Mientras más cerca nos mantengamos de Cristo, y mientras más mansos y humildes y desconfiados de nuestro yo seamos, tanto más firme será nuestro apego a Cristo. Cuando esto suceda, mayor será nuestro poder mediante Cristo, para convertir a los pecadores. El agente humano es quien motiva a las almas. Los seres celestiales cooperan con los agentes humanos para grabar la verdad en los corazones. Al morar en Cristo podremos influir sobre los demás a través de la presencia de Aquel que dice: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20. El poder que tenemos para vencer a Satanás es el resultado que Cristo more en nosotros para así hacer su voluntad y las cosas que le agradan.
Preséntese suavemente la verdad
La verdad debe presentarse con tacto celestial, cortesía y ternura. Debe proceder de un corazón que se haya enternecido y que haya sentido simpatía por los demás. Necesitamos establecer una comunión íntima con Dios, para que el yo no renazca, como sucedió con Jehú. Para que no derramemos un raudal de palabras impropias, que no son ni como el rocío, ni como la lluvia que vivifica las plantas que se agostan. Al tratar de ganar a otros debemos utilizar palabras amables. Dios concederá sabiduría a quien busque sabiduría de lo alto. Debemos procurar encontrar oportunidades en todas circunstancias; debemos velar en oración; debemos estar listos para responder con sencillez y temor acerca de nuestra esperanza. Elevemos de continuo nuestros corazones a Dios, no sea que impresionemos negativamente a cualquier persona por la cual Cristo murió; para que podamos hablar la palabra apropiada en el momento apropiado. Cuando así obremos en favor de Dios, el Espíritu será nuestro ayudador. El Espíritu Santo usará las palabras que hemos pronunciado amorosamente en favor de las almas. La verdad tendrá un poder vigorizante cuando sea hablada bajo la influencia de la gracia de Cristo.
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El plan de Dios es tratar de llegar primeramente al corazón. Hablemos acerca de la verdad, y dejemos que Dios inicie y manifieste su poder reformador. No debe mencionarse lo que nuestros oponentes dicen, sino más bien debemos permitir que la verdad se imponga por sí misma. La verdad puede calar profundamente hasta la médula. Debemos simplemente desplegar la verdad en todo su poder de impresionar.
Según las pruebas se vayan acrecentando a nuestro alrededor, se mostrarán en nuestras filas tanto la desunión como la unidad. Algunos que están en estos momentos preparados para empuñar las armas espirituales, cuando lleguen los tiempos de real peligro pondrán de manifiesto que no habían edificado sobre la roca firme: cederán ante la tentación. Quienes hayan recibido una gran luz y grandes privilegios, pero que no los hayan cultivado; nos abandonarán utilizando cualquier pretexto. Si no han recibido el amor de la verdad, serán cautivados por las falsedades del enemigo: le harán caso a los espíritus seductores y a las doctrinas de demonios, y abandonarán la fe. Pero, por otro lado, cuando la tormenta de la persecución caiga realmente sobre nosotros, las ovejas fieles escucharán la voz del Pastor verdadero. Se harán esfuerzos desinteresados para salvar a los perdidos, y muchos que han dejado el redil, regresarán para ir en pos del gran Pastor. El pueblo de Dios se unirá y presentará un frente común ante el enemigo. Ante el creciente peligro, cesará la lucha por la supremacía; no habrá más disputas para decidir quién es el más importante. Ninguno de los creyentes fieles dirá: “Yo soy de Pablo; y yo de Apolo; y yo de Pedro”. El testimonio de cada uno será: “Me aferro de Cristo; me gozo en él porque es mi Salvador”.
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Así es como la verdad se llevará a la vida práctica, y la oración de Jesús se contestará, aquella que pronunció justo antes de su muerte: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. Juan 17:21. El amor de Cristo, el amor de los hermanos, testificará ante el mundo de que hemos estado con Jesús y aprendido de él. Entonces el mensaje del tercer ángel aumentará hasta convertirse en un fuerte clamor, y toda la tierra se iluminará con la gloria del Señor.
Nuestras convicciones deben ser reforzadas a diario, mediante las oraciones humildes y sinceras, y por la lectura de la Palabra. Nuestra propia individualidad y el hecho de aferrarnos con firmeza de nuestras convicciones deben atarse con los lazos de la verdad divina, y con la fuerza que Dios imparte. Si no lo hacemos nos serán arrebatados.
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La palabra de Dios tiene que ser suprema
El pueblo de Dios considerará a los gobiernos humanos como que han sido confirmados divinamente; enseñará que se les debe obedecer como un derecho sagrado, dentro del ámbito de la legitimidad; sin embargo, cuando sus edictos estén en conflicto con los mandamientos de Dios, la Palabra de Dios deberá prevalecer por encima de toda ley humana. “Así dice Jehová” no debe supeditarse a un “Así dice la iglesia” o “Así dice el estado”. La corona de Cristo debe colocarse por encima de las diademas de los gobernantes terrenales.
El principio que debemos poner en alto en este tiempo, es el mismo que enarbolaron los seguidores del Evangelio en los tiempos de la Reforma. Cuando los príncipes se reunieron en la Dieta de Spira en el año 1529, parecía que las esperanzas del mundo iban a ser sofocadas. Ante aquella asamblea se presentó el decreto del emperador que restringía la libertad religiosa y prohibía propagar las doctrinas de la Reforma. ¿Aceptarían los príncipes alemanes aquel decreto? ¿Debía ser apagada la luz del Evangelio ante las multitudes que estaban todavía en la oscuridad? Temas de gran importancia para el mundo estaban en juego. Quienes habían aceptado la fe de la Reforma se reunieron, y la decisión unánime fue: “Rechacemos el decreto. En asuntos de conciencia, la mayoría no debe decidir”.
El estandarte de la verdad y de la libertad religiosa que aquellos reformadores hicieron ondear, se nos ha entregado en este último conflicto. La responsabilidad de este gran don descansa sobre quienes Dios ha bendecido con el conocimiento de su Palabra. Debemos considerar la Palabra de Dios como la autoridad suprema. Debemos aceptar sus verdades y hacerlas nuestras. Podremos apreciarlas únicamente si las buscamos mediante el estudio personal.
Cuando convirtamos la Palabra de Dios en la guía de nuestras vidas, se contestará en nosotros la oración de Cristo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Juan 17:17. Reconocer la verdad en palabra y en acción, será nuestra confesión de fe. Únicamente así podrán los demás confirmar que creemos en la Biblia.
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Los reformadores cuya protesta hizo que se nos conociera como “protestantes”, creían que Dios los había llamado a llevar el Evangelio al mundo. Para cumplir con este mandato estuvieron dispuestos a sacrificar sus posesiones, su libertad y sus vidas. ¿Seremos en este último gran conflicto tan fieles a nuestro cometido, como lo fueron los reformadores a la de ellos?
La verdad para aquel tiempo se llevó a todo rincón del mundo en medio de la persecución y la muerte. La Palabra de Dios se llevó al pueblo. Todas las clases sociales, los encumbrados y el populacho, ricos y pobres, letrados e ignorantes, la estudiaron con entusiasmo. Quienes recibieron la luz se convirtieron a su vez en mensajeros. En aquellos días la verdad se llevó a la gente gracias a la imprenta. La pluma de Lutero era poderosa, y sus escritos, esparcidos por doquier, agitaron al mundo. Las mismas opciones están a nuestra disposición, multiplicadas por cien. Las Biblias y las diversas publicaciones en numerosos idiomas que presentan la verdad para este tiempo, están a nuestro alcance y pueden llevarse rápidamente a cualquier parte del mundo. Debemos proclamar a los hombres el último mensaje de advertencia de Dios, y ¡cuánta diligencia debemos manifestar en el estudio de la Biblia y en nuestro celo al difundir la luz!
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Preparación para la crisis final
La gran crisis está por sobrecogernos. Para hacer frente a sus pruebas y tentaciones, para cumplir sus deberes, se necesitará una fe perseverante. Pero podemos triunfar gloriosamente; nadie que vele, ore y crea será entrampado por el enemigo.
En el tiempo de prueba que nos espera, Dios pondrá una garantía de seguridad sobre todos aquellos que hayan guardado la palabra de su paciencia. Cristo dirá a sus fieles: “Anda, pueblo mío, éntrate en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación”. Isaías 26:20. El León de Judá, tan temible para los que rechazan su gracia, será el Cordero de Dios para los obedientes y fieles. La columna de nube que significa ira y terror para el transgresor de la ley de Dios, será luz, misericordia y liberación para los que hayan obedecido sus mandamientos. El fuerte brazo que hiera a los rebeldes, será fuerte para librar a los leales. Cada fiel será ciertamente recogido. “Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán sus escogid os de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro”. Mateo 24:31.
Hermanos, vosotros a quienes han sido reveladas las verdades de la Palabra de Dios, ¿qué papel desempeñaréis en las escenas finales de la historia de este mundo? ¿Comprendéis estas solemnes realidades? ¿Os percatáis de la gran obra de preparación que se está realizando en el cielo y en la tierra? Presten atención a las cosas que están escritas en las profecías todos los que han recibido la luz y que han tenido oportunidad de leerlas y oírlas; “porque el tiempo está cerca”. Nadie juegue ahora con el pecado, fuente de toda desgracia en nuestro mundo. Nadie permanezca ya en letargo y en el estupor de la indiferencia, ni deje que el destino de su alma dependa de una incertidumbre. Aseguraos de que estáis plenamente de parte del Señor. Preguntaos con corazones sinceros y labios temblorosos: “¿Quién podrá subsistir?” En estas últimas preciosas horas del tiempo de gracia, ¿habéis estado colocando el mejor material posible en el edificio de vuestro carácter? ¿Habéis estado purificando vuestras almas de toda mancha?¿Habéis seguido la luz? ¿Habéis hecho obras correspondientes a vuestra profesión de fe?
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¿Obra en vosotros la gracia enternecedora y subyugadora de Dios? ¿Tenéis un corazón que pueda sentir, ojos que puedan ver, oídos que puedan oír? ¿Habrá sido vano lo que la verdad eterna declara concerniente a las naciones de la tierra? Se hallan bajo la condenación, preparándose para los juicios de Dios; y en este día, cargado de resultados eternos, el pueblo escogido para ser el depositario de una verdad trascendental debiera permanecer en Cristo. ¿Dejáis que vuestra luz brille para iluminar a las naciones que perecen en sus pecados? ¿Comprendéis que estáis defendiendo los mandamientos de Dios delante de aquellos que los pisotean?
Es posible ser un creyente parcial y formalista, y, sin embargo, ser hallado falto y perder la vida eterna. Es posible practicar algunas de las órdenes bíblicas y ser considerado como cristiano; y, sin embargo, perecer por carecer de las cualidades esenciales para el carácter cristiano. Si descuidáis o tratáis con indiferencia las amonestaciones que Dios ha dado, si albergáis o excusáis el pecado, estáis sellando el destino de vuestra alma. Seréis pesados en la balanza, y hallados faltos. Os serán retirados para siempre la gracia, la paz y el perdón; Jesús habrá pasado para nunca más estar al alcance de vuestras oraciones y súplicas. Mientras dura la misericordia, mientras el Salvador sigue intercediendo, hagamos una obra cabal para la eternidad.
El regreso de Cristo a nuestro mundo no se demorará mucho. Sea esta la nota tónica de todo mensaje.
Es necesario presentar a menudo a la gente la bienaventurada esperanza de la segunda venida de Cristo con sus solemnes realidades. Esperar la pronta aparición de nuestro Señor nos inducirá a considerar las cosas terrenales como nada y vacías.
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Dentro de poco tiempo se peleará la batalla de Armagedón. Aquel sobre cuya vestidura está escrito el nombre Rey de reyes y Señor de señores, ha de encabezar pronto los ejércitos del cielo. No pueden ya decir los siervos del Señor, como el profeta Daniel: “El tiempo fijado era largo”. Daniel 10:1. Falta ahora muy poco tiempo para que los testigos de Dios hayan cumplido su obra de preparar el camino del Señor.
Hemos de poner a un lado nuestros planes estrechos y egoístas, recordando que se nos ha encargado una obra de la mayor magnitud y de la más elevada importancia. Al hacer esta obra estamos pregonando los mensajes del primer ángel, del segundo y del tercero, y preparando así la llegada de aquel otro ángel del cielo que ha de iluminar la tierra con su gloria.
El día del Señor se está acercando furtivamente; pero los que se llaman grandes y sabios no conocen las señales de la venida de Cristo y del fin del mundo. Abunda la iniquidad y el amor de muchos se ha enfriado.
Miles y millares, sí, millones y millones, hacen ahora su decisión para la vida eterna o la muerte eterna. El hombre que está absorto en su contabilidad, el que halla placer ante la mesa de juego, el que se deleita en satisfacer el apetito pervertido, el amador de diversiones, los que frecuentan el teatro y el salón de baile, no tienen en cuenta la eternidad. Toda la preocupación de su vida es: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? No forman parte de la procesión que avanza hacia el cielo. Son conducidos por el gran apóstata, y con él serán destruidos.
A menos que comprendamos la importancia de los momentos que están pasando rápidamente a la eternidad, y nos preparemos para subsistir en el gran día de Dios, seremos mayordomos infieles. El centinela debe saber qué hora de la noche es. Todo está ahora revestido de una solemnidad que deben comprender todos los que creen la verdad para este tiempo. Deben actuar con referencia al día de Dios. Los juicios de Dios están por caer sobre el mundo, y necesitamos prepararnos para aquel gran día.
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Nuestro tiempo es precioso. Nos quedan tan sólo muy pocos días de gracia en los cuales prepararnos para la vida futura e inmortal. No tenemos tiempo que gastar en movimientos desordenados. Debemos temer la costumbre de leer superficialmente la Palabra de Dios.
Es tan cierto ahora como cuando Cristo se hallaba en la tierra que toda penetración del Evangelio en el dominio del enemigo arrostra la fiera oposición de sus vastos ejércitos. El conflicto que está por sobrecogernos será el más terrible que se haya presenciado jamás. Pero aunque Satanás se nos presente como guerrero poderoso y armado, su derrota será completa, y perecerá con él todo aquel que se le una al preferir la apostasía a la lealtad.
El Espíritu refrenador de Dios se está retirando ahora mismo del mundo. Los huracanes, las tormentas, las tempestades, los incendios y las inundaciones, los desastres por tierra y mar, se siguen en rápida sucesión. La ciencia procura explicar todo esto. Menudean en derredor nuestro las señales que nos dicen que se acerca el Hijo de Dios, pero son atribuidas a cualquier causa menos la verdadera. Los hombres no pueden discernir a los ángeles que como centinelas refrenan los cuatro vientos para que no soplen hasta que estén sellados los siervos de Dios; pero cuando Dios ordene a sus ángeles que suelten los vientos, habrá una escena de contienda que ninguna pluma podrá describir.
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A los que son indiferentes en este tiempo, Cristo dirige esta amonestación: “Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Apocalipsis 3:16. La figura empleada al decir que os vomitará de su boca, significa que no puede ofrecer a Dios vuestras oraciones o vuestras expresiones de amor. No puede apoyar vuestras enseñanzas de su Palabra ni vuestra obra espiritual. No puede presentar vuestros ejercicios religiosos con la petición de que se os conceda gracia.
Si pudiese descorrerse el telón, y pudieseis discernir los propósitos de Dios y los juicios que están por caer sobre un mundo condenado, si pudieseis ver vuestra propia actitud, temeríais y temblaríais por vuestras propias almas y por las almas de vuestros semejantes. Haríais ascender al cielo fervientes oraciones con corazón angustiado. Lloraríais entre el pórtico y el altar, confesando vuestra ceguera espiritual y apostasía.
“Tocad trompeta en Sión, proclamad ayuno, convocad asamblea. Reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, congregad a los niños y a los que maman, salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia. Entre el pórtico y el altar lloren los sacerdotes ministros de Jehová, y digan: Perdona, oh Jehová a tu pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad, para que las naciones se enseñoreen en ella. ¿Por qué han de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?” Joel 2:15-17.
“Por eso pues, ahora, dice Jehová convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo. ¿Quién sabe si volverá y se arrepentirá y dejará bendición tras de él, esto es, ofrenda y libación para Jehová vuestro Dios?” vers. 12-14.