Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 108-116, día 396

Debemos invitarlos a todos, a los encumbrados y a los de niveles bajos, a los ricos y a los pobres, a todas las sectas y clases, para que participen de los beneficios de nuestras instituciones médicas. En nuestras instituciones recibimos gente de todas las denominaciones. Sin embargo, somos estrictamente denominacionales en lo que se refiere a nosotros mismos; hemos recibido la sagrada elección de Dios y estamos bajo su teocracia. Pero no debemos imponer insensatamente sobre nadie los puntos peculiares de nuestra fe. 

Para que los hombres no se fueran a olvidar del verdadero Dios, él les concedió un monumento recordativo de su amor y su poder: el sábado. Dice él: “Vosotros guardaréis mis sábados; porque es señal entre mí y vosotros”. Éxodo 31:13. 

Refiriéndose a Israel, el Señor declaró: “He aquí un pueblo que habitará confiado, y no será contado entre las naciones”. Números 23:9. Estas palabras se aplican a nosotros lo mismo como al antiguo Israel. El pueblo de Dios debe destacarse solo. La observancia del reposo del séptimo día debe constituir una señal entre ellos y Dios, y mostrar que deben ser un pueblo peculiar, separados del mundo en hábitos y prácticas. Dios obrará a través de ellos para juntar un pueblo para sí de entre todas las naciones. 

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Sección 3—Los alimentos saludables

“¡Bienaventurada tú, tierra, cuando… tus príncipes comen a su hora, para reponer sus fuerzas y no para beber!” Eclesiastés 10:17.

La obra misionera médica en las ciudades

San Francisco, California,

12 de diciembre de 1900.

En California hay que realizar una obra que hasta ahora ha sido extrañamente descuidada. No se la debe seguir demorando. A medida que se abran las puertas a la presentación de la verdad, estemos listos para entrar. En la gran ciudad de San Francisco se ha hecho algo de trabajo, pero al estudiar el territorio nos damos cuenta con toda claridad que se trata sólo de un comienzo. Se deberían realizar esfuerzos bien organizados, tan pronto como sea posible, en diferentes secciones de esta ciudad y también en Oakland. La gente no se da cuenta de la perversidad de San Francisco. Se debe extender y profundizar nuestra obra en esta ciudad. Dios ve en ella a muchas almas que deben ser salvadas. 

En San Francisco ya se han instalado un restaurante, una tienda de alimentos y varias salas de tratamientos. Estos establecimientos hacen un buen trabajo, pero se necesita difundir ampliamente su influencia. Tanto en San Francisco como en Oakland se deberían abrir otros restaurantes similares al de la calle Market. Acerca de los esfuerzos que actualmente se realizan para llevar adelante esos aspectos de la obra, sólo podemos decir: amén y amén. Pronto se establecerán otras líneas de trabajo que llegarán a ser una bendición para la gente. El evangelismo médico misionero se debería promover de la manera más inteligente y cabal que se pueda. La tarea sagrada y solemne de salvar a las almas debe avanzar modestamente, pero con dignidad. 

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¿Dónde están las fuerzas trabajadoras? El trabajo de la dirección debe ser llevado a cabo por hombres y mujeres profundamente convertidos, que sean personas de discernimiento claro y de visión penetrante. Se debe ejercer un juicio cuidadoso al emplear a los individuos que han de realizar esta tarea espiritual, porque deben ser personas que amen a Dios y que caminen delante de él con la mayor humildad, hombres y mujeres que sean instrumentos efectivos en las manos de Dios para cumplir el propósito que se propone: la elevación de los seres humanos y su salvación. 

Los evangelistas que realizan obra médica misionera podrán llevar a cabo un excelente trabajo de pioneros. La obra del ministro y la del médico misionero evangelista debieran integrarse completamente. El médico cristiano debería considerar que su trabajo es tan elevado como el del ministro. Se trata de una obra grande, sagrada y muy necesaria. El médico y el ministro deberían comprender que se hallan empeñados en la misma tarea. Deberían trabajar en armonía perfecta. Deberían consultarse mutuamente. Su unidad dará testimonio de que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para salvar a todos los que creen en él como Salvador personal. 

Para realizar el servicio de Dios en las grandes ciudades se deberían emplear médicos cuyas habilidades profesionales estén por encima de las del médico común. Debieran hacer esfuerzos por alcanzar a las clases elevadas. En San Francisco se está haciendo algo de esto, pero se debe realizar mucho más aún. Que no haya equivocaciones con referencia a la importancia y a la naturaleza de estos esfuerzos. San Francisco es un territorio amplio y una parte importante de la viña del Señor. 

Los médicos misioneros que trabajan en las líneas del evangelismo realizan una obra de orden tan elevado como la de los obreros ministeriales. Los esfuerzos realizados por estos obreros no deben circunscribirse a las clases más pobres. Las clases más elevadas se han descuidado en forma inexplicable. Entre la gente más educada muchos responderán favorablemente a la verdad porque la hallarán consistente y verán que porta el sello del elevado carácter del Evangelio. Entre la gente ganada por este método hay no pocas personas de habilidad que entrarán enérgicamente a la obra del Señor. 

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El Señor insta a los que ocupan posiciones de responsabilidad, a quienes ha confiado sus preciosos dones, a que utilicen sus talentos intelectuales y sus medios en su servicio. Nuestros obreros deberían presentar delante de estos hombres una declaración clara de nuestro plan de trabajo, mostrándoles lo que necesitamos con el fin de ayudar a los pobres y menesterosos, y para establecer esta obra sobre una base firme. El Espíritu Santo impresionará a algunos de ellos para que inviertan los medios del Señor de tal modo que su causa prospere. Cumplirán su propósito mediante la creación de centros de influencia en las grandes ciudades. El interés de los obreros los llevará a ofrecerse para trabajar en diversas líneas de esfuerzo misionero. Se establecerán restaurantes donde se preparen comidas saludables. ¡Pero con cuánto cuidado debería realizarse esta obra! 

Cada uno de estos restaurantes debería ser una escuela. Sus obreros deben mantenerse constantemente estudiando y experimentando con el fin de mejorar la preparación de los alimentos saludables. Esta obra de instrucción debe poderse llevar a cabo en las ciudades en una escala mucho mayor que en los lugares pequeños. Pero dondequiera que haya una iglesia, se debería dar instrucción relativa a la preparación de alimentos sencillos y saludables para beneficio de los que desean vivir de acuerdo con los principios de la reforma de la salud. Y los feligreses deben impartir la luz que reciben sobre estos asuntos a los habitantes de su vecindario. 

Se debe enseñar a cocinar a los alumnos de nuestras escuelas. En esta rama de la educación se debe ejercer conocimiento y prudencia. Satanás trabaja con toda clase de engaños de injusticia para descaminar los pies de nuestros jóvenes por los senderos de la tentación que conducen a la ruina. Debemos fortalecerlos y ayudarles a resistir las tentaciones referentes a la indulgencia del apetito que los asaltarán de todos lados. Se realiza obra misionera para el Maestro cuando se les enseña la ciencia del sano vivir. 

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En muchas partes se deben establecer escuelas de cocina. Puede ser que esta obra comience en una forma humilde, pero a medida que cocineros inteligentes hagan lo mejor que puedan para iluminar a otros, el Señor les concederá habilidades y conocimientos. La instrucción del Señor es: “No los impidáis, porque yo me revelaré a ellos como su Instructor”. El trabajará con aquellos que pongan sus planes en práctica al enseñar a la gente cómo reformar sus hábitos de comer mediante la preparación de alimentos sanos y baratos. De este modo los pobres se sentirán animados a adoptar los principios de la reforma de la salud y se los ayudará a ser industriosos y a tener confianza propia. 

Se me ha mostrado que Dios está enseñando a preparar alimentos sanos y sabrosos a hombres y mujeres capaces, y a hacerlo de manera aceptable. Vi que muchos de ellos eran jóvenes y que también los había de edad madura. He recibido la instrucción de promover la conducción de escuelas de cocina dondequiera que se haya establecido el trabajo médico misionero. Se debe presentar delante de la gente cualquier medio que pueda inducirlas a aceptar la obra de reforma. Permítase brillar tanta luz como sea posible sobre ellas. Enséñeselas a compartir con los demás todo lo que aprendan. 

¿No hemos de hacer todo lo que podamos para adelantar la obra en nuestras grandes ciudades? Miles y miles de personas que viven a nuestro alrededor necesitan ayuda de diversas formas. Recuerden los ministros del Evangelio que el Señor Jesucristo dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”. “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?” Mateo 5:14, 13. 

El Señor Jesús realiza milagros en favor de su pueblo. En Marcos 16 leemos: “Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios. Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían”. vers. 19 y 20. Aquí se nos asegura que el Señor estaba capacitando a sus siervos escogidos para que emprendieran la obra misionera médica después de su ascensión. 

Podemos aprender una lección de la más alta importancia del registro de los milagros que el Señor realizó al proveer vino en la fiesta de bodas y al alimentar a la multitud. La obra de los alimentos saludables es una de las formas que el Señor utilizará para suplir una necesidad. El proveedor celestial de todos los alimentos no dejará ignorante a su pueblo con respecto a la preparación de los alimentos mejores para todo tiempo y ocasión. 

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La obra de los restaurantes

Tenemos que hacer más de lo que hemos hecho hasta ahora para alcanzar a los habitantes de nuestras ciudades. En ellas no debemos construir edificios grandes. Vez tras vez se me ha dado luz acerca de la necesidad de establecer instituciones pequeñas en las ciudades, que sirvan como centros de influencia. 

El Señor tiene un mensaje que dar en nuestras ciudades, y debe ser proclamado durante las reuniones campestres, mediante todo tipo de esfuerzos públicos, y también por medio de nuestras publicaciones. Además de esto, en las ciudades se deben establecer restaurantes vegetarianos que se dediquen a promover el mensaje de la temperancia. En conexión con estos restaurantes se deben hacer arreglos para la celebración de reuniones. Toda vez que se pueda, provéase una sala donde los clientes puedan asistir a pláticas acerca de la ciencia de la salud y la temperancia cristiana, y recibir instrucciones relativas a la preparación de alimentos sanos y sobre otros temas importantes. En estas reuniones se debería orar y cantar y hablar, no sólo acerca de salud y temperancia, sino también sobre otros temas bíblicos apropiados. A medida que se enseña a la gente a conservar la salud física, se descubrirán muchas oportunidades para sembrar las semillas del Evangelio del reino. 

Los temas deben ser presentados de tal manera que la gente reciba impresiones favorables. En las reuniones no se debe hacer nada de naturaleza teatral. Los cantos no serán presentados por unos pocos solamente. Se debe animar a todos los presentes a unirse en el servicio de cantos. Hay quienes poseen el don especial del canto y no faltan ocasiones cuando el canto de una o varias personas puede transmitir un mensaje especial. Pero muy pocas veces convendrá que los cantos sean ofrecidos por unos pocos. La habilidad del canto es un talento importante que Dios desea que todos cultivemos para la gloria de su nombre. 

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Se debe ofrecer material de lectura a la gente que acude a nuestros restaurantes. Se les ha de llamar la atención a nuestras publicaciones sobre temperancia y reforma alimentaria, y también se les deben proveer folletos que contengan las lecciones de Cristo. Toda nuestra feligresía debe participar en la responsabilidad de proveer dichos materiales de lectura. A cada cliente se le debe dar algo para leer. Puede suceder que muchas personas no lean el folleto; sin embargo, algunos de ellos pueden andar en busca de la luz. Estos leerán y estudiarán lo que se les dé y luego lo pasarán a otros.

Los obreros de nuestros restaurantes han de vivir en tan íntima comunión con Dios que puedan reconocer las indicaciones de su Espíritu cuando los inste a hablar personalmente de cosas espirituales con algunas de las personas que acuden al restaurante. Cuando el yo sea crucificado, y Cristo, la esperanza de gloria, viva en nuestro interior, revelaremos en nuestros pensamientos, palabras y acciones, la realidad de nuestra creencia en la verdad. El Señor estará con nosotros, y el Espíritu Santo obrará a través de nosotros para alcanzar a los que están sin Cristo. 

El Señor me ha mostrado que ésta es la clase de trabajo que debe llevarse a cabo en nuestros restaurantes. La presión y el ajetreo del negocio no deben arrastrarnos al descuido de la obra de salvar almas. Está bien que ministremos a las necesidades físicas de nuestros semejantes, pero ¿cómo glorificaríamos a Dios con nuestras obras si no encontráramos el medio de hacer que la luz del Evangelio alumbre a los que viven día tras día en procura de sus alimentos? 

Cuando se comenzó con la obra de nuestros restaurantes se esperaba que éste fuera el medio de alcanzar a muchos con el mensaje de la verdad presente. ¿Ha sido así? 

Uno que se halla en autoridad pregunta a los obreros que trabajan en nuestros restaurantes: “¿A cuántas personas le ha hablado usted acerca de su salvación? ¿Cuántos han escuchado de sus labios la invitación urgente de aceptar a Cristo como su Salvador personal? ¿A cuántas personas han llevado sus palabras a volverse del pecado al servicio del Dios viviente?” 

Mientras nuestros restaurantes proveen a la gente el alimento temporal, no olviden nunca los obreros que tanto ellos como las personas a quienes sirven necesitan recibir constantemente el pan del cielo. Manténganse siempre en busca de oportunidades para hablar acerca de la verdad a los que no la conocen. 

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El cuidado de los ayudantes

Los encargados de nuestros restaurantes deben trabajar por la salvación de los empleados. No han de sobrecargarse de trabajo, porque al hacerlo se colocarán en una posición que les impedirá tener las fuerzas necesarias y el deseo de trabajar espiritualmente por los obreros. Deben dedicar sus mejores energías a instruir a los empleados en los asuntos espirituales, explicándoles las Escrituras y orando con ellos y en favor suyo. Han de guardar los intereses religiosos de los ayudantes tan cuidadosamente como los padres se preocupan por los de sus hijos. Han de velar por ellos con paciencia y ternura, haciendo todo lo que puedan por ayudarles a perfeccionar sus caracteres cristianos. Sus palabras deben asemejarse a manzanas de oro en marcos de plata; sus acciones deben estar desprovistas de cualquier traza de egoísmo y aspereza. Deben trabajar vigilantemente en favor de las almas, como quienes han de dar cuenta. Deben luchar por mantener a sus colaboradores en un terreno espiritual apropiado, donde su ánimo pueda fortalecerse constantemente y donde siempre pueda crecer su fe en Dios. 

A menos que nuestros restaurantes se dirijan de este modo, sería necesario aconsejar a nuestros hermanos que nunca envíen a sus hijos a trabajar en ellos. Mucha gente que frecuenta nuestros restaurantes no trae con ellos a los ángeles de Dios; no desean el compañerismo de estos seres santos. Traen con ellos una influencia mundana, y para contrarrestarla los obreros necesitan mantener una comunión íntima con Dios. Los gerentes de nuestros restaurantes tienen el deber de luchar más por la salvación de los jóvenes que trabajan para ellos. Deben esforzarse más por mantenerlos vivos espiritualmente de tal manera que sus mentes jóvenes no sean arrastradas por el espíritu mundano con el cual se tienen que mantener en contacto constantemente. Las muchachas que trabajan en nuestros restaurantes necesitan un pastor. Cada una de ellas necesita la protección de una influencia hogareña. 

Corremos el riesgo de que los jóvenes que entran en nuestras instituciones como creyentes y con el deseo de ayudar en la causa de Dios, se cansen y desanimen, pierdan su celo y espíritu valeroso, y se vuelvan fríos e indiferentes. No podemos amontonar a estos jóvenes en cuartos pequeños y oscuros, privándolos de los privilegios de una vida de hogar, y sin embargo esperar que mantengan una experiencia religiosa saludable. 

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