Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 342-351, día 233

La mayor parte de las preocupaciones de la vida, sus corrosivas cuitas diarias, sus quebraderos de cabeza, su irritación, son el resultado de un carácter sin control. La armonía del círculo doméstico se rompe a menudo por una palabra apresurada y el lenguaje violento. ¡Cuánto mejor sería callar! Una sonrisa de satisfacción y una tranquila palabra de aprobación dicha con espíritu de mansedumbre serían potencia que suaviza, consuela y bendice. El gobierno de sí mismo es el mejor gobierno del mundo. Noventa y nueve de cada cien problemas que amargan tan terriblemente la vida podrían haberse ahorrado con el ornamento de un espíritu manso y pacífico. Muchos excusan sus palabras precipitadas y temperamentos apasionados diciendo: “Soy sensible, tengo un carácter precipitado”. Así nunca se sanarán las heridas causadas por las palabras apresuradas y apasionadas. Es cierto que hay quien es más apasionado que otro, pero ese espíritu nunca puede estar en armonía con el espíritu de Dios. El hombre natural debe morir y el nuevo hombre, en Cristo Jesús, debe apoderarse del alma para que el seguidor de Jesús pueda decir en verdad: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Gálatas 2:20. 

El yo es difícil de conquistar. No es fácil traer la depravación humana en todas sus formas a la sujeción del Espíritu de Cristo. Aun así, todos deberían quedar impresionados con el hecho de que, a menos que ganen la victoria por medio de Cristo, no tienen esperanza. La victoria es alcanzable porque con Dios nada es imposible. Con su gracia ayudadora, es posible vencer todo mal temperamento y toda la depravación humana. Los cristianos deben aprender de Cristo, “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición”. 1 Pedro 2:23.

La tarea que tienen ante ustedes no es liviana, no es un juego de niños. No han avanzado hacia la perfección pero ahora pueden volver a empezar. Con su vida pueden mostrar qué pueden hacer el poder y la gracia de Dios para transformar al hombre natural en un hombre espiritual en Cristo Jesús. Pueden ser vencedores si, en nombre de Cristo, se aplican decididamente a la tarea.

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Me gustaría escribir en sus corazones una solemne declaración: Cuando las personas se han rendido a las maquinaciones de Satanás y se han puesto bajo su influencia, si desean salir de sus trampas mediante la misericordia de Dios, deben unirse estrechamente a él, crucificando diariamente al yo y transformándose completamente, para así ganar la victoria y obtener la vida eterna. Ambos se han alejado mucho de Dios. Han traído muchos reproches a su causa. Ahora deben ser aún más celosos y sinceros para vencer todos los defectos de sus caracteres y llevar una vida de humillación y oración confiada y suplicante. Con fe, pidan a Dios que, por Cristo, borre su pasado para que las semillas del mal que sembraron no puedan extenderse y acumularse contra ustedes en el día de la ira. 

Si persisten en mostrarse con un espíritu irritable, consintiéndose a sí mismos, hablando de manera infantil sobre sus enfermedades, explayándose en sus sentimientos y quedándose en el lado oscuro, ustedes se debilitarán y perderán aliento. Esas cosas los convirtieron en presas fáciles para las maquinaciones de Satanás. Si emprenden el mismo camino que emprendieron cuando sus pies empezaron a resbalar, sus respectivas situaciones serán desesperadas. Si reprimen sus pecados con arrepentimiento y evitan las temibles consecuencias refugiándose en la intercesión del Salvador, suplicando sinceramente a Dios que les envíe su Espíritu para que los guíe y les enseñe a la vez que los estimula, segarán vida eterna. Juntos, depositen humildemente sus desdichadas almas en los méritos de Cristo. 

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Equidad en los negocios

Hermano G, en mi última visión se me mostró su caso. Vi que ama la verdad que profesa pero que ésta no lo santifica. Sus afectos están divididos entre el servicio a Dios y el servicio a Mammón. Esta división se levanta como una barrera en su camino para convertirse en un misionero de Dios. A la vez que profesaba servir a Dios, sus propio interés ha echado a perder su tarea y ha perjudicado grandemente su influencia. Dios no puede trabajar con usted porque su corazón no está a bien con él.

De palabra, usted se ha mostrado profundamente interesado en la verdad; sin embargo, a la hora de mostrar su fe con las obras, ha habido un gran abismo. No ha presentado correctamente nuestra fe. Ha perjudicado la causa de Dios con su manifiesto amor por las ganancias económicas. Su afición al comercio y las disputas banales no le ha hecho ningún bien; y tampoco ha sido beneficiosa para la salud espiritual de aquellos con los que entró en contacto. Usted es un hombre de negocios tramposo, y no es extraño que recurra a la estafa. Tiene una habilidad especial para descubrir la mejor manera de cerrar un trato de forma que sea más beneficioso para usted que para los demás. Si permitiendo que un hombre se estafara a sí mismo, obtuviera una ventaja, no lo dudaría ni un minuto. Así no se cumple la regla de oro: Hacer con los demás como desee que los demás hagan con usted.

Cuando participaba en el trabajo misionero, ha manifestado sus tendencias maquinadoras en asuntos de compra y venta. Esta es una triste combinación. Debe ser una cosa u otra. “Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”. 1 Reyes 18:21. “Escogeos hoy a quién sirváis”. Josué 24:15. Dios no aceptará sus obras en la extensa obra misionera mientras maquina para obtener ventajas para usted. Corre el peligro de considerar las ganancias como piadosas. El tentador pondrá ante usted alicientes engañosos para embaucarlo y tentarlo con el fin de que permita que el espíritu de maquinación acabe con su espiritualidad. 

El mundo, los ángeles y los hombres lo ven como un estafador, como un hombre que busca su propio interés y se asegura ventajas sin mirar cuidadosamente y a conciencia por el interés de aquellos con quienes tiene tratos. En su vida de hombre de negocios hay una vena de deshonestidad que empaña el alma y empequeñece la experiencia religiosa y el crecimiento en la gracia. Su astuto ojo para los negocios está siempre al acecho para aprovechar las mejores oportunidades de asegurarse un trato favorable para usted. Esta tendencia malévola se ha convertido en una segunda naturaleza para usted, por lo que no se da cuenta del mal que causa al favorecerla. 

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Los negocios en los cuales otros, además de usted mismo, obtuvieran ganancias justas y sin desviación serían correctos siempre y cuando fuesen honorables. El Señor habría aceptado sus servicios y usado su capacidad y su astuta percepción, para asegurar la salvación de las almas si usted se hubiese santificado con la verdad. El ansia de ganancias ha combatido contra el Espíritu. Los hábitos y la cultura de años han dejado su huella deforme en su carácter y lo han hecho inapto para la obra de Dios. Siente un deseo irrefrenable por el comercio. Si estuviera santificado para el servicio de Dios, usted sería un obrero sincero y perseverante para el Maestro; pero el mal uso que ha dado a su talento ha puesto en peligro su alma. Otros también se encuentran en peligro de perderse por causa de su influencia. 

Algunas veces, la razón y la conciencia protestan enérgicamente y se siente desdichado a causa de su comportamiento. Su alma ansía la seguridad y la santidad del cielo. El griterío del mundo le parece repulsivo y lo aleja y abriga al Espíritu de Dios. Entonces, su tendencia mundana entra de nuevo en acción y toma el control. Con toda seguridad, usted deberá enfrentarse a los asaltos de Satanás. Prepárese para resistir firmemente su inclinación. 

Mientras el apóstol Pablo estaba entre los muros pestilentes y húmedos de la prisión, víctima de la enfermedad, deseaba mucho ver a Timoteo, su hijo en el evangelio, y dejarle su testamento. No esperaba la liberación de las cadenas sin antes haber entregado el alma. El corazón del perverso Nerón era satánico; bastaría una palabra suya o un simple gesto para que la vida del apóstol fuese segada. Pablo urgió la presencia inmediata de Timoteo, aunque temía que no llegaría a tiempo de recibir el último testimonio de sus labios. Por eso repitió a uno de sus colaboradores, al cual le había sido permitido ser su compañero de celda, las palabras que diría a Timoteo. Ese fiel sirviente escribió el testamento de Pablo, una porción del cual reproducimos aquí: “Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos”. 1 Timoteo 6:9-12. “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna”. 1 Timoteo 6:17-19. “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros. Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado. Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente”. 2 Timoteo 2:2-5. Un hombre puede ser avaricioso y excusarse diciendo que trabaja por la causa de Dios; pero no obtendrá ninguna recompensa de Dios, porque Dios no acepta el dinero que se obtiene con engaños o cualquier sombra de deshonestidad. 

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Pablo sigue urgiendo a Timoteo: “Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica”. 2 Timoteo 4:9-10. Estas palabras que Pablo dictó justo antes de su muerte fueron escritas por Lucas en beneficio y advertencia para nosotros. 

Cristo, en su enseñanza a sus discípulos, les dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará: y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto”. Juan 15:1, 2. El que está unido a Cristo y participa de la savia y la nutrición de la vid realizará las obras de Cristo. En él debe estar el amor de Cristo, o no podrá estar en la Vid. El amor supremo hacia Dios y el amor hacia nuestro prójimo, igual al que tenemos para con nosotros mismos, es la base de la verdadera religión. 

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Cristo pregunta a cada uno de los que profesan su nombre: “¿Me amas?” Juan 21:16, 17 Si amamos a Jesús, amaremos las almas por las cuales murió. Puede ser que alguien no tenga un aspecto muy agradable, tal vez sea deficiente en muchos aspectos; pero si tiene fama de honrado e íntegro, conquistará la confianza de los demás. El amor a la verdad y la confianza que los hombres pueden depositar en él superarán los rasgos objetables de su carácter. Ser dignos de confianza en nuestro puesto y vocación, estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos para beneficio de los demás, impartirá paz al espíritu y nos brindará el favor de Dios. 

Los que quieran andar detenidamente en las pisadas de su abnegado Redentor reflejarán en su manera de ser la de Cristo. La pureza y el amor de Cristo resplandecerán en su vida diaria y su carácter y la mansedumbre y la verdad guiarán sus pies. Toda rama fructífera se podará para que dé más fruto. Aun las ramas fructíferas pueden ostentar demasiado follaje y aparentar lo que en realidad no son. Los seguidores de Cristo pueden hacer alguna obra para el Maestro, y sin embargo no estar haciendo ni la mitad de lo que podrían hacer. Así pues, él los poda, porque la mundanalidad, la indulgencia propia y el orgullo se manifiestan en su vida. Los viñadores cortan los pámpanos sobrantes de las vides y los zarcillos que se aferran a la maleza de la tierra, y así las hacen más fructíferas. Estas causas de estorbo deben eliminarse y cortarse todo lo defectuoso que ha crecido de más para dejar lugar a los rayos sanadores del Sol de Justicia. 

Dios quiso que por medio de Cristo el hombre caído tuviese otra oportunidad. Muchos no entienden el propósito para el cual fueron creados. Lo fueron para beneficiar a la humanidad y glorificar a Dios, más bien que para glorificarse y gozar de sí mismos. Dios poda constantemente su pueblo y corta las ramas que se extienden profusamente, a fin de que lleven frutos para su gloria y no produzcan solamente hojas. Dios nos poda mediante el pesar, las desilusiones y la aflicción, a fin de que disminuya el desarrollo de los rasgos perversos del carácter y para que los rasgos superiores tengan oportunidad de desarrollarse. Debemos renunciar a los ídolos, se nos debe enternecer la conciencia, las meditaciones del corazón deben convertirse en espirituales, y todo el carácter debe adquirir simetría. Los que realmente desean glorificar a Dios agradecerán que todos los ídolos y pecados queden expuestos, a fin de poder ver estos males y desecharlos; pero el corazón dividido deseará la complacencia antes que la abnegación. 

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La rama aparentemente seca, al conectarse con la vid viviente, llega a formar parte de ella. Una fibra tras otra fibra y una vena tras otra vena se van adhiriendo a la vid, hasta que su vida y nutrición derivan de la cepa madre. El injerto brota, florece y fructifica. El alma, muerta en sus delitos y pecados, debe experimentar un proceso similar a fin de quedar reconciliada con Dios y participar de la vida y del gozo de Cristo. Así como el injerto recibe vida cuando se une a la vid, el pecador participa de la naturaleza divina cuando se relaciona con Dios. El hombre finito queda unido con el Dios infinito. Cuando estamos así unidos, las palabras de Cristo moran en nosotros y no somos ya impulsados por sentimientos espasmódicos, sino por principios vivos y permanentes. Debemos meditar en las palabras de Cristo, apreciarlas y atesorarlas en el corazón. No debemos repetirlas como loros, sin darles cabida en la memoria ni dejarles ejercer influencia sobre el corazón y la vida. 

Así como el pámpano debe permanecer en la vid para obtener la savia vital que lo hace florecer, los que aman a Dios y guardan todos sus dichos deben permanecer en su amor. Sin Cristo no podemos subyugar un solo pecado ni vencer la menor tentación. Muchos necesitan el Espíritu de Cristo y su poder para iluminar su entendimiento, tanto como el ciego Bartimeo necesitaba su vista natural. “Como el pámpano no puede llevar fruto de por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros, si no permanecéis en mi” Juan 15:4. Todos los que están realmente en Cristo experimentarán el beneficio de esta unión. El Padre los acepta en el Amado y se transforman en el objeto de su solícito, tierno y amante cuidado. Esta relación con Cristo traerá la purificación del corazón, así como una vida circunspecta y un carácter sin tacha. El fruto que lleva el árbol cristiano es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. Gálatas 5:22, 23. 

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Hermano, es preciso que se una estrechamente a Dios. Hay rasgos en su carácter de los que usted es responsable. Ha dado un mal uso a sus facultades. Dios no puede aprobar su comportamiento. Su modelo es mundano y no el que Cristo nos dio con su vida. Ha mirado con los ojos del mundo y ha discernido con su juicio impuro. Debe eliminar de su alma la contaminante influencia del mundo. Repetidamente se ha desviado de la estricta integridad y lo que usted consideró engañosamente como una ganancia, en realidad es una pérdida. Cada estafa practicada en el comercio lo aleja de la recompensa del cielo. El hombre recibirá su recompensa según hayan sido sus actos. 

No le queda tiempo. Haga diligentes esfuerzos para vencer esos malos rasgos de su carácter que, si son consentidos, le cerrarán las puertas de la gloria. No pierda el cielo. Le es preciso un decidido cambio en sus palabras y sus actos para vencer su espíritu avaricioso y poner sus pensamientos en el canal de la verdad santificada. En pocas palabras, necesita ser transformado. Sólo entonces Dios aceptará su colaboración en su causa. Es necesario que sea un hombre con una veracidad tan íntegra que el amor por el beneficio económico no pudiera seducirlo ni vencerlo la tentación. El Señor exige a todos los que profesan su nombre una estricta adherencia a la verdad. Serán como sal que no ha perdido su sabor, como una luz en medio de las tinieblas morales y el engaño del mundo.

“Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:14), dijo Cristo. Quienes están realmente unidos a Dios, reflejando la luz del cielo, tendrán un poder salvífico en la iglesia y también en el mundo; porque el perfume de las buenas acciones y los actos fieles hará de ellos hombres y mujeres de reputación intachable, aun para aquellos que no tienen nuestra fe. Los temerosos de Dios respetarán y honrarán ese carácter; e incluso los enemigos de nuestra fe, al ver reflejados el espíritu y la vida de Cristo en sus actos diarios, glorificarán a Dios, la fuente de su fuerza y su honor.

Hermano, debería haberse convertido realmente a la verdad y entregado a la obra de Dios ya hace años. Se han perdido unos años preciosos que habrían sido ricos en experiencia en las cosas de Dios y en el trabajo práctico en su causa. Por más que ahora sea capaz de enseñar a otros, no ha llegado al completo conocimiento de la verdad. Le es preciso tener un conocimiento práctico de la verdad y estar cualificado para llevar el mensaje de advertencia al mundo. Sus servicios han estado a punto de perderse para la causa de Dios porque su mente está dividida. Ha hecho planes y maquinaciones, ha comprado y vendido, ha puesto mesas. 

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El moho del mundo ha nublado su percepción y ha pervertido su intelecto, de modo que sus débiles esfuerzos no han sido ofrendas agradables a Dios. Si se hubiera divorciado de sus tendencias especulativas y hubiera trabajado en la dirección opuesta, se habría enriquecido con el conocimiento divino y tendría ganancias en los asuntos espirituales en general; mientras que ahora ha perdido poder espiritual y ha empequeñecido su experiencia religiosa. 

Hacer compañía con el Padre y su Hijo Jesucristo nos ennoblece y eleva y nos convierte en partícipes de gozos indecibles y gloriosos. Los alimentos, la ropa, la posición social y la riqueza pueden ser valiosos, pero estar unidos a Dios y ser partícipes de su naturaleza divina es de un valor incalculable. Nuestras vidas deberían estar escondidas con Cristo en Dios y, a pesar de que “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser” (1 Juan 2:2), “cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste” (Colosenses 3:4), “seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” 1 Juan 3:2. La dignidad principesca del carácter cristiano brillará como el sol y los rayos de luz que salen de la faz de Cristo se reflejarán sobre aquellos que se hayan purificado como él es puro. El sacrificio de todo cuanto poseemos, incluso la propia vida, es un precio irrisorio para pagar el privilegio de ser hijos de Dios. 

Apreciado hermano, debería estar dispuesto a ser un hombre según el corazón de Dios. Lo que otros quieran hacer o decir que no esté en estricta concordancia con el modelo cristiano no es excusa para usted. Dleberá presentarse ante e Juez de toda la tierra, no para responder por otro, sino por usted mismo. Nuestra responsabilidad es individual y ningún defecto del carácter humano nos eximirá de la culpa. En su carácter, Cristo nos dio un modelo perfecto y una vida sin mancha.

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Los ataques más persistentes del enemigo de las almas se dirigen a la verdad que profesamos y cualquier desviación de lo que es correcto arroja sobre ella una sombra de deshonor. Nuestro mayor peligro reside en distraer la mente de Cristo. El nombre de Jesús tiene el poder de repeler las tentaciones de Satanás y levantar un estandarte que nos protege contra él. Mientras el alma permanezca inamovible y confiada en la virtud y el poder de la expiación, se mantendrá firme como una roca y todos los poderes de Satanás serán incapaces de apartarla de su integridad. La verdad que se nos muestra en Jesús es un muro de fuego que rodea el alma que se aferra a él. Sobre nosotros lloverán tentaciones porque debemos ser probados mediante ellas durante el tiempo de gracia que nos ha sido asignado. Es la prueba de Dios, la revelación de nuestros corazones. No hay pecado en resistir las tentaciones, sino que el pecado aparece cuando cedemos a ellas. 

Si hubiera empleado sus aptitudes y sus habilidades en la salvación de las almas y en esparcir la verdad entre los que se encuentran en las tinieblas, del mismo modo en que las empleó para aumentar sus posesiones terrenales, tendría muchas estrellas en la corona de su gozo en el reino de gloria. Sin embargo, pocos son los que se mantienen tan fieles en sus intereses temporales como en el servicio a Dios. El propósito resuelto conseguirá el fin deseado. Muchos no sienten que la prudencia, la corrección y la destreza sean esenciales tanto en la obra de Dios como en sus negocios temporales. La mente y el corazón de los que profesan creer la verdad debe ser elevada, refinada, noble y espiritual. La obra de educación de la mente para este gran e importante propósito se descuida terriblemente. La obra de Dios se lleva a cabo con negligencia, pereza e incompetencia porque demasiado a menudo se deja al capricho de los sentimientos antes que se someta a unos principios y a un objetivo santos.

Es muy necesario que los hombres y las mujeres que conocen la voluntad de Dios aprendan a ser obreros de éxito en su causa. Deben ser personas de maneras pulcras, con entendimiento, sin el engañoso brillo externo y la risueña afectación mundanas, sino que deben poseer el refinamiento y la verdadera cortesía que lleva el perfume del cielo, los cuales poseerá el cristiano que participe de la naturaleza divina. La carencia de verdadera dignidad y refinamiento cristiano que se da entre las filas de los observadores del sábado nos es contraria como pueblo y hace que la verdad que profesamos sea insulsa. La tarea de educación de la mente y las maneras debe ser orientada hacia la perfección. Si los que profesan la verdad no aprovechan los privilegios y las oportunidades que se les presentan para crecer hasta la total estatura de hombres y mujeres en Jesucristo, no honrarán la causa de la verdad ni honrarán a Cristo.

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