Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 392-401, día 238

La obra de los embajadores de Cristo es mucho mayor y de más responsabilidad de lo que muchos sueñan. Aquellos no deben quedar satisfechos con su éxito a menos que puedan, por sus fervientes labores y la bendición de Dios, presentarle cristianos útiles, que tengan un verdadero sentido de su responsabilidad y que hagan la obra que se les ha señalado. La debida labor e instrucción tendrán por resultado poner en condición de trabajar a aquellos hombres y mujeres cuyo carácter es fuerte y cuyas condiciones son tan firmes que no permiten que nada de un carácter egoísta los estorbe en su trabajo, disminuya su fe o los aparte del deber. Si el ministro ha instruido debidamente a los que estaban bajo su cuidado, cuando él salga rumbo a otros campos de trabajo, la obra no se disgregará, sino que quedará firmemente unida y segura. A menos que quienes reciban la verdad se conviertan cabalmente y haya un cambio radical en su vida y su carácter, el alma no estará firmemente ligada a la Roca eterna; y después que cese el trabajo del ministro y haya pasado la novedad, la impresión se borrará, la verdad perderá su poder fascinante y dichas personas no ejercerán ya ninguna influencia santa, ni serán mejores por profesar la verdad.

Me asombra que teniendo delante de nosotros los ejemplos de lo que el hombre puede ser y hacer no nos sintamos estimulados a esforzarnos para emular más las buenas obras de los justos. Todos no pueden ocupar una posición eminente; pero todos pueden ocupar puestos de utilidad y confianza, y pueden, por su fidelidad perseverante, hacer mayor bien de lo que se imaginan. Los que abrazan la verdad deben buscar una clara comprensión de las Escrituras y un conocimiento experimental de un Salvador vivo. El intelecto debe cultivarse, la memoria debe ponerse a contribución. Toda pereza intelectual es pecado y el letargo espiritual es muerte.

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!Oh, si pudiese disponer de un lenguaje suficientemente vigoroso para causar la impresión que deseo en mis colaboradores en el Evangelio! Hermanos míos, estáis manejando las palabras de vida; estáis tratando con mentes que son capaces del más alto desarrollo si se las dirige en el debido cauce. En los discursos que se presentan hay demasiada exhibición del yo. El Cristo crucificado, el Cristo que ascendió a los cielos, el Cristo que va a volver, debe enternecer, alegrar y llenar la mente del ministro del Evangelio de tal manera que presente estas verdades a la gente con amor y fervor profundo. El ministro se perderá entonces de vista y Jesús será magnificado. La gente quedará impresionada con estos temas absorbentes, y hablará de ellos y los alabará en vez de alabar al ministro, el mero instrumento. Si la gente, mientras alaba al predicador, tiene poco interés en la Palabra, éste puede saber que la verdad no está santificando su propia alma. No habla a sus oyentes de manera que honre a Cristo y magnifique su amor.

Dijo Cristo: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:16. Dejad resplandecer vuestra luz de tal manera que la gloria sea para Dios en lugar de ser para vosotros mismos. Si se os dirigen alabanzas, bien podéis temblar y avergonzaros, porque se ha frustrado el gran propósito; no se ensalza a Dios sino al siervo. Así brille vuestra luz; tened cuidado ministros de Cristo de qué manera brilla vuestra luz. Si refulge hacia el cielo revelando la excelencia de Cristo, brilla correctamente. Si se vuelve hacia vosotros, si os exhibís a vosotros mismos, e inducís a la gente a miraros, sería mejor que os callaseis, porque vuestra luz brilla falsamente.

Ministros de Cristo, podéis estar relacionados con Dios si veláis y oráis. Sean vuestras palabras sazonadas con sal; rijan vuestra conducta la cortesía cristiana y la verdadera elevación. Si la paz de Dios reina en el corazón, su poder no sólo fortalecerá, sino que enternecerá vuestro corazón y seréis representantes vivos de Cristo. El pueblo que profesa la verdad está apartándose de Dios. Jesús va a venir pronto, y dicho pueblo no está listo. El mismo ministro debe alcanzar una norma más alta, una fe señalada con mayor firmeza, una experiencia viva, no árida y vulgar, como la de los que profesan nominalmente la religión. La Palabra de Dios os presenta un blanco muy alto. ¿Queréis, con ayuno y oración, alcanzar la plenitud y solidez del carácter cristiano? Debéis trazar sendas rectas para vuestros pies, no sea que los cojos se aparten del camino. Una relación estrecha con Dios os proporcionará en vuestras labores un poder vital que despierta confianza y convence de pecado al pecador, induciéndolo a clamar: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Hechos 16:30.

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La comisión dada por Cristo a sus discípulos, precisamente antes de su ascensión al cielo, era: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:19, 20. La comisión alcanza a aquellos que crean en su Palabra por medio de sus discípulos. Y todos los que son llamados por Dios a ocupar el puesto de embajadores suyos deben recibir las lecciones de piedad práctica que dio Cristo en su Palabra, y enseñarlas a la gente.

Cristo abrió las Escrituras a sus discípulos, empezando por Moisés y los profetas, y los instruyó en todas las cosas relativas a él mismo, y también les explicó las profecías. En su predicación, los apóstoles se remontaron hasta el día de Adán, y llevaron a sus oyentes a través de la historia profética y, terminando con Cristo y Cristo crucificado, invitaron a los pecadores a apartarse de sus pecados y volverse a Dios. Los representantes de Cristo en nuestra época deben seguir su ejemplo, y en todo discurso deben ensalzar a Cristo como el Ser exaltado, como el que lo es todo en todos.

No sólo el formalismo se está apoderando de las iglesias nominales, sino que está aumentando en grado alarmante entre aquellos que profesan observar los mandamientos de Dios y esperar la pronta aparición de Cristo en las nubes de los cielos. No debernos ser estrechos en nuestras miras y limitar nuestras posibilidades de hacer bien, sino que, mientras extendemos nuestra influencia y ampliamos nuestros planes a medida que la Providencia nos prepara el camino, debemos ser más fervientes para evitar la idolatría del mundo. Mientras redoblamos esfuerzos para aumentar nuestra utilidad, debemos hacer esfuerzos correspondientes para obtener sabiduría de Dios a fin de llevar adelante todos los ramos de la obra según su orden, y no desde un punto de vista mundano. No debemos amoldarnos a las costumbres del mundo, sino sacar el mejor partido de las posibilidades que Dios ha puesto a nuestro alcance para presentar la verdad a la gente.

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Cuando, como pueblo, nuestras obras correspondan a nuestra profesión, veremos el cumplimiento de mucho más que ahora. Cuando tengamos hombres tan consagrados como Elías, poseedores de la fe que él poseía, veremos que Dios se nos revelará como se manifestó a los santos hombres de antaño. Cuando tengamos hombres que, aunque reconociendo sus deficiencias, intercedan ante Dios con fe ferviente como Jacob, veremos los mismos resultados. El poder de Dios descenderá sobre el hombre en respuesta a la oración de fe. Hay poca fe en el mundo. Son pocos los que viven cerca de Dios. ¿Y cómo podemos esperar recibir más poder y que Dios se revele a los hombres, cuando se maneja su Palabra con negligencia y los corazones no se santifican por la verdad? Hay hombres que no están siquiera convertidos a medias, que confían en si mismos y se creen suficientes por su carácter, y predican la verdad a otros. Pero Dios no obra con ellos, porque no son santos en su corazón ni en su vida. No andan humildemente con Dios. Debemos tener un ministerio consagrado y entonces veremos la luz de Dios y su poder favorecerá todos nuestros esfuerzos.

Los centinelas colocados antaño sobre los muros de Jerusalén y otras ciudades ocupaban una posición de máxima responsabilidad. De su fidelidad dependía la seguridad de todos los habitantes de aquellas ciudades. Cuando se temía un peligro, ellos no debían callar ni de día ni de noche. A intervalos debían llamarse uno a otro, para ver si estaban despiertos, no fuese que le ocurriese daño a alguno de ellos. Se colocaban centinelas sobre alguna prominencia que dominaba los lugares importantes que debían guardarse, y de ellos se elevaba el clamor de amonestación o de buen ánimo. Este clamor se transmitía de una boca a otra; cada uno repetía las palabras, hasta que daba la vuelta entera a la ciudad.

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Estos atalayas representan el ministerio, de cuya fidelidad depende la salvación de las almas. Los dispensadores de los misterios de Dios deben ser como atalayas sobre los muros de Sión; y si ven llegar la espada, deben dar la amonestación. Si son centinelas dormidos y sus sentidos espirituales están tan embotados que no ven el peligro ni se dan cuenta de él y la gente perece, Dios les demandará la sangre de ésta.

“Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte”. Ezequiel 3:17. Los atalayas necesitan vivir muy cerca de Dios, oír su palabra y ser impresionados por su Espíritu, para que la gente no confíe en vano en ellos. “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma”. Ezequiel 3:18, 19. Los embajadores de Cristo deben cuidar de no perder, por su infidelidad, su propia alma y la de aquellos que los oyen.

Se me han mostrado las iglesias de diferentes estados que profesan guardar los mandamientos de Dios y esperar la segunda venida de Cristo. Se advierte en ellas una indiferencia alarmante, como también orgullo, amor al mundo y una fría formalidad. Constituyen el pueblo que se está volviendo rápidamente como el antiguo Israel en cuanto concierne a la falta de espiritualidad. Muchos hacen alta profesión de piedad, y sin embargo carecen de dominio propio. En ellos rigen los apetitos y las pasiones, y predomina el yo. Muchos son arbitrarios, intransigentes, intolerantes, orgullosos, jactanciosos y sin consagración. Sin embargo, algunas de estas personas son ministros que manejan verdades sagradas. A menos que se arrepientan, su candelero será quitado de su lugar. La maldición que el Salvador pronunció sobre la higuera estéril es un sermón dirigido a todos los formalistas e hipócritas jactanciosos que se presentan ante el mundo cubiertos de hojas engañosas pero que no dan fruto. ¡Qué reprensión para los que tienen la forma de la piedad, mientras que en su vida sin cristianismo niegan su eficacia! El que trató con ternura al principal de los pecadores, el que nunca despreció la verdadera mansedumbre y penitencia, por grande que fuese la culpa, hizo caer severas acusaciones sobre los que hacían gran profesión de piedad a la vez que negaban su fe con sus obras.

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Cómo hablar en público

Algunos de nuestros ministros de más talento se causan un gran daño por causa de su manera defectuosa de hablar. Mientras enseñan a la gente el deber de obedecer la ley moral de Dios, se les descubre violando las leyes de Dios al respecto de la vida y la salud. Los ministros deben permanecer erguidos y hablar lenta, firme y claramente, tomando una inspiración completa antes de cada frase y pronunciando las palabras ayudándose de los músculos abdominales. Con la observancia de esta sencilla norma, prestando atención a las leyes de salud en otros aspectos, conservarán su vida y serán útiles durante mucho más tiempo que los hombres de cualquier otra profesión.

El pocho se ensanchará y con la educación de la voz, serán raras las veces que el orador sufra de afonía, aun hablando constantemente. En lugar de padecer tisis a causa de las constantes charlas y discursos, nuestros ministros, gracias al cuidado, vencerán la tendencia a padecer enfermedades de los pulmones. Desearía decir a mis hermanos ministros: “A menos que os eduquéis para hablar de acuerdo con las leyes físicas, sacrificaréis la vida y muchos lamentarán la pérdida de ‘los mártires por la causa de la verdad’, cuando los hechos son que al descuidar los hábitos correctos hicisteis injusticia con vosotros mismos y con la verdad que representabais, y robasteis a Dios y al mundo el servicio que debierais haber rendido. Dios habría deseado que vivieseis, pero vosotros os suicidasteis lentamente.

La manera de presentar la verdad a menudo tiene mucho que ver con determinar si se aceptará o se rechazará. Todos los que trabajan en la gran causa de la reforma deberían estudiar cómo ser obreros eficientes, de manera que puedan cumplir la mayor cantidad posible de bien sin quedar apartados del ejército de la verdad por causa de sus propias deficiencias.

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Los ministros y los maestros deberían disciplinarse para articular las palabras clara y firmemente, dando a cada una de ellas todo el sonido. Quienes hablan rápidamente, con voz engolada, amontonando las palabras y elevando el tono de la voz hasta niveles antinaturales no tardarán en sufrir afonía y las palabras perderán la mitad de la fuerza que habrían tenido de ser dichas lentamente, con claridad y sin gritar. Los oyentes se compadecen del orador porque saben que se está causando daño y temen que en cualquier momento se venga abajo. Que un hombre se enzarce en un frenesí de gesticulación no es prueba de celo por Dios; “porque el ejercicio corporal para poco es provechoso” (1 Timoteo 4:8), dice el apóstol.

El Salvador del mundo desea que sus colaboradores lo representen y cuanto más cercano anda un hombre de Dios tanto menos defectuosas serán su forma de dirigirse a los demás, sus maneras, su actitud y sus gestos. Nuestro Modelo, Jesucristo, nunca se mostró áspero ni rudo. Era un representante del cielo y sus seguidores deben ser como él.

Algunos razonan que el Espíritu del Señor seguirá sus designios para cualificar a un hombre; pero el Señor no se propone hacer el trabajo que ha dado al hombre para hacer. Nos ha dado facultades de razonamiento y oportunidades para educar la mente y las maneras. Después de que nosotros hayamos hecho todo cuanto esté en nuestra mano, esforzándonos para dar el mejor uso a las ventajas de que disponemos, podremos mirar a Dios en sincera oración para que por medio de su Espíritu haga cuanto escapa a nuestras facultades. Siempre obtendremos poder y eficiencia de nuestro Salvador.

Cualidades para el ministerio

A menudo se causa un gran daño a nuestros jóvenes permitiéndoles que empiecen a predicar cuando aún no tienen suficiente conocimiento de las Escrituras para presentar nuestra fe de manera inteligente. Algunos que entran en el campo son simples novicios en las Escrituras. También son incompetentes e ineficientes en otros aspectos. No saben leer las Escrituras sin titubeos, sin pronunciar mal algunas palabras y amontonándolas de tal modo que la palabra de Dios sale gravemente perjudicada. Los que no están calificados para presentar la verdad de manera adecuada no deben quedar desconcertados con su deber. Su lugar no es el de maestros, sino alumnos. Aunque los jóvenes que desean prepararse para el ministerio obtienen un gran provecho asistiendo a nuestro colegio, también es preciso que adquieran cualidades de oradores aceptables. Por eso es necesaria la presencia de un profesor que eduque a los jóvenes y les enseñe a hablar sin fatigar los órganos vocales. También deben ser objeto de atención los modales.

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Algunos jóvenes que entran en la obra no tienen éxito enseñando la verdad a otros porque ellos mismos carecen de educación. Los que no sepan leer correctamente deberían aprender a hacerlo para así comenzar a ser aptos para la enseñanza antes de presentarse ante el público. Los maestros de nuestras escuelas están obligados a aplicarse ellos mismos al estudio, de manera que puedan estar preparados para instruir a otros. Esos maestros no son aceptados hasta que han superado un examen crítico y un tribunal competente ha comprobado sus capacidades de enseñanza. El examen de los ministros no debería ser objeto de precauciones menores. Los que están a punto de entrar en la sagrada tarea de enseñar la verdad bíblica al mundo deberían ser examinados por personas fieles y experimentadas.

Después de haber conseguido experiencia, todavía queda otra tarea por cumplir. Deben ser presentados ante el Señor en sincera oración para que él indique por medio de su Espíritu Santo si le son aceptables. El apóstol dice: “No impongas con ligereza las manos a ninguno” 1 Timoteo 5:22. En los tiempos de los apóstoles los ministros de Dios no osaban confiar en su propio juicio para seleccionar o aceptar a los hombres que tomaban la solemne y sagrada responsabilidad de ser la boca de Dios. Escogían a los hombres que su juicio aceptaba y luego los presentaban ante Dios para ver si los aceptaría para que fuesen sus representantes. No hay razón para que ahora no sea como entonces.

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En muchos lugares nos encontramos con hombres a los cuales se ha puesto apresuradamente en responsabilidades como ancianos de la iglesia sin estar cualificados para detentar ese cargo. Su influencia es dañina. La iglesia tiene problemas constantemente como consecuencia del carácter defectuoso de su dirigente. La imposición de manos sobre esos hombres no ha sido meditada.

Los ministros de Dios deben gozar de buena reputación, deben ser capaces de dirigir un interés después de haberlo despertado. Tenemos gran necesidad de hombres competentes que traigan honor en lugar de desgracia sobre la causa que representan. Los ministros deberían ser objeto de examen destinado especialmente para descubrir si comprenden de manera racional la verdad para este tiempo con el fin de que su discurso sobre las profecías o las cuestiones prácticas sea coherente. Si no son capaces de presentar los temas bíblicos con claridad deben permanecer en su condición de oyentes y alumnos. Deberán escudriñar las Escrituras con sinceridad y oración y familiarizarse con ellas para ser maestros de la verdad bíblica para otros. Antes de que alguien sea empujado de manera apresurada a entrar en la obra, es preciso considerar todas estas cosas con reflexión y oración.

El plan que se ha adoptado, según el cual el hermano Smith dirige institutos bíblicos en algunos estados tiene la aprobación de Dios. Esos institutos han sido fuente de grandes bienes pero no todo el tiempo se dedica a la tarea que sería tan provechosa para nuestros jóvenes ministros y para la causa de Dios. Nunca en esta vida veremos todos los frutos de los esfuerzos que ya se han hecho, sino en la eternidad.

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Ministros del evangelio

Hermano A: Se me ha mostrado que usted no está preparado para trabajar con éxito en el ministerio. Hubo un tiempo en que sus esfuerzos obtuvieron cierto grado de éxito. Sin embargo, en lugar de inspirar en usted una honestidad y un celo mayores, causó el efecto contrario. El sentido de la bondad de Dios debiera haberlo empujado a continuar trabajando humildemente y a desconfiar de usted mismo. No obstante, especialmente después de su ordenación, empezó a sentir que ya era un ministro maduro, capaz de presentar la verdad ante grandes auditorios, y se volvió indolente, dejó de sentir la carga de las almas y su labor desde entonces ha sido de muy escaso valor para la causa de Dios. Goza de fuerza física y, sin embargo, no ve que es tan responsable del uso que le da, como el hombre con recursos económicos es responsable del uso que da a su dinero. No siente inclinación por el trabajo manual a pesar de que su constitución requiere un gran desgaste físico para conservar la salud y activar las facultades mentales. En cuanto a la salud se refiere, el ejercicio físico sería de gran valor para nuestros ministros y siempre que sean liberados del servicio activo en el ministerio deberían sentir como un deber llevar a cabo trabajos físicos para el sostenimiento de sus familias.

Hermano A, ha perdido el tiempo durmiendo, por lo que en lugar de favorecer su salud ha sido perjudicial para ella. Las preciosas horas que ha perdido sin hacer el bien ni a usted ni a otros, lo acusan en el libro maestro del cielo. Se me mostró su nombre inscrito en el epígrafe de los siervos perezosos. Su labor no superará la prueba del juicio. Ha pasado tanto tiempo durmiendo que todas sus facultades se han paralizado. La salud se obtiene con hábitos de vida adecuados y se puede aumentar a interés fijo o compuesto. Pero este capital, más precioso que ningún depósito bancario, puede ser destruido por la intemperancia en la comida y la bebida, o permitiendo que los órganos se oxiden por la inactividad. Es preciso abandonar la complacencia y vencer la pereza.

La razón por la que muchos ministros se quejan de enfermedad es que no hacen ejercicio suficiente y se abandonan a los excesos en la comida. No ven que esa conducta pone en peligro aun a la constitución más fuerte. Quienes, como usted, son de carácter indolente deberían comer muy frugalmente y no rehuir el ejercicio físico. Muchos de nuestros ministros están cavando sus tumbas con sus propios dientes. Por causa de la carga que deben soportar los órganos digestivos, todo el sistema sufre y el cerebro paga la factura. Cada transgresión de las leyes de la salud tiene su repercusión en el cuerpo.

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