Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 632-641, día 262

Dios quiso que el vestido reformado fuera una barrera que impidiera que los corazones de nuestras hermanas se alejaran de él siguiendo las modas del mundo. Los que eliminaron esa barrera no tomaron sobre sí la carga de cortar el paso a los peligros que se seguirían. Algunos que ocupan cargos de responsabilidad han ejercido su influencia en favor de las costumbres mundanas completamente opuestas al modelo de la Biblia. Han aportado su grano de arena al presente estado de mundanalidad y desviación.

Dios ha probado a su pueblo. Permitió que el testimonio referente al vestido permaneciera en silencio para que nuestras hermanas pudieran seguir su propia inclinación y desarrollara así el orgullo que realmente existía en sus corazones. La reforma se recomendaba para impedir el presente estado de mundanalidad. Muchas ridiculizaron la idea de que ese vestido era necesario para protegerlas de seguir las modas; pero el Señor ha permitido que se manifestara el orgullo que abrigaban sus corazones y eso precisamente era lo que debían hacer. Ahora se ha demostrado que necesitaban las restricciones que imponía la reforma en el vestido.

Si todas nuestras hermanas adoptasen un vestido sencillo y sin adornos, de longitud modesta, la uniformidad que así se daría sería más agradable a Dios y ejercerían una influencia más salutífera en el mundo que la diversidad que se presentaba cuatro años atrás. Ya que nuestras hermanas no aceptarían el vestido reformado tal y como debería ser, se ha presentado un nuevo estilo menos objetable. Está libre de adornos innecesarios y carece de sobrefalda. Consiste en una blusa sin entallar y una falda de longitud suficiente para el decoro pero que no recoja el barro ni la suciedad de la calle. El tejido debe ser liso, sin grandes estampados ni dibujos. Se debe prestar la misma atención al cubrimiento de las piernas que al vestido corto.

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¿Aceptarán las hermanas este estilo de vestido y rechazarán imitar las modas cambiantes constantemente imaginadas por Satanás? Nadie puede decir qué extravagante moda seguirá. Los mundanos cuya única preocupación es: “¿Qué comeré y qué me pondré?” no deben ser nuestro criterio.

Algunos han dicho: “Después de quitarme este vestido me pondré otro más sencillo”. Ahora bien, si la conformidad con la moda del mundo agrada a Dios, al fin y al cabo, ¿por qué hacer un cambio? Pero si está mal, ¿Es mejor seguir en el error más tiempo del estrictamente necesario para hacer el cambio? Justo en este punto os recordamos el celo y la sinceridad, la habilidad y la perseverancia que manifestasteis al confeccionar vuestros vestidos según la moda. ¿Acaso no sería digno de alabanza manifestar al menos la misma sinceridad al confeccionarlo según el modelo de la Biblia? Para confeccionar esas vestiduras se usaron unos recursos y un tiempo preciosos otorgados por Dios. ¿Qué estáis dispuestas a sacrificar ahora para corregir el mal ejemplo que habéis dado a otras?

Es una vergüenza que nuestras hermanas se olviden de tal manera de su carácter santo y su deber para con Dios, que imiten las modas del mundo. No tenemos excusa excepto la perversidad de nuestro propio corazón. No extendemos nuestra influencia con una conducta tal. Es tan inconsecuente para con nuestra profesión de fe, que nos ridiculiza ante los ojos de los mundanos.

Más de un alma que estaba convencida de la verdad se ha visto inducida a decidirse contra ella por el orgullo y el amor al mundo que manifestaron nuestras hermanas. La doctrina que se predicaba parecía clara y armoniosa, y las oyentes sentían que debían tomar una pesada cruz al aceptar la verdad. Cuando estas personas vieron a nuestras hermanas haciendo tanta ostentación en el vestir, dijeron: “Estas personas se visten tan vistosamente como nosotras. No pueden creer realmente lo que profesan; y al fin y al cabo deben estar equivocadas. Si realmente pensaran que Cristo va a venir pronto, y el caso de cada alma debe decidirse para la vida o la muerte eterna, no dedicarían su tiempo y su dinero a vestirse de acuerdo con las modas existentes”. ¡Cuán poco sabían del sermón que estaban predicando sus vestidos, estas hermanas que profesaban tener fe!

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Nuestras palabras, nuestras acciones y nuestra indumentaria predican diariamente y en forma vívida, y juntan para Cristo o dispersan. Esto no es un asunto trivial, que se ha de dejar a un lado con una broma. El tema de la indumentaria exige seria reflexión y mucha oración. Muchos incrédulos han sentido que no han estado haciendo bien al permitir que los esclavizara la moda; pero cuando ven vestirse como los mundanos y gozar de una sociedad frívola a algunas personas que hacen alta profesión de piedad, deciden que una conducta tal no debe ser mala.

El apóstol inspirado dice: “Hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”. 1 Corintios 4:9. Todo el cielo está tomando nota de la influencia diaria que ejercen sobre el mundo los profesos seguidores de Cristo. Hermanas, vuestro vestido habla en favor de Cristo y la verdad sagrada, o en favor del mundo. ¿Qué dice? Recordad que todos tendremos que dar cuenta a Dios por la influencia que ejercemos.

De ninguna manera quisiéramos estimular la negligencia en el vestir. Que el atavío sea apropiado y decoroso. Aunque se lo confeccione con una tela de algodón de pocos pesos el metro, debe mantenérselo aseado y limpio. Si no hay frunces la persona que lo ha de llevar no sólo puede ahorrarse algo haciendo el vestido ella misma, sino que puede economizar pequeñas sumas al lavarlo y plancharlo por si misma. Las familias se imponen pesadas cargas al vestir a sus hijos de acuerdo con la moda ¡Qué despilfarro de tiempo! Los pequeñuelos tendrían muy buen aspecto con un vestido sin frunces ni adornos, pero que esté ordenado y limpio. Es tan fácil lavar y planchar un vestido tal, que este trabajo no se siente como una carga.

¿Por qué, al servir a las modas de esta época, se atreven nuestras hermanas a privar a Dios del servicio que le deben, y a su tesorería del dinero que deberían dar para su causa? Dedican los primeros y mejores pensamientos al vestido; despilfarran el tiempo y malgastan el dinero. Descuidan la cultura de la mente y del corazón. Consideran el carácter como de menor importancia que el vestido. El adorno de un espíritu manso y apacible es de valor infinito; y es una insensatez de las más perversas malgastar en actividades frívolas nuestras oportunidades de conseguir el precioso adorno del alma.

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Hermanas, podéis hacer una obra noble para Dios si queréis. La mujer no conoce su poder. Dios no quiso que sus capacidades fuesen todas absorbidas en preguntarse: “¿Qué comeré? ¿Qué beberé? ¿Con qué me vestiré?” Hay un propósito más elevado para la mujer, un destino más grandioso. Debe desarrollar y cultivar sus facultades; porque Dios puede emplearlas en su gran obra de salvar a las almas de la ruina eterna.

El domingo, las iglesias populares parecen más un teatro que un lugar de adoración a Dios. Se ostentan todos los estilos de moda. Los pobres no tienen valor para entrar en tales lugares para adorar. Alguien que asistía a una de esas iglesias me comentó: “Proporciona una oportunidad ideal para el estudio de la moda. Puedo ver el efecto de los distintos estilos en el vestido. ¿Sabe? Obtengo un gran beneficio en el negocio con la observación del efecto que los distintos vestidos de diferentes formas tienen sobre las variadas complexiones. ¿Se dio cuenta de ese magnífico sombrero y esa falda? Sé cómo los confeccionaron. He tomado lecciones todo el día para ponerlas en práctica”.

Ni una palabra se refería a Cristo o al sermón que se predicaba. Pensé: “¿Cómo puede Jesús considerar a alguien que ostenta tantos ornamentos y vestidos extravagantes?” ¡Cuánto deshonor se ha traído a la casa de Dios. Si Cristo viniese a la tierra y visitara esas iglesias, ¿no echaría fuera a todos los profanadores de la casa de su Padre?

Pero el mayor de los males es la influencia que se ejerce sobre los niños y los jóvenes. Casi tan pronto como vienen al mundo, están sujetos a las exigencias de la moda. Los niñitos oyen hablar más del vestido que de su salvación. Ven a sus madres consultando con más fervor los figurines de modas que la Biblia. Hacen más visitas a la tienda y a la modista que a la iglesia. La ostentación exterior recibe mayor consideración que el adorno del carácter. Si se ensucian los lindos vestidos, ello arranca vivas reprimendas y los ánimos se vuelven irritables bajo la continua restricción.

Un carácter deformado no molesta tanto a la madre como un vestido sucio. El niño oye hablar más de los vestidos que de la virtud; porque la madre está más familiarizada con la moda que con su Salvador. Con frecuencia, su ejemplo rodea a los jóvenes con una atmósfera venenosa. El vicio, disfrazado con el atavío de la moda, se introduce entre los niños.

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La sencillez en el vestir hará que una mujer sensata tenga la apariencia más ventajosa para ella. Juzgamos el carácter de una persona por el estilo del vestido que lleva. El atavío vistoso indica vanidad y debilidad. Una mujer modesta y piadosa se vestirá modestamente. Un gusto refinado y una mente culta se revelarán en la elección de atavíos sencillos y apropiados.

Hay un adorno que no perecerá nunca, que promoverá la felicidad de todos los que nos rodean en esta vida y resplandecerá con lustre inmarcesible en el futuro inmortal. Es el adorno de un espíritu manso y humilde. Dios nos ha ordenado llevar sobre el alma el atavío más rico. Cada mirada que echan al espejo debiera recordar a las adoradoras de la moda el alma que descuidan. Cada hora malgastada en el atavío les merece una reprensión por dejar inculto el intelecto. Podría haber entonces una reforma que elevaría y ennoblecería todos los fines y propósitos de la vida. En vez de procurar adornos de oro para la vista, se haría un esfuerzo ferviente para obtener la sabiduría que es de más valor que el oro fino; si, que es más preciosa que los rubíes.

Quienes adoran ante el altar de la moda tienen poca fuerza de carácter, y poca energía física. No tienen un propósito grande para la vida y su existencia no logra ningún fin de valor. Encontramos por doquiera mujeres cuya mente y corazón están absortos en su amor por el vestido y la ostentación. Sus almas están atrofiadas y empequeñecidas y sus pensamientos se concentran en su pobre y despreciable persona. En cierta oportunidad en que pasaba una joven vestida a la moda delante de varios caballeros en la calle, uno de ellos preguntó algo acerca de ella. La respuesta fue: “Sirve de lindo adorno en la casa de sus padres, pero en otro sentido no tiene utilidad”. Es deplorable que los que profesan ser discípulos de Cristo consideren cosa buena imitar la indumentaria y los modales de estos adornos inútiles.

Pedro da a las mujeres cristianas valiosas instrucciones acerca del vestir: “Vuestro atavío no sea el externo, de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos”. 1 Pedro 3:3-5. Todo lo que recomendamos es que se cumplan las órdenes de la Palabra de Dios. ¿Leemos y seguimos las enseñanzas de la Biblia? ¿Obedeceremos a Dios o nos conformaremos con las costumbres del mundo? ¿Serviremos a Dios o a Mammón? ¿Podemos esperar tener la paz del espíritu y la aprobación de Dios mientras andamos en forma directamente contraria a las enseñanzas de su Palabra?

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El apóstol Pablo exhorta a los cristianos a no conformarse con el mundo, sino a transformarse por la renovación de su entendimiento para que experimenten “cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:2. Pero muchos de los que profesan ser hijos de Dios no manifiestan escrúpulos al conformarse a las costumbres del mundo en lo que se refiere a llevar oro, perlas y atavíos costosos. Los que son demasiado concienzudos para llevar estas cosas son considerados como de mente estrecha, supersticiosos y hasta fanáticos. Pero es Dios quien condesciende a darnos estas instrucciones; son las declaraciones de la Sabiduría infinita; y quienes las desprecian lo hacen a su propio riesgo y pérdida. Los que se aferran a los adornos prohibidos en la Palabra de Dios, conservan orgullo y vanidad en su corazón. Desean atraer la atención. Su vestido dice: “Miradme; admiradme”. Así, la complacencia aumenta constantemente la vanidad inherente a la naturaleza humana. Cuando la mente piensa sólo en agradar a Dios, desaparecen todos los embellecimientos inútiles de la persona.

El apóstol pone el adorno exterior en contraste directo con un espíritu manso y humilde, y luego atestigua el valor comparativo de este último, “que es de grande estima delante de Dios”. 1 Pedro 3:4. Hay una contradicción decidida entre el amor al atavío externo y la gracia de la mansedumbre, el espíritu apacible. Únicamente si buscamos en todas las cosas amoldarnos a la voluntad de Dios reinará en el alma la paz y el gozo.

El amor al vestido hace peligrar la moralidad, y hace de la mujer lo contrario de una dama cristiana, caracterizada por la modestia y la sobriedad. Los vestidos extravagantes y ostentosos, a menudo alientan la concupiscencia del corazón de quien los lleva y despiertan las bajas pasiones del corazón del que los contempla. Dios ve que la ruina del carácter está precedida con frecuencia por la indulgencia del orgullo y la vanidad en el vestir. Ve que las vestiduras costosas incapacitan para hacer el bien.

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Cuantos más recursos invierte una persona en el vestido, menos le es posible alimentar a los hambrientos y cubrir a los desnudos. Por tanto, la corriente de beneficencia, que debería fluir constantemente, se seca. Cada dólar ahorrado renunciando a los ornamentos inútiles puede servir para los necesitados o para ser depositado en la tesorería del Señor para sostener el evangelio, para enviar misioneros al extranjero o para multiplicar las publicaciones que lleven rayos de luz a las almas que se encuentran en las tinieblas del error.

Hermana, ¿cuánto tiempo ha pasado confeccionando adornos innecesarios? Piense que deberá rendir cuentas a Dios por él. ¿Cuánto dinero gastó para complacer sus fantasías o ganarse la admiración de corazones tan vanos como el suyo? Era dinero de Dios. ¡Cuánto bien podría haber hecho con él! ¡Y qué perdida soportará en esta vida, y en la vida futura e inmortal, al no hacerlo! Las almas serán juzgadas según las acciones del cuerpo. Dios lee los propósitos y los motivos. Cada obra y cada secreto está al descubierto ante su ojo que todo lo ve. Ningún pensamiento, ninguna palabra o ninguna acción escapa de su atención. Sabe si lo amamos y lo glorificamos o nos complacemos y exaltamos a nosotros mismo. Sabe si ponemos nuestro afecto en las cosas de arriba, donde Cristo se sienta a la diestra de Dios, o en las cosas terrenales, sensuales y diabólicas.

Cuando usted pone sobre su persona una pieza de vestir extravagante o inútil la está retrayendo de los desnudos. Cuando llena la mesa con una gran variedad de alimentos innecesarios y costosos descuida la nutrición de los hambrientos. ¿Cómo es el registro de su vida, cristiano profeso? Le encomiendo que no ponga en indulgencias insensatas y perjudiciales lo que Dios exige para su tesorería y la porción que debería ser dada a los menesterosos. No nos vistamos con ropas costosas, sino como las mujeres que profesan la piedad, cubrámonos con buenas obras. Que el clamor de la viuda y el huérfano no suba al cielo y hable contra nosotras. No manchemos nuestro vestido con la sangre de las almas. No despilfarremos este precioso tiempo de gracia en el orgullo del corazón. ¿Acaso no hay pobres por visitar, o algún ciego a quien leer la palabra de Dios o personas desalentadas y deprimidas que necesiten palabras de consuelo y oraciones?

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A medida que Dios os hacía prosperar, ¿no ha aumentado la indulgencia del orgullo, y la vanidad? Mientras dedicáis un tiempo precioso al estudio del vestido, descuidáis el adorno interior; no crecéis en la gracia. En lugar de ser más celestial, vuestra mente es cada vez más terrenal. Las pasiones insensatas y dañinas y los apetitos mezquinos nublan vuestro sentido de las cosas sagradas. ¿Por qué todos los que profesan amar a Cristo no huyen de esta indulgencia destructora de las almas? El mundo anda enloquecido siguiendo la espectacularidad, la moda y el placer. La lujuria aumenta de manera permanente y terrible. ¿Por qué los cristianos no son fieles a su profesión?

Cristo queda avergonzado por los que profesan seguirle. ¿En qué se le parecen? ¿En qué se parece nuestra indumentaria con los requerimientos bíblicos? No quiero que los pecados de la gente pesen sobre mí, y daré a la trompeta un sonido certero. Durante años he dado un testimonio claro y decidido sobre este asunto por la página impresa y desde la tribuna. No he rehuido declarar todo el consejo de Dios. Debo estar libre de la sangre de todos. El hecho de que la mundanalidad y el orgullo dominan en forma casi universal, no proporciona a ningún cristiano excusa para ser como los demás. Dios ha dicho: “No seguirás a los muchos para hacer mal”. Éxodo 23:2.

No juguéis más, hermanas, con vuestras propias almas y con Dios. Se me ha mostrado que la causa principal de vuestra apostasía es vuestro amor por el vestido. Os induce a descuidar grandes responsabilidades, y tenéis apenas una chispa del amor de Dios en vuestro corazón. Sin demora, renunciad a la causa de vuestra apostasía, porque es un pecado contra vuestra propia alma y contra Dios. No os endurezcáis por el engaño del pecado. La moda está deteriorando el intelecto y royendo la espiritualidad de nuestro pueblo. La obediencia a las modas está invadiendo nuestras iglesias adventistas, y está haciendo más que cualquier otro poder para separar de Dios a nuestro pueblo. Se me ha mostrado que las reglas de nuestras iglesias son muy deficientes. Todas las manifestaciones de orgullo en el vestir, que son prohibidas en la Palabra de Dios, deben ser suficiente razón para que la iglesia ejerza disciplina. Si a pesar de las amonestaciones, súplicas y ruegos, se continúa siguiendo la voluntad perversa, puede ello considerarse como prueba de que el corazón no está de ninguna manera unido al de Cristo. El yo, y únicamente el yo, es el objeto de la adoración, y un cristiano profeso de esta índole apartará a muchos de Dios.

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Pesa sobre nosotros como pueblo un terrible pecado, porque hemos permitido que los miembros de nuestras iglesias vistan de una manera inconsecuente con su fe. Debemos levantarnos en seguida, y cerrar la puerta a las seducciones de la moda. A menos que lo hagamos, nuestras iglesias se desmoralizarán.

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La educación adecuada

La educación incluye algo más que el conocimiento contenido en los libros. Una adecuada educación, además de la disciplina mental, deberá estar compuesta por una formación que asegure una moral sana y un correcto comportamiento. Nuestra gran preocupación ha sido que los que aceptan alumnos en sus casas no se den cuenta de la responsabilidad que contraen y descuiden el ejercicio de una influencia adecuada sobre esos jóvenes. De ese modo los alumnos no obtendrían todo el provecho que podrían recibir en el colegio. Con demasiada frecuencia surge una pregunta: “‘¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?’. Génesis 4:9. ¿Qué preocupación, qué carga de responsabilidad debo aceptar por los alumnos que ocupan alguna habitación en nuestras casas?” Mi respuesta es: “Exactamente el mismo interés que pondríais en vuestros hijos”.

Cristo dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado”. Juan 13:34. El alma de los jóvenes que entran bajo vuestro techo son tan preciosas a ojos del Señor como las de vuestros amados hijos. Cuando los jóvenes se separan de la influencia amortiguadora y subyugadora del círculo del hogar, el deber de aquellos que tienen cuidado de ellos es convertirse en influencia hogareña para ellos. De ese modo suplirán una gran carencia y harán un trabajo para Dios semejante a la obra del ministro desde el púlpito. Ejercer sobre esos alumnos una influencia que los resguarde de las tentaciones de inmoralidad y los lleve a Jesús es una obra que goza de la aprobación del cielo Los que residen en el gran centro de la obra, en el que hay importantes intereses para sostener, tienen sobre si grandes responsabilidades. Los que escogen fijar su residencia en Battle Creek deberían ser hombres y mujeres de fe, sabios y de oración.

Centenares de jóvenes de diversas disposiciones y diferente educación están asociados en la escuela, y se requiere gran cuidado y mucha paciencia para guiar en la debida dirección las mentes que han sido torcidas por la mala disciplina. Algunos nunca han sido disciplinados, mientras que otros lo fueron demasiado, y una vez separados de las manos vigilantes que sujetaban las riendas del control con rigidez tal vez excesiva, se sienten libres para hacer lo que quieren. Desprecian el mismo pensamiento de la restricción. Estos diversos elementos reunidos en nuestro colegio, imponen cuidados, cargas y pesada responsabilidad, no sólo a los maestros, sino a toda la iglesia.

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