Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 362-371, día 235

Muchos padres olvidan que son responsables ante Dios por educar a sus hijos para que sean útiles y cumplan con sus deberes, de modo que sean una bendición para ellos y los demás. A menudo se consiente a los hijos desde su más tierna infancia, por lo que los malos hábitos quedan fijados. Los padres han torcido el retoño. Durante la formación, el carácter se desarrolla; ya sea de manera deforme, ya sea de manera simétrica y bella. Mientras muchos se equivocan siendo demasiado indulgentes, otros van en la dirección opuesta y gobiernan a sus hijos con mano de hierro. Ninguna de estas opciones sigue las directrices de la Biblia, sino que ambas llevan a cabo una obra terrible. Están moldeando la mente de sus hijos y en el día de Dios deberán rendir cuentas por el modo en que lo hayan hecho. La eternidad revelará los resultados del trabajo hecho en esta vida. “Si el retoño está doblado, el árbol crecerá torcido”. 

Su estilo de gobierno es erróneo, decididamente erróneo. Usted no es tierno y compasivo. ¡Qué triste ejemplo da a sus hijos con sus enfermizas explosiones de apasionamiento! ¿Cómo será su situación cuando tenga que rendir cuentas a Dios por su perversa disciplina? Si amara y respetara a sus hijos manifestaría afecto por ellos. Abandonarse a la pasión nunca es excusable, siempre es ciega y perversa. 

Dios le pide que cambie su manera de actuar. Puede llegar a ser un hombre útil y eficiente en la oficina si hace esfuerzos decididos para vencer. No establezca sus puntos de vista como criterio de decisión. El Señor lo puso en relación con su pueblo para que pudiera aprender en la escuela de Cristo. Sus ideas se han pervertido; no confíe en su propio entendimiento. No se salvará a menos que cambie su espíritu. A pesar de que Moisés era el más manso que jamás vivió en la tierra, en una ocasión atrajo el disgusto de Dios sobre sí. Las murmuraciones de los hijos de Israel exigiendo agua lo habían molestado mucho. Los inmerecidos reproches del pueblo lo empujaron a olvidar por un momento que su murmuración no era contra él, sino contra Dios. En lugar de apesadumbrarse porque el Espíritu de Dios era objeto de insulto, se irritó, se sintió ofendido y con maneras impacientes y soberbias, golpeó la roca dos veces diciendo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” Números 20:10. Moisés y Aarón quisieron ocupar el lugar de Dios pretendiendo que el milagro fue obrado por ellos. No exaltaron a Dios ante el pueblo, sino a ellos mismos. Al final, muchos no podrán entrar en la vida eterna porque se comportan de manera parecida. 

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Moisés mostró gran debilidad ante el pueblo. Evidenció una notable falta de control de sí mismo, un espíritu parecido al de los murmuradores. Debió haber sido un ejemplo de contención y paciencia para la multitud, la cual estuvo pronta a excusar sus faltas, sus desafectos y sus irracionales murmuraciones como respuesta a esta exhibición errónea de su parte. Su mayor pecado consistió en querer suplantar a Dios. La posición de honor que Moisés había gozado hasta entonces no disminuía su culpa, sino que aún la aumentaba más. El hombre que hasta entonces era intachable, cayó. Muchos que se encuentran en una posición parecida aducirán que su pecado podría ser omitido a causa de su larga vida de resuelta fidelidad. Pero no, que un hombre a quien Dios había honrado mostrara debilidad de carácter en esa exhibición de ira era mucho más grave que si hubiese ocupado una posición de menor responsabilidad. Moisés era el representante de Cristo y su imagen quedó tristemente malograda. Moisés había pecado y su fidelidad pasada no podía expiar el pecado presente. Toda la compañía de Israel estaba haciendo historia para las generaciones futuras. La pluma infalible de la inspiración debía trazar esta historia con fidelidad exacta. Los hombres de todas las épocas futuras debían ver que el Dios del cielo es un gobernante firme que en ningún caso justifica el pecado. Moisés y Aarón debían morir sin entrar en Canaán, sujetos al mismo castigo que cayó sobre aquellos que se encontraban en una posición más baja. Se inclinaron sumisos aunque con el corazón presa de una angustia indecible. Sin embargo, su amor por Dios y su confianza en él se mantuvieron inquebrantables. Su ejemplo es una lección que muchos leen por encima sin sacar ninguna enseñanza de ella. El pecado no parece pecaminoso. La propia exaltación no les parece grave. 

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Muy pocos se aperciben de la pecaminosidad del pecado. Y, sin embargo, se engañan pensando que Dios es demasiado bueno para castigar al transgresor. Los casos de Moisés y Aarón, de David y muchos otros, muestran que pecar de pensamiento, palabras o acciones no es asunto seguro. Dios es un Ser de infinita compasión y amor. En el discurso de despedida que Moisés dirigió a los hijos de Israel dijo: “Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso”. Deuteronomio 4:24. La conmovedora súplica de Moisés pidiendo que se le permitiera entrar en Canaán fue firmemente rechazada. La transgresión en Cades fue pública y notoria. Cuanto más elevada era la posición del transgresor, cuanto más distinguido era el hombre, tanto más firme era el decreto y más cierto el castigo. 

Apreciado hermano, tenga cuidado. Sea fiel a la luz que brilla sobre su senda. Pablo dijo: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”. 1 Corintios 9:27.

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Consagración en los ministros

Hace tres años el Señor me dio una visión de cosas pasadas, presentes y futuras. Vi hombres jóvenes predicando la verdad. En ese tiempo, algunos de ellos aún no la habían recibido. Desde entonces se han asido de ella e intentan llevar a otros hacia ella. Se me mostró su caso, hermano I. Su vida pasada no ha sido la de un carácter que lo aleje y lo eleve por encima del yo. Su naturaleza es soberbia y autosuficiente y confía totalmente en sus fuerzas. Esto le impedirá adquirir la experiencia necesaria para convertirlo en un humilde y eficiente ministro de Cristo. 

En el campo hay muchos que se encuentran en una situación similar. Son capaces de presentar la teoría de la verdad pero carecen de piedad. Si los ministros que ahora trabajan en el campo evangélico, incluyéndolo a usted, sintiesen la necesidad de examinarse diariamente y de la comunión diaria con Dios, se encontrarían en disposición de recibir las palabras de Dios para transmitirlas al pueblo. Sus palabras y su vida serán perfume de vida para vida o de muerte para muerte.

Podrá creer la verdad de manera intelectual; pero aun así, tendrá ante usted la tarea de poner cada acto de su vida y cada emoción del corazón en armonía con su fe. La oración de Cristo por sus discípulos inmediatamente anterior a su crucifixión fue: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Juan 17:17. La influencia de la verdad debe afectar no sólo el entendimiento, sino el corazón y la vida. La religión genuina y práctica empujará a quien la posee para que controle sus pasiones. Su conducta externa se santificará con la verdad. Le aseguro ante Dios que usted es gravemente deficiente en lo que a piedad práctica se refiere. Los ministros no deberían asumir la responsabilidad de ser maestros para el pueblo, imitando a Cristo, el gran Ejemplo, a menos que se santifiquen para la gran tarea y, de esa manera, puedan ser ejemplos para la grey de Dios. Un ministro no santificado puede causar un daño incalculable. Puesto que profesa ser embajador de Cristo, otros copiarán su ejemplo. Si carece de las características de un cristiano, reproducirán sus errores y deficiencias. 

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Hermano, corre el peligro de repetir con fluidez las grandes verdades expresadas con tanta exactitud y perfección en nuestras publicaciones, de hablar fervientemente y de manera racional del declive de la religión en las iglesias, de presentar el modelo evangélico al pueblo de manera muy hábil y, al mismo tiempo, considerar que los deberes diarios de la vida cristiana, que requieren acción y sentimiento, no se encuentran entre los asuntos de más importancia. La religión práctica tiene exigencias similares para el corazón, la mente y la vida diaria. Nuestra sagrada fe no consiste únicamente en sentimiento o en acción, sino que ambos deben combinarse en la vida cristiana. La religión práctica no tiene una existencia independiente de la acción del Espíritu Santo. Usted necesita su dirección, como también todos los que participan en la labor de convencer a los transgresores de su condición perdida. La acción del Espíritu Santo no elimina la necesidad de que ejercitemos nuestras facultades y talentos, sino que nos enseña cómo usar cada uno de los dones para gloria de Dios. Las facultades humanas, puestas bajo la dirección especial de la gracia de Dios, son susceptibles de ser usadas con el mejor objetivo en la tierra y se ejercitarán en la vida futura e inmortal.

Hermano se me ha mostrado que usted podría ser un maestro de éxito si se santificara profundamente para la obra. Sin embargo, si no consagra, será un obrero de escasos resultados. A diferencia del Redentor del Mundo, usted no aceptará las obligaciones, la parte de esfuerzo laborioso de los deberes del predicador del evangelio. Como usted, hay muchos otros que aceptan el salario sin apenas pensar si sus servicios iban más destinados a sí mismos o a la causa, si han entregado todo su tiempo y todos sus talentos a la obra de Dios, o si sólo han hablado desde el púlpito y dedicado su tiempo a sus propios intereses, tendencia o placer. 

Cristo, la Majestad del cielo, dejó a un lado sus vestiduras de realeza y vino a este mundo, abrasado y malogrado por la maldición, para enseñar cómo vivir una vida de abnegación y sacrificio, y mostrarnos cómo se ejerce la religión práctica en la vida diaria. Vino para dar un correcto ejemplo de cómo es un ministro del evangelio. Constantemente trabajó con un único objetivo, empleó todas sus facultades para la salvación de los hombres y cada acto de su vida iba dirigido a ese fin. Viajó a pie, enseñando a sus seguidores. Sus vestiduras estaban polvorientas y sucias por el viaje. Su aspecto no prometía una experiencia agradable. Sin embargo, las sencillas y precisas verdades que salían de sus divinos labios hacían que sus oyentes olvidaran pronto su aspecto y quedasen hipnotizados, no por el hombre, sino por la doctrina que enseñaba. A menudo, después de haber enseñado durante todo el día, dedicaba la noche a la oración. Suplicaba a su Padre con llanto y lágrimas. Oraba, no por él mismo, sino por aquellos a los cuales vino a redimir. 

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Pocos son los ministros que, como nuestro Salvador, oran toda la noche o dedican horas del día a la oración para poder ser ministros del evangelio capaces y efectivos a la hora de traer a los hombres para que vean las bellezas de la verdad y se salven por los méritos de Cristo. Daniel oraba tres veces al día. Y, sin embargo, muchos de los que ejercen la profesión más elevada no humillan sus almas en oración ante Dios ni siquiera una vez al día. Jesús, el amado Salvador, ha dado a todos notables lecciones de humildad, pero especialmente al ministro evangélico. En su humillación, cuando su obra en la tierra estaba casi terminada y estaba por volver al trono de su Padre, de donde había venido con toda la potestad en sus manos y con toda la gloria sobre su frente, entre las últimas lecciones que dio a sus discípulos una trataba de la importancia de la humildad. Mientras éstos contendían en cuanto a quién sería el mayor en el reino prometido, se ciñó como siervo y lavó los pies de aquellos que le llamaban Señor y Maestro.

Casi había terminado su ministerio; le quedaban tan sólo unas pocas lecciones más por impartir. Y a fin de que nunca olvidasen la humildad del Cordero de Dios, puro y sin mancha, el que, en favor del hombre, iba a ofrecer el sacrificio más grande y eficaz se humilló y lavó los pies a los discípulos. Nos beneficiará a todos, pero especialmente a nuestros ministros en general, recordar frecuentemente las escenas finales de la vida de nuestro Redentor. Aquí, asediados por tentaciones como él, todos podemos aprender lecciones de la mayor importancia para nosotros. Sería bueno que dedicásemos una hora de meditación cada día para repasar la vida de Cristo desde el pesebre hasta el Calvario. Debemos considerarla punto por punto, y dejar que la imaginación capte vívidamente cada escena, especialmente las finales de su vida terrenal. Al contemplar así sus enseñanzas y sus sufrimientos, y el sacrificio infinito que hizo para la salvación de la familia humana, podemos fortalecer nuestra fe, vivificar nuestro amor e imbuirnos más profundamente del espíritu que sostuvo a nuestro Salvador. Si queremos ser salvos, todos debemos aprender al pie de la cruz, la lección de penitencia y fe. Cristo sufrió la humillación para salvarnos de la desgracia eterna. Consintió en que sobre él recayesen el desprecio, las burlas y los ultrajes a fin de protegernos. Nuestra transgresión aglutinó alrededor de su alma divina el velo de las tinieblas y le arrancó un clamor como de quien fuese herido y abandonado de Dios. Llevó nuestros pesares; fue afligido por nuestros pecados. Se hizo ofrenda por el pecado, a fin de que pudiésemos ser justificados delante de Dios por medio de él. Todo lo noble y generoso que hay en el hombre responderá a la contemplación de Cristo en la cruz.

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Anhelo ver a nuestros ministros espaciándose más en la cruz de Cristo, mientras sus propios corazones se enternecen y subyugan ante el amor incomparable del Salvador, quien realizara el sacrificio infinito. Si en relación con la teoría de la verdad, nuestros ministros se detuviesen más en la piedad práctica, hablando con el corazón impregnado del espíritu de la misma, veríamos a muchas más almas agolpándose alrededor del estandarte de la verdad; sus corazones se conmoverían gracias a las súplicas de la cruz de Cristo, la generosidad infinita y la compasión de Jesús al sufrir por el hombre. Estos temas vitales, en relación con los puntos doctrinales de nuestra fe, harían mucho bien a la gente. El corazón del maestro debe rebosar de un conocimiento experimental del amor de Cristo. 

El poderoso argumento de la cruz convencerá de pecado. El amor divino de Dios hacia los pecadores, expresado en el don de su Hijo para que sufriese la vergüenza y la muerte, a fin de que ellos pudiesen ser ennoblecidos y dotados de la vida eterna, es digno de ser estudiado toda la vida. Le ruego, hermano, que estudie de nuevo la cruz de Cristo. Si todos los orgullosos y vanagloriosos, cuyo corazón anhela recibir el aplauso de los hombres y alcanzar distinción por encima de sus semejantes, pudiesen estimar correctamente el valor de la más alta gloria terrenal en contraste con el valor del Hijo de Dios, rechazado, despreciado y escupido por aquellos mismos a quienes había venido a redimir, ¡cuán insignificantes parecerían todos los honores que puede conceder el hombre finito! 

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Apreciado hermano, aun a pesar de la imperfección de sus logros, usted piensa que está cualificado para desempeñar cualquier función. Sin embargo, todavía le falta el fundamento suficiente para controlarse. Se cree competente para dictar órdenes a hombres experimentados mientras usted mismo debería desear que lo guíen y lo instruyan. Cuanto menos medite en Cristo y su inigualable amor y cuanto menos se parezca a él, mejor concepto tendrá de usted mismo en sus propios ojos y su autoconfianza y autosuficiencia se acrecentarán. El correcto conocimiento de Cristo y el mirar constantemente al Autor y Fin de nuestra fe, le dará una visión del carácter del verdadero cristiano; sólo así conseguirá valorar en su justa medida su propia vida y su carácter en contraste con los del gran Ejemplo. Entonces verá sus propias flaquezas, su ignorancia, su amor por la comodidad y su rebeldía para negar el yo. 

Apenas ha empezado el estudio de la Sagrada Palabra de Dios. Ha recogido, aquí y allá, algunas gemas de verdad que otros han sacado a la luz tras muchos esfuerzos. Sin embargo, la Biblia está llena de ellas; haga que ese Libro sea su estudio más sincero y la norma de su vida. El peligro está siempre en que menosprecie el consejo y ponga en usted mayor valor que el que Dios le da. Muchos están siempre dispuestos a adular y a alabar a un ministro que sabe hablar. Un ministro joven siempre corre el peligro de ser víctima de los perjuicios de los aplausos y los favoritismos, al tiempo que carece de lo esencial que Dios exige de todos los que profesan ser su boca. Usted tan sólo ha entrado en la escuela de Cristo. La tarea de adecuación de su obra dura toda la vida. Es una lucha mano a mano, diaria y laboriosa, con hábitos establecidos, inclinaciones y tendencias hereditarias. Exige un esfuerzo constante, sincero y vigilante para observar y controlar al yo, manteniéndolo apartado de la vista y poniendo a Jesús en un lugar prominente. 

Hermano, es preciso que observe los puntos débiles de su carácter, poniendo freno a las malas tendencias y fortaleciendo y desarrollando las facultades nobles que no han sido correctamente ejercitadas. El mundo jamás conocerá el trabajo secreto que Dios y el alma llevan a cabo, ni la amargura de el espíritu interior, ni la aversión por el yo o los esfuerzos constantes por controlarlo. Aun así, muchos serán capaces de apreciar el resultado de esos esfuerzos. Verán a Cristo revelado en su vida diaria. Será una epístola viviente, conocida y leída por todos los hombres, y poseerá un carácter simétrico y noblemente desarrollado. “Aprended de mí”, dijo Cristo, “que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:29. Él instruirá a todos los que acudan a él en busca de conocimiento. En el mundo hay multitud de falsos maestros. El apóstol declara que en los últimos días los hombres, “teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros” (2 Timoteo 4:3), a causa de su deseo de oír palabras agradables. Contra ellos, Cristo nos advirtió: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis” Mateo 7:15, 16. Los maestros religiosos de la clase que aquí se describe profesan ser cristianos. Tienen una piedad formal y aparentan trabajar por el bien de las almas y, sin embargo, son de corazón avaricioso, soberbio y amante de la comodidad; siguen los dictados de sus propias corazones sin consagrar. Están en conflicto con Cristo y sus enseñanzas y están destituidos de su espíritu manso y humilde.

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El predicador que lleva la sagrada verdad para estos últimos días debe ser todo lo contrario a esto y, mediante su vida de piedad práctica, debe manifestar claramente la distinción que existe entre el pastor falso y el verdadero. El Buen Pastor vino a buscar y salvar lo que se había perdido. Sus obras manifiestan su amor por sus ovejas. Todos los pastores que trabajan a las órdenes del Pastor supremo poseerán sus características; serán mansos y humildes de corazón. La fe semejante a la de los niños trae reposo al alma, trabaja por amor y siempre se interesa por los otros. Si el Espíritu de Cristo mora en ellos, serán semejantes a Cristo y harán las obras de Cristo. Muchos que profesan ser ministros de Cristo se han equivocado de amo. Afirman que sirven a Cristo y no se dan cuenta de que se están reagrupando bajo la bandera de Satanás. Quizá tengan sabiduría mundana y ansíen la contienda y la vanagloria, por lo que harán que sus esfuerzos se conviertan en espectáculo; sin embargo, son inútiles para Dios. Los motivos que empujan a la acción imprimen carácter a la obra, aunque los hombres no disciernan la deficiencia, Dios se da cuenta de ella. 

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La letra de la verdad puede convencer a algunas almas que, al fin, se aferrarán firmemente a la fe y se salvarán. Pero para el predicador soberbio que les presentó la verdad su conversión no será ningún crédito. Será juzgado por ser infiel mientras profesaba ser un vigía en los muros de Sión. Un corazón orgulloso es un temible rasgo de carácter. “Antes del quebrantamiento es la soberbia”. Proverbios 16:18. Esto es así en la familia, la iglesia y la nación. El Salvador, como cuando estuvo en la tierra, busca hombres sencillos y los enseña para que lleven al mundo su verdad, bella en su simplicidad, especialmente a los pobres. El Pastor Supremo reunirá junto a sí a los pastores de su rebaño. No desea que esos hombres sin formación permanezcan ignorantes mientras lleven a cabo su labor; recibirán sabiduría de él, la Fuente de toda sabiduría, luz y poder. 

La ausencia del Espíritu Santo y de la gracia de Dios priva al ministro del evangelio del poder para convencer y convertir. Después de la ascensión de Jesús, los doctores, los abogados, los sacerdotes, los gobernantes, los escribas y los teólogos escucharon con asombro palabras de sabiduría y poder que salían de la boca de hombres sin formación y humildes. Esos sabios se maravillaron ante el éxito de los sencillos discípulos y, finalmente, para su propia satisfacción, descubrieron que la causa era que habían estado con Jesús y habían aprendido de él. Su carácter y la sencillez de sus enseñanzas eran similares al carácter y las enseñanzas de Cristo. El apóstol lo describe con estas palabras: “Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”. 1 Corintios 1:27-29. 

Los que hoy enseñan la verdad impopular deben recibir poder de lo alto y combinarlo con su doctrina; de otro modo, sus esfuerzos serán de poca ayuda. El ministro y la iglesia carecen tristemente de la preciosa gracia de la humildad. Los hombres que predican la verdad tienen en demasiada estima sus propias capacidades. La verdadera humildad llevará al hombre a exaltar a Cristo y la verdad y a darse cuenta de su total dependencia del Dios de verdad. Aprender lecciones de humildad es doloroso, aunque del máximo provecho, al fin y al cabo. El dolor que causan las lecciones de humildad es la consecuencia de nuestro enorgullecimiento por causa de una falsa valoración de nosotros mismos, de manera que somos incapaces de ver nuestra enorme necesidad. La vanidad y el orgullo llenan el corazón de los hombres. Sólo la gracia de Dios puede llevar a cabo una obra de reforma. 

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