los pies el suyo. Unos no dicen a los otros: “Sois inferiores a nosotros”. Las manos no pueden decir a los pies: “No os necesitamos”. Pero todos están unidos al cuerpo para desempeñar su tarea específica y merecen el mismo respeto porque contribuyen al confort y la utilidad del todo perfecto.
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Ninguno de nosotros puede tener las mismas ideas ni las mismas opiniones. Pero debemos ser una bendición para los demás; de modo que allí donde uno no llega, otro pueda suplir la necesidad. Su carácter tiene algunas deficiencias y desviaciones que harían recomendable que entrara en contacto con una mente organizada de modo distinto; de esa manera se equilibraría adecuadamente la suya. En lugar de ejercer una supervisión tan exclusiva, consulte con su esposa y lleguen a tomar decisiones de común acuerdo. No permite el esfuerzo independiente de su familia. Con demasiada frecuencia, si sus órdenes específicas no se ponen en práctica escrupulosamente, lo considera un delito.
Si su esposa y los otros miembros de su familia carecieran de tacto y diplomacia, sería excusable que tomara todas las riendas; pero tal no es el caso y su comportamiento es del todo intolerable. Después de haberlos informado amablemente al respecto de sus puntos de vista sobre la cocina y el gobierno de la casa, indicándoles cuáles son sus deseos, deténgase y permítales que sigan sus sugerencias según su criterio. Es casi seguro que su influencia les será más grata y desearán complacerle más que si usted despliega toda una batería de medidas coercitivas. Incluso si no se adaptan a sus opiniones, no se empeñe en dictar normas para que todo se haga según sus criterios. Recuerde que la natural independencia de los demás debe ser respetada. Si su esposa hace su labor de la manera que ella cree apropiada, no tiene derecho a interferir en sus asuntos y cargarla con sus sugerencias y reflexiones sobre su manera de dirigir la casa.