Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 252-261, día 363

Cristo dice hoy a sus seguidores lo que dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24. Pero los hombres son tan lentos hoy para aprender las lecciones, como lo fueron en los días de Jesús. Dios ha dado a su pueblo advertencia tras advertencia; pero las costumbres, hábitos y prácticas del mundo también han ejercido tanto poder sobre las mentes de su pueblo profeso que las advertencias han sido ignoradas.

Quienes desempeñan una parte en la gran causa de Dios no deben seguir el ejemplo del mundo. Deben obedecer la voz de Dios. Quien depende de los hombres para obtener fortaleza e influencia, se apoya en una caña quebrada. 

La gran debilidad de la Iglesia ha sido la dependencia del hombre. Los hombres han deshonrado a Dios por no apreciar su suficiencia, por codiciar la influencia de los hombres. Israel se debilitó por la misma causa. El pueblo quería ser igual a las demás naciones del mundo, de modo que exigieron un rey. Decidieron ser guiados por un poder humano visible, en vez del poder divino, que era invisible, el cual los había dirigido y guiado hasta entonces, y les había dado la victoria en las batallas. Efectuaron sus propias elecciones y como resultado se produjo la destrucción de Jerusalén y la dispersión de la nación. 

No podemos confiar en ningún hombre, no importa cuán ilustre y encumbrado sea, a menos que tenga su confianza firme y definitivamente anclada en Dios. Cuál debe haber sido el poder del enemigo sobre Salomón, un hombre quien fue llamado tres veces por la inspiración, el amado de Dios, y a quien se le encargó la gran obra de construir el templo. Mientras se desarrollaba el programa de construcción, Salomón efectuó una alianza con naciones idólatras. Por sus casamientos se ató con mujeres paganas por cuya influencia en sus últimos años, abandonó el templo de Dios para adorar en los altares que él había construído para los ídolos de ellas.

-253-

También los hombres en la actualidad ponen a Dios a un lado como insuficiente para ellos. Recurren a hombres del mundo en busca de reconocimiento y piensan que por medio de la influencia obtenida del mundo, podrán lograr grandes cosas. Pero están equivocados. Al confiar en la ayuda del mundo en vez de la ayuda de Dios, descartan la obra que Dios desea realizar por medio de su pueblo escogido. 

Cuando el médico se relaciona con las clases sociales más privilegiadas, que no sienta que debe ocultar las características peculiares resultantes de la santificación que se efectúa por medio de la verdad. Los médicos que deciden formar parte de la obra de Dios, deberán cooperar con él como sus instrumentos escogidos; deberán dedicar todas sus fuerzas y eficiencia para destacar la importancia de la obra del pueblo observador del sábado. Quienes por su sabiduría humana procuran ocultar las características peculiares que distinguen al pueblo de Dios del mundo, perderán su espiritualidad y no serán sostenidos por más tiempo por el poder de Dios. 

Nuestros obreros médicos jamás debieran concebir que sea indispensable aparentar ser acaudalados. Existe la gran tentación de hacerlo, suponiendo que así se obtendrá una mayor influencia. Pero se me ha encargado que diga que así se conseguirá únicamente el efecto opuesto. 

Todos los que procuran sobresalir mediante el recurso de conformarse con el mundo, dan un ejemplo de falsas apariencias. Dios reconoce como suyos solamente a los que practican la abnegación y el sacrificio, lo cual él ha ordenado. Los médicos deben entender que su poder radica en ser mansos y sencillos de corazón. Dios honrará a los que dependen de él.

El estilo de vestir del médico, la forma como viaja, su mobiliario, son nada delante de Dios. Él no puede obrar con su Santo Espíritu en los que tratan de competir con el mundo en su manera de vestir y en la ostentación. El que sigue a Cristo debe negarse a sí mismo, tomar su cruz e ir en pos de él. 

-254-

El médico que ama y teme a Dios no necesitará hacer ninguna ostentación para distinguirse; porque el Sol de Justicia brilla en su corazón y se revela en su vida, lo cual le da distinción. Quienes trabajan para Cristo deben ser epístolas vivientes, conocidas y leídas por todos los hombres. Por su ejemplo e influencia, hombres acaudalados y talentosos se apartarán de las cosas materiales que carecen de valor para asirse de realidades eternas. Se concederá mayor respeto al médico que demuestre haber recibido sus instrucciones de Dios. Nada obrará tan poderosamente para el progreso de las instituciones y departamentos del Señor, como cuando los encargados de la obra se mantienen afianzados en él, cual siervos fieles. 

El médico descubrirá que poner en práctica los métodos de trabajo de Dios redundará en su bienestar presente y eterno. La mente que Dios ha creado él la puede moldear sin la intervención del hombre, pero éste es honrado al pedirle Dios que coopere con él en su gran obra. 

Muchos consideran suficiente su propia sabiduría, y disponen las cosas según su juicio, pensando obtener resultados maravillosos. Pero si dependieran de Dios y no de ellos mismos, recibirían sabiduría de lo alto. Quienes viven tan absortos en sus ocupaciones que carecen de tiempo para acercarse al trono de la gracia y obtener consejo de Dios, conducirán la obra por caminos equivocados. Nuestra fuerza radica en mantenernos unidos con Dios mediante su Hijo unigénito y en la unión de unos con otros. 

El cirujano de auténtico éxito es el que ama a Dios; el que contempla a Dios en su creación y lo adora, mientras observa su sabiduría en la disposición de los componentes del organismo humano. El cirujano de mayor éxito es el que ha temido a Dios desde su mocedad, como lo hizo Timoteo, y que siente que Cristo es su compañero constante: un Amigo con quien siempre puede estar en contacto. Tal médico no cambiaría su posición por el puesto más alto que el mundo pudiera ofrecerle. Está más ansioso por honrar a Dios y tener la certeza de su aprobación, que asegurarse el patrocinio y el honor de los poderosos del mundo. 

-255-

La oración

Todo sanatorio adventista del séptimo día debe convertirse en un Betel. Todos los que están afiliados a este departamento de la obra deberían estar consagrados a Dios. Los que ministran a los enfermos, que realizan operaciones delicadas y difíciles, debieran recordar que un desvío del bisturí, un movimiento nervioso, puede enviar a una persona a la eternidad. No debiera permitírseles llevar tantas responsabilidades, hasta tal punto que no tengan tiempo para dedicarlo a una sesión especial de oración. Deberían reconocer su dependencia de Dios por medio de la oración fervorosa. Sólo mediante el reconocimiento de la pureza de la verdad de Dios que obra en la mente y el corazón, y por la calma y la fortaleza que sólo él puede impartir, están los médicos calificados para realizar operaciones críticas que significan vida o muerte para los enfermos.

El médico que está verdaderamente convertido no aceptará responsabilidades que interfieran con su trabajo por la gente. Puesto que sin Cristo no podemos hacer nada, ¿cómo puede un médico o misionero médico desempeñarse con éxito en su importante trabajo sin buscar vehementemente al Señor en oración? La oración y el estudio de la Palabra de Dios comunican vida y salud al alma.

El Señor espera manifestar su gracia y poder mediante su pueblo. Pero necesita que quienes se dedican a su servicio mantengan sus mentes siempre en sintonía con él. Debieran dedicar tiempo diariamente para leer la Palabra de Dios y orar. Cada hombre y soldado bajo el mando del Dios de Israel necesita tiempo para consultar con él y buscar su bendición. Si el obrero se permite dejar sin satisfacer esta necesidad, perderá su poder espiritual. Debemos caminar y trabajar con Dios en forma individual; entonces se revelará en nuestras vidas la influencia sagrada del Evangelio de Cristo en toda su hermosura. 

-256-

Ha de llevarse a cabo una obra de reforma en cada una de nuestras instituciones. Los médicos, los obreros, las enfermeras, debieran comprender que están siendo probados, están afrontando un juicio que abarca su vida presente y la que se compara con la de Dios. Debemos usar en su más amplia expresión, cada facultad para llamar la atención de todos los que sufren para que comprendan estas verdades salvadoras. Esta obra debe realizarse juntamente con la obra de sanar a los enfermos. Entonces la causa de la verdad se presentará al mundo con el poder que Dios desea que posea. La verdad será magnificada por medio de la influencia de hombres santificados. Avanzará “Como una lámpara que alumbra”. 

-257-

La necesidad del mundo

Cuando Cristo vio las multitudes que se habían reunido alrededor de él, “tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. Cristo vio la enfermedad, la tristeza, la necesidad y degradación de las multitudes que se agolpaban a su paso. Le fueron presentadas las necesidades y desgracias de la humanidad de todo el mundo. En los encumbrados y los humildes, los más honrados y los más degradados, veía almas que anhelaban las mismas bendiciones que él había venido a traer; almas que necesitaban solamente un conocimiento de su gracia para llegar a ser súbditos de su reino. “Entonces dice a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”. Mateo 9:37, 38. 

Hoy existe la misma necesidad. Hacen falta en el mundo obreros que trabajen como Cristo trabajó a favor de los dolientes y pecadores. Hay, a la verdad, una multitud que alcanzar. El mundo está lleno de enfermedad, sufrimiento, angustia y pecado. Está repleto de personas que necesitan que se las atienda: los débiles, los impotentes, los ignorantes, los degradados. 

Muchos de los jóvenes de esta generación, aun en las iglesias, instituciones religiosas y hogares que profesan ser cristianos; están eligiendo la senda que conduce a la destrucción. Con sus hábitos intemperantes se acarrean enfermedades, y por la ambición de obtener dinero para sus costumbres pecaminosas, caen en prácticas impropias. Arruinan su salud y su carácter. Ajenos a Dios, y parias de la sociedad, esos pobres seres se sienten sin esperanza para esta vida ni para la venidera. Han quebrantado el corazón de sus padres y los hombres los declaran sin esperanza; pero Dios los mira con compasiva ternura. Él comprende todas las circunstancias que los indujeron a caer bajo la tentación. Constituyen estos seres errantes, una clase que pide que se trabaje a favor de ella. 

Lejos y cerca, no sólo entre los jóvenes sino entre los de cualquier edad, hay almas sumidas en la pobreza, la angustia y el pecado, abrumadas por un sentimiento de culpabilidad. Es obra de los siervos de Dios buscar estas almas, orar con ellas y por ellas, y conducirlas paso a paso al Salvador. 

-258-

Pero los que no reconocen los requerimientos de Dios no son los únicos que viven angustiados y necesitados de ayuda. En el mundo actual, donde predominan el egoísmo, la codicia y la opresión; muchos de los verdaderos hijos de Dios sufren necesidades y aflicción. En lugares humildes y miserables rodeados de pobreza, enfermedad y culpabilidad, incontables son los que soportan pacientemente su carga de dolor y tratan de consolar a los desesperados y pecadores que los rodean. Muchos de ellos son casi desconocidos para las iglesias y los ministros; pero son luces del Señor que resplandecen en medio de las tinieblas. El Señor los cuida en forma especial e invita a su pueblo a ayudarlos a aliviar sus necesidades. Dondequiera que haya una iglesia, debe buscarse con atención especial esta clase de personas y atenderla.

Y mientras trabajemos por los pobres, debemos prestar atención también a los ricos, cuyas almas son igualmente preciosas a la vista de Dios. Cristo obraba en favor de todos los que querían oír su palabra. No buscaba solamente a los publicanos y parias, sino al fariseo rico y culto, al noble judío y al gobernante romano. El rico necesita que se trabaje por él con amor y temor de Dios. Con demasiada frecuencia confía en sus riquezas, y no siente su peligro. Los bienes mundanales que el Señor ha confiado a los hombres, son con frecuencia una fuente de gran tentación. Miles son inducidos así a prácticas pecaminosas que los confirman en la intemperancia y el vicio. Entre las miserables víctimas de la necesidad y el pecado se encuentran muchos que poseyeron en un tiempo riquezas. Hombres de diferentes vocaciones y posiciones en la vida, han sido vencidos por las contaminaciones del mundo, por el consumo de bebidas alcohólicas, por la complacencia de las concupiscencias de la carne; y han caído vencidos por la tentación. Mientras que estos seres caídos nos mueven a compasión y reciben nuestra ayuda, ¿no debiera dedicarse algo de atención también a los que no han descendido a esas profundidades, pero están comenzando a caminar por esa misma senda? Hay millares que ocupan posiciones de honor y utilidad que practican hábitos que significan la ruina del alma y del cuerpo. ¿No deben hacerse los esfuerzos más fervientes para aleccionarlos?

-259-

Los ministros del Evangelio, estadistas, autores, hombres con riquezas y talento, con gran habilidad comercial y con potencial para ser útiles, están en mortal peligro porque no ven la necesidad de mantener una estricta temperancia en todas las cosas. Debemos atraer su atención a los principios de la temperancia, no de manera mezquina o arbitraria, sino a la luz del gran propósito de Dios para la humanidad. Si se les presentaran así los principios de la verdadera temperancia, muchos de las clases altas reconocerían su valor y los aceptarían de buen grado

Existe otro peligro al cual están especialmente expuestos los ricos, que constituyen un campo de trabajo para el médico misionero. Son muchísimos los que prosperan en el mundo sin descender a las formas comunes del vicio; y, sin embargo, son empujados a la destrucción por el amor a las riquezas. Absortos en sus tesoros mundanales, son insensibles a los requerimientos de Dios y a las necesidades de sus semejantes. En vez de considerar su riqueza como un talento que deben usar para glorificar a Dios y elevar a la humanidad, la consideran como un medio de complacerse y glorificarse a sí mismos. Añaden una casa a otra, un terreno a otro; llenan sus hogares de lujo, mientras la escasez abunda en las calles y en derredor de ellos hay seres humanos que se hunden en la miseria, el crimen, la enfermedad y la muerte. Los que así dedican su vida a servirse a sí mismos, no están desarrollando los atributos de Dios sino los de Satanás. 

Estas personas necesitan el evangelio para apartar sus ojos de la vanidad de las cosas materiales y contemplar la belleza de las riquezas duraderas. Necesitan aprender el gozo de dar, la felicidad de convertirse en colaboradores de Dios.

-260-

Esta clase de personas con frecuencia es la más difícil de alcanzar, pero Cristo proveerá los medios para alcanzarlas. Busquen a estas almas los obreros más hábiles, confiables y prometedores. Con la sabiduría y el tacto generados por el amor divino, con el refinamiento y la cortesía como frutos de la presencia de Cristo en el alma, trabajen por los que, deslumbrados por el brillo de las riquezas terrenales, no ven la gloria del tesoro celestial. Estudien los obreros la Biblia con ellos, grabando en sus corazones las verdades sagradas. Léanles las palabras de Dios: “Mas por él estaís vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación, y redención”. “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio, y justicia en la tierra: porque estas cosas quiero, dice Jehová”. “En el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de su gracia”. “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” 1 Corintios 1:30; Jeremías 9:23, 24; Efesios 1:7; Filipenses 4:19. Una súplica tal, hecha con el espíritu de Cristo, no se considerará impertinente. Impresionará a muchos de los que pertenecen a las clases altas.

Mediante esfuerzos hechos con sabiduría y amor, más de un hombre rico será despertado hasta el punto de sentir su responsabilidad para Dios. Cuando se les haga entender claramente que el Señor espera que ellos alivien como sus representantes a la humanidad doliente, muchos responderán y darán de sus recursos y su simpatía para beneficio de los pobres. Cuando sus mentes sean así apartadas de sus propios intereses egoístas, muchos serán inducidos a entregarse a Cristo. Con sus talentos de influencia y recursos se unirán, gozosamente en la obra de beneficencia, con el humilde misionero que fue agente de Dios para su conversión. Por el uso correcto de su tesoro terrenal se harán “tesoro en los cielos que nunca falta; donde ladrón no llega, ni polilla corrompe”. Se asegurarán el tesoro que la sabiduría ofrece, “riquezas duraderas, y justicia”. Proverbios 8:18.

-261-

Al observar nuestra vida, los habitantes del mundo se forman una opinión de Dios y de la religión de Cristo. Todos los que no lo conocen necesitan que los principios elevados y nobles de su carácter se mantengan constantemente delante de ellos en la vida de quienes le conocen. Satisfacer esta necesidad, llevar la luz del amor de Cristo a los hogares de los grandes y los humildes, de los ricos y los pobres, es el elevado deber y precioso privilegio del misionero médico. 

“Vosotros sois la sal de la tierra” (Mateo 5:13), dijo Cristo a sus discípulos; y con estas palabras hablaba a sus obreros de hoy. Si sois la sal, hay propiedades preservadoras en vosotros, y la belleza de vuestro carácter ejercerá una influencia salvadora. 

Aunque un hombre se haya hundido hasta las mismas profundidades del pecado, hay posibilidad de salvarlo. Muchos han perdido el sentido de las realidades eternas, perdido la semejanza de Dios, y no saben si tienen un alma que salvar. No tienen fe en Dios ni confianza en el hombre. Pero pueden comprender y apreciar los actos de verdadera simpatía y de ayuda. Su corazón se conmueve cuando ven a uno que, sin esperar alabanza terrenal ni compensación, llega a sus miserables hogares para atender a los enfermos, alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos y guiarlos tiernamente a Aquel de cuyo amor y compasión el obrero humano es tan sólo el mensajero. Al ver esto, sus corazones son conmovidos, aflora la gratitud y comienza a arder la fe en su corazón. Ven que Dios se interesa en ellos y están dispuestos a escuchar cuando se les explica su Palabra. 

En esta obra de restauración se requerirá esfuerzo esmerado. No se debe enseñar a estas personas doctrinas extrañas que las asusten; pero a medida que se les ayuda físicamente, se les debe presentar la verdad para este tiempo. Hombres, mujeres y jóvenes necesitan conocer la ley de Dios con sus amplios requerimientos. No son las penurias, el trabajo o la pobreza lo que degrada a la humanidad; es el pecado, la desobediencia a la ley de Dios. Los esfuerzos hechos para rescatar a los perdidos y degradados no tendrán valor a menos que los requerimientos de la ley de Dios y la necesidad de serle fieles se grave en la mente y el corazón. Dios no ordenó nada que no sea necesario para vincular a la humanidad consigo. “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma… El precepto de Jehová, puro, que alumbra los ojos”. “Por la palabra de tus labios” dice el salmista, “yo me he guardado de las sendas de los violentos” Salmos 19:7, 8; 17:4 (NVI). 

Posted in

admin