Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 402-411, día 239

Cuando no predicaba activamente, el apóstol Pablo se dedicaba al ejercicio de su oficio fabricando tiendas. Se vio obligado a hacerlo por haber aceptado una verdad impopular. Antes de abrazar el cristianismo, había ocupado un cargo elevado y no dependía de su trabajo para subsistir. Entre los judíos era costumbre que los niños, independientemente de lo elevado de la posición social que se esperaba que alcanzasen, aprendieran algún oficio como precaución para evitar que un cambio de circunstancias los pusiera en situación de no poder sostenerse por ellos mismos. De acuerdo con esta costumbre, Pablo aprendió a hacer tiendas. Una vez que sus posesiones se hubieron gastado en el avance de la causa de Cristo y para su propio sostenimiento, recurrió a su oficio para ganarse la vida.

No hubo hombre vivo que fuera un discípulo de Cristo más honesto, enérgico y abnegado que Pablo. Fue uno de los mayores maestros del mundo. Cruzó el mar y viajó aquí y allá hasta que una gran porción del mundo hubo aprendido de sus labios la historia de la cruz de Cristo. Sentía un ardiente deseo de llevar a los hombres caídos hacia el conocimiento de la verdad por medio del amor del Salvador. Su alma estaba imbuida de la obra del ministerio y sintió dolor cuando tuvo que retirarse de su tarea para trabajar por sus necesidades corporales. Sin embargo, se sometió a la esclavitud del artesano para no convertirse en una carga para las iglesias que estaban dominadas por la pobreza. A pesar de que había fundado muchas iglesias, rechazó que lo sostuvieran porque temía que su utilidad y éxito como ministro del evangelio pudiera verse interferida por cualquier sospecha referente a sus motivaciones. Evitaba dar ocasión a sus enemigos para que lo difamaran y, así, destruyeran la fuerza de su mensaje.

Pablo pide a sus hermanos corintios que entiendan que, como obrero del evangelio, podría haber exigido su sostenimiento en lugar de recurrir a sus propios medios. Pero estaba decidido a renunciar a ese derecho por temor de que, al aceptarlos, esos medios de sostenimiento se convirtieran en un obstáculo para su utilidad. Aunque su salud era débil, trabajaba durante el día sirviendo a la causa de Cristo y por la noche pasaba largas horas, a veces la noche entera, trabajando para suplir sus necesidades y las de otros. El apóstol también daba ejemplo a sus hermanos porque dignificaba y honraba la industria. Cuando nuestros ministros sientan que sufren dificultades y privaciones por causa de Cristo, visiten con la imaginación el taller del apóstol Pablo y tengan presente que mientras ese hombre elegido por Dios cose la lona, trabaja para pagar un pan que justamente se ganó trabajando como apóstol de Jesucristo. Cuando el deber lo llamaba, ese apóstol dejaba sus asuntos para enfrentarse a los oponentes más violentos y reprender su soberbia y su jactancia para luego volver a su humilde empleo. Su industria religiosa es una reprensión a la indolencia de algunos de nuestros ministros. Cuando tengan oportunidad de trabajar para contribuir a su propio sostenimiento deben hacerlo con disposición.

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Dios nunca quiso que el hombre viviera en la ociosidad. Cuando Adán estaba en el Edén, se dispusieron medios para su empleo. Aunque no siempre ganan la carrera los más rápidos ni los más fuertes vencen en la batalla, el que se ocupa de sus negocios con mano descuidada se empobrecerá. Los que en los negocios son diligentes no siempre prosperarán; pero la indolencia y el letargo, con toda certeza, apesadumbran al Espíritu de Dios y destruyen la verdadera piedad. El agua estancada se vuelve pútrida; pero un arroyuelo de aguas cristalinas esparce salud y alegría en el paisaje. Un hombre de industria perseverante será una bendición allí donde se encuentre. El ejercicio de las facultades mentales y físicas del hombre es necesario para su desarrollo completo y correcto.

Los ministros jóvenes deberían estudiar la manera de ser útiles allí donde vayan. Cuando se les invite a hacer visitas a domicilio, no deberían sentarse ociosos, sin hacer ningún esfuerzo por ayudar a aquéllos que les ofrecen su hospitalidad. Las obligaciones son mutuas. Si el ministro disfruta de la hospitalidad de sus amigos, su deber es responder a su amabilidad siendo considerado y prudente en su conducta hacia ellos. El anfitrión puede ser un hombre que necesita cuidados y trabajo por él. Al manifestar disposición no sólo a recibir sino a prestar asistencia temporal, a menudo, el ministro encontrará una vía de acceso al corazón y podrá abrir la puerta para la recepción de la verdad.

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Los perezosos no tienen lugar en la causa de Dios. Se necesitan obreros honestos, afectuosos, amables y sensatos. El esfuerzo activo será un bien para nuestros predicadores. La indolencia es prueba de depravación. Todas y cada una de las facultades de la mente, cada uno de los huesos del cuerpo, cada músculo de las extremidades, muestra que Dios deseaba que esas facultades fuesen usadas y no permanecieran inactivas. El hermano A es demasiado indolente para poner a trabajar sus energías de manera perseverante. Los hombres que roban las precisas horas de luz diurna para dormir carecen del sentido del valor de esos momentos preciosos y dorados. Esos hombres serán sólo una maldición para la causa de Dios. El hermano A está autoinfatuado. No es un estudioso de la Biblia fiel. No es lo que debiera ser ni tampoco lo que podría llegar a ser con un esfuerzo sincero. De vez en cuando se levanta para hacer algo; sin embargo, su pereza, su natural tendencia a la comodidad, hace que vuelva a caer en el mismo canal ocioso. Las personas que no han adquirido hábitos de trabajo regular y de administración del tiempo deberán atenerse a normas que las fuercen a ser regulares y enérgicas.

Washington, el padre de la nación, era capaz de llevar a cabo una gran cantidad de trabajo porque era muy cuidadoso con el orden y la regularidad. Fechaba todos los documentos y cada uno tenía su lugar, de manera que no se perdía tiempo buscando algo que se hubiese traspapelado. Los hombres de Dios deben ser diligentes en el estudio, honestos en la adquisición de conocimientos y buenos administradores del tiempo. Mediante los esfuerzos perseverantes podrán alcanzar casi cualquier grado de preeminencia como cristianos, como hombres poderosos e influyentes. Sin embargo, muchos nunca alcanzarán un rango superior en el púlpito o en los negocios a causa de su volubilidad y la laxitud de hábitos adquirida en la juventud. En todo aquello que emprenden se ve la marca del descuido y la desatención. Un súbito impulso ocasional no basta para reformar a los amantes de la comodidad e indolentes. Esa tarea requiere persistencia continuada haciendo el bien. Los hombres de negocios sólo tendrán éxito verdadero si tienen un horario regular para levantarse, para la oración, para las comidas y para el reposo. Si el orden y la regularidad son esenciales para los negocios mundanos, cuánto más no lo serán para hacer la obra de Dios.

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Muchos despilfarran las brillantes horas matutinas en la cama. Una vez ya se han perdido, esas precisas horas son irrecuperables. Se han perdido para ahora y para la eternidad. Si sólo se pierde una hora al día, ¡qué despilfarro de tiempo al cabo de un año! Que el perezoso piense en esto y se detenga a considerar cómo responderá ante Dios por las oportunidades perdidas.

Los ministros deberían dedicar tiempo a la lectura, al estudio, a la meditación y a la oración. Deberían almacenar en la mente conocimientos útiles, memorizando pasajes enteros de las Escrituras, identificando el cumplimiento de las profecías y aprendiendo las lecciones que Cristo dio a sus discípulos. Lleve con usted un libro para poder leerlo durante sus viajes en ferrocarril o mientras espera en la estación. Emplee cada momento que le quede libre en hacer algo. De esta manera se cerrará una puerta a miles de tentaciones. Si el rey David hubiese estado ocupado en algún empleo útil no habría sido culpable del asesinato de Urías. Satanás siempre está al acecho para emplear a aquél que no se emplea a sí mismo. La mente que continuamente lucha por alcanzar la altura de la grandeza intelectual no tendrá tiempo para perder en pensamientos fútiles, padres de las malas acciones. Entre nosotros hay hombres muy capaces que, con un cultivo adecuado, serían de gran utilidad. Sin embargo, no se esfuerzan y, puesto que no ven delito en descuidar poner en buen uso las facultades con que el Creador los ha dotado, se dejan llevar por la comodidad de manera que su mente permanece sin cultivar. Muy pocos cumplen los deseos de Dios. A esos siervos perezosos Dios les preguntará: “¿Qué hiciste con los talentos que te di?” Ese día se descubrirá que muchos, después de haber recibido un talento, lo envolvieron en un paño y lo escondieron bajo tierra. Esos siervos improductivos serán arrojados a las tinieblas exteriores. Mientras tanto, otros que entregaron sus talentos a los cambistas y los doblaron recibirán el aplauso: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Mateo 25:23.

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Cuando es preciso confiar responsabilidades a una persona, no se trata de saber si es elocuente o rica, sino de si es honrada, fiel y trabajadora. Porque, sean cuales sean sus logros, sin esas calificaciones es altamente inadecuada para cualquier cargo de confianza. Muchos que han empezado la vida con previsiones halagüeñas fracasan porque les falta laboriosidad. Los jóvenes que habitualmente se reúnen en pequeños grupos en la calle o los almacenes, incluso discutiendo o cuchicheando, nunca llegarán a crecer hasta la talla de hombres de juicio. La dedicación continua logrará por un hombre lo que nada más puede hacer por él. Los que son conscientes de que crecen día a día tendrán una verdadera vida de éxito.

Muchos han fracasado, estrepitosamente, allí donde debieran haber tenido éxito. No han sentido la carga del trabajo; se han tomado las cosas con la misma tranquilidad de quien dispone de mil años para trabajar por la salvación de las almas. A causa de esta falta de honestidad y de celo, muy pocos recibirán la impresión de querer decir lo que decían. La causa de Dios no tiene tanta necesidad de predicadores como de obreros perseverantes y honestos para el Maestro. Sólo Dios puede medir las facultades de la mente humana. No deseaba que el hombre se contentara con permanecer en las tierras bajas de la ignorancia, sino que se apoderara de todas las ventajas de un intelecto ilustrado y cultivado. Todo hombre y toda mujer debería sentir que tiene sobre sí la obligación de alcanzar las cotas más elevadas de grandeza intelectual, al tiempo que nadie debiera infatuarse por el conocimiento adquirido. Es privilegio de todos disfrutar de la satisfacción de saber que con cada paso adelante se es más capaz de honrar y glorificar a Dios. Podemos beber de la fuente inagotable: la Fuente de toda sabiduría y conocimiento.

Después de haber entrado en la escuela de Cristo, el alumno está preparado para iniciar la búsqueda del conocimiento sin que se maree a causa de la altura a la cual está trepando. A medida que va de una a otra verdad, obteniendo visiones más claras y precisas de las maravillosas leyes de la ciencia y la naturaleza, queda extasiado ante las maravillosas muestras del amor de Dios por el hombre. Con ojos inteligentes ve la perfección, el conocimiento y la sabiduría de Dios extendiéndose más allá del infinito. A medida que su mente se amplía y expande, su alma se inunda de puros rayos de luz. Cuanto más bebe de la fuente del conocimiento, tanto más pura y feliz es su contemplación de la infinitud de Dios y mayor es su ansia por obtener suficiente sabiduría para entender las profundas cosas de Dios.

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Como pueblo necesitamos cultivar la mente para suplir las exigencias de nuestra época. La pobreza, el origen humilde y el entorno desfavorable no deben impedir el cultivo de la mente. Las facultades mentales deben ser puestas bajo el control de la voluntad y no se debe permitir que la mente divague o sea distraída con multitud de temas a la vez, sin que se centre en uno solo. En todos los estudios surgirán dificultades; pero no desfallezca. Busque, estudie y ore; enfréntese a las dificultades con hombría y vigor; pida la ayuda de la fuerza de la voluntad y la gracia de la paciencia; y siga cavando aún más honestamente hasta que la gema de la verdad aparezca ante usted, clara, bella y preciosa a causa de las dificultades que ha entrañado descubrirla. No se entretenga en el mismo punto ni concentre todas las energías de la mente en él, llamando constantemente la atención de otros, sino que aborde otro tema y examínelo cuidadosamente. De esa forma un misterio tras otro se irán revelando a su comprensión. Con este modo de actuar ganará dos victorias. No sólo habrá conseguido un conocimiento útil, sino que el ejercicio de la mente habrá incrementado la fuerza y las facultades mentales. La clave que abre un misterio puede desarrollar también otras preciosas gemas de conocimiento hasta entonces ocultas.

Muchos de nuestros ministros sólo son capaces de presentar al pueblo unos pocos discursos doctrinales. El mismo esfuerzo y la misma aplicación que los familiarizaron con esos puntos los capacitarán para ganar la comprensión de otros. Todos ellos deberían comprender plenamente las profecías y otros temas doctrinales. No obstante, algunos que hace ya años que predican están satisfechos de confinarse a unos pocos temas porque son demasiado indolentes para escudriñar las Escrituras diligentemente y con oración para convertirse en gigantes de la comprensión de las doctrinas bíblicas y las lecciones prácticas de Cristo. Todos deberían almacenar en la mente el conocimiento de las verdades de la palabra de Dios para que puedan estar preparados en cualquier momento, cuando sea necesario, para presentar las cosas viejas y nuevas del almacén. La falta de celo y esfuerzo duro y sincero ha paralizado y empequeñecido sus mentes. Ha llegado la hora en que Dios dice: “Ve y cultiva las habilidades que te di”.

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El mundo está repleto de fábulas y errores. Continuamente aparecen novedades en forma de espectáculos sensacionales con el fin de absorber toda la atención de la mente, así como abundan absurdas teorías destructivas para el avance moral y espiritual. La causa de Dios necesita intelectuales, pensadores, hombres versados en las Escrituras que se enfrenten a la marea de oposición. No debemos dar pábilo a la arrogancia, la estrechez de miras y a la incongruencia, aun a pesar de que puedan estar revestidas de piedad profesa. Los que tienen el poder santificador de la verdad en sus corazones ejercerán una influencia persuasiva. Puesto que saben que los abogados del error no pueden crear ni destruir la verdad son capaces de mantenerse tranquilos y considerados.

No basta con que nuestros ministros tengan un conocimiento superficial de la verdad. Constantemente se abren a la investigación temas manejados por hombres que, con el fin de destruir la verdad, han pervertido las facultades que Dios les dio. Es preciso dejar a un lado el fanatismo. Los engaños satánicos de nuestro tiempo deben ser rebatidos con claridad e inteligencia mediante la espada del Espíritu, la palabra de Dios. La misma mano invisible que guía los planetas a lo largo de sus órbitas y sostiene los mundos con su poder ha provisto para el hombre hecho a la imagen y semejanza de Dios, que sea un poco menos que los ángeles de Dios mientras desempeña sus deberes en la tierra. Los hombres a quienes se ha confiado la verdad más solemne jamás dada a un hombre no han respondido a los objetivos de Dios. Él desea que nos elevemos cada vez a mayor altura, hacia un estado de perfección, viendo y percibiendo en cada paso el poder y la gloria de Dios. El hombre no se conoce. Nuestras responsabilidades son exactamente proporcionales a la luz, las oportunidades y los privilegios que tenemos. Somos responsables del bien que podamos haber hecho pero que no hicimos porque fuimos demasiado indolentes para usar los medios de mejora que teníamos a nuestro alcance.

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El precioso libro de Dios contiene normas de vida para los hombres de toda clase y vocación. En él se encuentran ejemplos cuyo estudio e imitación serían un bien para todos. “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir”. Mateo 20:28. El verdadero honor y la verdadera gloria del siervo de Cristo no reside en el número de sermones predicados, ni tampoco en la cantidad de texto escrito, sino en la obra de fiel servicio a las necesidades del pueblo. Si descuida esta parte de su trabajo no tiene derecho a llamarse misionero.

Para este tiempo se necesitan hombres que sean capaces de entender las carencias de la gente y servir sus necesidades. El fiel ministro de Cristo está atento en todos los puestos de avanzada para advertir, reprobar, aconsejar, reprender y alentar a sus semejantes, trabajando con el Espíritu de Dios que obra poderosamente en él para que pueda presentar a todo hombre perfecto en Cristo. El cielo reconoce a estos hombres como ministros que siguen las huellas de su gran Ejemplo.

Nuestros predicadores no son suficientemente constantes al respecto de sus hábitos alimenticios. Ingieren cantidades demasiado grandes de alimentos y demasiada variedad en cada una de las comidas. Algunos sólo son reformadores de nombre. No siguen normas mediante las cuales regulen su dieta, sino que se muestran descuidados comiendo fruta fresca o seca entre comidas. Así imponen una carga demasiado pesada a sus órganos digestivos. Algunos comen tres veces al día, cuando dos sería más provechoso para la salud física y espiritual. La violación de las leyes que Dios ha puesto para gobernar el sistema vendrá seguida, con toda seguridad, del pago de la pena.

A causa de la imprudencia en la comida, los sentidos de algunos parecen estar medio paralizados y se muestran lentos y somnolientos. Tales ministros de rostro pálido que sufren como consecuencia de su indulgencia en el apetito no son recomendación alguna para la reforma pro salud. Cuando se siente fatiga por el exceso de trabajo, sería mucho mejor que, ocasionalmente, se ingiriera una comida completa y se permita que la naturaleza reagrupe sus fuerzas. Nuestros obreros deberían hacer más por la reforma pro salud mediante su ejemplo que predicándola. Cuando sus bienintencionados amigos preparan para ellos platos elaborados, están tentados a transgredir el principio. Rehusando los platos delicados, los condimentos ricos, el té y el café ellos mismos probarán ser verdaderos reformadores pro salud. Algunos sufren ahora por haber transgredido las leyes de la vida por lo que son un estigma para el resto al respecto de la reforma pro salud.

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La excesiva indulgencia en la comida, la bebida, el sueño o la vista es pecado. La armoniosa y saludable acción de todas las facultades del cuerpo y la mente da como resultado la felicidad. Cuanto más elevadas y refinadas son las facultades, tanto más pura y limpia será la felicidad. Una vida sin objetivos es una muerte en vida. Es preciso ejercitar las facultades mentales con temas relacionados con nuestros intereses eternos. Esto será beneficioso para la salud del cuerpo y la mente. Muchos, incluso algunos de nuestros ministros, quieren progresar en el mundo sin tener que esforzarse. Ambicionan hacer alguna gran obra de filantropía, mientras que descuidan los pequeños deberes diarios que los harían útiles ministros según el orden de Cristo. Desean hacer el trabajo que otros hacen, pero no sienten satisfacción ante la necesaria disciplina que los habilitaría para ello. Este deseo abrasador que tanto hombres como mujeres sienten por hacer algo que supera con creces sus capacidades actuales provoca decididos fracasos ya desde su mismo inicio. De manera indignante, no quieren subir la escalera pero desean ser elevados valiéndose de un proceso menos laborioso.

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El colegio

La educación y la formación de la juventud es una importante y solemne tarea. El gran objetivo debería ser el adecuado desarrollo del carácter, para que la persona pueda desempeñar adecuadamente los deberes de la vida presente y, finalmente, entrar en la vida inmortal futura. La eternidad revelará la manera en que se haya llevado a cabo la tarea. Si los ministros y los maestros pudieran entender su responsabilidad en toda su plenitud, el mundo hoy sería totalmente distinto. Pero su visión y sus propósitos son demasiado estrechos. No se dan cuenta de la importancia de su labor o sus resultados.

Dios no pudo hacer nada más que lo que hizo por el hombre al dar a su Hijo amado, ni tampoco pudo hacer menos por asegurar la redención del hombre y mantener la dignidad de la ley divina. Entregó en favor nuestro todos los tesoros del cielo. Al dar a su Hijo nos abrió las puertas de oro del cielo, haciendo un regalo infinito a aquellos que acepten el sacrificio y regresen a la fidelidad a Dios. Cristo vino al mundo con un amor tan ancho como la eternidad en su corazón, con la oferta de hacer que el hombre fuese heredero de toda su riqueza y su gloria. En ese acto reveló al hombre el carácter de su Padre, mostrando a todos los seres humanos que Dios puede ser justo y también justificar al que cree en Jesús.

La Majestad del cielo no actuó con autocomplacencia. Todo cuanto hizo estaba relacionado con la salvación del hombre. La soberbia en todas sus formas era rechazada en su presencia. Asumió nuestra naturaleza para poder sufrir en nuestro lugar, haciendo de su alma una ofrenda por el pecado. Fue quebrantado de Dios y afligido para salvar al hombre del vendaval que merecía por causa de la transgresión de la ley de Dios. Mediante la luz que brilla desde la cruz, Cristo se propuso atraer a todos los hombres hacia sí. Su corazón humano suspiraba por la raza. Sus brazos estaban abiertos para recibir a todos e invitó a todos para que acudieran a él. Su vida en la tierra fue un acto de continua abnegación y condescendencia.

Puesto que el precio pagado por el hombre es tan alto, el amado Hijo de Dios, ¡cuánto cuidado debieran poner los ministros, los maestros y los padres en el trato con las almas de aquellos que están bajo su influencia! bella tarea es la de tratar con las mentes y debería ser desempeñada con temor y reverencia. Los educadores de los jóvenes deberían observar un perfecto control de sí mismos. Destruir la apropiada influencia sobre un alma humana o mantener una dignidad y una supremacía indebidas mediante la impaciencia, es un terrible error porque puede ser el medio por el cual esa alma se pierda para Cristo. Las mentes de los jóvenes pueden ser tan deformadas por el gobierno sin juicio que es posible que el perjuicio causado nunca llegue a ser vencido del todo. La religión de Cristo debería tener una influencia controladora sobre la educación y la formación de los jóvenes. El ejemplo de abnegación, amabilidad universal y amor paciente del Salvador es una reprensión para los ministros y maestros impacientes. A esos impetuosos instructores les pregunta: ¿Es esta la manera en que tratas las almas de aquellos por los que di mi vida? ¿Acaso no das más valor al infinito precio pagado por su redención?”

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