Los hermanos F no están inclinados a soportar cargas ni a aceptar responsabilidades. La despreocupación y la imperfección manchan todo cuanto tocan. Su conversación y su conducta son irreflexivas. La solemne, elevadora y ennoblecedora influencia que debiera caracterizar a un ministro del evangelio no podrá ejercerse en ellos hasta que se hayan transformado y moldeado según la imagen divina. Aunque unos mucho más que otros, todos ellos son soberbios. En esos jóvenes mora un espíritu de autosuficiencia y engreimiento que los hace inadecuados para la obra de Dios. Deberán disciplinarse muy severamente ellos mismos antes de poder ser aceptados por Dios como obreros de su causa. Su indolencia natural debe ser vencida. Sus asuntos temporales deberían ser objeto de un fiel desbastado. Deben ser aprendices y cuando se demuestre que tienen éxito en las responsabilidades menores serán adecuados para que se les confíen otras mayores. Las distintas asociaciones saldrían ganando sin estos obreros ineficientes. Un bebé está más capacitado para ocuparse de las almas que un hombre que no se haya consagrado. Desconocen la piedad vital y precisan una conversión profunda antes incluso de poder ser llamados cristianos.
El hermano A F necesita un profundo pulido en el colegio. Su lenguaje es defectuoso. Su conducta es brusca y falta de refinamiento. Con todo, es autosuficiente y está completamente confundido al respecto de sus capacidades. No tiene una verdadera fe en los Testimonios del Espíritu de Dios. No los ha estudiado detenidamente ni ha practicado las verdades que en ellos se muestran. Mientras tenga tan poca espiritualidad no entenderá el valor de los Testimonios ni su objetivo real. Esos jóvenes leen la Biblia pero su experiencia en la oración y escudriñamiento sincero y humilde de las Escrituras para que puedan ser cuidadosamente equipados para toda buena obra es escasa.
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Se corre un gran peligro al animar a entrar en la obra a una clase de hombres que no sienten un genuino amor por las almas. Podrán ser capaces de interesarse por las personas y enzarzarse en una controversia; pero, al mismo tiempo y de ninguna manera, son hombres de ideas que mejoren y aumenten sus capacidades. Tenemos un ministerio enano y deforme. A menos que Cristo more en los hombres que predican la verdad, allí donde se los tolere, la moral y el modelo religioso se reducirán. Tienen un ejemplo: el mismo Cristo. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. 2 Timoteo 3:16, 17. En la Biblia encontramos el infalible consejo de Dios. Sus enseñanzas, cuando se ponen en práctica, hacen que los hombres sean adecuados para todas las situaciones de responsabilidad. Es la voz de Dios que habla al alma cada día. ¡Con cuánta atención deberían estudiar los jóvenes la palabra de Dios y atesorar sus pensamientos en el corazón para que sus preceptos puedan llegar a gobernar toda la conducta! Nuestros jóvenes ministros, y aquellos que durante un tiempo han predicado, muestran una notable deficiencia en la comprensión de las Escrituras. La obra del Espíritu Santo debe consistir en iluminar el entendimiento oscurecido, fundir el corazón soberbio y de piedra, subyugar al transgresor rebelde y salvarlo de las influencias corruptoras del mundo. La oración de Cristo por sus discípulos fue: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Juan 17:17. La espada del Espíritu, la palabra de Dios, traspasa el corazón del pecador y lo corta en pedazos. La teoría de la verdad, cuando se repite sin que su sagrada influencia se sienta en el corazón del orador, no tiene fuerza sobre los oyentes, sino que la rechazan como un error y el orador es responsable de la pérdida de almas. Debemos asegurarnos de que nuestros ministros sean hombres convertidos, sencillos, mansos y de corazón humilde. El ministerio necesita un cambio decidido. Es preciso un examen crítico al respecto de las cualidades de un ministro. Dios dirigió a Moisés para que adquiriera experiencia en la asunción de responsabilidades, aprendiera a reflexionar, fuera tierno y solícito con su rebaño, de manera que, como fiel pastor, pudiera estar listo para cuando Dios lo llamase para hacerse cargo de su pueblo. Es esencial que los que entran en la gran obra de predicar la verdad, tengan una experiencia similar. Para llevar las almas a la fuente de la vida el predicador debe beber antes de esa agua. Debe ver el infinito sacrificio del Hijo de Dios para salvar al hombre caído y su propia alma debe estar imbuida del espíritu de amor inmortal. Si Dios nos asigna una dura tarea debemos llevarla a cabo sin murmurar. Si la senda es difícil y peligrosa, es el plan de Dios que la sigamos humildemente y clamemos a él para que nos dé fuerza. Debemos aprender una lección de la experiencia de algunos de nuestros ministros que no han conocido nada que se pueda comparar a dificultades y tribulaciones, aunque ellos mismos se consideren mártires. Todavía deben aprender a aceptar con gratitud el camino escogido por Dios, recordando al Autor de nuestra salvación. La obra del ministro debe ser llevada a cabo con más honestidad, energía y celo que las depositadas en los negocios ya que esta es tarea más sagrada y el resultado más importante. El trabajo diario debería registrarse en los libros del cielo como “bien hecho”; de manera que si no se dispusiese de un nuevo día para trabajar, la obra estuviese perfectamente acabada. Nuestros ministros, en especial los jóvenes, deberían llevar a cabo la preparación necesaria para poder desempeñar correctamente la solemne obra y prepararse para la compañía de los ángeles puros. Para que estar en el cielo sea estar en casa, aquí debemos atesorar el cielo en nuestros corazones. Si este no es nuestro caso, será difícil que tengamos nuestra parte en la obra de Dios.
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El ministerio está corrompido por ministros que no se han santificado. A menos que el modelo para el ministerio sea más elevado y más espiritual, la verdad del evangelio se debilitará más y más. El rico suelo de un jardín representa la mente humana. A menos que se cultive adecuadamente, la cizaña y las zarzas de la ignorancia se apoderarán de ella. Es preciso cultivar la mente y el corazón a diario. Descuidarlos abrirá el camino al mal. Cuantas más capacidades naturales otorga Dios a una persona, tanto mayor es la mejora que se le exige y mayor es su responsabilidad en el uso del tiempo y sus talentos para honra y gloria de Dios. La mente no debe permanecer adormecida. Si no se ejercita en la adquisición de nuevos conocimientos, se hundirá en la ignorancia, la superstición y la fantasía. Si no se cultivan las facultades intelectuales como se debiera para la honra y gloria de Dios, serán poderosas ayudas para llevar a la perdición.
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Al mismo tiempo que los jóvenes deben guardarse de ser pomposos e independientes, también deben esforzarse continuamente por mostar notables mejoras. Deben aceptar cualquier ocasión que se les presente para cultivar los rasgos de carácter más nobles y generosos. Si, a cada momento, los jóvenes sintiesen su dependencia de Dios y abrigaran un espíritu de oración, una exhalación del alma en todo momento y todo lugar, conocerían mejor la voluntad de Dios. Pero se me ha mostrado que los hermanos F y G apenas conocen la acción del Espíritu de Dios. Han trabajado basándose en su propia fuerza y han estado tan imbuidos de sí mismos que no se han apercibido de su gran necesidad. Hablan con frivolidad de los Testimonios que Dios da en beneficio de su pueblo y los juzgan dando sus opiniones y criticando esto o aquello, en lugar de cubrirse la boca y postrarse con la cara en el polvo; porque conocen tan poco los Testimonios como al Espíritu de Dios.
Son principiantes en la verdad y enanos en la experiencia religiosa. Las mayores victorias ganadas para la causa no se obtienen con argumentos elaborados, grandes instalaciones, influencias ni gran cantidad de medios; sino que se obtienen en la sala de audiencias de Dios, cuando la fe sincera y agonizante se apoya en el poderoso brazo. Cuando Jacob se vio postrado y en una condición desesperada, vertió sinceramente su alma agonizante en Dios. el ángel de Dios suplicó que lo dejara ir pero Jacob no soltó su presa. El hombre abatido, que sufría dolor corporal, presentó su sincera súplica con la entereza que imparte la fe viva. “No te dejaré”, dijo, “si no me bendices”. Génesis 32:26.
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En la palabra de Dios hay profundos misterios que las mentes que no están ayudadas por el Espíritu de Dios serán incapaces de descubrir. También hay insondables misterios en el plan de la redención que las mentes finitas jamás podrán comprender. Los jóvenes inexpertos deberían ejercitar sus mentes y sus capacidades para poder entender los asuntos que son revelados. Porque, a menos que posean mayor luz espiritual que ahora, les llevará toda una vida aprender la voluntad revelada de Dios. Cuando hayan recibido la luz y hagan un uso práctico de ella estarán listos para dar un paso adelante. La providencia de Dios es una escuela continua en la que él siempre guía a los hombres para que vean los verdaderos objetivos de la vida. Ninguno es demasiado joven o demasiado viejo para aprender en esta escuela prestando diligente atención a las lecciones que enseña el divino Maestro. Él es el Pastor verdadero, y llama a sus ovejas por su nombre. Los vagabundos oyen su voz que dice: “Éste es el camino; síguelo”.
Los jóvenes que nunca han tenido éxito en los deberes temporales de la vida tampoco estarán preparados para ocuparse de deberes más elevados. La experiencia religiosa sólo se alcanza mediante el conflicto, la derrota, la disciplina severa del yo y la oración sincera. La fe viva debe aferrarse resueltamente a las promesas; entonces muchos regresarán de la comunión con Dios con el rostro resplandeciente y diciendo, como Jacob: “Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma”. Génesis 32:30.
Los pasos hacia el cielo deben ser dados de uno en uno. Cada paso nos da fuerzas para el siguiente. El poder transformador de la gracia de Dios sobre el corazón humano es una obra que muy pocos llegan a entender porque son demasiado indolentes para hacer el esfuerzo necesario. Las lecciones que los jóvenes ministros aprenden yendo de un lado para otro y siendo objeto de cuidados cuando no son adecuados para la tarea, ejercen una influencia desmoralizadora sobre ellos. No conocen cuál es su lugar ni saben ocuparlo. No tienen puestos los pies en principios firmes. Hablan con autoridad de asuntos que desconocen y, por lo tanto, quienes los aceptan como maestros son conducidos a error. Una persona así inspirará tanto escepticismo que hará falta la intervención de varias para contrarrestarlo, si es posible. Los hombres de mente estrecha se deleitan en las objeciones fútiles, en las críticas, en la búsqueda de algo que cuestionar, pensando que es signo de agudeza. Pero en lugar de eso, es una muestra de falta de refinamiento y estatura mental. ¡Cuánto mejor no sería que se dispusieran a cultivarse a sí mismos y a ennoblecer y elevar sus mentes! Así como la flor se vuelve hacia el sol para que los brillantes rayos puedan contribuir a perfeccionar su belleza y simetría, el joven debería volverse hacia el Sol de justicia para que la luz del cielo pueda brillar sobre él, perfeccionando su carácter y dándole una profunda y permanente experiencia en los asuntos de Dios. Entonces podrá reflejar los divinos rayos de luz sobre otros. Los que escogen unir las dudas y la incredulidad al escepticismo no crecerán en la gracia o la espiritualidad y no son adecuados para la solemne responsabilidad de llevar la verdad a otros.
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Es preciso advertir al mundo de la condena que se avecina. El sueño y el error de los que permanecen en el pecado son tan profundos, tan parecidos a la muerte, que es necesario que los despierte la voz de Dios por medio de un ministro muy enérgico. A menos que los ministros no se conviertan la gente tampoco se convertirá. El frío formalismo que ahora prevalece entre nosotros debe dejar paso a la vivificante energía de la piedad práctica. No hay ningún error en la teoría de la verdad; es perfectamente clara y armoniosa. Pero los jóvenes ministros pueden hablar con fluidez de la verdad y, aun así, no entender el sentido real de las palabras que pronuncian. No aprecian el valor de la verdad que presentan y poco se aperciben del precio que han pagado los que, con oración y lágrimas, superando pruebas y oposiciones, la han buscado como quien busca un tesoro oculto. Cada nuevo eslabón de la cadena de la verdad era para ellos como oro de ley. Esos eslabones están unidos ahora en un todo perfecto. Las verdades fueron excavadas de la basura de la superstición y el error con oración sincera, pidiendo luz y conocimiento y han sido presentadas al pueblo como perlas preciosas y de valor incalculable.
El evangelio es la revelación al hombre de rayos de luz y esperanza del mundo eterno. No recibimos toda la luz de una vez, sino que llega a medida que podemos aceptarla. Las mentes interrogadoras que están hambrientas de conocer la voluntad de Dios jamás están satisfechas; cuanto más profunda es su búsqueda, más conscientes son de su ignorancia y más lamentan su ceguera. El hombre no es capaz de concebir los nobles y altos logros que se encuentran a su alcance si combina el esfuerzo humano con la gracia de Dios, la Fuente de toda sabiduría y poder. Más allá hay una medida eterna de gloria. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. 1 Corintios 2:9.
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Tenemos el mensaje de verdad más solemne que jamás se haya llevado al mundo. Los incrédulos respetan cada vez más esta verdad porque es incontrovertible. A la vista de este hecho, nuestros jóvenes, cada vez más, confían en sí mismos y se envanecen. Toman las verdades que han sido descubiertas por otras mentes y sin estudiarlas en sincera oración se enfrentan a los opositores y se enzarzan en contiendas, complaciéndose en discursos ingeniosos y comentarios ocurrentes, engañándose a sí mismos al pensar que esto es tarea de un ministro del evangelio. Para poder ser adecuado para la obra de Dios, esos hombres necesitan una conversión tan profunda como la que Pablo experimentó. Los ministros deben ser representantes vivos de la verdad que predican. Deben tener una vida espiritual mayor, caracterizada por una mayor sencillez. Deben recibir las palabras de Dios y transmitirlas a las personas. Deben captar la atención. Nuestro mensaje es perfume de vida para vida o de muerte para muerte. El destino de todas y cada una de las almas pende de un hilo. Multitudes se encuentran en el valle de la decisión. Se escucha una voz que dice: “Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”. 1 Reyes 18:21.
La acción decidida, enérgica y sincera puede salvar una alma indecisa. Nadie podrá decir jamás cuánto se ha perdido por querer predicar sin la unción del Espíritu Santo. En cada congregación hay almas que dudan y casi están persuadidas de inclinarse por Dios. La decisión es para ahora y la eternidad. Pero, demasiado a menudo, se da el caso de que el ministro no posee el espíritu ni el poder del mensaje de verdad en su corazón. Por tanto, esas almas que se encuentran inseguras en el fiel de la balanza no escuchan un llamamiento directo. El resultado es que los corazones de los que se han convencido no se graban aún más profundamente y salen de la reunión sintiendo que están menos inclinados a aceptar el servicio de Cristo que cuando entraron. Deciden esperar una ocasión más favorable que nunca llegará. En ese discurso sin Dios, como en la ofrenda de Caín, no se encuentra el Salvador. Se ha perdido una oportunidad de oro y el destino de esas almas queda decidido. ¿Acaso no hay demasiado en juego para predicar de manera indiferente y sin sentir el peso de las almas?
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En esta época de tinieblas morales se necesita algo más que la teoría pura para mover a las almas. Los ministros deben tener una conexión viva con Dios. Deben predicar creyendo lo que dicen. Las verdades vivas, pronunciadas por los labios de un hombre de Dios, harán que los pecadores tiemblen y los convictos clamen: “Jehová es Dios; estoy resuelto a ponerme de su lado”. El mensajero de Dios jamás debería cesar en su empeño por recibir más luz y poder de lo alto. Debe esforzarse, orar y esperar en medio del desaliento y la oscuridad, determinado a obtener un profundo conocimiento de las Escrituras y desarrollar todos los dones. Mientras haya una alma por la que se pueda trabajar, deberá avanzar con ánimos renovados en cada esfuerzo. Hay trabajo por hacer, trabajo sincero. Las almas por las que Cristo murió están en peligro. Sabiendo que Jesús dijo: “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5), sabiendo que al que venza se le dará la corona de justicia, sabiendo que nuestro Abogado intercede por el pecador, los ministros de Cristo deben trabajar con esperanza, infatigables y con fe perseverante.
Pero mientras la verdad de Dios sea llevada por hombres inexpertos y jóvenes cuyos corazones apenas han sido tocados por la gracia de Dios, la causa de Dios languidecerá. Los hermanos F y G están más prontos a discutir que a predicar; están más prontos a contender que a persuadir esforzándose por impresionar a las personas con el solemne carácter de la obra para este tiempo. Los hombres que se atreven a asumir la responsabilidad de recibir la palabra de la boca de Dios y darla al pueblo se hacen responsables de la verdad que presentan y de la influencia que ejercen. Si son verdaderos hombres de Dios, su esperanza no está en ellos mismos, sino en lo que él hará por ellos y con ellos. No se vanaglorian ni llaman la atención de las personas hacia su inteligencia y sus aptitudes. Sienten la responsabilidad y trabajan con energía espiritual, siguiendo la senda de abnegación que trazó el Maestro. En cada paso que dan hay sacrificio y se lamentan porque no son capaces de hacer más por la causa de Dios. El Pablo de la oscura mazmorra, esperando la sentencia que sabía que pronunciaría el cruel Nerón, es el mismo Pablo que habló en el Areópago. El hombre cuyo corazón permanece en Dios en la hora de sus pruebas más duras y en el entorno más descorazonador es el mismo de la prosperidad, cuando parecía gozar de la luz y el favor de Dios. La fe ve lo invisible y se aferra a la eternidad.
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En Iowa hay muchos que, más que construir, destruyen, arrojando incredulidad y tinieblas en lugar de luz. La causa de Dios languidece cuando debería florecer. Los ministros deben ser fieles. Pablo escribió a Timoteo: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” 1 Timoteo 4:12. “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”. 1 Timoteo 4:15-16. La palabra y la voluntad de Dios están expresadas en las Escrituras por autores inspirados. Deberíamos atarlas sobre nuestras frentes y andar según sus preceptos; así andaríamos seguros. Cada capítulo y cada versículo es un comunicado de Dios para el hombre. Al estudiar la palabra, las declaraciones divinas se grabarán en el alma hambrienta y sedienta de justicia. El escepticismo pierde todo su poder sobre el alma que escudriña humildemente las Escrituras.