Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 382-391, día 237

La prensa es un poder, pero si sus productos perecen por falta de hombres que quieran ejecutar los planes para distribuirlos ampliamente, ese poder se pierde. Mientras que, por un lado hubo una pronta previsión para discernir la necesidad de invertir en instalaciones para multiplicar los libros y los opúsculos, por otro se han descuidado los planes para recuperar las inversiones de manera que fuera posible producir más publicaciones. El poder de la palabra impresa, con todas sus ventajas, está en sus manos. Pueden usarlo para obtener los mejores resultados o pueden permanecer semidormidos y a merced de la inactividad, y perder las ventajas que podrían haber ganado. Con un juicioso cálculo pueden extender la luz vendiendo libros y folletos. Pueden enviarlos a millares de familias que ahora se encuentran en las tinieblas del error. 

Otros editores tienen sistemas regulares para introducir en el mercado libros de interés superfluo. “Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz”. Lucas 16:8. Casi a diario se presentan oportunidades de oro para que los silenciosos mensajeros de la verdad fuesen presentados a las familias y a las personas. Sin embargo, los indolentes e irreflexivos no aprovechan ninguna de esas oportunidades. Los predicadores vivos son pocos. Donde tendría que haber cien sólo hay uno. Muchos cometen un grave error al no empeñar sus talentos en la búsqueda de la salvación de las almas de sus congéneres. Cientos de hombres deberían enrolarse en la tarea de llevar la luz por todas las ciudades, pueblos y aldeas. Debemos agitar la conciencia pública. Dios dice: “Enviad la luz a todos los rincones del campo”. Él ha dispuesto que los hombres sean canales de luz y la lleven a aquellos que están en tinieblas. 

En todas partes se necesitan misioneros. Los colportores deben ser seleccionados no entre el elemento sobrante de la sociedad, no entre los hombres y mujeres que no son buenos para nada y de ello han hecho una ventaja, sino entre los que tienen un buen trato, tacto, visión de futuro y capacidad. Quienes deseen tener éxito como colportores deben tener esas cualidades. Algunos hombres adecuados para esta labor se enrolan en ella, pero algunos ministros carentes de juicio los adulan diciéndoles que su don debería emplearse en el púlpito en lugar de llevar a cabo la labor del colportor. Por lo tanto, esta obra se empequeñece. Se los influye para que obtengan la licencia de predicador y los mismos que podrían haber sido formados para ser buenos misioneros visitando familias en sus casas, hablando y orando con ellas, son capturados para convertirlos en ministros fracasados. Así, se descuida el campo, en el que tanta mano de obra se necesita, y en el que se podría llevar a cabo tanto bien por la causa. El colportor eficiente, al igual que el ministro, debería recibir una remuneración suficiente por sus servicios si desempeña fielmente su tarea. 

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Si hay una tarea más importante que otra es la de presentar al público nuestras publicaciones, induciendo así a las personas para que investiguen en las Escrituras. La labor misionera—la presentación de nuestras publicaciones a las familias, la conversación y la oración con y por ellas—es una buena tarea que educará a los hombres y las mujeres para la labor pastoral. 

No todos están dotados para este trabajo. Los seleccionados deben ser los que demuestren un mayor talento y capacidad, que aborden la tarea de manera razonable y sistemática y puedan desempeñarla con energía perseverante. Debe trazarse un plan con la máxima minuciosidad y se debe seguir con toda fidelidad. Las iglesias de cada lugar deben sentir el más profundo interés por la obra misionera de la palabra impresa. 

Los volúmenes de Spirit of Prophecy, y también de los Testimonios deben ser presentados a todas y cada una de las familias de los observadores del sábado y éstos deberían conocer su valor y sentir la necesidad de leerlos. La idea de reducir al máximo el precio de esos libros y disponer de sólo un ejemplar en las iglesias no fue la ocurrencia más acertada. Deberían estar en la biblioteca de todas y cada una de las familias, quienes deberían leerlos una y otra vez. Es preciso que estén allí donde muchos puedan leerlos y donde estén al alcance de todos los vecinos, de manera que se desgasten por su uso continuo. 

Debería haber lecturas vespertinas en las que uno leyera en voz alta a los reunidos junto al hogar. Hay poco interés en dar la máxima importancia a la luz dada por Dios y esto tiene mucho que ver con los deberes familiares, por lo que se dan instrucciones adecuadas en todos los casos y circunstancias. Se gasta dinero en té, café, cintas, fruncidos y adornos, se invierte mucho tiempo y esfuerzos en la preparación del emperifollamiento, mientras se descuida la obra interna del corazón. Dios ha hecho que las publicaciones lleven luz preciosa y las familias deberían poseerlas y leerlas. Padres, vuestros hijos corren el peligro de andar en dirección opuesta a la luz que da el cielo; adquiera y lea los libros de manera que sean una bendición para vosotros y los vuestros. Prestad vuestros ejemplares de Spirit of Prophecy a vuestros vecinos y conseguid que luego ellos adquieran otros para sí. Misioneros de Dios, debéis ser obreros honestos, activos y vigorosos. 

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Muchos van en dirección contraria a la luz que Dios ha dado a su pueblo porque no leen los libros que contienen la luz y el conocimiento en forma de avisos, reprensiones y advertencias. Las preocupaciones del mundo, el amor por la moda y la falta de religión han captado la atención de las personas, desviándola de la luz que Dios ha dado tan misericordiosamente, mientras los libros y las publicaciones periódicas que contienen el error circulan libremente por todo el país. El escepticismo y la infidelidad aumentan en todas partes. La luz tan preciosa, procedente del trono de Dios, es escondida debajo de un almud. Dios tendrá a su pueblo por responsable de esta negligencia. Debemos rendir cuentas ante él por cada rayo de luz que él ha hecho brillar sobre nuestro camino, tanto si ha sido empleado para nuestro avance en los asuntos divinos como si lo hemos rechazado porque era más agradable seguir nuestra propia inclinación. 

Ahora disponemos de grandes instalaciones para esparcir la verdad, pero nuestro pueblo no acude a los privilegios que se le conceden. En ninguna iglesia se ve ni se siente la necesidad de usar sus capacidades para salvar almas. No se aperciben del deber de conseguir suscriptores para nuestras publicaciones periódicas, incluida nuestra revista de salud, y presentar nuestros libros y folletos. En la obra se necesitan hombres que deseen que se les enseñe la mejor manera de aproximarse a las personas y a las familias. Su indumentaria debería ser pulcra, pero no presuntuosa, y sus modales no deberían desagradar al público. Como pueblo, tenemos una gran carencia en cuanto a las buenas maneras se refiere. Todos los que se enrolan en el trabajo misionero deberían cultivarlas. 

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Nuestras casas publicadoras deben mostrar prosperidad en las ventas. Nuestro pueblo puede sostenerlas si muestran un decidido interés por introducir nuestras publicaciones en el mercado. Pero si el próximo año se manifiesta un interés tan escaso corno el que se mostró en el anterior, el margen de maniobra será mínimo. Cuanto más amplia sea la distribución de nuestras publicaciones, tanto mayor será la demanda de libros que expliquen las Escrituras de verdad. Muchos se disgustan por causa de las incongruencias, los errores y la apostasía de las iglesias, así como con los festivales, las ferias, las loterías y numerosas invenciones que desvían fondos de los objetivos de la iglesia. Hay muchos que buscan la luz en las tinieblas. Si nuestros folletos y libros, que expresan la verdad en claro lenguaje bíblico, pudieran circular ampliamente, muchos descubrirían que son lo que desean. Sin embargo, muchos de nuestros hermanos actúan como si las personas debieran acudir a ellos o a nuestras oficinas para obtener unas publicaciones que miles ni siquiera sospechan que existen. 

Dios exige a su gente que actúen como personas vivas y no sean indolentes, perezosas ni indiferentes. Debemos llevar las publicaciones a las personas y urgirles que las acepten, mostrándoles que recibirán mucho más que el valor de su dinero. Ensalzad el valor de los libros que ofrecéis. Jamás será demasiado elevado. 

Mi alma agonizaba mientras veía la indiferencia de nuestro pueblo que, a la vez, tiene una creencia tan elevada. Se me mostró que la sangre de muchos caerá sobre las vestiduras de aquellos que ahora se sienten cómodos y no se aperciben de su responsabilidad por las almas que perecen a su alrededor por falta de luz y conocimiento. Han establecido contacto con ellas, pero nunca las han advertido, jamás han orado con y por ellas y jamás han hecho sinceros esfuerzos por presentarles la verdad. Se me mostró que en este punto ha habido una terrible negligencia. Los ministros no hacen ni la mitad de lo que podrían, por enseñar todos los puntos de verdad y deber a las personas por quienes trabajan y en consecuencia, las personas carecen de espíritu y permanecen inactivas. La hoguera y el catafalco no son medios de poner a prueba al pueblo de Dios de nuestro tiempo. Por esta misma razón, el amor de muchos se ha enfriado. Cuando surgen las pruebas, se proporciona gracia para suplir la urgencia. Debemos consagrarnos individualmente en el mismo momento en que Dios ha dicho que quiere encontrarnos. 

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Los embajadores de Cristo

Los embajadores de Cristo tienen una obra solemne e importante que algunos consideran con demasiada ligereza. Cristo es ministro del santuario celestial, a la vez que, por medio de sus delegados, es ministro de su iglesia en la tierra. Habla al pueblo por medio de hombres elegidos y lleva a cabo su obra por medio de ellos como cuando, en los días de su humillación, andaba visiblemente en la tierra. Aunque han pasado siglos, el transcurso del tiempo no ha cambiado la promesa que hizo al separarse de sus discípulos: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20. Desde la ascensión de Cristo hasta el presente, hombres ordenados por Dios, que reciben autoridad de él, han sido maestros de la fe. Cristo, el verdadero Pastor, dirige su obra por intermedio de esos pastores subalternos; de modo que la posición de los que trabajan en el ministerio de la Palabra y enseñan la doctrina, viene a ser muy importante. Urgen a la gente, en lugar de Cristo, para que se reconcilie con Dios.

El pueblo no debe considerar a sus ministros como meros oradores, sino como embajadores de Cristo, los cuales reciben su sabiduría y poder de la gran Cabeza de la iglesia. Pasar por alto y despreciar la palabra hablada por el representante de Cristo no sólo es manifestar falta de respeto al hombre, sino también al Maestro que lo envió. Él está en el lugar de Cristo; y la voz del Salvador debe ser oída en su representante. 

Muchos de nuestros ministros han cometido un grave error pronunciando discursos completamente dedicados a la argumentación. Hay almas que escuchan la teoría de la verdad y quedan impresionadas por las evidencias que se presentan, y luego, si una parte del discurso revela a Cristo como Salvador del mundo, la semilla sembrada puede brotar y llevar fruto para gloria de Dios. Pero en muchos discursos no se presenta la cruz de Cristo ante la gente. Tal vez algunos estén escuchando el último sermón de su vida y algunos no volverán a estar en condiciones que permitan volver a presentarles la cadena de verdad y dar una aplicación práctica a sus corazones. Esta oportunidad de oro se habrá perdido para siempre. Si Cristo y su amor redentor hubiesen sido ensalzados en relación con la teoría de la verdad, esto podría haberlos hecho inclinarse hacia su lado. 

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Más almas de las que nos imaginamos anhelan comprender cómo pueden acudir a Cristo. Muchos escuchan los sermones que se predican desde los púlpitos de las iglesias populares, y al salir no saben mejor que antes de escucharlos cómo encontrar a Jesús y la paz y el descanso que desean sus almas. Los ministros que predican el último mensaje de misericordia deben tener presente que Cristo ha de ser ensalzado como refugio del pecador. Muchos ministros piensan que no es necesario predicar el arrepentimiento y la fe con un corazón completamente subyugado por el amor de Dios; dan por sentado que sus oyentes están perfectamente familiarizados con el Evangelio, y que deben presentarles asuntos de una naturaleza diferente para retener su atención. Si sus oyentes están interesados, lo consideran como evidencia de éxito. La gente ignora mucho de lo que respecta al plan de salvación, y necesita más instrucción acerca de este asunto de suma importancia que acerca de cualquier otro. 

De aquellos que se congregan para escuchar la verdad debe esperarse que deseen ser beneficiados, como lo expresaron Cornelio y sus amigos: “Ahora pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado”. Hechos 10:33. 

Los discursos teóricos son esenciales para que todos conozcan la forma de la doctrina y vean la cadena de la verdad, eslabón tras eslabón, unida en un conjunto perfecto. Pero jamás debe presentarse un discurso sin presentar a Cristo, y Cristo crucificado, como fundamento del Evangelio, aplicando de forma práctica las verdades presentadas y grabando en la mente el hecho de que la doctrina de Cristo no es “sí y no”, sino “sí y amén” en Cristo Jesús.

Después que se ha presentado la teoría de la verdad, viene la parte ardua del trabajo. No se debe dejar a la gente sin instrucción referente a las verdades prácticas que se relacionan con su vida diaria. Los oyentes deben ver y sentir que son pecadores y que necesitan convertirse a Dios. Lo que Cristo dijo, lo que hizo y lo que enseñó, debe presentárseles de la manera más impresionante. 

La obra del ministro apenas empieza cuando se presenta la verdad al entendimiento de la gente. Cristo es nuestro Mediador y Sumo Sacerdote en presencia del Padre. Se reveló a Juan como el Cordero inmolado, como si hubiera estado en el mismo acto de derramar su sangre en favor del pecador. Cuando al oyente se le presenta la ley de Dios, mostrándole la profundidad de sus pecados, debe señalársele el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Debe enseñársele el arrepentimiento para con el Padre y la fe para con nuestro Señor Jesucristo. Así estará la labor del representante de Jesús en armonía con la obra que nuestro Salvador realiza en el santuario celestial. 

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Los ministros alcanzarían muchos más corazones si se detuvieran más en la piedad práctica. Con frecuencia, cuando se hacen esfuerzos para introducir la verdad en campos nuevos, la labor es casi completamente teórica. La gente queda perturbada. Ve la fuerza de la verdad y anhela obtener un fundamento seguro. Cuando se han serenado sus sentimientos es el momento, más que en ningún otro, de presentar con insistencia la religión de Cristo a la conciencia; pero demasiado a menudo se ha permitido que la serie de conferencias termine sin que se hiciera esta obra a favor de las personas que la necesitaban. Aquel esfuerzo resultó demasiado parecido a la ofrenda de Caín: No tenía la sangre expiatoria para hacerlo aceptable para Dios. Caín obraba bien al presentar una ofrenda, pero dejó a un lado todo lo que le daba valor: la sangre de la expiación. 

Es un hecho triste que muchos se entretengan tanto en la teoría y tan poco en la piedad práctica debido a que Cristo no mora en su corazón. No tienen relación viva con Dios. Muchas almas se deciden en favor de la verdad por el peso de la evidencia, sin haberse convertido. No se dieron discursos prácticos en relación con los doctrinales para que los oyentes viesen la hermosa cadena de la verdad, se enamoraran de su Autor y se santificaran por la obediencia. El ministro no ha consumado su obra hasta no haber convencido a sus oyentes de la necesidad de cambiar de carácter de acuerdo con los puros principios de la verdad que han recibido. 

Debemos sentir pánico ante la religión formal porque en ella no hay Salvador. Cristo pronunció discursos claros, íntimos, escrutadores y prácticos. Sus embajadores deben seguir su ejemplo en cada discurso. Cristo y su Padre eran uno; a todos los requerimientos del Padre, Cristo daba alegremente su aquiescencia. Él tenía el sentir de Dios. El Redentor era el modelo perfecto. Jehová se manifestaba en él. El cielo estaba envuelto en la humanidad, y la humanidad estaba encerrada en el seno del Amor Infinito. Si los ministros están dispuestos a sentarse con mansedumbre a los pies de Jesús, pronto obtendrán una visión correcta del carácter de Dios y podrán también enseñar a otros. Algunos entran en el ministerio sin amar profundamente a Dios y a sus semejantes. En la vida de los tales se manifestará egoísmo y complacencia propia. Mientras estos centinelas faltos de consagración y fidelidad se están sirviendo a sí mismos en vez de alimentar la grey y atender a sus deberes pastorales, el pueblo perece por falta de la debida instrucción.

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En todos los discursos deben hacerse llamamientos fervientes a la gente para que abandone sus pecados y se vuelva a Cristo. Deben condenarse los pecados y complacencias populares de nuestra época y debe darse vigor a la piedad práctica. El ministro debe ser profundamente sincero consigo mismo; debe sentir en el fondo del corazón las palabras que pronuncia, y debe verse incapacitado para reprimir su preocupación por las almas de los seres humanos por los cuales Cristo murió. Del Maestro se dijo: “El celo de tu casa me consume”. Juan 2:17. Y sus representantes deben sentir el mismo fervor.

Se ha hecho un sacrificio infinito en favor del hombre, pero habrá sido en vano para toda alma que no acepte la salvación. ¡Cuán importante es que el que presenta la verdad lo haga comprendiendo plenamente la responsabilidad que recae sobre él! ¡Cuán tierno, compasivo y cortés debe ser en su conducta al tratar con las almas de los hombres, siendo que el Redentor del mundo demostró que las apreciaba tan altamente! Cristo pregunta: “¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa?” Mateo 24:45. Jesús pregunta: “¿Quién?”, y cada ministro del Evangelio debe repetir la pregunta en su propio corazón. Al considerar las verdades solemnes, y al contemplar el cuadro trazado con respecto al mayordomo fiel y prudente, su alma debe conmoverse hasta lo más profundo. 

A cada hombre le ha sido dada su obra; a nadie se disculpa. Cada uno tiene una parte que hacer, según su capacidad; y al que presenta la verdad le incumbe desentrañar cuidadosamente y con oración la capacidad de todos los que aceptan la verdad y luego instruirlos y conducirlos paso a paso, dejándoles sentir la carga de responsabilidad de hacer la obra que Dios les reserva que recae sobre ellos. Se debe insistir una y otra vez acerca del hecho de que nadie podrá resistir a la tentación, responder al propósito de Dios, y vivir la vida de un cristiano, a menos que asuma su obra, sea grande o pequeña, y haga ese trabajo con fidelidad consciente. A todos les corresponde cierta obra además de ir a la iglesia y escuchar la Palabra de Dios. Deben practicar la verdad oída llevando a cabo sus principios en su vida diaria. Deben trabajar constantemente para Cristo, no por motivos egoístas, sino con el deseo sincero de glorificar a Aquel que hizo todo sacrificio para salvar al hombre de la ruina. 

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Los ministros deben inculcar a todos los que aceptan la verdad que deben tener a Cristo en sus hogares; que necesitan su gracia y sabiduría para guiar y dominar a sus hijos. Parte de la obra que Dios les ha dejado es educar y disciplinar a estos hijos, trayéndolos a sujeción. Manifiéstense la bondad y la cortesía del ministro en su trato con los niños. Siempre deben tener presente que son hombres y mujeres en miniatura, miembros jóvenes de la familia del Señor. Pueden estar muy cerca del Maestro y serle muy caros y, si se los instruye y disciplina debidamente, le prestarán servicio aun en su juventud. Cristo se siente entristecido por cada palabra dura, severa y desconsiderada que se dirija a los niños. No se respetan siempre sus derechos y se los trata con frecuencia como si no tuviesen un carácter que necesita desarrollarse debidamente a fin de que no se tuerzan y fracase el propósito de Dios en su vida. 

Desde niño, Timoteo conocía las Escrituras; este conocimiento le salvaguardó de las malas influencias que lo rodeaban y de la tentación a escoger el placer y la complacencia egoísta antes que el deber. Todos nuestros hijos necesitan una salvaguardia semejante; y debe ser parte de la obra de los padres y de los embajadores de Cristo cuidar de que los niños estén debidamente instruidos en la Palabra de Dios. 

Si el ministro quiere recibir la aprobación de su Señor, debe trabajar con fidelidad para presentar a cada hombre perfecto en Cristo. Por su manera de trabajar, no debe dar la impresión de que poco le importa si los hombres aceptan o no la verdad y practican la piedad verdadera; al contrario, la fidelidad y la abnegación manifestadas en su vida deben ser tales que convenzan al pecador de que hay intereses eternos en juego y que su alma está en peligro, a menos que responda a la ferviente labor realizada en favor suyo. Los que han sido llevados del error y las tinieblas a la verdad y la luz tienen que experimentar grandes cambios y, a menos que la necesidad de una reforma cabal se grabe en la conciencia, serán como el hombre que se miró en el espejo, la ley de Dios, y descubrió los defectos de su carácter moral, pero luego se fue y olvidó qué clase de hombre era. La mente debe conservar un vivo sentido de la responsabilidad. De otro modo, recaerá en un estado de negligencia más completa que antes de que se la despertara. 

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