Testimonios para la Iglesia, Vol. 8, p. 181-190, día 431

Los obreros médicos misioneros deben estar purificados, santificados y ennoblecidos. Han de alcanzar el punto máximo de la excelencia. Han de ser amoldados y forjados a la semejanza divina. Entonces verán que la reforma prosalud y la obra médica misionera deben unirse con la predicación del evangelio.

La razón por la cual los miembros de iglesia no entienden este ramo de la obra es porque no están siguiendo la luz ni andando paso a paso tras su gran Jefe. La obra médica misionera proviene de Dios y lleva su estampa. Por lo tanto, quítele el hombre las manos de encima y deje de pretender manejarla conforme a sus propias ideas. 

Nuestro mensaje es mundial. Y aunque los recursos no deben ser empleados en una sola rama del trabajo, impidiendo que el evangelio sea llevado a nuevos campos, no se debe permitir que la obra médica misionera sea desacreditada en manera alguna. El mundo es un gran lazareto corrompido por sus habitantes, y la miseria es universal. El Señor le ha dado a nuestro médico principal una obra que hacer con el propósito de ayudar a preparar a un pueblo para que esté en pie en el gran día de Dios. Pero él ha de trabajar bajo la supervisión de Dios. Algunos aspectos de su labor necesitan acoplarse y ajustarse más de cerca a los principios del Obrero jefe. 

La causa de la escasez en la iglesia

Todo aquel que acepte tomar parte en la obra para este tiempo debería sentir la solemne responsabilidad que descansa sobre sus hombros. Estamos trabajando para la eternidad. Si comemos el pan que descendió del cielo, seremos semejantes a Cristo en espíritu y en carácter. Estamos viviendo en una era cuando no debe existir el ocio espiritual. Toda alma debe estar llena de la corriente de vida celestial. A menudo surge la pregunta: “¿Cuál es la causa de la escasez de poder espiritual dentro de la iglesia? La respuesta ha sido dada: “Los miembros permiten que sus mentes se aparten de la palabra de Dios”. Físicamente, somos lo que comemos: y de igual manera, la naturaleza de nuestra espiritualidad la determina el alimento que le proveemos a la mente. Hemos de darle a la mente y al corazón la nutrición apropiada comiendo la carne y bebiendo la sangre del Hijo de Dios.

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Cristo declara: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna… Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo… El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne, y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí”. Juan 6:47-57. 

Debemos permanecer en Cristo, y Cristo en nosotros “por que nosotros somos colaboradores de Dios”. 1 Corintios 3:9. La labor del cristiano es individual. Que los obreros de Dios se dejen de buscar faltas, lo cual es pecado. Que procuren mejorarse ellos mismos de la misma manera cómo piensan que otros deben mejorar. Es su prerrogativa vivir en Cristo al comer el pan de vida. Los que así lo hagan, disfrutarán de una experiencia saludable de crecimiento, y la justicia de Dios irá enfrente de ellos mientras hacen la obra estipulada en el capítulo cincuenta y ocho de Isaías.

Cada cual con su trabajo

A cada renglón de la obra de Dios ha de dársele el debido reconocimiento. “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo…” Efesios 4:11, 12. Este pasaje de las Escrituras demuestra que se necesitan diferentes clases de obreros, diferentes instrumentos. A nadie se le exige hacer la obra de otro aunque no esté capacitado para hacerla. Un hombre pensará que el puesto que ocupa le da autoridad para dictarles a otros obreros lo que deben hacer, pero la cosa no es así. Como desconoce la obra de ellos, ensancharía donde debiera reducir, y reduciría donde debiera ensanchar, debido a que está limitado a ver solamente la porción de la viña en la cual trabaja. 

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Vivid para Dios. Haced la enseñanza del Salvador parte de vuestra vida. Una luz clara y brillante iluminará vuestro camino. Recibiréis la unción de lo alto y seréis protegidos de cometer graves errores. No os concentréis de tal manera en la obra que estáis haciendo en un rincón de la viña del Señor que no podáis apreciar la obra que otros hacen en otras porciones de la misma. Es posible que ellos estén fielmente cultivando sus talentos para devolverlos a Dios en doble medida. Que cada hombre atienda bien su trabajo, asegurándose de que esté cabalmente hecho, sin mancha ni arruga que dañen su perfección. Entonces, dejad que Dios sea el que diga: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor”. Mateo 25:23. 

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El esfuerzo unido

Cooranbong, Australia,

15 de abril de 1899.

A un médico perturbado

Mi querido hermano,

Tengo un profundo interés en usted y en su trabajo. Ruego al Señor que guíe mi pluma al escribirle. El Señor lo ha hecho un hombre de su elección, y los ángeles de Dios han sido sus ayudadores. El Señor lo ha colocado en el puesto que ocupa ahora, no porque sea usted infalible, sino porque él desea guiar su mente por medio del Espíritu Santo. Él desea que imparta el conocimiento de la verdad presente a todos aquellos con quienes se relaciona. Se le han encomendado graves responsabilidades, y de ninguna manera debiera dejarse envolver en tareas que vayan a debilitar su influencia entre los adventistas del séptimo día. El Señor lo ha escogido para que ocupe un lugar designado por él, ante la profesión médica, no para ser moldeado por las influencias mundanales, sino para moldear las mentes de otros. Diariamente necesita estar bajo la supervisión de Dios. Él es su Hacedor, su Redentor. Él le tiene una obra reservada para que la lleve a cabo unido a los adventistas del séptimo día y no separado de ellos. Sea usted una bendición para sus hermanos, impartiéndoles el conocimiento que él le ha dado. 

Dios ha actuado por medio de usted y anhela aún seguir trabajando, honrándolo al encomendarle deberes importantes. “Porque nosotros somos colaboradores de Dios”. 1 Corintios 3:9. Él nos utilizará, a usted, a mí y a todo ser humano que se inicie en su servicio, si nos sometemos a su dirección. Cada cual ha de mantenerse en su torre de vigilancia, escuchando atentamente lo que el Espíritu tiene que decirle, recordando que todas sus palabras y actos dejan su impresión, no sólo sobre su propio carácter, sino sobre el de las personas con quienes se asocia.

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Edificio de Dios

“Sois labranza de Dios, edificio de Dios”. vers. 9. Esta figura representa el carácter humano, que ha de labrarse punto por punto. A diario Dios trabaja sobre su edificio, golpe tras golpe, perfeccionando la estructura para que se convierta en un templo sagrado. El hombre ha de cooperar con Dios. Cada obrero deberá convertirse justamente en lo que Dios ha propuesto que sea, edificando su vida con obras puras y nobles, para que al fin su carácter sea una estructura simétrica, un templo hermoso, estimado por Dios y por los hombres. El edificio no ha de tener ningún defecto, porque es del Señor. Cada piedra ha de estar perfectamente colocada, para que pueda resistir toda la presión que se le aplique. Tanto a usted como a todos los demás obreros, Dios les advierte: “Tened cuidado cómo construís, para que vuestro edificio pueda resistir la prueba de la tormenta y la tempestad, por estar fundado en la Roca eterna. Colocad las piedras sobre un cimiento seguro, para que estéis preparados para el día de prueba y de juicio, cuando todos serán vistos tales como son”. 

Un templo de piedras vivas

Esta advertencia Dios me la presenta como algo especialmente necesario para su bienestar. Él lo ama con un amor inmensurable. Ama a sus hermanos en la fe, y trabaja en ellos con el mismo fin con que lo hace en usted. Su iglesia en la tierra asumirá proporciones divinas ante el mundo como templo hecho de piedras vivas, cada una reflejando luz. Llegará a ser la luz del mundo, como ciudad sobre un monte, la cual no se puede esconder. Está hecho de piedras puestas juntas unas a otras, bien ajustadas, haciendo firme y sólido el edificio. No todas las piedras son de la misma forma o hechura. Unas son grandes, otras pequeñas; pero cada una tiene un lugar que ocupar. Y lo que determina el valor de cada piedra es la luz que ella refleja. Este es el plan de Dios. Él desea que todos sus obreros ocupen sus respectivos lugares en la obra presente.

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Estamos viviendo en medio de los peligros de los últimos días. Hemos de cultivar con sabiduría cada facultad mental y física porque todas hacen falta para hacer de la iglesia un edificio que represente la sabiduría del gran Diseñador. Los talentos que Dios nos ha otorgado son sus dones, y han de ser empleados en una debida relación entre ellos para que se logre formar un todo integral. Dios provee los talentos, la energía de la mente; el hombre forma el carácter. 

Variedad de instrumentos

El Señor ha obrado en su favor, capacitándolo para que haga su parte como obrero; pero hay otros obreros que también deben hacer su parte como instrumentos. Éstos ayudan a formar el cuerpo entero. Todos deberán unirse como partes de un solo y grande organismo. La iglesia del Señor se compone de entidades vivientes y activas, las cuales derivan su poder para actuar del Autor y Consumador de su fe. Han de llevar a cabo en armonía la gran obra que descansa sobre sus hombros. Dios le ha asignado a usted su obra. Pero también tiene otros instrumentos a quienes les ha asignado su obra, para que todos sean, por medio de la santificación de la verdad, miembros del cuerpo de Cristo, y de su carne y de sus huesos. Representamos a Cristo, y trabajamos para el tiempo y la eternidad; y los hombres, aun los mundanos, se fijan en que hemos estado con Jesús y aprendido de él.

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La verdad como unidad

El pueblo de Dios no debe hallarse confuso, carente de orden, armonía, constancia y belleza. Se deshonra grandemente a Dios cuando existe la desunión entre el pueblo de Dios. La verdad es única. La unidad que Dios exige debe cultivarse día tras día si hemos de contestar la oración de Cristo. No demos lugar a la desunión que lucha por surgir entre los que profesan creer el último mensaje de misericordia que ha de darse al mundo, porque ella sería un temible impedimento para el avance de la obra de Dios. Sus siervos deben ser uno, como Cristo es uno con el Padre; sus facultades, iluminadas, inspiradas y santificadas, deberán estar unidas para formar un todo cabal. Los que aman a Dios y guardan sus mandamientos no se distanciarán unos de otros; antes procurarán estar juntos.

Palabras de ánimo

El Señor no abandona a sus obreros fieles. Tenga presente que nuestra vida en este mundo no es más que un peregrinaje, que el cielo es el hogar al cual nos dirigimos. Tenga fe en Dios. Si mis palabras han herido su alma, lo siento; yo también estoy herida. Nuestra obra, una extraña obra, una gran obra que Dios nos ha dado, nos une de corazón y alma. No se atreva a quitarse la armadura. Debe llevarla puesta hasta el fin. Cuando el Señor lo exima, será tiempo para poner su armadura a sus pies. Usted se ha alistado en su ejército para servir hasta terminar la batalla y no debe desacreditarse abandonándola y dejando de agradar a Dios. 

Que el Señor le muestre muchos asuntos que me ha expuesto a mí. Satanás está esperando la oportunidad de causarle afrenta a la causa de Dios. Me ha sido señalado el peligro, y también me ha sido mostrado su ángel guardián salvándolo a usted una y otra vez de sí mismo, protegiéndolo de un naufragio en cuanto a la fe. Hermano mío, levante en alto el estandarte, levántelo, y no se amilane ni se desanime. 

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Les he comunicado a los hombres principales de la Asociación General y del Mission Board [Departamento de Misiones] la luz que Dios me ha dado para que usted y ellos se consulten unos a otros; que en lugar de mantenerse distanciados sean sus compañeros ayudantes; que se sepa que Dios lo ordenó a usted para que estuviera en un puesto de confianza, y que necesita ayuda en lugar de censura. 

Mi deseo de que usted proceda rectamente ha sido tan intenso que le he dirigido palabras fervientes, pero nunca, nunca, con el propósito de denunciarlo o condenarlo. ¡Oh, si Dios le hiciera entender que mi profundo interés por usted no ha cambiado en lo más mínimo! Deseo con ahínco que usted esté del lado del Señor, firme, experimentado, y leal. Yo sé que el Señor quiere que usted reciba la corona de victoria.

“Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres… Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”. Efesios 4:8-16.

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La oración y la bendición mediante Cristo

Balaclava, Victoria, Australia,

25 de marzo de 1898.

A un médico del sanatorio

Mi estimado hermano,

Acabo de recibir sus cartas. Me doy cuenta de que está luchando a brazo partido contra la estrechez financiera. Me alegra que pueda prestar atención al estímulo contenido en las palabras: “Si quiere que yo lo proteja, que haga las paces conmigo, sí, que haga las paces conmigo” (Isaías 27:5, Versión Popular, 2da. ed.). Tengamos fe en Dios. Confiemos en él. Él comprende perfectamente la situación en que estamos y obrará en nuestro favor. Lo honramos cuando confiamos en él llevándole todas nuestras perplejidades. “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Juan 14:13. Las provisiones y concesiones de Dios no tienen límite. Ocupa el trono de la gracia Uno que nos permite llamarle “Padre”. 

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16): Jehová no dio por completado el plan de la redención mientras éste estuviera revestido sólo con su amor. Ha colocado ante su altar un Abogado revestido con nuestra naturaleza. Como Intercesor nuestro, su obra oficial es la de presentarnos ante Dios como hijos e hijas. Intercede en favor de los que lo aceptan. Ha pagado el precio de nuestra redención con su propia sangre. Por virtud de sus méritos, él les da el poder para ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Y el Padre demuestra su amor infinito por Cristo al recibir y darles la bienvenida a los amigos de Cristo como amigos suyos también. Está satisfecho con la expiación hecha. La encarnación, la vida, muerte e intercesión de su Hijo glorifican su nombre. 

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Nuestras peticiones ascienden al Padre en el nombre de Cristo. Él intercede en favor nuestro, y el Padre abre todos los tesoros de su gracia para que nos apropiemos de ellos, para que los disfrutemos e impartamos a los demás. “Pedid en mi nombre dice Cristo. No os digo que yo oraré al Padre por vosotros, porque el Padre mismo nos ama. Haced uso de mi nombre. Esto hará eficaces vuestras oraciones, y el Padre os otorgará las riquezas de su gracia. Por lo tanto, pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo”. 

Cristo es el vínculo entre Dios y el hombre. Ha prometido interceder personalmente por nosotros. Él pone toda la virtud de su justicia del lado del suplicante. Implora en favor del hombre, y el hombre, necesitado de la ayuda divina, implora en favor de sí mismo ante la presencia de Dios, valiéndose de la influencia de Aquel que dio su vida para que el mundo tenga vida. Al reconocer ante Dios nuestro aprecio por los méritos de Cristo, nuestras intercesiones reciben un toque de incienso fragante. Al allegarnos a Dios en virtud de los méritos del Redentor, Cristo nos acerca a su lado, abrazándonos con su brazo humano, mientras que con su brazo divino se ase del trono del Infinito. Vierte sus méritos, cual suave incienso, dentro del incensario que tenemos en nuestras manos, para dar estímulo a nuestras peticiones. Promete escuchar y contestar nuestras súplicas. 

Sí, Cristo se ha convertido en el cauce de la oración entre el hombre y Dios. También se ha convertido en el cauce de bendición entre Dios y el hombre. Ha unido la divinidad con la humanidad. Los hombres deberán cooperar con él para la salvación de sus propias almas, y luego esforzarse fervorosa y perseverantemente para salvar a los que están a punto de morir. 

Todos debemos trabajar ahora, mientras es de día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Me siento alentada en el Señor. En ocasión se me muestra claramente que en nuestras iglesias existe un estado de cosas que en lugar de ayudar servirá de estorbo a las almas. Luego paso horas, y a veces días, en intensa angustia. Muchos de los que tienen un conocimiento de la verdad no obedecen las palabras de Dios. Su influencia no es mejor que la de los mundanos. Hablan y actúan como el mundo. ¡Oh cuánto me duele el corazón al pensar cómo apenan al Salvador por su conducta indigna de personas cristianas! Pero al pasarme la agonía, siento deseos de trabajar más arduamente que nunca antes en favor de la restauración de las pobres almas para que reflejen la imagen de Dios.

Orad, sí, orad con fe y confianza inquebrantable. El Ángel del pacto, el mismo Señor Jesucristo, es el Mediador que asegura la aceptación de las oraciones de sus creyentes. 

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