Testimonios para la Iglesia, Vol. 6, p. 419-427, día 380

Pero si se manifestase en el cumplimiento actual de la obra la misma diligencia y abnegación que se vio en sus comienzos, veríamos resultados cien veces mayores que los alcanzados ahora. 

Para que la obra siga progresando en el elevado nivel de acción en que se inició, no debe haber decaimiento de los recursos morales. Debe haber de continuo nuevos aportes de fuerza moral. Si quienes entran ahora en el campo como obreros llegan a sentir que pueden cejar en sus esfuerzos, que ya no son esenciales la abnegación y la estricta economía, no sólo de los recursos sino también del tiempo; la obra retrocederá. Los obreros del momento actual deben tener el mismo grado de piedad, energía y perseverancia que tuvieron los dirigentes de los primeros años.

La obra se ha extendido de tal manera que abarca ahora un extenso territorio y ha aumentado el número de los creyentes. Sin embargo, hay una gran deficiencia, porque podría haberse realizado una obra mayor si se hubiera manifestado el mismo espíritu misionero que en los primeros tiempos. Sin este espíritu, el obrero no hará sino mancillar y deshonrar la causa de Dios. La obra retrocede realmente en vez de progresar como Dios quisiera. Nuestro número actual y la extensión de nuestra obra no deben ser comparados con lo que eran al comienzo. Debemos considerar lo que pudo haberse hecho si cada obrero se hubiese consagrado a Dios en alma, cuerpo y espíritu, como debiera haberlo hecho. 

Nuestras iglesias deben colaborar en la obra de cultivar la vida espiritual, con la esperanza de obtener cosechas repetidas. Existe mucha perversidad a la que se debe hacer frente, mucha frustración de planes divinos y esfuerzos dedicados, provocadas por la maldad de los incrédulos; pero la obra debe continuar. El suelo es duro, pero el terreno inculto debe ararse. Hay que sembrar los secretos de la rectitud moral. Maestros amados por Dios. No dejéis de trabajar, como si temierais al mal tiempo, porque el trabajo que realizáis crecerá constantemente. No os detengáis ni os desaniméis. El que siembra con lágrimas cosechará con regocijo. “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios”. 1 Corintios 3:9. Recordad que no debéis confiar en vosotros mismos. 

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Como nunca antes, debemos orar no sólo que sean enviados obreros al gran campo de la mies, sino pedir un claro concepto de la verdad, a fin de que cuando lleguen los mensajeros de la verdad podamos aceptar el mensaje y respetar al mensajero. 

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Las actividades misioneras

Una advertencia a la iglesia de Éfeso

El testigo fiel se dirige a la iglesia de Éfeso diciendo: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”. Apocalipsis 2:4, 5. 

Al principio, lo que distinguía a la iglesia de Éfeso era la sencillez y el fervor de un niño. Manifestaba hacia Cristo un amor sentido, vivo y ferviente. Los creyentes se regocijaban en el amor de Dios, porque Cristo estaba continuamente presente en su corazón. Alababan a Dios y su actitud agradecida concordaba con el agradecimiento de la familia celestial. 

El mundo conocía que habían estado con Jesús. Los hombres pecaminosos, arrepentidos, perdonados, limpiados y santificados, eran asociados con Dios por medio de su Hijo. Los creyentes trataban fervientemente de recibir y obedecer toda palabra de Dios. Llenos de amor por su Redentor, procuraban como su más alto objeto ganar almas para Cristo. No querían guardar para sí el precioso tesoro de la gracia de Cristo. Sentían la importancia de su vocación y abrumados por el mensaje: Paz en la tierra, buena voluntad para con los hombres, ardían en deseos de proclamar las buenas nuevas hasta los confines más remotos de la tierra. 

Los miembros de la iglesia estaban unidos en sus sentimientos y acciones. El amor por Cristo era la cadena de oro que los vinculaba entre sí. Continuaban conociendo al Señor siempre más perfectamente, y revelaban alegría, consuelo y paz en su vida. Visitaban a los huérfanos y las viudas en sus aflicciones y se conservaban sin mancha del mundo. Consideraban que dejar de hacerlo habría sido contradecir su profesión y negar a su Redentor.

En toda ciudad, se llevaba adelante la obra. Se convertían almas, que a su vez sentían que debían comunicar el inestimable tesoro. No podían descansar hasta que los rayos de luz que habían iluminado su mente resplandeciesen sobre otros. Multitudes de incrédulos llegaban a conocer la razón de la esperanza del cristiano. Se hacían cálidos e inspirados llamamientos personales a los pecaminosos y errantes, a los desechados y a aquellos que, aun profesando conocer la verdad, eran amadores de los placeres más que de Dios. 

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Pero después de un tiempo, el celo de los creyentes, su amor a Dios y entre ellos, empezó a disminuir. Penetró la frialdad en la iglesia. Surgieron divergencias y los ojos de muchos dejaron de contemplar a Jesús como Autor y Consumador de su fe. Las masas que podrían haber sido convencidas y convertidas por la práctica fiel de la verdad fueron dejadas sin amonestación. Entonces fue cuando el Testigo fiel dirigió su mensaje a la iglesia de Éfeso. Su falta de interés por la salvación de la gente demostraba que había perdido su primer amor; porque nadie puede amar a Dios con todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas, sin amar a aquellos por quienes Cristo murió. Dios los llamó a arrepentirse y hacer las primeras obras, o quitaría su candelero de su lugar. 

¿No se repite el caso de Éfeso en la iglesia de esta generación? ¿Cómo está empleando su conocimiento la iglesia que hoy ha recibido el conocimiento de la verdad de Dios? Cuando sus miembros vieron por primera vez la indecible misericordia de Dios por la especie caída, no podían permanecer en silencio. Los dominaba el anhelo de cooperar con Dios para dar a otros las bendiciones que habían recibido. Mientras impartían a otros, estaban recibiendo bendiciones continuamente. Crecían en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesucristo. ¿Qué sucede hoy? 

Hermanos y hermanas, vosotros que habéis aseverado durante largo tiempo creer la verdad, os pregunto individualmente: ¿Han estado vuestras prácticas en armonía con la luz, los privilegios y las oportunidades que os concedió el cielo? Esta es una pregunta grave. El Sol de justicia ha amanecido sobre la iglesia, y a esta le incumbe resplandecer. Es el privilegio de cada alma progresar. Los que están relacionados con Cristo crecerán en la gracia y en el conocimiento del Hijo de Dios hasta llegar a la plena estatura de hombres y mujeres. Si todos los que aseveran creer la verdad hubiesen sacado el mejor partido de su capacidad y oportunidad de aprender y obrar, podrían haber llegado a ser fuertes en Cristo. Cualquiera que sea su ocupación—agricultores, mecánicos, maestros o pastores—, si se hubiesen consagrado completamente a Dios habrían llegado a ser obreros eficientes para el Maestro celestial. 

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Pero, ¿qué están haciendo los miembros de la iglesia para ser designados ayudantes de Dios? ¿Dónde vemos angustia del alma? ¿Dónde vemos a los miembros de la iglesia absortos en temas religiosos, entregados a la voluntad de Dios? ¿Dónde vemos a los cristianos sintiendo su responsabilidad de hacer de la iglesia un pueblo próspero, despierto, comunicador de la luz? ¿Dónde están los que no escatiman trabajo y amor por el Maestro? Nuestro Redentor ha de ver del trabajo de su alma y ser satisfecho; ¿qué sucederá con los que profesan seguirle? ¿Quedarán satisfechos cuando vean el fruto de sus labores? ¿Por qué hay tan poca fe, tan poco poder espiritual? ¿Por qué son tan pocos los que llevan el yugo y la carga de Cristo? ¿Por qué hay que incitar a los miembros a emprender su obra por Cristo? ¿Por qué son tan pocos los que pueden revelar los misterios de la redención? ¿Por qué no resplandece como luz ante el mundo la imputada justicia de Cristo, por medio de los que profesan seguirle? 

El resultado de la inacción

Cuando los hombres empleen sus facultades como lo indica Dios, sus talentos aumentarán, su capacidad se ensanchará y obtendrán una visión celestial en su esfuerzo por tratar de salvar a los perdidos. Pero mientras los miembros de la iglesia sean negligentes e indiferentes hacia la responsabilidad que Dios les ha dado de impartir la verdad a la gente, ¿cómo pueden esperar recibir el tesoro del cielo? Cuando los que profesan ser cristianos no sienten preocupación por iluminar a los que están en tinieblas, cuando dejan de impartir gracia y conocimiento, pierden discernimiento y su aprecio del valor de los dones celestiales; y como resulado dejan de sentir la necesidad de compartirlos. 

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Vemos grandes iglesias que se congregan en diferentes localidades. Sus miembros han obtenido un sólido conocimiento de la verdad, y muchos se contentan con oír la Palabra viviente sin tratar de compartir la luz. Se sienten escasamente responsables por el progreso de la obra y la salvación de la gente. Sienten mucho entusiasmo por las actividades mundanas, pero mantienen su religión separada dei sus quehaceres cotidianos. Dicen: “La religión es religión, y los negocios son negocios”, porque Creen que cada una tiene su propia esfera de acción. Por eso insisten en que “deben permanecer separadas”.

A causa de las oportunidades descuidadas y del abuso de los privilegios, los miembros de esas iglesias no están creciendo “en la gracia y en conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. 2 Pedro 3:18. Por lo tanto, son débiles en fe, deficientes en conocimiento y niños en experiencia. No están arraigados ni crecen en la verdad. Si permanecen en esta condición, los numerosos engaños de los postreros días los seducirán inevitablemente, porque carecerán de visión espiritual para discernir entre la verdad y el error.

Dios ha dado a sus ministros el mensaje de verdad para que lo proclamen. Las iglesias deben recibirlo, y de toda manera posible comunicarlo, mientras asimilan los primeros rayos de la luz y luego los difunden. No haberlo hecho representa nuestro gran pecado. Llevamos años de atraso. Los ministros han estado buscando el tesoro escondido, abriendo el cofre y dejando resplandecer las joyas de la verdad; pero los miembros de la iglesia no han hecho la centésima parte de lo que Dios requiere de ellos. ¿Qué podemos esperar sino deterioro en la vida religiosa cuando la gente escucha sermón tras sermón sin practicar la instrucción recibida? Si no se ejercita la capacidad que Dios ha dado, se debilita y degenera. Más que esto, cuando las iglesias permanecen inactivas, Satanás cuida de que se mantengan ocupadas en lo que a él le conviene. Ocupa el campo, alista a los miembros en actividades que absorben sus energías, destruyen la espiritualidad, y los hacen caer como pesos muertos sobre la iglesia. 

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Hay entre nosotros quienes, si tomasen tiempo para considerarlo, evaluarían su posición indolente como un descuido pecaminoso de los talentos que Dios les ha dado. Hermanos y hermanas, vuestro Redentor y todos los santos ángeles se entristecen por la dureza de vuestro corazón. Cristo dio su vida para salvar a la gente, y, sin embargo, vosotros que habéis conocido su amor hacéis muy poco esfuerzo para impartir las bendiciones de su gracia a aquellos por quienes él murió. Semejante indiferencia y negligencia del deber asombra a los ángeles. En el juicio tendréis que encontraros con las personas a quienes descuidasteis. En aquel gran día, os sentiréis convencidos y condenados. El Señor os induzca ahora a arrepentiros, y perdone él a su pueblo por haber descuidado la obra que él le encomendó hacer en su viña. 

“Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”. Apocalipsis 2:5. 

¡Oh, cuán pocos conocen el tiempo de su visitación! ¡Cuán pocos, aun entre los que aseveran creer la verdad presente, comprenden las señales de los tiempos, o lo que hemos de experimentar antes del fin! Somos hoy objeto de la tolerancia de Dios; ¿pero cuánto tiempo continuarán los ángeles de Dios reteniendo los vientos para que no soplen?

No obstante la indecible misericordia de Dios hacia nosotros, ¡cuán pocos hay en nuestras iglesias que son verdaderamente humildes, consagrados y temerosos siervos de Dios! ¡Cuán pocos corazones están llenos de gratitud porque han sido honrados y llamados a hacer algo en la obra de Dios y a participar de los sufrimientos de Cristo!

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Hoy muchísimos de los que componen nuestras congregaciones están muertos en delitos y pecados. Van y vienen como la puerta sobre sus goznes. Durante años han escuchado con complacencia las verdades más solemnes y conmovedoras del alma, pero no las han puesto en práctica. Por lo tanto, son cada vez menos sensibles a la hermosura de la verdad. Los testimonios conmovedores de reproche y amonestación ya no despiertan arrepentimiento en ellos. Las melodías más dulces que provienen de Dios a través de los labios humanos—la justificación por la fe y la justicia de Cristo—no les arrancan una respuesta de amor y gratitud. Aunque el Mercader celestial despliega delante de ellos las más finas joyas de la fe y el amor, aunque los invita a comprar de él “oro afinado en fuego” y “vestiduras blancas” a fin de que sean vestidos, y “colirio” a fin de que vean, endurecen sus corazones contra él, y no cambian su tibieza por el amor y el celo. Aunque profesan tener piedad, niegan el poder de ella. Si continúan en este estado, Dios los rechazará. Se están incapacitando para ser miembros de su familia.

El blanco principal tiene que ser ganar almas

No debemos creer que la obra del Evangelio depende mayormente del ministro. Dios ha dado a cada cual una obra que hacer en relación con su reino. Cada uno de los que profesan el nombre de Cristo debe trabajar ferviente y desinteresadamente, dispuesto a defender los principios de la justicia. Todos deben tomar una parte activa en fomentar la causa de Dios. Cualquiera que sea nuestra vocación, como cristianos tenemos una obra que hacer para dar a conocer a Cristo al mundo. Hemos de ser misioneros y tener por blanco principal ganar almas para Cristo. 

Dios confió a su iglesia la obra de difundir la luz y proclamar el mensaje de su amor. Nuestra obra no consiste en condenar ni denunciar, sino en atraer juntamente con Cristo, rogando a los hombres que se reconcilien con Dios. Debemos estimular a las almas, atraerlas y ganarlas para el Salvador. Si éste no es nuestro interés, si rehusamos dar a Dios el servicio del corazón y la vida, le robamos al negarle nuestro tiempo, dinero, esfuerzo e influencia. Al dejar de beneficiar a nuestros semejantes, robamos a Dios la gloria que obtendría por la conversión de la gente.

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Comencemos por los que están más cerca

Algunos que han profesado durante largo tiempo ser cristianos, y, sin embargo, no han sentido responsabilidad por las almas que perecen a la misma sombra de sus casas, piensan tal vez que tienen una obra que hacer en países extraños; ¿pero dónde está la evidencia de que son idóneos para esta obra? ¿En qué han manifestado preocupación por las almas? Estas personas necesitan primero ser enseñadas y disciplinadas en casa. Entonces la verdadera fe y el amor a Cristo crearían en ellas un ferviente deseo de salvar almas en su propio vecindario. Ejercitarían toda energía espiritual para trabajar con Cristo y aprenderían de él mansedumbre y humildad. Luego, si Dios quisiera que fueran a países extranjeros, estarían preparadas. 

Empiecen en casa, en su propia familia, en su propio vecindario, entre sus propios amigos; los que desean trabajar para Dios. Allí encontrarán un campo misionero favorable. Esta obra misionera será una prueba de su habilidad o incapacidad para servir en un campo más amplio.

El ejemplo de Felipe y Natanael

El caso de Felipe y Natanael es un ejemplo de la verdadera obra misionera. Felipe había visto a Jesús, y estaba convencido de que era el Mesías. Lleno de gozo, deseaba que sus amigos conociesen también las buenas nuevas. Deseaba que la verdad que le había traído tanto consuelo fuese compartida por Natanael. La gracia verdadera revelará siempre su presencia en el corazón. Felipe fue a buscar a Natanael, y cuando le llamó, éste contestó desde el lugar donde oraba bajo la higuera. Natanael no había tenido oportunidad de escuchar las palabras de Jesús, pero había sido atraído a él en espíritu. Anhelaba recibir luz, y estaba en ese momento orando sinceramente por ella. Felipe exclamó con gozo: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús el hijo de José, de Nazaret”. Juan 1:45. A la invitación de Felipe, Natanael buscó y halló al Salvador, y a su vez se unió a la obra de ganar almas para Cristo. 

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Uno de los medios más eficaces por los cuales se puede comunicar la luz, es por el esfuerzo privado y personal. En el círculo de la familia, en los hogares de nuestros vecinos, al lado de los enfermos, muy quedamente podemos leer las Escrituras y decir una palabra en favor de Jesús y la verdad. Así podemos sembrar una semilla preciosa que brotará y dará fruto. 

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