Hay suficientes recursos en su asociación para llevar a cabo esta obra con éxito. ¿Y permitiremos que el príncipe de las tinieblas quede en posesión indisputable de nuestras grandes ciudades porque cuesta algo sostener a las misiones? Que los que estén dispuestos a seguir a Cristo se pongan plenamente a la altura de la obra, aunque tengan que hacerlo por encima de la cabeza de los ministros y el presidente. Los que en una obra como ésta dicen: “Ruego que me disculpen”, deben cuidarse de que no sean dados de alta ahora y por la eternidad. Que los cristianos que aman el deber levanten cada onza que puedan y que luego miren hacia Dios en procura de más fuerza. El obrará a través de los esfuerzos de hombres y mujeres cabales y hará lo que ellos no pueden hacer. Nueva luz y nuevo poder les será dado a medida que utilizan los medios que tienen a su disposición. Nuevo fervor y nuevo celo conmoverán a la iglesia al ver que algo se ha logrado.
Nuestro espíritu se regocija cuando contemplamos lo que se puede hacer; pero nos sonrojamos ante nuestro Creador al pensar en lo poco que se ha hecho. Los pastores han descuidado las responsabilidades que Dios les ha dado; se han vuelto estrechos y faltos de fe y han dado lugar a una imperdonable cobardía, pereza y codicia. No se han dado cuenta de la magnitud y la importancia de la obra. Se necesitan hombres de visión consagrada que vean y entiendan los designios divinos. Entonces el estandarte de la piedad será puesto en alto y habrá verdaderos misioneros que estarán dispuestos a sacrificarse en favor de la verdad. No hay lugar dentro de la iglesia de Dios para hombres y mujeres egoístas y amantes de la comodidad, sino que el llamado es para hombres y mujeres que se esfuercen por implantar el estandarte de la verdad en medio de nuestras grandes ciudades, en las grandes avenidas de tránsito.
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Hay un mundo que amonestar y con humildad debiéramos trabajar según Dios nos dé capacidad. Pónganse todos los Estados a la altura de la obra. ¿Qué derecho tienen las personas con ideas estrechas, y no consagradas, de dictar lo que la asociación debe o no hacer? La misión de _____ no será dejada enteramente a su Estado, pero si su asociación tuviera ánimo de trabajar, podría sostener dos misiones como ésa sin sentir ninguna carga. Venid, hermanos, poneos en acción. El tiempo que se pierde por causa de la incredulidad y la falta de valor, se pierde para siempre. Que los ministros actúen como que hay algo que hacer, y hombres de gran corazón que aman a Dios y guardan sus mandamientos vendrán a ayudar al Señor. De esta manera la iglesia estará disciplinada para futuros esfuerzos, porque su beneficencia nunca dejará de ser.
Pastor M, como presidente de la Asociación de _____, usted ha demostrado por medio de su administración general que no es digno del cargo que le ha sido confiado. Ha dado muestras de ser conservador y de que sus ideas son estrechas. No ha hecho la mitad de lo que pudo haber hecho si poseyese el verdadero espíritu de la obra. Pudo haber sido mucho más capaz y experimentado de lo que es ahora; pudiera haber estado mejor preparado para manejar con éxito esta sagrada e importante misión, una obra que le hubiera ganado el derecho más fuerte a la confianza del pueblo en general. Pero al igual que los demás pastores de su territorio, usted dejó de avanzar al apuntar la primera providencia de Dios. No ha demostrado que el Espíritu Santo le impresionaba profundamente su corazón para que Dios pudiese hablar por intermedio suyo a su pueblo. Si en la presente crisis hace alguna cosa que fomente la duda y la desconfianza en las iglesias de su campo, o cualquier cosa que impida que el pueblo se dedique de corazón a esta obra, Dios lo considerará responsable. ¿Acaso le ha dado Dios evidencia inconfundible de que los hermanos de su Estado están eximidos de la responsabilidad de extender sus brazos en torno a la ciudad de, así como Cristo lo ha hecho con ellos? Si estuviera usted afianzado en la luz, daría aliento a esta misión por medio de su fe.
Es menester que beba profundamente de los manantiales de gracia y salvación antes de que pueda conducir a otros a la Fuente de agua viva. En vista de la experiencia y la influencia que su puesto de presidente de asociación le imparte, debió haber animado a la gente a esforzarse nuevamente y a llevar responsabilidades de más peso, en lugar de causarle desánimo. Hay deberes especiales que recaen sobre hombres que ocupan puestos de responsabilidad; hay esfuerzos diligentes que hacer que parece conveniente ignorar. Pero cuando los pastores no cumplen su deber, que Dios tenga misericordia del pobre rebaño.
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Su obra, hermano mío, no demuestra que se haya dado usted cuenta de que sus obligaciones son sagradas e importantes. Se me ha mostrado que usted es capaz de hacer un trabajo mucho mejor que el que ha hecho, y que Dios requiere una labor mayor y mejor de sus manos. Requiere integridad y fidelidad. La obra de ganar almas es la más elevada y noble que se haya encomendado al hombre mortal; y usted no debiera permitir que nada que confunda su entendimiento y su discernimiento se interponga entre usted y esta obra sagrada. Quien ocupa un puesto de responsabilidad como el suyo debiera poner los intereses eternos en primer lugar y los asuntos temporales considerarlos como de importancia secundaria. Usted es un embajador de Cristo y debe animar a los que están bajo su cuidado para que procuren alcanzar mayores logros espirituales y vivir vidas más santas y puras. En sus esfuerzos por salvar a las almas de la perdición y por edificar a la iglesia en verdad y justicia, usted debe usar tacto, sabiduría y el poder que es su privilegio tener mediante la continua comunión con Dios. Dios requiere esto de usted y de todos los demás ministros que participan en su obra. Usted debe manifestar su lealtad a su Redentor crucificado, comportándose como si en verdad comprendiera que tiene el cometido sagrado de presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús, sin que les falte nada.
En lo que a su caso se refiere, mucho más pudo haberse logrado por medio de una vida santa, oración fervorosa y el cumplimiento cuidadoso y esmerado de todo deber. Usted pudo haber hecho mucho mediante fieles amonestaciones, reprensiones y apelaciones afectuosas. La capacidad mental no es lo único que se necesita, sino el poder del corazón. La verdad presentada tal como es en Jesús tendrá su efecto. Usted carece de una religión hogareña, ardiente y activa. Los intereses egoístas han empañado su mente y pervertido su discernimiento y los requerimientos de Dios no han sido realizados. Necesita quitar de su alma todo negocio y preocupaciones mundanales y con sinceridad de corazón glorificar a Dios.
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El destino eterno de todos pronto se decidirá. Desde Illinois, Wisconsin, Iowa y otras asociaciones salgan veintenas de ministros con celo candente a proclamar el último mensaje de amonestación. En un tiempo como éste, ¿se echarán atrás nuestros presidentes y las asociaciones rehusando llevar la pesada carga? ¿Ejercerán en forma verbal y escrita una influencia que desanime a los que están dispuestos a trabajar? Cualquier proceder de parte de ellos que fomente la indolencia y la incredulidad es criminal en el más alto grado. Deben animar a la gente a ser diligente en la causa de Dios, a esforzarse hasta donde pueda por la salvación de las almas; pero nunca deben ellos dejar la menor impresión en sus mentes de que están sacrificando demasiado por la causa de Dios, o que se exige de ellos más de lo que es razonable. En la lucha celestial algo tiene que aventurarse. Ahora es el momento cuando nos toca trabajar y hacer frente a las dificultades y peligros. Dice la Providencia: “Marchad adelante”, no de vuelta a Egipto; y en lugar de formular un testimonio que agrade al pueblo, procuren los ministros despertar a los que están dormidos.
Noto en su carta, pastor M, una veta de incredulidad, una falta de juicio y discernimiento. Su posición corrobora el testimonio que he recibido de que usted le está dando a la asociación un molde estrecho y que ha estorbado su progreso, porque no ha puesto en alto el estandarte de la verdad. Citaré en esta instancia algunos párrafos del testimonio que recibí y que fue escrito durante la sesión del Congreso de la Asociación General celebrado en Battle Creek en noviembre de 1883:
“Nuestra conversación respecto a la misión de _____ ha dejado una impresión desagradable en mi mente. Que no se me juzgue de ser severa en mis declaraciones concernientes a esta misión. Usted habló con gran satisfacción acerca de la manera en que esta obra se había llevado a cabo. Dijo que el Hno. O y sus asociados estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesariopara llevarse bien. Que tenían un pequeño cuarto en un desván donde preparaban la comida, y que estaban haciendo una buena labor de la manera más económica posible. Sus ideas acerca de este asunto no son correctas. La luz que Dios nos ha impartido, que es más preciosa que el oro o la plata, es que hay que proceder de tal manera que se le dé carácter a la obra. Los hermanos vinculados con esta misión no están libres de debilidades humanas y, a menos que se preste atención a su salud, su obra será avergonzada. Los que están frente a la obra en esta asociación no debieran permitir que exista semejante estado de cosas. Debieran educar al pueblo a que den de sus recursos para que los obreros no sufran necesidades ni estrechez económica. Como mayordomos de Dios, la responsabilidad recae sobre ellos de ver que no solamente una o dos personas tengan que ser las que más se sacrifiquen mientras que otras están a sus anchas comiendo, bebiendo, vistiendo y calzando, sin pensar en nuestras sagradas misiones o en su deber para con ellas.
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“Me ha sido mostrado, pastor M, que usted no tiene un punto de vista correcto respecto a la obra, que no se da cuenta de la importancia de ella. Ha dejado de educar al pueblo en cuanto al verdadero espíritu de sacrificio y devoción. Ha temido instar a hombres de recursos a que cumplan con su deber; y cuando ha hecho un débil esfuerzo en la dirección correcta, y ellos han comenzado a poner excusas y a hallar alguna pequeña falta en alguien respecto a la administración de la obra, usted ha pensado que tal vez tengan razón. Este subterfugio, que ha desarrollado en ellos la duda y la incredulidad, ha tenido efecto en su propio corazón y ellos se han aprovechado de esto y han aprendido exactamente cómo contrarrestar sus esfuerzos. Cuando ellos han fomentado duda en cuanto a los testimonios, usted no ha hecho lo que debió haber hecho para desarraigar este sentimiento. Debió haberles manifestado que Satanás siempre está buscando faltas, dudando, acusando y trayendo reproche sobre los hermanos, y que no hay seguridad al encontrarse en posición semejante”.
“Hermano mío, usted no ha seguido una línea de procedimiento que anime a los hombres a dedicarse al ministerio. En vez de reducir los gastos de la obra a una suma baja, es su deber hacer que las mentes del pueblo comprendan que ‘el obrero es digno de su salario’”. “Las iglesias necesitan ser impresionadas con el hecho de que es su deber tratar honestamente con la obra de Dios, no permitiendo que repose sobre ellas la culpabilidad de la peor clase de robo, que es robarle a Dios los diezmos y las ofrendas. Cuando se hagan arreglos con los obreros en su causa, no debe obligárseles a aceptar una remuneración pequeña, porque falta dinero en la tesorería. De esta manera muchos han sido defraudados al no recibir su justo pago y es tan criminal a la vista de Dios como lo es retener el salario de los que están empleados en cualquier otro negocio regular.
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“Hay hombres capaces a quienes les gustaría salir y trabajar en varias asociaciones; pero no se animan porque necesitan tener los medios para sostener a sus familias. Permitir que una asociación permanezca inconmovible o que deje de pagar sus justas cuentas, constituye la peor clase de administración. Mucho de esto se práctica; y cada vez que se lo hace, Dios siente desagrado.
“Si los presidentes y otros obreros de nuestras asociaciones inculcan en las mentes del pueblo la naturaleza del delito de robar a Dios, y si poseen un verdadero espíritu de devoción y un sentido de responsabilidad por la obra, Dios hará que su labor sea una bendición para el pueblo, y se verá el fruto de sus esfuerzos. Los ministros han fracasado grandemente en su deber de trabajar de esa manera con las iglesias. Aparte de la predicación hay una labor importante que hacer. Si esto se hubiese hecho como Dios ordenó que fuese, habría habido mucho más obreros en el campo de los que hay ahora. Y si los ministros hubiesen cumplido con el deber de educar a cada miembro, rico o pobre para dar según Dios los haya prosperado, habría abundancia de recursos en la tesorería para pagar las deudas justas a los obreros; y esto adelantaría grandemente la obra misionera en todos sus confines. Dios me ha mostrado que muchas almas están en peligro de ruina eterna por causa del egoísmo y la mundanalidad; y los atalayas son los culpables, porque no han cumplido su deber. Este es un estado de cosas que a Satanás le regocija ver.
“Todas las ramas de la obra pertenecen a los ministros. No es la orden de Dios que alguien debe seguir tras ellos para atar los cabos de una obra inconclusa. La asociación no está obligada a emplear a otros obreros para seguir detrás y rehacer las puntadas sueltas dejadas por trabajadores negligentes. Es el deber del presidente de la asociación fiscalizar a los obreros y su trabajo, y enseñarles a ser fieles en estas cosas, porque ninguna iglesia que le robe a Dios puede prosperar. La escasez espiritual en nuestras iglesias es frecuentemente el resultado de un alarmante predominio del egoísmo. Los intereses y proyectos egoístas y mundanales se interponen entre el alma y Dios. Los hombres se aferran al mundo, al parecer con el temor de que si se sueltan de él, Dios dejaría de cuidarlos. Y así intentan cuidarse a sí mismos; están ansiosos, preocupados y angustiados, reteniendo sus grandes fincas y añadiendo a sus posesiones.
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“La Palabra de Dios habla acerca del ‘jornal de los obreros… el cual ha sido retenido por vosotros’. Santiago 5:4. Generalmente se entiende que esto se aplica a hombres acaudalados que emplean a sirvientes y no les pagan por su labor, pero tiene un significado más amplio que éste. Se aplica con gran fuerza a aquellos que han sido iluminados por el Espíritu de Dios y que aún así en cualquier grado obran conforme al mismo principio que estos hombres que emplean a sirvientes, obligándolos a aceptar el salario más bajo”.
Solemnemente le advierto que no mantenga una actitud parecida a la de los espías infieles que salieron a ver la tierra prometida. Cuando regresaron de su exploración, la congregación de Israel albergaba grandes esperanzas y aguardaba con ansiosa expectación. La noticia de su regreso se difundió de tribu en tribu y fue aclamada con regocijo. La gente salió apresurada a encontrarse con los mensajeros, los cuales habían soportado el cansancio del viaje por caminos polvorientos y bajo un sol abrasador. Estos mensajeros traían consigo muestras del fruto que daba evidencia de la fertilidad del suelo. La congregación se regocijó porque se posesionaría de una tierra tan buena, y escuchó atentamente cuando se dio el informe a Moisés para no perderse ni una palabra. Los enviados comenzaron diciendo: “Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y éste es el fruto de ella”. El pueblo se llenó de entusiasmo; con ahínco obedecería la voz del Señor e iría en seguida a poseer la tierra.
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Pero los espías continuaron diciendo: “Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac”. La escena cambió ahora. La esperanza y el valor dieron lugar a la desesperación cobarde, mientras que los enviados expresaban los sentimientos de sus corazones incrédulos, que estaban llenos de desaliento inspirado por Satanás. Su incredulidad arrojó una sombra lóbrega sobre la congregación, y el gran poder de Dios, tan a menudo manifestado en favor de su nación escogida, quedó en el olvido.
La gente se desesperó en su estado de desaliento y angustia. Un gemido de agonía se levantó y se entremezcló con el confundido murmullo de las voces. Caleb comprendió la situación y poniéndose valientemente en defensa de la Palabra de Dios, hizo todo lo que estaba a su alcance para contrarrestar la mala influencia de sus compañeros infieles. Por un instante el pueblo se tranquilizó para escuchar las palabras de esperanza y valor respecto a la buena tierra. No contradijo lo que ya se había dicho; las murallas son altas y los canaanitas son fuertes. “Subamos luego y tomemos posesión de ella; porque más podemos nosotros que ellos”. Pero los otros diez espías lo interrumpieron y pintaron los obstáculos más oscuros que la primera vez. “No podremos subir contra aquel pueblo porque es más fuerte que nosotros… y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de gran estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos”.
“Entonces toda la congregación gritó, y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche”. Los hombres que por tanto tiempo habían lidiado con la perversidad de Israel sabían muy bien cuál sería la próxima escena. La revuelta y el motín abierto siguieron rápidamente, porque a Satanás se le había dado rienda suelta y el pueblo parecía carecer de razón. Maldijeron a Moisés y a Aarón, olvidándose de que Dios escuchaba sus malvadas palabras y que, envuelto en la columna de humo, el Angel de su presencia estaba al tanto de su terrible manifestación de ira. Con amargura exclamaron: “¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto, o en este desierto ojalá muriéramos! ¿Por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto”.
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Con humildad y angustia Moisés y Aarón “se postraron sobre sus rostros delante de toda la multitud de la congregación de los hijos de Israel”, no sabiendo qué hacer para disuadirlos de su propósito precipitado y apasionado. Caleb y Josué procuraron acallar el tumulto. Rompiendo sus vestidos como señal de duelo e indignación, se lanzaron entre el pueblo y sus voces penetrantes se escucharon por encima de la tempestad de las lamentaciones y de rebelde pesadumbre: “La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena. Si Jehová se agrada de nosotros, él nos conducirá a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis”.
El falso informe de los espías infieles fue plenamente aceptado y por medio de él toda la congregación quedó engañada, tal como Satanás intentó que fuera; y la voz de Dios a través de sus fieles siervos fue desatendida. Los traidores habían hecho su obra. Toda la asamblea, con una sola voz, gritó en favor de apedrear a Caleb y a Josué.
Y ahora el poderoso Dios se manifestó, para desconcierto de su pueblo desobediente y murmurador. “Pero la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo de reunión a todos los hijos de Israel”. ¡Qué carga recayó sobre Moisés y Aarón, y cuán intensas fueron sus plegarias para que Dios no destruyese a su pueblo! Moisés presentó ante el Señor las gloriosas manifestaciones del poder divino que habían convertido el nombre de Jehová en un terror para sus enemigos, y le imploró que los enemigos de Dios y de su pueblo no tuvieran ocasión de decir: “Por cuanto no pudo Jehová meter a este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto”. El Señor oyó la oración de Moisés; pero declaró que los que se rebelaron contra él después de haber presenciado su poder y su gloria, morirían en el desierto; nunca verían la tierra que era su herencia prometida. Pero en cuanto a Caleb dijo Dios: “A mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión”.
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Fue la fe de Caleb en Dios lo que le dio ánimo, lo que lo libró del temor de los hombres, aun de los grandes gigantes, hijos de Anac, y lo capacitó para mantenerse firme y sin titubeos en defensa del bien. Es de esa misma exaltada fuente, el gran General de las huestes, que cada verdadero soldado de la cruz de Cristo ha de derivar fuerza y valor para vencer los obstáculos que a menudo parecen ser invencibles. La ley de Dios es anulada y los que desean cumplir su deber han de estar siempre listos para hablar las palabras que Dios les dé, y no palabras de duda, desánimo y desesperación.
Pastor M, aunque usted tenga el respaldo de muchos, como fue el caso de los espías infieles, de todos modos los sentimientos expresados en su carta no provienen del Espíritu del Señor. Cuídese de que sus palabras y su espíritu no sean como los de ellos, y su obra del mismo carácter pernicioso. En tiempos como éstos no hemos de albergar ni un pensamiento o pronunciar una palabra de incredulidad, ni dar lugar a actos egoístas. Esto se ha hecho en la Asociación de Upper Columbia y en la North Pacific; y cuando estuvimos allá, sentimos en alguna medida la tristeza, el tormento y el desaliento que experimentaron Moisés, Aarón, Caleb y Josué. Procuramos encauzar la corriente por una dirección opuesta, pero fue a costa de severa labor, gran ansiedad y angustia mental. Y eso que la labor de reforma en estas asociaciones apenas ha comenzado. Es sólo con el tiempo que se vencerán la incredulidad, la falta de confianza y la sospecha cultivadas por muchos años. En gran manera Satanás ha tenido éxito en llevar a cabo sus propósitos en estas asociaciones, porque ha encontrado a personas que puede usar como agentes.
Por amor a Cristo y a la verdad, hermano M, no deje la obra en su asociación en tal estado que le sea imposible a su sucesor poner las cosas en orden. El pueblo ha recibido una visión estrecha y limitada de la obra; se ha fomentado el egoísmo, y la mundanalidad no ha sido reprendida. Le pido que haga todo lo que esté a su alcance para borrar la estampa equivocada que le ha dado a esta asociación, que remedie los tristes efectos de su descuido del deber, y de esta manera prepare el campo para otro obrero. Si usted no hace así, que Dios se apiade del obrero que le siga a usted.