Primero odió y luego resistió las amonestaciones, de Dios, porque hicieron que su proceder pecaminoso se percibiera a la luz de la ley de Dios. Que transcurran meses y años sin que haya un despertar de arrepentimiento es una de las evidencias más tristes del poder ofuscador del pecado. Con firme persistencia ha seguido su curso decadente. No tiene sentimientos de amargo remordimiento, ni ningún temor de la venganza del cielo. Si logra encubrir sus pecados por medio de las mentiras y el engaño para que no sean observados, queda satisfecho. Toda conciencia del bien y del mal está muerta dentro de él. Le espera una cosecha la cual le causará horror tener que recoger.
El peor aspecto de este caso es que toda su obra diabólica la hace bajo el pretexto de ser un representante de Cristo. Un pecador vestido como ángel de luz puede hacer un daño incalculable. Intencionalmente se trazan planes siniestros y temibles para separar al marido de la mujer. Declaró el apóstol: “Porque éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias”. 2 Timoteo 3:6. Estos personajes libertinos se meten hasta en las familias de respeto y por medio de artimañas engañosas e intrigas llevan cautivos a los sinceros. Herejías dignas de condenación son recibidas como verdad, los pecados más repugnantes como actos de justicia, debido a que la conciencia está confundida y embrutecida.
Este hombre aceptó la doctrina impopular de que el séptimo día es el sábado del Señor para impartirle a su experiencia religiosa una apariencia de honestidad. Nuestros conceptos han sido claramente definidos en nuestras publicaciones; pero, encubriendo este hecho, mezcló sus herejías contaminadoras con la verdad e intentó convencer a los demás que Dios le había dado nueva luz sobre la Biblia. Profesando tener mayor luz para el pueblo sobre el sábado del cuarto mandamiento y verdades afines, causaba en los incautos la apariencia de que estaba siendo dirigido por Dios; pero, una vez ganada la confianza, empezaba su obra satánica de arrebatarles a las Escrituras su verdadero significado, procurando mostrar que el adulterio condenado en la ley de Dios no tiene el significado que generalmente se le da. Intentaba definidamente hacer que mujeres sensatas creyeran que no es ofensivo para Dios que las esposas sean infieles a los votos matrimoniales. Ni siquiera admitía que esto sería quebrantar el séptimo mandamiento. Satanás se regocija si logra que pecadores entren en la iglesia como profesos guardadores del sábado a la vez que le permiten controlar sus mentes y afectos, y los emplea para engañar y corromper a otros.
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En esta era degenerada se encontrarán muchos que están tan ciegos a la maldad del pecado que escogen una vida de libertinaje porque conviene a las inclinaciones naturales y perversas de su corazón. En vez de mirarse en el espejo de la ley de Dios y poner sus corazones y caracteres en conformidad con la norma de Dios, permiten que los agentes de Satanás planten la bandera en sus corazones. Los hombres corruptos creen que es más fácil malinterpretar las Escrituras para mantenerse en la iniquidad que abandonar su corrupción y pecado y ser puros de corazón y vida.
Hay más hombres de esta calaña que lo que muchos se han imaginado, y se han de multiplicar a medida que nos acercamos al fin del tiempo. A menos que estén arraigados y cimentados en la verdad bíblica, y que tengan una conexión vital con Dios, muchos serán embelesados y engañados. Peligros no esperados acechan en nuestro camino. Nuestra única seguridad es velar y orar constantemente. Mientras más cerca vivamos de Jesús, más participaremos de su carácter puro y santo; y mientras más ofensivo nos parezca el pecado, más exaltada y deseable nos parecerá la pureza y el resplandor de Cristo.
Para encubrir su vida corrupta y aparentar que sus pecados son inofensivos, este hombre cita casos registrados en la Biblia de hombres buenos que cayeron bajo la tentación. Pablo hizo frente a este mismo tipo de hombres en sus días, y en todas las edades la iglesia ha sufrido la maldición de su presencia. En Mileto, Pablo reunió a los ancianos de la iglesia y los amonestó con respecto a lo que tendrían que encarar: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto como superintendentes para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán el rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno”. Hechos 20:28-31.
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El que admite la verdad mientras sigue en la injusticia, que declara creerla, y sin embargo la hiere cada día por su vida inconsecuente, se entrega al servicio de Satanás, y lleva almas a la ruina. Esta clase de personas tiene comunicación con los ángeles caídos, y recibe ayuda de ellos para obtener el dominio de las mentes.
Cuando el poder hechicero de Satanás domina a una persona, Dios queda olvidado y ensalzado el ser humano lleno de propósitos corruptos. Estas almas: engañadas practican como virtud una licencia secreta. Es ésta una especie de hechicería. Bien puede hacerse la pregunta que hizo el apóstol a los Gálatas: “¿Quién os fascinó, para no obedecer a la verdad, ante cuyos ojos Jesucristo fue ya descrito como crucificado entre vosotros?” Gálatas 3:1. Siempre hay un poder hechicero en las herejías y en la licencia. La mente está tan seducida que no puede razonar inteligentemente, y una ilusión la desvía continuamente de la pureza. La visión espiritual se empaña; y personas de moralidad hasta entonces intachable se confunden bajo los sofismas engañadores de aquellos agentes de Satanás que profesan ser mensajeros de luz. Este engaño es lo que da poder a estos agentes.
Si ellos se presentasen audazmente e hiciesen abiertamente sus proposiciones, serían rechazados sin un momento de vacilación; pero obran primero de tal manera que inspiran simpatía y confianza como si fuesen santos y abnegados hombres de Dios. Como sus mensajeros especiales, empiezan entonces su artera obra de apartar a las almas de la senda de la rectitud, y procuran anular la ley de Dios.
Cuando los ministros se aprovechan así de la confianza que la gente deposita en ellos y llevan las almas a la ruina, se hacen tanto más culpables que el pecador común cuanto más elevada es su profesión. En el día de Dios, cuando se abra el gran libro mayor del cielo, se verá que contiene los nombres de muchos ministros que pretendieron tener pureza en su corazón y en su vida y profesaron que se les había confiado el Evangelio de Cristo, pero se aprovecharon de su situación para seducir las almas y hacerles transgredir la ley de Dios.
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Cuando los hombres y las mujeres caen bajo el poder corruptor de Satanás, es casi imposible recobrarlos de la horrible trampa, de manera que vuelvan a tener nuevamente pensamientos puros y conceptos claros de lo que Dios requiere. El pecado, para sus mentes seducidas, ha sido santificado por el ministro, y nunca vuelven a considerarlo con la repugnancia con que Dios lo mira. Una vez que se ha rebajado la norma moral en la mente de los hombres, su juicio se pervierte, y miran al pecado como justicia, y a la justicia como pecado. Al asociarse con aquellos cuyas inclinaciones y hábitos no son elevados ni puros, se vuelven como ellos. Adoptan casi inconscientemente sus gustos y principios.
Si se elige la sociedad de un hombre de mente impura y hábitos licenciosos en preferencia a la de los virtuosos y puros, ello es indicio seguro de que armonizan los gustos y las inclinaciones, y de que se ha llegado a un bajo nivel de moralidad. Estas almas engañadas e infatuadas llaman a este nivel alta y santa afinidad del espíritu, armonía espiritual. Pero el apóstol lo llama “malicias espirituales en los aires” (Efesios 6:12), contra las cuales debemos guerrear vigorosamente.
Cuando el engañador comienza su obra de seducción, encuentra con frecuencia disparidad de gustos y hábitos; pero haciendo grandes alardes de piedad, conquista la confianza, y cuando lo ha hecho, su astuto poder engañoso se ejerce a su manera para realizar sus planes. Al asociarse con estos elementos peligrosos, las mujeres se acostumbran a respirar esa atmósfera de impureza, y casi insensiblemente se compenetran del mismo espíritu. Pierden su identidad y se transforman en la sombra de su seductor.
Hombres que profesan tener nueva luz, que aseveran ser reformadores, ejercerán gran influencia sobre cierta clase de personas que reconocen las herejías de la época actual, y no están satisfechas con la condición espiritual que existe en las iglesias. Con corazón veraz y sincero, desean ver un cambio hacia lo mejor, una elevación a una norma superior. Si los fieles siervos de Cristo les presentasen la verdad en su forma pura y sin adulteración, estas personas la aceptarían y se purificarían obedeciéndola. Pero Satanás, que vela siempre, sigue el rastro de estas almas investigadoras. Se les presenta alguien que hace una alta profesión de fe, como Satanás cuando fue a Cristo disfrazado de ángel de luz, y las atrae aún más lejos de la senda recta.
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Es incalculable la desgracia y la degradación que siguen en la estela de la licencia. El mundo está contaminado por sus habitantes. Casi han colmado la medida de su iniquidad; pero lo que atraerá la retribución más grave es la práctica de la iniquidad bajo el manto de la piedad. El Redentor del mundo no despreció nunca el verdadero arrepentimiento, por grande que fuera la culpa; pero lanzó ardientes denuncias contra los fariseos y los hipócritas. Hay más esperanza para el que peca abiertamente que para esta clase de personas.
“Por esto [por no recibir el amor de la verdad] Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” 2 Tesalonicenses 2:11, 12. Este hombre y las personas engañadas por él no aman la verdad, sino que encuentran placer en la injusticia. ¿Y qué engaño más poderoso podría sobrevenirles que el que sostiene que en el adulterio y el libertinaje no hay nada que pueda desagradar a Dios? La Biblia contiene numerosas advertencias acerca de este pecado. Pablo escribe a Tito acerca de los que “profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra”. Tito 1:16. “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado”. 2 Pedro 2:1, 2. Las personas a quienes aquí se refiere no son las que sostienen abiertamente que no tienen fe en Cristo, sino las que profesan creer en la verdad, pero que debido a la vileza de su carácter acarrean oprobio sobre ella y hacen que sea blasfemada.
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“Y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme”. 2 Pedro 2:3. “Pero éstos, hablando mal de cosas que no entienden, como animales irracionales, nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia perdición, recibiendo el galardón de su injusticia, ya que tienen por delicia el gozar de deleites cada día. Estos son inmundicias y manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores. Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición. Han dejado el camino recto, y se han extraviado siguiendo el camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el premio de la maldad”. 2 Pedro 2:12-16.
“Estos son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre. Pues hablando palabras infladas y vanas” ufanándose de su luz, de su conocimiento y de su amor por la verdad, “seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error”. 2 Pedro 2:17, 18.
En esta época de corrupción, cuando nuestro adversario el diablo ronda como león rugiente buscando a quien devore, veo la necesidad de elevar mi voz en amonestación. “Velad y orad, para que no entréis en tentación”. Mateo 26:41. Son muchos los que poseen talentos brillantes y que los dedican impíamente al servicio de Satanás.
¿Qué advertencia puedo dar a un pueblo que profesa haber salido del mundo, y haber dejado las obras de las tinieblas? ¿A un pueblo a quien Dios ha hecho depositario de su ley, pero que como la higuera frondosa ostenta sus ramas aparentemente florecientes ante la misma faz del Altísimo y, sin embargo, no lleva frutos para gloria de Dios? Muchos de ellos albergan pensamientos impuros, imaginaciones profanas, deseos no santificados y bajas pasiones. Dios aborrece el fruto que lleva un árbol tal. Los ángeles, puros y santos, miran la conducta de los tales con aborrecimiento, mientras Satanás se regocija. ¡Ojalá que los hombres y mujeres considerasen lo único que pueden ganar al transgredir la ley de Dios! En cualquier circunstancia, la transgresión deshonra a Dios y resulta en una maldición para el hombre. Debemos considerarla así, por hermoso que sea su disfraz y cualquiera que sea la persona que la cometa.
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Como embajadora de Cristo, os suplico a vosotros que profesáis la verdad presente, para que rechacéis cualquier avance de la impureza, y abandonéis la sociedad de aquellos que emiten una sugestión impura. Repudiad estos pecados contaminadores con el más intenso odio. Apartaos de aquellos que, aun en la conversación, permiten que su mente siga esta tendencia; “porque de la abundancia del corazón habla la boca”. Mateo 12:34.
Como el número de los que practican estos pecados contaminadores aumenta constantemente en el mundo, y ellos quisieran introducirse en nuestras iglesias, os amonesto a que no les déis cabida. Apartaos del seductor. Aunque profese seguir a Cristo, es Satanás en forma humana; ha tomado prestada la librea del cielo para servir mejor a su señor. No debierais ni por un momento dar cabida a una sugestión impura y disfrazada; porque aun esto manchará el alma, como el agua sucia contamina el conducto por el cual pasa.
Prefiramos la pobreza, el oprobio, la separación de nuestros amigos o cualquier sufrimiento, antes que contaminar el alma con el pecado. La muerte antes que el deshonor o la transgresión de la ley de Dios, debiera ser el lema de todo cristiano. Como pueblo que profesa ser constituido por reformadores que atesoran las más solemnes y purificadoras verdades de la Palabra de Dios, debemos elevar la norma mucho más alto de lo que está puesta actualmente. El pecado y los pecadores que hay en la iglesia deben ser eliminados prestamente, a fin de que no contaminen a otros. La verdad y la pureza requieren que hagamos una obra más cabal para limpiar de Acanes el campamento. No toleren el pecado en un hermano los que tienen cargos de responsabilidad. Muéstrenle que debe dejar sus pecados o ser separado de la iglesia.
Cuando los miembros individuales de la iglesia obren como verdaderos seguidores del manso y humilde Salvador, entonces será menos común encubrir y excusar el pecado. Todos se esforzarán por obrar como en la presencia de Dios. Comprenderán que su ojo que todo lo ve, está siempre sobre ellos, y que él discierne el pensamiento más secreto. El carácter, los motivos, los deseos y propósitos, son tan claros como la luz del sol para los ojos del Omnipotente. Pero pocos tienen esto presente. La inmensa mayoría no comprende cuán terrible cuenta tendrán que dar en el tribunal de Dios todos los transgresores de su ley.
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¿Podéis conformaros con un nivel bajo vosotros los que habéis profesado recibir tan grande luz? ¡Oh, cuán ferviente y constantemente debemos procurar la presencia divina, y comprender las solemnes verdades de que el fin de todas las cosas se acerca y de que el Juez de toda la tierra está a la puerta! ¿Cómo podéis despreciar sus justos y santos requerimientos? ¿Cómo podéis albergar pensamientos profanos y bajas pasiones a plena vista de los ángeles puros y del Redentor que se dio a sí mismo por vosotros para redimiros de toda iniquidad y purificaros como pueblo peculiar, celoso de buenas obras? Mientras contempléis este asunto a la luz que resplandece de la cruz de Cristo, ¿no os parecerá el pecado demasiado mezquino y peligroso para participar en él cuando estáis en los mismos umbrales del mundo eterno?
Me dirijo a nuestros hermanos. Si os acercáis a Jesús, y tratáis de adornar vuestra profesión con una vida bien ordenada y una conversación piadosa, vuestros pies serán guardados de extraviarse en sendas prohibidas. Si tan sólo queréis velar, velar continuamente en oración, y tan sólo hacéis todo como si estuvieseis en la presencia inmediata de Dios, seréis salvados de caer en la tentación, y podréis esperar llevar hasta el fin una vida pura sin mancha ni contaminación. Si mantenéis firme hasta el fin el principio de vuestra confianza, vuestros caminos serán afirmados en Dios, y lo que la gracia empezó, lo coronará la gloria en el reino de nuestro Dios. Los frutos del Espíritu son amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Si Cristo está con nosotros crucificaremos la carne con sus afectos y concupiscencias.
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¿Robará el hombre a Dios?
El Señor ha ordenado que la difusión de la luz y la verdad en la tierra dependan de los esfuerzos voluntarios y las ofrendas de aquellos que han participado de los dones celestiales. Son comparativamente pocos los llamados a viajar como ministros o como misioneros, pero multitudes han de cooperar con sus recursos en la difusión de la verdad.
La historia de Ananías y Safira nos es dada para que podamos comprender el pecado del engaño en relación con nuestros donativos y ofrendas. Ellos habían prometido voluntariamente dar una porción de su propiedad para el adelantamiento de la causa de Cristo; pero, cuando tuvieron los recursos en sus manos, se negaron a cumplir aquella obligación aunque deseaban al mismo tiempo aparentar que lo habían dado todo. Recibieron un castigo ejemplar para que sirviese de advertencia perpetua a los cristianos de todas las épocas. El mismo pecado prevalece terriblemente en la actualidad, aunque no oímos hablar de tan señalados castigos. El Señor muestra una vez a los hombres cuánto aborrece la violación de sus requerimientos sagrados y su dignidad. Luego de ello, quedan sometidos a los principios generales de la administración divina.
Las ofrendas voluntarias y el diezmo constituyen el ingreso del Evangelio. Dios pide cierta porción de los recursos confiados al hombre: un diezmo; pero deja a todos libres para decir cuánto es el diezmo, y si ellos quieren o no dar más que esto. Han de dar según se proponen en su corazón. Pero cuando el corazón está conmovido por la influencia del Espíritu Santo, y se ha hecho un voto de dar cierta cantidad, el que hizo el voto ya no tiene derecho sobre la porción consagrada. Hizo su promesa delante de los hombres, y ellos son llamados a atestiguar la transacción. Al mismo tiempo incurrió él en una obligación del carácter más sagrado para cooperar con el Señor en la edificación de su reino en la tierra. Una promesa así hecha a los hombres, ¿sería considerada ineludible? ¿No son más sagradas e ineludibles las promesas hechas a Dios? ¿Son las que juzga el tribunal de la conciencia menos válidas que los contratos hechos con los hombres?