Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 562-571, día 255

Se me presentó el caso de Daniel. Aunque sus pasiones eran similares a las nuestras, la pluma inspirada nos lo presenta con un carácter sin mancha. Su vida es un ejemplo vivo de que se puede llegar a ser un hombre íntegro, aun en esta vida, si se hace de Dios la fuente de nuestra fuerza y se aprovechan sabiamente las ocasiones y los privilegios que estén a nuestro alcance. Daniel era un gigante intelectual; y aun así, constantemente buscaba aumentar su conocimiento y alcanzar logros más elevados. Otros jóvenes tenían las mismas oportunidades; pero, a diferencia de él, no dedicaron todas sus energías a buscar la sabiduría, el conocimiento de Dios tal como se revela en su palabra y en su obra. Aunque Daniel era uno de los mayores hombres del mundo, no era orgulloso ni autosuficiente. Sentía la necesidad de alimentar su alma con la oración y cada mañana suplicaba sinceramente ante Dios. Nada lo habría privado de este privilegio, ni siquiera la amenaza del foso de los leones impidió que continuara orando. 

Daniel amaba, temía y obedecía a Dios. Y aun así no huyó del mundo para evitar su influencia corruptora. La providencia de Dios lo puso en el mundo aunque no era del mundo. Rodeado de todas las tentaciones y las fascinaciones de la vida cortesana, conservó la integridad de su alma, con una adherencia a los principios que era firme como una roca. Hizo de Dios su fuerza y él no lo olvidó en el momento de mayor necesidad. 

Daniel era fiel, noble y generoso. A la vez que ansiaba estar en paz con todos los hombres no permitía que ninguna potencia lo desviara del camino del deber. Estaba dispuesto a obedecer a aquellos que eran sus gobernantes, en la medida que ello no entrara en contradicción con la verdad y la justicia. No había reyes ni decretos que lo apartaran de su fidelidad al Rey de reyes. Daniel sólo tenía dieciocho años cuando fue llevado a una corte pagana para entrar al servicio del rey de Babilonia. Su juventud hace quesu noble resistencia al error y su firme adhesión a la justicia sean aún más admirables. Su noble ejemplo debería dar fuerza a los que, aún hoy, sufren pruebas y tentaciones. 

-563-

El estricto cumplimiento de las exigencias de la Biblia será una bendición, no sólo para el alma, sino también para el cuerpo. El fruto del Espíritu no sólo es amor, gozo y paz, también es la templanza. Se nos urge a no descuidar el cuerpo porque es templo del Espíritu Santo. El caso de Daniel nos muestra que, a través de los principios religiosos, los jóvenes pueden triunfar sobre la concupiscencia de la carne y permanecer fieles a las exigencias de Dios, aun a pesar de un gran sacrificio. ¿Qué habría sucedido si hubiese entrado en componendas con los oficiales idólatras y hubiese cedido a la presión del momento comiendo y bebiendo según era costumbre entre los babilonios? Ese único paso en falso habría bastado para llevarlo a dar otros, hasta que su vínculo con el cielo se dañara y se alejara de él víctima de la tentación. Pero, puesto que se aferró a Dios con una confianza firme, el espíritu del poder profético descendió sobre él. A la vez que los hombres lo instruían en los deberes de la vida de la corte, Dios le enseñaba a leer los misterios de las edades futuras. 

-564-

Economía y abnegación

La economía en el empleo de los recursos financieros es un ramo excelente de la sabiduría cristiana. Este asunto no es considerado suficientemente por los que ocupan posiciones de responsabilidad en nuestras instituciones. El dinero es un don excelente de Dios. En las manos de sus hijos es alimento para los hambrientos, bebida para los sedientos y vestido para los desnudos; es una defensa para los oprimidos y un medio de dar salud a los enfermos. Los recursos financieros no debieran gastarse innecesariamente ni en forma extravagante para la gratificación del orgullo o la ambición. 

Con el fin de satisfacer las necesidades reales de la gente, los rígidos motivos de los principios religiosos deben constituir un poder controlador. Cuando los cristianos y los mundanos se reúnen, el elemento cristiano no debe asimilarse con el no santificado. El contraste entre ambos debe mantenerse claro y definido. Son siervos de dos señores. Una clase se esfuerza por mantener una actitud humilde y de obediencia a los requerimientos de Dios, en el sendero de la sencillez, de la mansedumbre y la humildad, imitando al Modelo, Cristo Jesús. La otra clase se encuentra en oposición en todo sentido a la primera. Son siervos del mundo y sienten el anhelo y la ambición de seguir sus modas en la forma de vestir extravagante y en la gratificación del apetito. Este es el campo en el cual Cristo ha dado su obra específica a los que trabajan en el sanatorio. No debemos acortar la distancia entre nosotros y los que tienen una orientación mundana aceptando sus normas, descendiendo de la senda elevada abierta para que los rescatados por el Señor anden por ella. Pero los encantos de la vida cristiana, los principios practicados en nuestro trabajo diario, el control sobre el apetito sometido a la razón, la sencillez en el vestir y la conversación santificada, serán una luz que brillará continuamente en el camino de los que practican hábitos equivocados.

Hay personas débiles y vanas que carecen de profundidad de mente o fuerza en sus principios, que son tan insensatas que pueden ser influidas y corrompidas, alejándose de la sencillez del evangelio, por los devotos de las modas. Si ven que los que profesan ser reformadores son, en la medida en que las circunstancias lo permitan, indulgentes con los apetitos, se visten según las costumbres del mundo y son esclavos de la autocomplacencia, serán confirmados en sus perversos hábitos. Llegan a la conclusión de que, a fin de cuentas, tampoco están tan alejados del buen camino y que no es preciso que hagan ningún gran cambio. El pueblo de Dios debería mantener firmemente el modelo de aquello que es correcto y ejercer una influencia tal que rectifique los malos hábitos de los que han adorado en el templo de la moda y rompan el hechizo que Satanás ha ejercido sobre esas pobres almas. Los mundanos deberían ver un claro contraste entre su extravagancia y la sencillez de los reformadores que siguen a Cristo. 

-565-

El secreto para tener éxito en la vida reside en prestar una meticulosa y consciente atención a las pequeñas cosas. Dios pone ahora el mismo cuidado en crear una sencilla hoja, una delicada flor y el brote de hierba, que puso cuando creó el mundo. La estructura simétrica de un carácter fuerte y bello se construye con todos y cada uno de los actos de responsabilidad. Todos deberían aprender a ser tan fieles en el más pequeño como en el mayor de los deberes. El trabajo no resistirá la inspección de Dios a menos que incluya un fiel y diligente cuidado económico por las pequeñas cosas. 

Todos los que tienen laguna relación con nuestras instituciones deberían poner el máximo cuidado en que nada se malgaste, aun cuando el asunto no caiga en su área de trabajo. Todos pueden participar en el ahorro. Todos deberían desempeñar su tarea, no para ganar la alabanza de los hombres, sino para que resista el escrutinio de Dios. 

Cristo dio una vez a sus discípulos una lección de economía que merece toda nuestra atención. Obró un milagro para alimentar a miles de hambrientos que habían escuchado sus enseñanzas. Aunque al fin todos comieron y quedaron satisfechos, no permitió que se echaran a perder los fragmentos. Él, que con su poder podía alimentar la vasta multitud de necesitados, pidió a sus discípulos que reunieran los fragmentos para que nada se perdiera. Esta lección se dio para nuestro bien así como para el bien de los que vivieron en tiempos de Cristo. El Hijo de Dios tiene cuidado de las necesidades de la vida temporal. No se olvidó de los fragmentos que quedaron después del festín, aun cuando pudiese hacer un banquete cuando le apeteciera. Los obreros de nuestras instituciones harían bien en aprender esta lección: “Recoged los pedazos que sobraron para que no se pierda nada”. Juan 6:12. Todos tenemos este deber, quienes ocupan un cargo de dirección deberían ser ejemplo. 

-566-

Aquellos cuyas manos están abiertas para responder a las peticiones de recursos para sostener la causa de Dios y aliviar a los sufrientes y los necesitados, son ahorrativos, rigurosos y prontos en la gestión de sus negocios. Siempre ponen cuidado en no permitir que sus gastos superen sus ingresos. Economizan por principio y sienten que es su deber ahorrar para poder tener algo que dar. 

Algunos de los obreros, como los hijos de Israel, permiten que las apetencias pervertidas y los hábitos de indulgencia antiguos clamen victoria. Como el antiguo Israel, añoran los puerros y las cebollas de Egipto. Todos los que están relacionados con estas instituciones deberían adherirse estrictamente a las leyes de vida y salud y así, con su ejemplo, no dar tregua a los malos hábitos de los otros. 

La transgresión en las pequeñas cosas es lo primero que aleja el alma de Dios. Con el único pecado de participar del fruto prohibido, Adán y Eva abrieron las compuertas del infortunio sobre el mundo. Algunos considerarán que esa transgresión es muy poca cosa, pero vemos que sus consecuencias fueron catastróficas. Los ángeles del cielo tienen una esfera de acción más elevada y amplia que nosotros, pero para ellos y para nosotros, lo bueno y correcto son la misma cosa. 

Un espíritu miserable y perverso no deberá conducir a los dirigentes a que reprendan los errores y pidan que todos los obreros actúen con justicia, espíritu ahorrativo y abnegación. Guardar los intereses de nuestras instituciones en esos asuntos no es rebajar la dignidad debida. Los que son fieles por naturaleza, buscan la fidelidad en los demás. La estricta integridad gobernará la gestión de los administradores y será objeto del favor de todos aquellos que trabajan bajo sus órdenes. 

-567-

Los hombres con principios no necesitan la restricción de los candados y las llaves, no es preciso que se los vigile y se los guarde. Sus tratos serán fieles y honorables en todo momento, tanto cuando están solos, sin que nadie los observe, como cuando están en público. No mancharán sus almas con ninguna ganancia o provecho egoísta. Menosprecian las malas acciones. Aun cuando nadie lo supiera, lo sabrían ellos y esto destruiría su respeto por sí mismos. Los que no son conscientes y fieles en lo pequeño no se reformarán aun cuando haya leyes, restricciones y penalizaciones al respecto. 

Pocos tienen el aplomo moral para resistir la tentación, en especial la del apetito, y practicar la abnegación. Para algunos ver a otros que comen a la hora de la cena es una tentación demasiado difícil de resistir. Imaginan que están hambrientos, pero lo que sienten no es que el estómago les pida alimentos, sino un deseo de la mente que no se ha fortalecido con firmes principios y la disciplina de la abnegación. Un simple incidente no debe debilitar los muros del dominio propio y la autodisciplina. Pablo, el apóstol de los gentiles, dijo: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”. 1 Corintios 9:27. 

Los que no vencen en lo pequeño no tendrán fuerza moral para resistir tentaciones mayores. Todos los que desean hacer de la honradez el principio rector de sus negocios diarios en la vida deberán cuidar de no codiciar “ni plata, ni oro, ni vestido de nadie”. Hechos 20:33. Mientras se sientan satisfechos con los alimentos y los vestidos adecuados, será fácil encontrar la manera de mantener alejados el corazón y las manos de la desviación de la codicia y la deshonestidad. 

Los hábitos formados en la infancia y la juventud ejercen mayor influencia que cualquier facultad natural en el crecimiento o empequeñecimiento intelectual de los hombres y mujeres; los más excelentes talentos, con malos hábitos, se debilitan y acaban por desaparecer. En gran medida, el carácter formado en la juventud marcará, generalmente, la conducta que la persona seguirá en la vida. En la mayoría de los casos, los que reverencian a Dios y honran lo correcto habrán aprendido esta lección antes de que el mundo pueda grabar sus imágenes de pecado en el alma. Los hombres y las mujeres de edad madura son, por lo general, tan insensibles a las nuevas impresiones como la dura roca. La juventud es impresionable, a esa edad es posible formar un carácter correcto. 

-568-

Los que están empleados en nuestras instituciones tienen, en muchos aspectos, las mejores oportunidades para formar hábitos correctos. Nadie queda fuera del alcance de las tentaciones, porque todos los caracteres tienen puntos débiles que corren peligro de ser asaltados. Los que profesan el nombre de Cristo, a diferencia del vanidoso fariseo, no deberían encontrar placer en el recuento de sus buenas obras, sino que deberían sentir la necesidad de conservar la norma moral ciñéndola con la vigilancia constante. Como si de fieles centinelas se tratase, deberían guardar la ciudadela del alma, no pensando jamás que pueden bajar la guardia, ni por un momento. Su seguridad está sólo en la oración sincera y la fe viva. 

Los que empiezan a despreocuparse de sus pasos descubrirán que, antes de darse cuenta, sus pies se habrán enmarañado en una telaraña de la que les es imposible salir por sus propios medios. La fidelidad y la honestidad deberían ser principio fijo para todos. Ya sean ricos o pobres, tengan amigos o estén solos, en cualquier circunstancia, con la fuerza de Dios deberían decidir que ninguna influencia los empuje a cometer una mala acción, aunque sea de poca importancia. Todos y cada uno deberían darse cuenta de que la prosperidad de las instituciones que Dios ha establecido entre nosotros depende, en cierta medida, de cada uno de ellos. 

-569-

Condición y obra del sanatorio

No hace mucho, viajando por el estado de Maine, conocimos a la hermana A, una dama que aceptó la verdad mientras estaba en el sanatorio. Su esposo había sido un rico industrial; pero la fortuna cambió y se vio reducido a la pobreza. La hermana A perdió la salud y fue a nuestro sanatorio para recibir tratamiento. Allí recibió la verdad presente, la cual adorna con una vida cristiana coherente. Tiene cuatro hijos, inteligentes y educados, que son firmes reformadores pro salud por convencimiento propio. Una familia así puede hacer mucho bien en la comunidad. Ejercen una fuerte influencia en la dirección correcta. 

Muchos que acuden al sanatorio para recibir tratamiento tienen la oportunidad de conocer la verdad y de ese modo, no sólo se sana su cuerpo, sino que las oscurecidas estancias de la mente se iluminan con la luz del amor del Salvador. Con todo, ¡cuánto más bien se podría hacer si todos los que están relacionados con esa institución estuvieran unidos ante todo con el Dios de la sabiduría y, así, se convirtiesen en torrentes de luz para otros! Los hábitos y las costumbres del mundo, el orgullo y las apariencias, la soberbia y la vanidad, se inmiscuyen demasiado a menudo y esos pecados de los que profesan ser sus seguidores son tan ofensivos para Dios que no puede obrar poderosamente por medio de ellos. 

Los que son infieles en los asuntos temporales, del mismo modo, serán infieles en los asuntos espirituales. Por otra parte, el descuido de los deberes de Dios lleva a descuidar las necesidades de la humanidad. La infidelidad domina esta era degenerada, se extiende en nuestras iglesias y nuestras instituciones. Su grasiento rastro está por todas partes. Este es uno de los pecados que condena esta época y llevará a la perdición a millares y a decenas de millares. Si los que profesan la verdad y están en nuestras instituciones de Battle Creek fuesen representantes vivos de Cristo, de ellos manaría un poder que se sentiría en todas partes. Satanás lo sabe bien y trabaja con todo su poder y engaño de maldad en los que perecen para que el nombre de Cristo no sea engrandecido por aquellos que profesan ser sus seguidores. Se me parte el corazón de dolor cuando veo cómo se deshonra a Jesús con las vidas indignas y los caracteres defectuosos de quienes podrían ser adorno y honra para su causa. 

-570-

Las tentaciones a las que fue sometido Cristo en el desierto—apetito, amor por el mundo y presunción—son las grandes desviaciones por las cuales son vencidos los hombres. Los administradores del sanatorio serán tentados a menudo para que se aparten de los principios que deberían gobernar esa institución. Será necesario que no se desvíen de la conducta correcta para satisfacer las inclinaciones o ejercer su ministerio según las depravadas apetencias de los pacientes ricos o sus amigos. El resultado de tal conducta es, únicamente, el mal. Las desviaciones de las enseñanzas que dan las lecturas mundanales o recibidas por la prensa tienen el efecto más desfavorable sobre la influencia y la moral de la institución y, en gran medida, contrarrestarán todos los esfuerzos por instruir y reformar a las víctimas de las pasiones y los apetitos depravados y llevarlas a Cristo, el único refugio seguro. 

El mal no acaba aquí. Una influencia negativa no sólo afecta a los pacientes, también a los trabajadores. Una vez han caído las barreras, el avance en la dirección errónea no cesa. Satanás presenta perspectivas mundanas aduladoras a los que se apartan de los principios y sacrifican la integridad y el honor cristiano para obtener la aprobación de los impíos. Con demasiada frecuencia, sus esfuerzos alcanzan el éxito. Obtiene la victoria cuando todo cuanto debiera encontrar es la repulsa y la derrota. 

Cristo resistió a Satanás por nosotros. Tenemos el ejemplo de nuestro Salvador para fortalecer nuestros débiles propósitos y resoluciones; pero, aun así, algunos caerán en las tentaciones de Satanás, arrastrando a otros tras de sí. Todas las almas que no consiguen ganar la victoria, con su influencia, arrastran consigo a otras. Los que no se unen a Dios y no reciben sabiduría y gracia para refinar y elevar sus vidas, serán juzgados por el bien que pudieron haber hecho y no hicieron porque estaban satisfechos con la mente terrena y la amistad con los que no están santificados. 

Todo el cielo esta interesado en salvar al hombre y está dispuesto a verter sobre él sus beneficiosos dones si cumple la condición que Cristo estableció: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo”. 2 Corintios 6:17. Los que son responsables del sanatorio deberían guardarse en extremo de que las diversiones no sean de carácter demasiado bajo para el modelo de cristianismo y rebajen esa institución al nivel de otras y debiliten el poder de la verdadera piedad en la mente de los que están relacionados con Cristo. Los entretenimientos mundanos o teatrales no son esenciales para la prosperidad del sanatorio o la salud de sus pacientes. Cuantas más diversiones de esta clase tengan, menor será su satisfacción y será preciso continuar con ellas. La mente busca enfebrecidamente todo lo que es nuevo y excitante, exactamente aquello que no debería tener. Si tales diversiones se permiten, aun tan sólo una vez, se esperará que se repitan y los pacientes perderán el placer de una simple disposición para ocupar el tiempo. Por otra parte, los pacientes necesitan reposo y no excitación. 

-571-

Tan pronto como se introducen esas diversiones, de muchas mentes desaparecen las objeciones para asistir al teatro y la exigencia de que se representen en el escenario escenas morales de tono elevado, rompe la última barrera. Los que permitan tal clase de diversiones en el sanitario deberían buscar, ante todo, la sabiduría de Dios para dirigir a las pobres, hambrientas y sedientas almas a la Fuente de gozo, paz y felicidad. 

Cuando se ha abandonado la senda correcta es difícil regresar a ella. Se han derribado las barreras y se han roto las salvaguardas. Un paso en la dirección errónea allana el camino para otro. Una simple copa de vino puede abrir la puerta a la tentación que llevará a hábitos de embriaguez. Bastará con que se permita un único sentimiento vengativo para que se dé vía libre a un tren de sentimientos que acaben con un asesinato. La más mínima desviación de los principios y lo que es correcto llevará a la separación de Dios y es probable que acabe en la apostasía. Lo que hacemos una vez, a la siguiente lo haremos con más naturalidad y disposición; continuar avanzando por una senda, sea ésta la correcta o no, es más fácil que empezar a andar por ella. Cuesta menos tiempo y trabajo corromper nuestros caminos ante Dios que engarzar en el carácter los hábitos de la justicia y la verdad. A un hombre le resulta difícil abandonar aquello a lo que se ha acostumbrado, independientemente de que su influencia sea buena o mala.

Posted in

admin