Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 352-361, día 234

Hermano, si usted hubiese estudiado las Sagradas Escrituras con la misma prontitud con que estaba al acecho para obtener ganancias, ahora sería un hombre conocedor de la palabra de Dios y capaz de enseñar a otros. Su falta lo ha inhabilitado para enseñar la verdad a otros. No ha cultivado esas facultades que harían de usted un obrero inteligente, espiritual y de éxito para el Maestro. Ha ejercitado tanto, rasgos de carácter como la codicia y la sagacidad en los negocios mundanos que su mente se ha desarrollado ampliamente en la dirección de la compra y la venta y en la obtención de los mejores resultados de un negocio. En lugar de fomentar la confianza de sus hermanos y hermanas, así como la de sus amigos, para que lo consideraran como un hombre de carácter noble que se eleva por encima de toda insignificancia y avaricia, ha fomentado en ellos su temor hacia usted. Ha usado su fe religiosa para asegurarse la confianza de sus hermanos de manera que pudiera practicar sus sucios negocios y obtener un beneficio. Tanto ha sido así que se ha convertido en su segunda naturaleza y no se da cuenta de cómo ven los otros su conducta. En el futuro, si usted desea contrarrestar la influencia que ha ejercido, la cual ha llevado a otros a alejarse de Cristo y de la verdad, la piedad debe marcar su vida y su conducta.

Su relación con Dios y los otros hombres exige un cambio de vida. En el Sermón de la Montaña el Redentor del mundo ordenó: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas”. Mateo 7:12. Estas palabras tienen el máximo valor para nosotros, son la regla de oro por la que se medirá nuestra conducta. Ésta es la verdadera norma de honestidad. Estas palabras están cargadas de significado. Se nos pide que tratemos al prójimo del mismo modo que queremos que el prójimo nos tratase si nosotros estuviésemos en su situación.

Plano, Texas, 24 de noviembre de 1878

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La religión en la vida diaria

Hermano H: Se me mostró que usted ama realmente la verdad pero que la verdad no lo santifica. Tiene una gran tarea por hacer. “Todo aquél que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”. 1 Juan 3:3. No le queda mucho tiempo. Se me mostró que su vida ha sido tormentosa. No ha actuado correctamente, pero también es cierto que estaba profundamente equivocado y sus motivos fueron mal interpretados. Sin embargo, por su bien, la providencia de Dios no ha permitido que sus fracasos y pérdidas pecuniarias fueran mayores.

Le ha costado sentir que su Padre celestial es todavía su tierno protector. Sus dilemas y tribulaciones tendían a desalentarlo y sintió que la muerte era preferible a la vida. Aun así, en cierto momento, de haber podido abrir los ojos, habría visto a los ángeles de Dios que intentaban salvarlo de usted mismo. Los ángeles de Dios lo llevaron donde pudiera recibir la verdad y afirmar los pies sobre unos cimientos aún más firmes que los montes eternos. Allí vio y aceptó la luz. Su vida floreció con una fe renovada. La providencia de Dios lo unió a su obra en las oficinas de la Pacific Press. Intervino en su favor y ahí debió ver su mano guiadora. Ha sufrido mucho, pero usted ha sido la causa de la mayoría de sus quebraderos de cabeza porque no sabe controlarse. En ocasiones ha sido muy severo. Tiene un carácter irritable que debe ser vencido. En la vida se ha puesto en peligro tanto por abandonarse a su exceso de confianza en usted mismo como por rendirse al abatimiento. La continua dependencia de la palabra y la providencia de Dios lo cualificará para ejercitar todos sus potenciales por su Redentor, quien lo llamó diciendo: “Sígueme”. Mateo 19:21. Le es preciso cultivar un espíritu de entera sumisión a la voluntad de Dios, buscando sincera y humildemente conocer sus caminos y seguir las directrices de su Espíritu Santo. No confíe en su propio entendimiento. Recele de su propia sabiduría y supuesta prudencia. Su condición exige esa precaución. Para el hombre es arriesgado confiar en su propio juicio. En el mejor de los casos, sus capacidades son limitadas; muchos han recibido en herencia rasgos fuertes y débiles de carácter que, decididamente, son defectos. Esas particularidades condicionan la vida.

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La sabiduría que da Dios llevará a los hombres a su propio examen. La verdad los convencerá de sus errores y ofensas. El corazón debe abrirse para ver, apercibirse y reconocer esas ofensas y, así, con la ayuda de Jesús, cada uno debe iniciar la tarea de vencerlas. Al fin y al cabo, el conocimiento obtenido por los sabios del mundo, por más diligentes que sean en adquirirlo, es limitado e inferior. Muy pocos entienden los caminos y las obras de Dios en los misterios de su providencia. Avanzan unos pasos y se desorientan porque pierden toda referencia. El pensador superficial se tiene por sabio. Los hombres de sólidos valores y altos logros están más dispuestos a admitir la debilidad de su propio entendimiento. Dios exige que todo aquél que afirme ser su discípulo sea más un alumno que un maestro y esté más inclinado a aprender que a enseñar.

Cuántos hombres de nuestro tiempo no profundizan suficientemente. Sólo acarician la superficie. No pensarán con suficiente detenimiento para ver las dificultades y combatirlas, y tampoco examinarán todos los temas importantes que encuentren con estudio reflexivo y en oración, con suficiente interés y precaución para ver dónde reside el verdadero punto importante. Hablan de materias que no han sopesado cuidadosa y completamente. A menudo las personas sinceras e inteligentes tienen ideas sobre sí mismas que deben ser rechazadas pues, de otro modo, los que tienen menor fuerza mental correrán el peligro de formarse una opinión errónea. Los prejuicios forman los hábitos y las costumbres, los sentimientos y los deseos tienen una influencia variable. A veces, día a día y con persistencia, se sigue una conducta porque es un hábito y no porque la aprueba la mente. En estos casos, la desviación proviene más de los sentimientos que del deber.

Si pudiésemos entender nuestras propias flaquezas y ver los rasgos engañosos de nuestro carácter que necesitan ser reprimidos, veríamos cuánto nos queda por hacer; por lo que humillaríamos nuestros corazones y los pondríamos en la poderosa mano de Dios. Al unir nuestras desvalidas almas a Cristo supliríamos nuestra ignorancia con su sabiduría, nuestra debilidad con su fuerza y nuestra flaqueza con su poder. Unidos a Dios, seríamos luces en el mundo.

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Apreciado hermano, Dios lo ama y es muy paciente con usted, aun a pesar de sus errores y equivocaciones. Tenga en cuenta el tierno y el misericordioso amor que Dios muestra en su favor; ¿no debería usted mostrarse con sus hijos más amable, contenido, paciente y dispuesto a perdonar? Su severidad y aspereza aleja sus corazones. No puede darles lecciones de paciencia, contención, mansedumbre y amabilidad cuando usted mismo se muestra arrogante y violento en su trato con ellos. Llevan en el carácter el sello que sus padres han puesto en él. Si desea aconsejarlos y dirigirlos, e impedir que sigan algún camino equivocado, el objetivo no se conseguirá con aspereza y lo que a ellos les parece tiranía. Cuando, con temor de Dios, pueda advertirlos y aconsejarlos con toda la solicitud y el tierno amor que un padre debe mostrar por su hijo descarriado, les demostrará que en la verdad hay poder para transformar a los que la reciben. Cuando sus hijos actúan en desacuerdo con sus ideas, en lugar de mostrarse afligido por sus errores, y orar fervientemente con y por ellos, se deja llevar por la pasión y se comporta de manera que no les hace ningún bien, sino que sólo consigue que su afecto se debilite y, finalmente, se separen de usted.

Su hijo menor es perverso. No obra correctamente. Su corazón está en rebelión contra Dios y la verdad. Se encuentra sometido a influencias que lo vuelven brusco, áspero y descortés. Es una prueba para usted y, a menos que se convierta, será un gran lastre para su paciencia. Sin embargo, la brusquedad y la severidad dominante no lo reformarán. Haga cuanto pueda por él siguiendo el espíritu de Cristo, no el suyo propio; ni se deje llevar por la influencia de la pasión. Le es preciso controlarse en el trato con sus hijos. Recuerde que la Justicia tiene una hermana gemela, la Misericordia. Cuando ejerza la justicia, muéstrese misericordioso, tierno y amoroso y sus esfuerzos no serán vanos.

Su hijo tiene una voluntad perversa y necesita la disciplina más juiciosa. Considere cómo ha sido el entorno de sus hijos, cuán desfavorable para la formación de un buen carácter. Necesitan compasión y amor. El menor se encuentra en el período más crítico de la vida. El intelecto está en proceso de formación y las aficiones se están grabando. Toda la futura carrera de este joven quedará determinada por el rumbo que ahora tome. Está a punto de entrar en una senda que puede llevarlo a la virtud o, en cambio, emprender la vía que lo lleve al vicio. Pido al joven que llene su mente con imágenes de verdad y pureza. No hay ninguna ventaja en consentir con el pecado. Acaso se engaña a sí mismo pensando que pecar y seguir su propio camino es muy agradable; pero, a fin de cuentas, es un camino terrible. Si ama la sociedad de los que prefieren el pecado y hacen mal, sus pensamientos fluirán por un canal muy bajo y no encontrará nada atractivo en la pureza y la santidad. Pero si pudiera ver el fin del transgresor, que la paga del pecado es la muerte, lo embargaría la alarma y clamaría: “¡Padre, guía mi juventud!”

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Su éxito en esta vida depende en extremo de la dirección que ahora escoja. Deberá afrontar las responsabilidades de la vida. Hasta ahora no ha sido un joven prometedor. Es impaciente y carece de control sobre sí mismo. Esta es la simiente que siembra su padre y dará la cosecha que segará el sembrador. “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Gálatas 6:7. Con cuánto cuidado debiéramos plantar la semilla, porque sabemos que segaremos lo que sembremos. Jesús aún ama a ese joven. Murió por él y lo invita a acercarse a sus brazos y encontrar en él la paz y la felicidad, el descanso y el reposo. Ese muchacho forja relaciones que moldearán toda su vida. Es preciso que se una a Dios y, sin demora ni reserva, le entregue su afecto. No puede dudar. Satanás lo asaltará con toda su furia, pero no debe ceder a la tentación.

Se me han mostrado los peligros que acechan a los jóvenes. Sus corazones están llenos de altas aspiraciones y ven la carretera descendente sembrada de tentadores placeres de aspecto atractivo, pero la muerte es su final. La estrecha senda hacia la vida quizá les parezca desprovista de atractivos, llena de cardos y espinas, pero no es así. Es la senda que requiere la negación de los placeres pecaminosos; es estrecha, para que los que el Señor rescató puedan andar por ella. Nadie puede andar por esa senda y cargar con el fardo del orgullo, la obstinación, el engaño, la falsedad, la deshonestidad, las pasiones y las concupiscencias carnales. La senda es tan estrecha que quienes anden por ella deberán dejar esas cosas. Sin embargo, la carretera ancha y cómoda tiene la suficiente amplitud para que los pecadores viajen por ella con todas sus tendencias pecaminosas.

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Joven, si rechazas a Satanás y todas sus tentaciones podrás andar sobre las huellas del Redentor y gozar la paz del cielo y el gozo de Cristo. La concupiscencia del pecado no traerá consigo la felicidad. Podrás engañarte y creer que eres feliz, pero no podrás conocer la verdadera felicidad. El carácter se deforma con la complacencia en el pecado. El peligro está al acecho en cada escalón que se desciende y los que podrían ayudar a los jóvenes no se dan cuenta de ello. No se manifiesta el tierno y amable interés que debiera mostrarse por los jóvenes. Muchos podrían ser protegidos de influencias pecaminosas si estuvieran rodeados de buenas amistades y escucharan palabras amables y amorosas.

Apreciado hermano, tengo la esperanza de que no se desalentará porque sus sentimientos lo dominen tan a menudo cuando surge un obstáculo a sus deseos. No desfallezca. Acuda al Baluarte. Vele y ore, e inténtelo otra vez. “Resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”. Santiago 4:7, 8.

Otro punto debe ser abordado. No siempre tiene la suficiente prudencia para apartarse de la aparición del mal. Corre el peligro de ser demasiado familiar con las hermanas, de hablar con ellas de manera liviana e irreflexiva. Eso perjudicará su influencia. Observe cuidadosamente todos esos puntos. Esté atento al primer ataque del tentador. Usted es muy nervioso y excitable. El té excita los nervios y el café embota el cerebro, ambos son muy perjudiciales. Tenga cuidado con su dieta. Ingiera alimentos saludables y nutritivos y mantenga su mente en un estado de calma, de manera que no se excite ni se apodere de usted el apasionamiento.

Usted puede ser de gran ayuda en la oficina porque puede ocupar un puesto importante si se transforma. Pero tal como es ahora no alcanzará a hacer lo que debiera. Se me ha mostrado que sus sentimientos son rudos y violentos. Es preciso que los suavice, los refine y los eleve. En todo cuanto haga disciplínese y adopte hábitos que favorezcan el control de sí mismo. Con el carácter que ahora posee nunca podrá entrar en el cielo.

“Amados, ahora somos hijos de Dios”. 1 Juan 3:2. ¿Hay alguna dignidad humana que iguale a esta? ¿Qué posición puede haber más alta que ser llamados hijos del Dios infinito? Usted estaría dispuesto a hacer grandes cosas por el Maestro; pero aquellas que lo complacerían más, esas no las hace. ¿No será fiel y vencerá al yo para que pueda tener la paz de Cristo y el Salvador more en usted?

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Su afligido hijo necesita que lo traten con calma y ternura; necesita su compasión. No lo exponga a su carácter enfermizo y a sus exigencias irracionales. Hermano, es preciso que reforme el espíritu que manifiesta. Las pasiones ingobernables no se subyugarán de la noche a la mañana. Ante usted tiene la tarea de toda una vida consistente en eliminar del jardín del corazón todas las hierbas venenosas de la impaciencia, la crítica y la disposición dominante. “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. Gálatas 5:22, 23. Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus aficiones y concupiscencias; pero el lado brutal de su naturaleza toma las riendas del control y guía a la parte espiritual, invirtiendo el orden de Dios.

Hermano, su fidelidad en la tarea es digna de alabanza. Otras personas que también están en la oficina harían bien en imitar su ejemplo de fidelidad, diligencia y minuciosidad. Usted es un hombre inteligente, pero ha hecho un mal uso de sus facultades. Jesús le ofrece su gracia, su paciencia y su amor. ¿Aceptará el don? Tenga cuidado con sus palabras y acciones. En su vida diaria, cada pensamiento, cada palabra pronunciada y cada acción es una semilla sembrada que brotará y dará fruto para vida eterna o para miseria y corrupción. Piense, hermano, en cómo los ángeles de Dios ven su triste estado cuando permite que las pasiones lo controlen. Esto se escribe en los libros del cielo. Según sea la simiente, así será la cosecha. No segará más que lo que haya sembrado.

Controle el apetito y, en el nombre de Jesús, será un vencedor en este aspecto. Su salud mejorará con los hábitos correctos. Su sistema nervioso está muy alterado, pero el Gran Médico puede sanar su cuerpo y su mente. Hágase dependiente de ese poder, que su gracia sea su fuerza y sus facultades físicas, morales y espirituales mejorarán sobremanera. Usted deberá vencer en más aspectos que otros y, por lo tanto, deberá afrontar más conflictos; pero Jesús recompensará sus sinceros esfuerzos. Él sabe cuán duro debe trabajar para mantener al yo bajo el control de su Espíritu. Póngase en manos de Jesús. Cuidar de usted mismo debería ser su tarea principal, cuyo objetivo es convertirse en una bendición para sus hijos y para todos aquellos que se relacionen con usted. El cielo verá con agrado cada victoria que obtenga en la obra de triunfo. Si abandona la ira y la pasión y mira a Jesús, el Autor y Perfeccionador de su fe, mediante sus méritos, podrá desarrollar un carácter cristiano. Decídase a cambiar definitivamente y desempeñe un papel digno del intelecto con que lo ha dotado Dios.

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Cuando se me mostró la condición actual del hombre con respecto a sus facultades físicas, mentales y morales y lo que podría ser por los méritos de Cristo, quedé estupefacta por el bajo nivel que él mostraba. El hombre puede crecer en Cristo, su cabeza viviente. No es tarea de un momento, sino de toda una vida. Creciendo diariamente en la vida divina, no alcanzará la completa estatura de un hombre perfecto en Cristo hasta que cese su tiempo de prueba. El crecimiento es una tarea continua. Los hombres con pasiones encendidas están constantemente en conflicto consigo mismos, pero cuanto más dura sea la batalla tanto más gloriosas serán la victoria y la recompensa eterna.

Hermano, usted está relacionado con la oficina de publicaciones. En ese cargo se desarrollarán sus particulares rasgos de carácter. Debe recibir con alegría las pequeñas cortesías de la vida. Un temperamento plácido y amigable, mezclado con un firme principio de justicia y honestidad, harán de usted un hombre de influencia. Ahora es tiempo de obtener la idoneidad moral para el cielo. La iglesia a la cual pertenece debe tener la refinadora y elevadora gracia de Cristo. Dios exige a sus seguidores que sean hombres de buena reputación, a la vez que son puros, elevados y honestos; amables y fieles a un tiempo. Es esencial ser justo en los asuntos primordiales, pero no hay excusa para mostrarse indulgente en las cosas aparentemente menos importantes. Los principios de la ley de Dios se deben desarrollar en la vida y en el carácter. Un temperamento amigable, combinado con una firme integridad y fidelidad, constituirá la idoneidad moral para cualquier cargo. El apóstol Pedro nos exhorta: “Sed […] amigables”. 1 Pedro 3:8

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Debemos ser alumnos de la escuela de Cristo. No podremos imitar su ejemplo a menos que nuestra disposición sea placentera y nuestro comportamiento sea benigno. Debemos cultivar la verdadera cortesía cristiana. Nadie más puede disminuir nuestra influencia como nosotros mismos mediante la indulgencia y el temperamento incontrolable. Un hombre de naturaleza petulante no conoce la verdadera felicidad y raramente se siente satisfecho. Siempre ansía alcanzar una posición más favorable para conseguir paz y reposo para la mente. Su vida parece cargada con pesadas cruces y pruebas cuando, si hubiese controlado su temperamento y puesto una brida a su lengua, podría haber evitado muchas de esas insatisfacciones. “La blanda respuesta quita la ira”. Proverbios 15:1. La venganza nunca ha vencido a un enemigo. Un carácter equilibrado ejerce una buena influencia en todos los que se encuentran alrededor; pero “como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda”. Proverbios 25:28.

Piense en la vida de Moisés. La mansedumbre en medio de murmuraciones, reproches y provocaciones constituía el rasgo más destacado de su carácter. Daniel tenía un espíritu humilde. Aunque estaba rodeado de desconfianza y sospechas y sus enemigos habían puesto precio a su vida, él nunca se desvió de sus principios. Mantuvo una serena y tranquila confianza en Dios. Por encima de todo, permita que Cristo sea su maestro. Cuando fue ultrajado, no respondió con otro ultraje. Cuando sufrió, no amenazó. Aprenda esta lección o, de otro modo, nunca entrará en el cielo. Haga de Cristo su fuerza. En su nombre será más que un conquistador. No prevalecerá ningún encantamiento contra Jacob ni ninguna adivinación contra Israel. Si su alma está engarzada en la Roca eterna, estará seguro. Ni viento ni marea lo apartarán de la justicia.

Ha andado a la deriva por el mundo pero la verdad eterna será un ancla para usted. Debe guardar su fe. No se mueva por impulsos ni se entretenga en teorías vagas. La experiencia de fe en Cristo y la sumisión a la ley de Dios son de la mayor importancia para usted. Esté dispuesto a aceptar el consejo y las advertencias de los que tienen experiencia. No se demore en la tarea de conquista. Sea fiel a usted mismo, a sus hijos y a Dios. Su afligido hijo necesita que lo trate con ternura. Como padre debería recordar que los nervios que se estremecen de placer también pueden estremecerse por el más agudo dolor. El Señor se identifica con la humanidad sufriente.

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