Testimonios para la Iglesia, Vol. 8, p. 241-249, día 437

No hay tiempo que perder

Hay entre nosotros muchos hombres y mujeres jóvenes quienes, si se les ofreciera ciertos incentivos, se verían naturalmente inclinados a tomar un curso de estudio que dure varios años para prepararse para el servicio. Pero, ¿valdría la pena? El tiempo es corto. Se necesitan obreros para Cristo por doquiera. Debiera haber cien obreros fervientes y fieles en campos misioneros domésticos y extranjeros donde ahora hay sólo uno. Los caminos y vallados todavía no se han trabajado. Se debería ofrecer incentivos apremiantes a los que ahora mismo tendrían que estar empeñados en la obra del Maestro.

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Las señales que demuestran que la venida de Cristo se acerca se están cumpliendo con rapidez. El Señor llama a nuestra juventud para trabajar como colportores y evangelistas, para laborar de casa en casa en lugares donde todavía no han escuchado la verdad. Se dirige a nuestros hombres jóvenes, diciendo: “No sois vuestros; habéis sido comprados por precio: glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. 1 Corintios 6:19, 20. Los que salgan a hacer la obra bajo la dirección de Dios serán maravillosamente bendecidos. Los que en esta vida hagan lo mejor que pueden, se harán idóneos para la vida inmortal del futuro.

El Señor pide a todos los que están conectados con nuestros sanatorios, casas publicadoras y escuelas, que enseñen a nuestra juventud a hacer obra evangelista. Nuestro tiempo y fuerza no debieran emplearse mayormente en establecer sanatorios, tiendas de víveres y restaurantes, a descuido de los otros aspectos de la obra. Hombres y mujeres jóvenes, quienes tendrían que estar empeñados en el ministerio, en la obra bíblica, y en la obra de colportaje, no debieran sujetarse al empleo mecánico.

Anímese a la juventud a ingresar en las escuelas para obreros cristianos, las cuales deben asemejarse cada vez más a las escuelas de los profetas. Estas instituciones han sido establecidas por el Señor, y si son administradas en armonía con sus propósitos, la juventud que es enviada a ellas pronto estará preparada para trabajar en varias de las ramas de la obra misionera. Algunos recibirán el adiestramiento necesario para entrar en el campo como enfermeros misioneros, otros como colportores, y algunos como ministros del evangelio.

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Distribución de responsabilidades

Santa Helena, California,

4 de agosto de 1903.

A los dirigentes de la obra médica

Estimados hermanos,

Tengo un mensaje para vosotros. Se me ha instruido deciros que no todos los arreglos trazados en relación con el manejo de la obra misionera médica deben iniciarse en Battle Creek. La obra médica misionera es de Dios, y en cada asociación e iglesia debemos declararnos en contra de permitir que ella sea controlada egoístamente.

Después de haber recibido aviso concerniente a la excelente reunión de confesión y unidad realizada en Battle Creek, yo estaba escribiendo en mi diario y estaba a punto de registrar mi agradecimiento por el cambio que se había llevado a cabo, cuando mi mano se detuvo y llegaron a mí las palabras: “No lo escribas. No ha habido ningún cambio positivo. Se están presentando como si fueran de gran valor enseñanzas que están apartando a las almas de la verdad. Se están enseñando doctrinas que conducen por caminos apartados y sendas prohibidas; doctrinas que, si fueran aceptadas, destruirían la dignidad y el poder del pueblo de Dios, obstruyendo la luz que de lo contrario les llegaría por medio de los agentes designados por Dios”.

Los dirigentes de nuestra obra médica en Battle Creek han procurado consolidar firmemente nuestras instituciones médicas de acuerdo con sus propios planes. No obstante las advertencias dadas a ellos de que esto no se debiera hacer, han querido comprometer estas instituciones de alguna manera para que nuestra obra médica quede totalmente bajo su dominio.

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En el pasado, yo he escrito mucho sobre este tema, y me veo obligada ahora a reiterar las amonestaciones dadas porque parece que a mis hermanos se les hace difícil entender su posición peligrosa.

“El Señor prohíbe que cada sanatorio y casa de baños ya establecidos caiga bajo un solo dominio: atado a la institución médica de Battle Creek. Los gerentes del Sanatorio de Battle Creek tienen mucho trabajo entre manos ahora. Deben estar dedicando sus energías a la obra de hacer que este sanatorio sea lo que debe ser.

“Un solo hombre no debe pensar que puede ser la conciencia de todos los obreros médicos. Los seres humanos deben mirar sólo hacia el Dios del cielo en busca de sabiduría y dirección.

“Al establecer y desarrollar las instituciones médicas, no debe exigírseles a nuestros hermanos que trabajen conforme a los planes de un poder gobernante monárquico. Tiene que obrarse un cambio. Este plan de adherir toda institución médica a la organización central de Battle Creek tiene que abandonarse. Dios prohíbe este plan.

“Por años se me ha instruido que hay peligro, peligro constante, que nuestros hermanos esperen recibir el permiso de sus compañeros para hacer esto o aquello, en vez de mirar hacia Dios. Así es como se vuelven débiles y se dejan maniatar por restricciones inventadas por el hombre y que no tienen la aprobación de Dios. El Señor es capaz de impresionar la mente y la conciencia para que su obra sea hecha en conexión con él, con un espíritu fraternal que esté de acuerdo con los principios de su ley…

“Dios conoce el futuro. Es de él de quien debemos esperar la dirección. Confiemos en que nos dirigirá en el desarrollo de los distintos aspectos de nuestra obra. Que ninguno intente trabajar de acuerdo con sus impulsos no santificados…

“La división de la Asociación General en asociaciones distritales de Unión fue un arreglo de Dios. En la obra del Señor para estos días no debe haber centros de tipo Jerusalén, ni poder monárquico. Y la obra en los diferentes países no ha de estar comprometida por contratos con la obra centrada en Battle Creek, porque este no es el plan de Dios. Los hermanos han de consultarse unos a otros porque estamos bajo el control de Dios tanto en una parte de la viña como en la otra. Los hermanos deben ser uno de corazón y alma, así como Cristo y el Padre son una cosa. Enseñad esto, practicadlo, para que seamos uno con Cristo en Dios, todos trabajando para la edificación mutua.

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“El poder monárquico antes revelado en la Asociación General en Battle Creek no se ha de perpetuar. La institución publicadora no ha de ser un reino aparte. Es esencial que los principios que gobiernan los asuntos de la Asociación General sean mantenidos en el manejo de la obra de publicaciones y del sanatorio. Ninguno debe pensar que la rama de la obra con la cual está vinculado es de muchísima más importancia que las demás.

“La obra educativa debe ser hecha en todo sanatorio que se establezca. El gobierno de la obra está en manos de Dios, y ninguno debe pensar que todo lo que se haga en los sanatorios ya establecidos tenga que ser sometido primero a la consideración de un grupo de hombres. Dios prohíbe este proceder. El mismo Dios que les ha impartido instrucción a los médicos de Battle Creek, también instruirá a los hombres y mujeres llamados a servir al Maestro en las diferentes partes de su viña.

“Se están fraguando leyes y arreglos humanos que no tienen la aceptación de Dios. No resultarán un olor de vida para vida. Me veo constreñida a levantar en alto la señal de peligro. Los gerentes de cada una de nuestras instituciones necesitan ser más entendidos con respecto a su trabajo particular, sin depender de otra institución, sino más bien mirando hacia Dios como su instructor y manifestando su fe en él mediante un servicio generoso, preservando a la vez la identidad de su propio trabajo. Entonces desarrollarán talentos y habilidades”.

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Cristo pide de nosotros un servicio de un carácter más elevado del que le ha sido prestado hasta ahora. Mediante el recibimiento del poder del Espíritu Santo, los hombres que ocupan puestos de responsabilidad deben revelar al Redentor con mayor claridad que nunca antes. El Dios infinito amó al mundo de tal manera que dio a su Hijo unigénito como sacrificio en nuestro favor para que nosotros, al recibirlo por fe y practicar sus virtudes, no perezcamos sino que tengamos vida eterna. Hermanos míos, ¿cómo suponéis vosotros que él considera la falta de entusiasmo espiritual que se manifiesta con respecto al relato de la ofrenda expiatoria infinita hecha para nuestra salvación?

Toda ambición humana, toda jactancia, ha de echarse por tierra. El yo, el yo pecaminoso, debe ser abatido y no exaltado. Por medio de la piedad en la vida diaria debemos revelar a Cristo a cuantos nos rodean. La corrupta naturaleza humana ha de subyugarse y no exaltarse. Únicamente así seremos puros y limpios. Debemos ser hombres y mujeres humildes y fieles. Nunca debemos sentarnos en el tribunal como jueces. Dios manda que sus representantes sean puros y santos, que revelen la hermosura de la santidad. El conducto debe mantenerse despejado para que el Espíritu Santo pueda obrar libremente; de otra manera algunos pasarán por alto la obra que debe ser hecha en el corazón natural para perfeccionar el carácter cristiano; y presentarán sus propias imperfecciones anulando la verdad de Dios, la cual es tan firme como el trono eterno. Y mientras Dios pide que sus atalayas levanten en alto la señal de peligro, a la misma vez presenta ante ellos la vida del Salvador como ejemplo de lo que deben ser y hacer para ser salvos.

Cristo oró en favor de sus discípulos: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”. Juan 17:17. Un sentimiento agradable y de satisfacción propia no constituye evidencia de la santificación. Se mantiene un registro de todos los hechos de los hijos de los hombres. Nada puede ocultarse del ojo del Alto y Sublime que habita la eternidad. Algunos hacen que Cristo se avergüence de ellos por causa de sus maquinaciones, proyectos e intrigas. Dios no aprueba esta conducta porque su espíritu y sus obras deshonran al Señor Jesucristo. Se olvidan de las palabras del apóstol: “Hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles, y a los hombres”. 1 Corintios 4:9.

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La instrucción que el Señor me ha dado concerniente a su obra nos señala el camino correcto. Los proyectos y pensamientos de Dios son mucho más altos que los de los hombres, cuanto son más altos los cielos que la tierra. La voz de Dios debe ser escuchada y su sabiduría ha de conducirnos. Él ha delineado su plan en su Palabra y en los testimonios que ha dado a su pueblo. Sólo la obra que sea hecha de acuerdo a los principios de su Palabra permanecerá para siempre.

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La dirección de la obra

Santa Helena, California,

17 de noviembre, 1903.

En los diarios de varias ciudades han aparecido artículos en los cuales se da a entender que hay una lucha entre el Dr. Kellogg y la Sra. Elena G. de White en cuanto a cuál de ellos dirigirá al pueblo adventista del séptimo día. Al leer esos artículos, me angustia sobremanera que haya quien entienda tan mal mi obra y la del Dr. Kellogg como para publicar tales calumnias. No ha habido controversia entre el Dr. Kellog y yo en cuanto a la dirección de la obra. Nadie me ha oído jamás pretender la dirección de la denominación.

Tengo una obra de gran responsabilidad que hacer y es la de impartir por la pluma y de viva voz la instrucción que me ha sido dada, y debo transmitirla no sólo a los adventistas del séptimo día, sino al mundo. He publicado muchos libros, grandes y pequeños, y algunos de ellos han sido traducidos en varios idiomas. Esta es mi obra: exponer las Escrituras a otros como Dios me las ha expuesto a mí.

Dios no ha establecido realeza alguna en la Iglesia Adventista del Séptimo Día para controlar todo el cuerpo, o para controlar algún ramo de la obra. No ha dispuesto que la carga de la dirección descanse sobre unos pocos hombres. Las responsabilidades están distribuidas entre un gran número de hombres competentes.

Cada miembro de la iglesia tiene voz para elegir los dirigentes de ella. La iglesia elige a los dirigentes de las asociaciones locales. Los delegados elegidos por las asociaciones locales eligen a los de las uniones; y los delegados elegidos por las uniones eligen a los dirigentes de la Asociación General. Con este arreglo, toda asociación, institución, iglesia e individuo, sea directamente o por medio de sus representantes, tiene voz en la elección de los hombres que llevan las responsabilidades principales en la Asociación General.

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Las primeras experiencias

Cuando comenzó la obra de nuestra denominación, el Señor designó al pastor James White como el que, en unión de su esposa, bajo la dirección especial de Dios, había de desempeñar una parte destacada en el progreso de esta obra.

Es bien conocida la historia de cómo creció la obra. La imprenta se estableció primero en Rochester, Estado de Nueva York, y más tarde se trasladó a Battle Creek, Estado de Míchigan. Y en años ulteriores se estableció una casa editorial en la costa del Pacífico.

Doy gracias a Dios por habernos permitido desempeñar una parte en la obra desde el comienzo. Pero ni entonces ni desde que la obra adquirió tan grande desarrollo, es decir, en un tiempo durante el cual las responsabilidades se distribuyeron ampliamente, nadie me oyó jamás pretender la dirección de este pueblo.

Desde el año 1844 hasta el momento actual, he recibido mensajes del Señor y los he dado a su pueblo. Esta es mi obra: darle al pueblo la luz que el Señor me da. He sido comisionada para recibir y comunicar sus mensajes. No he de aparecer delante de la gente con otro puesto que el de mensajera que tiene un mensaje.

Durante muchos años, el Dr. J. H. Kellogg ocupó el puesto de médico principal en la obra médica realizada por los adventistas del séptimo día. Sería para él imposible actuar como director de la obra en general. Este no ha sido nunca su papel, ni puede serlo.

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El señor es nuestro líder

Escribo esto para que todos puedan saber que no hay controversia entre los adventistas del séptimo día acerca de la dirección de la obra. El Señor Dios del cielo es nuestro Rey. Es un líder a quien todos pueden seguir con seguridad porque nunca comete un error. Honremos a Dios y a su Hijo, por medio del cual él se comunica con el mundo.

Dios obraría poderosamente en favor de sus hijos hoy si ellos se colocaran totalmente bajo su dirección. Necesitan que el Espíritu Santo more constantemente con ellos. Si hubiese más oración en los concilios de los que llevan responsabilidades, si los corazones se humillaran más delante de Dios, veríamos abundantes evidencias de la dirección divina, y nuestra obra haría rápidos progresos.

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