La vida es un legado sagrado, algo que únicamente Dios puede permitirnos disfrutar y utilizar para su gloria. De hecho, el mismo, que ha constituido la maravillosa maquinaria de nuestro cuerpo, será quien la mantendrá en buenas condiciones, si los hombres no se oponen a sus designios. Él nos ayudará a mejorar y utilizar, de acuerdo con la voluntad del Creador, cada talento que se nos ha confiado. Días, meses y años se le añaden a nuestra existencia para que aprovechemos las oportunidades y ventajas para promover nuestra salvación individual; y para que nuestra vida de sacrificio contribuya al bienestar de los demás. De esta forma contribuiremos a edificar el reino de Cristo y manifestar la gloria de Dios.
El evangelio y la obra médica misionera deben avanzar juntos. El evangelio debe ceñirse a los principios de la auténtica reforma pro salud. El cristianismo debe vivirse en una forma práctica. Una reforma fervorosa y concienzuda debe llevarse a cabo. La verdadera religión de la Biblia consiste en la manifestación del amor de Dios a favor del hombre caído. El pueblo de Dios debe avanzar sin desviarse, a fin de impresionar los corazones de los que buscan la verdad, de los que desean actuar correctamente en este momento de urgencia. Debemos presentar los principios de la reforma pro salud ante la gente, y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para inducir a hombres y mujeres a comprender lo necesarios que son estos principios, y a practicarlos.
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Importancia del cultivo de la voz
En todo lo que hacemos debemos conceder más atención al cultivo de la voz. Podemos tener el conocimiento, pero a menos que sepamos cómo utilizar correctamente la voz, nuestra labor será un fracaso. A menos que revistamos nuestras ideas con el lenguaje apropiado, ¿de qué valdrá toda nuestra educación? Tener amplios conocimientos será de poco beneficio, a menos que cultivemos el don del habla; se convertirá en un poderoso instrumento cuando se combine con la habilidad de pronunciar palabras sabias, que presten ayuda; pronunciándolas en una forma que llame la atención.
Los estudiantes que desean trabajar como obreros en la causa de Dios, debieran ser entrenados para hablar con claridad y precisión, de otro modo perderán la mitad de su capacidad para hacer el bien. La habilidad para hablar en forma sencilla y clara, en tonos armoniosos y sonoros; es de gran valor en cualquier ocupación. Esta capacidad es indispensable en el caso de quienes desean trabajar como pastores, evangelistas, obreros bíblicos o colportores. Quienes piensan dedicarse a estas ocupaciones deberán ser enseñados a utilizar su voz de forma tal que cuando hablen a la gente, se establezca una impresión duradera a favor de la verdad. La verdad no debe ser desfigurada por comunicarse con expresión defectuosa.
Un colportor se ayudará notablemente cuando pueda hablar con claridad y precisión acerca de las cualidades del libro que desea vender. Quizás se le brinde la oportunidad de leer un capítulo del libro, y mediante los tonos de su voz y el énfasis que coloque en sus palabras, puede hacer que la escena que intenta representar se destaque tan claramente en la mente del que la escucha como si la estuviera realmente contemplando.
Los que imparten estudios bíblicos en las congregaciones o en los hogares, deberán poder leer con una cadencia suave y musical que enternezca a sus oyentes.
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Los ministros del Evangelio deberían saber cómo hablar poderosamente y con expresividad, haciendo que las palabras de vida eterna sean expresivas e impresionantes, de tal manera que los oyentes no puedan rechazar su importancia. Me duele escuchar las voces deficientes de muchos de nuestros ministros. Ellos roban a Dios la gloria que él pudiera recibir si se hubieran aplicado a aprender la forma como deben predicar Palabra con poder.
Nadie debe considerarse calificado para entrar a la obra del ministerio hasta que, a través de esfuerzos perseverantes, haya vencido cualquier problema del habla. Si dicha persona intenta hablar a la gente sin haber aprendido a utilizar el talento del habla, perderá la mitad de su influencia, ya que no podrá mantener vivo el interés de la congregación.
Independientemente de su vocación, todos deben aprender a controlar la voz, de manera que en caso que algo resulte mal, no hablen en tonos que estimulen las pasiones más bajas. Con frecuencia quienes hablan y quienes escuchan lo hacen en tonos ásperos, muy duros. Las palabras ásperas e impositivas, expresadas en tonos duros e irritantes; han hecho que los amigos se distancien y que algunas personas se pierdan.
La educación de la voz debe comenzar en el hogar. Los padres deben enseñar a sus hijos a que hablen de una forma clara, de tal manera que sus oyentes puedan entender cada palabra. Deben enseñarles a leer la Biblia con una pronunciación clara y precisa que honre a Dios. Los que se arrodillan alrededor del altar familiar, cuando oren a Dios no deben poner la cara entre las manos, o cerca de las sillas. Deben alzar las cabezas y con santo recogimiento hablar con su Padre celestial, pronunciando sus palabras en tonos que puedan ser escuchados.
Padres, aprended a hablar de forma tal que seáis una bendición para vuestros hijos. Las mujeres deben ser instruidas al respecto. Aun las ocupadas madres, si así lo desean, pueden cultivar el talento del habla y enseñar a sus hijos a leer y hablar correctamente. Pueden hacerlo mientras realizan sus quehaceres. Nunca es demasiado tarde para mejorar. Dios llama a los padres para que lleven la perfección que sea posible al círculo del hogar.
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En las reuniones sociales existe una necesidad especial para expresarse en forma clara y precisa, para que todos puedan escuchar los testimonios y obtener beneficio de ellos. Las dificultades desaparecen, y se recibirá ayuda cuando en las reuniones sociales el pueblo de Dios relate sus experiencias. Sin embargo, en muchas ocasiones los testimonios se expresan en una forma defectuosa e imprecisa, y resulta imposible obtener una idea apropiada de lo que se ha dicho, lo cual a menudo causa la pérdida de muchas bendiciones.
Es necesario que los que oran y los que hablan, tengan una pronunciación correcta y que hablen en un tono claro, preciso y sereno. Las oraciones, cuando se efectúan en forma apropiada, son un poder para el bien. Es una de las maneras que utiliza el Señor para comunicar a su pueblo los preciosos tesoros de la verdad. Sin embargo, en ocasiones las oraciones no son lo que debieran ser, debido a las voces defectuosas de quienes las pronuncian. Satanás se goza cuando las oraciones que se dirigen a Dios apenas se pueden escuchar. Es necesario que el pueblo de Dios aprenda a hablar y a orar en una forma que sea consecuente con las grandes verdades que posee. Que los testimonios que se expresen y las oraciones que se ofrezcan sean claros y precisos, para que Dios sea glorificado.
Es indispensable que todos obtengan el mayor provecho del don del habla. Dios pide un ministerio más elevado y perfecto. Puede ser deshonrado por la pronunciación defectuosa de quienes podrían convertirse en voceros aceptables si realizaran un esfuerzo dedicado. La verdad es muchas veces desfigurada por el canal a través del que pasa.
El Señor llama a todos los que se relacionan con su servicio a que cultiven la voz, para que expresen de una manera aceptable las grandes y solemnes verdades que él les ha confiado. Que nadie desfigure la verdad mediante una pronunciación defectuosa. No se debe permitir que quienes han descuidado cultivar el don del habla, piensen que están aptos para la obra del ministerio; porque aún necesitan obtener el poder de la comunicación.
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Cuando habláis, aseguraos que cada palabra sea plena y sonora; que cada oración sea clara y precisa de principio a fin. Algunos, cuando llegan al final de una oración, bajan el tono de la voz, y hablan en una forma tan difusa que se pierde la fuerza de las ideas. Las palabras que merecen ser dichas, deben pronunciarse con voz clara y precisa; con énfasis y modulación. Sin embargo, nunca habléis con palabras rebuscadas, porque eso causaría la impresión de que sois eruditos. Mientras más sencilla sea vuestra expresión, tanto mejor entenderán vuestros oyentes.
Jóvenes y señoritas, ¿ha puesto Dios en vuestros corazones el deseo de servirle? Si es así, procurad por todos los medios cultivar vuestra voz al máximo de vuestras habilidades, de manera que podáis explicar claramente la preciosa verdad a la gente. No forméis el hábito de orar en forma imprecisa, y en un tono de voz tan bajo, al punto que se requiera de un intérprete. Orad en forma sencilla, pero de manera clara y precisa. Bajar el volumen de la voz a un nivel tan bajo que no se pueda escuchar, no es una muestra de humildad.
A quienes piensan entrar a servir en la obra del Señor como pastores les aconsejo: Procurad con determinación perfeccionar el don del habla. Pedid a Dios que os ayude a lograr este gran objetivo. Cuando os toque orar en la congregación, recordad que habláis con Dios, y que él desea que habléis de forma tal que todos los presentes puedan unir sus súplicas a las vuestras. Una oración expresada en forma tan apresurada que las palabras se confunden, no honra a Dios y no beneficia a los oyentes. Es necesario que los ministros y todos los que elevan oraciones en público, aprendan a orar de tal manera que Dios sea glorificado, y que sean bendecidos los que escuchan. Es necesario que hablen despacio y en forma precisa; en un tono lo suficientemente alto para ser escuchado por todos, de manera que puedan unirse para decir, Amén.
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Demos a Dios lo suyo
El Señor ha dado a su pueblo un mensaje para este tiempo. Está en el tercer capítulo de Malaquías. ¿Cómo podría el Señor presentar sus requerimientos de una manera más clara y enérgica que en ese capítulo?
Todos deben recordar que lo que Dios exige de nosotros supera a cualquier otro derecho. Él nos da abundantemente, y el contrato que él ha hecho con el hombre es que una décima parte de las posesiones de éste sea devuelta a Dios. Él confía misericordiosamente sus tesoros a sus mayordomos, pero dice del diezmo: Es mío. En la proporción en que Dios ha dado su propiedad al hombre, el hombre debe devolverle un diezmo fiel de toda lo que gana. Este arreglo preciso lo hizo Jesucristo mismo.
Esta obra entraña resultados solemnes y eternos, y es demasiado sagrada para ser dejada al impulso humano. No debemos sentirnos libres para tratar este asunto según nuestro propio capricho. En respuesta a los requerimientos de Dios, deben apartarse reservas regulares como sagradas para su obra.
Las primicias
Además del diezmo, el Señor exige las primicias de todas nuestras ganancias. Se las ha reservado a fin de que su obra en la tierra pueda ser sostenida ampliamente. Los siervos del Señor no han de verse limitados a una mísera porción. Sus mensajeros no deben verse restringidos en su obra de presentar la palabra de vida. A medida que enseñan la verdad, deben tener recursos que invertir en el adelantamiento de la obra; algo que debe hacerse a su debido tiempo para ejercer influencia mejor y más poderosa para salvar. Deben realizarse acciones de misericordia; debe ayudarse a los pobres y dolientes. Deben asignarse donativos y ofrendas para este propósito. Esto debe hacerse especialmente en los campos nuevos, donde nunca se ha enarbolado el estandarte de la verdad. Si todos los que profesan ser hijos de Dios, tanto ancianos como jóvenes, cumpliesen su deber, no habría escasez en la tesorería. Si todos pagasen fielmente el diezmo y dedicasen a Dios las primicias de sus ganancias, habría abundante provisión de recursos para la obra. Pero la ley de Dios no es respetada ni obedecida, y esto ha ocasionado una necesidad apremiante.
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Recordemos a los pobres
Todo despilfarro debe ser suprimido de nuestra vida; porque el tiempo que tenernos para trabajar es corto. En derredor nuestro, vemos necesidades y padecimientos. Hay familias que necesitan alimentos, pequeñuelos que lloran por pan. Las casas de los pobres carecen de los debidos muebles y ropa de cama. Muchos de ellos viven en tugurios, casi completamente privados de las cosas necesarias. El clamor de los pobres llega al cielo. Dios ve y oye. Pero muchos se glorifican a sí mismos. Mientras que sus semejantes pasan hambre y miseria, gastan mucho en sus mesas y comen más de lo necesario. ¡Qué cuenta tendrán que dar pronto los hombres por el uso egoísta del dinero de Dios! Los que desprecian las medidas que Dios dispuso para los pobres, encontrarán que no sólo robaron a sus semejantes, sino también a Dios y malversaron sus bienes.
Todo pertenece a Dios
Todo el bien que el hombre goza proviene de la misericordia de Dios. Él es el grande y bondadoso Dador. Su amor se manifiesta a todos en la abundante provisión hecha para el hombre. Nos ha dado un tiempo de gracia en que formar un carácter para las cortes celestiales. Y si nos pide que reservemos una parte de nuestras posesiones para él, no es porque necesite algo.
El Señor dispuso que todo árbol del Edén fuera agradable para los ojos y bueno como alimento, e invitó a Adán y Eva a disfrutar libremente de sus bondades. Pero hizo una excepción. No debían comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios se reservó ese árbol como recuerdo constante de que era dueño de todo. Así les dio oportunidad de demostrar su fe y confianza obedeciendo perfectamente sus requerimientos.
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Así también sucede con las exigencias de Dios hacia nosotros. Pone sus tesoros en las manos de los hombres, pero requiere que una décima parte sea puesta fielmente a un lado para su obra. Requiere que esta porción sea entregada a su tesorería. Ha de serle devuelta como propiedad suya; es sagrada y debe emplearse para fines sagrados, para el sostén de los que han de proclamar el mensaje de salvación en todas partes del mundo. Se reserva esta porción a fin de que siempre afluyan recursos a su tesorería y se pueda comunicar la luz de la verdad a los que están cerca y a los que están lejos. Obedeciendo fielmente este requerimiento, reconocemos que todo lo que tenemos pertenece a Dios.
¿No tiene el Señor derecho a exigir esto de nosotros? ¿No dio acaso a su Hijo unigénito porque nos amaba y deseaba salvarnos de la muerte? ¿Y no habrán de afluir a su tesorería nuestras ofrendas de agradecimiento, para promover su reino en la tierra? Puesto que Dios es el dueño de todos nuestros bienes, ¿no habrá de impulsarnos la gratitud a él a presentarle ofrendas voluntarias y de agradecimiento, en prueba de que lo reconocemos dueño de nuestra alma, cuerpo, espíritu y propiedad? Si se hubiese seguido el plan de Dios, estarían ahora afluyendo recursos a su tesorería; abundarían los fondos que permitirían a los predicadores entrar en nuevos campos, y podrían unirse obreros a los predicadores para enarbolar el estandarte de la verdad en los lugares obscuros de la tierra.
Sin excusa
Es un plan trazado por el cielo que los hombres devuelvan al Señor lo que le pertenece; y esto se presenta tan claramente que los hombres y mujeres no tienen excusa por no comprender ni cumplir los deberes y responsabilidades que Dios les ha impuesto. Los que aseveran que no pueden ver que tal es su deber, revelan al universo celestial, a la iglesia y al mundo, que no quieren aceptar este requerimiento tan claramente presentado. Piensan que si practicaran el plan del Señor, se privarían de sus propios bienes. En la codicia de sus almas egoístas, desean tener todo el monto, tanto el capital como el interés y usarlo para su propio beneficio.
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Dios pone su mano sobre todas las posesiones del hombre diciendo: Yo soy el dueño del universo, y estos bienes son míos. El diezmo que habéis retenido lo reservaba para sostener a mis siervos en su obra de explicar las Escrituras a los que moran en regiones obscuras y no conocen mi ley. Al usar mi fondo de reserva para satisfacer vuestros propios deseos, habéis privado vuestras almas de la luz que yo había provisto para ellas. Habéis tenido oportunidad de manifestarme vuestra lealtad, pero no lo habéis hecho. Me habéis robado; habéis hurtado mi fondo de reserva. “Malditos sois con maldición”. Malaquías 3:9.
Otra oportunidadEl Señor es longánime y misericordioso, y concede otra oportunidad a los que han cometido alguna iniquidad. “Volveos a mí—dice—y yo me volveré a vosotros”. Pero ellos dijeron: “¿En qué hemos de volvernos?” Malaquías 3:7. Han dedicado sus recursos a servirse y glorificarse a sí mismos, como si fuesen bienes que les pertenecieran, y no tesoros prestados. Sus conciencias pervertidas se han endurecido y cauterizado a tal punto que no ven la gran iniquidad que han cometido al obstaculizar tanto el camino, que la causa de la verdad ya no podía progresar.
Aunque emplea para sí los talentos que Dios se reservó para publicar la salvación, para enviar las gratas nuevas de un Salvador a las almas que perecen, el hombre finito pregunta, aun mientras obstruye el camino por su egoísmo: “¿En qué te hemos robado?” Dios contesta: “En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado”. Todo el mundo está empeñado en robar a Dios. Con el dinero que él les ha prestado, los hombres se entregan a la disipación, a las diversiones, orgías, banquetes y complacencias deshonrosas. Pero Dios dice: “Y vendré a vosotros para juicio”. vers. 8, 9, 5. Todo el mundo tendrá que dar cuenta en el gran día en que cada uno será sentenciado según sus obras.
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La bendición
Dios se compromete a bendecir a los que obedecen sus mandamientos. “Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra; ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos”. vers. 10-12.
Con estas palabras de luz y verdad delante de sí, ¿cómo se atreven los hombres a descuidar un deber tan claro? ¿Cómo se atreven a desobedecer a Dios cuando la obediencia a sus requerimientos significa que los bendecirá tanto en las cosas temporales como en las espirituales, y la desobediencia significa recibir su maldición? Satanás es el destructor. Dios no puede bendecir a los que se niegan a ser sus mayordomos fieles. Todo lo que puede hacer es permitir a Satanás que realice su obra destructora. Vemos que vienen sobre la tierra calamidades de toda clase y de todo grado; ¿y por qué? El poder restrictivo del Señor no se hace sentir. El mundo despreció Palabra de Dios. Vive como si no hubiese Dios. Como los habitantes del mundo en el tiempo de Noé, se niegan a pensar en Dios. La perversidad prevalece en un grado alarmante, y la tierra está madura para la siega.