Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 541-551, día 253

Debiéramos recordar siempre que no sólo somos alumnos sino también profesores en este mundo, mientras nos capacitamos personalmente y enseñamos también a otras personas nos colocamos en una esfera de acción más elevada para la vida futura. La medida de la influencia del hombre se encuentra en el conocimiento de la voluntad de Dios y en su realización. Tenemos la capacidad de mejorar tanto en la mente como en el comportamiento, de manera que Dios no se avergüence de poseernos. En el sanatorio deben existir normas elevadas. Si en nuestras filas hay hombres con poder cultural e intelectual, han de ser llamados al frente para ocupar cargos en nuestras instituciones. 

Los médicos no debieran ser deficientes en muchos sentidos. Ante ellos se abre un amplio campo de utilidad, y si no se capacitan en su profesión la culpa es únicamente suya. Deben ser alumnos diligentes. Mediante una estrecha aplicación y fiel atención a los detalles, han de convertirse en obreros responsables. No debiera ser necesario que nadie los vigile para comprobar que han hecho su trabajo sin cometer errores. 

Los que ocupan posiciones de responsabilidad han de ser tan educados y disciplinados, que todos los que entran en contacto con su esfera de influencia logren ver lo que el ser humano puede llegar a ser, y puede realizar, cuando se relaciona con el Dios de sabiduría y poder. ¿Y por qué un hombre que tiene este privilegio no podría llegar a poseer un poderoso intelecto? La gente del mundo se ha burlado repetidamente diciendo que los que creen en la verdad presente poseen una mente débil, son deficientes en la educación y carecen de posición e influencia. Sabemos que esto no es así; ¿pero no existirá alguna razón para esas aseveraciones? Muchos han considerado que la ignorancia y la falta de cultura son una señal de humildad. Tales personas están engañadas en el significado de la verdadera humildad y la mansedumbre del cristiano. 

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Deber hacia los pobres

Los administradores del sanatorio no debieran estar gobernados por los principios que controlan otras instituciones de esta clase, en las cuales los dirigentes, actuando por conveniencia, demasiado a menudo tratan con deferencia a los ricos mientras que descuidan a los pobres. Los pobres con frecuencia tienen gran necesidad de simpatía y consejo, lo cual no siempre reciben, aunque desde el punto de vista del valor moral, pueden estar mucho más alto en la estima de Dios que los más ricos. El apóstol Santiago ha dado un consejo definido con respecto a la manera como debemos tratar a los pobres. 

“Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” Santiago 2:2-5. 

Aunque Cristo era rico en las cortes celestiales, se hizo pobre para que mediante su pobreza nosotros pudiéramos ser hechos ricos. Jesús honró a los pobres compartiendo su condición humilde. De la historia de su vida debemos aprender la forma de tratar a los pobres. Algunos llevan a extremos el deber de la beneficencia, y en realidad perjudican a los pobres al hacer demasiado por ellos. Los pobres no siempre se esfuerzan como debieran hacerlo. Si bien es cierto que no se los debe descuidar y hacerlos sufrir, es necesario enseñarles a ayudarse a sí mismos. 

No se debe descuidar la causa de Dios prestando a los pobres toda la atención. Cristo cierta vez dio a sus discípulos una lección muy importante acerca de este punto. Cuando María derramó el ungüento sobre la cabeza de Jesús, el codicioso Judas hizo un ruego en favor de los pobres y se quejó por lo que consideró un desperdicio de dinero. Pero Jesús vindicó el acto diciendo: “Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho”. “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”. Marcos 14:6, 9. Con esto se nos enseña que Cristo debía ser honrado por medio de la consagración de lo mejor de nuestros bienes. Si dirigiéramos toda nuestra atención a aliviar las necesidades de los pobres, la causa de Dios sería descuidada. Ninguna de las dos debería verse afectada si sus mayordomos cumplen su deber, pero la causa de Cristo debe venir primero. 

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Los pobres debieran tratarse con tanto interés y atención como los ricos. La práctica de honrar a los ricos y despreciar y descuidar a los pobres es un delito a la vista de Dios. Los que están rodeados por todas las comodidades de la vida, o que reciben atenciones especiales del mundo porque son ricos, no experimentan la necesidad de compasión y de tierna consideración como las personas cuyas vidas han sido una larga lucha con la pobreza. Estos últimos tienen muy poco en esta vida que los haga felices o alegres, debido a lo cual apreciarían las manifestaciones de afecto y amor. Los médicos y sus colaboradores en ningún caso debieran descuidar a esta clase, porque al hacerlo pueden descuidar a Cristo en la persona de sus santos. 

Nuestro sanatorio fue levantado para beneficiar a la humanidad doliente, tanto a los ricos como a los pobres, en todo el mundo. Muchas de nuestras iglesias tienen muy poco interés en esta institución, a pesar de que cuentan con evidencia suficiente de que es uno de los instrumentos designados por Dios para llevar a hombres y mujeres bajo la influencia de la verdad y para salvar muchas almas. Las iglesias que tienen pobres en su congregación no debieran descuidar su mayordomía y arrojar la carga de los pobres y enfermos sobre el sanatorio. Todos los miembros de las diversas iglesias son responsables delante de Dios por los afligidos. Llevarán también sus cargas. Si tienen enfermos entre ellos y desean que reciban el beneficio de algún tratamiento, envíenlos al sanatorio si es posible. Al hacerlo, no sólo utilizarán la institución que Dios ha establecido, sino que ayudarán a los que necesitan ayuda, y se preocuparán de los pobres de la forma que Dios requiere. 

No era el propósito de Dios que la pobreza desapareciera del mundo. Las clases de la sociedad nunca debían ser igualadas; porque la diversidad de condiciones que caracteriza a la humanidad es uno de los medios por los que Dios ha determinado probar y desarrollar el carácter. Muchos han urgido con gran entusiasmo que todos los seres humanos debieran tener una parte igual en las bendiciones temporales de Dios; pero éste no era el propósito del Creador. Cristo ha dicho que siempre debemos tener a los pobres con nosotros. Los pobres, tanto como los ricos, han sido adquiridos con su sangre; y entre sus seguidores profesos, en la mayor parte de los casos, los pobres le sirven con determinación, mientras que los ricos están constantemente depositando sus afectos sobre los tesoros terrenales y olvidan a Cristo. Las preocupaciones de esta vida y la codicia por las riquezas eclipsan la gloria de un mundo eterno. Si todos tuvieran la misma cantidad de posesiones mundanas, eso sería la peor desgracia que hubiera caído sobre la humanidad.

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Salud y religión

El temor de Dios hará más por los pacientes del sanatorio que cualquier otro método que se emplee para la restauración de la salud. En ningún caso la religión debería quedar relegada a la última fila, como si fuera perjudicial para aquellos que acuden para ser tratados. Al contrario, ha de resaltarse que las leyes de Dios, manifestadas tanto en la naturaleza como en la revelación, “son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo”. Proverbios 4:22. 

El orgullo y las modas convierten a los hombres y mujeres en esclavos de hábitos fatales para la salud y aun para la vida misma. Los apetitos y las pasiones, que claman indulgencia, pisotean la razón y la conciencia. Esta es la cruel obra de Satanás, que constantemente se esfuerza con determinación para reforzar las cadenas con que ha atado a sus víctimas. Los que durante toda su vida han consentido malos hábitos no siempre se aperciben de la necesidad de cambio. Muchos persisten en la gratificación a cualquier precio de sus deseos de placeres pecaminosos. Despertando la conciencia se habrá ganado mucho. Sólo la gracia de Dios puede convencer y convertir el corazón. Sólo así los esclavos de las costumbres podrán obtener poder para romper los grilletes que los sujetan. Será preciso que el indulgente llegue a ver y sentir que precisa de una gran renovación moral si quiere cumplir las exigencias de la ley divina. El templo del alma se ha contaminado y Dios le pide que despierte y se esfuerce al máximo por recuperar la humanidad dada por Dios y sacrificada con la indulgencia pecaminosa. 

La verdad divina puede causar poco efecto sobre el intelecto mientras las costumbres y los hábitos están en oposición a sus principios. Los que se informan al respecto de los efectos de la indulgencia pecaminosa sobre la salud e inician la obra de reforma, aun por motivos egoístas, se ponen en el lugar donde la verdad de Dios puede encontrar acceso a sus corazones. Y, por otra parte, aquellos a quienes alcanza la presentación de la verdad de las Escrituras se encuentran en una situación en la que sus consciencias se despiertan a los temas relacionados con la salud. Se hacen conscientes de la necesidad de romper con los hábitos y los apetitos tiránicos que durante tanto tiempo los han gobernado. Muchos recibirían las verdades de la palabra de Dios si la clara evidencia hubiera convencido sus juicios. Pero los deseos carnales, que claman su complacencia, controlan el intelecto y rechazan la verdad como una falsedad porque entra en colisión con sus aficiones concupiscentes.

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“El temor de Jehová es el principio de la sabiduría”. Proverbios 9:10. Cuando los hombres con malos hábitos y prácticas pecaminosas se rinden al poder de la verdad divina, la entrada de la palabra de Dios da luz y comprensión a los sencillos. Se aplica la verdad al corazón; la fuerza moral, que parecía muerta, revive. El que la recibe es poseído por una comprensión de las cosas más fuerte y clara que antes. Ha unido su alma a la Roca eterna. La salud mejora en la misma dirección que su seguridad en Cristo. Por eso la religión y las leyes de salud van de la mano. 

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Obreros fieles

La dirección de una institución tan grande e importante como un sanatorio, necesariamente conlleva una gran responsabilidad, tanto en los asuntos temporales como espirituales. Es de la mayor importancia que este asilo para los enfermos del cuerpo y de la mente sea de tal naturaleza que Jesús, el poderoso Sanador pueda presidir entre ellos, y que todo lo que se hace se haga bajo el control de su Espíritu. Todos los que se relacionan con esta institución estarán calificados para cumplir fielmente las responsabilidades que Dios les ha dado. Cumplirán hasta los deberes más pequeños con tanta fidelidad como la que dedican a los asuntos de mayor importancia. Todos han de estudiar con oración la forma como pueden llegar a ser más útiles a fin de convertir este retiro para los enfermos en una empresa de gran éxito.

No comprendemos con cuánta ansiedad los pacientes afectados por diversas enfermedades vienen al sanatorio, todos ellos deseando encontrar ayuda, pero algunos con dudas y desconfianzas, mientras que otros vienen llenos de confianza en que serán aliviados. Los que no han visitado la institución observan con interés toda manifestación de los principios que sus administradores han adoptado. 

Todos los que profesan ser hijos de Dios, al llevar a cabo sus labores que los ponen en contacto con todas clases de mentes, han de recordar constantemente que son misioneros. Se encontrarán con gente refinada y vulgar, con humildes y orgullosos, con religiosos y escépticos, con gente confiada y sospechosa, con dadivosos y avaros, con los puros y los corrompidos, con los educados y los ignorantes, con los ricos y los pobres; en realidad, casi todos los grados de carácter y condición se encontrarán entre los pacientes del sanatorio. Los que vienen a este lugar, lo hacen porque necesitan ayuda; por eso, cualquiera que sea su condición, reconocen que no pueden ayudarse a sí mismos. Estas mentes de diversas clases no se pueden tratar de la misma forma; y sin embargo, todas estas personas, ya sean ricas o pobres, encumbradas o humildes, dependientes o independientes, necesitan bondad, simpatía y amor. Mediante la relación con los demás, nuestras mentes debieran pulirse y refinarse. Dependemos unos de otros, y nos encontramos estrechamente vinculados por la fraternidad humana. 

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“El cielo hizo que uno de otro dependiera,
un amo, un siervo, o un amigo,
se apoyan unos en otros en busca de ayuda,
hasta que la debilidad de uno se convierte en la fortaleza de
todos”. 

Los cristianos se ponen en contacto con el mundo por medio de las relaciones sociales. Cada hombre o mujer que haya probado el amor de Cristo y recibido en el corazón la iluminación divina, tiene el deber delante de Dios de arrojar luz sobre la senda oscura de los que no están familiarizados con un camino mejor. Todo obrero de este sanatorio ha de convertirse en testigo de Jesús. El poder social, santificado por el Espíritu de Cristo, debe ser aprovechado para ganar almas para el Salvador.

Los que tienen que tratar con personas que difieren tan ampliamente en carácter, disposición y temperamento, experimentarán luchas, perplejidades y choques, aun cuando hagan lo mejor que pueden. Puede ser que la ignorancia, el orgullo y la independencia que encontrarán les causen disgusto; pero esto no los desanimará. Se colocarán donde puedan influir en el ánimo de otros en lugar de que otros influyan en ellos. Firmes como una roca a los principios, con fe inteligente, permanecerán sin dejarse corromper por las influencias que imperan en el ambiente. El pueblo de Dios no se dejará transformar por las diversas influencias a las que necesariamente se verá expuesto; sino que permanecerá firme por Jesús, y mediante la ayuda de su Espíritu ejercer un poder transformador sobre las mentes alteradas por los hábitos falsos y contaminadas por el pecado. 

No hay que ocultar a Cristo en el corazón y encerrarlo como un tesoro codiciado, sagrado y dulce, para ser disfrutado únicamente por el que lo posee. Tengamos a Cristo en nuestro corazón como una fuente de agua que salta para vida eterna, que refresca a todos los que se ponen en contacto con nosotros. Confesemos a Cristo abiertamente y con valor, y demostremos en nuestro carácter su humildad, mansedumbre y amor, hasta que los hombres experimenten el encanto de la hermosura de la santidad. La mejor forma de preservar nuestra religión no es colocarla en una botella, como si fuera perfume, para que no se escape su fragancia. 

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Los conflictos y rechazos que experimentemos nos harán más fuertes y darán estabilidad a nuestra fe. No nos inclinemos como un bejuco delante del viento, impulsados por toda influencia pasajera. Nuestras almas, entibiadas y vigorizadas por las verdades del Evangelio y refrescadas por la gracia divina, han de abrirse, expandirse y derramar su fragancia sobre otros. Vestidos con toda la armadura de la justicia, podemos hacer frente a cualquier influencia sin que se manche nuestra pureza. 

Todos han de considerar que los derechos que Dios tiene sobre ellos desatan a todos los demás. Dios ha dado a toda persona capacidades que debe mejorar haciendo reflejar la gloria del Dador. Cada día hay que realizar un progreso. Si los obreros se van del sanatorio tal como llegaron, sin haber realizado una mejora definida, sin haber aumentado sus conocimientos y poder espiritual, han experimentado una pérdida. Dios se propone que los cristianos crezcan continuamente, que se desarrollen hasta alcanzar la estatura plena de hombres y mujeres en Cristo. Todos los que no se tornan más fuertes ni quedan más firmemente arraigados en la verdad, están retrocediendo continuamente. 

Hay que realizar un esfuerzo especial para conseguir los servicios de obreros cristianos cuidadosos. Dios tiene el propósito de que se organice una institución que beneficie la salud, controlada exclusivamente por adventistas del séptimo día; y cuando se trae a incrédulos para que ocupen puestos de responsabilidad, habrá allí una influencia que pesará considerablemente contra el sanatorio. No es el propósito de Dios que esta institución se dirija de acuerdo a la modalidad con que se administran las demás instituciones de salud del país; en cambio se propone que sea uno de los instrumentos más eficaces en sus manos para dar la luz al mundo. Debe contar con habilidad científica, con poder moral y espiritual, y debe ser un fiel centinela de la reforma en todo sentido. Y todos los que participan en el trabajo, serán reformadores, respetarán sus reglamentos y obedecerán la luz de la reforma pro salud que ahora brilla sobre nosotros como pueblo. 

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Todo esto puede ser una bendición para otros, si ellos se colocan en un lugar donde puedan representar correctamente la religión de Cristo. Pero ha habido más empeño en poner énfasis en la apariencia de las cosas materiales, para satisfacer la mente de los pacientes mundanos, que en mantener una conexión viviente con el cielo, y orar y velar, para que este instrumento de Dios pueda tener éxito total en la obra de hacer bien al cuerpo y también al alma de los seres humanos. 

¿Qué podría decirse y qué podría hacerse, para detectar la convicción en los corazones de todos los que se relacionan con esta importante institución? ¿Cómo podrían ser inducidos a ver y sentir el peligro de tomar decisiones equivocadas, a menos que diariamente tengan una experiencia viviente en las cosas de Dios? Los médicos se encuentran en una posición desde la que pueden ejercer influencia de acuerdo con su fe, y así pueden manifestar un poder modelador sobre todos los que se relacionan con la institución. Este es uno de los mejores campos misioneros que hay en el mundo, y todos los que ocupan puestos de responsabilidad han de familiarizarse con Dios y recibir constantemente la luz del Cielo. Nunca en la historia del sanatorio hubo un período tan importante como el presente, jamás hubo tanto en juego5. Nos rodean los peligros de los últimos días. Satanás ha descendido con gran poder y trabaja con todo el engaño y la injusticia de los que perecen porque sabe que le queda poco tiempo. Ahora debe brillar la luz de nuestras palabras y comportamiento, con un resplandor mayor aún si cabe, sobre la senda de los que se encuentran en tinieblas.

Hay algunos que no son lo que el Señor desearía que fueran. Son bruscos y duros, por lo que necesitan la influencia suavizadora y subyugadora del Espíritu de Dios. Nunca parece conveniente tomar la cruz y seguir por la senda de la abnegación, y sin embargo esto debe hacerse. Dios desea que todos reciban su gracia y su Espíritu para que sus vidas despidan fragancia. Algunos son demasiado independientes, demasiado autosuficientes, y no buscan el consejo de los demás como es necesario. 

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Hermanos, vivimos en un tiempo solemne. Es preciso llevar a cabo una importante obra por nuestras propias almas y las de los demás o nos enfrentaremos ante una infinita pérdida. Es preciso que la gracia de Dios nos transforme o perderemos el cielo y arrastraremos a otros en nuestra caída. Os aseguro que los conflictos y las cuitas que debemos soportar en el cumplimiento de nuestras obligaciones movidos por nuestra fidelidad a Cristo no son obra suya. No nos las impone un mandamiento arbitrario o innecesario; no proceden de la severidad de la vida que nos exige que llevemos en su servicio. La cantidad y la fuerza de las pruebas serán mayores si no obedecemos a Cristo y nos convertimos en siervos de Satanás y esclavos del pecado.

Jesús nos invita a acudir a él para que pueda aliviar nuestras cargadas espaldas del peso que nos abruma y poner sobre nosotros su yugo, que es fácil y su carga, que es ligera. La senda que nos invita a seguir no nos causará dolor alguno siempre que estemos dispuestos a andar por ella. Cuando nos desviamos de la senda del deber el camino se vuelve difícil y espinoso. Los sacrificios que debemos hacer al seguir a Cristo son sólo los pasos necesarios para regresar a la senda de luz, de paz y de felicidad. La indolencia acrecienta las dudas y los temores. Cuanto más se los consiente, más difíciles de vencer se vuelven. La seguridad está en abandonar todo apoyo terrenal y aferrarnos a la mano del que levantó y salvó al discípulo que se hundía en el mar tormentoso. 

Dios os pide que mezcléis la confiada sencillez del niño con la fuerza y la madurez del hombre. Así y por medio de los méritos de Cristo desarrollaréis el verdadero oro del carácter. Mi alma está afligida por aquellos que no sienten la necesidad de unión constante con el cielo para hacer la obra que se les ha encomendado como fieles centinelas de Dios. 

La religión es necesaria. Debemos comer del pan de vida y beber del agua de salvación. Debemos acoger el amor, no el que recibe el falso nombre de caridad, que nos llevaría a amar el pecado y a recibir a los pecadores, sino la caridad y la sabiduría de la Biblia que es, ante todo, pura, pacífica, fácil de pedir y está llena de misericordia y buenos frutos. 

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