Los pensamientos del corazón, las palabras de nuestros labios y todas las obras de nuestra vida, harán que nuestro carácter sea más digno, si es que sentimos la presencia constante de Dios. Sea el lenguaje del corazón el siguiente: “He aquí Dios está en nuestro medio”. Entonces la vida será pura, el carácter inmaculado, y el alma se elevará de continuo al Señor. Vosotros no habéis seguido este curso en Battle Creek. Se me ha mostrado que una dolorosa y contagiosa enfermedad os aflige, la cual producirá la muerte espiritual si no es detenida.
Muchos son arruinados por anhelar una vida de comodidad y placer. La abnegación les parece algo indeseable. Constantemente procuran evitar las pruebas que son inseparables de un rumbo de fidelidad hacia Dios. Fijan sus afectos en la obtención de los bienes de esta vida. Este es el éxito humano, pero ¿acaso no se consigue a expensas de los intereses futuros y eternos? El gran propósito de la vida es de manifestarnos como siervos fieles de Dios, que amamos la justicia y odiamos el pecado. Debiéramos aceptar con gratitud todo grado de felicidad y éxito que nos sea impartido en nuestro cumplimiento actual del deber. Nuestra mayor fuerza se manifiesta cuando sentimos y reconocemos nuestra debilidad. La mayor pérdida que cualquiera de vosotros en Battle Creek puede sufrir es la pérdida de la seriedad y el celo perseverante para hacer el bien, la pérdida de la fuerza para resistir la tentación, la pérdida de la fe en los principios de la verdad y el deber.
Que ninguno se lisonjee pensando que es una persona de éxito, a menos que conserve la integridad de su conciencia y se entregue del todo a la verdad y a Dios. Debemos avanzar firmemente y nunca perder el ánimo ni la fe en las buenas obras, no importan las pruebas que se presenten en el camino o la oscuridad moral que nos rodee. La paciencia, la fe, y el amor por el deber son las lecciones que tenemos que aprender. Subyugar el yo y contemplar a Jesús es trabajo de todos los días. El Señor nunca abandonará al alma que confía en él y solicita su ayuda. La corona de la vida se coloca sobre la frente de aquel que ha vencido. Para todos, hay una obra seria y solemne que hacer por Dios mientras dure la vida. A medida que el poder de Satanás aumenta y se multiplican sus artimañas, los que están a cargo del rebaño de Dios deben mostrarse hábiles y aptos y ejercer un perspicaz don de mando. No solamente tiene cada uno de nosotros una obra que hacer por su propia alma, sino que también tenemos el deber de despertar a otros para que busquen la vida eterna.
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Mis hermanos, me causa dolor tener que deciros que vuestro pecaminoso olvido de andar en la luz os ha sumido en las tinieblas. Puede ser que ahora seáis sinceros al no reconocer y obedecer la luz; las dudas que habéis abrigado, el no haber hecho caso a los requerimientos de Dios, han cegado vuestras percepciones de tal manera que para vosotros la oscuridad es ahora luz, y la luz oscuridad. Dios os ha pedido que marchéis adelante hacia la perfección. El cristianismo es una religión de progreso. La luz que proviene de Dios es completa y amplia y está a nuestra disposición. No importa cuántas bendiciones el Señor otorgue, siempre le queda un raudal infinito más allá, de un depósito inagotable del cual podemos extraer. El escepticismo podrá abordar los sagrados reclamos del Evangelio con bromas, burlas y negaciones. El espíritu mundanal podrá contaminar a los muchos y controlar a los pocos; pero la causa de Dios se sostendrá sólo mediante grandes esfuerzos y sacrificio continuo, y finalmente vencerá.
La orden recibida es: ¡Adelante! Cumplid vuestros deberes individuales, y dejad los resultados en las manos de Dios. Si avanzamos por donde Jesús nos guía, experimentaremos su triunfo, compartiremos su gozo. Tenemos que participar en los conflictos si queremos lucir la corona de victoria. Así como lo fue Jesús, tenemos que ser perfeccionados mediante el sufrimiento. Si la vida de Cristo hubiera sido ociosa, entonces podríamos entregarnos a la pereza. En vista de que su vida se caracterizó por la continua abnegación, el sufrimiento, y el renunciamiento de sí mismo, no habremos de quejarnos si somos partícipes con él. Podemos andar con seguridad por la senda más oscura si tenemos como guía a la Luz del mundo.
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El Señor os está examinando y probando. El ha dado consejos, ha amonestado y rogado. Todas estas solemnes advertencias o mejorarán a la iglesia o la harán decididamente peor. Mientras hable el Señor para corregir o amonestar, y vosotros despreciéis su voz, más inclinados estaréis a rechazarla una y otra vez, hasta que Dios diga: “Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, sino que desechasteis todo consejo mío y no aceptasteis mi reprensión, también yo me reiré de vuestra desgracia, y me burlaré cuando os sobrevenga lo que teméis; cuando venga de repente lo que os asusta, y vuestra desgracia llegue como un torbellino; cuando sobre vosotros vengan la tribulación y la angustia. Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán con afán, y no me hallarán. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino, y se hartarán de sus propios planes”. Proverbios 1:24-31.
¿No estáis claudicando entre dos opiniones? ¿No sois negligentes al no hacer caso a la luz que Dios os ha dado? Cuidaos de que no haya en algunos de vosotros un corazón impío de incredulidad al apartaros del Dios viviente. No conocéis el tiempo de vuestra visitación. El gran pecado de los judíos fue el menosprecio y rechazo de las oportunidades presentes. Al contemplar Jesús la condición en que están sus seguidores hoy, lo que ve es una vil ingratitud, un formalismo hueco, una insinceridad hipócrita, un orgullo farisaico, y la apostasía.
Las lágrimas derramadas por Jesús en la cima del monte de las Olivas fueron por la impenitencia e ingratitud de cada ser humano hasta el fin del tiempo. El ve que su amor es despreciado. Los ámbitos del templo del alma se han convertido en lugares de tráfico profano. El egoísmo, la avaricia, la malicia, la envidia, el orgullo, la pasión, todo esto está atesorado en el corazón. Sus amonestaciones son rechazadas y ridiculizadas, sus embajadores tratados con indiferencia y sus palabras vistas como cuentos ociosos. Jesús ha hablado mediante sus misericordias, pero ellas han sido desatendidas; ha hablado por medio de solemnes advertencias, pero éstas han sido rechazadas.
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Ruego a vosotros que habéis profesado la fe por mucho tiempo y que todavía le rendís un homenaje superficial a Cristo: No engañéis a vuestras propias almas. Lo que Jesús aprecia es el corazón entero. La lealtad del alma es lo único que vale ante la vista de Dios. “¡Si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!” Lucas 19:42. “Si también tú”. Cristo en estos momentos está dirigiéndose a ti personalmente, inclinándose desde su trono, suspirando con ternura compasiva por aquellos que no están conscientes de su peligro, que no tienen compasión por sí mismos.
Muchos procuran desenvolverse en la vida estando muertos espiritualmente. Estos algún día dirán: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les diré claramente: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de iniquidad”. Mateo 7:22, 23. Un ay será pronunciado sobre ti si te demoras y vacilas hasta que se ponga el Sol de Justicia; la negrura de la noche eterna será tu heredad. ¡Oh, ojalá pudiera derretirse el corazón frío, formal y mundano! Cristo no sólo derramó lágrimas por nosotros, sino también su propia sangre. ¿No nos despertarán estas manifestaciones de su amor a una humillación profunda ante Dios? Para ser aprobados por Dios, lo que necesitamos es la humildad y la abnegación.
Aquel que está siendo dirigido por Dios no estará satisfecho consigo mismo, por cuanto la luz que proviene del Hombre perfecto brilla sobre él. Sin embargo, los que pierden de vista al Modelo, y estiman ser mayores de lo que son, verán las faltas de los demás y los criticarán; serán cortantes, suspicaces, y condenadores; denigrarán a los demás para exaltarse a sí mismos.
La última vez que el Señor presentó vuestro caso ante mí, y me hizo saber que no habíais hecho caso de la luz que se os impartió, se me pidió que os hablase claramente en su nombre por cuanto su ira se había encendido contra vosotros. Me fueron dirigidas las siguientes palabras: “Tu obra te ha sido asignada por Dios. Muchos no te escucharán porque no escucharon al Gran Maestro; muchos no admitirán la corrección, porque creen que andan bien ante su propia vista De todos modos, comunícales las reprensiones y amonestaciones que yo te daré, escuchen o dejen de escuchar”.
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Os comunico el testimonio del Señor. Todos los que oyen su voz están dispuestos a ser corregidos; pero aquellos que han sido engañados por el enemigo no están dispuestos a venir a la luz ahora, no sea que sus obras sean reprochadas. Muchos de vosotros no sois capaces de discernir la obra y la manifestación de Dios. Ignoráis que es él. El Señor aún posee gracia en plenitud y está dispuesto a perdonar a todos los que vienen a él arrepentidos y con fe. Dijo el Señor: Muchos no se dan cuenta de la causa de su tropiezo. No atienden la voz de Dios, sino que siguen tras lo que sus ojos ven y se dejan llevar por el entendimiento de su propio corazón. La incredulidad y el escepticismo han tomado el lugar de la fe. “Me han abandonado”.
Se me mostró que padres y madres se han apartado de la sencillez y han pasado por alto el sagrado llamado del Evangelio. El Señor los ha amonestado que no se corrompan adoptando las costumbres y máximas del mundo. Cristo les hubiera proporcionado las inescrutables riquezas de su gracia libremente y en abundancia, pero no dan muestras de ser merecedores de ellas.
Muchos están introduciendo en sus almas un ambiente de vanidad. Apenas se imagina una persona que tiene algún talento que pudiera ser de utilidad en la causa de Dios, cuando sobreestima el talento y comienza a pensar en sí mismo más de lo que debiera, como si fuera una columna en la iglesia. La obra que pudiera realizar aceptablemente se la deja a otra persona que tiene menos habilidad de la que él mismo cree poseer. Piensa y habla acerca de algo más elevado. Es su deber dejar que su luz brille ante los hombres; sin embargo, en lugar de brillar en su vida la gracia, la mansedumbre, la modestia, la bondad, la ternura y el amor, es el yo, el importante yo, el que se asoma por doquiera.
El espíritu de Cristo debiera controlar nuestro carácter y conducta de tal manera que nuestra influencia pueda siempre bendecir, animar y edificar. Nuestros pensamientos, palabras y hechos debieran dar testimonio de que hemos nacido de arriba y que la paz de Cristo domina en nuestros corazones. De esta manera proyectamos en torno nuestro el gentil resplandor a que se refirió el Señor cuando dijo que dejásemos brillar nuestra luz ante los hombres. De esta forma dejamos huellas tras nosotros que conducen al cielo. Así, todos los que están vinculados con Cristo podrán convertirse en predicadores más eficaces de la justicia que lo que serían mediante el esfuerzo más capaz desde el púlpito sin tener esta unción celestial. Los portadores de luz que irradian el resplandor más puro son aquellos que menos conscientes están de su propio brillo, de la misma manera que las flores menos ostentosas son las que difunden la más dulce fragancia.
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Nuestro pueblo está cometiendo graves errores. No podemos alabar y adular a ningún hombre sin causarle gran daño; los que hacen esto se chasquearán seriamente. Confían demasiado en el hombre finito y no lo suficiente en Dios, que no comete errores. El deseo ansioso de impulsar a hombres hacia la atención pública, es evidencia de desviación de Dios y de amistad con el mundo. Este es el espíritu característico de esta época. Demuestra que en los hombres no hay el mismo sentir de Jesús; la ceguera y la pobreza espirituales han descendido sobre ellos. A menudo personas de mentes inferiores apartan sus ojos de Jesús y contemplan una norma meramente humana, por medio de la cual no están conscientes de su propia pequeñez, y por lo tanto tienen una idea equivocada respecto a sus aptitudes y dones. Entre nosotros como pueblo existe idolatría de los instrumentos y del talento meramente humano, y aun de los que tienen un carácter más superficial. El yo debiera morir y debiéramos abrigar una fe humilde de niño. El pueblo de Dios se ha apartado de su sencillez. Su fuerza no está en Dios, por lo que está débil y desfallece espiritualmente.
Se me ha mostrado que el espíritu del mundo está rápidamente cundiendo como levadura dentro de la iglesia. Estáis siguiendo el mismo camino del antiguo Israel. Se ve el mismo decaimiento de vuestra vocación sagrada que se vio entre el pueblo escogido de Dios. Tenéis compañerismo con las obras infructuosas de las tinieblas. Vuestra concordancia con los incrédulos ha provocado el desprecio de Dios. No conocéis lo que es para vuestra paz, y velozmente os está siendo vedado. Vuestro descuido en no seguir la luz os colocará en una posición más desfavorable que la de los judíos, sobre los cuales Cristo pronunció un ay.
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Se me ha mostrado que la incredulidad en cuanto a los testimonios ha estado aumentando gradualmente a medida que el pueblo va desviándose de Dios. Es algo que ha penetrado nuestras filas y que se ha extendido por todo el campo. Pero muy pocos conocen lo que nuestras iglesias han de experimentar. Vi que en la actualidad estamos bajo la clemencia divina, pero nadie sabe por cuánto tiempo más será así. Ninguno conoce cuán grande ha sido la misericordia de que hemos sido objetos. Muy pocos se dedican a Dios de corazón. Hay solamente unos pocos que cual estrellas en una noche tormentosa brillan aquí y allá entre nubes.
Muchos de los que cómodamente escuchan las verdades de la Palabra de Dios están muertos espiritualmente, aunque profesan estar vivos. Por años han entrado y salido de nuestras congregaciones, pero parecen cada vez menos suceptibles al valor de la verdad revelada. No tienen hambre ni sed de justicia. No tienen gusto por los asuntos espirituales o divinos. Le dan su asentimiento a la verdad, pero ésta no los santifica. Ni la palabra de Dios ni los testimonios de su Espíritu les crean una impresión duradera. Conforme a la luz, los privilegios y oportunidades que han despreciado, será su condenación. Muchos de los que predican la verdad a otros están ellos mismos albergando la iniquidad. Los ruegos del Espíritu de Dios, que son como una melodía celeste; las promesas de su Palabra, ricas y abundantes, sus amenazas contra la idolatría y la desobediencia, ninguna de estas cosas son capaces de derretir el corazón que el mundo ha endurecido. Muchos están tibios. Están en la misma posición que Meroz, ni a favor ni en contra, ni fríos ni calientes. Oyen las palabras de Cristo, pero no las ponen por obra. Si permanecen en este estado, él los rechazará con aborrecimiento. Muchos de aquellos que han tenido gran luz, grandes oportunidades y toda clase de ventajas espirituales, rinden homenaje a Cristo y al mundo a la misma vez. Se inclinan ante Dios y Mammón. Hacen fiesta con los hijos del mundo, y a la vez dicen que son bendecidos juntamente con los hijos de Dios. Desean tener a Cristo como Salvador, pero rehusan llevar su cruz y su yugo. El Señor tenga misericordia de vosotros; porque si seguís así, ninguna cosa sino el mal podrá profetizarse acerca de vosotros.
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La paciencia de Dios tiene su propósito, pero vosotros lo estáis derrotando. El ha estado permitiendo que os sobrecoja un estado de cosas que con el tiempo desearíais que fuera contrarrestado, pero ya será demasiado tarde. Dios le ordenó a Elías que ungiese al cruel y engañoso Hazael como rey de Siria para que fuese un azote para el pueblo idólatra de Israel. ¿Quién sabe si Dios os abandonará a los engaños que amáis? ¿Quién sabe si los predicadores que se mantienen fieles, firmes y leales serán los últimos que ofrecerán el Evangelio de paz a nuestras iglesias ingratas? Puede ser que los agentes destructores ya estén siendo adiestrados bajo el mando de Satanás y que sólo esperen la desaparición de unos pocos portaestandartes más para tomar su lugar y con la voz del falso profeta clamar, “paz, paz”, cuando el Señor no ha pronunciado la paz. Raras veces lloro, pero en estos instantes mis ojos están inundados de lágrimas, las cuales caen sobre el papel mientras escribo. Puede ser que dentro de poco tiempo toda profecía entre nosotros llegue a su fin, y que la voz que ha movido al pueblo deje ya de conturbar su adormecimiento carnal.
Cuando Dios lleve a cabo su extraña obra sobre la tierra, cuando manos santificadas ya no más lleven el arca, un ¡ay! será pronunciado sobre el pueblo. ¡Oh, si hubieses conocido, también tú, en este día, lo que es para tu paz! ¡Oh, si nuestro pueblo, cual Nínive, se arrepintiera con todas sus fuerzas y creyese con todo el corazón, de manera que Dios apartara su ardiente ira de ellos!
Me lleno de dolor y angustia al ver que hay padres que se acomodan al mundo y permiten que sus hijos se ajusten a las normas mundanales en un tiempo como éste. Cuando la situación de las familias que profesan la verdad presente me es presentada, me horrorizo. El libertinaje de la juventud, y aun de los niños, es increíble. Los padres ignoran que el vicio secreto está destruyendo y deformando la imagen de Dios en sus hijos. Los pecados que caracterizaban a los sodomitas existen entre ellos. Los responsables son los padres, por cuanto no han instruido a sus hijos a amar y obedecer a Dios. No los han restringido ni les han enseñado diligentemente el camino del Señor. Les han permitido salir y entrar a su gusto y asociarse con los mundanos. Estas influencias mundanales que contrarrestan la enseñanza y autoridad de los padres se hallan mayormente en la supuesta alta sociedad. Por su manera de vestir, su apariencia, sus diversiones, se rodean de una atmósfera que es opuesta a Cristo.
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Nuestra única seguridad está sólo en mantenernos en pie como el pueblo especial de Dios. No hemos de ceder ni una pulgada a las costumbres y modas de esta época degenerada, sino antes sostenernos firmes en nuestra independencia moral, sin avenirnos a sus corruptas e idólatras costumbres.
Mantenernos por encima de las normas religiosas del mundo cristiano es algo que requerirá valor e independencia. Ellos no siguen el ejemplo de abnegación dado por el Salvador; no hacen ningún sacrificio; procuran constantemente evadir la cruz, la cual Cristo declaró que es la señal del discipulado.
¿Qué habré de decir para despertar a nuestro pueblo? Os digo que no pocos de los ministros que se levantan ante el pueblo para exponer las Escrituras están contaminados. Sus corazones están corrompidos, sus manos no están limpias. No obstante, muchos claman, “paz, paz”; y los obradores de iniquidad no se alarman. La mano del Señor no se ha acortado para salvar ni se ha endurecido su oído para oír; son nuestras iniquidades las que nos han separado de Dios. La iglesia se ha corrompido por causa de sus miembros que degradan sus cuerpos y contaminan sus almas.
Si todos los que se congregan para celebrar reuniones para la edificación y la oración pudieran considerarse como verdaderos adoradores, entonces habría esperanza, aunque todavía quedaría mucho por hacer en favor nuestro. Pero está demás engañarnos a nosotros mismos. Las cosas están lejos de ser lo que las apariencias pudieran indicar. A la distancia parecería haber mucho de bueno, pero al examinarse de cerca, se vería lleno de deformidades. El espíritu reinante de la época es el de la infidelidad y apostasía: un espíritu de esclarecimiento aparente, porque se posee un conocimiento de la verdad, pero que es en realidad la más ciega presunción. Existe un espíritu de oposición a la clara Palabra de Dios y al testimonio de su Espíritu. Existe un espíritu de exaltación idolátrica de la mera razón humana por sobre la sabiduría revelada de Dios.