Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 177-186, día 282

Cristo anhela trabajar poderosamente mediante su Espíritu en favor de la convicción y conversión de los pecadores. Pero, conforme a su divino plan, la obra ha de hacerse mediante el instrumento de su iglesia, y sus miembros se han apartado tan lejos de él, que no puede llevar a cabo su voluntad a través de ellos. Dios escoge trabajar a través de ciertos medios; sin embargo, los medios que emplea han de estar en armonía con su carácter.

¿Quiénes hay en Battle Creek que sean fieles y leales? Que se pongan del lado del Señor. Si deseamos estar en una posición donde Dios pueda usarnos, tendremos que poseer tanto una fe como una experiencia personales. Sólo los que confían enteramente en Dios están seguros ahora. No hemos de seguir ningún ejemplo ni depender de ningún apoyo humano. Hay muchos que constantemente asumen puntos de vista equivocados y hacen malas movidas; si confiamos en su dirección nos desviaremos. 

Algunos que profesan ser portavoces de Dios niegan su fe por medio de su vida diaria. Les presentan a la gente verdades importantes; pero, ¿a quiénes les impresionan estas verdades? ¿Quiénes se convencen del pecado? Los que oyen, saben que los que hoy predican, mañana serán los primeros en unirse al placer, la hilaridad y la frivolidad. Su influencia fuera del púlpito apacigua la conciencia de los impenitentes y hace que el ministerio sea despreciado. Ellos mismos están dormidos en los umbrales del mundo eterno. La sangre de las almas mancha sus ropas.

¿En qué han de ocuparse los fieles siervos de Cristo? “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu” (Efesios 6:18), orando en la cámara secreta, con la familia, en la congregación, en todo lugar; “y velando en ello con toda perseverancia”. Ellos sienten que las almas están en peligro y con una fe dedicada y humilde oran por el cumplimiento de las promesas de Dios en su favor. El rescate pagado por Cristo, su expiación sobre la cruz, está siempre delante de ellos. Anhelarán tener almas como sello de su ministerio. 

El reproche del Señor recae sobre su pueblo por causa de su altivez e incredulidad. No les devolverá el gozo de su salvación mientras que se aparten de las instrucciones de su palabra y de su Espíritu. Otorgará su gracia a los que le temen y andan conforme a la verdad, y retraerá su bendición de todos los que se asimilan al mundo. A los humildes y arrepentidos se les promete misericordia y verdad, y se pronuncian castigos sobre los rebeldes. 

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La iglesia de Battle Creek pudo haberse mantenido libre de idolatría, y su fidelidad hubiera sido un ejemplo para otras iglesias; pero está más dispuesta a apartarse de los mandamientos de Dios que a renunciar a su amistad con el mundo. Está unida a los ídolos que ha escogido; y, debido a que disfruta de prosperidad temporal y del favor del mundo impío, se cree rica para con Dios. Esto resultará ser un engaño fatal para muchos. Su carácter divino y fuerza espiritual se han apartado de ella.

A esta iglesia le aconsejo que atienda la amonestación del Salvador: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” Apocalipsis 2:5. 

La consulta a los médicos espiritistas

“Y Ocozías cayó por la ventana de una sala de la casa que tenía en Samaria; y estando enfermo, envió mensajeros, y les dijo: Id, y consultad a Baal-zebub dios de Ecrón, si he de sanar de esta mi enfermedad. Entonces el ángel de Jehová habló a Elías Tisbita, diciendo: Levántate, y sube a encontrarte con los mensajeros del rey de Samaria, y diles: ¿No hay Dios en Israel, que vais a consultar a Baal-zebub dios de Ecrón? Por tanto, así ha dicho Jehová: Del lecho en que estás no te levantarás, sino que ciertamente morirás”. 2 Reyes 1:2-4. 

Este relato presenta sorprendentemente el desagrado divino en que incurren los que se apartan de Dios para dirigirse a los agentes satánicos. Poco tiempo antes de los acontecimientos mencionados, el reino de Israel había cambiado de gobernante. Acab había caído bajo el juicio de Dios, y había sido sucedido por su hijo Ocozías, personaje indigno, que sólo hizo lo malo ante los ojos de Jehová, andando en los caminos de su padre y de su madre, e induciendo a Israel a pecar. Servía a Baal, y le adoraba, provocando la ira de Jehová Dios de Israel, como lo había hecho su padre Acab. Pero los juicios siguieron pronto a los pecados del rey rebelde. Una guerra con Moab, y luego el accidente que amenazó su vida, atestiguaron la ira de Dios contra Ocozías.

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¡Cuánto había oído y visto el rey de Israel en el tiempo de su padre, acerca de las obras asombrosas del Altísimo! ¡Qué terrible evidencia de su severidad y celo había dado Dios al apóstata Israel! Ocozías sabía todo esto; sin embargo, obró como si estas tremendas realidades, y aun el terrible fin de su propio padre hubiesen sido un cuento. En vez de humillar su corazón ante el Señor, se atrevió a cometer el acto más audaz de impiedad que señalara su vida. Ordenó a sus siervos: “Id y consultad a Baal-zebub dios de Ecrón, si he de sanar de esta mi enfermedad”. 2 Reyes 1:2.

Se creía que el ídolo de Ecrón daba información, por medio de sus sacerdotes, acerca de los acontecimientos futuros. Esto era tan generalmente creído que muchos, desde distancias considerables, recurrían a dicho ídolo. Las predicciones allí hechas y la información dada, procedían directamente del príncipe de las tinieblas. Satanás es quien creó y quien sostiene el culto de los ídolos, para apartar de Dios la mente de los hombres. Es por su intervención como se sostiene el reino de las tinieblas y mentiras.

La historia del pecado y castigo de Ocozías encierra una lección y advertencia que nadie puede despreciar con impunidad. Aunque no tributen homenaje a los dioses paganos, millares están adorando ante el altar de Satanás tan ciertamente como lo hacía el rey de Israel. El mismo espíritu de idolatría pagana abunda hoy, aunque, bajo la influencia de la ciencia y la educación, ha asumido una forma más refinada y atrayente. Cada día añade tristes evidencias de que la fe en la segura palabra de la profecía está disminuyendo rápidamente, y de que en su lugar la superstición y hechicería satánicas están cautivando las mentes humanas. Todos los que no escudriñan fervientemente las Escrituras, ni someten todo deseo y propósito de la vida a esa prueba infalible, todos los que no buscan a Dios en oración para obtener el conocimiento de su voluntad, se extraviarán seguramente de la buena senda, y caerán bajo la seducción de Satanás.

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Los oráculos paganos tienen su contraparte en los médiums espiritistas, clarividentes y agoreros de hoy. Las voces místicas que hablaban en Ecrón y Endor están todavía extraviando a los hijos de los hombres por sus palabras mentirosas. El príncipe de las tinieblas ha aparecido con nuevo disfraz. Los misterios del culto pagano han sido reemplazados por las asociaciones y sesiones secretas, las oscuridades y prodigios de los magos de nuestro tiempo. Estas revelaciones son recibidas ávidamente por millares que se niegan a aceptar la luz de la Palabra de Dios o de su Espíritu. Mientras hablan con desprecio de los magos antiguos, el gran engañador se ríe triunfalmente, pues ceden a sus artes bajo una forma diferente. 

Sus agentes continúan pretendiendo curar la enfermedad. Atribuyen su poder a la electricidad, el magnetismo, o los así llamados “remedios simpáticos”. A la verdad no son sino conductos para las corrientes eléctricas de Satanás. Por este medio, él echa su ensalmo sobre los cuerpos y las almas de los hombres. 

De vez en cuando he recibido cartas, tanto de nuestros ministros como de los miembros laicos de la iglesia, para averiguar si considero malo el consultar a médicos espiritistas y clarividentes. Por falta de tiempo no he contestado a esas cartas. Pero ahora el asunto ha sido nuevamente sometido a mi atención. Tan numerosos se están volviendo estos agentes de Satanás, y tan general la práctica de pedirles consejo, que parece necesario proferir palabras de advertencia.

Dios ha puesto a nuestro alcance la posibilidad de obtener conocimiento de las leyes de la salud. Nos ha impuesto el deber de conservar nuestras facultades físicas en la mejor condición posible, a fin de que le prestemos servicio aceptable. Los que se niegan a aprovechar la luz y el conocimiento que han sido puestos misericordiosamente a su alcance, están rechazando uno de los medios que Dios les ha concedido para favorecer tanto la vida espiritual como la física. Se están colocando donde estarán expuestos a las seducciones de Satanás.

No pocos, en esta era cristiana y en esta nación cristiana, recurren a los malos espíritus, antes que confiar en el poder del Dios viviente. La madre, que vela junto al lecho de su hijo enfermo exclama: “No puedo hacer más. ¿No hay médico que tenga poder para sanar a mi hijo?” Se le habla de las maravillosas curaciones realizadas por algún clarividente o sanador magnético, y ella le confía su amado, poniéndolo tan ciertamente en las manos de Satanás como si éste estuviese a su lado. En muchos casos, la vida futura del niño queda dominada por una potencia satánica que parece imposible de quebrantar. 

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Muchos no quieren hacer el esfuerzo necesario para obtener un conocimiento de las leyes de la vida y de los sencillos medios que se pueden emplear para recuperar la salud. No se colocan en la debida relación con la vida. Cuando la transgresión de la ley natural provoca la enfermedad, no tratan de corregir sus errores, para pedir luego la bendición de Dios, sino que recurren a los médicos. Si recobran la salud, dan a las drogas y a los médicos toda la honra. Están siempre listos para idolatrar el poder y la sabiduría humanos, pareciendo no conocer otro dios que la criatura que es polvo y ceniza. 

He oído a una madre rogar a un médico incrédulo que salvase la vida de su hijo; pero cuando le rogué que pidiese ayuda al gran Médico que puede salvar hasta lo sumo a todos los que a él se allegan con fe, se dio vuelta con impaciencia. En esto vemos el mismo espíritu que manifestó Ocozías. 

No es seguro confiar en los médicos que no tienen temor de Dios. Sin la influencia de la gracia divina, el corazón de los hombres es “engañoso… más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Jeremías 17:9. El engrandecimiento propio es su blanco. ¡Cuántas iniquidades se ocultan bajo el manto de la profesión médica, cuántos engaños se sostienen! El médico puede pretender que posee gran sabiduría y habilidad maravillosa, mientras que su carácter es relajado, y sus prácticas contrarias a las leyes de la vida. El Señor nuestro Dios nos asegura que él aguarda para ser misericordioso; nos invita a invocarle en el día de la angustia. ¿Cómo podemos apartarnos de él para confiar en un brazo de carne? 

Venid conmigo al cuarto de un enfermo. Allí yace un esposo y padre, un hombre que es una bendición para la sociedad y la causa de Dios. Ha sido repentinamente postrado por la enfermedad. El fuego de la fiebre parece consumirlo. Anhela un poco de agua pura para mojar sus labios resecos, para aplacar la furiosa sed, y refrescar la frente febril. Pero no; el doctor ha prohibido el agua. Se le administra el estímulo de una bebida alcohólica, se añade combustible al fuego. La bendita agua, don del cielo, aplicada hábilmente, apagaría la llama devoradora, pero se la reemplaza por drogas venenosas.

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Por un tiempo, la naturaleza contiende por sus fueros, pero al fin, vencida, renuncia a la lucha, y la muerte liberta al doliente. Dios deseaba que ese hombre viviese, a fin de que beneficiase al mundo; Satanás resolvió destruirlo, y logró hacerlo por el médico. ¿Hasta cuándo permitiremos que se apaguen así nuestras luces más preciosas? 

Ocozías mandó a sus siervos para interrogar a Baal-zebub, en Ecrón; pero en vez de un mensaje del ídolo, oyó la terrible denuncia del Dios de Israel: “Del lecho en que subiste no descenderás, antes morirás ciertamente”. Fue Cristo quien ordenó a Elías que dijese esas palabras al rey apóstata. 

Jehová Emanuel tenía motivo para estar muy agraviado por la impiedad de Ocozías. ¿Qué no habría hecho Cristo para ganar el corazón de los pecadores, para inspirarles inquebrantable confianza en sí mismo? Durante siglos había visitado a su pueblo con manifestaciones de la más condescendiente bondad y amor sin ejemplo. Desde los tiempos de los patriarcas, había mostrado que sus “delicias son con los hijos de los hombres”. Proverbios 8:3. Había sido un pronto auxilio para todos los que le buscaban con sinceridad. “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó: en su amor y en su clemencia los redimió”. Isaías 63:9. Sin embargo, Israel se había rebelado contra Dios, y se había apartado de él para buscar la ayuda del peor enemigo del Señor. 

Los hebreos eran la única nación favorecida con un conocimiento del verdadero Dios. Cuando el rey de Israel envió a consultar el oráculo pagano, proclamó a los gentiles que tenía más confianza en sus ídolos que en el Dios de su pueblo, Creador del cielo y de la tierra. Asimismo los que profesan conocer la Palabra de Dios le deshonran cuando se apartan de la Fuente de fuerza y sabiduría para pedir ayuda o consejo a las potestades tenebrosas. Si la ira de Dios fue provocada por una conducta tal de parte de un rey perverso e idólatra, ¿cómo considerará una conducta similar seguida por los que profesan ser sus siervos?

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¿Por qué están los hombres tan poco dispuestos a confiar en Aquel que creó al hombre, y que puede por un toque, una palabra, una mirada, sanar toda enfermedad? ¿Quién es más digno de nuestra confianza que Aquel que hizo tan grande sacrificio para nuestra redención? Nuestro Señor nos ha dado instrucciones definidas por medio del apóstol Santiago, en cuanto a nuestro deber en caso de enfermedad. Cuando fracasa la ayuda humana, Dios será quien socorra a su pueblo. “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará”. Santiago 5:14, 15. Si los que profesan seguir a Cristo quisieran, con pureza de corazón, ejercitar tanta fe en la promesa de Dios como la que ponen en los agentes satánicos, sentirían en su alma y cuerpo el poder vivificador del Espíritu Santo.

Dios ha concedido gran luz a este pueblo, aunque no estamos fuera del alcance de la tentación. ¿Quiénes de entre nosotros están solicitando ayuda a los dioses de Ecrón? Miremos este cuadro, que no ha sido trazado por la imaginación. ¿En cuántos, aun de entre los adventistas, pueden verse sus principales características? Un inválido -aparentemente muy concienzudo, pero fanático y lleno de suficiencia propia- confiesa libremente su desprecio por las leyes de la vida y la salud, que la misericordia divina nos ha inducido a aceptar como pueblo. Sus alimentos deben ser preparados de una manera que satisfaga sus anhelos mórbidos. Más bien que sentarse a una mesa donde se provea alimento sano, patrocina los restaurantes donde puede satisfacer su apetito sin restricción. Locuaz defensor de la temperancia, desprecia sus principios fundamentales. Quiere alivio, pero se niega a obtenerlo al precio de la abnegación. Este hombre está adorando ante el altar del apetito pervertido. Es un idólatra. Las facultades que, santificadas y ennoblecidas, podrían ser empleadas para honrar a Dios, son debilitadas y hechas de poca utilidad. Un genio irritable, una mente confusa y nervios desquiciados, se cuentan entre los resultados de ese desprecio de las leyes naturales. Este hombre no es eficiente ni digno de confianza. 

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Quienquiera que tenga el valor y la honradez de advertirle su peligro, incurre por ello en su desagrado. La menor reprensión u oposición basta para despertar su espíritu combativo. Pero ahora se le presenta una oportunidad de solicitar la ayuda de una persona cuyo poder proviene de la hechicería. A esta fuente se dirige con avidez, prodigándole tiempo y dinero con la esperanza de obtener la bendición ofrecida. Está engañado, infatuado. Hace del poder del hechicero un tema de alabanza, y otros son inducidos a buscar su ayuda. Así queda deshonrado el Dios de Israel, mientras que se reverencia y ensalza el poder de Satanás.

En nombre de Cristo, quiero decir a quienes profesan seguirle: Permaneced en la fe que recibisteis desde el principio. Apartaos de las charlas profanas y vanas. En vez de poner vuestra confianza en la hechicería, tened fe en el Dios vivo. Maldita es la senda que conduce a Endor o a Ecrón. Tropezarán y caerán los pies que se aventuren en el terreno prohibido. Hay en Israel un Dios que puede proporcionar liberación a todos los oprimidos. La justicia es la habitación de su trono. 

Hay peligro en apartarse en el menor detalle de la instrucción del Señor. Si nos desviamos de la clara senda del deber, surgirá una cadena de circunstancias que parecerá arrastrarnos irresistiblemente siempre más lejos de lo recto. Antes que nos demos cuenta, nos seducirán innecesarias intimidades con aquellos que no tienen respeto a Dios. El temor de ofender a los amigos mundanales nos impedirá expresar nuestra gratitud a Dios, o reconocer cuánto dependemos de él. Debemos mantenernos cerca de la Palabra de Dios. Necesitamos sus amonestaciones y estímulos, sus amenazas y promesas. Necesitamos el ejemplo perfecto que se halla únicamente en la vida y el carácter de nuestro Salvador. 

Los ángeles de Dios preservarán a sus hijos mientras ellos anden en la senda del deber; pero no pueden contar con tal protección los que se aventuran deliberadamente en el terreno de Satanás. Un agente del gran engañador dirá y hará cualquier cosa para lograr su objeto. Poco importa que se llame espiritista, o que asevere curar por el “magnetismo”. Mediante declaraciones capciosas, se granjea la confianza de los incautos. Pretende leer la historia de la vida y comprender todas las dificultades y aflicciones de los que recurren a él. Disfrazándose como ángel de luz, mientras que en su corazón está la negrura del abismo, manifiesta gran interés en las mujeres que solicitan su consejo. Les dice que todas sus dificultades se deben a un casamiento desgraciado. Esto puede ser demasiado cierto, pero el tal consejero no mejora su condición. Les dice que lo que necesitan es amor y simpatía. Asumiendo gran interés en su bienestar, echa un ensalmo sobre sus víctimas desprevenidas, encantándolas como la serpiente encanta al ave temblorosa. Pronto están completamente en su poder; el pecado, la deshonra y la ruina son las terribles consecuencias.

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Estos obreros de iniquidad no son pocos. Su senda está señalada por hogares desolados, reputaciones marchitas, y corazones quebrantados. Pero de todo esto el mundo sabe poco; siguen haciendo nuevas víctimas, y Satanás se regocija por la ruina que ha producido.

El mundo visible y el invisible están en estrecho contacto. Si pudiese alzarse el velo, veríamos a los malos ángeles ciñendo sus tinieblas en derredor nuestro, y trabajando con todas sus fuerzas para engañar y destruir. Los hombres perversos están rodeados, incitados y ayudados por los malos espíritus. El hombre de fe y oración confió su alma a la dirección divina, y los ángeles de Dios le traen luz y fuerza del cielo.

Nadie puede servir a dos señores. La luz y las tinieblas no son más opuestas entre sí que el servicio de Dios y el servicio de Satanás. El profeta Elías presentó el asunto con toda claridad cuando intrépidamente suplicó al apóstata Israel: “Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”. 1 Reyes 18:21. 

Los que se entregan al sortilegio de Satanás, pueden jactarse de haber recibido gran beneficio por ello, pero ¿prueba esto que su conducta era prudente o segura? ¿Qué importa que la vida haya sido prolongada? ¿O que se hayan obtenido o no ganancias temporales? ¿Valdrá la pena, al fin, haber despreciado la voluntad de Dios? Todas esas ganancias aparentes resultarán al fin una pérdida irreparable. No podemos quebrantar con impunidad una sola barrera de las que Dios erigió para proteger a su pueblo contra el poder de Satanás. 

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Nuestra única seguridad consiste en conservar los antiguos hitos. “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”. Isaías 8:20. 

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