Testimonios para la Iglesia, Vol. 5, p. 425-433, día 308

La crisis venidera

“Entonces el dragón fue airado contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra los otros de la simiente de ella, los cuales guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo”. Apocalipsis 12:17. En el cercano futuro veremos cumplirse estas palabras, cuando las iglesias protestantes se unan con el mundo y con el poder papal contra los observadores de los mandamientos. El mismo espíritu que movió a los papistas de siglos pasados, inducirá a los protestantes a seguir una conducta similar hacia aquellos que se mantienen leales a Dios.

La Iglesia y el Estado están haciendo ahora preparativos para el conflicto futuro. Los protestantes están trabajando en forma disfrazada para llevar el domingo al frente, como lo hicieron los romanistas. En toda la tierra el papado está acumulando sus altas y macizas estructuras en cuyos secretos recintos se han de repetir sus antiguas persecuciones. Y se está preparando el camino para que se manifiesten en gran escala esos prodigios mentirosos por los cuales Satanás seduciría, si fuese posible, a los mismos escogidos.

El decreto que ha de proclamarse contra el pueblo de Dios será muy similar al que promulgó Asuero contra los judíos en el tiempo de Ester. El edicto persa brotó de la malicia de Amán hacia Mardoqueo. No porque Mardoqueo le hubiese hecho daño, sino porque se negaba a mostrarle la reverencia que pertenece solamente a Dios. La decisión del rey contra los judíos fue obtenida con falsas declaraciones por calumnias contra ese pueblo peculiar. Satanás inspiró el plan, a fin de librar la tierra de aquellos que preservaban el conocimiento del verdadero Dios. Pero sus maquinaciones fueron derrotadas por un poder contrario que reina entre los hijos de los hombres. Los ángeles que son poderosos en fortaleza fueron comisionados para que protegiesen al pueblo de Dios, y las maquinaciones de sus adversarios recayeron sobre sus propias cabezas. El mundo protestante de hoy ve en el pequeño grupo que guarda el sábado un Mardoqueo a la puerta. Su carácter y su conducta, que expresan reverencia por la ley de Dios, son una reprensión constante para los que han desechado el temor de Jehová y están pisoteando su sábado; de alguna manera hay que deshacerse del molesto intruso.

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La misma mente magistral que maquinó contra los fieles en siglos pasados sigue procurando librar la tierra de aquellos que temen a Dios y obedecen su ley. Satanás excitará indignación contra la humilde minoría que concienzudamente se niega a aceptar las costumbres y tradiciones populares. Hombres de posición y reputación se unirán con los inicuos y los viles para maquinar contra el pueblo de Dios. La riqueza, el genio y la educación se combinarán para cubrirlos de escarnio. Los perseguidores gobernantes, ministros de la religión y miembros de las iglesias conspirarán contra ellos. De viva voz y por la pluma, con jactanciosas amenazas y ridículo, procurarán destruir su fe. Por calumnias y airados llamamientos, despertarán las pasiones del pueblo. No teniendo un “Así dicen las Escrituras”, para presentarlo contra los defensores del sábado bíblico, recurrirán a promulgaciones opresivas para suplir la falta. Para obtener popularidad y apoyo, los legisladores cederán a la demanda de una ley dominical. Los que temen a Dios no pueden aceptar una institución que viola los preceptos del Decálogo. Sobre este campo de batalla se produce el último gran conflicto de la controversia entre la verdad y el error. Y no se nos deja en duda en cuanto al resultado. Ahora, como en los días de Mardoqueo, el Señor vindicará su verdad y su pueblo. 

Por el decreto que imponga la institución del papado en violación a la ley de Dios, nuestra nación se separará completamente de la justicia. Cuando el protestantismo extienda la mano a través del abismo para asir la mano del poder romano, cuando se incline por encima del abismo para darse la mano con el espiritismo, cuando, bajo la influencia de esta triple unión, nuestro país repudie todo principio de su constitución como gobierno protestante y republicano, y haga provisión para la propagación de las mentiras y seducciones papales, entonces sabremos que ha llegado el tiempo en que se verá la asombrosa obra de Satanás, y que el fin está cerca.

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Como el acercamiento de los ejércitos romanos fue para los discípulos una señal de la inminente destrucción de Jerusalén, esta apostasía podrá ser para nosotros una señal de que se llegó al límite de la tolerancia de Dios, de que nuestra nación colmó la medida de su iniquidad, y de que el ángel de la misericordia está por emprender el vuelo para nunca volver. Los hijos de Dios se verán entonces sumidos en aquellas escenas de aflicción y angustia de Jacob. Ascienden al cielo los clamores de los fieles y perseguidos. Y como la sangre de Abel clamó desde el suelo, hay voces que claman a Dios desde la tumba de los mártires, desde los sepulcros del mar, desde las cuevas de las montañas, desde las bóvedas de los conventos: “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre de los que moran en la tierra?” Apocalipsis 6:10.

El Señor está haciendo su obra. Todo el cielo está conmovido. El Juez de toda la tierra ha de levantarse pronto para vindicar su autoridad insultada. La señal de la liberación será puesta sobre los que guardan los mandamientos de Dios, reverencian su ley y rechazan la marca de la bestia y su imagen.

Dios ha revelado lo que ha de acontecer en los postreros días, a fin de que su pueblo esté preparado para resistir la tempestad de oposición e ira. Aquellos a quienes se les han anunciado los sucesos que les esperan, no han de permanecer sentados en tranquila expectación de la tormenta venidera, consolándose con el pensamiento de que el Señor protegerá a sus fieles en el día de la tribulación. Hemos de ser como hombres que aguardan a su Señor, no en ociosa expectativa, sino trabajando fervientemente, con fe inquebrantable. No es ahora el momento de permitir que nuestras mentes se enfrasquen en cosas de menor importancia. Mientras los hombres están durmiendo, Satanás arregla activamente los asuntos de tal manera que el pueblo de Dios no obtenga misericordia ni justicia. El movimiento dominical se está abriendo paso en las tinieblas. Los dirigentes están ocultando el fin verdadero, y muchos de los que se unen al movimiento no ven hacia dónde tiende la corriente que se hace sentir por debajo. Los fines que profesan son benignos y aparentemente cristianos; pero cuando hablen, se revelará el espíritu del dragón. 

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Es nuestro deber hacer todo lo que está en nuestro poder para evitar el peligro que nos amenaza. Debemos esforzarnos por desarmar el prejuicio y colocarnos en la debida luz delante de la gente. Debemos presentarles realmente lo que está en cuestión, e interponer así la protesta más eficaz contra las medidas destinadas a restringir la libertad de conciencia. Debemos escudriñar las Escrituras para poder dar razón de nuestra fe. Dice el profeta: “Los impíos obrarán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero entenderán los entendidos”. Daniel 12:10. 

Los que tienen acceso a Dios por Cristo tienen que hacer una obra importante. Ahora es el momento de echar mano del brazo de nuestra fuerza. La oración de los pastores y los miembros laicos debe ser la oración de David: “Tiempo es de actuar, oh Jehová; porque han invalidado tu ley”. Salmos 119:126. Lloren los siervos de Jehová entre el pórtico y el altar, clamando: “Perdona, oh Jehová a tu pueblo, y no pongas en oprobio tu heredad”. Joel 2:17.

Dios obró siempre en favor de su pueblo en su más extrema necesidad, cuando parecía haber menos esperanza de que se pudiese evitar la ruina. Los designios de los impíos enemigos de la iglesia están sujetos a su poder y su providencia es capaz de predominar sobre ellos. El puede obrar sobre los corazones de los estadistas; la ira de los turbulentos y desafectos aborrecedores de Dios, de su verdad y de su pueblo, puede ser desviada, como se desvían los ríos cuando él lo ordena. La oración mueve el brazo de la Omnipotencia. El que manda a las estrellas en su orden en el firmamento, cuya palabra domina a todo el mar, el mismo Creador infinito, obrará en favor de sus hijos si ellos le invocan con fe. El refrenará las fuerzas de las tinieblas, hasta que se dé al mundo la amonestación y todos los que quieran escucharla estén preparados para el conflicto. 

“Ciertamente la ira del hombre te acarreará alabanza” -dice el salmista-: “tú reprimirás el resto de las iras”. Salmos 76:10. Dios quiere que la verdad probadora se destaque al frente y llegue a ser tema de examen y de discusión, aunque sea por el desprecio que se le imponga. Deben agitarse los espíritus. Toda controversia, todo oprobio y toda calumnia serán para Dios el medio de provocar investigación y despertar las mentes que de otra manera dormitarían. 

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Así fue en la historia pasada del pueblo de Dios. Por negarse a adorar la imagen de oro que Nabucodonosor había levantado, los tres hebreos fueron arrojados al horno ardiente. Pero Dios protegió a sus siervos en medio de las llamas, y la tentativa de imponer la idolatría resultó en que el conocimiento del verdadero Dios fue presentado a la congregación de príncipes y nobles del vasto reino de Babilonia.

Así sucedió también cuando se promulgó el decreto que prohibía que se hiciese oración a cualquier dios menos al rey. Como Daniel, según su costumbre, suplicaba tres veces por día al Dios del cielo, la atención de los príncipes gobernantes fue atraída a su caso. Tuvo oportunidad de hablar en su defensa, de demostrar quién es el verdadero Dios y presentar la razón por la cual él solo debe recibir la adoración y nosotros debemos rendirle alabanza y homenaje. Y al ser liberado Daniel del foso de los leones, se tuvo otra evidencia de que el Ser a quien adoraba era el Dios verdadero y vivo. 

Así también el encarcelamiento de Pablo llevó el Evangelio ante reyes, príncipes y gobernantes que de otra manera no habrían tenido esa luz. Los esfuerzos hechos para retardar el progreso de la verdad servirán para impulsarlo y ensancharlo. Desde cualquier punto que se considere la verdad, su excelencia se destacará con claridad cada vez más intensa. El error requiere disfraz y ocultamiento. Se viste de manto angelical y toda manifestación de su verdadero carácter disminuye sus probabilidades de éxito. 

Las personas a quienes Dios ha hecho depositarias de su ley no han de permitir que se oculte su luz. La verdad debe ser proclamada en los lugares oscuros de la tierra. Hay que hacer frente a los obstáculos y superarlos. Debe hacerse una gran obra, y esta obra ha sido confiada a los que conocen la verdad. Deben interceder poderosamente con Dios para obtener ayuda ahora. El amor de Cristo debe difundirse en su propio corazón. El Espíritu de Cristo debe ser derramado sobre ellos, y deben prepararse para subsistir en el juicio. Mientras se estén consagrando ellos mismos a Dios, un poder convincente acompañará sus esfuerzos para presentar la verdad a otros, y su luz hallará acceso a muchos corazones.

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Ya no debemos dormir en el terreno encantado de Satanás, sino poner a requisición todos nuestros recursos y valernos de toda oportunidad que nos ha provisto la Providencia. La última amonestación ha de ser proclamada “a muchos pueblos y gentes y lenguas y reyes” (Apocalipsis 10:11), y se nos hace la promesa: “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mateo 28:20. 

La iglesia es la luz del mundo

El Señor llamó a su pueblo Israel, y lo separó del mundo, a fin de confiarle un cometido sagrado. Lo hizo depositario de su ley, y quiso por su medio conservar entre los hombres el conocimiento de sí mismo. Por este pueblo, la luz del cielo había de resplandecer en los lugares oscuros de la tierra, y había de oírse una voz llamando a todos los pueblos a apartarse de su idolatría para servirle al Dios viviente y verdadero. Si los hebreos hubiesen sido fieles a su cometido, habrían sido una potencia en el mundo. Dios habría sido su defensa, y los habría ensalzado sobre todas las demás naciones. Su luz y su verdad habrían sido reveladas por su medio, y se habrían destacado bajo su sabia y santa dirección como ejemplo de la superioridad de su gobierno sobre toda forma de idolatría. 

Pero ellos no cumplieron su pacto con Dios. Siguieron las prácticas idólatras de otras naciones, y en vez de dar al nombre de su Creador alabanza en la tierra, su conducta lo expuso al desprecio de los paganos. Sin embargo, el propósito de Dios debe lograrse. El conocimiento de su voluntad debe difundirse en la tierra. Dios trajo la mano del opresor sobre su pueblo, y lo dispersó cautivo entre las naciones. Bajo la aflicción, muchos de ellos se arrepintieron de sus transgresiones y buscaron al Señor. Dispersos en las tierras de los paganos, difundieron el conocimiento del verdadero Dios. Los principios de la ley divina entraron en conflicto con las costumbres y prácticas de las naciones. Los idólatras trataron de aplastar la verdadera fe. En su providencia, el Señor puso a sus siervos, Daniel, Nehemías, Esdras, frente a frente con reyes y gobernantes, para que esos idólatras tuviesen oportunidad de recibir la luz. Así la obra que Dios había dado a su pueblo para que la hiciese en la prosperidad, en sus propios confines, pero que había sido descuidada por su infidelidad, fue hecha por ellos en el cautiverio, bajo grandes pruebas y molestias. 

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Dios ha llamado a su iglesia en este tiempo, como llamó al antiguo Israel, para que se destaque como luz en la tierra. Por la poderosa cuña de la verdad -los mensajes de los ángeles primero, segundo y tercero-, la ha separado de las iglesias y del mundo para colocarla en sagrada proximidad a sí mismo. La ha hecho depositaria de su ley, y le ha confiado las grandes verdades de la profecía para este tiempo. Como los santos oráculos confinados al antiguo Israel, son un sagrado cometido que ha de ser comunicado al mundo. Los tres ángeles de (Apocalipsis 14) representan a aquellos que aceptan la luz de los mensajes de Dios, y salen como agentes suyos para pregonar las amonestaciones por toda la anchura y longitud de la tierra. Cristo declara a los que le siguen: “Sois la luz del mundo” Mateo 5:14. A toda alma que acepta a Jesús, la cruz del Calvario dice: “He aquí el valor de un alma. ‘Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura’”. Marcos 16:15. No se ha de permitir que nada estorbe esta obra. Es una obra de suma importancia para este tiempo; y ha de ser tan abarcante como la eternidad. El amor que Jesús manifestó por las almas de los hombres en el sacrificio que hizo por su redención, impulsará a todos los que le sigan. 

Pero muy pocos de los que han recibido la luz están haciendo la obra confiada a sus manos. Hay algunos hombres de fidelidad inquebrantable que no buscan la comodidad, la conveniencia ni la vida misma, que van penetrando doquiera vean la oportunidad de presentar la luz de la verdad y vindicar la santa ley de Dios. Pero los pecados que dominan al mundo han penetrado en las iglesias, y en el corazón de los que aseveran ser el pueblo peculiar de Dios. Muchos de los que han recibido la luz ejercen una influencia que tiende a calmar los temores de los mundanos y religiosos formales. 

Hay amadores del mundo aun entre aquellos que profesan esperar al Señor. Hay ambición de riquezas y honores. Cristo describe a esa clase cuando declara que el día de Dios ha de venir como un lazo sobre todos los que moran en la tierra. Este mundo es su hogar. Se dedican a conseguir tesoros terrenales. Erigen costosas viviendas con todas las comodidades; hallan placer en los vestidos y en la satisfacción del apetito. Las cosas del mundo son sus ídolos. Los tales se interponen entre el alma y Cristo, y ven tan sólo en forma débil y empañada las solemnes y tremendas realidades que nos apremian. La misma desobediencia y el fracaso que se vieron en la iglesia judáica han caracterizado en mayor grado al pueblo que ha tenido la gran luz celestial de los últimos mensajes de amonestación. ¿Dejaremos que la historia de Israel se repita en nuestra vida? ¿Desperdiciaremos como ellos nuestras oportunidades y privilegios hasta que Dios permita que nos sobrecojan la opresión y la persecución? ¿Dejaremos sin hacer la obra que podríamos haber hecho en paz y comparativa prosperidad hasta que debamos hacerla en días de tinieblas, bajo la presión de las pruebas y persecuciones? 

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Hay una terrible culpa de la cual la iglesia es responsable. ¿Por qué no están haciendo más esfuerzos fervientes para dar la luz a otros aquellos que la tienen? Ven que el fin se acerca. Ven que multitudes violan diariamente la ley de Dios; saben que esas almas no pueden ser salvas en la transgresión. Sin embargo, tienen más interés en sus oficios, sus fincas, sus casas, sus mercaderías, sus vestidos y sus mesas, que en las almas de los hombres y mujeres con quienes tendrán que encontrarse frente a frente en el juicio. Los que pretenden obedecer la verdad están dormidos. No podrían estar tan cómodos si estuviesen despiertos. El amor a la verdad se está apagando en su corazón. Su ejemplo no es de tal índole que convenza al mundo de que tienen la verdad sobre todos los demás pueblos de la tierra. Cuando debieran ser fuertes en Dios y tener una experiencia diaria viva, son débiles, vacilantes, buscan su sostén espiritual en los predicadores, cuando debieran estar sirviendo a otros con mente, alma, voz, pluma, tiempo y dinero. 

Hermanos y hermanas, muchos de vosotros os excusáis de obrar, diciendo que no podéis trabajar para otros. Pero ¿os hizo Dios tan incapaces? ¿No ha sido esta incapacidad vuestra producida por vuestra propia inactividad y perpetuada por vuestra decisión deliberada? ¿No os dio el Señor por lo menos un talento que aprovechar, no para vuestra conveniencia y satisfacción, sino para él? ¿Habéis comprendido vuestra obligación, como siervos suyos, de darle renta mediante un empleo sabio y hábil del capital que os confió? ¿Habéis descuidado las oportunidades de mejorar vuestras facultades a este fin? Es demasiado cierto que pocos han sentido alguna responsabilidad ante Dios. El amor, el juicio, la memoria, la previsión, el tacto, la energía y todas las demás facultades han sido consagradas al yo. Dedicasteis más sabiduría al servicio del mal que a la causa de Dios. Habéis pervertido, incapacitado, hasta embrutecido, vuestras facultades en la intensa búsqueda de ventajas terrenas, con descuido de la obra de Dios.

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Sin embargo, calmáis vuestra conciencia diciendo que no podéis deshacer lo pasado, y obtener el vigor, la fuerza y la habilidad que podríais haber tenido si hubieseis empleado vuestras facultades como Dios lo requería. Pero recordad que él os tiene por responsables de la obra hecha negligentemente o dejada sin hacer por vuestra infidelidad. Cuanto más ejercitéis vuestras facultades por el Maestro, tanto más aptos y hábiles os volveréis. Cuanto más íntimamente os relacionéis con la fuente de luz y poder, mayor luz será derramada sobre vosotros, y mayor poder obtendréis para dedicarlo a Dios. Y sois responsables por todo lo que podríais haber tenido, pero dejasteis de obtener por vuestra devoción al mundo. Cuando decidisteis seguir a Cristo, os comprometisteis a servirle a él solo; y él prometió estar con vosotros y bendeciros, refrigeraros con su luz, concederos su paz y haceros gozosos en su obra. ¿Habéis dejado de experimentar estas bendiciones? Tened por seguro que es el resultado de vuestra propia conducta. 

A fin de escapar a la conscripción durante la guerra, hubo hombres que se provocaron enfermedades, otros se mutilaron para quedar inaptos para el servicio. Esto ilustra la conducta que muchos han seguido en relación con la causa de Dios. Han atrofiado sus facultades, tanto físicas como mentales, y no han podido hacer la obra que es tan necesaria.

Supongamos que se colocase una suma de dinero en vuestras manos para que la invirtierais con cierto fin. ¿La arrojaríais lejos declarando que ya no erais responsables de usarla? ¿Os parecería que os habríais ahorrado una gran preocupación? Sin embargo, esto es lo que habéis estado haciendo con los dones de Dios. Excusaros de trabajar por otros, por falta de capacidad, mientras que estáis absortos en búsquedas mundanales, es burlaros de Dios. Multitudes están bajando a la ruina; el pueblo que ha recibido la luz y la verdad no es más que un puñado para resistir a toda la hueste del mal; y sin embargo, este pequeño grupo está dedicando sus energías a todo menos aprender a rescatar las almas de la muerte. ¿Es acaso extraño que la iglesia sea débil y deficiente, que Dios pueda hacer tan poco en favor de los que profesan ser su pueblo? Se están colocando donde le es imposible trabajar con ellos y para ellos. ¿Osaréis continuar así, despreciando sus requerimientos? ¿Seguiréis jugando con los más sagrados cometidos del cielo? ¿Diréis como Caín: “¿Soy yo guarda de mi hermano”? Génesis 4:9. 

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