Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 161-170, día 402

Las casas editoras en los campos misioneros

Hay mucho que hacer en cuanto a establecer centros de nuestra obra en campos nuevos. En muchos lugares deben establecerse imprentas misioneras. En relación con nuestras escuelas de las misiones, debe haber medios de imprimir publicaciones y de preparar obreros en esta actividad. Donde se están preparando personas de diversas nacionalidades, que hablan diferentes idiomas, cada una debe aprender a imprimir en su propia lengua, y también a traducir del inglés a esa lengua. Y mientras está aprendiendo el inglés, debe enseñar su idioma a los alumnos de habla inglesa que necesiten adquirirlo. De esta manera algunos de los estudiantes nacidos en el extranjero podrían sufragar los gastos de su educación; y podría prepararse obreros que prestarían valiosa ayuda en la empresa misionera. 

En muchos casos la obra de publicación tendrá que iniciarse en pequeña escala. Tendrá que contender con muchas dificultades y seguir adelante con pocos recursos. Pero nadie debe desanimarse por causa de esto. El método del mundo consiste en empezar su obra con pompa, ostentación y jactancia; pero todo esto fracasará. La manera de Dios consiste en hacer que el día de las cosas pequeñas sea el comienzo del triunfo de la verdad y de la justicia. Por esta razón nadie necesita regocijarse por un comienzo próspero, ni abatirse por la debilidad aparente. Dios es para sus hijos riqueza, plenitud y poder cuando ellos miran a las cosas invisibles. Seguir sus indicaciones es escoger la senda de la seguridad y del verdadero éxito. “Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe”. 1 Juan 5:4. 

El poder humano no estableció la obra de Dios, ni puede destruirla. Dios concederá la dirección constante y la custodia de sus santos ángeles a aquellos que llevan su obra adelante frente a dificultades y oposición. Nunca cesará su obra en la tierra. La edificación de su templo espiritual irá adelante, hasta que esté completo, y la piedra angular será colocada con aclamaciones: “Gracia, gracia a ella”. Zacarías 4:7. 

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El cristiano debe constituir un beneficio para los demás. De este modo se beneficia a sí mismo. “El que saciare, él también será saciado”. Proverbios 11:25. Esta es una ley de la administración divina, una ley mediante la cual Dios se propone mantener las corrientes de la beneficencia en circulación constante, como las aguas del gran océano regresan perpetuamente a su fuente. El poder de las misiones cristianas se halla en el cumplimiento de esta ley. 

He sido instruida acerca de que dondequiera que la gente se haya sacrificado y haya realizado esfuerzos urgentes para proveer medios para el establecimiento y el avance de la causa, y el Señor haya prosperado la obra, la gente de dichos lugares debiera a su vez proporcionar los medios necesarios para sostener a sus siervos que han sido enviados a nuevos campos. Dondequiera que se haya establecido la obra sobre una buena base, los creyentes debieran considerarse bajo la obligación de ayudar a los que tienen necesidades, transfiriendo, aun al costo de un gran sacrificio, una parte de los medios -o la totalidad- que en años anteriores se invirtió en favor del establecimiento de la obra en su propia localidad. De este modo el Señor se propone hacer crecer su obra. Este es el correcto lineamiento de la ley de la restitución. 

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Relación de una casa editora con otra

La relación entre Cristo y sus seguidores y la de éstos entre ellos se ilustra mediante la figura de la vid y sus ramas. Todas las ramas se relacionan unas con otras, sin embargo cada una posee su propia individualidad que no se pierde en la de ninguna otra. Todas mantienen la misma relación con la vid y dependen de ella para su vida, crecimiento y fructificación. Las ramas no se pueden sostener entre ellas mismas. Para esto cada una debe estar centrada en la vid. Y aunque las ramas se parecen unas a otras, también revelan diferencias. Su unidad consiste en la unión común que sostienen con la vid, y en cada una, aunque no idénticamente, se manifiesta la vida de la vid. 

Esta figura contiene una lección, no sólo para los cristianos individuales, sino también para las instituciones dedicadas al servicio de Dios. Cada una debe mantener su individualidad al relacionarse con las demás. La unión que mantenga una con otra se llevará a cabo mediante la unión que sostengan con Cristo. En él cada institución se halla conectada con todas las demás, al mismo tiempo que ninguna permite que su identidad se confunda con la otra. 

Algunas veces se ha sugerido con insistencia que se adelantarían los intereses de la causa mediante una consolidación de nuestras casas publicadoras, colocándolas todas virtualmente bajo la misma gerencia. Pero el Señor ha mostrado que esto no debería suceder. Su plan no consiste en centralizar el poder en las manos de unas pocas personas ni en colocar a una institución bajo el control de otra. 

Se me presentaron los comienzos de nuestra obra como semejantes a un riachuelo muy pequeño. Al profeta Ezequiel se le mostró una representación de las aguas “que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente”, “al Sur del altar”. Léase Ezequiel 47. Nótese en especial el versículo 8: “Estas aguas salen a la región del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar; y entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas”. Del mismo modo se me mostró nuestra obra que se extendía hacia el este y el oeste, hacia las islas del mar, y a todas partes del mundo. A medida que se extienda la obra, habrá que manejar grandes intereses. Pero la obra no debe centralizarse en una sola parte. La sabiduría humana sostiene que es más conveniente agrandar los intereses en el lugar donde el trabajo ya ha cobrado cierto carácter e influencia, pero se han cometido errores en este sentido. Soportar las cargas es lo que produce fuerzas y desarrollo. Y en diferentes lugares el librar a los obreros de las responsabilidades significa colocarlos donde sus caracteres se mantendrán sin desarrollarse y sus poderes permanecerán reprimidos y debilitados. La obra es del Señor, y no es su voluntad que la fuerza y la eficacia se concentren en un solo lugar. Que cada institución se mantenga independiente, llevando a cabo los planes de Dios.

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Consolidación

La política de la consolidación, dondequiera que se lleve a cabo, tenderá a la exaltación de lo humano en lugar de lo divino. Los que deben llevar las responsabilidades en las diferentes instituciones dependen de la autoridad central para recibir dirección y apoyo. A medida que se debilita el sentido de la responsabilidad personal, pierden la más elevada y preciosa de todas las experiencias humanas, la constante dependencia del alma de Dios. Al no darse cuenta de su propia necesidad, dejan de velar y orar constantemente y de someterse incesantemente a Dios, el único que puede capacitar a los hombres a escuchar y obedecer las enseñanzas de su Espíritu Santo. Así se coloca al hombre en el lugar donde Dios debiera estar. De este modo las personas que han sido colocadas en este mundo para actuar como embajadores del cielo se contentan con buscar la sabiduría de hombres finitos y sujetos a error, cuando podrían estar recibiendo la sabiduría y la fuerza del Dios infalible e infinito. 

No es la voluntad del Señor que los obreros de sus instituciones acudan a los hombres ni confíen en ellos. El desea que la atención de ellos se concentre en él.

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Nuestras casas editoras no debieran depender nunca unas de otras hasta el punto en que una de ellas tenga el poder de decidir la forma como la otra se manejará. Cuando se coloca un poder tan grande en las manos de unas pocas personas, Satanás realizará esfuerzos definidos para pervertir el juicio, para insinuar principios equivocados de acción, y para establecer una conducta equivocada. Al hacerlo, no sólo logrará pervertir una institución, sino que ganará también control de otras e imprimirá un rumbo equivocado a la obra en lugares distantes. De este modo se desparrama la influencia del mal. Que cada institución mantenga incólume su independencia moral, y lleve a cabo su obra en su propio campo. Que los obreros de cada una sientan que trabajan a la plena vista de Dios, de sus santos ángeles y de los mundos no caídos. 

Si una institución adopta medidas equivocadas, que las otras no se corrompan. Que cada una se mantenga firme en los principios expresados al establecerse, llevando adelante la obra en armonía con dichos principios. Cada institución debe esforzarse por trabajar en armonía con las demás solamente en la medida en que esto sea consistente con la verdad y la justicia; pero ninguna de ellas debe dar un paso más hacia la consolidación. 

Rivalidad

No debe existir ningún tipo de rivalidad entre nuestras casas editoras. Si este espíritu se permite crecerá y se fortalecerá, y desplazará al espíritu misionero. La rivalidad contristará al Espíritu de Dios y ahuyentará de la institución a los ángeles ministradores enviados como colaboradores de quienes estiman la gracia de Dios. 

Los dirigentes de nuestras instituciones no debieran nunca, ni en lo más mínimo, tratar de aprovecharse el uno del otro. Estas actitudes ofenden a Dios grandemente. El obrar con astucia, el esfuerzo por obtener ventajas de los demás, es un mal que él no está dispuesto a tolerar. Cualquier esfuerzo por hacer sobresalir a una institución a expensas de las demás es un error. Cada censura o insinuación negativa que tienda a menoscabar la influencia de una institución o de sus obreros es contraria a la voluntad de Dios. Un esfuerzo tal está animado por el espíritu de Satanás. Si se le da entrada, obrará como levadura para corromper a los obreros y frustrar los planes que Dios tiene para su institución. 

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Colaboración

Que cada departamento de la obra y cada institución conectada con nuestra causa, sean dirigidos de acuerdo con planes considerados y generosos. Que cada ramo de la obra, mientras mantiene su propio carácter distintivo, se esfuerce por proteger, fortalecer y edificar a cada uno de los otros aspectos. Se han empleado personas de características y habilidades variables para llevar adelante los diferentes ramos de trabajo. Este ha sido siempre el plan del Señor. Cada obrero tiene el deber de dedicar esfuerzos especiales a su propio trabajo; pero todos tienen el privilegio de estudiar y esforzarse para lograr la salud y el bienestar de todo el cuerpo al cual pertenecen. 

El plan de Dios para sus instituciones no contempla la consolidación ni la rivalidad ni la crítica, sino la colaboración, de tal manera que “todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”. Efesios 4:16. 

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El colportor

Debido al descuido de cumplir con sus compromisos financieros, de parte de los colportores, nuestras sociedades de publicaciones se han endeudado; no pueden mantener al día sus cuentas con las casas editoras; así estas instituciones han tenido que pasar por estrecheces económicas y su trabajo se ha visto obstaculizado. Algunos colportores han sentido que se los maltrataba cuando la casa publicadora les requería pronto pago, pero la única forma de llevar adelante el negocio con buen éxito consiste en pagar con prontitud. 

La forma descuidada en que algunos colportores han realizado su trabajo demuestra que hay lecciones importantes que deben aprender. Se me ha mostrado que se ha hecho mucho trabajo en forma negligente. Debido a su abandono en los asuntos seculares, algunos han formado hábitos de descuido y negligencia y han traído con ellos esta deficiencia a la obra del Señor. 

Dios requiere que se realicen mejoras decididas en los diversos aspectos de su obra. La actividad llevada a cabo en conexión con su causa debiera caracterizarse por una exactitud y un cuidado más diligente. Deben hacerse esfuerzos firmes y decididos con el fin de efectuar algunas reformas esenciales.

“Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová”. Jeremías 48:10. 

“Cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe, ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto?” Malaquías 1:8. “Maldito el que engaña, el que… promete, y sacrifica a Jehová lo dañado. Porque yo soy gran Rey, dice Jehová de los ejércitos, y mi nombre es temible”. vers. 14. 

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El autor

Dios desea colocar al hombre en una relación directa con él. El conoce el principio de la responsabilidad personal en todos sus tratos con los seres humanos. Trata de promover un sentido de dependencia personal y mostrar la necesidad de una dirección personal. Sus dones son confiados a los hombres en forma individual. Cada persona ha sido hecha un mayordomo de responsabilidades sagradas; cada una debe cumplir su tarea de acuerdo con las indicaciones del Dador; y cada una debe rendir cuentas a Dios del desempeño de su mayordomía. 

Por este medio, Dios trata de asociar lo humano con lo divino, para que mediante esta relación el hombre pueda ser transformado a la semejanza divina. Entonces el principio del amor y la bondad formará parte de su propia naturaleza. Satanás, con el fin de frustrar este propósito, obra constantemente para fomentar la dependencia del hombre en la fuerza humana y transformar a los hombres en esclavos de los hombres. Cuando al hacerlo logra que éstos desvíen su mente de Dios, les insinúa sus propios principios de egoísmo, odio y disensión. 

Dios desea que en todas nuestras transacciones salvaguardemos cuidadosamente el principio de responsabilidad personal y de dependencia de él. Nuestras casas editoras debieran tener presente este principio en sus negociaciones con los autores. 

Algunos han insistido en que los autores no tienen ningún derecho de retener la mayordomía de sus propias obras; que deben entregar sus obras para que las controle la casa publicadora o la asociación; y que no deben recibir ninguna participación en las ganancias, fuera de los gastos relacionados con la producción de los manuscritos; que se debe dejar a la asociación o la casa editora la responsabilidad de asignar dichos fondos a las diversas necesidades de la obra, según se lo dicte su criterio. De este modo la mayordomía de la obra del autor sería transferida totalmente a los demás. 

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Pero Dios no ve así el asunto. La habilidad de escribir un libro, así como sucede con los demás talentos, es un don de él, por cuyo desarrollo el poseedor es responsable ante Dios; y debe invertir las ganancias bajo su dirección. Mantengamos en mente el hecho de que la propiedad que se nos ha confiado para ser invertida no es nuestra. Si fuera, podríamos reclamar el derecho de disponer de ella a nuestro antojo; podríamos delegar nuestra responsabilidad sobre los otros, y dejar con ellos nuestra mayordomía. Pero esto no se puede hacer, porque el Señor nos ha hecho individualmente sus mayordomos. Somos responsables de invertir esos medios nosotros mismos. Nuestros propios corazones deben santificarse; nuestras manos necesitan tener algo de los fondos que Dios nos confía, para compartirlos según la ocasión lo demande. 

No sería más razonable que la asociación o la casa editora pretendiera asumir el control de las entradas que un hermano recibe de sus casas o terrenos, que apropiarse de lo que alguien recibe como producto de su cerebro. 

Tampoco hay más justicia en la pretensión de que las facultades físicas, mentales y anímicas de una persona pertenecen totalmente a la institución, porque se trata de un obrero a sueldo de la casa editora, y que por lo tanto ésta tiene derecho sobre todas las producciones de su pluma. Fuera de las horas de trabajo en la institución, el tiempo del obrero queda bajo su propio control, para usarlo como a él le plazca, siempre que dicho uso no esté en conflicto con sus deberes hacia la institución. Por lo que pueda producir durante esas horas, él es responsable sólo ante Dios y su propia conciencia. 

A Dios no se le podría mostrar una deshonra mayor que el hecho de que un hombre pretenda colocar los talentos de otro ser humano bajo su control absoluto. El mal no se evita por el hecho de que las ganancias de la transacción sean dedicadas a la causa de Dios. El hombre que con tales arreglos permite que su mente sea dominada por la mente de otro, es separado de Dios y queda expuesto a la tentación. Al delegar la responsabilidad de su mayordomía sobre otras personas, y depender de la sabiduría de ellos, coloca al hombre donde Dios debiera estar. Los que tratan de establecer este cambio de responsabilidad no disciernen el resultado de su acción, pero Dios nos lo ha mostrado claramente. El ha declarado: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo”. Jeremías 17:5. 

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No permita ningún autor que se lo convenza de regalar o vender los derechos que posee sobre los libros que ha escrito. Reciban una participación justa sobre las ganancias de su obra; entonces consideren sus medios como un encargo de Dios, para ser utilizados de acuerdo con la sabiduría que él impartiere. 

Los que poseen la habilidad de escribir libros deberían comprender que también tienen la facultad de invertir las ganancias que reciben. Si bien es correcto que entreguen una parte de ellas en la tesorería, para proveer a las necesidades generales de la causa, deberían sentir que tienen el deber de ponerse al corriente con las necesidades de la obra y después de orar a Dios en demanda de sabiduría deberían invertir personalmente sus medios donde la necesidad sea mayor. Que tomen en sus manos alguna línea de benevolencia. Si sus mentes se hallan bajo la dirección del Espíritu Santo, recibirán sabiduría para discernir dónde se necesitan los medios y serán grandemente bendecidos al aliviar esa necesidad.

Un muy diferente estado de cosas existiría ahora si el plan del Señor se hubiera seguido. Nunca se habrían gastado tantos fondos en unas pocas localidades, dejando tan poco para invertir en la mayoría, en muchas de las cuales aún no se ha levantado el estandarte de la verdad. 

Tengan cuidado nuestras casas editoras de no dejarse controlar por principios equivocados en sus transacciones con los obreros de Dios. Si en la institución hay empleados cuyos corazones no se hallan bajo la dirección del Espíritu Santo, con toda seguridad desviarán la obra hacia un curso equivocado. Algunos que profesan ser cristianos consideran los negocios relacionados con la obra del Señor como algo totalmente separado del servicio religioso. Dicen: “La religión es religión, y el negocio es negocio. Estamos decididos a hacer un éxito de lo que se nos ha confiado, y aprovechamos cualquier ventaja posible para promover esta línea especial de trabajo”. De este modo se introducen planes contrarios a la verdad y la justicia bajo la pretensión de que esto o aquello debe realizarse porque se trata de una buena obra que se lleva a cabo para el progreso de la causa de Dios. 

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